sábado, 21 de mayo de 2016

CAPITULO 10

Lali cerró los ojos un momento, y luego deslizó las piernas por el borde de la cama, Ya iba siendo hora de dejar de pensar en el pasado. De ponerse en marcha,
Su vida se había estabilizado. y era feliz, se dijo firmemente- Bueno, quizá no completamente feliz, reconoció. Era una joven madre divorciada que vivía en la misma ciudad que la mayor parte de su familia, de modo que estaba rodeada de personas que la querían, y al mismo tiempo conservaba su independencia.
Seguía teniendo aquellos sueños y. cuando estos llegaban, llamaba a Jimmy, Pero los sueños no eran tan frecuentes, y Lali se había resignado a tenerlos, A veces acompañaba a Jimmy al lugar de los hechos, y en ocasiones lograba captar algo o vislumbrar alguna visión, la atormentaban muy raramente.
Como aquel día.
Se alisó el pelo y la falda, y se miró al espejo.
—No te quejes, Lali! Aunque no seas a como una alondra, básicamente estás satisfecha con tu vida!
Pero su reflejo permaneció serio. Se sentía inquieta. Intranquila.
Como si. de repente, el circulo estuviera a punto de cerrarse.
Como si el pasado se dispusiera a regresar a perseguirla...
Lali se sacudió la desazón. Aquella noche trabajaba. Y el lunes ayudaría a
VICO. Ya había ayudado antes. De momento, solo pensaría en cenar con Alegra y con su padre, si estaba localizable.
Sin embargo, mientras se dirigía a la habitación de su hija, no pudo sacudirse la sensación de incomodidad, No eran simplemente el miedo y el dolor evocados en el sueño y experimentados por un desconocido.
Era una inquietud que atenazaba su propio corazón,, Algo mucho, mucho más cercano,
Peter sabia que encajaba perfectamente en aquel sitio. Quizá ahora fuese un «ejecutivo» de Washington, pero se había criado en Florida y sabia cómo sentarse en un bar de Cayo Hueso y fundirse con el ambiente
Llevaba unos vaqueros recolados y una camisa de algodón de manga corta, abierta hasta la mitad del pecho; unas gafas de sol oscuras y una gorra de béisbol calada sobre la frente. Estaba sentado en la oscuridad del fondo del bar, recostado en la silla, con las piernas extendidas encima de otra silla que tenía delante. Podía pasar por un turista... o por alguien de la localidad.
Aquel local era propiedad de Nicolas Esposito, y muy popular. Quienes visitaban Cayo Hueso gustaban de tomar una copa en Sloppy Joe's, famoso por ser uno de los bares habituales de Ernest Hemingway, pero también estaban ansiosos codearse con la denominada «comunidad literaria» moderna. Nicolas escribía novelas de terror y suspense; entre sus amigos había editores de misterio, de novelas policiacas, de ciencia ficción y de romance. No faltaban aquellos que cultivaban el género histórico y la ficción en general, así como la literatura no novelesca. Por lo demás, el
local también ofrecía música, tan variada como la propia clientela.


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