domingo, 26 de julio de 2015

CAPITULO 42

  Un par de horas después, NICO baja a recogernos a la playa. Está de buen
humor y, mientras nos encaminamos hacia el coche, me dice que PETER está
descansando. Yo asiento. Me niego a preguntar nada. Bastante rayada estoy ya con
el tema de las llamadas de aquellas mujeres como para preguntar nada más.
Cuando llegamos al chalet me dirijo directamente hacia la piscina. Si PETER está
descansando, no quiero molestar.
  NICO y EUGE desaparecen y me quedo sola en la piscina. Cojo mi iPod y me
pongo los auriculares. Escucho a Jessie James tumbada en una de las hamacas y
canturreo. Media hora después, Eric aparece por la puerta, parapetado tras unas
oscuras gafas de sol. Se para a mi lado. No lo miro. No lo saludo. Sigo enfadada
con él. Durante más de diez minutos permanecemos en silencio hasta que él me
quita un auricular.
  —Hola, morenita.
  Con un gesto que denota mi cabreo, le quito el auricular de la mano y me lo
pongo de nuevo. Al ver mi poca predisposición para hablar, se sienta
cómodamente en una de las hamacas que están frente a mí, se pone los brazos en la
cabeza y me mira. Me mira... Me mira... Me mira y, al final, le increpo:
  —Por tu bien, deja de mirarme.
  —¿O? ¿Me vas a pegar?
  Resoplo. Le daría un bofetón con toda la mano abierta.
  —Mira, PETER, ahora la que no quiere tu cercanía soy yo. Vete a paseo.
  Él sonríe y eso me cabrea más.
  Me levanto y él hace lo mismo. Y, sin pensar en nada más, lo empujo y cae
vestido a la piscina.
   —Pero LALI, ¿qué haces? —protesta.
   Con rapidez, cojo mi bolsa de la playa y corro a la habitación. Cuando entro en
ella, voy directa a la ducha, allí veo el neceser abierto de PETER y por primera vez me
fijo en los frascos de pastillas que hay. ¿Qué es eso? Pero antes de que pueda
acercarme para leer qué pone, lo oigo entrar en el baño y comienza a quitarse la
ropa mojada.
   —Vamos a ver, LALI, ¿qué te pasa?
   No lo miro. Paso por su lado y respondo mosqueada:
   —Nada que te importe.
   —De ti me importa todo, pequeña.
   Sentirlo tan relajado, cuando yo estoy que echo humo, me hace mirarlo cabreada.
   —PETER, cuando estoy enfadada, es mejor que no me hables, ¿vale?
   —¿Por qué?
   —Porque no.
   —¿Y por qué no?
   —Pero, vamos a ver, ¿tú eres tonto? ¿No ves que me estás cabreando más?
   —Si quieres, le digo a EUGE que le haces una limpieza general ahora mismo. Te
conozco y sé que cuando estás cabreada te gusta limpiar la casa.
   Al escuchar aquello, gruño. No estoy de humor. Él se acerca a mí y se agacha,
colocándose a mi altura.
   —Me paso media vida pidiéndote disculpas. Pero merece la pena por el solo
hecho de estar contigo y ver tu cara cuando me perdonas.
   Intenta besarme y yo me muevo.
   —¿Otra vez la cobra?
   Su comentario, en especial su cara, finalmente me hacen sonreír.
   —Sí, y como no te alejes, además de la cobra, te vas a llevar un guantazo.
   —¡Vaya! Me encanta ese carácter tuyo tan español...
   —Pues a mí, tu cabezonería alemana me saca de quicio, ¡cabezón!
   Acto seguido me coge por la cintura, me tumba en la cama y me besa. La toalla
se queda por el camino y estoy desnuda. Intento rechazar su boca, pero su fuerza
es mucho mayor que la mía y, cuando consigue meter su lengua en ella, ya ha
podido con mi voluntad y con mi cabreo, y respondo a sus besos con avidez.
   —Así me gusta... —me dice—. Que seas una fiera a la que, cuando yo quiero,
domestico.
   Aquel comentario tan machista me hace darle un mordisco en el hombro y él se
encoge, me mira y me muerde en el cuello.
   —¡Serás bestia...!
   —Para ti siempre, pequeña. ¡Somos como la bella y la bestia! Por supuesto, la
bella eres tú y la bestia soy yo.
   Ese comentario vuelve a hacerme sonreír y, tras aceptar gustosa el beso de la
paz, me doy cuenta de que no tiene buena cara.
   —¿Estás bien, PETER?
   —Sí. Pero aquí la importante eres tú, no yo.
   —No, señor LANZANI, no. Se está usted equivocando. Aquí el que se
encontraba mal hace unas horas y no tiene buen aspecto es usted. Si alguien se
tiene que preocupar aquí es una servidora, no usted.
   PETER se quita de encima de mí y se pone a mi lado, frente a mi cara.
   —Eres preciosa.
   —No me vengas con zalamerías, PETER... y responde, ¿qué ocurre? Acabo de ver
en tu neceser varios botes de pastillas y...
   —Eres la mujer más bonita e interesante que he tenido el placer de conocer.
   —¡PETER! ¿Quieres que te insulte y te dé una patada?
   —Mmmmm... me encanta la guerrera que llevas en tu interior.
   Sin perder mi sonrisa, le acaricio el pelo.
   —Da igual lo que digas. No voy a cambiar de tema. ¿Qué ocurre? ¿Qué son esas
medicinas que tienes en tu neceser?
   —Nada.
   —Mientes.
   —¿Tú crees?
   —Sí... yo creo. Y que sepas que me estás cabreando otra vez.
   Sus ojos me miran y sé que lucha por contestar a mis preguntas. Finalmente
murmura sin mucha convicción:
   —No pasa nada. No quiero preocuparte.
   —Pues me preocupas.
   Durante unos instantes, que se me hacen eternos, piensa... piensa... piensa y
finalmente dice:
   —LALI... hay cosas que no sabes y...
   —Cuéntamelas y las sabré.
   De pronto sonríe y choca su nariz contra la mía en un gesto amoroso.
   —No, cariño. No puedo o sabrás tanto como yo.
   Sigo sin entenderlo y cada vez soy más consciente de que me oculta algo.
   —Escucha, cabezón...
   —No, escucha tú... —Pero luego se arrepiente de lo que va a decir y me revuelve
el pelo—. ¡Ah... morenita!, ¿qué voy a hacer contigo?
   Deseosa de que confíe totalmente en mí, le abro mi corazón.
   —Encapricharte de mí tanto como yo lo estoy de ti. Quizá, al final, hasta me
quieras y dejes de ocultarme tus secretitos.
   Espero una risa. Una contestación inmediata. Pero PETER cierra los ojos y con el
rostro serio responde:
   —No puedo, LALI. Si despierto las emociones, sólo sentiré dolor y te lo haré sentir
a ti.
   —Pero ¿qué tontería es ésa? —protesto.
   PETER, al ver mi gesto, intenta cambiar de conversación.
   —Mañana ¿qué te apetece que hagamos?
   Me siento en la cama y me retiro el pelo de la cara.
   —PETER LANZANI, ¿qué es eso de que, si despiertas los sentimientos, los dos
sufriremos?
   —La verdad.
   —Mis sentimientos ya se han despertado y ante eso nada se puede hacer. Me
gustas. Me enloqueces. Me encantas. Y no mientas, sé que yo consigo el mismo
efecto en ti. Lo sé. Me lo dice tu cara, tus ojos cuando me miran, tus manos cuando
me acarician y tu posesión cuando me haces el amor. Y ahora dime de una maldita
vez qué son esas medicinas.
   Su mandíbula se contrae y, con un movimiento enérgico, se levanta de la cama.
Voy tras él. Lo sigo hasta el baño, donde se echa agua en la cabeza, coge el neceser,
lo cierra y lo estrella contra la pared. Sin saber qué pasa, lo miro, interrogándolo
con mis ojos.
   —¿Qué ocurre? ¿Qué he dicho para que te pongas así? ¿Esto tiene algo que ver
con las llamadas de la tal Marta y de la tal PAU? ¿Quiénes son? Porque mira, he
intentado callarme, ser prudente y no preguntar, pero... pero ¡ya no puedo más!
   PETER  no me mira. Sale del baño y se para junto a la ventana. Voy detrás de él y me
planto delante de su cara.
   —No huyas de mí. Tú y yo estamos en esta habitación y quiero que seas
totalmente sincero conmigo y me digas lo que te pasa. Joder, PETER, no te estoy
pidiendo amor eterno. Sólo necesito saber qué te ocurre y quiénes son esas
mujeres.
   —Basta, LALI. No quiero seguir hablando.
   Me desespero y, al ver mi cuerpo desnudo en el cristal del armario, decido
vestirme. Me pongo unas bragas, una camiseta rosa y un corto peto vaquero.
Después me vuelvo hacia él.
   —Vamos a ver, ¿de qué es de lo que no quieres seguir hablando?
   —¡He dicho que basta! Por hoy, mi cupo de numeritos ya está lleno.
   —¿Tu cupo de numeritos? Pero ¿de qué estás hablando?
   —Me incomodan tus preguntas.
   Pero yo ya me he envalentonado y soy como un miura que entra a matar.
   —¿Que te incomodan mis preguntas? ¡Anda, mi madre...! Pues que sepas que a
mí me incomoda tu falta de respuestas. Cada día te entiendo menos.
   —No pretendo que me entiendas.
   —¿Ah, no?
   —No.
   Deseo estamparle en la cabeza la lámpara que tengo al lado. Cuando contesta tan
a la defensiva, me saca de mis casillas.
   —¿Sabes? Casi te tenía olvidado, después de que desaparecieras de mi vida, pero
cuando apareciste en la puerta de casa de mi padre...
   —¿Olvidado? —sisea cerca de mi cara—. ¿Cómo me podías tener olvidado y
tatuarte lo que te has tatuado en el cuerpo?
   Tiene razón.
   La frase que me he tatuado es nuestra, y no me veo capaz de rebatirle ese
argumento.
   —De acuerdo, me tatué esa frase por ti. Apenas te conocía cuando lo hice, pero
algo en mi interior me decía que eras alguien importante en mi vida y quería tener
en mi cuerpo algo que fuera sólo de nosotros dos y que durara para siempre.
  —¿De nosotros dos?
  —Sí —grito colérica.
  —Me vas a decir que cuando te acuestes con otro, vea esa frase y te la repita, ¿te
vas a acordar de mí?
  —Probablemente.
  —¿Probablemente?
  —¡Sí! —grito como una loca—. Probablemente me acuerde de ti y cada vez que
un hombre me diga «Pídeme lo que quieras», cuando lo lea en mi cuerpo,
conseguiré ver tus ojos y disfrutar lo que disfruto contigo cuando accedo a tus
caprichos y hacemos el amor.
  Mis palabras lo hieren. Su cara se contrae y da un puñetazo a la pared.
  —Esto es un error. Un error imperdonable por mi parte. Debería haber dejado
que continuaras tu vida con BENJAMIN o con el que quisieras.
  —¡PETER! ¿De qué estás hablando?
  Se mueve por la habitación como un león enjaulado. Su rostro, pétreo.
  —Recoge tus cosas. Te vas.
  —¿Me estás echando?
  —Sí.
  —¡¿Cómo?!
  —Quiero que te vayas.
  —¡¿Qué?!
  —Llamaré un taxi para que te lleve hasta la casa de tu padre.
  Alucinada por la contestación, grito:
  —¡Y una chorra! No llames a un taxi, que no lo necesito.
 PETER  deja de moverse. Me mira y siento el dolor en sus ojos. ¿Qué le ocurre? No
lo entiendo. Tengo ganas de llorar. Las lágrimas pugnan por salir de mis ojos pero
las contengo. Él se da cuenta y se acerca a mí.
  —LALI
  —Me acabas de echar, PETER, ¡ni me toques!
  —Escucha, nena...
  —No me toques... —replico despacio.
  Se detiene a un metro de mí y se pasa las manos por el pelo, nervioso.
  —No quiero que te vayas... pero...
  Ese «pero» no me gusta. Odio esa puñetera palabra. Nunca depara nada bueno.
  —Mira, mejor me voy. Con «pero» y sin «pero», ¡Me voy!
  —Cariño... escúchame.
  —¡No! No soy tu cariño. Si fuera tu cariño no me hablarías como me has hablado
y serías sincero conmigo. Me explicarías quiénes son Marta y PAU. Me explicarías
por qué no puedo mencionar a tu padre y, sobre todo, me dirías qué son esas
puñeteras medicinas que guardas en tu neceser.
  —LALI... por favor. No lo hagas más difícil.
  Convencida de que quiero irme, cojo mi mochila y comienzo a meter mis cuatro
pertenencias en ella. Veo de reojo que me está mirando. Vuelve a mostrarse
inflexible, su cara se contrae y las manos le tiemblan. Está nervioso, pero como yo
estoy furiosa.
  —Eres un imbécil egocéntrico que sólo piensa en ti... en ti y en ti.
  —LALI
  —Olvídate de mi nombre y sigue mandándote mensajes con esas mujeres.
Seguro que ellas saben más de ti que yo.
  —Maldita sea, mujer, ¿quieres dejar de gritar? —vocea.
  —No. No me da la gana. Te grito porque quiero, porque te lo mereces y porque
lo necesito. ¡Gilipollas! Al final le tendré que dar la razón a BENJAMIN.
  Está claro que no esperaba esa frase.
  —¿En qué le tendrás que dar la razón?
  —En que me utilizarías y luego pasarías de mí.
  —¿Eso te ha dicho ese imbécil?
  —Sí. Y me acabo de dar cuenta de que dice la verdad.
  La desesperación lo hace alejarse de mí mientras despotrica como un loco.
  La puerta se abre y NICO y EUGE  entran. Nuestros gritos los han debido de
alertar. EUGE se pone a mi lado e intenta tranquilizarme y NICO va junto a su
amigo. Pero PETER no quiere hablar, sólo blasfema en alemán y sus gritos se
escuchan hasta en la Cochinchina. Sorprendida por aquello, EUGE tira de mí y me
lleva hasta la cocina. Allí me da un vaso de agua y me quita la mochila de las
manos.
   —No te preocupes, NICO  lo tranquilizará.
   Enfadada con el mundo en general, bebo agua y respondo:
   —Pero, EUGE, yo no quiero que NICO lo tranquilice. Quiero ser yo la que lo
haga y, sobre todo, quiero enterarme de por qué es tan hermético con su vida. No
puedo preguntar nada. No me contesta ninguna pregunta. Y encima, cuando se
enfada, se larga corriendo o me echa de su lado, como en este caso.
   —¿Qué ha ocurrido?
   —No lo sé. Estábamos bromeando, hablando y, de pronto, le he preguntado por
unos medicamentos que he visto en su neceser y por los mensajes y las llamadas
telefónicas que recibe continuamente de PAU y Marta.
   Rompo a llorar. La tensión por fin se relaja y puedo llorar. EUGE me abraza, me
sienta junto a ella en la cocina y murmura:
   —LALI... tranquilízate. Estoy segura de que lo vuestro es una discusión de
enamorados y ya está.
   —¿Enamorados? —gimoteo—. Pero ¿has oído lo que te he dicho?
   —Sí. Lo he oído muy bien. Y aunque PETER no te lo diga, te repito lo que te dije
hace unas horas en la playa. Está loco por ti. Sólo hay que ver cómo te mira, cómo
te trata y cómo te protege. Lo conozco desde hace más de veinte años, somos
amigos de toda la vida y créeme cuando te digo que sé que él siente algo muy
fuerte por ti.
   —¿Y por qué lo sabes?
   —Porque lo sé, PETER. Confía en mí y, en cuanto a esas mujeres, no te preocupes.
Créeme.
   En ese instante aparece NICO por la puerta, me mira y murmura con gesto
incómodo:
   —LALI... PETER quiere que subas a la habitación.
   —No. Ni hablar. Que baje él.
   Mi contestación los desconcierta. Se miran y NICO insiste:
   —Por favor, sube, quiere hablar contigo.
   —No. Que baje él —insisto—. Pero bueno, ¿quién se ha creído el marquesito
para que yo tenga que ir detrás de él como una idiota? No. No subo. Si quiere, que
baje él.
  —LALI... —susurra EUGE.
  —Por favor —suplico deseosa de marcharme de allí—, necesito que me llaméis a
un taxi. Por favor...
  EUGE y él se miran alarmados y NICO indica:
  —LALI, PETER ha dicho que...
  Con la rabia instalada en mi rostro, en mis venas y en todo mi ser, replico:
  —Lo que diga PETER me importa un bledo, lo mismo que yo le importo a él. Por
favor, llama un taxi. Sólo te pido eso.
  —No pongas palabras en mi boca que yo no he dicho —dice PETER, que aparece
por la puerta.
  Lo miro. Me mira y volvemos a comportarnos como dos rivales.
  —EUGE, por favor, llama a un taxi —exijo.
  NICO y EUGE se miran. No saben qué hacer. PETER, ofuscado, no se acerca a mí.
  —LALI, no quiero que te vayas. Sube conmigo a la habitación y hablaremos.
  —No. Ahora soy yo la que no quiere hablar contigo y se quiere ir. Me niego a
que me utilices más, ¡se acabó!
  PETER cierra los ojos y respira con fuerza. Mi última frase le ha dolido, pero decide
no contestar. Cuando abre los ojos no me mira.
  —EUGE, por favor, llama a un taxi.
  Dicho esto, se da la vuelta y se va. Diez minutos después, un taxi llega hasta la
puerta de la casa. PETER no ha vuelto a aparecer. Me despido de NICO y EUGE y,

con todo el dolor de mi corazón, me voy. Necesito alejarme de allí y de él.

CAPITULO 41

Dos días después, tras la noche de sexo lujurioso que pasamos en el cuartito de
juegos de NICO y EUGE, la vida sigue su rumbo. Cada vez estoy más colgada por
PETER y él cada vez está más pendiente de mí. Todo lo que necesito o deseo, antes de
que yo lo pida, él me lo da. ¿Se estará enamorando de mí?
Esa mañana, NICO decide encargar una paellita en la playa. Sobre las dos de la
tarde bajamos a comerla al chiringuito. Está deliciosa. La mejor paellita mixta que
he comido en mi vida. El teléfono de PETER suena continuamente y tan pronto leo el
nombre de Marta como el de PAU. No digo nada, él ya lo dice todo con sus gestos.
Tras la paella decidimos tirarnos en la playa un ratito a tomar el sol.
El teléfono de PETER vuelve a sonar. Finalmente observo que teclea en él, pero poco
después se agobia y le pide a Andrés que lo lleve al chalet. Su humor ha cambiado
y, aunque lo intenta disimular, su cara no lo puede negar.
Rápidamente me levanto y comienzo a recoger las cosas. PETER, al verme, me coge
de la mano.
—Quédate con EUGE, cielo. NICO regresará para estar con vosotras.
—No... no, yo me voy contigo —insisto.
—He dicho que te quedes, LALI no quiero compañía. Me duele la cabeza y
quiero estar solo.
Su humor me exaspera.
—Mira, chato, me importa un bledo si no quieres compañía, he dicho que
regreso contigo y no se hable más.
—¡Maldita sea! —gruñe—. He dicho que te quedes.
Su gruñido no me asusta.
—No me gustan los numeritos y menos cuando no sé de qué van. Por lo tanto
me lo vas a aclarar e iré contigo.
Pero PETER se niega. Está irascible y, por más que intento convencerlo, lo único que
consigo es que se enfade a cada segundo más conmigo. Al final, EUGE se interpone
entre los dos y pone paz. Andrés habla algo con PETER y lo tranquiliza. No entiendo
por qué se ha puesto así y me niego a darle un beso cuando se marcha con NICO.
Durante un rato, EUGE y yo permanecemos calladas mientras tomamos el sol,
hasta que ella dice:
—LALI, no te preocupes. No pasa nada.
Me muerdo los labios. Estoy enfadada. Me siento en la toalla.
—Sí. Sí pasa, EUGE. Sus cambios de humor me desesperan. Tan pronto está bien,
como...
—Os conocéis desde hace poco, ¿verdad?
—Sí. Hará unos dos meses más o menos.
—¿Sólo ese tiempo?
—Sí.
Hace un gesto con la cabeza.
—Pues, chica... te aseguro que conozco a PETER desde hace muchos años y nunca
lo he visto tan atontadito con una mujer.
—Sí... seguro.
—Te lo prometo, LALI. No tengo por qué engañarte.
Asiento, deseosa de creer lo que ella dice. Lo necesito. Pero entonces recuerdo lo
enfadado que estaba.
—No lo conozco apenas, EUGE. No me deja conocerlo salvo en el plano sexual y,
aunque con él estoy descubriendo cosas que me gustan y que sin él nunca habría
experimentado, quiero y necesito saber de él. De PETER como persona.
EUGE arruga la comisura de los labios. Quiero preguntarle mil cosas.
—¿Quiénes son PAU y Marta? Cada día recibe varios mensajes de ellas.
Noto que mi pregunta incomoda aEUGE.
—Sé que sabes de lo que hablo. No lo niegues. Por favor, dime qué pasa.
EUGE se sube las gafas de sol para mirarme directamente a los ojos y murmura:
—LALI...
Durante unos instantes, la miro a los ojos y finalmente bajo la mirada, rendida.
Todo es hermético en torno a él y murmuro mientras me tumbo en la toalla:

—De acuerdo, EUGE, tomemos el sol.

CAPITULO 40

  Los maravillosos días juntos continúan y lo ocurrido esa noche se acaba
convirtiendo en una anécdota más. Dedicamos los días a tomar el sol, a charlar y a
disfrutar de nuestra compañía. Los mensajes de la tal PAU siguen llegando e
intento no pensar en ellos. No debo. BENJAMIN también me manda mensajes a mí y
PETER se abstiene de comentarlos.
  Una de las mañanas nos vamos los cuatro de excursión a Tarifa, para ver las
ruinas romanas de Baelo Claudia en Bolonia. Comemos allí en un precioso
restaurante y, cuando vamos a pagar, nos encontramos con PABLO, el amigo de PETER
y otro amigo.
  Nos saludan con afabilidad y juntos vamos todos a tomar un café a una terracita.
Mientras tomamos café, me entero que PABLO es un abogado alemán y que está de
vacaciones por el sur. El otro amigo, un tal Fred, es un viticultor francés. Durante
un rato charlamos de lo primero que sale, pero soy consciente de las miradas que
me lanza PABLO de vez en cuando. PETER también se da cuenta y se acerca a mi oído.
  —PABLO se muere por probarte de nuevo.
  —¿Y no te molesta saberlo?
PETER sonríe y me besa en el cuello.
  —No. Es un buen amigo y sé que nunca haría nada sin mi permiso. Además,
estoy deseando ofrecerte a él de nuevo, si tú quieres.
  El calor se apodera de mi cara y me abanico, mientras PETER sonríe.
  —¿Calor, pequeña?
  —Sí.
  Pasea las manos por mis muslos, con posesión, y veo que PABLO nos observa. PETER,
que está pendiente de todo, murmura:
   —¿Quieres que vayamos a un hotel y te follemos?
   —¡PETER
   —O mejor... ¿Qué tal si vamos a la playa y en el agua...?
   —¡PETER!
   —Sólo pensar en cómo abres la boca cuando jadeas ya me pone duro.
   Divertido, quita las manos de mis piernas. Disfruta con sus provocaciones y yo
me acaloro. Me abanico y PETER sonríe.
   Tras los cafés, cuando nos vamos a despedir, oigo a Andrés preguntar:
   —PABLO, Fred, ¿os apetece venir a mi casa a cenar?
   Aceptan inmediatamente y yo me acaloro más. Tras despedirnos de ellos y
quedar a las nueve, EUGE se me acerca mientras caminamos hacia el coche.
   —¡Uoooo...! Esta noche tenemos fiestecita privada.
   Durante todo el camino de vuelta, PETER no hace más que mirarme y sonreír. Y
cuando llegamos a casa y nos duchamos me estimula, mientras me susurra al oído
que esa noche me va a ofrecer. Tras la ducha, me pide que me vista para la cena
con un vestido verde y unos zapatos de tacón que le gustan y me sugiere que no
lleve ropa interior.
   A las nueve, llegan Fred y PABLO. Siento cómo éste me mira y recorre mi cuerpo
con sus ojos. Eso me inquieta, ya que sé por y para qué ha venido.
   Andrés nos hace la cena. Es un estupendo cocinero y los seis disfrutamos del
asado de carne alrededor de la mesa. Durante la cena, PETER no me quita ojo y veo
que sonríe al notar mis pezones duros como piedras marcarse bajo mi vestido. Está
disfrutando de mi nerviosismo y eso me pone todavía más histérica.
   Nada más acabar la cena, PETER se levanta impaciente, coge mi mano, una botella
de champán y, tras mirar a PABLO, murmura:
   —Vayamos a por el postre.
  PABLO se limpia la boca con la servilleta, sonríe y se dirige hacia donde está PETER.
Yo me quedo ojiplática.
   Me dejo llevar por PETER de la mano. La dirección que lleva es la del cuarto azul
con la cama redonda. En cuanto los tres entramos en la habitación, me suelta y
dice:
   —No te muevas.
   Me paro en seco y veo cómo él se sienta en la cama. Pone tres copas sobre una
mesita y las comienza a llenar. Comienzo a tener calor. Sobre la cama veo varios
botes y... y... el vibrador. Ardo. Me fijo en las sábanas. Brillan. Parecen de plástico
y en ese instante siento que PABLO se me acerca y se queda detrás de mí. PETER coge
una de las copas y comienza a beber.
   —Maravilloso postre —dice, tras dar un trago—, ¿no crees, PABLO?
   En décimas de segundo, las manos de éste se posan sobre mi cintura y bajan por
el contorno de mi trasero mientras Eric nos observa. Cuando llega a las cachas de
mi culo las aprieta.
   —Mmmmm... estupendo.
   Me muevo enloquecida mientras ese hombre me sigue tocando sin decoro. Los
ojos de PETER chispean de excitación cuando nota que mi movimiento facilita que
PABLO me acaricie. Durante unos minutos, se limita a tocarme por encima del
vestido. Mis pezones duros se marcan en éste y él posa su boca sobre la tela. Juega
con ellos hasta que PETER dice:
   —Ven, LALI... voy a desnudarte.
   En décimas de segundo, el vestido cae a mis pies y quedo totalmente desnuda
ante ellos. PABLO se sienta junto a PETER en la cama.
   —Tu mujer me encanta... Es tan sabrosa que deseo chuparla entera.
   Eric sonríe con morbo, me da un cachete en el culo que me escuece y le indica a
su amigo, mientras me acerca a él.
   —Chúpala, es tu postre. Deseo ver cómo lo haces.
   Escuchar eso hace que mi estómago se contraiga y entonces PABLO, aún vestido,
se tumba en la cama.
   —Vamos, preciosa. Ven aquí. Arrodíllate frente a mi cara y dame tu coñito. Eres
mi postre y te voy a comer entera.
   Me subo a la cama y hago lo que me pide, avivada por lo que me dice y, en
especial, por la posesiva mirada de PETER.
   Sin dilación me agarra por los muslos y su boca se pasea, acelerada, por mi sexo.
Lo lame. Lo chupa. Lo succiona. Lo restriega sobre su cara mientras siento que sus
dientes me dan pequeños mordisquitos que me hacen jadear. Cierro los ojos. Estoy
extasiada y mis caderas bailan sobre su boca, mientras mis pechos se mueven de
un lado para el otro.
   No veo a PETER. Está sentado detrás de mí y, debido a mi postura, no puedo ver su
cara. Pero siento su mirada clavada en mi espalda y soy consciente de que nota
cómo restriego mi vagina sobre la boca de su amigo en busca de mi placer. Aquel
nuevo mundo que estoy descubriendo cada vez me gusta más y, a cada instante, su
disfrute es superior al hecho de perder la vergüenza y buscar mi placer. Oigo algo
que se rasga y presupongo que es un preservativo. De pronto siento que PETER me
tira de las caderas y me pone a cuatro patas sobre su amigo. PABLO  junta mis pechos
y se levanta para metérselos en la boca, mientras PETER pone la punta de su pene en
mi húmeda vagina y poco a poco lo introduce.
   Dos hombres. Uno encima y otro debajo. Estoy a su merced. Estoy tan excitada
que noto cómo mis fluidos resbalan por mi pierna cuando oigo la voz de PETER:
   —Sí... empapada para mí.
   Las manos de PABLO y las de PETER están en mi cintura. Cuatro manos me sujetan y
grito al notar que son ellos quienes me mueven para empalarme en el pene de PETER
una y otra vez. A cada grito mío, oigo sus resuellos.
   Una y otra... y otra vez más, Eric me penetra mientras PABLO empuja mis caderas
hacia él, hasta que de pronto noto que algo duro y muy mojado intenta entrar por
el mismo sitio por donde PETER me penetra. Me muevo y PETER susurra.
   —Es un consolador, cariño. Tranquila. Algún día quiero que seamos dos los que
te follemos por el mismo sitio.
   Calor... calor y más calor.
   ¡Voy a explotar!
   PETER continúa sus penetraciones, mientras PABLO me chupa los pezones y, con una
de sus manos, mete poco a poco el consolador junto al pene de PETER. Me dilato. Mi
cuerpo y el interior de mi vagina se amoldan a la nueva intrusión y comienzo a
disfrutar de ellos. Todo es morbo. Todo es caliente. PETER  me da un nuevo azote y
vuelve a penetrarme con fuerza. Yo grito y siento que voy a estallar. PABLO saca el
consolador, lo deja sobre la cama y murmura mientras abre mis muslos para PETER:
   —Eres exquisita.
   Eric detiene sus embestidas y coge el bote de lubricante que se encuentra a
nuestro lado mientras PABLO sigue diciendo cosas calientes frente a mi cara y me da
azotitos en el trasero que me avivan.
   —Ábrela —murmura PETER.
PABLO me coge de las cachas del culo y tira de ellas para separarlas. En ese
instante noto cómo PETER, con la yema de su dedo, aplica lubricante sobre mi ano. El
líquido resbaladizo está templado y noto cómo lo introduce con su dedo. Lo
mete... lo saca y vuelve a meterlo. Jadeo y me muevo inquieta. Nunca he
practicado sexo anal y tengo miedo al dolor. PETER saca el dedo y vuelve a meterlo
con otra buena porción de lubricante. Esta vez su dedo gira en circulitos en mi
interior.
  —Bien, cariño, bien... relájate. Lo estás haciendo muy bien —murmura PETER.
  Gimo y me inclino hacia adelante. Mis pechos caen sobre PABLO, que aprovecha
para mordisquearme los pezones.
  —Sí, preciosa... sí... danos tu precioso culito y te prometo que lo pasarás muy
bien.
  Noto que el dedo de PETER entra y sale cada vez mejor. Gustosa, muevo mi trasero
en busca de aquel nuevo placer cuando siento que PETER introduce dos dedos. La
presión que percibo es tremenda y arqueo la cintura en busca de alivio. Pero el
dolor con dos dedos se me hace insoportable.
  —PETER     PETER, duele.
  Inmediatamente, con cuidado, saca los dedos y mete algo con forma de chupete,
yo gimo al notar cómo mi carne se abre y se amolda a él. Abro la boca en busca de
aire y, cuando siento que PETER me saca lo que me ha metido..., jadeo... jadeo...
jadeo... Instantes después, PETER se acerca a mí y deposita un beso en mi nuca.
  —Ya está, cariño. Por hoy no lo tocaré más.
  PABLO me suelta las cachas del culo y siento que vuelve a abrirme las piernas.
  —PETER  vamos... haz que su pechos bamboleen sobre mí.
  La penetración de PETER es profunda como a mí me gusta. De una embestida, se
mete dentro de mí y yo grito. Mis pechos se mueven ante la cara de PABLO y éste
agarra uno y se lo mete en la boca para mordisquear mi pezón. Cuando lo suelta,
me mira y, mientras me muevo por las embestidas de PETER, PABLO susurra:
  —Espero que PETER me deje probar algún día la estrechez de tu trasero. Tiene que
ser maravilloso follártelo.
  No sé qué decir. Sólo muevo mi cabeza mientras me mira y observo las ganas
que tiene de penetrarme.
  PABLO no me besa. No se acerca a mi boca. Aún recuerda que PETER le indicó que
mi boca es sólo de él. Pero me mira y siento su excitación mientras mi cuerpo salta
sobre él ante las penetraciones de PETER.
  Uno... dos... tres... diez.
  PETER saquea mi cuerpo una y otra vez, hasta que se tensa y cae desplomado sobre
mí. Yo caigo sobre PABLO. El sudor de su frente me empapa la espalda y su boca me
besa en la cintura. Sonrío al sentirlo bien y feliz. Después, saca su pene de mí,
libera su cuerpo del mío y dice:
   —Ahora tú...
  PABLO  asiente, me echa a un lado, se desnuda y coge uno de los preservativos que
hay sobre la cama. Con los dientes, lo rasga y se lo pone rápidamente. PETER me mira
mientras su pecho sube y baja por el esfuerzo que acaba de hacer. Se quita el
preservativo y lo deja a un lado.
   —Túmbate sobre la cama, preciosa —murmura PABLO.
   Cuando lo hago, veo que ambos se levantan, PETER le cuchichea algo y PABLO hace
un gesto afirmativo. Después, ambos se suben sobre la cama y PETER coge la botella
de champán.
   —Junta las plantas de tus pies y flexiona las rodillas.
   De nuevo mi húmedo, abierto y chorreante sexo queda ante ellos. PABLO se
agacha y pasea nuevamente su boca por él, mientras PETER me echa champán en el
ombligo. Mi estómago se contrae y el champán cae descontrolado por él. PABLO
chupa el reguero de alcohol que llega hasta mi vulva y murmura:
   —Mmmmmmm... Maravilloso. Más...
  PETER vuelve a echarme champán. Esta vez sobre mi vulva y yo me arqueo,
mientras PABLO chupa y lame con avidez el frescor que el champán deja sobre mí.
   —Mastúrbate para nosotros, LALI—pide PETER, mientras me entrega un vibrador
para el clítoris.
   Vuelve a echarme champán en mi sexo y agradezco de nuevo el frescor, pero
PABLO lo seca rápidamente a lengüetazos. Enciendo el vibrador y lo pongo al uno
sobre mi ya hinchado clítoris. Me muevo sofocada y lo subo al dos. Jadeo al notar
cómo se abre la flor que hay en mí ante aquel runruneo y, cuando PETER lo pone al
tres y PABLO apoya sus manos en mis muslos para que no los cierre, el calor se
apodera de mi cuerpo y despego el vibrador de mi clítoris mientras grito y alzo las
caderas.
   PABLO deseoso de entrar en mi interior y, más tras lo que acabo de hacer, coge mis
muslos y se los pone sobre sus hombros. Me penetra con cuidado. Yo grito y él
vuelve a penetrarme, mientras PETER se acerca a mí por la cabecera de la cama, riega
su pene con champán y me lo mete en la boca.
   —Todo tuyo, pequeña.
   Excitada por mi situación, jugueteo con el glande de PETER en mi boca. Dibujo
círculos con la lengua alrededor de la corona y siento que reacciona. Su pene se
ensancha y agranda mientras lo succiono, escucho a PETER gemir y PABLO me penetra.
Como tengo los brazos sueltos, llevo mis manos hasta sus testículos y los acaricio
lentamente.
   —Ahhh... —susurra.
   Me llenan entre los dos.
   PABLO por mi vagina y Eric por mi boca hasta que siento que PETER se retira con su
pene duro y erecto y observa cómo mi cuerpo se mueve ante las penetraciones de
PABLO.
   —¡Dios, me voy a correr! —jadea éste.
   Me coge por las caderas y me aprieta contra él. Eso me hace retorcerme y gemir.
Mis pechos se bambolean delante de ellos, mi cuerpo se arquea y grito:
   —¡Más!
   PABLO sale de mí y vuelve a entrar. Abro los ojos y miro a PETER que me observa a
mi lado y siento la lujuria en sus ojos. Me gusta. Me excita. PABLO da un grito de
placer, se echa hacia atrás y se deja ir. Eric se sienta sobre la cama se pone un
preservativo y me dice:
   —LALI, ven... siéntate sobre mí.
   Con las piernas temblorosas, me muevo y lo obedezco. Estoy dispuesta a que me
penetren otra vez. Lo deseo. Su pene entra en mi ensanchada vagina y sin piedad
alguna me aprieta contra él.
   —Así... vamos, cariño, aráñame al espalda.
   Jadeo... grito y lo araño. Durante unos minutos, PETER bambolea sus caderas en
círculo y su pene se mueve dentro de mí al mismo tiempo que yo me estrujo contra
él. Adoro esa sensación de plenitud.
   —PETER...
   —Dime, cariño... —susurra mientras me aprieta una y otra vez y me da la
impresión de que me va a partir en dos.
   —Me gusta... oh... sí... me gusta.
   Asiente con los ojos encendidos.
   —Lo sé, pequeña... lo sé.
   PABLO, colocado a nuestro lado, nos observa y, segundos después, se pone detrás
de mí y me toca los pezones con sus dedos mientras PETER vuelve a apretarme contra
su enorme erección.
  —Hoy no, cariño... pero otro día te penetraremos los dos por la vagina.
  Un espasmo me recorre el cuerpo. Grito... Jadeo.
  Un chillido llama mi atención y de pronto veo a EUGE sobre la cama. ¿Cuándo
han entrado?
  Está en la misma tesitura que yo. Pero ella está siendo penetrada por los dos
hombres. NICO, su marido, la penetra por la vagina, mientras Fred la penetra con
holgura y fuerza por el ano. Nuestras miradas se encuentran y la carne se me pone
de gallina. Ambas disfrutamos de lo que esos hombres nos hacen, mientras nos
sentimos sus muñecas, sus juguetes y accedemos a sus caprichos.
  Siento que un orgasmo devastador va a salir de mí... calor... calor... calor...
  Mi vagina se contrae y succiona la enorme erección de PETER. Los dos gritamos. Yo
me dejo ir, mientras PETER se bebe mi orgasmo.
  Agotada, me quedo entre sus brazos y él me dice dulces y bonitas palabras de
amor. Parece mentira que tengamos esa intimidad rodeados por otras personas.

Pero sí. Ése es un momento totalmente íntimo entre él y yo.