sábado, 31 de octubre de 2015

CAPITULO 10

Dos días después, mi cuñada Marta llama por teléfono y esa
noche quedamos para salir de juerga con ella.
¡Guau, me apetece un montón!
En un principio, habíamos quedado Graciela y yo, pero al
final los chicos se apuntan. No quieren que vayamos solas y,
cuando llegamos a la puerta del Guantanamera, observo la cara
de mi amor y sé que no es un acierto que esté allí.
Cuando entramos, veo que Anita, Marta con Arthur y unos
amigos ya están bailando en la pista. Yo sonrío. Mira que le va
ese bailoteo a mi cuñada la alemana. PETER la observa. Nunca la
ha visto bailar así y, sorprendido al ver cómo se contonea,
pregunta:
—¿Por qué pone esas caras mi hermana?
Divertida, la miro en el momento en que Marta nos ve y,
soltando una carcajada, corre hacia nosotros con su novio
detrás. Nos saludamos.
De pronto, me fijo en un chico que baila en la pista con
Anita. ¿De dónde ha salido ese pedazo de bombón? Marta, al
ver la dirección de mi mirada, cuchichea:
—Impresionante, ¿verdad?
Asombrada, asiento. Se trata de un morenazo increíblemente
sensual.
—Lo hemos bautizado como Don Torso Perfecto.
—Telita cómo está el Don —murmuro.
—Se llama Máximo —susurra Marta.
—¿Y quién es?
—Un amigo de Reinaldo.
—¿Es cubano?
—No, argentino y está buenísimo, ¿verdad?
—Ya te digo.
Asiento. Negarlo sería una de las mayores mentiras del
mundo. Bloqueadas, estamos observando cómo Anita baila salsa
con el argentino, cuando de pronto PETER dice a mi lado:
—Tu bebida, LALI.
Al coger lo que me ofrece, veo en sus ojos que ha oído
nuestra conversación y que está molesto.
Ay, mi niño, que se me pone celosón.
Sonrío. No sonríe.
Me acerco a él y, besándolo, murmuro:
—A mí sólo me gustas tú.
—Y Máximo —se mofa.
Al final, tras besuquearlo con insistencia, consigo que sonría
y me bese. Durante el rato que el grupo charla, me doy cuenta
de cómo Dexter y PETER se comunican con la mirada cuando pasa
una mujer que les resulta atractiva. Me río. No me puedo
enfadar. Yo también tengo ojos en la cara.
PETER paga una ronda de mojitos cuando suena una canción y
casi todos gritamos:
—¡Cuba!
Sorprendido, PETER me mira. Yo comienzo a contonearme
lenta y pausadamente al son de la música y observo cómo mi
marido me escanea con su azulada mirada. El vestido corto que
llevo le gusta, me lo compró él en nuestra luna de miel, y,
tentándolo, digo:
—Ven. Vamos a bailar a la pista.
Mi chico arquea las cejas y niega con la cabeza.
Sólo le falta decirme «¡Ni loco!».
Estamos de regreso en Alemania y la naturalidad de sus
actos en nuestra luna de miel parece haber desaparecido. Eso
me apena. Me gustaba mucho el PETER desinhibido. Me observa
con gesto serio y al ver que yo no paro de moverme, dice:
—Ve tú a la pista.
Deseosa de bailar y cantar la canción del grupo Orishas que
suena, salgo a la pista con mis amigos y bailo junto a ellos.
Nuestros movimientos son lentos y sensuales. La música entra
en nuestros cuerpos y cantamos.
Represent, represent,
Cuba orishas underground de la Habana.
Represent, represent,
Cuba, hey mi música.
La pista se llena.
Todos bailamos la canción, mientras la cantamos a voz en
grito y observo que Eric no me quita ojo. Me vigila. No está
cómodo.
Llega mi amigo Reinaldo. Ve a PETER y corre a saludarlo.
Ambos sonríen. Mi rubio le presenta a Dexter y Graciela y le
señala dónde estoy yo. Reinaldo, con su gran sonrisa cubana,
corre hacia la pista y, agarrándome por la cintura, comienza a
bailar esa calentita canción.
Represent, represent,
Cuba orishas underground de la Habana.
Miro a PETER y me doy cuenta de que ese bailecito que nos
estamos marcando no le está gustando un pelo. Rápidamente,
me suelto y toda la pista comienza a saltar mientras cantamos.
Aprenderás que en la rumba está la esencia.
Que mi guaguancó es sabroso y tiene buena mezcla.
A mi vieja y linda Habana un sentimiento de mañana.
Todo eso representas,
¡Cuba-a-a!
El local entero jalea la canción y baila y, cuando termina, el
Dj cambia de ritmo y yo vuelvo con mi marido, sedienta. Cojo el
mojito y le doy un trago considerable.
—¿No bailas, cielo?
PETER me mira... me mira y me mira y al ver cómo sudo, pregunta,
retirándome el pelo de la cara:
—¿Desde cuándo me gusta bailar?
Su respuesta es borde a tope, pero como no quiero discutir
ni recordarle que en nuestra luna de miel bailó todo lo que quiso
y más, se lo paso por alto y, agarrándole del cuello, murmuro:
—Vale, pues entonces, bésame. Eso te gusta, ¿verdad?
¡Sonríe por fin!
Me besa y disfrutamos de nuestro beso, pero de pronto
Marta tira de mí, me lleva a la pista y comenzamos a bailar la
Bemba colorá. El semblante de PETER vuelve a oscurecerse. Está
claro que no le está gustando un pelo el Guantanamera.
Graciela nos mira y le hago una seña para que se nos una. No
lo piensa y sale a la pista con nosotras, mientras menea las
caderas. Dexter y PETER se miran y ambos resoplan.
¡Vaya dos!
Rápidamente se nos unen Reinaldo, Anita, Arthur, un par de
amigos cubanos y Don Torso Perfecto.
Madre mía. De cerca, el argentino todavía está mejor.
Como no es la primera vez que voy a ese local, ya sé cómo
bailan. Hacemos un corrillo y, en medio, pareja por pareja
demuestran su gracia en el bailoteo calentito y sabrosón. Marta
y yo nos movemos como dos locas mientras gritamos
«¡Azúcar!».
Cuando la canción acaba, regreso junto a PETER. Vuelvo a estar
sedienta y él, con gesto incómodo, me mira y pregunta:
—¿Va a ser así toda la noche?
Observo que Dexter le dice algo a Graciela y que ella pone los
ojos en blanco. Vuelvo a mirar a mi chico no latino y pregunto,
tras beber un enooooooorme trago de mi rico mojito:
—¿No te gusta el vacilón?
Esa palabra no la entiende y, al ver su cara, insisto:
—¿No te gusta la fiesta y el buen rollito que hay aquí?
PETER, o mejor dicho, Iceman, mira alrededor y, con su sinceridad
aplastante, responde:
—No. No me va nada. Pero a ti sí, ¿verdad?
Tras acabarme el mojito, lo miro y, a pesar de que sé que le
molesta, contesto:
—Ya tú sabes mi amol.
Las aletas de la nariz se le mueven.
Guauuuu, ¡excitante!
Luego, acercándome a él, murmuro:
—Me pones como a una Ducati cuando eres tan terrenal.
Pego mi cuerpo al suyo. Incluso con tacones le llego a la
nariz. Eric no se mueve. Sólo me mira y yo empiezo a mover mi
cuerpo lentamente al compás de la música. Noto su erección y,
besándolo, pregunto:
—¿Quieres que nos vayamos a casa?
Asiente sin dudarlo y yo sonrío.
Cuando llegamos, son las dos y cuarto de la madrugada, nos
despedimos de Dexter y Graciela y, cuando entramos en nuestra
habitación, PETER sigue ceñudo.
Yo estoy algo perjudicá con los mojitos y, acercándome,
digo:
—Oye, cariño...
Pero no puedo decir más.
Iceman me agarra entre sus brazos y, con una pasión que me
deja sin habla, me besa y me devora. Me empotra contra la
pared y, arrancándome las bragas, dice cerca de mi boca, mientras
se desabrocha los pantalones:
—No me gusta que bailes con otros.
Me penetra de un empellón que me hace jadear.
—No quiero que vuelvas a ir a ese sitio, ¿entendido?
Su pasión me enloquece, pero tonta no soy. Me agarro con
fuerza a sus hombros y, mirándolo, respondo sin perder la
cordura:
—Mis amigos van allí, ¿dónde está el problema?
El semblante de PETER se torna de nuevo sombrío. Agarra mis
caderas, me vuelve a apretar contra él y yo grito. Su profundidad
me vuelve loca, ¡me encanta!, y sisea:
—No me gusta ese local.
Lo beso y, cuando separo mis labios de los suyos, contesto:
—A mí sí. Me lo paso bien y no hago mal a nadie.
—Me lo haces a mí —masculla, empalándome de nuevo.
Me falta el aire. Pero nuestro caliente juego me gusta y,
deseosa de más, susurro:
—No, cariño. A ti nunca te haría mal.
Tras una nueva penetración, PETER jadea y murmura:
—Demasiados hombres mirándote.
—Pero sólo soy tuya.
Su boca vuelve a tomar la mía. Sus manos bajan a mi trasero.
Me sujeta por él y me penetra una y otra vez. No descansa. Está
furioso y su furia me encanta. Me abro. Me deleito con ese
momento tan terrenal. Tan pasional hasta que mi cuerpo no
puede más y, apretándome contra él, un placer intenso y adictivo
sale de mí.
PETER, al notarlo, incrementa sus acometidas una y otra y otra.
Se hunde en mí sin descanso hasta que un varonil gruñido me
hace saber que ha llegado al límite.
Sin soltarnos, seguimos contra la pared. Nos encanta esa
clase de sexo. Nuestras respiraciones están agitadas y, mirándolo,
digo:
—Vaya, te ha excitado el Guantanamera.
Él me mira y, al ver mi sonrisa, al final sonríe también y
dice, abrazándome:
—Me excitas tú, pequeña... sólo tú.
No vuelve a prohibirme nada. Sabe que no debe. Aunque ya
me ha quedado claro lo que piensa del Guantanamera.
Esa noche, tras hacer de nuevo el amor como salvajes bajo la
ducha, dormimos abrazados y muy... muy enamorados.
Los días pasan y Dexter y Graciela no avanzan.
Me tienen aburrida.
PABLO llama para cenar con Graciela, ella acepta y Dexter no
dice nada.
Pero ¿este hombre no tiene sangre en las venas?
Al día siguiente le pregunto a Graciela por su cita y,
encantada, me comenta que PABLO se comportó como un
caballero en todo momento. Cero sexo.
Sinceramente, no me sorprende. Si algo tiene PABLO, aparte
de estar buenísimo, es que es un auténtico gentleman y un buen
amigo de sus amigos.
El colegio de Flyn comienza. En su primer día de clase está
nervioso. Durante el trayecto, Norbert y yo sonreímos al verlo
tan feliz. Lleva en su mochila el regalo que ha hecho para su
amiga especial Laura y está deseoso de dárselo.
Pero su expresión ya no es la misma cuando vamos a buscarlo
por la tarde. Está triste y compungido.
—¿Qué ocurre? —le pregunto.
Con lágrimas en los ojos, mi pequeño coreano alemán me
mira y murmura, con el regalo aún envuelto en sus manos.
—Laura ya no está en el colegio.
—¿Por qué?
—Me ha contado Ariadna que sus padres se han mudado de
ciudad.
Ay, mi niño. Su primera decepción en el amor.
Qué pena. ¿Por qué el amor es siempre tan puñetero?
Lo abrazo y se deja abrazar mientras Norbert conduce. Beso
su cabecita morena e, intentando buscar las mejores palabras
que mi padre diría, consigo decir:
—Escucha, Flyn, entiendo que estés triste por no ver a Laura,
pero tienes que ser positivo y pensar que ella, aunque no esté en
este colegio, está bien. ¿O preferirías que estuviera mal?
El crío me mira, niega con la cabeza y dice:
—Pero ya no la volveré a ver.
—Eso nunca se sabe. La vida da muchas vueltas y quizá
algún día te vuelvas a reencontrar con tu amiga.
Mi pequeño no contesta e, intentando que sonría, propongo:
—¿Qué te parece si vamos a comprarle algunos regalos a
PETER? El sábado es su cumpleaños.
Asiente. Rápidamente, le indico a Norbert que se desvíe y
nos lleve a una joyería donde sé que hay un reloj que a mi marido
le gusta. Cuesta un pastizal, pero oye, ¡nos lo podemos
permitir!
Cuando entramos en la joyería, a mí no me conocen, pero a
Flyn y a Norbert sí y, cuando digo que soy la señora LANZANI,
sólo les falta ponerme una alfombra roja y tirar pétalos de
rosa a mi paso.
¡Qué fuerte! Lo que hace el tener dinero.
Tras comprar el reloj y una pulsera de cuero negro que a
Flyn le ha gustado para su tío, dejo que lo envuelvan todo para
regalo y me entristezco al ver la carita de mi sobrino. No me
gusta verlo tan triste, después de que el último mes haya estado
tan feliz. Cuando subimos al coche, intento que sonría.
—¿Sabes que dentro de dos fines de semana participo en una
carrera de motocross junto con Jurgen?
—¡Haaaala! ¿Sí?
Asiento y pregunto:
—¿Quieres ser mi ayudante?
El crío asiente, pero no sonríe y yo insisto:
—¿Qué te parece si el próximo fin de semana comenzamos
tus clases con la moto?
Su expresión cambia y los ojitos se le iluminan.
Desde antes de nuestra boda, el pequeño quiere aprender a
montar en moto y por eso le pedí a mi padre que aprovechara el
verano y le enseñara primero a montar en bicicleta. Eso me
facilitaría la tarea.
Pienso en PETER y se me abren las carnes. Sé que esas clases
me traerán más de un dolor de cabeza, pero también sé que
finalmente PETER aceptará. Mi chico prometió cambiar su actitud
ante todos y ha de demostrarlo.
Flyn comienza a hacerme preguntas de la moto. Yo le
respondo como buenamente puedo, hasta que me mira y dice:
—El tío PETER se enfadará, ¿verdad?
Quitándole importancia, lo beso en la cabeza y contesto, convencida
de que tiene razón:
—Tú, tranquilo. Te prometo que lo convenceré.
Pero Flyn y yo acertamos. Esa tarde, cuando Dexter y Graciela
se marchan para arreglar unos asuntos de su empresa, le
hablo a PETER sobre el tema y se enfada.
—¿Y por qué has tenido que recordárselo? —me dice, desde
el otro lado de la mesa de su despacho.
—Escucha, PETER —respondo, mirando la estantería con sus
armas—. Flyn estaba destrozado por la pérdida de Laura y yo he
pensado que...
—Has decidido que cambiara a Laura por una moto, ¿no?
Lo miro. Me mira.
Nos retamos como siempre con la mirada y añado:
—Antes de la boda le prometiste que aprendería a montar en
moto.
—Sé lo que le prometí. Lo que no entiendo es por qué has
tenido que recordárselo.
En eso tiene razón. Como siempre, he sido demasiado
impulsiva. No pienso las cosas y así me va luego. Pero como no
escarmiento, añado:
—Él me lo hubiera pedido igualmente. Dentro de dos fines
de semana participo con Jurgen en una carrera y...
—¿Que vas a hacer qué?
Oh... oh... Mal rollito.
Frunce el cejo y noto que se tensa. Pero dispuesta a que
cumpla lo que prometió en su día, aclaro:
—Te lo dije. Lo sabes desde hace un mes. Te dije que Jurgen
me avisó de esa carrera y tú mismo me dijiste que te parecía
bien que participase. ¿Por qué si no ordenaste que trajeran mi
moto en tu avión?
Asombrado, me mira y pregunta:
—¿Yo lo ordené?
—Sí. Y si tienes menos memoria que Doris, la amiga de
Nemo, ¡no es mi problema! —Y antes de que diga nada más,
añado—: Pero bueno, eso ahora no importa, lo que importa es
hablar de Flyn.
PETER me mira con el cejo fruncido.
—Comienza el curso escolar y no quiero que se distraiga de
los estudios. Deja las clases de moto para la primavera.
—¡¿Cómo?!
—LALI, por el amor de Dios. A Flyn le da igual aprender
ahora que dentro de un tiempo.
—Pero yo le he prometido que...
—Lo que tú le hayas prometido no es asunto mío —me corta
con voz seca—. Además, la moto de Hannah o la tuya son muy
altas para él. Habría que comprar una adecuada para un niño.
—Buenooooo... —resoplo.
Yo aprendí con la moto de mi padre y aquí estoy, ¡enterita!
—Mira, LALI, está claro que aprenderá a montar en moto,
pero ahora no es el momento.
—Ahora sí lo es.
Tensión...
Mucha tensión.
—LALI... —sisea.
Sin amilanarme, respondo:
—PETER...
Llevaba un tiempito sin sentir esta sensación. Me mira con
sus helados ojos de Iceman y mi estómago se contrae. Dios,
¡cómo me pone! Y cuando voy a decirle que no quiero discutir,
suena el teléfono. PETER lo coge, me hace una seña y yo entiendo
que es trabajo.
Espero cinco minutos para retomar la conversación, pero al
ver que aquello se alarga, decido salir del despacho e ir a la
cocina a tomar algo. Cuando entro, me encuentro con Flyn allí
sentado. Vuelve a estar cabizbajo. Sostiene todavía el paquetito
envuelto para Laura y al verme me mira y dice:
—No quiero que el tío y tú discutáis.
—No pasa nada, cariño.
—Pero he oído que el tío se ha enfadado.
—Se ha molestado porque ha recordado que yo voy a participar
en una carrera de motos, no porque tú vayas a aprender
—le miento y, al ver su carita, insisto—: No pasa nada, cielo,
créeme.
—Sí, sí pasa. Os enfadaréis y tú te volverás a ir.
Al oír eso, sonrío. Mi pitufo gruñón me quiere y eso me llega
al corazón. Por eso, sentándome en una silla a su lado, hago que
me mire.
—Mira, Flyn, tu tío y yo nos queremos muchísimo, pero aun
así somos tan diferentes en tantas cosas que nos va a resultar
muy difícil no discutir. Pero aunque discutamos, eso no quiere
decir que yo me vaya a ir, porque para que yo me vaya y te deje a
ti y a él, tiene que ocurrir algo muy... muy... muy grave y eso no
voy a permitir que ocurra, ¿de acuerdo?
El niño asiente. Lo cojo de la mano y hago que se siente
sobre mis piernas. Todavía me sorprende haber conseguido esa
cercanía y, cuando me abraza y apoya su cabecita en mi hombro,
murmuro:
—Me encantan tus abrazos, ¿lo sabías?
Noto que sonríe y, durante más de cinco minutos continuamos
así, sin hablar y sin movernos, hasta que él, mirándome
de nuevo, dice:
—A mí me encanta que vivas con nosotros.
Ambos reímos y volviéndome a sorprender, añade, cogiendo
mi mano:
—Ya que Laura se ha ido, quiero que el regalo sea para ti.
—¿Estás seguro?
Flyn asiente y yo cojo el regalo.
Abro el papel y sonrío al ver una pulserita hecha a mano con
las piezas de un juego de las Bratz de mi sobrina, que, curiosamente,
es de mi color preferido: ¡Lila!
—Es preciosa, ¡me encanta!
—¿Te gusta?
—Por supuesto que me gusta. —Y, poniéndomela, extiendo la
mano y pregunto—: ¿Qué tal la ves?
—Te queda muy bien. Además, la hice de tu color preferido.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo dijo Luz y recuerdo que un día el tío también lo
comentó.
Saber eso me hace sonreír y, dándole un beso, murmuro:
—Gracias, cariño. Me encanta el regalo.
—No discutas con el tío por mí.
—Flyn...
—Prométemelo —insiste.
Deseosa de que vuelva a sonreír, pongo mi pulgar junto al
suyo y afirmo:
—Te lo prometo.
Me abraza con fuerza. Tan fuerte que hasta me hace daño en
los hombros, pero no me quejo y, dispuesta a que ese niño sea
feliz sí o sí, digo haciéndole cosquillas:
—Te voy a comer a besos, ¿sabes?
Él suelta una carcajada y yo, encantada, me río también,
hasta que de pronto los dos somos conscientes de que PETER está
en la puerta. Nos mira. Su mirada, como siempre, me impacta.
Se acerca a nosotros y, agachándose para estar a nuestra altura,
dice:
—Punto uno —eso me hace sonreír—, LALI no se va a ir de
nuestro lado nunca, ¿entendido? —El crío asiente y PETER
prosigue—: Punto dos, compraremos una moto para un niño de
tu edad, así podrás comenzar las clases con LALI. Y punto tres,
¿qué te parece si ahora nos vamos de compras para que LALI sea
la más guapa en la Oktoberfest?
Flyn parpadea, se tira a los brazos de su tío y después sale
corriendo de la cocina. Yo todavía no entiendo nada. ¿Qué ha
pasado? No me muevo cuando mi loco amor, arrodillado ante
mí, murmura:
—Muy... muy... muy... muy grave tiene que ser lo que ocurra
entre tú y yo para que te deje marchar, ¿entendido, pequeña?
Al escuchar eso, sonrío y pregunto:
—Has escuchado la conversación, ¿verdad?
PETER asiente y, acercando su boca a la mía, susurra:
—He escuchado lo suficiente como para saber que mi
sobrino y yo estamos locos por ti y que ya no sabemos vivir sin
nuestra morenita.
Me desarma...
Sus palabras derriban todas mis defensas...
Lo beso y, gustoso, responde. Le deseo desesperadamente y
cuando mis manos lo agarran con más pasión, PETER me para y
dice:
—Aunque lo que más deseo en el mundo en este momento es
desnudarte y hacerte mía mil veces, ahora no puede ser.
Yo protesto.
Él sonríe y dice al ver mi cara:
—Flyn regresará en seguida para que nos vayamos de
compras.
—¿De compras, adónde?
Una vez nos levantamos los dos, mi chico me besa... me
besa... me besa y, cuando he perdido el sentido común por completo,
dice, dándome un empujoncito en el trasero:
—Vamos, debemos ir a comprarte algo bonito para la gran
fiesta de Múnich.
Horas después, en una tienda de lo más típica, nos encontramos
con Dexter y Graciela. Al vernos, vienen a nuestro
encuentro y me divierto comprando los trajes típicos bávaros.

¡Nos vamos de fiesta!