martes, 31 de enero de 2017

CAPITULO 76

—Pues yo digo que sí la llevemos —dijo pausadamente Nico. En aquella joven 
había algo que le había llegado a lo más hondo. Si Euge estaba tan desesperada 
por escaparse del convento, Nico no encontraba razón para no ayudarla. 
Peter entornó los ojos. Nunca había visto a Nico tan empeñado en ayudar a 
una mujer en apuros.
—No pienso cargar con esa responsabilidad. Han puesto precio a mi cabeza, y
nos acechan mil peligros en este país extranjero.
Se lo dijo a Nico en inglés; Euge miraba a uno y luego al otro, deseando ser
capaz de entender lo que decían. Era evidente que estaban hablando de ella.
—Yo me hago responsable de ella —adujo Nico.
Peter no tenía tiempo ni ganas de quedarse allí hablando con Nico. La
impaciencia le estaba reconcomiendo. Estaba tan cerca de alcanzar su objetivo que
habría accedido a lo que fuera.
—Muy bien, pero asegúrate de que no cause problemas. De camino hacia aquí
he visto una posada en la villa de Lebrija. Que te den habitaciones para todos
nosotros. Yo iré con Lali en cuanto pueda.
—Gracias, Peter. No sé por qué, pero tengo la sensación de que eso es lo que
debemos hacer. —Se volvió a Euge y le explicó con suavidad—: Os vamos a llevar
con nosotros.
En los ojos de Euge brillaron lágrimas. Hasta la llegada de aquellos ingleses,
había desesperado de encontrar una manera de escapar del convento. Se sintió tan
agradecida que procedió a abrazar a Nico, lagrimeándole la casaca.
La impaciencia pudo más que Peter.
—Las indicaciones que ibais a darme, señorita Euge . ¿Cómo puedo
encontrar a Lali?
Euge se secó los ojos y le dio explicaciones precisas de cómo llegar a la sobria
celda de su esposa.
—La puerta no está cerrada con llave, señor —le dijo—. No se nos permite
mucha intimidad.
Peter asintió secamente y, girando sobre sus talones, se internó en la
oscuridad, mientras Nico cruzaba con Euge la puerta del convento, la aupaba a su
caballo y montaba a su vez detrás de ella.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella, sin aliento.
—Os llevo al pueblo, donde esperaremos a Peter y a Lali —le explicó Nico.
Su brazo se curvó posesivamente sobre la cintura de Euge, y súbitamente sintió
que deseaba a aquella mujer. Se endureció de inmediato, preguntándose si Euge
sería todavía virgen, o si acaso su "terrible" pecado habría tenido por resultado la
pérdida de la inocencia.
Peter recorrió sigiloso los pasillos desiertos, siguiendo al pie de la letra las
indicaciones de Euge. Todo estaba oscuro, salvo por las velas que ardían en cada
intersección, que alumbraban a Peter lo suficiente para girar donde tenía que girar
y para ir contando las puertas que había a cada lado de los largos pasillos. Cuando
por fin llegó a la que Euge le había indicado, se detuvo a coger aire para
tranquilizarse y giró el picaporte. La puerta se abrió sin ruido y él se coló dentro. Un
brillante rayo de luna se derramaba por la ventana. Como ya tenía la vista hecha a la
oscuridad, no necesitó ningún ajuste para ver a Lali junto a la cama, envuelta desde
el cuello hasta los pies en un amplio camisón blanco.
Embebida en sus plegarias, Lali no había oído el crujido de la puerta al abrirse
ni el sonido de los pasos de Peter al acercarse. Hipnotizado por los juegos de la luz
de luna sobre la cabeza inclinada de Lali, Peter se quedó absolutamente inmóvil,
mirándola con incontenible deseo. Notó con alegría que le había crecido el pelo, y
ahora le cubría los hombros como una cortina negra. Estaba descalza, y sus perfectos
deditos rosados eran la única parte visible de su cuerpo, aparte de las manos y la
cara. Consumido por esa visión, Peter parecía incapaz de moverse, y hasta de
pensar.
Lali rezaba fervientemente, según tenía costumbre de hacer sin falta todas las
noches antes de acostarse. Rezaba por que Peter estuviera bien y feliz dondequiera
que estuviese, por que su niño naciera sano, por que Euge fuera algún día
liberada de su encierro forzoso. Aunque Lali se había resignado a una vida austera,
sabía que Euge anhelaba algo más.
De pronto, sintió que no estaba sola. Lo primero que pensó fue que era otra vez
Euge.
—Me alegro de que hayas venido a pasar un rato, Euge —dijo sin volverse—
. Termino en un instante.
Sus palabras hicieron que los miembros paralizados de Peter se relajaran, y
éste se acercó sin hacer ruido a la cama a cuya vera estaba Lali arrodillada. Sonrió
al recordar cómo se había pasado de rodillas casi todo el tiempo en aquellos primeros
días que pasaron juntos.
Se quedó de pie detrás de ella, tan cerca que habría podido tocarla con sólo
alargar la mano. Su aroma especial, dulcemente seductor pero sutilmente evasivo, le
encandilaba más allá de lo soportable. Le temblaba la mano cuando la posó con la
mayor suavidad sobre el hombro derecho de Lali. Sintió el momento exacto en que
ella se daba cuenta de que era él, y no Euge, quien había entrado en su cuarto: el
cuerpo se le puso tenso y se le aceleró la respiración. Entonces se volvió lentamente,
con el nombre de Peter acariciándole los labios en un suspiro estremecido.
Lali también fue consciente del preciso instante en que se dio cuenta de que
Peter estaba en su cuarto, con ella. Sintió el poderoso encanto de su presencia,
percibió el calor de su cuerpo. Inspiró el embriagador aroma del cuero, de los
caballos y de algo más que sólo él tenía. Sintió la descarga eléctrica de su piel, y supo
que no estaba soñando. Mientras se daba la vuelta, parpadeó asombrada de la sed
que ardía en lo más hondo de los ojos de Peter.
—Lali... —Ayudándola a levantarse, él clavó en sus oscuros e inquisitivos
ojos los suyos, sospechosamente húmedos. Pero no intentó abrazarla. Por el
momento. Primero quería saber lo que ella sentía hacia él—. Gracias a Dios que te he

encontrado. He vivido un infierno desde que te fuiste. ¿Por qué? ¿Por qué me
dejaste?

lunes, 30 de enero de 2017

CAPITULO 75

—¿Cómo se llega al cuarto de Lali? —preguntó Peter. Llevaba tanto tiempo 
esperando ese día que a duras penas lograba contener la excitación. 
Euge lo escrutó entornando los párpados. De pronto, la aparición de Peter 
le pareció una señal de Dios. Su despierta mente vio en aquello su vía de escape de la 
insostenible situación que le había impuesto su padre. Sus ojos brillaron desafiantes
en la oscuridad, y alzó la barbilla para enfrentarse a Peter .
—No os lo voy a decir. Y no podréis averiguarlo por vos mismo sin despertar a
todo el convento. Los pasillos son un laberinto de pequeñas celdas, todas ocupadas
por hermanas y novicias.
Peter frunció encolerizado los ojos. Agarró a Euge por los hombros y le
pegó una violenta sacudida. Euge tembló, pero se mantuvo obstinadamente
callada.
—¿Para qué me habéis dejado entrar si no pensáis decirme dónde está Lali?
—Peter , que le haces daño —advirtió Nico. Se dirigió a Euge en tono
suave—: Me llamo Nico Riera. Debéis tener alguna razón para negarle a Peter
lo que os pide. —Hablaba el español titubeando y no tan bien como Peter, pero al
parecer Euge le entendió.
Pero Euge tenía la boca seca, era incapaz de formular una respuesta.
—¿Me entendéis, Euge? ¿Por qué no lleváis a Peter donde Lali?
—Irrumpiré en todos los cuartos del convento si es necesario —amenazó
Peter.
Euge se quedó mirándole. Tuvo que humedecerse los labios con la punta de
la lengua para poder hablar.
—Sólo os diré dónde está si me prometéis llevarme con vos.
—¡Cómo! Sin duda estáis bromeando. —Las palabras de Peter estaban
teñidas de estupefacción—. ¿Qué diría vuestra familia?
—Para mi familia estoy muerta —dijo Euge con tristeza—. Cometí un
pecado terrible. Me repudiaron y me mandaron aquí en castigo. Probablemente me
voy a pasar el resto de mi vida detrás de estos muros.
—Con lo joven que sois. ¿Qué terrible pecado es el que habéis cometido? —
preguntó Nico.
Euge bajó la cabeza, avergonzada. No lograba encontrar las palabras para
contarles a aquellos auténticos desconocidos la causa de que su familia hubiera
renegado de ella.
—Qué importa ahora mi pecado. Sólo os pido que me llevéis con vos. Lali y
yo somos amigas. Yo puedo ser de gran ayuda para ella. Va a necesitar los cuidados
de una mujer.
Peter se paró en seco.
—¿Qué queréis decir?
Euge se quedó callada. No era a ella a quien correspondía decirle a Peter
que estaba a punto de ser padre.
—¡Por todos los demonios! Sólo decidme dónde puedo encontrar a Lali.
Llevaros con nosotros no podemos, es imposible.

domingo, 29 de enero de 2017

CAPITULO 74

¿Vos sois el pirata de Lali? 
Peter sonrió con gesto divertido. 
—Sí. ¿Vais a abrirme ya la puerta? 
—No. Eso no cambia nada. Es demasiado tarde para visitas. La Reverenda 
Madre no admite visitantes una vez que ha anochecido. Tendréis que volver mañana.
—Quizá podamos encontrar posada en el pueblo que hemos pasado al venir, y
volver aquí mañana —sugirió Nico dando un paso hacia delante y poniéndose a la
vista de Euge .
Hasta que Nico hizo notar su presencia, Euge no se había dado cuenta de que
Peter venía acompañado. Se quedó mirando a Nico en la penumbra,
encontrándolo casi tan apuesto como el marido de Lali. Ninguno de ellos parecía
tan temible como los pintaban los rumores.
—No, yo no me voy —dijo Peter con firme determinación—. Quiero ver a
Lali, y quiero verla ahora. ¿Nos dejáis entrar, Hermana, o tengo que escalar el
muro?
Euge tragó saliva nerviosamente. Su instinto le advertía que nada podría
detener al inglés si se empeñaba en entrar. Pero necesitaba asegurarse de que abrirle
la puerta iba a ser lo mejor para Lali.
—¿Para qué queréis ver a Lali? Yo soy amiga suya, y no quiero que le hagan
daño.
—Mirad, Hermana...
—No soy monja. Estoy aquí como invitada, igual que Lali.
—Muy bien, señorita...
—Euge. Euge Suarez.
—Señorita Euge. Mi mujer no pinta nada aquí. Donde tiene que estar es
conmigo. He venido a buscarla para llevarla a casa.
—¿A casa? ¿A Inglaterra?
Peter y Nico se miraron significativamente.
—No. A Inglaterra no. Yo ya no soy bienvenido allí. Me llevaré a Lali a la isla
de Andros, en las Bahamas. Y ahora, señorita, ¿me dejáis entrar?
Euge se sintió dividida. Sabía que Lali seguía enamorada de su pirata
inglés, pero, según ella le había contado, Peter odiaba a los españoles y no quería
ningún hijo de sangre española. Se debatió entre dejar entrar al inglés sin permiso de
Lali e insistir en que volvieran al día siguiente.
—Señorita, si lo que os preocupa es que pueda hacer algún daño a mi esposa,
podéis tranquilizaros. Lali me importa en lo más hondo. No sé qué os habrá
contado ella, pero he cambiado mucho. Por un capricho del destino ella es mi esposa,
y yo... —le resultaba difícil desnudar su alma ante una desconocida, pero quería que
la amiga de Lali comprendiese la profundidad de lo que sentía por su mujer— la
amo. Si ella me perdona, pienso dedicar el resto de mi vida a hacerla feliz.
La sinceridad de Peter impresionó a Euge. Algo en la expresión del pirata
le dijo que su amor por Lali era de los que no se borran con el tiempo. Si a ella la
amara así un hombre, sería la más feliz de las mujeres.
—Muy bien, señor, os dejaré entrar a ver a Lali, aunque lo más probable es
que por ello me gane un severo castigo de la Reverenda Madre.
Empujó a un lado la pesada tranca y abrió la puerta de par en par. Entró
Peter, con Nico pisándole los talones

sábado, 28 de enero de 2017

CAOITULO 73


Cádiz, España
Octubre de 1588
—Voy a bajar contigo a tierra, Peter , por mucho que protestes. Ya sé que
crees que tienes la pierna curada, pero todavía no has recuperado tu capacidad de 
movimiento. Me necesitas para que recoja tus cachitos cuando te caigas.
Peter le lanzó a Nico una mirada desesperada.
—Por todos los demonios, Nico, si no es por esta cojera, tengo la pierna todo lo
curada que puedo llegar a tenerla. No necesito ningún enfermero.
—Di lo que te dé la gana, que voy a ir contigo igualmente. No hablo español tan
bien como tú, pero te dejaré hablar a ti. Si Lali no está en su casa con su padre,
puede que tengamos que viajar hasta el convento. Y tú no te has subido a un caballo
desde que te hiciste lo de la pierna.
—El barco...
—No hay apenas peligro. Hemos izado la bandera española, y Martinez tiene
capacidad para controlar a la tripulación si llega el caso. Tenemos suficientes
hombres que hablan español para evitar despertar sospechas si se meten por medio
las autoridades portuarias. Además, a raíz de la fallida expedición contra Inglaterra,
España está sumida en tal caos que nadie se va a fijar en si hay un barco más en el
puerto.
—Muy bien —dijo Peter, impaciente por desembarcar. Aquella peste de
heridas suyas ya le habían hecho retrasarse demasiado—. Vamos.
Lali miraba taciturna por el ventanuco de su minúscula celda. Los días se
estaban volviendo algo más fríos, pero entre los vetustos muros de piedra siempre
hacía fresco y un poco de humedad. Se arrebujó en el chal que llevaba por los
hombros. El pensamiento se le desviaba hacia sus prohibidos recuerdos de Peter.
Había rezado larga e intensamente para extinguir las persistentes ascuas de su
pasión por él, pero sus ruegos habían tenido un resultado más bien escaso. El bebé
que albergaba junto al corazón era un recordatorio constante del amor que sentía por
el padre de ese hijo. No había previsto que ese amor intenso le aportaría esa pequeña
vida que iba a depender en todo de ella.
En los tres meses que llevaba en el convento, su embarazo se había hecho notar
de la manera más básica. Con la ayuda de Euge, había agrandado casi todos sus
vestidos. La Reverenda Madre se había quedado de piedra cuando le contó que
estaba embarazada, pero lo había aceptado de buen grado, como Lali estaba segura
de que haría. Y, como ella había previsto, su padre no fue a visitarla ni preguntó
cómo se encontraba, aunque continuó contribuyendo a su manutención.
Sus hermanos sí que habían ido a verla, al poco de regresar a España con los
restos de la armada destrozada. Su inexplicable derrota a manos de los ingleses había
sido todo un golpe para su moral, y le contaron a Lali que se iban a embarcar de
inmediato hacia el Nuevo Mundo, donde, según habían oído, había oro hasta debajo
de las piedras. Cuando le describieron lo que habían sufrido y los vientos adversos
que soplaron para su infortunada expedición, Lali pensó que tenían suerte de haber
podido volver a su tierra con vida.
Después de esa visita, Lali languidecía en un aburrimiento agradecido,
dedicando sus días a rezar, aunque ni los rezos conseguían curar el dolor de su
corazón. Entonces se hizo amiga de una mujer a quien su padre había desterrado al
convento.
Euge había nacido en el seno de una familia rica y poderosa. Nada más
nacer la habían prometido en matrimonio con un hombre de su misma posición
social, y se habría casado con él al cumplir los dieciocho si no hubiera cometido el
imperdonable error de enamorarse de Antonio, el hijo de un vaquero. En una
búsqueda desesperada de la felicidad, se habían escapado juntos, con la intención de
encontrar un cura que los casara en algún pueblito donde nadie los conociera.
Pero su padre y el hombre al que estaba prometida los habían seguido. Antonio
había muerto al volcar su carruaje durante la persecución. Por suerte o por desgracia,
Euge sólo sufrió algunas magulladuras. Como Antonio y ella habían pasado una
noche juntos, fue rechazada por su prometido, y su padre le dio una paliza y la
mandó al convento. Euge, como Lali, no era ni monja ni novicia. Pero al
contrario que Lali, que estaba allí por propia voluntad, Euge se sentía prisionera
entre los muros del convento, del que no podía salir sin el permiso de su padre. Lali
por su parte sabía que nunca iba a volver a enamorarse, y por eso prefería quedarse
con las hermanas religiosas.
Unos golpes en la puerta despertaron a Lali de su ensoñación. Casi
inmediatamente la puerta se abrió, y apareció en el umbral una joven delgada de
pelo negro y brillante, ojos oscuros y un cutis tan transparente como la porcelana
fina. Lali saludó a Euge con una sonrisa, y con un gesto la invitó a pasar dentro.
—¿Necesitas algo antes de que me retire? —le preguntó Euge con
preocupación. Tenía miedo de que Lali no estuviese comiendo lo suficiente para
alimentarse a sí misma y al hijo que llevaba dentro.
—Nada, muchas gracias —respondió Lali—, a menos que te apetezca
quedarte un rato aquí conmigo.
Euge la miró con ojos nostálgicos.
—Echas de menos al padre de tu niño. —Era una afirmación, no una pregunta.
—Tengo que aprender a vivir sin Peter —dijo Lali con voz desgarrada. Con
todo el tiempo que había pasado, y todavía le resultaba doloroso hablar del hombre
al que amaba—. Si yo le importara habría venido a buscarme. Ya lo había hecho otras
veces, corriendo mayores riesgos aún —sacudió la cabeza con tristeza—. No,
Euge; Peter ya debe de estar casado con Lady Martina. Eso es lo que su reina
quería que hiciera.
Euge tomó la mano de Lali entre las suyas y se la apretó.
—Cuando haya nacido el niño podrás marcharte de aquí y encontrar un nuevo
amor, mientras que yo lo más probable es que me muera de vieja sin haber podido
poner un pie fuera de estos muros.
—Si decido marcharme te llevaré conmigo —le prometió Lali.
Euge suspiró desanimada.
—Me temo que eso es imposible, pero tu amistad lo es todo para mí. Es lo único
que me ayuda a mantener la cordura. Por lo menos, tú tendrás un niño que te
recuerde tu amor, mientras que yo... —Se encogió expresivamente de hombros—.
Me tengo que ir. Le he prometido a la hermana María hacer la masa del pan para
mañana.
—Buenas noches, Euge, ve con Dios.
—Lo de sobornar al criado de don Eduardo ha sido una jugada magistral,
Peter —dijo Nico mientras iban dejando atrás Cádiz—. Eres un hombre perseguido
y han puesto precio a tu cabeza. Si le hubieras revelado tu identidad a don Eduardo,
seguro que te habría denunciado a las autoridades.
Después de averiguar que Lali estaba viviendo en el convento, habían pasado
la noche en una posada a las afueras de Cádiz y se habían puesto en camino al día
siguiente al despuntar el alba. Peter conducía una calesa de alquiler. Para su
disgusto, su pierna era aún incapaz de soportar la prueba de montar un caballo. Nico
iba sentado en la calesa a su lado, y detrás llevaba atado un caballo que le llevaría de
vuelta al Vengador cuando Lali ocupase su sitio en el coche junto a Peter
—Por eso he preferido hablar antes con los criados. La mayor parte de la gente
haría cualquier cosa por cierta cantidad de dinero. Lo único que quiero es encontrar a
Lali, convencerla de que me importa y largarnos de este endemoniado país lo antes
posible.
Peter pensó que era una tarea inmensa, pero no lo dijo. Lali y él llevaban
tanto tiempo separados que lo más probable era que ella creyera que la había
olvidado. Iba a tener que hacer uso de todos sus recursos si quería convencerla de
que era la única mujer a la que había querido jamás.
Peter suspiró de cansancio mientras colocaba una tela limpia por encima de
la última artesa de masa. Para cuando amaneciera estaría lista para meterla en el
horno. Una de sus tareas preferidas era ayudar en la cocina. Mantenerse ocupada la
ayudaba a olvidar el aburrimiento de aquellos días siempre iguales. La hermana
María ya se había retirado, y ella se dispuso a hacer lo propio. Los pasillos estaban
oscuros y solitarios. Las hermanas se levantaban temprano, y solían recogerse
inmediatamente después de las oraciones vespertinas. Euge estaba deseando
tumbarse en su propio camastro, porque sólo en sueños era capaz de olvidarse del
joven que había muerto por su causa.
Euge había sentido por Antonio un amor sincero, pero eran los dos
demasiado jóvenes. Nunca podría olvidar su encantadora sonrisa y la suavidad de su
carácter. Ser la causa de su muerte le había resultado muy traumático. El convento le
pareció al principio un cielo abierto, pero enseguida se había convertido en una
cárcel. Ella era joven, sentía el anhelo de vivir fuera del confinamiento de aquellos
muros. Rezaba diligentemente por que su padre cediera por fin un día y viniera a
buscarla, poniendo fin a su aislamiento. Era su única posibilidad de salir del
convento antes de que la muerte viniera a liberarla.
De camino hacia su celda, los pasos de Euge resonaban nítidamente por el
corredor silencioso. Se llevó un susto tremendo cuando oyó ruidos en la entrada. A
aquellas horas de la noche era raro que llegaran visitantes, y más aún que los dejaran
entrar. Quienquiera que estuviera llamando a la puerta, lo hacía con mucha
insistencia. Como no parase pronto, iba a despertar de mala manera a la Reverenda
Madre y a todas las hermanas. Y Euge no quería que eso ocurriera.
Con la única preocupación de mantener la paz entre los muros del convento,
Euge abrió de un tirón el pesado portón de roble y corrió hacia la entrada. La
noche estaba fresca, y se estremeció. De pronto se dio cuenta de que no estaba
temblando de frío, sino de expectación. Nunca había sentido nada parecido, y se
acercó con un sentimiento de predestinación. ¿O era miedo lo que sentía? Era un
sentimiento que no lograba definir.
La puerta trancada era de roble macizo. En el centro tenía un ventanuco que se
abría desde dentro y permitía a la hermana portera echar una mirada a los visitantes.
A Euge le temblaban las manos cuando abrió la mirilla y escrutó la oscuridad del
exterior. A la luz de la luna llena vislumbró entre sombras al alto caballero que había
al otro lado de la puerta.
—¿Qué queréis? Es tarde, todo el mundo está en la cama. No se permiten visitas
después de que anochezca.
En español fluido, Peter respondió:
—Es imprescindible que vea a mi esposa.
—¿Vuestra esposa? Estáis en un error. No hay nadie aquí que... —A Euge le
fallaron las palabras. La única mujer casada que había en aquel momento en el
convento era Lali. ¿Sería posible que aquel hombre fuera su marido? ¿Que el
apuesto caballero que pedía entrar fuera el pirata al que llamaban el Diablo? Madre
del amor hermoso, no era de extrañar que Lali se hubiera enamorado de él.
—Sé que Lali está aquí. Lali Lanzani, mi mujer. Quizá la conozcáis por Lali Esposito.

CAPITULO 72

Isla de Andros
Agosto de 1588
Peter se revolvía inquieto en la cama revuelta. Su cuerpo enfebrecido y sus
ojos inyectados en sangre daban lúgubre testimonio de lo enfermo que estaba. Una 
bala de mosquete le había hecho añicos un hueso del muslo, y luego le sobrevino una
infección feroz por culpa de la contaminación de las aguas del río. Lo mantuvo
postrado en la cama varias semanas. A bordo del Vengador habían conseguido
extraerle la bala y le habían colocado el hueso, pero no se pudo hacer nada para
impedir el acceso de fiebre que le dio casi de inmediato.
Nico Riera había tomado la decisión de llevarse a Peter a Andros, donde
Lani podría cuidar de él, en lugar de navegar directamente hacia Cádiz. El estado de
gravedad de Peter confería a Stan autoridad para variar el rumbo; pero cuando
Peter se recobró lo bastante como para comprender que estaba en Andros, se
quedó lívido.
—Por todos los infiernos, Peter , no estabas en condiciones de ir a España. Si
ni siquiera puedes andar. —El intento que hizo Nico de aplacar a Peter fue acogido
con una espléndida demostración de temperamento.
—¡Maldito seas, Nico ! Ya me las habría apañado. —En la tensa mandíbula de
Peter se veía moverse un nervio. Por más que él se resistiera a admitirlo, el dolor
del hueso roto era insoportable, y la herida infectada estaba tardando en curársele.
—Y un cuerno —dijo Nico , sacudiendo la cabeza—. Lali te esperará. Deberías
estar agradecido de que Lani te haya devuelto a la vida. Esa medicina de los nativos
que te ha dado es muy eficaz; en el barco no teníamos nada comparable. Ya iremos a
España cuando tengas la pierna lo bastante curada para andar, puede que dentro de
cinco o seis semanas.
Peter reconocía que las de Riera eran palabras sabias, pero no era capaz
de aceptarlas así como así. Cada día que pasaba postrado en la cama era un día más
sin Lali. Se preguntaba desanimado dónde estaría ella ahora. ¿Estaría feliz? ¿Se
acordaría de él, aunque sólo fuera un poco? Maldijo su destino por haberle negado
un momento propicio para decirle a ella que la amaba. Para él ese sentimiento era tan
nuevo, tan absolutamente asombroso, que se le había hecho difícil expresarlo. Le
había fallado a Lali, y eso no iba a poder perdonárselo nunca.
¿Se habría marchado ella de Inglaterra creyendo que a él no le importaba lo más
mínimo? Él era el primero en admitir que no había sido el mejor marido del mundo.
Había intentado cumplir con sus deberes hacia la reina, y en ese intento había
perdido a la mujer a la que amaba. ¡Por todos los infiernos! Le había costado mucho
acostumbrarse a la idea de que estaba enamorado de una española. Llevaba tanto
tiempo odiando a los españoles que ni siquiera era capaz de acordarse de cuando
aún no los odiaba. Estar con Lali había sido para él una lección de humildad. Sus
ansias de venganza eran ahora una carga terrible para él.
Lali era dulce y generosa, e incapaz de cometer atrocidades como las que él
había experimentado a manos de sus compatriotas. De mala gana tuvo que admitir
que igual no todos los españoles eran como los que habían matado a su familia y a él
lo habían hecho esclavo. Desde luego que el barco en el que él pasó cinco tristes años
de condena pertenecía al padre de Lali, pero desde entonces Peter se había
tomado la revancha muchas veces. Había saqueado más barcos de la flota de los
Esposito que de ninguna otra. Y ahora le había llegado el momento de olvidarlo y
seguir adelante con su vida. Su más corrosiva inquietud era que Lali se negase a
dejar atrás el pasado y ser su esposa para el resto de su vida. Aquella monjita no
había nacido para convertirse en santa. Tenía dentro demasiada pasión y demasiado
fuego para palidecer y marchitarse enclaustrada entre altos muros. Él la necesitaba;
se moría por ella; por ella lloraba su corazón.
La felicidad conyugal. Peter casi se echa a reír en alto ante semejante
estampa. Juntos, Lali y él resultaban explosivos. Tanto en la cama como fuera de
ella. La vida no sería jamás aburrida si tuviera a su vehemente esposa consigo.
Donde otros hombres podían acabar aburriéndose del matrimonio, a él lo mantenía
hechizado.
Por supuesto que tendrían hijos, se entusiasmó. Maldijo su propia estupidez
cuando comprendió cómo había herido a Lali al decirle que no quería ningún hijo
suyo. Vaya un cerdo arrogante que había sido. Nunca se lo perdonaría si aquellas
palabras desalmadas le acababan costando a su esposa.
Las semanas pasaban rápidas. Atado por su herida a la cama, Peter maldecía
su debilidad y su incapacidad de irse de Andros. No podía ir a España a reclamar a
su esposa, y tenía miedo de que en el ínterin Lali le olvidara; y habría perdido a su
española para siempre.

viernes, 27 de enero de 2017

CAPITULO 71

Cádiz España 
Julio de 1588 
Lali jugueteaba nerviosamente con el lazo que adornaba su vestido mientras 
su padre daba paseos circulares por la elegante sala. El padre Pedro permanecía 
junto a la puerta con las palmas de las manos religiosamente juntas bajo las amplias
mangas de su túnica. Lali había llegado a casa el día anterior y se había metido de
inmediato en la cama, exhausta de la tormentosa travesía desde Inglaterra. Su padre
parecía encantado de verla, pero se mostró conmocionado cuando le dijo que venía
de Inglaterra y no de La Habana. Él llevaba todos esos meses convencido de que
Lali se había casado con don Mariano y a Peter lo habían despachado al otro
mundo.
—¿Y dices que ese hijo de la Gran Bretaña te raptó del palacio de don Mariano ? —
repitió don Eduardo con incredulidad—. No me puedo creer que tuviera la audacia
de intentar siquiera algo semejante. Es un hombre de lo más sorprendente —admitió
con desgana.
—Es cierto que Peter es un hombre sorprendente, padre —coincidió Lali—.
La reina de Inglaterra le presionó para que anulara nuestro matrimonio y se casara
con una aristócrata inglesa, pero no estoy segura de que él lo hiciera.
—Eso da igual —interrumpió el padre Pedro—. Tengo asuntos que resolver en
Roma, y cuando esté allí presentaré una súplica en mediación tuya al Santo Padre.
—Os estaré eternamente agradecido, padre Pedro —dijo don Eduardo,
vehemente—. Estoy en deuda con vos por haberme traído a mi hija desde ese odioso
país. —Sacudió la cabeza con aire pesaroso—. Y yo que todos estos meses pensaba
que era la esposa de Mariano Martinez ...
—Yo me voy a retirar, don Eduardo. Tengo que informar a mis superiores antes
de emprender viaje otra vez.
—Decid a vuestros superiores que voy a hacer una donación a vuestra orden en
agradecimiento por vuestra ayuda. Además, se os recompensará personalmente por
los servicios que me habéis prestado. Mantenedme por favor informado de las
conversaciones que tengáis con el Santo Padre sobre el asunto de Lali.
»Bueno, Lali —dijo don Eduardo cuando el jesuita se hubo ido—, parece que
te has metido en un buen aprieto. Vico y Gaston se creían que lo habían
solucionado todo casándote con ese pirata, sin sospechar que viviría para reclamarte
como esposa.
—¿Dónde están mis hermanos? —preguntó Lali.
—Partieron con la armada —dijo con orgullo don Eduardo—. Apenas hemos
tenido noticias sobre la marcha de la expedición, pero sospecho que ya deben de
haberse reunido con las tropas de tierra del Duque de Parma y estarán en suelo
inglés.
Lali se calló lo que opinaba. Por lo que ella había visto, la flota inglesa era una
fuerza muy considerable y no iba a resultar fácil derrotarla.
—Pero estamos aquí para hablar de lo tuyo, querida. En lo que a ti respecta me
siento perdido. ¿Qué debo hacer contigo? Quizá don Mariano acepte todavía casarse
contigo cuando hayamos arreglado lo de la anulación.
Los ojos de Lali se encendieron de ira.
—¡Don Mariano es un puerco libidinoso, padre! Embaucó a mis hermanos para
que creyeran que se iba a casar conmigo, pero lo que quería era que fuera su amante.
Don Eduardo se quedó de una pieza. Se le hacía difícil creer que un hombre tan
destacado como don Mariano pudiera actuar de manera tan vil.
—Seguro que no entendiste bien lo que pretendía.
—No, padre, lo entendí perfectamente. Es exactamente como os digo. No me
casaré con don Mariano por más que se anule mi matrimonio con Peter. Preferiría
retirarme al convento y dedicar mi vida a la oración.
Lali se abstuvo deliberadamente de hablarle a su padre de su embarazo. Tenía
miedo de que se empeñara en que renunciara a él; pero presentía que en cuanto la
tuviera a buen recaudo en el convento y fuera de su vista, su padre se olvidaría de
ella por completo. Era un hombre muy ocupado, estaba demasiado inmerso en su
propia vida para andar preocupándose por ella. Rezó por que pudiera convencerle
de que aportara una cantidad generosa para su mantenimiento, porque así las buenas
hermanas la dejarían vivir anónimamente entre sus muros.
—Voy a mandar el más veloz de mis barcos a La Habana para poner a don
Mariano al corriente de los últimos acontecimientos. Todavía tiene el dinero de tu dote.
Es posible que no quiera desprenderse de él. Sospecho que ése es el motivo de que no
me haya escrito una sola palabra sobre tu rapto de La Habana —dijo sagazmente don
Eduardo.
—A mí la dote no me interesa. Dádsela a las monjas si os la devuelve; ellas le
darán buen uso, y a mí me proporcionarán un techo para el resto de mi vida.
—Vamos a llegar a un acuerdo, hija. Por el momento puedes irte al convento, y
yo me encargaré de compensar a las monjas por hacerse cargo de ti. Sin embargo, si
para cuando tu matrimonio esté disuelto don Mariano todavía te quiere, te entregaré a
él. Pero no para que seas su amante, hijita, de eso me encargo yo. Tendrá que casarse
contigo por poderes, o si no en persona como está mandado, antes de que yo te
permita coger un barco para La Habana. Tiene que ser todo legal y vinculante. No te
va a hacer su amante.
—Pero don Mariano no me gusta. Es un hombre despreciable.
—Lo juzgas con demasiada dureza, hijita. Acuérdate de que lo que él esperaba
era una novia virgen. Estoy seguro de que habría cumplido su promesa. Habría sido
conveniente que don Mariano te hubiera hecho viuda en cuanto llegasteis a La Habana.
Por lo que doy gracias es, más que ninguna otra cosa, por que no concibieras un hijo
de ese pirata. No habría podido soportar semejante insulto. Mi dignidad habría
quedado para siempre destruida.
—Me marcharé mañana, padre. Creo de verdad que el convento es el mejor
sitio para mí.
Los pensamientos de don Eduardo iban ya por otros derroteros.
—¿Qué? Puede que tengas razón, querida. Dispondré los preparativos para tu
marcha y le diré a la Reverenda Madre que te trate como invitada. Nunca he querido
que te hicieras monja.
—Gracias, padre. —Y, besándolo en la mejilla, Lali se fue rápidamente.
Un torbellino de pensamientos la asaltó en cuanto dejó a su padre. Llevando
como llevaba un niño dentro de ella, ya no le era factible hacerse monja. Siempre se
había llevado bien con la Reverenda Madre, y Lali sabía que protegería su secreto.
No era la primera vez que una mujer casada buscaba refugio entre los muros del
convento. En ocasiones era el propio marido el que desterraba a su mujer a un
convento si pensaba que le había sido infiel. Tampoco sería el suyo el primer niño
nacido en semejantes circunstancias. Lali tenía toda la intención de poner a la
Reverenda Madre al corriente de su embarazo en cuanto llegara el momento. En
unos pocos meses no tendría ya elección. Cuando hubiera nacido el niño decidiría si
lo criaba en la apacible atmósfera del convento o si emprendía una vida por su
cuenta.
Y como era lo suficientemente lista como para comprender que tenía que pensar
en el futuro, se llevaría todas las joyas de su madre, que en buena ley le pertenecían,
escondidas entre sus pertenencias. Era posible que un día decidiera abandonar el
convento con su hijo y dejar de depender de su padre. Aquellas valiosas joyas
bastarían para mantenerlos si vivían sin lujos.
Pero Lali se equivocaba al pensar que su padre se iba a olvidar de ella. No
había pasado una hora desde su conversación cuando ya don Eduardo le había
escrito una carta a don Mariano Martinez y la había despachado a La Habana en el más
veloz de sus barcos. Si aquella misiva no lograba traer a don Mariano de La Habana,
nada podría hacerlo. Don Eduardo conocía bien al que debía ser su yerno.Mariano Martinez no iba a devolver tan fácilmente una dote tan suculenta como la de Lali.

CAPITULO 70

—Tenéis tintero y pluma en el escritorio —le indicó Isabel. 
Peter agarró el papel y, dirigiéndose como quien no quiere la cosa hacia el 
escritorio, lo desenrolló cuidadosamente. Lo extendió en la lisa superficie de la mesa, 
hundió la pluma en la tinta y lo firmó con una fioritura. Luego volvió a enrollarlo con 
mucho cuidado y se lo devolvió al secretario, que, haciendo una reverencia a la reina,
salió del gabinete.
—Bien hecho, Sir Lanzani —dijo Harley, sarcástico—. Ahora quizá podáis
explicarnos por qué habéis mentido sobre vuestra visita a West Sussex. Sé de buena
tinta que habéis pasado a bordo del Vengador esta, última semana. Ni siquiera habéis
pasado por West Sussex, ¿verdad?
Peter le lanzó a Harley una mirada de intensa antipatía.
—Podéis comprobarlo si queréis, pero lo que averiguaréis es que sí he ido a
West Sussex a reunirme con mi administrador. He vuelto un día antes de lo previsto
y me he quedado en el Vengador para asegurarme de que todo el trabajo que
encargué que se hiciera queda resuelto a mi gusto.
—Se están cargando provisiones en el Vengador —acusó Harley—. Se os ha visto
a bordo del barco cuando se suponía que estabais visitando vuestras tierras.
—A mi contramaestre y a mí nos confunden a menudo el uno con el otro. Nos
parecemos bastante. El señor Riera está a cargo del Vengador en mi ausencia.
¿Tenéis algún problema con eso? ¿De qué se me acusa?
—Parece que Lord Harley cree que tenéis intención de dejar a la novia plantada
en el altar —apuntó la reina—. Nos entristecería sobremanera que intentarais hacer
una estupidez semejante.
—Nada más lejos de la verdad, Vuestra Majestad —mintió Peter —. Y ahora,
¿puedo retirarme?
Isabel escrutó el rostro de Peter, aparentemente satisfecha de ver que hablaba
en serio. Después de un silencio tenso, lo despidió con un gesto de la mano.
—Os veremos esta noche, Sir Lanzani. Me disgustaría que parezca que no deseáis
esta boda, cuando tenéis tanto que perder si no os prestáis a celebrarla.
Aquella amenaza ligeramente velada le puso a Peter los pelos de punta. No
tenía ni idea de cómo se había enterado Harley de los planes del Vengador, pero la
huida de Inglaterra le iba a resultar más difícil de lo que había previsto. Tenía que
encontrar la forma de escaparse esa noche de la fiesta que se daba en su propio honor
antes de que subiera la marea, tenía que llegar hasta el Vengador y levar anclas antes
de que nadie se diera cuenta.
Los festejos de aquella noche pusieron a prueba el autocontrol de Peter. Martina
se le pegaba tenazmente, y la reina le miraba con la intensidad de un ave de presa. A
pesar de ello, él se mostró como el mismo de siempre, conversando, flirteando y
atendiendo con toda cortesía a Lady Martina. Cuando llegó el momento en que debía
escabullirse de la fiesta, esperó a que llegara la ocasión precisa. Fue cuando Lord
Harley sacó a bailar a Martina.
—Estaré en la sala de naipes —dijo, mientras Harley se llevaba a Martina. Cuando
la pareja daba sus primeros pasos en la pista de baile, Peter se encaminó
pausadamente hacia la sala de naipes. Pero no se detuvo allí. Salió por otra puerta a
la antesala y se deslizó con cautela hacia el pasillo.
A los pocos minutos salía a la calle por una puerta lateral, donde había tenido la
previsión de disponer que le esperara un carruaje preparado para partir. El atento
cochero avanzó con el carruaje hacia el portón y Peter saltó dentro, indicándole
que le llevara a Billingsgate. Llegaron al puerto sin contratiempo, a pesar de que la
noche estaba oscura y las calles, resbaladizas de lluvia, y Peter se apeó de un salto.
El carruaje se alejó traqueteando; le había pagado con antelación.
Corrió hacia el muelle donde estaba amarrado el Vengador. No había dado más
que unos pocos pasos cuando se detuvo bruscamente. Se llevó una buena sorpresa al
ver que el Vengador había largado amarras y estaba anclado algo más allá, en medio
del Támesis. Pero todavía se sorprendió más cuando vio a la guardia de palacio
patrullando por la zona.
—Malditas sean Isabel y su desconfianza —farfulló entre dientes, y se escondió
detrás de un montón de barriles que había a la puerta de una bodega. Resultaba
evidente que la reina sospechaba que iba a intentar zafarse de su compromiso. No
sabía por qué motivo Nico Riera había alejado el barco hasta el Támesis, pero
habría podido jurar que tenía algo que ver con la patrulla de guardias. El cerebro de
Peter trabajaba a toda velocidad. Riera era un hombre astuto. Probablemente
había pensado que les sería más fácil escapar de sus vigilantes si esperaba con el
barco anclado en medio del Támesis, adonde les sería más difícil llegar a los guardias
de la reina. Además, así quedaba fuera del alcance de los disparos de mosquete. El
único inconveniente era que Peter tenía que encontrar la forma de llegar al barco
antes de que la marea se les pusiera en contra.
De pronto, los cascos de un caballo resonaron por el suelo adoquinado y el
jinete llamó al capitán de la guardia. Estuvieron un buen rato hablando, y cuando el
jinete se fue el capitán reunió a sus hombres para darles nuevas instrucciones.
Peter sabía sin necesidad de que se lo dijeran que su ausencia de Whitehall había
sido advertida y que Isabel había supuesto certeramente que se dirigía a Billingsgate,
a su barco. De pronto la patrulla se dispersó y empezó a buscar minuciosamente por
todo el muelle. Peter soltó una violenta maldición. Como no hiciera algo rápido, lo
iban a coger como a una rata en una trampa.
No tenía más elección que intentar escapar como fuera y confiar en su suerte, si
es que no quería pasarse el resto de sus días en la Torre de Londres. Esperó a que
pasara una nube por delante de la luna para salir arrastrándose de detrás de los
barriles. Corrió como si el demonio le pisara los talones. El sonido de sus botas contra
los adoquines resonaba con fuerza en la oscuridad, y esperó atemorizado que se
alzara una voz de alarma. Ya casi había llegado al extremo del muelle cuando fue
descubierto.
—¡Ahí está, cogedlo!
Se oyó un tronar de pisadas a su espalda y silbaron proyectiles por encima de
su cabeza y a su alrededor. Antes de llegar al final del muelle se desprendió de su
casaca y se zambulló en las aguas fétidas y llenas de residuos. Las balas sacudieron
furiosamente el punto en el que se había sumergido bien hondo. Pero no lo bastante
hondo. Una bala le acertó en el muslo. Oyó un desagradable chasquido y luego el
dolor lo sacudió. El agua congelada le impidió desmayarse. Apretando los dientes
para vencer su sufrimiento, echó a nadar hacia el barco. Por suerte, estaba ya fuera
del alcance de los mosquetes. Pero cuando se volvió a mirar atrás vio a la patrulla en
la ribera buscando un bote.
Esforzándose en no hacer caso del abrasador martirio de su herida y el peso
muerto de su pierna inutilizada, Peter estiró los brazos y nadó para escapar de allí
con vida. Una de las veces que sacó la cabeza para coger aire vio un titilar de luces en
el Vengador y se imaginó que la tripulación había oído el alboroto del muelle.
Entonces oyó un salpicar de remos a su espalda y comprendió que sus perseguidores
habían encontrado un bote y venían rápidamente a su zaga. Nadó con más fuerza. En
el puente del Vengador aparecieron unos faroles.
—Peter , ¿dónde estás? —bramó Riera hacia la oscuridad del agua.
Peter gritó en respuesta, sorprendiéndose de lo débil que sonó su voz. Pero
Riera debía haberlo oído, porque haciendo altavoz con las manos alrededor de la
boca aulló:
—¡El ancla, Capitán! ¡Agárrate a la cadena del ancla y te izaremos a bordo!
Peter, casi exhausto, llegó hasta el barco y encontró la cadena del ancla. Se
colgó desesperadamente del frío metal, consciente de que a la tripulación no le daba
tiempo de arriar un bote con la patrulla de la reina pisándole los talones. Ahora sus
perseguidores estaban tan cerca que se oían sus voces. Supuso que se pondrían otra
vez a disparar, y se preparó para el brutal impacto de otra bala.
Sin prisa pero sin pausa, el ancla empezó a elevarse, sacando a Peter de
aquellas aguas contaminadas. Luego sintió que varias manos lo izaban por la borda
mientras los marineros andaban de aquí para allá asegurando el ancla y desplegando
las velas. Un agradecido soplo de viento hinchó la lona, y la subida de la marea llevó
el Vengador por el Támesis hasta el Canal. Desde la distante orilla, los guardias de la
reina agitaban los puños y lanzaban maldiciones a la presa que se les escapaba. La
reina no iba a estar nada complacida.
—Ha estado... muy cerca —dijo Peter, tembloroso por el dolor y la
debilidad.
—¿Estás bien? Nos hemos movido al Támesis cuando hemos visto a la guardia
de palacio patrullando por el muelle. Me imaginé que te estaban buscando, y
esperaba que encontrarías la forma de llegar hasta donde estábamos. Parecía la única
posibilidad que teníamos de escapar. Temía que la patrulla subiera a bordo y nos
impidiera hacernos a la mar.
—Sabía... que podía contar contigo —gruñó Peter, al tiempo que intentaba
levantarse. Lanzó un agudo grito de dolor y se desmoronó sobre la cubierta.
Riera corrió a ayudarle—. Creo... que tengo... la pierna rota.
Ésas fueron sus últimas palabras antes de desmayarse.

jueves, 26 de enero de 2017

CAPITULO 69

Peter se dirigió apresuradamente por el muelle hacia el Vengador, en el que, 
desde que dejó Whitehall, llevaba seis días viviendo. Sólo se aventuraba por las calles 
de Londres cuando le era necesario resolver algún negocio. Habría sido peligroso 
arriesgarse a que alguien lo reconociera, cuando se suponía que estaba en la 
Residencia de los Lanzani. Había hecho un viaje relámpago a la Residencia de los Lanzani
para reunirse con Pablo Martinez, y había vuelto en el mismo día. Cuando le hubo
explicado a su fiel administrador el aprieto en el que se hallaba, Martinez se apresuró
a pedirle, y a obtener de él, una litera a bordo del Vengador, expresando que prefería
embarcarse a la aventura con Peter a quedarse en tierra y tener que buscarse un
nuevo jefe.
Durante su corta visita a la Residencia de los Lanzani. Peter reunió unos cuantos
recuerdos de familia y algunas pinturas de las que no era capaz de separarse y lo
envió todo al Vengador. Cuando volvió a Londres, se encontró con un mensaje
urgente de Thornhill, su abogado. Había encontrado un comprador para sus tierras,
y la escritura de transmisión estaba sólo pendiente de que él la firmara. A pesar del
amor que sentía por la Residencia de los Lanzani, Peter apenas sintió remordimientos
por venderla, porque sabía lo poco feliz que Lali había sido allí. Como no hallaba
razón para retrasar lo inevitable, Peter mandó llamar a Thornhill inmediatamente.
Al poco la transacción estaba resuelta para satisfacción de todos, y los
documentos correspondientes estaban ahora a buen recaudo en el bolsillo del chaleco
de Peter. Ahora que había vendido su casa y había mandado cargar todo su oro en
el Vengador, Peter sabía que no podía seguir retrasando el regreso a Whitehall. Si
no aparecía dentro del tiempo señalado, la reina se daría cuenta enseguida de lo que
Peter pretendía y despacharía a la guardia de palacio a Billingsgate para
prenderle. Peter no quería que la reina ni ninguna otra persona supiese que el
Vengador se estaba aprovisionando de víveres para un viaje muy largo.
Lo que Peter no podía imaginar era que ya había alguien que lo sabía. Lord
Harley y Lord Bainter, que habían salido a dar una vuelta, lo habían visto saliendo de
la oficina del abogado. Como ambos caballeros eran de natural curioso, decidieron
seguirle. Harley sabía que Peter tenía que estar ese mismo día de vuelta en
Whitehall para atender a sus festejos prenupciales, y le entró curiosidad por saber
qué hacía todavía dando vueltas por la ciudad. Cuando el caballo de alquiler de
Peter torció en dirección a Billingsgate, ellos lo siguieron en su propio vehículo.
Contemplaron cómo Peter subía la pasarela del barco y desaparecía en su
camarote.
—¿A ti qué te parece que está haciendo? —preguntó Harley.
—Que me aspen si lo sé —dijo Bainter arrastrando las eses—. Pero me gustaría
averiguarlo.
—Espérame aquí —dijo Harley, bajando del coche de un ágil salto—. Parece
que está habiendo mucha actividad alrededor del barco de Lanzani.
Harley se acercó a paso ligero a un grupo de estibadores y se quedó mirándolos
en silencio mientras cargaban provisiones y munición en el Vengador. Cuando hubo
visto lo suficiente como para despertar sus sospechas, se acercó a uno de los
estibadores.
—Parece que el Vengador se prepara para un largo viaje, ¿eh?
El hombre apenas miró a Harley.
—A mí me pagan por cargar barcos, no por responder preguntas.
—¿Sabéis a dónde se dirige el Vengador y cuándo va a partir?
—Ya os lo he dicho, amigo, a mí me pagan por...
—Ya lo sé, por cargar barcos, no por responder preguntas —dijo Harley como
un eco—. ¿Y qué tal si yo os pagara por hacerlo? ¿Podríais ser un poco más explícito,
o no?
Aquello captó finalmente el interés del estibador.
—¡Y quién no! ¿Cuánto estáis ofreciendo?
Harley se sacó un puñado de chelines del bolsillo y se los pasó al hombre por
debajo de la nariz. —¿Bastará con esto?
El hombre se pasó la lengua por los labios en gesto de avaricia.
—¿Qué es lo que queréis saber?
—¿Cuándo va a partir el Vengador?
—La verdad es que nadie nos lo ha dicho, pero lo que se dice por ahí es que va
a partir esta noche cuando suba la marea. Las provisiones tienen que estar todas a
bordo y estibadas antes de que anochezca.
—Qué interesante —murmuró Harley—. Una cosa más. ¿Hacia dónde se dirige
el Vengador?
El estibador se rascó la cabeza medio calva.
—No lo sé. El capitán no ha dicho nada. La atención de Harley se agudizó.
—¿El capitán? ¿Las órdenes os las da el capitán directamente?
—En realidad no he hablado nunca con él; las órdenes nos las da el
contramaestre. Pero entiendo que proceden directamente del Diablo. Llevo toda la
semana viendo al capitán ir y venir a cualquier hora del día o de la noche.
—¿Toda la semana? ¿Estáis seguro?
—Sí, señor, por la parte que me toca estoy seguro. ¿Os parece que está
persiguiendo españoles otra vez? No va a quedar uno solo de esos malnacidos
cuando nuestra flota los disperse hasta el infierno.
Harley disimuló una sonrisa.
—Sí que está persiguiendo españoles. O sería mejor decirlo en singular, a
menos que me equivoque. Muchas gracias, amigo. —Y, arrojando las monedas a los
pies del estibador, se volvió al coche.
—Espero que estés satisfecho —bostezó Bainter cuando Harley tomó asiento a
su lado—. ¿Podemos volver ya? Le he prometido a Lady Camila un baile en la fiesta
de esta noche, y necesito una buena siesta para poder afrontar ese suplicio. Es una
mala perra, aunque no lo hace del todo mal en la cama. La fiesta la da la reina para
celebrar el próximo matrimonio de Sir Lanzani y Lady Martina, ya sabes.
—Lo sé, y por todos los demonios, me voy a asegurar de que el reticente novio
no saque los pies del tiesto. A Whitehall se ha dicho —le respondió Harley, con una
sonrisa de oreja a oreja—. No me perdería la fiesta de esta noche ni por todo el oro de
las arcas de la reina.
Peter regresó a Whitehall al anochecer, cuando terminó de supervisar cómo
se subía a bordo y se estibaba su carga. No quería que nada saliera mal. Le iba en ello
su futuro entero, y no tenía la menor intención de pasárselo encadenado a Lady Martina.
Ya tenía una esposa, una a la que sí amaba, y nadie, ni siquiera la reina de Inglaterra,
iba a apartarla de él.
Le sorprendió encontrarse con que Lady Martina le estaba esperando en su propio
dormitorio. Al verle se arrojó en sus brazos.
—¡Peter, querido, menos mal que has vuelto! Me tenías preocupada y
desesperada.
—No deberías estar aquí. Martina. ¿No tendrías que ir a prepararte para la fiesta de
esta noche?
—Por supuesto que sí, pero quería esperarte aquí para saludarte en cuanto
llegases. —Le lanzó una mirada ardiente—. Después de lo que ocurrió en mi cama la
otra noche, pensé que te alegrarías de verme. ¿Ha ido todo bien en la Residencia de
los Lanzani ?
—Todo bien, Jane, pero se está haciendo tarde. Mejor será que te des prisa. Ve y
ponte guapa en mi honor.
—¡Oh, Peter , claro que sí, ya voy! —Y mandándole un beso con la mano se
esfumó del dormitorio de Peter .
Peter dejó escapar un suspiro de alivio. Pero poco le duró, porque casi al
instante la reina lo mandó llamar. Requería su presencia en la Cámara de
Confidencias, inmediatamente. Peter tenía una idea bastante aproximada de lo
que podía querer Isabel, y albergaba la esperanza de zafarse. A su llegada a la
cámara de la reina, un escalofrío admonitorio le recorrió la espalda al ver a Lord
Harley conversando animadamente con la reina. Cuando entró Peter, Isabel se
volvió hacia él con la mirada centelleante de ira.
—¿Me ha mandado llamar Vuestra Majestad? —preguntó en tono neutro
Peter.
—Nos alegramos de que hayáis regresado de West Sussex a tiempo de asistir a
la fiesta por vuestros esponsales. Pero vaya, no os habéis ocupado de firmar el
documento de anulación que os ha preparado nuestro obispo. Es nuestro deseo que
lo firméis ahora mismo para que no haya ningún problema legal mañana.
El secretario de la reina se acercó a Peter y le hizo entrega del documento.

miércoles, 25 de enero de 2017

CAPITULO 68

Fue hasta la puerta, se deslizó a la antesala, y se apartó para que Nico ocupara 
su lugar. En cuanto Stan estuvo dentro de la estancia, Peter cerró la puerta. 
—Estoy esperando, Peter —dijo Martina con fastidio—. ¿Podrías encender la 
vela?; quiero verte. 
La cama se hundió y Nico se acomodó bajo las sábanas junto a Martina .
—Olvídate de la luz, ahora prefiero verte con las manos. —Su voz tenía un
áspero filo de expectativa, y por eso Martina no sospechó del ligero cambio de tono.
Tenía experiencia suficiente para reconocer la brusca impaciencia de la pasión del
hombre.
Martina no decepcionó a Peter, ni su conducta en el trance menoscabó la reputación
de Peter. Si acaso la virilidad de Peter quedó realzada por la magnífica
actuación de Nico como amante. Nico supo inmediatamente que Martina estaba
familiarizada de sobra con la pasión, porque la actuación de ella le dejó a él sin
aliento. Para cuando hubo excitado a Martina hasta el límite, ya estaba él bendiciendo a
Peter por haberle encargado tan agradable tarea. Nico no sólo complació a Martina
excepcionalmente bien, sino que lo hizo más de una vez. A diferencia de Peter, no
había otra mujer en su vida, y disfrutó de Martina a fondo, sin olvidar la advertencia de
Peter de que no le hiciera un hijo. Salió con sigilo de su cama justo antes del
amanecer, cuando ya Martina había caído en un sueño exhausto.
Nico fue de nuevo al encuentro de Peter, que daba largos pasos por su propia
habitación con notoria falta de paciencia.
—Bueno, ¿cómo ha ido la cosa? ¿Ha sospechado algo Martina ? Por Dios que te has
quedado allí tiempo suficiente.
Nico se estiró y bostezó.
—Lady Martina no es mujer a la que uno pueda despachar fácilmente una vez que
ella le tiene a uno en su cama. Por todos los infiernos, Peter, ha estado
condenadamente cerca de agotarme del todo.
Peter contuvo una sonrisa.
—¿Te estás quejando?
—Ni por asomo. Y no tienes que preocuparte de nada, amigo mío: nos han
puesto la mejor nota. Tu reputación con las mujeres va a florecer después de lo de
anoche.
Peter soltó una sonora carcajada.
—Eres modesto, ¿eh? En cualquier caso, te estoy agradecido. Para mí no hay
más que una mujer, Nico, y está en España.
—Tengo que volverme ya al barco —dijo Nico, mirando con nostalgia hacia la
cama. No había dormido ni lo que dura un guiño—. Si vuelves a precisar de mis
servicios, házmelo saber. Será un auténtico placer prestártelos.
—Eso sí que es un amigo de verdad —le dijo Peter riéndose—. Pero confío en
no tener que recurrir a semejante engaño nunca más. Ahora que ya he cumplido con
ella, Martina no podrá acusarme de esquivar su cama.
—Oh, sí, eres un amante asombroso —se burló Nico, fingiendo el tono de voz—.
Bueno, pues me voy. ¿Instrucciones...?
—Que los hombres sigan trabajando en el barco. Nos escabulliremos de
Billingsgate con la marea de la tarde la víspera del día de mi boda. Mientras tanto,
haré todas las gestiones necesarias y trataré de evitar a Martina. Todos los días van a ir
llegando arcones con el grueso de mi fortuna. Ve estibándolos en la bodega con el
cargamento.
Algo más tarde aquel día Martina trató de escabullirse de Whitehall sin que
nadie lo advirtiera. Como estaba escrito que ocurriera, oyó a Lady Martina llamarlo
cuando él se acercaba a la puerta principal. Como había venido corriendo para
atraparlo, jadeaba sin aliento cuando lo alcanzó. Peter no pudo dejar de advertir
cómo le chispeaban los ojos; tenía los labios algo inflamados y enrojecidos, sin duda
por sus trajines nocturnos. Nico no había exagerado, el aspecto de Martina era el de una
mujer que acaba de pegarse un revolcón en toda regla.
—Peter, ¿adonde vas?
—Negocios, Martina —respondió Peter. Las comisuras de los ojos se le
arrugaron divertidas cuando se inclinó para mirarla y susurró—. ¿Estás descontenta
conmigo?
—¿Descontenta? ¡Dios, no! Has colmado con creces mis expectativas. Estuviste
magnífico, Peter, ni sé por dónde empezar a contarte lo mucho que me
complaciste. ¿Vas a volver esta noche?
—Eres insaciable, ¿verdad? Tengo asuntos urgentes en West Sussex. No esperes
verme hasta la víspera de la boda.
—Pero Peter, la reina dice que no has firmado aún el documento de la
anulación. ¿Y qué pasa con las celebraciones prenupciales?
—Volveré con tiempo sobrado para firmar el documento y asistir a las
celebraciones, Martina. Salvo que me retengas aquí charlando y retrasando mi viaje.
—Date prisa en volver, cariño —dijo Martina, agarrando su cabeza y bajándosela
para darle un beso animal.
Lady Martina se quedó en la puerta hasta que Peter se subió a un caballo de
punto que estaba a la espera. Cuando por fin se volvió, se dio de bruces con Lord
Harley.
—¿A dónde va tu prometido? —preguntó Harley con curiosidad.
—A West Sussex.
Harley la obsequió una mueca maliciosa.
—¿Y se propone quedarse mucho tiempo en West Sussex?
Lady Martina inclinó la cabeza, mirándole con interés.
—Bastante tiempo. ¿Qué es lo que estás pensando?
—Tú debías estar casándote conmigo, como bien sabes.
—Yo no hago más que acatar los deseos de la reina. Quizá ella encuentre otra
dama para ti.
—¿No te parece que quizá podrías apiadarte de un pobre pretendiente
rechazado?
—¿Qué es lo que quieres decir?— preguntó Lady Martina tímidamente. No tenía
nada contra Harley. Era un buen amante; aunque no tan bueno como Peter, pero
resultaba que Peter no estaba allí, ¿verdad?
—Esta noche —susurró él con urgencia—. Después de que la reina te libere de
tus cometidos. Encuéntrate conmigo en la pérgola, que estará desierta a esa hora tan
tardía.
Ejecutando una cortesana reverencia, estampó un beso en su palma vuelta hacia
arriba y se despidió. Harley sabía que Jane iría a su encuentro. Sus relaciones pasadas
habían sido de naturaleza apasionada, y él había aprendido que ella era una
hedonista que conseguía obtener gran placer de los encuentros sexuales. Además,
pensaba Harley según se alejaba andando y silbando una alegre melodía, se iba a dar
todo el gustazo de ser el instrumento para poner los cuernos a Peter Lanzani.

CAPITULO 67

—Peter ... —Martina estampó un pie contra el suelo con enfado, mientras su
cuerpo aún vibraba de deseo no recompensado—. Maldito hombre —murmuró sin
aliento. Como esta vez no cumpliera su promesa se le iba a hundir el cielo encima. La
familia de Lady Martina era una fuerza poderosa en Inglaterra. Y ella en persona se 
encargaría de que Peter Lanzani se quedase sin un penique si la decepcionaba.
Cuando hubiera acabado con él no tendría nada, ni siquiera ese barco suyo al que al
parecer daba tanto valor. Girando sobre sus tacones, regresó a la Cámara de
Audiencias.
Poco rato después Peter se deslizó fuera por una entrada lateral, llamó un
caballo de punto que pasaba y llegó a Billingsgate poco tiempo más tarde. Riera
le estaba esperando a bordo del Vengador.
—La cosa no te ha llevado mucho tiempo, Peter. —Sus ojos chispearon con
guasa—. Pensé que ibas a pasar más tiempo con Lali, sabiendo lo ansioso que
estabas por verla.
—Lali se ha marchado —dijo Peter lacónico.
—¡Marchado! ¿Adonde demonios se ha ido?
—Mi idea es que a España. Creo que en compañía de un grupo de sacerdotes
jesuitas que se volvieron a España al poco de zarpar nosotros.
—¿Lo sabes seguro?
La expresión de Peter se alteró sutilmente, revelando su incertidumbre.
—No. Nadie la vio marcharse. Isabel ya se aseguró de que no estaba en la
Residencia de los Lanzani. No hay ningún otro sitio adonde ella pudiera ir. Aparte de
los jesuitas no tenía a nadie a quien acudir en la corte; el resto de la gente la ignoraba,
y yo estaba demasiado ocupado o demasiado empecinado para portarme como un
marido con ella. Tengo que ir a buscarla para suplicarle que me perdone.
—¿Cuándo?
—¿Cómo está de averiado el barco?
—No muy gravemente. Nuestros carpinteros pueden reparar el timón y la
jarcia, y nuestros veleros pueden remendar los desgarros en las lonas sin dificultad.
No debería llevarles más de dos semanas.
Peter le dirigió una mirada sombría.
—No dispongo de dos semanas. Tiene que hacerse todo en seis días como
mucho.
—¡Seis días! Tú lo que pides es un milagro, Peter .
—Sí. ¿Puedes hacerlo?
—¿Qué pasa si te digo que no es posible?
—Que seré forzado a casarme con Lady Martina , o perderé todos mis bienes en
provecho de la corona y pasaré el resto de mis días en la Torre. Me dejarán en la
indigencia, Nico. Ni siquiera tendré un barco que me lleve de vuelta a Andros.
—En la indigencia tampoco exactamente, amigo mío. ¿Has olvidado el botín
que tienes escondido en Andros?
—No lo he olvidado, pero es insignificante comparado con lo que guardo en el
banco en Londres.
—¿Qué planes tienes?— preguntó Riera, barruntando otra aventura.
—Nos vamos a España —confió Peter —, pero antes... —Y en voz baja
esbozó a Riera su plan.
Riera le escuchó atentamente, asintiendo con entusiasmo mientras Peter
iba desplegando su plan.
—Podría resultar, pero ¿y si Lali no está dispuesta? ¿Y si no quiere tener nada
que ver contigo? Y tus planes, en lo que afecta a Lady Martina, como poco son
arriesgados. Está claro que quiere tenerte en la cama antes de la ceremonia. Y por
último, aunque no sea lo de menos, tienes en contra a la reina. Como la dejes
plantada seguramente no te lo perdonará jamás. Te prenderán y encarcelarán.
—Ya he tenido todo eso en cuenta, Nico, y me da risa si lo comparo con una
vida sin Lali. Todas las riquezas del mundo no me sirven de nada si no tengo a
Lali para compartirlas conmigo.
—Eso es muy fuerte para que lo diga un hombre que no puede soportar a los
españoles. La monjita se te ha metido muy adentro, ¿no?
—Sí —admitió Peter, más de lo que puedo expresar. Si no fuera así,
cumpliría con mi deber con la reina por muy desagradable que fuera. Pero ahora
preferiría pudrirme en la Torre antes que convertirme en el títere de la reina y tener
que firmar todos esos malditos papeles de la anulación. Pero necesito tu ayuda.
Riera se rió.
—Lo que me estás pidiendo es poco ortodoxo.
—Los tiempos desesperados demandan medidas desesperadas. Si no tienes
arrestos para hacerlo...
—No es eso —arguyó Riera, aún sonriente—. Pero la dama no puede dejar
de notar la diferencia...
—...A menos que aproveches la ventaja que te da la oscuridad. Somos de
rasgos y porte lo bastante parecidos como para no levantar sospecha. Tú sólo
asegúrate de hacer como corresponde el condenado trabajo. No quiero dudas sobre
mi virilidad. Tengo una reputación que mantener.
Riera soltó una sonora carcajada.
—Tan presumido como siempre, ya veo. No te preocupes, amigo mío, rendiré
honores a la dama con el mástil bien alto. Hemos compartido mujeres muchas veces
a lo largo de los años, pero ésta es la primera y la última vez que lo voy a hacer en tu
nombre.
—Pon a los hombres a hacer las reparaciones, Nico. Hay mucho que hacer antes
de que icemos las velas. Te veré más tarde esta noche en mis habitaciones de
Whitehall.
Peter se marchó, yendo directamente desde el Vengador al despacho de su
abogado procurador. Peter había contratado a Sylvester Thornhill poco después
de regresar a Inglaterra cuando era joven, después de escapar de la esclavitud.
Thornhill había acreditado su valía una y otra vez durante los años en que Peter
había navegado mar adentro en busca de botín español. Era digno de confianza,
discreto y, por encima de todo, capaz de ocuparse en todos los aspectos de los
asuntos de Peter. Y Peter confiaba en que Thornhill no divulgaría nada de lo
que pasase entre las paredes de su despacho.
—¿Tenéis algún reparo en hacer lo que os pido? —inquirió Peter una vez que
hubo expuesto sus planes al abogado.
—A ver si me he enterado bien —dijo Thornhill lentamente—. Deseáis despedir
con una pensión a vuestros criados de la Residencia de los Lanzani y darles una
indemnización generosa. ¿Pensáis cerrar la mansión para siempre?
—Voy a abandonar el país, quizás para siempre —le confió Peter —. Seré
honrado con vos, Thornhill, porque vos lo merecéis. Es probable que la corona vaya a
incautar mis bienes. No quiero que mis criados lo pasen mal, especialmente Pablo Martinez. Es un hombre bueno, y leal.
A Thornhill se le pusieron los ojos redondos.
—Pero vos sois un héroe, Capitán, ¿por qué habrían de ser confiscados vuestros
bienes?
—Es una historia larga, y desde luego os la contaré, pero primero, ¿estáis
dispuesto a seguir mis instrucciones?
—Desde luego, ¿lo habíais dudado? ¿Qué más puedo hacer por vos?
—Mucho. Voy a convertir todos mis activos en oro y los voy a trasladar al
Vengador. Si podéis hallar un comprador para la Residencia de los Lanzani en una
semana, bien, pero si no, no tiene importancia.
—Puede ser difícil, pero no imposible. Ya se me han ocurrido varias
posibilidades. ¿Eso es todo?
—No. Deseo que continuéis siendo mi agente en Londres para los cargamentos
de madera que envíe por mar desde Andros. Tomad vuestros honorarios de los
beneficios e ingresad el resto en el banco a nombre de mi primer oficial, Nico Riera. Él estará en libertad de entrar y salir de Inglaterra cuando quiera.
Thornhill escrutó el rostro de Peter.
—Esto suena como a que vayáis a cortar lazos con Inglaterra, capitán Lanzani .
¿Estáis seguro de que eso es lo que queréis?
—Las circunstancias lo hacen necesario. No habría elegido este camino si la
reina no me hubiera hecho imposible el quedarme en Inglaterra. —Se puso de pie—.
El tiempo escasea, y todavía queda mucho que hacer. Enviadme recado al Vengador
cuando hayáis terminado las tareas que os he encargado. Nada es privado en la corte,
y quiero mantener en secreto mis planes.
—Pronto tendréis noticias mías, capitán Lanzani.
Más tarde aquel día Nico Riera se abrió paso sin mucha fanfarria hasta la
habitación de Peter. Su discreto repique de nudillos fue respondido
inmediatamente, y se deslizó dentro en el momento en que se abrió la puerta.
—Pido a Dios que esto funcione —dijo Nico, con una sonrisa traviesa—; aunque
sigo diciendo que deberías hacer tú tu propio trabajo sucio.
Peter le atajó con la mirada.
—Tampoco es que no vayas a ser placenteramente recompensado por el trabajo
de esta noche.
Riera arqueó una bien formada ceja.
—Ya te contaré después. ¿Estás seguro de que es esto lo que quieres?
—Necesito conseguir tiempo, Nico, y desde luego no quiero irme a la cama con
Lady Martina . No podría tocarla sin pensar en Lali a cada instante que estuviera con
ella. No quiero traicionar a mi esposa. Esta es la única forma que se me ocurre de
aplacar a Martina y no traicionar mis votos matrimoniales. Martina es una perrilla en celo.
Creo que vas a disfrutar con ella. Estuve muy tentado de probarla en más de una
ocasión, pero siempre hubo algo que me detuvo.
—Es un truco sucio, pero lo comprendo. No te preocupes, no decepcionaré a la
dama.
—Sólo una cosa más, Nico —le recordó Peter —. No quiero que dejes a Martina
con un crío en la tripa cuando ni tú ni yo vamos a estar para hacernos cargo. No
quiero herirla, no es una persona perversa, sólo un poco caprichosa. No es virgen, o
sea que tampoco le estarás robando nada que ella no haya entregado ya. Sólo
asegúrate de que le das el suficiente placer como para dejarla satisfecha.
Los pasillos estaban desiertos. Hacía rato que la medianoche ya había pasado;
era ese momento en que las horas más negras de la noche extienden su manto sobre
el mundo dormido. Nico y Peter salieron de la habitación deslizándose
sigilosamente y reptaron por el pasillo hasta el dormitorio de Lady Martina. Se
detuvieron en la puerta por un brevísimo instante, y entonces Peter se volvió hacia
Nico y le puso un dedo sobre los labios. Nico se hizo a un lado cuando Peter abrió
la puerta y se introdujo dentro. Una solitaria vela, consumida casi hasta el cabo, hacía
parecer puerto seguro para amantes la estancia alumbrada de sombras. La llama
parpadeante parecía peligrosamente a punto de extinguirse.
—Peter , ¿eres tú? ¿Qué es lo que te ha tomado tanto tiempo? He pasado
horas esperando. —El tono quejumbroso de su voz revelaba su irritación.
—Sí, soy yo, Martina. —Se acercó a la cama, parándose unos segundos cerca de la
vacilante luz de la vela para que Martina pudiera contemplarle a fondo.
—Date prisa, amor mío —jadeó entrecortadamente ella—, y por lo que más
quieras, cierra la puerta.
Volviéndose con rapidez, Peter se aseguró de levantar a su paso brisa
suficiente para apagar la moribunda vela. La estancia se sumió en la oscuridad.
—Peter , ¿qué ha pasado?
—Nada —la tranquilizó Peter —. La llama se ha apagado. Tampoco
necesitamos luz. En cuanto cierre la puerta estoy contigo.

martes, 24 de enero de 2017

CAPITULO 66


Isabel hizo una mueca de desagrado, y en la estancia se hizo un silencio poco
natural. Peter tuvo una premonición heladora y luchó contra el prurito de largarse
a buscar a Lali para llevársela a toda prisa de Londres. Esperó a que Isabel hablara
y supo instintivamente que no le iba a gustar lo que iba a oír. 
—Lamentamos que ésa es la única cosa que Nos no podemos concederos.
Vuestra esposa ya no reside en la corte.
Peter soltó un grito ahogado de indignación e incredulidad.
—¿Habéis expulsado a Lali?
—Qué va, no la hemos expulsado. Desapareció uno o dos días después de que
zarparais a reuniros con la flota. No sabemos exactamente cuándo se fue, sólo que ya
no está entre nosotros.
—¿Es así como cumplís vuestras promesas? —le espetó Peter como un
trallazo—. Dijisteis que protegeríais a Lali. ¿Qué le habéis hecho?
—¡No le hemos hecho nada! —dijo la reina llena de indignación. No estaba
acostumbrada a que se dirigieran a ella de forma tan irrespetuosa, y su carácter
relampagueó peligrosamente—. Os sugerimos que sujetéis la lengua y recordéis con
quién estáis hablando.
—Peter , por favor —apremió Lady Martina —, no sigas. Estás incurriendo en la
ira de la reina, y eso no es prudente.
Peter se sacudió la pegajosa sujeción de Martina, con expresión dura y resentida.
—¿Dónde está mi esposa? Vos y vuestras damas le habéis estado haciendo la
vida imposible, y vuestros cortesanos la consideraban pieza disponible para sus
abyectas atenciones.
Isabel se levantó majestuosamente de su sitial, con una rabia sobrecogedora.
—Vais demasiado lejos, Sir Lanzani. No sabemos adonde fue vuestra esposa y no
tuvimos nada que ver en su desaparición. Teníamos intención de cumplir la promesa
que os hicimos. Cuando se advirtió su desaparición, Nos enviamos un mensajero a la
Residencia de los Lanzani a interesarse por ella. Pero ella no estaba allí. Nuestra opinión
es que ha regresado a España.
—¿Sola? —se burló Peter —. Lali no tenía dinero; no conocía a nadie en
Londres a quien pedir ayuda. ¿Cómo podría haberse ido a España?
—Los curas —dijo Isabel con altanero desdén—. Los jesuitas se marcharon al
día siguiente de zarpar vos. Aunque no hay forma de comprobarlo, Nos creemos que
vuestra esposa los acompañaba. Mejor así.
Las manos de Peter se hicieron puños, con ganas de golpear a alguien o algo.
—Iré inmediatamente a España y la traeré de vuelta. Lali no se habría
marchado sin una buena razón.
Peter sentía que él mismo era tan responsable como Isabel de la desaparición
de Lali, pero no podía ocultar el feroz rencor que sentía hacia la corte inglesa.
Todos en la Cámara de Audiencias le habían oído afrentar a la reina, y aguardaban
expectantes a que Isabel exigiera el justo castigo.
—No, vos no dejaréis Inglaterra —declaró la reina estampando el pie en el suelo
para dar énfasis a sus palabras—. Esa mujer española está donde le corresponde.
Mirad a Lady Martina como consuelo, será una esposa digna de vuestro nombre. Nos
hemos tomado la libertad de pedir al obispo que disponga los documentos de la
anulación. Esperan vuestra firma.
Peter exhaló lentamente.
—¿Y si me niego?
—Vuestros bienes serán confiscados y seréis encarcelado en la Torre hasta que
recuperéis el buen sentido, ¿Es ése vuestro deseo?
—Se ve que mis deseos no tienen ningún peso en este negocio.
—Esto es lo que más os conviene, Sir Lanzani. Sabéis que nunca nos complació
vuestro matrimonio. No solamente fuisteis forzado a tomar una esposa totalmente
inadecuada a vuestra posición, sino que además la boda fue oficiada por un
sacerdote papista, lo cual ya es razón suficiente para la anulación. Lady Martina os va a
aportar su enorme riqueza y sus numerosas haciendas. Es nuestro más íntimo deseo
que nuestro querido héroe se una en matrimonio a Lady Martina . Tenéis mucho que
perder negándoos a nuestra demanda y todo que ganar aceptándola: como mínimo,
una encantadora esposa que está enamorada de vos. —Sus palabras sonaron
sospechosamente a amenaza, y Peter jamás se plegaba de buen grado a las
amenazas.
Después de despachar su ultimátum, la reina se reclinó graciosamente en su
sitial, esperando con displicencia a que Peter se sometiera a sus deseos. No iba a
aceptar negativas; nunca lo había hecho.
—¿Es ésa la última palabra de Vuestra Majestad?
—Sí, es mi última palabra en este asunto.
—Entonces no tengo elección —concedió graciosamente Peter. Para él era
una auténtica hazaña contener el genio y mantener la compostura mientras por
dentro estaba hirviendo de rencor y de rabia, pero sea como fuere logró
componérselas. Por más que la reina intentara imaginárselo, nunca llegaría a saber
cuánto le costaba aquello a su orgullo.
—Ay, Peter, no lo lamentarás —chilló encantada Lady Martina. Peter le
dedicó una mirada invernal—. Sabía que tomarías la decisión acertada, y por eso me
anticipé con los planes para nuestra boda. Nos casaremos de aquí a una semana, con
asistencia de toda la corte. Podemos pasar nuestra luna de miel en mi remota
propiedad de Cornualles. Ya he mandado recado para que esté preparada para
nuestra visita.
—Has pensado en todo —observó Peter fríamente.
—Habéis hecho una elección acertada, Sir Lanzani —dijo la reina, más que
complacida con la capitulación de Peter. Pocos de sus súbditos eran tan tontos
como para atreverse a frustrar sus deseos.
—Pues bueno sea —dijo Peter, impaciente por librarse de la reina y de Lady
Martina —. Si me disculpáis, Majestad, es mucho lo que debo hacer antes de la boda.
Tengo todavía un barco averiado y hombres heridos a los que atender. Tengo que
enviar noticias a la Residencia de los Lanzani y proveer adecuadamente mi guardarropa
para honrar a mi esposa.
Isabel hizo un gesto imperioso con la mano.
—Estáis disculpado, Sir Lanzani. Las semanas que habéis pasado en el mar con
nuestra flota victoriosa han debido dejaros agotado.
Peter se retiró con toda la gentileza que fue capaz de mostrar. No llegó a
percatarse de que Lady Martina salía detrás de él hasta que la sintió a su lado.
—Estoy agotado de verdad, Martina —se excusó con ella—. Mejor seguimos
hablando de nuestros planes mañana.
—No es hablar lo que quiero —su voz tenía un seductor tono de promesa—. No
hay razón para reprimirse, ya. Nuestra boda sólo necesita la ceremonia para que sea
legal. Tu esposa te ha abandonado, y yo ya me siento esposa tuya. Hazme el amor,
Peter .
Peter rechinó los dientes de disgusto. Maldita Isabel y maldita Martina por
empujarle a algo que él no deseaba. Todavía tenía una semana y se proponía hacer
buen uso de ella antes de...
—Ahora no —se escabulló Peter —. Iré yo esta noche a vuestra cámara. De
poco te voy a servir si caigo dormido en el instante en que mi cabeza toque la
almohada. Estoy sucio y necesito un baño. Y ahora, por favor, discúlpame.
Martina hizo un gracioso mohín.
—Te ayudaré a darte un baño. Quién sabe lo que puede pasar en cuanto te
hayas refrescado.
—Yo lo sé: que me voy a echar una larga siesta.
—Peter , estoy empezando a pensar que estás tratando de evitar hacerme el
amor —su voz adquirió un matiz duro—. No tendría más que insinuarle a la reina
que pretendes librarte del casamiento para que ella se incautara de todos tus bienes y
te encerrara en al Torre hasta que vuelvas al redil.
—Ah, Peter , estoy seguro de que te encantaría hacerlo —dijo Peter con
suavidad, con una suavidad excesiva que hizo que se disparase un escalofrío por
toda la longitud de la elegante espalda de Lady Martina. Peter la cogió en sus brazos,
besándola con fuerza, bruscamente, descargando todo su enfado en la violenta
posesión de la boca de ella. Martina se estremeció, aceptando su beso brutal con hambre
predadora.
—Peter , ay, Peter , sí, me gustas así —gimió inconsciente contra su boca,
jadeante de expectativa—. No me importa lo excitado que te pongas.
Un ruido de disgusto borboteó en lo hondo de la garganta de Peter. La boca
de jane estaba húmeda y floja bajo la suya. Sospechó que habría podido tomarla en el
suelo, en el pasillo mismo, sin que ella protestara. Pero ni la deseaba entonces ni la
iba a desear nunca. Lali era la única mujer que él deseaba, y la tendría si lograba
deshacerse de Martina sin deshacerse de su propia vida. Disponer de tiempo era
esencial. Sólo tenía una semana para poner sus asuntos en orden, y eso iba a ser
endemoniadamente difícil con Martina resollando tras él. ¿Cómo diablos iba a tenerla
satisfecha sin acostarse de verdad con ella?
—Esta noche —le susurró Peter en la boca. Dando a su pecho una incitante
caricia que prometía largas horas de éxtasis, se dio la vuelta y se alejó dando
zancadas con viveza.

CAPITULO 65

El Vengador remontó el Támesis y atracó en Billingsgate el 15 de agosto, después 
de varios días de batallas navales en las que la armada española, mientras huía, había 
sido sistemáticamente hostigada por los barcos ingleses, que seguían su estela como 
perros de presa. Pero una vez que se hizo evidente que la armada estaba rota y 
tomaba rumbo norte en retirada, la flota inglesa retrocedió y regresó a su puerto de
origen a celebrar su victoria. El país entero estaba rebosante de júbilo. Se vitoreaba a
la fuerza naval y sus comandantes como a héroes, y la popularidad de la reina
alcanzó cotas sin precedentes.
A pesar de que se sentía feliz por haber participado en la gloriosa victoria, lo
que Peter más esperaba era un gozoso reencuentro con Lali. La había echado
terriblemente de menos. Había pasado en el mar cerca de seis semanas, y buena parte
de ese tiempo más esperando al enemigo que metido en combate, hasta los últimos
días de julio y primeros de agosto, cuando la flota inglesa y la Armada Española
chocaron repetidamente.
La derrota de la armada había sido una sensacional victoria personal para
Peter . Su triunfo decisivo sobre su enemigo de toda la vida desterró de una vez
por todas su deseo de venganza contra los españoles. Por primera vez en muchos
años se sintió en libertad para obedecer a su corazón. Su futuro con Lali nunca le
había parecido más luminoso. Se sentía en paz con su decisión y capaz de aceptar
con absoluta sinceridad la ascendencia española de Lali.
La amaba. La había amado durante mucho tiempo, pero tenía el corazón
cerrado a todo lo que no fuera su afán de venganza. Rogaba por que Lali le
perdonase los muchos pecados que contra ella había cometido, y tenía la esperanza
de que algún día le quisiera tanto como él la quería a ella. Por algún milagro él había
escapado ileso del combate, y ya se estaba imaginando con deleite la vida y los hijos
que Lali y él iban a crear juntos.
Nico Riera se acercó a Peter silenciosamente, contrariado por tener que
interrumpir sus ensueños pero creyéndolo necesario.
El buque ya había atracado, y Riera esperaba instrucciones. Carraspeó,
esperando que Peter advirtiera su presencia. Peter le oyó y se volvió
bruscamente.
—¿Está el barco en orden, señor Riera?
—Lo está, mi capitán. En orden, y a la espera de instrucciones.
—Dales licencia para ir a tierra a los hombres, a todos excepto los precisos para
mantener una mínima guardia. Se lo merecen. Y mira que se cuide a los heridos.
—¿Y qué pasa con los daños que ha sufrido el Vengador en el combate?
—Haz una relación de daños. Volveré después de ver a Lali. Mientras tanto
puedes ir contratando carpinteros y veleros para empezar con las reparaciones.
Peter llegó a la corte en medio de una jubilosa celebración de la derrota de la
Armada Española, la flota naval más grande de la Historia. Ya sólo el tamaño y la
magnitud de la enorme armada eran incomparables. Si las cosas hubieran ido según
lo planeado y el mal tiempo no hubiera sido un factor determinante, la Expedición
Española podía haber triunfado. Los que habían tripulado los barcos eran
conscientes de ello, pero la mayoría de los ingleses no habían llegado a comprender
el peligro tan real que había amenazado sus costas.
La reina Isabel, con su regia silueta ataviada de negro destacando en medio del
colorido de pavo real de sus cortesanos y damas, mantenía audiencia en la consabida
Cámara de Audiencias. Peter escudriñó la sala buscando a Lali, pero sin éxito.
Estaba a punto de marcharse de la cámara para seguir buscándola cuando Lady Martina
lo vio y lo llamó por su nombre. Todas las cabezas se volvieron a mirarle y Peter
se encontró rodeado de portadores de parabienes que le felicitaban por la victoria e
inquirían detalles. Atrajo tanta atención que la reina lo divisó y envió un paje a
llamarle.
Peter frunció el ceño con disgusto. La reina y sus figurines de corte eran la
última gente que deseaba ver en aquel momento. El quería encontrar a Lali. Quería
tomarla en brazos, hacerle el amor, contarle lo idiota que había sido al renegar de lo
que su corazón había sabido siempre. Pero cuando uno era requerido por la reina, no
podía rehusar. La multitud le abrió paso según se iba acercando al trono tallado de
Isabel. Lady Martina se agarraba tenazmente de su brazo.
Antes de que Peter hubiera podido liberarse ya habían alcanzado el estrado.
Ejecutó una reverencia y la reina le dirigió una sonrisa luminosa.
—Estamos muy complacida con vos, Sir Lanzani. Como lo estamos con todos
nuestros valientes marinos y sus almirantes. Habéis sido el primero en regresar.
Contadnos qué sucedió.
Como no encontraba forma de escapar airosamente, Peter se pasó la
siguiente hora relatando los detalles de los combates mantenidos y de la ruta de
huida de la armada enemiga, que les obligaría a rodear Escocia e Irlanda.
—Esos españoles no lo van a pasar bien —predijo Isabel—. En esta parte del
año lo más seguro es que se encuentren con tiempo peligroso en las aguas del norte y
a lo largo de la costa irlandesa.
La predicción de la reina resultó ser demasiado acertada. Se supo después que
gran número de navíos se habían destrozado contra las rocosas costas irlandesas con
pocos supervivientes.
—Hemos recibido informes de que nuestras pérdidas han sido escasas
comparadas con las del enemigo. Hemos de dar las gracias a hombres valientes como
vos. Pensaremos en una recompensa adecuada —dijo Isabel solemnemente.
—No deseo más recompensa —dijo Peter — que me devolváis a mi esposa y

poder retirarme a mis tierras