viernes, 8 de julio de 2016

NOTA

PRONTO EMPEZARE CON UNA NUEVA NOVELA SOLO VOY A TOMARME UN TIEMPO PARA ADELANTAR LOS CAPÍTULOS.

Epilogo


Las secuelas de aquel día en los Everglades fueron traumáticas. Peter estaba convencido de que Gas le había confesado a Lali la verdad solo cuando estuvo seguro de que iba a matarla. Algo se había trastornado en su mente cuando era muy joven, dando como resultado su obsesión con Gimena y el asesinato de esta, así como de otras mujeres que le recordaban a ella. 
Mariano lloré la muerte del hombre al que siempre había considerado hijo suyo. Peter, por su parte, pasó mucho tiempo preguntándose si podría haber hecho algo para mitigar la locura de su hermano. Ni a Mariano ni a Peter les importé el descubrimiento de que Gas no estuviera biológicamente emparentado con ninguno de ellos. Mariano lo había criado; para Peter siempre había sido un hermano. 
La noticia figuró en los periódicos de todo el país. Fue doloroso para todos, pero Lali solo estaba preocupada por Peter. Se disgustó mucho cuando él le ofreció la anulación, diciéndole que no tenía por qué seguir casada con el hermano de un asesino. Ella respondió que Gas había sido más hermano suyo que de él en los últimos años, y que no se libraría de aquel matrimonio tan fácilmente. 
Peter no la dejó, pero tampoco se acercó a ella. Pasaba las noches en vela, mirando la oscuridad. Cuando le dijo que pensaba dejar el FBI, ella se disgustó, aunque no fue ninguna sorpresa. Lali contestó que no se lo permitiría hasta que hablaran. Y hablaran de verdad. 
Consiguió volver con Peter al Caribe. Alquiló el mismo bungalow que ocuparon la noche de su boda sigues vivo— le dijo. Después se arrodilló delante de él—. Te quiero, Peter. Te he querido siempre. Por favor, no permitas que nuestro matrimonio muera. Ya ha habido bastantes tragedias. Te necesito. Por favor, Peter, te amo... 
Él la miró, aún sin tocarla. Luego, por fin, la estrechó entre sus brazos. 
—Sabes por qué me casé contigo, ¿verdad? 
—Para protegerme —respondió Lali contra su cuello. 
Peter meneó la cabeza. 
—Porque te he amado desde siempre. Y estaba asustado. Debía tenerte. Dios, te quiero... 
Aquella noche, por primera vez desde los sucesos del pantano, hicieron el amor. Una y otra vez. Hablaron sin parar. Y Peter dijo lo que quería hacer realmente con su vida. Adoraba los Cayos y deseaba poner en marcha una empresa de submarinismo. 
—Aunque también me gustaría trabajar como investigador a ratos. Por cuenta propia o para la policía. Además, también está esa mente misteriosa tuya... 
—¿Mi mente? Yo te oí llamándome cuando tenía los ojos cerrados —aseguró Lali solemnemente. Él sonrio. 
—Yo oí cómo tú me llamabas a mí. Con el corazón. 
Y, así, las heridas de ambos empezaron a sanar. 
Mariano y Nicolas siguieron siendo buenos amigos. Cande y VICO se casaron, para poder se guir hablando del trabajo policial y de autopsias siempre que quisieran. Rocio y Nico renovaron sus votos de matrimonio, y Rocio empezó a trabajar de modelo a tiempo parciall Darryl se casó con Lindy. 
Pablo vendió los derechos de su novela para la adaptación al cine por un millón de dólares. 
Lali siguió posando como modelo y cantando. Peter abrió su negocio. Seis meses después del incidente, todos empezaban a recuperar el rumbo de sus vidas. 
Mientras Lali se dirigía al barco de Peter, vio a su marido en la cubierta, leyendo el periódico. Él bajó de inmediato para ayudarla a subir. Aún no llevaba seis meses embarazada, pero estaba redonda como una pelota. 
—¿Y bien? —inquirió él. 
—Alegra pasará tres días con Darryl y Lindy. Piensan ir a Disney World. —Eso es estupendo. Se lo pasará muy bien. ¿Y qué más...? 
Ella sonrió. 
—¿Vamos, esto es una tortura! —exclamé Peter—. Debí obligarte a cambiar la hora de tu cita al enterarme de que no podía faltar a esa reunión con la Comisión de Turismo. —Lali, ¿es niño o niña? 
—Niño. 
— ¡Bravo! 
—Y niña. 
— ¡ Lali! — la voz de Peter se tomé un gruñido de advertencia. 
Ella lo ignoró, besándole los labios. 
—Mellizos, amor mío. 
Peter se dejó caer junto al timón. Luego sentó a Lali sobre su regazo y la besé con ternura. 
—¿Puedes leerme la mente ahora mismo? Ella negó con la cabeza. 
—Bien. Te marearías. 
Lali se echó a reír. 
—¿Por qué? 
—Porque estoy pensando en lo mucho que te quiero. Y en que eres la embarazada más deslumbrante del mundo. 
—¿Puedes leer tú mi mente? —inquirió ella. Él negó con la cabeza. 
—No. ¿Por qué? ¿Estás pensando en lo mucho que me quieres, y en que soy el embarazado 
más deslumbrante del mundo? 
Ella hizo un ademán negativo. 
—No. Estaba pensando que fue una suerte que te casaras conmigo, porque debí de quedarme embarazada la primera vez que nos acostamos. 
Peter se echó a reír. Luego ayudé a Lali a levantarse y ambos se dirigieron hacia la cabina. Fin  
NOTA: YA LA HISTORIA ES TERMINADA ESPERO QUE LE HAYA GUSTADO TANTO COMO AMI.

CAPITULO 90

No puede ser —murmuré Nico—. No puede ser tu hermano, Peter. 
— ¡Desearía que no fuera él, bien lo sabe Dios! —dijo Peter vehementemente. 
—Debía de ser un niño cuando asesinaron a Gimena. 
—Tenía veintiún años. Más edad que muchos asesinos. —Pero... ¿porqué? 
—No lo sé. 
De repente, Peter hizo girar el coche bruscamente. 
—¿Qué diablos? —empezó a decir Nico. 
—Casi me paso de largo. 
Había encontrado el camino. Apenas era visible. Peter se sorprendió de haberlo visto. Iba conduciendo con ciega desesperación. 
Pero ahora... 
Enfiló el camino a toda velocidad, las ruedas del coche despidiendo piedras, hierba y tierra mientras avanzaban. 
Casi chocaron con el Cherokee de Lali. Mientras detenía el coche en seco, y el polvo se asentaba a su alrededor, Peter vio a Rocio. Corría hacia ellos, con anthony apretado contra el pecho, Justin y Shelley corriendo tras ella. 
— ¡ Oh, Dios! — Rocio sollozó histéricamente, lanzándose hacia los brazos de su marido. 
—Rocio, Rocio... —susurré Nico. 
Ella consiguió serenarse lo suficiente como para retirarse de él. 
—Peter, tiene a Lali. Cree que soy yo. Quizá cree que ambas somos Gimena. ¡Oh, Dios, Peter, está allí solo con ella! 
Peter no necesitaba oír más. Avanzó corriendo por el camino. 
Al principio, le resultó fácil mantenerse alejada de él. Pero Lali quería asegurarse de que no reparara en la ausencia de una de las barcas, de modo que tuvo que correr hacia la zona menos accesible. 
— ¡Rocio! 
Resollando, ella se obligó a emitir una risita. 
— ¡ Atrápame! 
—Basta de juegos. Estoy cansado, y los niños se despertarán pronto. Te deseo, y tenemos que preparar algo de cena. Tenemos que hacer planes. Vuelve aquí. 
— ¡Atrápame! —insistió Lali, tratando de ocultarse detrás de los árboles. Un buen vistazo le bastaría a Gas para saber que no estaba persiguiendo a Rocio. 
De repente, se dio cuenta de que ya no lo oía correr tras ella. Se quedó quieta, mirando ansiosamente por entre los árboles. Luego empezó a volverse y comprendió que Gas había dado un rodeo, acercándose a ella por detrás. 
Siguiendo su juego. 
Estaba a punto de atraparla. 
Lali dejó escapar un grito y echó a correr otra vez. El pie se le enredé en una raíz y cayó de bruces, golpeándose la cabeza con una rama caída. 
De repente, Gas se ahorcajó sobre ella, riéndose. Lali se sintió aturdida al principio, incapaz de resistirse cuando él le tiró de la camiseta y musité: 
— ¿Por qué coño llevas una camiseta distinta de la que llevabas antes? — le retiró el cabello de la cara y, de pronto, Lali se encontró mirando sus ojos azules. Los ojos de un asesino—. ¡Tú! 
Ella parpadeé furiosamente, tratando de reunir sus fuerzas. 
— Gas. 
—¿Dónde está Rocio? 
—¿De verdad no me deseas? 
— ¿Dónde está Rocio? 
—Yo me parezco más a mi madre. 
Él retrocedió, sentándose en cuclillas, y la miró. 
—Sí, te pareces más a ella —la abofeteó bruscamente. Un golpe cruel que la aturdió—. ¡Puta! ¿Dónde está Rocio? 
— Se ha ido. Nunca volverás a tocarla. 
Gas guardé silencio un momento. Luego prorrumpió en carcajadas. 
—Bien. Te tocaré a ti. Tienes razón. Tú te pareces más a tu madre. ¿Y sabes una cosa? 
Siempre temí que me vieras. Pero tú no querías verme. Soy tu hermanastro. No... no era por eso. Soy hermano de Peter. Ja, no eres consciente de la ironía. — ¿Qué quieres decir? 
— ¡ Que no soy hermano suyo! Eso era lo que Gimena utilizaba para amenazarme. 
—¿Cómo? No comprendo. 
—Gimena no podía dejar las cosas estar. Tú nunca conociste a mi madre, ¿verdad? Mariano se divorció de ella porque era un poco alocada. Y muy bella. A Mariano siempre le gustaron las mujeres bellas. 
»A mi madre le iban las juergas. Era una mujer salvaje. Le gustaba salir y divertirse, pero no podía tolerar esa conducta en el bueno de Mariano. Intentó envenenarlo una vez, creyendo que la estaba engañando con otra, y entonces se divorciaron. En cualquier caso, mi vieja y querida madre acabó en el manicomio. 
»Gimena, cómo no, fue a verla. Y he aquí que mi madre le dijo que yo no era hijo de Mariano. Y Gimena... 
¡bueno, ya sabes cómo era Gimena! Me provocaba, como la puta calientapollas que era, amenazándome continuamente. Aquella noche... supongo que perdí la cabeza. 
»Ella fue la primera. Fue fácil. Y ahora... Soy un tipo brillante, ya lo sabes. No creo realmente que todas las rubias tengan que pagar. Es que a veces siento como un picor, simplemente, y tengo que rascarme... Y es mucho mejor cuando veo a una mujer gritando, suplicando por su vida —hizo una pausa—. Y después sangrando —añadió encogiéndose de hombros. 
—Gas, yo nunca te he hecho nada. 
—Bueno, te casaste con Peter. Con el hijo bueno. El hijo auténtico. Eso debería ser suficiente. 
—Probablemente ya te ha descubierto, Gas. 
—¿Tú crees? Yo no estoy tan seguro. ¡Habéis sido todos unos ciegos idiotas! — Gas retrocedió de nuevo y rebuscó en su bolsillo. Sacó la navaja y la abrió—. ¿Sabes? Con Gimena utilicé un cuchillo de trinchar came. Luego encontré a Harry Nore en la calle, pidiendo, y dejé el cuchillo en su sombrero. Resulté ser una buena idea, ¿eh? 
Le pasó el canto de la navaja por la mejilla y luego fue bajando, deslizándolo por su cuello y por uno de los senos, por encima del sostén, sin hacerle sangre. 
— Eres realmente bella. 
—Por favor, Gas, no me mates —susurré Lali. 
— ¡También hablas como la zorra puñetera de tu madre! 
—Gas... 
Él se levantó bruscamente, alargando la mano libre para poner a LALI en pie. 
—Está bien. Te daré la misma oportunidad que le di a ROCIO. Vamos. Convénceme de que mereces vivir. 
Ella se quedó mirándolo, aterrorizada. GAS la arrastré hacia sí. 
—¡Oh, vamos, LALI! Engaña al genial PETER. Hazme el amor. ¿No te gusta sentir esto? ¿Sentir la navaja contra tu garganta? 
Solo tenía que girar los dedos y la mortífera hoja se hundiría en su cuello. LALI cerró los ojos. 
Pensó en PETER, gritando su nombre en silencio. Creyó oir su voz y abrió los ojos. 
PETER no la había llamado, no con palabras. Pero, para su asombro,LALI lo vio. Estaba completamente inmóvil, agachado entre los arbustos. Se acercó un dedo a los labios al ver que ella lo miraba. 
— ¡ GAS! — susurré LALI. 
La navaja se movió levemente. 
— Haré lo que tú quieras — musité ella con voz ronca. 
— Quieres conseguir tiempo. Eres patética. 
—Quiero vivir. Deja... deja que me quite los pantalones. Déjame mostrarte cómo puedo hacerte el amor. 
— Como vuelvas a huir, te clavaré la navaja en el corazón cuando te atrape. 
—No voy a huir. 
Rafe la solté. LALI se retiré un poco, mirándolo a los ojos mientras se bajaba la crema-llera del pantalón. 
— ¡Muy bien, quieto! —ordené PÈTER saliendo de los arbustos, apuntando a PETER con su re-vólver del treinta y ocho. 
Por un momento, GAS se quedé paralizado. Fue el tiempo que LALI necesitaba para emitir un grito y correr hacia PETER. Él la rodeé con el brazo libre, pero siguió apuntando a su hermano. 
— ¿LALI? — murmuró. 
Luego la miró durante un segundo. Un segundo que GAS aprovechó para lanzar la navaja, que silbó por el aire. Alcanzó a PETER en el bíceps derecho, haciendo que dejara caer el re-vólver. 
Rafe se precipitó con furia hacia su hermano, empujándolo hacia el borde del agua. Mientras ambos hombres forcejeaban, LALI buscó desesperadamente la pistola de PETER por entre la vegetación, sin encontrarla. De repente, se oyó un golpe seco. 
LALI miré hacia los dos hombres. Uno de ellos se levantó. En la semioscuridad, no se veía cuál de ellos era. LALI se irguió lentamente, observando, sin apenas respirar, esperando. 
Luego oyó sirenas. La policía había llegado. 
El hombre siguió avanzando hacia ella. Era PETER, comprendió LALI con una debilitante sensación de alivio. PETER, cubierto de barro, con el brazo sangrando profusamente, aunque él no parecía darse cuenta. 
— ¡Oh, PETER! —LALI se apresuré a abrazarlo—. Oh, PETER,PETER, vámonos de aquí. La policía ha llegado, pero no he podido encontrar la pistola. Si Rafe se levanta... —La pistola no es necesaria —dijo PETER con voz cansada. 
— Pero... 
—No volverá a levantarse. Le he roto el cuello. ¡Pero, sí, vámonos de aquí! —PETER se quité la chaqueta y envolvió a LALI con ella. 
En sus ojos había reflejado un inmenso dolor. LALI quiso decir algo. 
—Oh, PETER... 
—Salgamos de esta oscuridad —contestó él, besándole la frente. 
—¿Cómo nos encontraste? —susurré LALI 
—Por arte de magia. Seguí tus sueños. Mi esposa es una bruja. 
—Oh, PETER... 
—Y no querría que fuese de otra manera.....

jueves, 7 de julio de 2016

CAPITULO 89

Rocio, no folles conmigo. No resultes ser una puta. No quiero hacerte daño, ni lastimar a tus hijos. Todo dependerá de ti. Tenemos una oportunidad. Solo tienes que amarme. Vamos, ven. 
Rocio temió perder el control de un momento a otro. Derrumbarse y ponerse a chillar y a gritar. No podía creer que antaño lo hubiera considerado un hombre tierno, sexy y atractivo. —Eres casi idéntica a ella.
—¿A quién?
—A Gimena. Tu madre. Era la mayor calientapollas que ha existido. A veces te miro y eres ella. Otras veces casi llamo a Lali por su nombre. Qué irónico, ¿verdad?
—Yo no soy mi madre. Él sonrió súbitamente.
—Pero te acercas mucho. Bueno, ¿qué estarías dispuesta a hacer para seguir viva? — inquirió con voz ronca.
— ¡Cualquier cosa! —susurré ella, sintiendo náuseas.
—Pues empieza ya —le aconsejó él—. Convénceme de que debo dejarte vivir.
Por la ventana de la cabaña, Lali vio cómo su hermana se quitaba la camiseta y se arrodillaba delante de Gas, sentado en una silla. La navaja descansaba en la repisa de piedra de la chimenea.
Si conseguía atraer a Gas al exterior durante unos minutos, podría apoderarse de la navaja y sacar de allí a Rocio y a los niños. Meterlos en la barca y llevarlos a la otra orilla.
¿Qué podía hacer para sacarlo de la cabaña?
Asomada a la ventana, Lali vio las lágrimas que resbalaban por las mejillas de su hermana mientras Gas acariciaba su torso desnudo. Se preguntó si su hermana sabría cuánta sangre había en aquellas manos.
Lali se agachó y agarró una enorme piedra. Luego se incorporé rápidamente, impulsivamente, y corrió hacia la parte frontal de la cabaña. Utilizando todas sus fuerzas, arrojó la piedra contra la puerta, antes de apresurarse de vuelta a la ventana.
Gas se había levantado. Rocio seguía arrodillada en el suelo, temblando. Lali esperó hasta que Gas caminó hasta la puerta, la abrió y salió, acercándose con grandes zancadas al borde del agua.
Entonces, Lali entré por la ventana. Lo primero que hizo fue buscar la navaja. No estaba. Al parecer, Gas la llevaba consigo.
— ¡ Rocio! — susurré Lali.
Rocio ni siquiera alzó la vista. Estaba encorvada, con los brazos cruzados sobre el pecho.
— ¡Rocio!
Su hermana la vio por fin. Abrió los ojos de par en par, sorprendida, y sus labios empezaron a temblar.
—Tienes que esconderte, Lali. Tienes que salir de aquí o te matará a ti también. Creo que él es el asesino. Creo que mato a mamá. Oh, Dios, Lali...
Lali la agarró y la puso en pie.
— ¡Póntela! —dijo entregándole la camiseta—. ¡Deprisa! ¿Dónde están los niños? ¿Dónde está Alegra?
—En el desván. Los matará, Lali. Pero Alegra no está aquí. Está con Darryl. Oh, Dios, mis hijos... Quizá sea mejor que haga lo que... quiere.
—Está enfermo y nos matará de todos modos —le aseguró Lali—. ¡Así que serénate
y ayúdame! Tenemos que llegar hasta los niños y salir por esa ventana... ¡Vamos!
Arrastró a Rocio hasta el desván. Justin no dormía. Estaba sentado, con los ojitos desorbitados y aterrorizados. Lali le indicó con un gesto que guardara silencio y él,
instintivamente, la comprendió.
— ¡ Vamos! — lo urgió Lali mientras tomaba a Shelley en brazos.
Rocio tomó a Anthony. Justo cuando llegaron al pie de las escaleras, oyeron a Gas en el porche.
— ¡Deprisa! —dijo Lali—. ¡A la ventana
Sostuvo a Shelley y a Anthony mientras Rocio salía trabajosamente por la ventana. Luego alargó los brazos para sacar a Justin, Shelley y, por último, Anthony. Justo cuando Lali estaba entregándole al pequeño, la puerta de la cabaña se abrió. Gas estaba allí, de pie. Podía ver a Lali, sin duda, pero, al estar oculta entre las sombras, quizá no supiera quién era.
Ya estaba oscureciendo.
— ¡Llévate a los niños de aquí! —susurró Lali.
— ¡Lali! ¡No puedo irme sin ti!
— Si yo salgo ahora, nos atrapará a todos. Escúchame con atención. Sube a los niños en una de las barcas y aléjate de aquí. ¡Busca ayuda!


— ¡Lali, no! —las mejillas de Rocio se llenaron de lágrimas.
— ¡ Vete!
Rocio corrió con los niños.
Lali se separó de la ventana. Gas había vuelto.
Lali se quedó mirándolo un momento, luego se giró y empezó a subir las escaleras del desvan. Gas se situé debajo de ella, alzando los ojos.
— ¡Rocio!
— ¡ Solo quiero comprobar cómo están los niños! —respondió ella desde arriba.
En el desván, se detuvo un momento, respirando profundamente. ¿De cuánto tiempo disponía? De unos pocos segundos. Tenía que esperar, darle tiempo a Rocio. Cerré los ojos un momento, rezando. ¿Seguirían las llaves puestas en la furgoneta?
— ¡Date prisa, Rocio!
Tiempo, tiempo, necesitaba tiempo. No podía dejar que Gas supiera que había suplantado a su hermana, que Rocio y los pequeños trataban de huir desesperadamente...
«Peter, por favor, ¿dónde estás? ¿Sabes ya que hemos desaparecido? ¿Recuerdas a dónde debes ir? Peter, te quiero...»
Lali se despeinó el cabello, echándoselo sobre el rostro. Miró escaleras abajo. Gas se había acercado a la chimenea apagada, recostándose en ella. . .Gas.
Se sintió mareada, recordando la ternura con que Gas la había abrazado tras el ataque de Harry Nore. Gas. Gas, que había sonreído, jugado y bromeado con todos ellos, año tras año. No habían sabido verlo. Ninguno había visto el otro lado de aquel hombre.
Tenía que salir de la casa y correr en la dirección opuesta a la que había tomado Rocio, darles a su hermana y sus sobrinos una oportunidad.
— ¡Rocio!
Ella respiró hondo.
— ¡Gas! —respondió—. ¡Vamos a jugar! —dijo provocativamente, y bajó corriendo las escaleras. El se dio la vuelta, pero ella ya había pasado de largo. Salió precipitadamente por la puerta y corrió hacia los árboles.
—¿Dónde, dónde, dónde? —musité Peter entre maldiciones.
Nico, pálido como la cera, solté el teléfono móvil.
—VICO y la policía ya vienen detrás de nosotros. Lali y Rocio no aparecen por ninguna parte. Alegra está con su padre.
—Gracias a Dios —dijo Peter. Nico guardó silencio, y Peter se estremeció interiormente,
recordando que la esposa y los hijos de Nico corrían un grave peligro.

CAPITULO 88

  ¿Por qué? ¿Qué sucede? 
—Sé quién es el asesino —respondió Peter. 
Rocio se preguntó cuánto tiempo habría estado escondido en la parte trasera de la minifurgoneta. 
Los niños creyeron que se trataba de una broma. Rocio agradeció que se hallaran todos en los asientos de atrás, Justin en el posterior, Shelley y Anthony en el del centro, detrás de ella. 
Porque él estaba ahora a su lado. 
Tenía un cuchillo en el regazo. Una navaja de resorte. La abría y la cerraba, la abría y la cerraba, una y otra vez. 
— Esto no tiene gracia — le dijo Rocio, recurriendo a la bravata. 
—Claro que no. La vida es muy seria. 
—¿Por qué me haces esto? 
—No te estoy haciendo nada. Sabes que quieres acostarte conmigo, y vas a amarme. Simplemente te acobardaste. No te pareces tanto a ella, ¿sabes? 
—¿A quién? 
—A tu madre. 
Una puñalada de pánico atravesé el corazón de Rocio. Lo miró de reojo. Ya no parecía tan guapo. Había algo en sus ojos, en los ángulos de su rostro... 
Rocio se humedeció los labios. 
—Lo siento. No quise darte esperanzas. Cometí un error. Estoy casada. 
—Eso tiene arreglo. 
—Tengo hijos. 
—Yo puedo quererlos. O... —él sonrió, deslizando el dedo por el cuchillo— puedo deshacerme de ellos. De hecho, te daré la oportunidad de que me ames y... bueno, sus vidas dependerán de ello. Sigue conduciendo. Más deprisa. Nos quedan algunos kilómetros de camino. 
Ella empezó a temblar. 
Iba a morir, se dijo. Iba a morir. Había sido una mala esposa, y quizá Dios quería pasarle factura. Tenía tanto miedo... No quería morir como murió su madre. 
No podía morir. Los niños iban en el coche. Tenía que seguir viva. No importaba lo que le sucediera a ella, tenía que seguir viva hasta que... 
Hasta que los niños estuvieran a salvo. 
La minifurgoneta se desvié por un camino casi invisible. 
Sería una locura seguir adelante. Tenía que volver, buscar una gasolinera, un teléfono. 
Pero si no seguía a la furgoneta, podría perderla de vista. Tenía que continuar. Si se volvía atrás, podría perder a su hija. A su hermana. A Shelley, Justin, Anthony... 
Oh, Dios... 
Se sentía tan aturdida por el miedo que casi se salió del camino. La furgoneta apenas resultaba visible, más adelante. De pronto, se detuvo. Lali pisé rápidamente el freno mientras se desviaba hacia un lado, con intención de ocultar el Cherokee. 
Estaban en las profundidades de los pantanos, y Lali se dio cuenta de que habían llegado hasta allí por un viejo camino que llevaba a unas cabañas de caza abandonadas. Se apeó del coche y se apresuré por entre la maleza, acercándose lo suficiente para ver y ofr todo lo que sucedía. 
El camino se acababa más adelante, donde estaba la furgoneta. Sus ocupantes fueron saliendo. Por un momento, Lali no reconoció al hombre que acompañaba a su hermana. Luego emitió un jadeo de incredulidad. Y entonces comprendió por qué no había sido capaz 
de verlo. Comprendió por qué no había querido verlo, ni creer... 
Anthony estaba llorando, y el asesino ordenó a Rocio que lo hiciera callar. Parecía cada vez más furioso. 
Desesperadamente, Lali buscó con la vista a Alegra, pero no la vio. No veía a su hija. El terror le oprimió el corazón. Había asesinado a Alegra. 
No, no, no... se dijo. Alegra no estaba con ellos. Debió de suceder algo, y Rocio no había ido a recogerla. Si su hija hubiese muerto, ella lo sabría. 
—Por favor... —estaba diciendo Rocio—. Yo me ocuparé de los niños. Haré lo que quieras, pero, por favor, deja que yo me ocupe de ellos. 
— Necesitan disciplina. 
—Yo me ocuparé. De verdad. 
— Sube en la barca. 
Lali estuvo a punto de avanzar, pero vio que él sostenía una navaja. Y la mano de Anthony. 
—Espera, por favor... 
— Rocio, no quieras aprender por las duras. 
Lali guardó silencio, mordiéndose el labio, mientras veía cómo se subían en una de las viejas barcas situadas en la orilla del pantano, bajo un árbol. La barca cruzó la angosta extensión de agua y, al llegar al otro lado, el grupo bajó a tierra y desapareció tras el follaje. 
Lali corrió hacia las barcas, sintiendo náuseas. En el agua había serpientes. Caimanes. Y Dios sabía qué más. Ella no era exactamente una mujer de campo. Adoraba el agua, sí, pero... 
Oh, Dios, las barcas estaban cubiertas de arañas. Sin dudar un solo instante, eligió una de ellas y se adentré en el agua. 
«No pienses en las serpientes y los caimanes», se dijo. «Recuerda que un hombre al que querías como a un hermano es un asesino. Un asesino que sedujo a tu hermana, como a las demás víctimas, y que ahora la tiene en su poder...» 
Llegó al otro lado y salió de la barca, temblando. De pronto, pensó en Peter. Había tenido tanto miedo por ella... Oh, Dios, si le hubiera hecho caso... 
Peter... 
Lali avanzó agachada por entre el follaje, arreglándoselas para no gritar cuando se enredé en una tela de araña. 
Había estado allí antes, se dijo. Hacía muchos, muchos años, cuando era una niña pequeña. Aquel era el «refugio del pantano» de Mariano, como él solía llamarlo. 
Abandonado desde hacía mucho tiempo. 
Pero, al parecer, seguía utilizándose. 
«Oh, Peter, ¿dónde estás? Tengo tanto miedo... Lo siento mucho. Peter, Peter, Peter... Por favor...» 
El teléfono de Lali parecía estar desactivado. Peter maldijo con frustración, golpeando el volante con ambos puños. Nico lo miraba como si hubiera perdido la razón. Quizá era así. 
—¿Peter? ¿Adónde iremos ahora? 
Peter movilizó a la policía por toda la ciudad. Buscaron en casa de Cande, en el depósito, en casa de VICO, en casa de su padre, de Pablo y de Gas, e inspeccionaron todas las carreteras entre Miami y Cayo Hueso. Los demás le obedecían sin comprender su pánico. Su esposa y 
su cuñada solo llevaban dos horas desaparecidas. No era para tanto. Las mujeres solían quedar para ir de compras. No había motivos para preocuparse, opinaba la mayoría de los hombres. 
Salvo que Lali no se había ido de compras. Estaba en peligro. 
—¿Peter? —dijo Nico preocupado. 
Peter exhalé una larga bocanada de aliento y lo miró. 
—¿Adónde vamos? 
—No lo sé. 
Dios, casi le parecía oir la voz de Lali. Llamándolo. ¿Estaría herida? ¿Asustada? Oh, Dios, ¿estaría muerta? No, no, no... 
Lali lo necesitaba. Peter lo sabía, lo percibía. Tenía que llegar hasta ella, estaba cerca... 
Pero ¿dónde? 
Lo único que sabía era que estaba buscando a su esposa. A la mujer que amaba. 
— ¡Jesús! —exclamó súbitamente. Era como si pudiese oirla, como si realmente Lali lo estuviese llamando. Lo necesitaba, y él no estaba allí. 
—¿Qué demonios pasa? ¿Qué es lo que sabes? — inquirió Nico bruscamente—. El asesino es el tipo con el que Rocio tenía una aventura, ¿verdad? 
—Rocio no tuvo ninguna aventura. 
— Se estaba viendo con alguien... 
— Pero no se acostó con él. De haberlo hecho, estaría muerta. 
—Tienen que encontrarse bien. Por el amor de Dios, habrán ido de compras. 
Peter miró a Nico. 
—No han ido de compras. 
— Entonces... 
—Se dirigen a los pantanos —respondió Peter. Sí, tenía que ser eso. Recordó haber tenido abrazada a Lali, mientras ella se estremecía y temblaba contra él. 
«Conducía por la carretera de Tamiami, hacia las cabañas de caza... Era yo y no era yo...» 
Lali estaba con Rocio, o iba siguiéndola, negándose a permitir que asesinaran a su hermana como habían asesinado a su madre. Lali se acercó a la desvencijada cabaña. Mientras se aproximaba, se vio bombardeada por súbitas imágenes mentales que la dejaron sin respiración. Ante sus ojos brillaron los destellos de un cuchillo empuñado cruelmente ante el resplandor parpadeante de una chimenea. Un charco de sangre en el suelo. 
Lali lo comprendió. No había asesinado necesariamente a sus víctimas en aquel lugar. Pero acudía allí para deshacerse de los cadáveres. 
Respiré por la boca, tal como solía recomendarle Peter, para combatir la sensación de náuseas. Se acercó a la cabaña tambaleándose y miró por la ventana. 
En la cabaña había una especie de desván. Rocio consiguió convencer a los niños de que estaban viviendo una aventura con su tío Gas, y de que era muy importante que durmieran una larga siesta para poder jugar todos aquella noche. 
Él estaba sentado en una silla, delante de la chimenea. Gas. Otra vez parecía él mismo. Las piernas separadas, una sonrisa en su atractivo rostro, el cabello rubio ligeramente despeinado. 
—,Los niños duermen? 
— Sí. 
—Ven aquí. 
—Gas, por favor... 
—Ven aquí, Rocio. 
Ella respiré hondo y se acercó. Él la miró sin expresión.....  

miércoles, 6 de julio de 2016

CAPITULO 87

  — Es tu hermana, Rocio. 
—Gracias —dijo Lali tomando el auricular—. Hola, Rocio. 
— ¡ Qué estupendo! Así que te escapaste para casarte con nuestro hermano mayor. 
—No es nuestro hermano, Rocio. 
Rocio solté una risita. 
—Pues claro que no, tonta. Te llamaba para decirte que estoy entusiasmada con la noticia. 
Sois perfectos el uno para el otro. 
—Gracias —respondió Lali. De pronto, el teléfono emitió la señal de llamada en espera—. Espera un momento, Rocio. Tengo otra llamada, no cuelgues — apreté la tecla correspondiente—. ¿Diga? 
— ¡Lali! 
— ¡Hola, Gas! —respondió Lali, meneando la cabeza sorprendida. 
— Solo llamaba para felicitaros a ti y a mi hermanito. ¿Dónde está, por cierto? 
—Trabajando. No tengo ni idea de dónde. 
—¡Qué tarugo! Se casa con la mujer del siglo y se larga a trabajar. Tendré que hablar con ese chico.
Ella sonrió. 
— No pasa nada, Gas. Ya recuperaremos el tiempo perdido. 
— Seguro que sí. Solo quería desearos lo mejor. 
—Gracias. Le diré que has llamado. Sé que lamentará no haber podido hablar contigo. — Seguro. Adiós, chica, cuídate. 
—Lo mismo digo —Lali recuperé la llamada de Rocio—. ¿Rocio? 
—Aquí estoy. 
—Era Gas. 
—Para desearos suerte. 
— Sí. 
—Bueno, pues igual que yo. ¡Dios, me alegro tanto por vosotros! Escucha, he de ir a recoger a Justin del colegio. ¿Quieres que, de camino, recoja a Alegra? Puedes venir a buscarla aquí y así podremos charlar tranquilamente. 
—Me parece una idea estupenda —respondió Lali. 
Billy Decker, el dibujante de la policía, era un hombre afable y con talento. Pero Bitsy lo estaba volviendo loco. 
—Lo siento, señorita. ¿Tenía la nariz recta o achatada? Ya la hemos dibujado de ambas maneras —dijo. 
—¡No lo sé, no lo sé! —exclamó Bitsy—. Hace un momento se parecia... 
—Quizá debería empezar desde el principio. 
—¿Sabe qué le digo? —Peter sonrió a Bitsy—. Tal vez debería intentarlo yo. Mi padre es pintor y dibujante, y he heredado algo de su talento. ¿Te parece, Bill? 
Bill alzó ambas manos, agradecido. 
—Pero quédate cerca y échame una mano, ¿de acuerdo? —le sugirió Peter. Luego empezó a dibujar, sonriendo a Bitsy—. Desde el principio. La forma de la cara, ¿qué tal voy? ¿Ovalada en esta parte, la frente más ancha? ¿Y la boca...? 
—Carnosa, labios muy sexys —dijo Bitsy—. Recuerdo que pensé que era un tipo muy guapo que trataba de llevar un ridículo disfraz... ¡ Sí, así, la boca está perfecta! Y la nariz.., recta. 
Bitsy siguió hablando. Y Peter continué dibujando, definiendo los contornos, puliendo detalles. 
En un momento determinado del proceso, empezó a experimentar una sensación de inquietud. Un súbito frío. El retrato que estaba dibujando era algo más que una cara. Era una 
personalidad que cobraba cuerpo poco a poco. No tenía sentido. 
—No —murmuré—. Dios mío, no. 
— ¡ Sí, sí, es idéntico! Absolutamente idéntico. 
Peter miró a Jake Ramone. 
—¿Dónde está VICO D ALESSANDRO? Necesito hablar con él ahora mismo. Déjalo, no importa — sacó su teléfono móvil y marcó el número de Lali. Respondió Peggy—. Ponme con Lali, Peggy. 
—Ha ido a casa de su hermana, señor Lanzani. 
—¿De qué hermana? 
—Oh, pues no estoy segura. Simplemente dijo que iba a casa de su hermana. 
— ¡ Si vuelve a casa, dígale que no se mueva de ahí! —Peter se levanté bruscamente, casi volcando la silla—. Jake, intenta localizar a VICO. Yo me voy en busca de mi esposa. Tienes que solicitar una orden de búsqueda y captura inmediatamente. Creo que empezará a desmoronarse muy pronto, a perder el control. Oh, Dios. 
—¿Quién es? —inquirió Jake, sorprendido por su vehemencia. 
Peter titubeé brevemente, sintiendo como si un cuchillo le perforase el corazón. 
Luego le dio a Jake el nombre. 

Rocio salió de la casa con Anthony en brazos y Shelley correteando a su lado. Acababa de instalar a los pequeños en los asientos de la minifurgoneta, cuando un coche se detuvo tras ella, cerrándole el paso. 
Con el corazón algo acelerado, vio cómo Darryl se apeaba de su Lincoln y se acercaba. —Hola, Rocio. ¿Has visto ya a los recién casados? 
Ella meneé la cabeza. 
—Lali vendrá dentro de un rato. Precisamente voy a recoger a Justin y a Alegra. —Pues me alegro de haber llegado á tiempo. Yo recogeré a Alegra. —Pero Lali ha quedado en venir aquí por ella. 
—La traeré después de invitarla a un helado. No te preocupes. 
— Pero... 
—¿Qué te pasa, Rocio? Es mi hija. Yo iré a recogerla y la traeré luego — molesto, Darryl regresó a su coche. Rocio se subió en la minifurgoneta, para ir a recoger a Justin, y se preguntó por qué sentía aquella extraña inquietud. 
Se estremeció. 
—¿Qué pasa, mami? —inquirió Shelley. 
—Nada, cariño, nada. 
Se puso en marcha. 
Ya en el colegio de Justin, Rocio dejó a los pequeños en sus asientos y se alejó unos metros del vehículo para esperar a Justin. El niño le dirigió una amplia sonrisa. Rocio se la devolvió. Dios, cuánto amaba a sus hijos. Tenía suerte, y había estado a punto de tirarlo todo por la borda. 
— ¡Hola, chaval! —saludó a Justin, revolviéndole el cabello—. ¿Cómo te ha ido hoy? 
— ¡ Bien! — respondió él mientras se acomodaba en el asiento de atrás. 
Rocio condujo de vuelta a su casa y se apeó del vehículo. 
—Justin, vigila un momento a tus hermanos mientras voy a abrir la puerta — pidió a su hijo 
mientras caminaba hacia la casa—. ¡ Maldición!—musitó entonces. Había olvidado comprar leche. Y tampoco tenía galletas para la merienda. Se dio media vuelta y regresó al coche. 
Justin se estaba riendo por lo bajo. 
—¿Qué ocurre? —le pregunté Rocio. 
— ¡Nada! 
—Bueno, vamos a acercarnos un momento al supermercado — mientras ella se deslizaba detrás del volante, los niños se echaron a reír otra vez—. ¿Por qué os reís? —inquirió poniendo el motor en marcha. 
Se giró y lo vio por sí misma. 
Al principio, no se asusté. Sintió solo perplejidad. 
Luego la embargó el pánico. 
Mientras se dirigía a casa de Rocio, una sensación de inquietud y de urgencia empezó a atormentar a Lali. Se dijo que no debía asustarse. Sacó el móvil del bolso y marcó el número de Rocio. El sonido del contestador automático la consterné. Y su consternación aumentó cuando oyó un súbito zumbido de advertencia. 
Miró de soslayo el teléfono y solté un taco. Se estaban agotando las pilas. 
Arrojó el teléfono en el asiento del pasajero, furiosa, cada vez más alarmada. 
Se hallaba, quizá, a dos manzanas de la casa de Rocio cuando oyó, o percibió, una voz burlona. 
«~,Qué puede ser peor que temer por tu propia vida? ¿Quizá temer por la vida de tus hijos?» 
La voz era tan real, tan nítida, que Lali se sobresaltó. Se detuvo en el arcén de la carretera, pisando el freno y mirando a su alrededor. 
Estaba sola. Completamente sola. 
Con una creciente sensación de pánico, volvió a ponerse en camino, pisando a fondo el acelerador mientras tomaba la curva hacia la casa de Rocio. 
Vio la minifurgoneta de su hermana delante de ella, a punto de desviarse por una carretera que llevaba a la entrada de la autopista. 
— ¡Rocio! —gritó Lali por la ventanilla. Sabía que era inútil. 
La minifurgoneta ni siquiera aminoré la velocidad. De hecho, Rocio conducía como una loca. Lali la siguió. Dejaron atrás el barrio residencial y no tardaron en enfilar la autopista. Lali zigzagueé por entre los coches para no perderla de vista, conduciendo más temerariameiite que nunca en su vida. No podía creer que Rocio se expusiera a tal peligro con los niños en el vehículo. 
Entonces, lo comprendió. Oyó la voz de nuevo. 
«~,Qué puede ser peor que temer por tu propia vida? ¿Quizá temer por la vida de tus hijos?» Lo había visto en sus sueños. 
Lali supo entonces que se dirigían hacia la carretera de Tamiami, al interior de los Everglades. 
Nico se hallaba de pie en el camino de entrada, rascándose el mentón, cuando Peter detuvo el coche bruscamente, con un chirriar de frenos. 
—¿Dónde están las chicas? 
—No lo sé. ¿No iba a venir Lali? Ni siquiera sé dónde está Rocio. Hoy he llegado más temprano. Creí que podríamos tomar algo con vosotros esta noche. Pero a saber dónde se habrá metido esta mujer. 
Peter se quedé mirándolo mientras marcaba el número de Cande. Le respondió el contestador. Maldiciendo, se recosté en el coche. 
—Eh, Peter, ¿qué te pasa, hombre? ¿Quieres una cerveza? ¿Puedo hacer algo? 
— Sí, sube en el coche conmigo.  

CAPITULO 86

—Hola, Mariano. 
— Hola, Pablo. ¿También vienes a dar la enhorabuena? 
—¿Qué? —Pablo frunció el ceño—. Oh... no, sí, sí, por supuesto. Felicidades, hermanita. 
—Bueno, yo ya me iba —dijo Mariano—. Cuídate, Lali. 
— Sí, Mariano. Y gracias —respondió ella. 
Mariano se dirigió hacia su coche, y Lali se giró hacia Pablo. 
— ¿Así que no venías a felicitarme? 
Un rubor de culpabilidad tiñó las mejillas de Pablo. 
—Lo siento. Me alegro por ti, aunque no estoy sorprendido. Es decir, en otro tiempo pensé que Peter y tú acabaríais juntos, pero luego él se casó con PAULA y... En fin, ya sabes. 
Pero me alegro mucho por los dos, de verdad. 
—¿Querías hablar de otra cosa...? 
— ¡Lali! —exclamó Pablo, aferrando los brazos de ella. 
—¿Qué? —Lali imité su gesto. 
—He vendido mi primera novela. Sin la ayuda de papá. Ni siquiera firmé el manuscrito con mi propio nombre cuando lo envié. ¡Lali, me han ofrecido una cantidad de seis cifras por el libro y su secuela! Oh, Dios, Lali. Puedo dedicarme a escribir. ¡ Realmente puedo dedicarme a escribir! —Pablo empezó a dar saltos por el porche, y ella se echó a reír. 
— ¡Me alegro mucho, Pablo! ¿Cómo se titula? 
—El color de la muerte. Trata de asesinatos. —De... de asesinatos. 
Pablo se ruborizó de nuevo. 
—No se parece a los libros de Nicolas. El mío es mas... espeluznante. Más realista. Eh, tengo a una patóloga en la familia. Y, ahora, a un agente del FBI. — Sí, un agente del FBI — murmuré Lali. 
Él sonrió. 
— ¿Querrás hacerme el favor de leerlo para darme tu opinión? Tengo el manuscrito en el coche. 
— Por supuesto, lo haré encantada. Pero ¿no dices que ya lo has vendido? —Aun así, quiero saber tu opinión. 
— Claro. 
Pablo sonrió y se acercó al coche. Luego regresó con el manuscrito. 
— Sé muy bien que no es él tipo de novela que leerías normalmente. Además, soy consciente de que has tenido experiencias desagradables en tu vida. Pero necesito tu opinión. Dedicarme a escribir era mi sueño, Lali. Pero no quería aprovecharme del nombre de papá. 
Lo entiendes, ¿verdad? 
Ella asintió. 
—Lo entiendo. 
Pablo la abrazó y le posó un beso en la frente. 
—Te quiero, hermanita. Muchas gracias. ¡Bueno, he de irme ya! —se giró y se apresuré hacia el coche—. ¡ Estoy deseando decírselo a papá! 
—Ha salido para Cayo Hueso. 
—Lo sé. Tendré que alcanzarlo. Sé dónde suele pararse a almorzar. En el restaurante Rusty Rumhouse, de Cayo Largo. Seguro que lo pillaré allí. 
— ¡Conduce con cuidado! 
— ¡Prometido! 
Lali se despidió con la mano y volvió a entrar en la casa. 
— ¡Lali! —la llamó Peggy en ese momento. 
Lali solté el manuscrito en la encimera de la cocina y miró a Peggy. Tenía el auricular del teléfono en la mano.  

CAPITULO 85

  Se había producido algún avance, sin embargo. A pesar del estado del cadáver descuartizado de Holly, el forense pudo determinar que había tenido relaciones sexuales antes de morir. Si había sido forzada o no, era algo imposible de saber, aunque sí se pudo extraer una muestra de esperma para realizar un posterior análisis de ADN. 
No había sido la única novedad. Harry Nore se había suicidado en su celda. Un final patético para una vida patética. No obstante, la muerte de Harry no contribuyó en absoluto a resolver la reciente racha de asesinatos. 
De repente, sonó la radio del coche. Era Ricky Haines. 
—¿Qué hay, Ricky? —respondió Peter. 
— En primer lugar, enhorabuena. He oído que te has casado. 
— Gracias. 
—Bien, iré al grano. Creo que hemos encontrado algo que apunta a una relación entre estos asesinatos y el de Gimena Esposito. He estado revisando viejos archivos. ¿Sabías que una de las últimas películas de Gimena se titulé Una rosa entre espinas? 
— Lo recuerdo vagamente. Interpretaba a una mujer de las montañas de Virginia, ¿verdad? 
— Sí. Es una historia a lo Cenicienta, sobre una joven que crece con una pandilla de ladrones. Se siente avergonzada de su condición, hasta que descubre que, en realidad, pertenece a una familia rica de Nueva York y fue secuestrada por los ladrones cuando era pequeña. 
—Me acuerdo. 
—Bueno, el título de la película apoya tu teoría de que estos asesinatos están relacionados con el de tu madrastra, sobre todo teniendo en cuenta que la «firma» del asesino es una rosa con espinas. 
—Gracias, Ricky. Llámame si averiguas algo más, por insignificante que parezca — después de dar por finalizada su conversación con Ricky, Peter se giro hacia Jake—. Bueno, Jake, probemos suerte en el Rusty Rumhouse. 
El interior del restaurante estaba casi en penumbra. Había una barra en el centro y varias mesas diseminadas por los cuatro rincones del local. Peter pidió hablar con el encargado, un tipo agradable llamado Brad Maxwell, y, cuando sacó una fotografía de Holly Tyler, una de las camareras solté un grito. 
— ¡ Sí, sí! La atendí yo. No fue este fin de semana, sino... mmm, el jueves o el viernes anterior — explicó la chica con voz excitada. 
—~,Cómo se llama, señorita? —preguntó Peter. 
—Bitsy. Bitsy Larkin. 
—Bien, Bitsy, gracias por haberse acordado. Es muy importante. Holly Tyler debió de comer aquí el viernes — dijo Peter. 
— ¡Tiene usted razón! Debía de ser viernes, porque pidió el plato especial de los viernes, sopa de marisco y camarones. 
— Exacto — afirmé Peter. Se estremeció interiormente. ¡ Por favor, que fuese la pista necesaria para llegar hasta aquel lunático! 
—¿Recuerda quién acompañaba a Holly? 
—Sí, desde luego. 
—¿Cree que podría identificarlo? 
— ¡Claro! —prometió Bitsy—. ¡Oh, claro que sí! Lali acompañó a Mariano hasta la puerta. Mariano la había visitado para darle la enhorabuena, y no había sido el único. Nicolas también había estado en casa de su hija, dando su bendición al matrimonio. 
Al abrir la puerta, Lali se sorprendió al ver que Pablo acababa de aparcar su coche en 
el jardín, y que se dirigía presuroso hacia ella.  

martes, 5 de julio de 2016

CAPITULO 84

  Asesino la observaba. 
Enfurecido. 
Allí estaba ella, sonriéndole a otro hombre. Riéndose. 
Se había apoyado en él, había hecho que la deseara, que la quisiera, pero tan solo se había estado burlando. 
Como la otra. La que había dicho tenerle afecto y, sin embargo, pretendió decir la verdad sobre él. La otra. Gimena. Con su cabello rubia y su radiante sonrisa. Su belleza ocultaba un corazón de hielo. ¡Dios, había sido bella como una rosa! Pero sus espinas eran peligrosas. 
Mortíferas. Podían perforar la carne, llegar hasta el corazón, arrancar sangre... Y ahora... 
Esta. 
Podían haber sido felices. Ella podía haber aplacado todo el dolor y la furia de su corazón. Él habría cuidado bien de sus hijos. Les caía bien a los niños, desde siempre. Ella podía haberlo amado, pero no era más que otra puta rubia en celo, como la otra. Había preferido no amarlo. Quizá le daría otra oportunidad. La obligaría a verlo, a estar con él, para que comprendiese todo lo que él podía darle. Quizá... 
Crispó los puños en los costados y se dio media vuelta. Después se subió en su coche y empezó a conducir. Sin rumbo. 
Se encontró en la calle setenta y nueve La «guarida de las rameras», como le gustaba decir. Se fijé en una chica en particular. La puta se había teñido el pelo de un extravagante color rubio platino. No era el cabello rubio que a él le gustaba, pero daba igual. Aquella noche, daba igual. 
Recogió a la chica y le pagó. 
En una habitación de un hotel barato del centro, le dio una paliza. 
Y le rebanó la garganta. 
Resultó que su cabello extravagante era una peluca. Él se echó a reír. Había cometido un error. 
No, ella había cometido un error. 
Decidió irse, sin más. No dejaría su firma en ella. Que la policía creyera que aquel asesinato había sido obra de un proxeneta avaricioso. 
Asesino se alejó en su coche, riéndose. 
Una peluca. Una puñetera peluca. Mala suerte, amiga. 
El sueño pareció deslizarse sigilosamente sobre Lali. Primero surgió una neblina, y luego la neblina empezó a aclararse y ella oyó voces. Una discusión. 
Al principio pensó que de nuevo era una niña y que se encontraba en la enorme casa de Mariano Lanzani, en el Grove, donde había muerto su madre. Parecía oír la voz de Gimena, discutiendo. Luego comprendió que aquella voz era muy distinta. Ronca. También se oía una voz masculina. Profunda. Gutural. Ella la conocía. 
No la conocía. 
—Amame. Hazlo, ámame. Lo prometiste, puta. Me sonreíste, dijiste que... —No, no, yo no... 
—Lo harás. Ahora quédate quieta. Quédate quieta y susúrrame que me amas, que me harás el amor. No querrás que los niños se disgusten, ¿verdad? 
Hubo un silencio. Un largo silencio. Luego un jadeo de angustia. 
—Haré lo que quieras. Pero no lastimes a los niños. Por favor... 
— ¡ Solo quiero que me ames! 
Lali se despertó sobresaltada. Estaba temblando. Aquel sueño no tenía ningún sentido para ella. Prorrumpió en lágrimas. 
— ¿Lali? 
Ella abrió los ojos. Peter había entrado en la habitación, en bata. 
— ¡ Oh, Peter! — gimió Lali, abrazándolo—. ¡Estoy tan harta de los sueños! No sé lo que significan, ni sé qué puedo hacer para ayudar. Percibo que alguien cercano corre un grave peligro, pero no sé cómo evitarlo... 
—Se acabará, Lali. Todo se acabara. Atraparemos a ese tipo —le prometió Peter. Luego la recosté sobre la almohada—. ¿Quieres que me quede contigo? —inquirió con voz ronca; los brazos de Lali aún lo rodeaban. Ella asintió. 
Peter le tomó la mano y le besó la palma. Luego la atrajo hacia su pecho y la arrastró lentamente hacia abajo, hacia su palpitante erección. Finalmente, se levantó para quitarse la bata. Sin dejar de mirarla a los ojos, la alzó ligeramente para poder quitarle el camisón, le separé los muslos y froté con su hinchado miembro el sexo de ella. A continuación, la poseyó, sin despegar los ojos de los suyos, besándola, hasta que ambos alcanzaron juntos el éxtasis. 
Lali permaneció tendida junto a Peter en silencio durante largo rato, abrumada por las sensaciones que podía hacerle sentir. Luego se dio cuenta de que él la estaba mirando en la oscuridad de la noche. 
—~,Qué sucedió entre Darryl y tú? ¿Darryl hizo... algo malo? —inquirió Peter quedamente. 
Ella se mordió el labio un momento. 
—Nada. No hizo nada malo. Yo te quería a ti, simplemente. 
Lali se acurrucó contra Peter y se quedó dormida. Cuando estaba con él, las pesadillas permanecían lejos. 
Al día siguiente, Peter permanecía sentado en un coche de policía camuflado, en el arcén de una carretera de Cayo Largo, repasando la lista de restaurantes que acababan de pasarle. 
Jake 
Ramone, el joven agente que lo acompañaba, se aclaré la garganta. 
—Lamento que haya tantos. 
—Qué se le va a hacer. Parece que el Rusty Rumhouse es el siguiente. Probemos allí. 
El joven arrancó el coche y se pusieron otra vez en marcha. 
¡Dios, estaba siendo una mañana tediosa! A pesar de que la policía había intentado averiguar con precisión qué restaurantes ofrecían el menú que Holly Tyler había tomado antes de morir, la lista resulté ser más larga de lo que nadie había previsto. Ya habían estado en diez restaurantes, haciendo preguntas, mostrando la fotografía de Holly. 
Peter podía haber enviado a media docena de agentes en su lugar. Pero ansiaba ponerse en acción, y no se le ocurría qué más hacer. 
Incluso había ido al club de tenis de Rocio para interrogar al camarero que le había llevado 
el paquete con la ropa interior comestible. El camarero afirmó haber encontrado el paquete en la bandeja, y supuso que lo había dejado allí el encargado.  

CAPITULO 83

  Lali se despertó con un terrible dolor de cabeza, temerosa de levantar los párpados. Tenía la boca reseca y le dolía la garganta. Finalmente, abrió los ojos. La habitación todavía le daba vueltas. Probé a sentarse. La sensación de mareo empeoro. 
Volvió a tumbarse, gruñendo. 
— Sobrevivirás. 
Peter estaba allí. 
—No gracias a ti —a pesar del dolor de cabeza, hizo un esfuerzo y se incorporó para mirarse la mano, y después a Peter. 
Tenía una fina banda de oro en el dedo. 
Peter estaba sentado a una mesa con vistas a la playa. Llevaba una camiseta, pantalones recortados y sandalias. Parecía cómodo y relajado. 
—¿Se puede saber qué haces? —inquirió Lali. El sonido de su propia voz reverberó dolorosamente en su cráneo. 
— Leyendo acerca de los sucesos de ayer —respondió él. Lali se dio cuenta de que no estaba exactamente contento. Algo del periódico lo inquietaba. 
Aunque a ella, de momento, el periódico le traía sin cuidado. 
—Me engañaste. Me emborrachaste a propósito. Dime que todo lo que sucedió anoche fue una especie de farsa. 
—No, no fue ninguna farsa. 
— Soy una ciudadana norteamericana. 
— ¿Y crees que nuestra boda es ilegal porque se celebró en otro país? 
—No sé exactamente qué es legal y qué no, pero puedo averiguarlo. Mi cuñado es abogado. 
—¿Y? —inquirió él educadamente. 
— ¡Peter, no puedes protegerme en todo momento, durante toda mi vida! 
Él sirvió una taza de café solo y se la entregó a Lali... con una aspirina. 
—Nuestro matrimonio es legal, Lali. Pero siempre puedes cambiar eso, si lo deseas —dijo quedamente. 
Lali sorbió el café, sintiéndose extrañamente derrotada. Fijé los ojos en la taza. 
— Siempre me han comparado con Gimena —dijo suavemente—. Yo la amaba, pero jamás he querido ser como ella. 
—Lali, tú no eres... 
—Se casó cuatro veces. Y mi padre creo que seis, claro que él ha vivido más. 
—Lali, lo siento. 
— ¿Sientes haberte casado conmigo? 
—Que estés tan disgustada. 
Lali apuré el café y se dirigió al baño. 
—Voy a darme una ducha. 
Mientras ella se duchaba, Peter llamó al servicio de habitaciones para pedir algo de comida. Tostadas, zumo de naranja y más café. Lali descubrió que, realmente, podía comer, y después incluso se sintió mejor. 
El resto del día fue maravilloso. Tal como Peter había prometido, fueron a la piscina, donde pasaron horas disfrutando del sol y nadando con los delfines. Por fin, llegó la hora de volver. Durante el vuelo de regreso, Lali simulé leer una revista mientras Peter miraba por la ventanilla, inquieto. Ella no pudo sino preguntarse qué estaría sucediendo, a qué podía deberse aquel súbito cambio de humor. 
— Supongo que Alegra pasará otra noche en casa de mi hermana —comentó Lali mientras se dirigían a su casa en el coche alquilado de Kyle. Él asintió. 
—Le dije a Dan que mañana iríamos a la guardería a recogerla. 
— ¿Le dijiste que nos habíamos casado? 
—Sí, pero le pedí que no se lo dijera a Alegra. 
—¿Y Darryl? 
—También lo sabe. 
—¿Y mi padre? ¿Y el tuyo? 
Peter asintió, y luego la miré de soslayo. 
—Hice varias llamadas telefónicas mientras dormías. 
Cuando por fin llegaron al camino de entrada, Lali se sentía exhausta. Abrió la puerta y desactivé la alarma, ignorando a Peter. Era casi medianoche. Debería tener hambre, se dijo, pero no era así. Podía preparar algo para Peter, pero no se sentía de humor. Que se las apañara solo. 
Lali se retiró a su cuarto, se duchó rápidamente y se puso un camisón. Oyó cómo Peter trasteaba en la cocina. Se metió en la cama, preguntándose si debía hablar con él. Pero la rindió el sueño.  

CAPITULO 82

  —Claro. Aguanta unos segundos más. 
— Voy a vomitarte encima — advirtió Lali. 
— ¡No te atrevas! —susurré él. 
Lali oyó aplausos a su alrededor. El mundo daba vueltas, daba vueltas frenéticamente. Hizo ademán de caerse. 
Peter la tomé en brazos y la sacó de la iglesia. El aire fresco le sentó bien. — ¡No debiste dejarme beber tanto! 
— Sobrevivirás. 
Llegaron a la habitación, un pequeño bungalow a ras de tierra. Tenía aire acondicionado, y su interior estaba deliciosamente fresco. Peter la solté en la cama, pero ella se levantó rápidamente y se dirigió al baño. 
Él la siguió. 
—Respira por la boca. He preparado café, pero intenta pasar varios minutos bajo la ducha la ayudó a quitarse aquella ridícula ropa de turista. 
El agua le sentó bien a Lali. De repente, le apetecía de nuevo vivir. Pocos minutos después, se las arregló para salir de la ducha y ponerse una de las batas de franela. A continuación, tras salir al dormitorio, se sentó en el filo de la cama. Peter le puso una taza de café en las manos. 
—Menuda noche de bodas —dijo sonriendo. 
— No estamos casados de verdad — respondió ella. 
—Sí que lo estamos. 
—Yo no me he casado contigo. El miedo y el sexo no son motivos suficientes para casarse —Lali le devolvió la taza y se recosté en los almohadones. Luego cerró los ojos—. ¿Por qué? ¿Por qué te has casado conmigo? ¿Para mantenerme a salvo? Me llamaste bruja. Pensabas que, de algún modo, yo fui responsable de la muerte de PAULA. 
—No, no pensaba eso. 
—Sí que lo pensabas. 
—Lali, te he visto sufrir. Sé que sufriste por PAULA, nada más. Siento lo que dije. 
—¿Lo sientes? Oh, Peter... no puedes casarte con alguien solo porque... —Lali dejó la frase en suspenso. 
Peter se sentó a su lado, retirándole el cabello húmedo de la cara, sonriendo. 
—Me he casado contigo, tontita, porque llevo la mitad de mi vida amándote, aunque al principio fuese demasiado estúpido para comprenderlo. Y voy a protegerte. 
Ella no había oído ni una palabra de lo que había dicho, por supuesto, pero eso no importaba. Peter se tumbó a su lado y la atrajo hacia sí. 
Lali suspiré en su sueño. 
Quizá fuese por él. O, más probablemente, por el ron que había bebido. Pero, por una vez, durmió profundamente, sin pesadillas.  

lunes, 4 de julio de 2016

CAPITULO 81

  Gene los condujo por el área de recepción, mostrándoles enormes murales de delfines y advirtiéndoles acerca de sus visitas al acuario. 
—No dejo que los huéspedes naden con los machos, porque a veces se ponen agresivos. Aunque, por lo general, son criaturas maravillosas, inteligentes y juguetonas. El preparador os dirá más cosas mañana. Ahora.., tengo entendido que este viaje relámpago se ha debido a un día problemático. ¿Tenéis hambre? 
—Hace horas que no pruebo bocado —respondió Peter. 
— Hay bufé libre en la terraza, con música y baile. Cuando hayáis terminado de comer, encontraréis lista vuestra habitación. 
Peter le dio las gracias y acompañé a Lali a la terraza. Era preciosa, una enorme estructura blanca de madera con enormes porches, mesas, sillas y farolillos encendidos por doquier. Una banda tocaba suaves melodías isleñas, y las camareras, ataviadas con los típicos sarongs, se movían perezosamente por entre los huéspedes. 
Peter llamó a una camarera y pidió las bebidas. Le habló en francés, lo que hizo que Lali comprendiese que el francés era el idioma oficial de la isla. Luego se acercaron al bufé. De repente, Lali se dio cuenta de que tenía un hambre canina. Llenó su bandeja con costillas, piña, algo llamado «delicia de jardín» y pan de maiz. 
—~,Así que Gene es un ex agente de la CIA? 
— preguntó Lali al regresar a la mesa. 
— Sí. Trabajé para el Gobierno durante veinticinco años, y luego decidió que ya había tenido bastante. Adoraba el mar, así que abrió este complejo. Ahora disfruta de la brisa tropical e intenta disfrutar de la vida. 
— ¿Intenta? 
—En este trabajo, uno nunca olvida algunas de las cosas que ha visto. Lali asintió. 
Peter alargó la mano para cubrir la de ella. 
—Pero se soporta. Uno aprende que la vida es muy valiosa, que hay que luchar por ella hasta el último aliento. 
—Lo sé. 
Él se recliné en la silla y sorbió su bebida. 
—Yo no lo sabía —dijo—. Tardé mucho en descubrirlo, después de la muerte de Euguenia. 
—Es duro —dijo Lali suavemente, apurando su segunda copa. Una tercera apareció como por ensalmo—. Sabes que mi resistencia al alcohol es mínima. 
—Sí, lo sé. 
—Podría desmayarme encima de ti. 
—Correré el riesgo. 
—No tendrás que emborracharme para que me acueste contigo, ¿sabes? 
Peter sonrio. 
—Eso también lo sé. 
Lali se palmo la mejilla. Aquellas bebidas eran realmente engañosas. Ya no se sentía la cara. 
—Acaba la copa y luego daremos un paseo. Al final de ese sendero hay una pequeña iglesia, muy bonita, que construyeron los piratas hace tres siglos. 
—No estoy segura de poder caminar. 
—Yo te ayudaré. 
El mundo daba vueltas. Pero todo era hermoso. Los farolillos parecían arder por todas par tes. Los colores de la isla eran vibrantes. La brisa era como un bálsamo. 
Lali comprendió que estaba achispada. Lo cual era bueno. No tenía una sola 
preocupación en el mundo. Aquella noche dormiría sin pesadillas. 
No, no estaba achispada. Estaba absolutamente ebria. 
Como una cuba. 
Trató de disimularlo. 
—Este sitio es precioso —le dijo a Peter. 
—Me alegra que te guste. Ahí está la iglesia. 
En la iglesia había otra gente. Un sacerdote, un par de camareras con sarongs. Había velas encendidas y flores en el altar; sobre antiquísimas tumbas se arqueaban ventanas con vidrie-ras de colores. 
—Es maravilloso. Este sitio es maravilloso. 
—Celebro que te guste. Porque vamos a casarnos aqui. 
—¡No, ni hablar! 
—Es lo correcto. 
—¿Lo correcto? Estoy un poco borracha, pero la gente no se casa porque sea lo correcto. 
— Está bien, te lo pediré de rodillas — Peter hincó una rodilla en el suelo y dijo—: Cásate conmigo, Lali. 
—¿Porque soy estupenda en la cama e intentas salvarme la vida? ¡No! —Hay razones peores. 
— Sí 
—Peter, ¿todo esto es de verdad? 
— Sí. 
—No puede serlo. 
—Lo es. 
—¿Cuándo lo organizaste? 
— Mientras te hacían las radiografías. 
—No te creo. 
—Mira, Lali, estoy de rodillas. Di que si. 
—¿Sí a qué? 
—Amí. 
— No. 
—Piensa en Alegra. 
— Siempre pienso en ella. Siempre. 
—Tú deseas casarte conmigo. 
—No. 
—Lo deseas. Ven, acompáñame. 
Peter la condujo por el pasillo de la iglesia. Todos la miraban. El sacerdote sonrió antes de abrir un libro y empezar a hablar. 
Lali se rio. 
— ¡Oh, Dios, Peter! ¿Qué clase de montaje es este? 
— Tú responde al sacerdote. 
Ella volvió a palparse la mejilla. Seguía sin sentirse la cara. Iba a derrumbarse en cualquier momento. Malditas fueran aquellas bebidas. Maldito fuera Peter. 
El sacerdote estaba hablando en francés. Lali no tenía ni idea de lo que decía. Peter le dio un suave codazo. 
—Di que sí. 
Lali se quedó mirándolo. Él la rodeó con el brazo e hizo un gesto de asentimiento. —Di que sí. 
— Sí. 
El sacerdote sonrió benevolente. Tenía dos cabezas. No, tres. Empezó a hablar de nuevo, y Peter murmuré algo en respuesta. Luego tomó la mano de Lali. Ella sintió algo frío. 
—Voy a desmayarme —dijo.  

CAPITULO 80

 —~,Cómo? ¿Adónde iremos? 
—Ya lo verás. Tú confía en mi. 
—Ya no confío en nadie. 
—Entonces, considéralo un secuestro y haz lo posible por disfrutarlo. 
—¿Adónde nos dirigimos ahora? 
—Al aeropuerto. 
— ¡Al aeropuerto! Pero no puedes... 
— ¡Haz el favor de callarte! Voy a llevarte a un sitio donde podrás hacer algo que siempre has deseado. 
—¿Qué? 
—Nadar con delfines. 
— Sí, bueno, pero podríamos ir en coche hasta los Cayos, y... 
— Los Cayos no están lo suficientemente lejos —dijo Peter con determinación—. Un amigo mío dirige un complejo turístico en una isla próxima a Martinica. Tardaremos un par de horas en llegar. 
Una vez en el aeropuerto, Lali siguió a Peter a través de la terminal hasta una tienda, donde pudieron comprar unas camisetas, pantalones cortos, bañadores y sandalias. 
— ¡Y eras tú el que insistía en que no fuera a ningún sitio sin decírselo a nadie! — le recordó Lali mientras hacían cola para pagar. 
—Les he dicho a tu padre y a VICO lo que vamos a hacer. 
—¿Cómo? ¿Le has dicho a mi padre que nos íbamos a pasar la noche a una isla del Caribe? 
— Sí. 
— ¿Cómo has podido? 
—¿Y por qué no? 
— ¡Pero... él no sabe nada de lo nuestro! 
—Yo creo que sí. Además, da igual. Quiere que vivas, Lali. Ahí están los aseos de señoras. Ve a cambiarte, y date prisá. Nuestro vuelo saldrá pronto. 
Peter ya se había cambiado cuando ella salió de los aseos. Casi sonrió al verlo con una camisa floreada de turista. 
— Cállate — le advirtió él. 
Subieron a bordo de un pequeño avión, y Peter se puso a leer una revista tranquilamente. 
— ¡No puedo creer que me estés haciendo esto! —protestó Lali. 
—Intentemos pasar una noche sin miedo ni pesadillas, ¿de acuerdo? Harry Nore vuelve a estar encerrado. 
—Tú no crees que Harry haya cometido esos asesinatos. 
—El hecho de que te atacara hace que parezca más probable, ¿no? Pudo haberte matado. 
Lali se quedó callada. No podía olvidar los ojos de Nore mientras le gritaba, ni el brillo de la navaja mientras la amenazaba con ella. 
—No podemos ausentamos durante mucho tiempo. Alegra... —murmuró Lali. 
—No podemos ausentamos durante mucho tiempo o me despedirán. Aunque quizá lo preferiría — añadió Peter en tono pensativo. 
—¿Qué quieres decir? Si te encanta tu trabajo. 
— Sí, pero me siento cansado. Quemado. Me gustaría abrir una empresa de submarinismo. Y quizá ganar algún dinero extra haciendo investigaciones privadas. 
— Después de los años que has pasado trabajando en casos increíblemente importantes, ¿quieres dedicarte a seguir a esposos infieles? 
—Bueno, no exactamente. No sé, ya se verá. De momento, aún no tengo nada decidido. 
El avión los llevé a Martinica, donde tomaron otro pequeño vuelo hasta el complejo turístico. Lali conoció a Gene Grant, amigo de Peter y propietario del complejo, un hombre 
ya entrado en años, entrecano, que recordaba a Hemingway. 
—Es un ex agente de la CIA —le murmuré Peter a Lali.  

CAPITULO 79

  No obstante, mientras alzaba los ojos hacia las facciones horriblemente retorcidas de Nore, tan cerca que podía incluso contar sus dientes podridos, oyó otro fuerte golpe. 
Peter lo había derribado en el pavimento. 
Entonces, se desaté el caos. Pablo saltó también sobre Nore, mientras la gente salía frenéticamente de la galería. 
De repente, Gas apareció al lado de Lali. 
—¿Te encuentras bien? 
Ella asintió, con la boca y la garganta resecas. Cande también se acercó. 
—La policía ya está aquí — anuncié VICO, agachándose junto a Lali—. ¿Estás bien, chica? 
Ella asintió con la cabeza. 
— Te has lastimado la muñeca al caer. Tienes la mano hinchada. 
—Estoy bien. 
—Hay que hacerte una radiografía. 
— La policía... 
—Hablaremos en el hospital —dijo VICO. 
Las sirenas sonaban por doquier. Lo siguiente que supo Lali fue que su padre estaba a su lado. Nunca lo había visto tan pálido, tan tenso. 
Tan viejo. 
— Ya llega la ambulancia. 
— ¡ Solo tengo hinchada la muñeca, papá! Puedo caminar. No necesito ninguna ambulancia. 
—Bueno, pero ya está aquí, así que sube en ella de todas formas. 
Al cabo de una hora, ya le habían hecho radiografías de la mano y la muñeca. Solo se la había torcido, de modo que simplemente tendría que llevar un vendaje elástico durante unos cuantos días y estaría como nueva. 
Cuando la enfermera hubo terminado de colocarle el vendaje, Lali regresó a la sala de espera. Allí estaban su padre, Mariano, VICO, Cande y Rocio, con un joven agente de policía. Lali presté una breve declaración, asegurando que no había vuelto a ver a Harry Nore desde el asesinato de su madre. 
— Afuera hay un montón de periodistas —advirtió Cande desazonada. 
— Acercaré el Cherokee a la entrada trasera y Lali podrá salir por otra puerta —dijo Peter con determinación. 
—Buena idea —convino Nicolas. Luego besé a su hija en la mejilla—. Y quédate con ella —recomendó girándose hacia Peter. 
—Esa es mi intención —respondió Peter antes de salir. 
A través de las puertas de vidrio del hospital, Lali pudo ver al grupo de periodistas que se apiñaban en el exterior. ¿Significaba aquello que todo había terminado? ¿Realmente Harry Nore había asesinado a aquellas mujeres y a su madre, años antes? 
—Vamos a sacarte de aquí —le dijo Cande. 
Casi la sacó a empujones del hospital. Peter tenía el coche en marcha y la portezuela del pasajero abierta. Lali se subió rápidamente. 
Él empezó a conducir en silencio. Estaba muy pálido, observó Lali, y tenía la chaqueta rasgada y sucia de su forcejeo con Harry Nore. 
—Estoy bien, de verdad —lo tranquilizó—. Y Alegra... 
— Alegra no se ha enterado de nada. Ahora está con sus tios y sus primos, feliz porque Nico va a montar una tienda de campaña en el salón, para que los niños pasen la noche en ella. 
Lali guardó silencio y se miró las manos. Menos mal que la pequeña había estado con los demás niños, al cuidado de Cande, cuando ocurrió aquello. 
— ¿Qué tienes pensado hacer? 
— Vamos a quitarnos de en medio durante las próximas veinticuatro horas —respondió 
Peter.  

domingo, 3 de julio de 2016

CAPITULO 78

  Llegaron a la galería a eso de las doce. El trabajo de Lali consistió en mantener a los artistas locales, las verdaderas estrellas del evento, calmados. Algunos de ellos tuvieron que ingerir toneladas de cafeína; otros simplemente optaron por descorchar las botellas de champán antes de lo previsto. Mariano estaba encantado de que Lali hubiese llegado tan temprano con Peter. Tras zafarse de la multitud que lo rodeaba, le tomó ambas manos y se retiné un poco para contemplarla. 
— ¡Maravillosa! Te comparan con tu madre. Tonterías. ¡Tú eres diez veces más bella! —le besó la mejilla—. Gracias por tu ayuda. Tu padre está allí — volvió a mirarla apreciativamen-te—. Eres dinamita. 
Lali así lo esperaba. Se había puesto un vestido espectacular, de seda negra, que contrastaba con el color de su cabello. 
—Gracias —le dijo a Mariano. 
— ¡Tú también estás muy guapo, hijo! —dijo Mariano a Peter. 
No estaba simplemente guapo. Estaba impresionante, con su camisa negra, su chaqueta de raya diplomática y sus pantalones beige. 
— ¡Ah, papá! —murmuré. 
—Basta. ¡A trabajar! —les dijo Mariano. 
A las cinco, Lali se sentía exhausta, de modo que se derrumbé en uno de los sillones alineados contra la pared. VICO D ALESSANDRO estaba cerca, escuchando pacientemente mientras uno de los artistas explicaba el «surrealismo» de su obra. Nico y Rocio, por su parte, contemplaban un hermoso paisaje marítimo. Lali frunció el ceño. Estaba preocupada por su hermana. Rocio parecía nerviosa. Miraba continuamente por encima de su hombro, como si esperase ver... ¿qué? 
— ¡Con cuidado! ¡Con cuidado! —oyó Lali decir de repente. 
Se giró para ver cómo Gas, Pablo y Peter alzaban cuidadosamente una escultura metálica de una diosa en un jardín. El artista y el comprador les daban instrucciones preocupadamente, igual que Mariano. La escena, se dijo Lali, no tenía precio. 
Se levantó y caminó hasta la entrada de la galería para observar cómo cargaban la estatua en la furgoneta de su nuevo propietario. Luego se recosté en la puerta y cerró los ojos. La galería estaba situada cerca de Cocowalk y Mayfair, dos centros comerciales muy conocidos. Seguro que a Mariano le iría bien. 
— ¡ Tú! 
Al principio, Lali no presté atención a la voz; estaba distraída, disfrutando de la brisa primaveral. 
— ¡ Tú! 
Entonces, Lali se giró... y se quedé mirando, atónita e incrédula. 
Allí estaba Harry Nore. Con los ojos saltones, el pelo desgreñado y la cara cubierta de una desaliñada barba. Parecía igual de loco que años atrás, cuando habló jactanciosamente ante las cámaras tras la muerte de Lainie. A pesar del calor, llevaba puesta una vieja trinchera que había sido beige en otro tiempo. Y señalaba a Madison... con la hoja de una navaja de resorte. 
— ¡ Tú! ¡ Diablesa, furcia, engendro de Satanás, seductora de inocentes! ¡ Has vuelto de las mismísimas entrañas del infierno! ¡ Has vuelto de la tumba! ¡Pero Satanás te llevará de nuevo al infierno y arderás! ¡ Arderás! 
Aquello último fue un alarido y, mientras lo profería, Nore se precipité hacia Lali. Ella saltó hacia atrás, golpeándose con el marco de 
la puerta. Nore atacó de nuevo, y Lali se vio obligada a retroceder aún más. Oyó un crujido. Se había estrellado con el escaparate principal de la galería, estaba perdiendo pie e iba a caer al suelo.
No obstante, mientras alzaba los ojos hacia las facciones horriblemente retorcidas de Nore, tan cerca que podía incluso contar sus dientes podridos, oyó otro fuerte golpe.  

CAPITULO 77

 Así fue. En el sueño, iba conduciendo. Esta vez estaba segura de ser ella, y conducía a toda velocidad, casi temerariamente. 
Circulaba por la carretera de Tamiami. En la zona había multitud de carreteras secundarias y caminos que se adentraban en los pantanos, desembocando algunos de ellos en las viejas cabañas que permanecían ocultas entre los montecillos cubiertos de pinos. Conducía aterrorizada, tratando de llegar a algún sitio. Un sitio que conocía. De otra vida, pensó, o quizá de otra época en que era más joven. Sabía que no debía ir, pero no podía volverse atrás. 
Tenía que llegar a... ese sitio. Era muy parecido a cuando salió de su dormitorio y comprendió que tenía que llegar hasta su madre. Tenía que moverse, moverse rápidamente, porque si no... 
Oh, Dios, si no... 
Otra persona moriría. Otra persona a la que amaba. Oh, Dios, tenía que pisar el acelerador, pisarlo a fondo, seguir adelante... 
—Lali. Chist, Lali, no pasa nada... 
Peter estaba allí. Se había metido en la cama, con ella, y la acunaba entre sus brazos. 
—Estoy aquí. Todo va bien. 
Ella se estremeció violentamente. Peter la atrajo hacia sí. 
—¿Con qué has soñado esta vez? 
—Otra vez iba conduciendo. Por la carretera de Tamianii. Tenía que llegar a ese sitio deprisa porque, de lo contrario, ocurriría algo espantoso. Intentaba llegar hasta... una de las cabañas ¿Te acuerdas de las cabañas, Peter? Tanto Mariano como mi padre tenían una. Los hombres solían ir allí a cazar, pero en realidad se dedicaban emborracharse y a disparar a latas de cerveza 
Tu padre debió de llevarte alguna vez. 
— Sí. Solían emborracharse tanto, que era un milagro que las balas solo alcanzasen a las latas de cerveza. 
Ella sonrió. Luego hundió el rostro entre sus manos, gimiendo. 
—¿Dejaré de soñar alguna vez? 
— Lali — Peter le alzó el mentón suavemente para mirarla a los ojos—. Esas cabañas fueron derribadas hace años. El mundo ha cambiado. Los ecologistas odian a los tipos que disparan a las latas de cerveza. 
Ella sonrió a medias, y Peter le acarició la mejilla con los nudillos. La apreté contra sí, disipando con su calor el frío del miedo. Peter solo llevaba puesta una bata. La tentación se impuso. Lali le deslizó los dedos por el pecho, descendiendo. Cerró la mano en torno a su erección y empezó a masturbarlo al tiempo que acercaba los labios a los suyos. Pero él se retiró bruscamente. 
—La puerta —dijo con un susurro. 
Alegra estaba en la puerta del dormitorio, frotándose somnolientamente los ojos. 
— Mami, estabas gritando otra vez. 
Lali se separó instintivamente de Peter. Cerrándose la bata, él se levantó, caminó hasta la puerta y revolvió el cabello de la pequeña. 
—Bien, ya estás tú aquí. Ve a acostarte con mamá. 
—Puedes quedarte —dijo Alegre educadamente. 
—Creo que me daré una ducha —dijo Peter mirando a Lali de reojo—. Vosotras dormid, chicas. Mañana será un gran día. La inauguración de la galería de mi padre. 
Sintiéndose culpable, Lali acogió a Alegra entre sus brazos. 
E intentó dormir.