jueves, 30 de junio de 2016

CAPITULO 69

  Lali llegó a su casa a las once de esa mañana. Había querido dejar a Peter en la comisaría o en el hotel, pero él insistió en acompañarla hasta su casa. Al llegar, inspeccionó todas las habitaciones con cuidado, a pesar de que Peggy 'Rourke, la asistenta de Lali a tiempo par- estaba en la vivienda. Luego preguntó a Maon quién tenía llaves de la casa. 
—Peggy tiene un juego. Viene tres días a la semana. 
—Muy bien. ¿Quién más? 
—Cande. Mi padre. 
— ¿Alguien más? 
— Mmm... Rocio. 
—Pablo... y quizá Gas, no recuerdo si le di una copia o no. 
— ¿Por qué diablos no les has dado una copia a todos los habitantes de Miami? — inquirió Peter exasperado. 
—A veces he de viajar. Y tenemos un gato, dos hámsteres y peces. Alguien tiene que venir a darles de comer. Y todas las personas que he mencionado son de la familia, excepto... 
— Excepto... 
Lali vaciló. 
—Es posible que VICO D ALESSANDRO también tenga un juego de llaves. 
—¿VICO D ALESSANDRO? 
— VICO es policía. A veces quedaba conmigo aquí, cuando colaborábamos, y yo no iba a dejar que me esperara afuera si regresaba o... —Tienes que cambiar las cerraduras, Lali —Te estás volviendo paranoico. 
—Nunca está de más. 
Mientras hablaban, el móvil de Peter empezó a sonar. Se palpó los bolsillos hasta que encontró, lo sacó y respondió. Sus ojos no se despegaron de los de Lali mientras hablaba. 
—Recógeme en casa de Lali —dijo lacónicamente antes de colgar. 
— ¿Qué sucede? — inquirió ella. 
—La dueña del salón de tatuaje que nos dio la información sobre Holly Tyler ha muerto. 
—¿Cómo? 
— Degollada. 
—¿Dónde la han encontrado? 
—En el salón de tatuaje. Seguramente el asesino la consideraba peligrosa y quiso silenciarla, para que no dijese nada más a la policía. O eso, 
—¿O qué? 
Peter se encogió de hombros. 
—Las fotografías de las que habló Holly Tyno estaban en su casa. Las perdió en algún lugar entre su casa y el salón de tatuaje. Quizá el asesino fue a buscarlas y, de paso, se deshizo también de Tammy. 
—Pero, Peter, puede que no haya sido obradel mismo asesino. —Dejó su firma. 
—¿Su firma? 
—Utilizó el instrumental de Tammy para tatuarle una rosa en la espalda. 
¿Satisfecha? Lali asintió, mirándolo a los ojos. 
—Regresaré esta noche —dijo Peter. Lali siguió hasta la puerta y observó cómo se unía con VICO en el camino de entrada.VICO empezó a hablar con 
gesto suplicante. Peter meneó la cabeza enérgicamente. Lali comprendió que VICO deseaba que ella los acompañara. 
Peter no estaba dispuesto a permitirlo. 
Cerró la puerta suavemente, recostándose luego en ella. Quizá pudiera captar algo en el salón de tatuaje, o quizá no. Lo único que sabía con certeza era que no deseaba ir. 
Pero debía hacerlo. 
— ¡Peggy! —Lali llamó a la asistenta—. Tengo que volver a salir. 
Peggy salió rápidamente de la cocina, secándose las manos con el delantal. 
—~,Quiere que vaya yo a recoger a Alegra? 
—Sería una buena idea —convino Lali—. Las llaves del Cherokee están en el cajón del mueble-bar —abrió la puerta de nuevo. Los dos hombres seguían discutiendo. 
— ¿El señor Lanzani se quedará a pasar la noche? —preguntó Peggy—. 
¿Quiere que arregle el cuarto de huéspedes? 
Lali se giró para mirarla. 
—Sí. Gracias, Peggy. Tengo que darme prisa. ¡Hasta luego! — dicho esto, salió apresuradamente. 
— ¡Lali solo ve a las víctimas! —estaba diciendo Peter airadamente. 
— ¡Pero lo que ve puede ser precisamente lo que estamos buscando! —rogó VICO. 
—Peter —dijo Lali, acercándose—.no pasa nada. Iré con vosotros. 
— Si insistes — contestó él fríamente, dirigiéndose hacia el coche de VICO e instalándose en el asiento del pasajero. 
VICO se encogió de hombros y luego acompañé a Lali hasta el coche. 
Tammara Leigh Harding había sido encontrada a las diez y media por una de sus empleadas. El salón de tatuaje había sido registrado de arriba abajo. Había huellas dactilares por doquier, aunque los investigadores ya estaban prácticamente seguros de que el asesino había utilizado guantes. No se halló el arma homicida en el lugar de los hechos ni en las inmediaciones. Había casi quinientos dólares en metálico en la caja registradora. 
Lali sintió una ligera desazón mientras entraban por la puerta trasera del local. Se detuvo y miró en torno, preguntándose si el asesino los estaría observando. 
La víctima seguía tendida en el suelo, en medio de un charco de sangre coagulada. Lali se preparó y miró a la mujer. Tenía los ojos tos, igual que la boca, como si la muerte la hubiera pillado por sorpresa. En su espalda, debajo de la camisa rasgada, había una rosa. 
Estaba simplemente bosquejada, como si la hubiera dibujado un niño. Tallo, pétalos... y espinas. 
Una mosca pasó zumbando y se posó en la boca abierta de la víctima. Lali temió vomitar de un momento a otro. 
Peter permanecía detrás de ella, con los brazos cruzados sobre el pecho. Lali sabía que estaba enfadado. 
—¿Lali? —VICOse giró hacia ella. 
Lali titubeó, miró fijamente a la víctima y cerró los ojos. 
Luego alzó la mirada, dirigiéndola hacia la puerta trasera. Parecía envuelta en sombras, pero había alguien allí. Oyó cómo la fallecida le decía al hombre que aún no habían abierto. El hombre habló de nuevo, con voz ronca. 
La fallecida sonrió. Provocativamente. Estaba coqueteando, se sentía muy excitada... 
Y más excitada aún cuando el asesino se situó detrás de ella. Luego, brevemente, 
muy brevemente, Lali vio el destello del cuchillo Sintió el sabor de la sangre caliente en la garganta. Oh, Dios, sintió el sabor antes incluso de saber que era... Y eso fue todo. 
— ¿Lali?  

CAPITULO 68

  Tendría que haber esperado hasta la noche pero se dijo que no importaba. 
Además, el desafío resultaba en verdad fascinante. 
El salón de tatuaje no abría hasta las diez. 
Eran las nueve y tres minutos de la mañana Se puso los guantes. Unos guantes finos de plástico, extraídos de una máquina expendedora diseñada para las consultas de los médicos. 
Se detuvo en el aparcamiento situado delante de la tienda de ultramarinos y recorrió a pie el trecho hasta el salón de tatuaje. Llevaba una peluca y gafas oscuras. La puerta principal estaba cerrada. 
Se dirigió a la parte de atrás y entró. 
La buena de Tammy estaba sentada ante mesa, en la trastienda, repasando unos recibos Alzó los ojos al verlo entrar. 
—Aún no hemos abierto —dijo. 
El la miré con repugnancia. Detestaba mal. gastar su tiempo y su talento con una mujer vieja y fea como ella. Pero Holly le había hecho la fotografía. La policía había registrado su casa, sin encontrarla. De modo que Holly debía haberla perdido en alguna parte. 
— Hola, Tammy. 
—¿Lo conozco? 
Yo a ti sí. Y sé que aún no habéis abierto, o... Bueno, te he visto antes. Quería hablar contigo... a solas. 
—¿A solas? 
Él asintió. 
—Solo quería pedirte un favor —dijo con a sonrisa encantadora mientras cerraba la purta trasera. 
Tammy se levantó de la silla. 
—No faltaría más, cielo. Dime, ¿qué puedo hacer por ti? 
Él se situó detrás de ella y le susurré en el oído 
—Morir, nena, simplemente morir... A continuación, le rebané la garganta. Fue un asesinato increíblemente pulcro. No se mancho ni de una sola gota de sangre. La dejó caer en el suelo y puso manos a la poniendo el local patas arriba, literalmente. Y, por fin, encajadas en el fondo del sillón reclinable donde Tammy acomodaba a sus clientes para trabajar, encontró las fotografías. Se contempló a sí 
mismo, tal como lo había retratado Holly Tyler. 
Se guardó las fotos en el bolsillo y consultó su reloj. Había tardado menos de quince minutos. Tenía que irse. 
Pero... 
Titubeó. Bajó la mirada hacia Tammy y no pudo resistirse. Aún disponía de unos minutos... 
Examinó el instrumental de Tammy y se puso a trabajar.  

CAPITULO 67

— ¡ Maldita sea! — exclamó Peter —. Alguien ha filtrado la información de que estamos registrando la casa de la última víctima, en busca de unas fotografías del asesino. 
—¿Qué? —Lali iba conduciendo, y Peter en el asiento del pasajero, ojeando el Miami Herald que acababa de comprar. 
— VICO y yo encontramos el local donde Holly Tyler se hizo el tatuaje. La mujer que lo regenta dijo que Holly estuvo a punto de enseñarle una foto del hombre con el que se pensaba ir, pero no pudo encontrarla. La policía está registrando su casa. Y todo viene aquí, en el maldito periódico. 
— Quizá no sea tan grave. Es decir, la policia ya está registrando la casa, ¿no? Así que el asesino no podrá ir allí para sustraer las fotos, ¿verdad? 
—Tienes razón —convino Peter, aún furioso —. Y, si el mundo fuera perfecto, daríamos con las fotografias, averiguaríamos la identidad del asesino y lo detendríamos esta misma tarde. 
—Podría suceder así. 
—No lo creo —Peter sacó su móvil y llamó a VICO, quien le aseguró que estaban investigando la filtración, y que el responsable lo iba a pagar muy caro. 
Peter cortó la comunicación. Al cabo de unos minutos, pasaron por delante del Teatro del mar, uno de los pocos acuarios donde la gente podía nadar con los delfines. 
—Siempre he querido hacerlo —reflexionó Lali en voz alta. 
— ¿Ir al Teatro del Mar? — inquirió él, perplejo. 
Ella se echó a reir. 
—Nadar con los delfines. 
— Pues la solución es bien fácil. Vayamos. 
—Cuando quieres hacer algo, ¿normalmente lo haces? 
— Sí. 
—¿Qué ha sido lo último que más has desea hacer? 
—Acostarme contigo —respondió Peter con una sonrisa lenta. 
Lali no pudo sino sonreír también. Luego se dio cuenta de que él volvía a mirarla con expresión grave. 
— Lali. 
—¿Qué? 
— ¿Qué día asesinaron a tu madre? 
—Un quince de junio. 
—Exacto. A mediados de mes. La fecha favorita de nuestro asesino. 
—Tiene que ser una coincidencia. 
—¿Tú crees?  

miércoles, 29 de junio de 2016

NOTA

CHICAS ESTÉN PENDIENTE QUE VOY A ESTAR SUBIENDO 3 CAPÍTULOS POR DÍA.

CAPITULO 66

  Peter alargó la mano y cerró el grifo. A conti5n salió de la ducha, agarró una toalla y envolvió con ella a Lali. 
—Martique nos ha preparado té caliente con coñac —dijo. — ¿Seguirá caliente? 
— Seguro que sí. Lo trajo en un termo. 
— Martique se ha dado cuenta — murmuré Lali mientras salía del cuarto de baño. 
—¿Y qué? —Peter la siguió al dormitorio—.No parece haberse escandalizado. ¿Qué más da? Eres mayor de edad. Igual que yo —sirvió dos tazas de té y le pasó una—. No estamos emparentados biológicamente, como ya te he dicho otras veces. 
No tendremos hijos con cabezas puntiagudas ni nada eso. 
Ella sonrió, y luego lo miré seriamente. 
—Yo ya tengo una hija, Peter —le recordó. 
—Lo sé. Nunca lo olvido —respondió él. 
—He de procurar que mi hija no sufra por nada de lo que yo haga. 
—Ahora mismo está con su padre, ¿no? 
— Sí. 
Peter acabó su taza de té y le quitó a Lali la suya de las manos. 
—¿Aún sigues obsesionado? —inquirió mientras él buscaba sus labios. 
—Sigo obsesionado. ¿Y tú? 
—Aún siento... curiosidad —fue lo único que Lali pudo admitir conforme Peter la besaba. 
Rocio se acurrucó contra su marido, inmersa en un mar de satisfacción. Él la atrajo hacia sí con el brazo. 
—Dios —murmuré contra su frente. 
— Sí, ha sido increíble — asintió ella. 
Y lo había sido. Absolutamente increíble. Gracias a su provocativo regalo. Se había vuelto loco al verla con las braguitas. Y le había hecho unas cosas... 
—Fue una gran idea. Gracias —dijo Rocio suavemente, besándolo en los labios. 
— Gracias a ti. Has estado tremenda, cariño. Muy sexy. Tienes que comprar más de esas. ¿Cómo se te ocurrió? 
Ella sintió de repente una extraña sensación de frío. No era miedo, exactamente, pero se le acercaba mucho. 
— ¿Rocio? 
—Yo... 
Nico frunció el ceño y la miró con ojos ansiosos. 
—~,Dónde compraste esas bragas, Rocio? 
—No... no las compré. Fueron un regalo. Me las llevaron hoy a la mesa, mientras almorzábamos. Creí que las habías enviado tú. 
— Naturalmente. 
—¡Nico! 
Él se reclinço de nuevo en la almohada, sin dejar de mirarla, y el brillo acusador de sus ojos resultaba aterrador. —Nico... ¿no las enviaste tú? 
—No. 
—Entonces, debió de ser una equivocación. Serían para otra persona. 
— Sí, claro —respondió él sarcásticamente. 
—¿Por qué dices eso? ¿Qué insinúas? —dijo Rocio alzando el tono. 
—¿Qué insinúo? —repitió Nico—. Que seguramente has estado coqueteando con alguien. Hasta el punto de darle pie a pensar que estás disponible. ¡ Dios! ¡ Y yo, mientras, sintiéndome culpable! 
—¡Yo no he coqueteado con nadie! —respondió Rocio, dándose cuenta de que estaba mintiendo. 
Le había dado a entender a otro hombre que estaba dispuesta a tener una aventura. 
Sintió frío de nuevo. Mucho frío. 
—Oye, Nico, de verdad... 
—Déjalo, Rocio —dijo él levantándose. Se puso rápidamente la bata y salió del dormitorio. cerrando la puerta con estrépito. 
Rocio simplemente se quedó mirando, aturdida. 
Las braguitas... 
Se estremeció, sintiéndose sucia. ¿Tan cerca había estado de la infidelidad? Peor aún, ¿había destruido ya su matrimonio? 
Seguramente el regalo se lo había enviado... él. 
La próxima vez que lo viera, le explicaría que sencillamente había pasado por una época, que en realidad amaba a su marido. 
Seguía sintiéndose sucia. Avergonzada. Y asustada. 
Nico jamás la había mirado así antes. 
Rocio se bajó de la cama, se puso la bata y salió al salón. Encontró a Nico de pie en la cocina bebiendo una cerveza. 
—¿Nico? —¿Qué? 
—Te quiero. 
— ¿Quién te envió esas bragas, Rocio? Ella mintió. Tuvo que mentir. 
—No tengo ni idea, Nico. De verdad. Lo juro por los niños... Nunca te he engañado —se acerco a él y lo rodeé con sus brazos, realmente temnerosa de perderlo—. ¡Te quiero, Nico! —susurro Rocio notó cómo los músculos de él se relajan. La abrazó. Unas súbitas lágrimas resbalaron por las mejillas de ella, y 
él las enjugó con los nudillos antes de besarla. 
—De vez en cuando... —murmuró. 
-¿Qué? 
—Bueno, te pareces a tu madre. Quizá me asusta la posibilidad de que quieras probar con más de un marido. 
—Te quiero, Nico. 
—¿De verdad? 
— ¡ Sí! Simplemente tenía un poco de miedo, pasas mucho tiempo fuera de casa. 
Trabajas con muchas mujeres jóvenes y a veces, temo no estar a la altura. 
Él sonrió y le alisó el cabello. 
—Eres inteligente, buena conversadora e interesante. Yo también te quiero, Rocio. 
—¡Oh, Nico! —murmuró ella—. Te adoro. ¡Has sido tan bueno conmigo! —¿Sabes qué? —dijo Nico, su voz algo más ronca. 
—¿Qué? 
—Voy a descubrir de dónde han salido esas malditas bragas. 
La estrechó entre sus brazos, pero, a pesar de ello, Rocio volvió a sentir aquel frío devastador.  

CAPITULO 65

   No hay nada que contar. Estaba soñando con la noche en que murió mi madre. Era todo tan real, tan aterrador... Sentí como si el asesino se acercara a mí, como si pudiera verme mientras yo intentaba llegar hasta Gimena. 
Peter permaneció callado un momento. Entrelazó los dedos con los de ella. 
—No deberías haberte involucrado en esto. 
Ella se encogió de hombros. 
—Ya he colaborado con VICO  en otras ocasiones. Pero esto parece distinto... No sé. Me trae a la memoria lo que le sucedió a mi madre. 
—Todas son rubias —murmuré Peter. Luego la miró—. Como Gimena. 
—Harry Nore... 
—Harry Nore está en libertad. 
—¿Qué? —dijo Lali con un jadeo ahogado, incorporándose —. Peter, si está en la calle, quizá sea él quien comete esos crímenes horribles. Peter... 
— VICO tiene a toda la policía del estado buscándolo, así que darán con él. —Oh, Peter, tal vez... 
—Lali, voy a decirte lo mismo que le dije a VICO. No creo que Harry Nore sea el autor de esos crímenes. ¿Qué mujer en su sano juicio se excitaría pensando en pasar un fin de semana con alguien como Nore? Tiene la sonrisa de un mandril, apesta a rayos y evidentemente está mal de la chaveta. 
—Lo dejaron salir del manicomio para dementes criminales —le recordó Lali—. Quizá se haya curado. 
—Claro. Y de pronto se ha vuelto tan guapo y encantador como Sean Connery, ¿no? Ese tipo seduce a mujeres jóvenes y atractivas. Un lunático viejo e histérico no se convierte en un donjuán así como así, créeme. 
Lali tragó saliva, inquieta, cerró los ojos y suspiró. 
— Sé que encontraron el arma homicida en su poder. Nore tenía el cuchillo, manchado con la sangre de mi madre. Pero nunca creí que hubiera sido él. No me cuadraba. 
Peter alzó las manos en un gesto exasperado. 
—En aquella época yo era demasiado joven e inexperto como para reparar en ello. Pero piénsalo. Encontraron a Harry Nore en la cocina de un vecino, cortando pan como si tal cosa. Pero cuando tú «viste» al asesino, con el cuchillo que mató a tu madre, llevaba puestos guantes. Unos guantes color carne, como los que usan los médicos. 
Lali asintió. 
— Si no fue él, entonces el verdadero asesino simplemente se deshizo del cuchillo... — se estremeció nuevamente. Estaba empapada en sudor, y el aire acondicionado le producía frío—. Voy a darme una ducha rápida. 
Peter asintió. 
Una vez en el cuarto de baño, sin embargo, 
Lali volvió a sentirse nerviosa. Asomó la cabeza por la puerta. 
—No me moveré de aquí —prometió él. 
Lali se despojó de la combinación y se metió en la ducha, dejando que el agua caliente se deslizara por su rostro y por su cuerpo. Mientras se aplicaba champú en el pelo, oyó la voz Peter. 
— ¿Lali? 
—¿Qué? 
Él entró en la ducha, situándose detrás de ella. Desnudo. 
—No quería asustarte —dijo. 
La rodeó con sus brazos y la apreté contra sí. Luego le retiró el cabello empapado 
del cuello, besándole la nuca. La poseyó por detras, arrancándole jadeo tras jadeo, haciendo que gritara su nombre. Alcanzaron el clímax jutos. Luego Lali se derrumbé contra el cuerpo de él.  

CAPITULO 64

 Intentó gritar. Sabía que era una pesadilla, pero necesitaba gritar. Despertarse. 
Vio el cuchillo de nuevo, suspendido sobre la bruma plateada. Algo goteaba de su filo. 
Sangre. 
Plaf, plaf, plaf... 
Un charco de sangre yacía en el suelo, debajo del cuchillo. La voz de Gimena había enmudecido para siempre. 
Lali conocía bien la pesadilla; la había vivido. Pugnó por despertarse, pero estaba hundiéndose más y más en ella. El cuchillo no podía flotar en el aire por sí solo. Alguien lo sostenía. Alguien lo había usado para matar, y seguía usándolo. 
Volvería a matar una y otra vez... Una mano sostenía el cuchillo. 
Una mano enguantada... 
Con una muñeca, un brazo... 
Engullido por la oscuridad. Pero si ella seguía mirando, y esperaba a que la bruma remitiera, vería al asesino. Tenía que verlo, impedir que siguiera matando, pero la niebla era muy espesa. 
Entonces empezó a disiparse. 
Si miraba con ahínco, con verdadero ahínco... 
El cuchillo volvía a elevarse. Lali no podía verlos, pero sintió los ojos del asesino sobre ella. Mirándola. Viéndola. ¡ Asesino te ve! ¡ Asesino te ve! 
El cuchillo se dirigía hacia ella. La alcanzaría en cualquier momento, porque el asesino podía verla, aunque ella no lo viese a él. La hoja estaba tan afilada, aún goteaba sangre de su madre... 
Se acercaba más, y más, y más... 
Lali se giró para correr, oyó cómo la hoja surcaba el aire. Y por fin... 
Empezó a gritar. A gritar, a gritar y a gritar... Unos brazos la rodearon, sujetándola, zarandeándola. 
¡ Lali! 
Se despertó aterrada, luchando frenéticamente contra el hombre que la sujetaba. 
— ¡Lali! 
Abrió los ojos, pero tardé varios segundos en darse cuenta de que era Peter quien intentaba sujetarla, a pesar de su violento forcejeo. 
Martique estaba de pie junto a la puerta, con su pijama de franela. 
— ¡Dios santo, Lali! —murmuró preocupada. Se hizo la señal de la cruz. 
Lali miró a Peter, que la observaba con grave preocupación. —¿Te encuentras bien? Estabas soñando, ¿verdad? 
Ella asintió. 
— Le traeré algo de beber — dijo Martique —. ¿Qué le apetece? 
—Algo fuerte —dijo Peter. Miró de soslayo a Martique—. Un Jack Black doble. 
—No puedo beber bourbon —protesté Lali. 
— ¡Es para mí! —bromeé Peter—. Me has dado un susto de muerte. 
Ella se sonrojó, mirándolo, dándose cuenta de que tenía puesta una combinación corta de color negro que había elegido aposta para parecer provocativa, por si él regresaba. 
—Prepararé algo bueno para los dos —dijo Martíque—. Y nada de protestas, jovencita. 
Cuando Martique se hubo retirado, Peter le pasé los nudillos por las acaloradas mejillas. 
— Cuéntamelo.  

jueves, 23 de junio de 2016

CAPITULO 63

 —Al sur. Pero no sé a dónde. A Cayo Largo, quizá, o a Maratón;.. Diablos, quizá llegaron hasta Cayo Hueso. Ella solo hablaba de lo buen tipo que era, de lo excitada que estaba... El tipo quería que se hiciera un tatuaje allí donde solo él pudiera verlo. —¿Dijo si era moreno, rubio, calvo, latino o algo? 
Tammy negó con la cabeza. 
—¿No lo describió en absoluto? —preguntó VICO. 
—Lo siento mucho. Yo... —la mujer se interrumpió bruscamente, recordando algo. 
—¿Qué? —apremié Peter. 
—Estaba muy orgullosa de ese tipo. Dijo que era muy guapo, pero algo tímido. Se negaba a que le hiciera fotos. Me dijo que había conseguido hacerle un par de instantáneas disimuladamente, mientras él no miraba. Pero las rebuscó en el bolso y se dio cuenta de que se le habían olvidado o las había perdido. No las tenía, así que no pudo enseñármelas. 
—Maldición —musité VICO. 
— Haz una llamada y ordena que registren la casa de Holly lyler en busca de fotografías — le dijo Peter. 
—Ahora mismo. 
Tammy los miré compungida. 
—Quisiera poder ayudarles más —aseguré. 
—Bueno, nos ha puesto sobre la pista de esas fotos, así que quizá nos haya ayudado más de lo que cree. 
—Si me acuerdo de algo mas... 
—Desde luego —Peter sacó una tarjeta y apuntó el número de teléfono de la casa de Nicolas en Cayo Hueso, así como el de su móvil—. Por favor, llámenos —dijo, observando cómo VICO le entregaba también su tarjeta. 
Salieron del salón de tatuaje y se dirigieron de vuelta a Miami, a la oficina de VICO, donde agregaron la última información a la que ya poseían acerca de los últimos movimientos de Holly Tyler. 
— Pareces dar mucha importancia al detalle del tatuaje — dijo VICO a Peter mientras lo lleyaba al aeropuerto para que tomase un vuelo de cercanías a Cayo Hueso. 
Peter consultó su reloj, molesto al comprobar lo tarde que se había hecho. Después miré de soslayo a VICO. Estuvo a punto de decirle que su preocupación se debía a que Lali tenía un tatuaje similar. Pero se contuvo. De pronto, le pareció importante que nadie supiera ese detalle. 
Titubeé un momento. 
— Gimena tenía un tatuaje similar. 
— ¡Gimena! —VICO lo miré, ceñudo—. ¿Y tú cómo lo sabes? 
—Estuvo casada con mi padre. 
—Oh —dijo VICO en tono receloso. Miró a Peter de reojo. 
—No, no tuve una aventura adolescente con mi madrastra — le aseguré Peter cínicamente. 
—Yo no estaba sugiriendo semejante cosa. Simplemente... 
— ¿te lo estabas preguntando? 
— Sí —confesó VICO algo avergonzado. 
—No me habría acercado a Gimena ni loco —murmuré Peter. 
—¿Y eso? 
—Era una bestia parda. Le gustaba enfrentar a las personas entre sí. Torturaba a mi padre y a Nicolas. Y a muchos otros hombres, estoy seguro. Aunque también tenía sus buenas cualidades. Sus hijas la amaban. Fue una buena madre para Lali y Rocio, y siempre se portó bien con sus hijastros. Organizaba fiestas de cumpleaños para todos nosotros y se mostraba muy satisfecha cuando hacíamos algo bien. Gimena era... única. Y nadie se merece morir como ella murió —Peter se quedó en silencio, recordando cómo salió de su cuarto cuando oyó los gritos de horror de su padre. Acudió corriendo al dormitorio y vio a Gimena entre los brazos de Mariano. Su padre lloraba, las lágrimas resbalándole por las mejillas. Gimena estaba muerta, en medio de un gran charco de sangre. 
— ¿Qué te pasa? — le preguntó VICO. 
—Nada. Se supone que no debemos hablar mal de los muertos, ¿verdad? — murmuré Peter. Y, sin embargo, la imagen de Gimena hizo que se acordase otra vez de Lali. 
Lali no era como su madre. 
Y él sentía por ella algo más de lo que estaba dispuesto a admitir. 
VICO lo dejé en el aeropuerto, donde Peter se subió al pequeño avión que lo llevó de vuelta a Cayo Hueso. Un taxi lo dejó delante de la casa. Vio que las luces estaban encendidas. Todo parecía estar en orden. Pero las apariencias podían engañar. 
Por puro hábito, Peter se palpó el pecho para cerciorarse de que la pistolera y el revólver estaban donde debían estar. Luego se aproximó a la casa, sacándose las llaves del bolsillo. 
Justo cuando hacía girar la llave en la cerra dura, oyó el primer grito. Breve, estridente. 
Por un momento, Peter se quedé paralizado. 
Luego irrumpió rápidamente en la casa, sacando la pistola y apresurándose por el pasillo. 
Justo entonces Lali volvió a gritar. 

Volvía a encontrarse en la vieja casa de Nicolas, en Coconut Grove. La casa donde había muerto Gimena. 
Pero había más de un pasillo. Cada pasillo se prolongaba en una dirección distinta. Una bruma plateada cubría el suelo, hasta el nivel de la cintura, y Lali oía la voz Gimena. Sabía que debía llegar hasta ella, pero ignoraba qué pasillo tomar. 
Apreté a correr. Probó primero un pasillo, y luego el siguiente. Los gritos de Gimena se hacían más fuertes, más intensos, pero Lali no sabía dónde procedían. La bruma empezó a descender y, súbitamente, solo quedaba un pasillo. Lali intentó correr, pero ya no podía. 
Luchó, se esforzó, pero las piernas le pesaban como el plomo. Se estaba moviendo a cámara lenta, intentando gritar, pero incapaz de articular ningún sonido. Mientras avanzaba por el pasillo, vio el cuchillo. Estaba suspendido en el aire. De repente, descendió. 
Y Lali oyó el grito de su madre. 
Sintió el dolor de su madre. 
Notó cómo el cuchillo se hundía en el costado de Gimena. Rasgando carne, hueso, 
tendones...  

CAPITULO 62

  — Se suponía que debía vivir en Stuart, pero desapareció después de la primera visita del asistente social. Lo estamos buscando, pero podría estar en cualquier parte. Peter tamborileé con un lápiz en la mesa, luego meneé la cabeza. —No puede ser Nore. 
—¿Por qué no? Él asesinó a Gimena. Lo confesó. Dijo que ella era un vástago del diablo. Quizá tiene esa opinión de todas las rubias en general. 
—No lo creo. Además, Nore nunca llegó a ser juzgado por el asesinato de Gimena. 
— ¡Pero lo confesó! 
—Cierto. Pero es un demente. Y los dementes confiesan crímenes que no han cometido. 
—Has pasado demasiados años en la universidad, muchacho. ¡Los dementes no confiesan crímenes, los cometen! 
— VICO, este asesino es inteligente y sofisticado. Seduce a sus víctimas. ¿Y te acuerdas del aspecto que tenía Harry Nore? Es tan seductor como un perro rabioso. 
No creo que sea nuestro hombre. 
VICO permaneció callado. Suspiró. 
— Maldición, detesto admitirlo, pero lo que dices tiene sentido. 
Peter se encogió de hombros. 
—No tendrían que haber dejado en libertad a Nore. 
—Desde luego que no —convino VICO. 
—Aun así, lo de buscarlo es una buena idea. Convendría interrogarlo. 
— Ya he emitido una orden de búsqueda. 
—Bien. Creo que la tarde se presenta interesante. 
— ¿Ah, sí? ¿Alguna sugerencia que hacer? 
— Investiguemos los salones de tatuaje personalmente. 
— Ya hay varios agentes trabajando en eso, ¿sabes? 
— Sí, pero hagámoslo personalmente. A menos que tengas alguna otra pista que investigar. 
— Siempre he querido entrar en uno de esos sórdidos salones de tatuaje — dijo VICO—. Vamos. 
Pasaron la tarde visitando salones de tatuaje, mostrando fotografías de las rosas tatuadas en los cuerpos de dos de las mujeres asesinadas. Encontraron tatuajes similares, pero no idénticos. 
Hacia el final del día, a eso de las siete, tuvieron más suerte en un local llamado Salón de Té y Tatuajes de Tammy. La propia Tammy los recibió. Era una mujer menuda con pantalones cortos de cuero y un chaleco que apenas cubría su amplio busto. 
Tammy estudió la fotografía de las nalgas de Holly Tyler un momento antes de 
mirar, con los ojos desorbitados, a Peter. 
— ¡Dios mío! ¿Ha muerto? ¿Esa chica tan mona ha muerto? 
— ¿Estuvo aquí? — inquirió VICO rápidamente. 
Tammy asintió. 
— Ese tatuaje era obra mía. 
—¿Cuándo se lo hizo? —la interrogó VICO. 
— El viernes pasado, a primera hora de la tarde. Tenía mucha prisa. Quería hacerse el tatuaje para complacer a un hombre. 
VICO dirigió a Peter una rápida mirada. 
—¿Quién era el hombre? —inquirió Peter. 
—No lo sé. No llegó a entrar. Entró ella sola, y parecía un poco insegura. Nunca se había hecho un tatuaje antes. Pero se mostró muy entusiasmada y habladora, una vez que empezo a sentirse cómoda. Dijo que hoy en día los hombres buenos son 
difíciles de encontrar, y que ese tipo era un verdadero príncipe. Iban a pasar un fin de semana romántico en el agua. 
—¿Adónde pensaban ir? ¿Lo sabe? 
Tammy negó con la cabeza.  

CAPITULO 61

Rocio abrió la caja. Envueltas en delicado papel de seda rosa había unas braguitas «comestibles». Eran de chocolate blanco, con una rosa roja de caramelo en la entrepierna. Rocio se puso como un tomate. 
— ¡Anda! ¡Qué... qué romántico! —exclamé Candy—. Y qué sexy. ¡Esta noche te espera una buena, cielo! Ojalá David me hiciera regalos como ese. Qué soso es este hombre. ¡Para mi cumpleaños va y me regala utensilios de cocina! 
Empezaban a atraer la atención de las mesas circundantes. Rocio cerró enseguida la caja, ruborizada. 
—Es extraño... 
—¿Qué es extraño? —preguntó Tara. 
Rocio se encogió de hombros. 
—Esto no es... no es propio de Nico. 
—¿Habéis tenido alguna pelea? —quiso saber Candy—. ¡Ya sabes lo melosos que se ponen después! 
—Bueno, discutimos, pero ya pasó. Está en casa, cuidando de los niños. 
— ¡ Un hombre metido en casa todo el día con críos pequeños! No me extraña lo de la lencería comestible. ¡Ya está pensando en cómo desfogarse! — apuntó lara. 
—Puede ser —murmuré Rocio. 
— ¡ Está en una racha romántica, cielo! ¡ Disfrútalo! — aconsejó Tara. 
Rocio esbozó una sonrisa. Nico se estaba portando tan bien... Parpadeó, dándose cuenta de lo cerca que había estado de destrozar su matrimonio. Sorbió su café y sonrió a lara. 
— ¡Espero que necesite desfogarse, porque le espera una noche de infarto! — iba a portarse bien con Nico: Se pondría su regalo y lo compensaría con creces. Esa noche... 
Peter tardó menos de una hora en ir de Cayo Hueso a Miami en avión. A mediodía, se encontraba ya en la oficina de Jimmy, leyendo y releyendo los informes forenses, con la esperanza de realizar algún hallazgo. 
VICO tomó asiento y lo miró. 
—¿Adivinas qué? 
—¿Qué? 
—~,Te acuerdas de Harry Nore, el vagabundo al que se le encontró la medalla de San Cristóbal de tu padre y el cuchillo que mató a Gimena? Peter frunció el ceño. 
—¿,Qué pasa con él? 
—Lo han soltado. 
— ¿Cómo? — preguntó Peter incrédulo. 
VICO asintió con disgusto. 
— Lo creas o no, los psiquiatras decidieron soltarlo. Se suponía que debían avisarnos en cuanto lo hicieran, pero acaba de llegarnos la carta... Y lleva en libertad unos seis meses. 
—¿Seis meses? 
— Y los asesinatos empezaron hace cuatro meses. Todas rubias, igual que Gimena, como tú dijiste. ¿Qué opinas? ¿Crees que puede haber sido él? 
— No da el tipo. ¿Te imaginas a Nore seduciendo a alguien? —Peter meneé la cabeza—. Pero... ¿se sabe dónde está ahora? 
VICO hizo un ademán negativo.

miércoles, 22 de junio de 2016

CAPITULO 60

—No he dicho tatuajes simplemente, sino rosas tatuadas. 
—No he oído que... 
—Ni lo oirás. La policía mantiene esa información en secreto. ¡Diablos, Lali, confía en mí! Dos víctimas tenían rosas tatuadas, y otra acababa de recibir un ramo de rosas. Ahora, haz el favor de decirme cuándo y dónde te hiciste ese tatuaje. 
Ella permaneció callada, mirando la mano que descansaba en su brazo. 
— Peter, he llevado ese tatuaje desde mi primer año en la universidad. Había salido con algunas de mis amigas. Fuimos a un club, tomamos unas copas y decidimos hacernos unos tatuajes. Por suerte, no íbamos demasiado bebidas, o me habría hecho uno mucho más grande. 
Peter arrugó la frente, meneando la cabeza. 
—¿Cómo se os ocurrió la idea de tatuaros? 
Ella se encogió de hombros. 
— Éramos universitarias. De vacaciones, con demasiado tiempo libre y demasiado dinero. 
Creo que el salón de tatuaje estaba en algún lugar de Virginia. Cerca de Manassas, estoy segura. Pero no recuerdo exactamente dónde. Hace mucho tiempo de eso. Fue 
una de esas cosas propias de crías. Una vez me teñí el pelo de azul —suspiré—. En cuanto a la rosa, bueno... 
— Supongo que me sentía culpable. 
—¿Culpable? ¿En qué sentido? 
—Había pasado mucho tiempo tratando de no parecerme a mi madre. Es algo que aún me preocupa, de vez en cuando, seguramente porque soy su viva imagen. Y no... no quiero llevar una vida como la suya, aunque parece que voy por ese camino, ¿verdad? —Lali no deseaba recibir una respuesta—. Yo amaba a Gimena. Era una esposa horrible, y muy egoísta, pero como madre era maravillosa, a su manera. Una vez estaba vestida y maquillada para actuar, y me tenía en el regazo. El director le gritó, diciéndole que me soltara o se le estropearía el vestido. Ella me abrazó con más fuerza y respondió que sus hijas eran más importantes que cualquier vestido o cualquier obra. Nos queria. En cualquier caso... Gimena tenía una rosa. 
—¿Tú madre tenía tatuada una rosa? 
Lali asintió gravemente, y luego volvió a sonreír. 
—¿Recuerdas que tu padre solía llamarla «mi rosa»? Solía decir que Gimena era como la más espléndida de las rosas, bella y fragante... y llena de espinas. Se hizo ese tatuaje por tu padre. Dijo que había incluido las espinas porque no quería que él olvidase que tenía sus propias defensas. Dijo que necesitaba aquellas espinas. Tú nunca se lo viste, porque mi madre no solía pasearse desnuda delante de vosotros, pero no tenía reparos en desvestirse en presencia de sus hijas. La noche que yo me hice el mío, había tomado unas cuantas copas de champán, y ya sabes cómo me afecta el alcohol. Probablemente me puse melancólica y me acordé de mi madre, aunque ya llevaba muerta mucho tiempo. Así que me tatué una rosa. 
Peter se quedó mirándola, y asintió transcurridos unos segundos. 
— Mi tatuaje no entraña ningún peligro en absoluto. 
— Supongo que no. Pero resulta curioso. Una increíble coincidencia — Peter vio que ella se dirigía hacia la puerta—. ¿A qué viene tanta prisa? 
—He de ducharme y prepararme. Hoy haremos otra sesión de fotos. 
—Lali, no son ni las seis y media. ¿Y de veras tenéis que hacer más fotos? 
Jaime debió de tomar centenares ayer. Debo regresar a Miami, y... 
—Y yo de he quedarme a trabajar aquí. 
Peter salió de la cama. Se acercó a ella y, mirándola a los ojos, le quitó la bata de 
las manos. 
—No tardaremos mucho, te lo prometo —juró solemnemente. 
—Peter... 
—No tardaremos nada. No sé cuándo volveré a verte. No me dejes así —Peter la atrajo hacia sus brazos y deslizó las manos hasta sus nalgas, apretándola contra su pelvis. 
Una sonrisa arqueó los labios de Lali. Eso fue suficiente para Peter. La tomó en brazos y la soltó en la cama, echándose encima de ella. 
Tardaron mucho más de lo que había prometido. 
—No me gusta dejarte aquí —comenté Peter meneando la cabeza. 
—Estaré a salvo con mis compañeros, te lo aseguro. 
Ya vestido, moreno y condenadamente atractivo con su traje de chaqueta, él asintió y sorbió el café, observando a Lali. 
— Lo más aterrador es que ese asesino en serie es alguien en quien todo el mundo confía. Alguien que lleva una doble vida y que parece perfectamente normal. 
—No me pasará nada — insistió ella—. Jaime vendrá a recogerme y me traerá luego a casa. Martique, la asistenta, estará aquí todo el día, y... —hizo una pausa, con una chispa de diversión en los ojos—. El sistema de alarma de mi padre es todavía mejor que el mío. 
—Mmm —murmuré él. 
—Además, se supone que yo soy la vidente. La bruja —le recordé Lali—. No percibo ningún peligro aquí. 
—Está bien —dijo Peter al cabo de un momento —. Pero esta noche volveré, y te llevaré a casa mañana mismo. 
—Eso no será necesario. 
—Yo creo que sí. 
Lali prefirió no seguir discutiendo. Momentos después, oyó que Jaime tocaba el claxon afuera. 
—Tengo que irme. 
Él no le besé la mejilla, ni la tocó. Simplemente asintió con gesto serio y la siguió hasta la puerta, observando cómo se introducía en la furgoneta con el resto de sus compañeros. 
Nico estaba siendo maravilloso. 
Fiel a su palabra. 
Dejó que Rocio durmiera hasta tarde, se ocupó de levantar a los niños, vestirlos y darles el desayuno. Insistió en que se tomara el resto del día libre y fuese a almorzar con sus amigas. 
Rocio jugó al tenis, se duchó y se reunió con algunas de sus amigas en el club. No tenía que conducir, de modo que bebió vino en el almuerzo. Hacia el final de la comida, el camarero acudió con una pequeña bandeja plateada, sobre la que descansaba una cajita envuelta en papel de regalo. En la tarjeta solo figuraba el nombre de Rocio. 
—¿Un admirador secreto? —inquirió Candy Fox, una morena casada con uno de los abogados del bufete de Nico. 
Rocio meneé la cabeza, sonriendo. 
—Seguro que será de Nico. Últimamente está siendo muy atento. 
—A ver qué es —sugirió Tara Anderson, madre de dos niños y entrenadora de 
tenis a tiempo parcial.  

CAPITULO 59

  Pablo se reclinó, contemplando sus propias palabras. Sonrió complacido. 
Lo hacía cada vez mejor, e iba a conseguir que le publicaran antes de que nadie supiera que estaba intentando escribir una novela. Lo había mantenido en secreto, pues no deseaba que los demás creyeran que buscaba la ayuda de Nicolas o su influencia para tener éxito. Podía conseguirlo por sí mismo. 
La escena era de todo punto espeluznante. 
Buena, pero espeluznante. 
Y muy diferente de lo que Nicolas escribía. 
Aquello era mucho más gráfico. 
Real. 
Amaneció. 
La luz se filtraba en el dormitorio a través de la persiana. 
Peter se despertó lentamente y encontró a Lali allí, a su lado. 
Desnuda. 
Aún profundamente dormida. 
De lo cual se alegro Peter. Aquella mañana hablar resultaría incómodo para ambos. Además, deseaba contemplarla un rato. Yacía boca abajo, la espalda cubierta por la cascada de su cabello rubio. Sus piernas eran largas y bien torneadas. Lali no tenía el aspecto anoréxico que caracterizaba a tantas modelos; su condición física era espléndida. Nalgas bonitas, prietas y redondeadas. 
Contuvo el impulso de acariciarla. Podía despertarse. 
Pero Peter frunció repentinamente el ceño, inclinándose y apartando un pico de sábana que ensombrecía el lado derecho de su cadera. Alli, justo debajo de donde habría estado la línea del bikini, había un tatuaje. Diminuto, discreto, muy bonito. 
Pero hizo que a Peter la sangre se le helara en las venas. 
Era una rosa. 
Una rosa roja. 

Peter se movió tan bruscamente que Lali se desperté con un sobresalto. Vio que la estaba observando. 
— ¿Dónde te has hecho ese tatuaje? — inquirió él violentamente. 
—¿Qué? 
—El tatuaje. ¿Dónde y cuándo te lo has hecho? 
— ¡ La verdad, no creo que sea asunto tuyo! — replicó ella irritada. 
Peter respiré hondo, reparando en que estaba tenso y actuando como un sargento de artillería. 
—Es importante, Lali. 
Ella se quedé mirándolo un momento, y luego hizo ademán de retirarse, como ansiosa por recoger la bata e irse cuanto antes. Peter la agarró por el brazo. 
—Lali, vuelve aquí. 
—Suéltame, Peter. 
— Lali, dos de las víctimas tenían rosas tatuadas. 
—Muchas mujeres tienen tatuajes.  

CAPITULO 58

   Sí, definitivamente eres una bruja. Lanzas conjuros. Los hombres se enamoran de ti solo con verte en la portada de una revista. Se morirían por tenerte. 
— Y antes me estaba planteando ir a tu habitación y decirte las mismas palabras que tú me dijiste a mi. 
—Oh. 
—De no haber hecho esto, creo que me habría pasado algo horrible. Habría explotado. 
—¡Seguro que no! 
—Habrían caído trocitos de mí por todo el sur de Florida —dijo Peter. 
Lali sonrió, pero su sonrisa no tardó en desaparecer. 
— ¡Como los de esa pobre mujer! —musitó. 
Él meneó la cabeza, dándose cuenta de lo que había dicho. 
—Peor —le aseguró, y ella no pudo menos de sonreír, recostando la cabeza en su pecho. 
—Debería volver a mi habitación. 
— Ni se te ocurra. 
—Pero... 
Peter le alzó el mentón para poder mirarla a los ojos. 
—Ha sido la mejor experiencia sexual que he tenido en toda mi vida. ¿Y piensas que voy a dejar que te vayas ahora? Estás loca. 
Ella se quedó mirándolo. 
—Es extraño, ¿verdad? Creí que lo que sentía era simplemente curiosidad. Que tan solo necesitaba... 
—¿Probarlo y ya está? 
Lali sostuvo su mirada. 
—Creí que después podríamos seguir adelante con nuestras vidas, cada uno por su lado. 
-¿eso lo que quieres? ¿Ya has tenido todo lo que deseas? 
—No —reconoció ella. 
—Bien —Peter buscó sus labios y la besó. No tardó en poseerla de nuevo. 
A Pablo Esposito no le importaba en absoluto lo tarde que fuera. Podía seguir con ello toda la noche. Miré la página en la que estaba trabajando, profundamente satisfecho. 
El inspector jefe Jesús Hernández se agachó junto al cadáver, meneando la cabeza con consternación mientras combatía la náusea que burbujeaba en su estómago. El asesino mutilaba a las víctimas cada vez con mayor fervor. Había sido bella... antes. 
Joven, con sueños y esperanzas en aquellos ojos azules que ahora miraban ciegos hacia el cielo. Acaso, en sus últimos momentos, su alma había recorrido el camino al Paraíso. Hernández rezó por que así fuese. 
Pues lo que yacía tumbado en el suelo, los restos de su yo mortal, era una tragedia, una broma cruel contra los sueños y las esperanzas de la juventud. Había sido impecablemente diseccionada; sus órganos habían sido extraídos y esparcidos alrededor del cuerpo; práctica-mente le habían cortado la cabeza. La línea sanguinolenta en torno al cuello era tan gruesa 
que parecía que llevase puesto un lazo de un intenso color rojo...  

lunes, 20 de junio de 2016

CAPITULO 57

Ella permaneció callada un momento, mirándolo. Después se encogió de hombros. 
—Está bien, no importa. En realidad, no creí que te apeteciera charlar. Pero no podía dormir. ¡Diablos, Peter! Hagámoslo... hagámoslo de una vez, saquémonos la espina y sigamos adelante con nuestras vidas. 
Peter dio un respingo. Se quedó mirándola, con el ceño fruncido. 
—¿Qué? —inquirió con voz ronca. 
—He dicho que... 
— ¿Has estado en mi mente, Lali? 
—~,Cómo? —ella pareció enojada. 
—Te he preguntado si... 
No, no he estado en tu mente! No leo las mentes, maldita sea. Ya estás otra vez, tratándome como si fuera una alienígena o una rareza... 
—Posees algo, Lali. Una habilidad, percepción extrasensorial, algo. ¡ Y a la gente le gusta mantener sus pensamientos en privado! 
—Esto ha sido un error. Oh, Dios mío, un grave error. 
Lali estaba temblando. Le había costado mucho ir hasta allí, comprendió él. 
Hizo ademán de darse la vuelta, su cabello revoloteando como una oleada de fuego. Madison había acudido a él, haciendo realidad sus fantasías, y estaba a punto de perderla. Porque se había expresado con palabras que él había pensado muchas veces. 
Peter se movió rápidamente, resuelto a detenerla. Porque, si la dejaba marchar, jamás regresaría. 
— ¡Lali! —la agarró por el brazo y tiró de ella. Lali lo miró, ruborizándose. Los ojos de ambos se encontraron. 
—Los dos lo deseamos —le dijo Peter—. Hagámoslo... Sí, qué diablos, hagámoslo. 
Tiró del único lazo de su bata verde esmeralda. Sabía que no llevaba nada debajo. Luego se la retiró de los hombros y, fascinado, observó cómo la seda resbalaba por su cuerpo y caía al suelo. 
Peter la miró a los ojos un segundo, enarcando una ceja. 
— Porque estamos hablando de lo mismo, ¿verdad? 
El sonrojo de ella se intensificó. 
Él sonrió. Y se dio un festín con los ojos. 
Jamás había visto nada comparable a Lali desnuda. Sus senos eran grandes y turgentes, con los pezones enormes, oscuros y provocativos. El vello de su sexo era de un rubio tan intenso como el de su pelo. Las curvas de su cuerpo eran tan suaves y tentadoras, que Peter temió alcanzar el clímax solo mirándola. 
Un gran comienzo... 
Pero no pudo quedarse quieto, contemplándola, ni un momento más. Un gruñido sofocado escapé de su garganta mientras la abrazaba y la atraía hacía sí. Su cuerpo desnudo se frotó eróticamente con el de él. Peter podía sentir los latidos de su corazón, cómo subían y bajaban sus senos mientras respiraba trabajosamente, percibía su calor, su vibración, su aroma... 
— ¡ Peter, espera! — murmuré ella de repente. 
—¿Que espere? 
Él se detuvo, reteniéndola fuertemente contra si, mirándola a los ojos. Eran grandes, de un negro líquido. 
—Peter, no estás... 
—¿Qué? 
—No estás acostándote con mi hermana, ¿verdad? 
—¿Con tu hermana? ¿Con qué hermana? 
—Con Cande —Lali abrió más los ojos—. ¡ Con cualquiera de ellas! 
Él sonrió, meneando la cabeza. 
—No. No me estoy acostando con ninguna de tus hermanas. ¿Por qué diablos crees eso? 
—Cande se está viendo con alguien. 
—Conmigo, no. ¿Podemos seguir? 
Ella asintió, sin dejar de mirarlo. Luego cerro los ojos conforme los labios de Peter se ceñían a los suyos y la besaba con ansia, introduciéndole la lengua en la boca, consumiéndola, mientras la alzaba en vilo y buscaba a tientas la cama. Cayó sobre las sábanas con ella, sin despegarse de su boca, buscando, acariciando, paladeando, compartiendo húmedos y tórridos besos. La necesitaba, la necesitaba entera. Cerró las manos sobre sus senos, apresando los pezones entre los dedos. Luego siguió con la boca, humedeciendo los pechos, chupando los pezones endurecidos, arrancándole pequeños jadeos, su nombre... 
Lali. 
Dios, cómo la deseaba. Era casi doloroso, angustioso. No se cansaba de tocarla, de saborearla. Siempre había sabido que su cabello era sedoso, que su piel desnuda sería como el satén. Pero también era vibrante, se retorcía y arqueaba la espalda, le daba suaves bocados en los hombros mientras Peter la acariciaba íntimamente, intro-duciéndole los dedos... 
Sus bocas se fusionaron en otro beso prolongado y hambriento. Los dedos de Peter seguían dentro de ella. Él notó cómo Lali lo acariciaba. Cerró las manos en tomo a su erección, frotando. 
Peter se separó de Lali y la miró, y los ojos negros de ella le devolvieron la mirada, empañados pero dispuestos... 
Él volvió a cubrirla con un renovado ímpetu de pasión. Le humedeció los senos con la lengua, trazó un sendero de saliva por su torso, hasta llegar al ombligo. Luego le separé los muslos con un brusco movimiento de la mano y se sumergió entre ellos, haciéndole el amor con la caricia íntima de su lengua. 
Lali gritó, enterrando los dedos en su cabello, tirando. Tardó pocos segundos en alcanzar el clímax. Peter notó que la sangre bombeaba y palpitaba dolorosamente en su pene erecto, y se colocó encima de Lali, deslizándose en su interior con toda la fuerza de su pasión. 
Empezó a moverse a un ritmo febril, urgente, perdiendo toda noción de la realidad. Apreté los dientes con fuerza, tratando de recordar que deseaba que ella alcanzara el éxtasis a la par que él, ahogándose en el aroma irresistible de su sexo, en el roce erótico de su piel. Sus caderas emprendieron una cadencia frenética, desesperada. Entonces estalló por fin violentamente, y estrechó a Lali con fuerza entre sus brazos, atrayéndola hacia sí una y otra vez, hasta que oyó cómo un grito de placer volvía a escapar de sus labios... 
Se retiró de ella y siguió abrazándola. Lali estaba desnuda, bañada de sudor, pegada a él. Peter la acarició de nuevo. 
—Ahora ya sabes por qué me he mantenido alejado de ti durante tanto tiempo — murmuro suavemente. 
—¿Por qué? 
—Eres pura tentación, Lali. 
Ella se removió entre sus brazos, sonriendo. 
—Tú también. 
—Bueno, gracias, pero... Da igual. 
—¿Por qué me acusaste de haberte leído la mente? —inquirió ella con suavidad— 
. ¿Sigues pensando que soy una bruja? 
Él la atrajo aún más hacia sí.


PARA LAS QUE QUERIAN LALITER ALLI LO TIENEN. ESPERO QUE LO DIFRUTEN Y QUE COMENTEN.

domingo, 19 de junio de 2016

CAPITULO 56

—A que Lali no es ninguna arpía. Se preocupa mucho por las personas que la rodean. ¿No es extraño? Se parece a Gimena en muchos aspectos, pero es completamente distinta a ella. Gimena era bella, caprichosa e increíblemente egoísta. Lali, en cambio, siempre se desvive por ser comprensiva. En realidad, es Rocio quien se está comportando como Gimena últimamente. 
—Bueno, conmigo no hace falta que defiendas a Lali. Creo que es estupenda. 
La mejor. 
Cande le dio un codazo en el hombro. 
— ¡Tampoco hace falta que lo digas con tanto entusiasmo! 
Jimmy sonrió. 
—Compórtate. Quiero mucho a tu hermana, y lo sabes. Pero de un modo completamente distinto. Ella no sabe hablar de vísceras y de sangre en términos médicos. 
Cande dejó escapar una risita, pasándole los dedos por el cabello. 
—Doy gracias a Dios por mis talentos ocultos. 
Jimmy sonrió, pero su sonrisa se desvaneció rápidamente. 
—Lali es una copia de Gimena, y eso me ha dado que pensar... No sé, esas mujeres, esas víctimas, recordaban a Gimena. 
—Gimena murió hace mucho tiempo. 
—Lo sé, lo sé. Supongo que es imposible que haya alguna relación. Pero... 
—¿Pero qué? 
Él se levantó y recogió los calzoncillos. 
—Tengo que comprobar una cosa, Cande. Cierra bien la puerta. Tienes una pistola, ¿verdad? 
—Desde luego. Y sé usarla. 
—Buena chica. Luego hablamos —Jimmy le hizo un guiño y salió. 
Desconcertada, Cande permaneció un buen rato despierta después de que él se fuera. 
Lali... 
No era una imagen, un espejismo. Un sueño. 
Un sueño húmedo. 
Estaba allí realmente. 
Vestida de seda. 
—Lali... —murmuré Peter al cabo de un momento—. Deberías haber llamado a la puerta. He podido dispararte. 
Los ojos de Lali se centraron en él. Peter vio que los abría de par en par. Se había acostado desnudo. Casi se cubrió instintivamente con la sábana, pero no lo hizo. Permaneció como estaba, sentado, y dejó la pistola en la mesilla. Ella lo miró entonces a los ojos. 
—No, tú jamás me habrías disparado. Eres demasiado bueno en tu oficio. 
Él no contestó. Le pareció que Lali se ruborizaba. Quizá porque se había fijado en su creciente erección. 
Peter se levantó, sin preocuparse por su estado de excitación. Al fin y al cabo, era ella quien había entrado en su cuarto. 
—¿Y bien? ¿A qué has venido? —le preguntó, deseando que su tono no sonara tan áspero. Pero el corazón le latía desbocado, su respiración era entrecortada y sus músculos, y otras zonas, palpitaban por la tensión. 
—Yo... —empezó a decir Lali. Se retiró el cabello, tragó saliva y empezó de 
nuevo—. No podía dormir. Y creí que... quizá estarías despierto y te apetecería charlar. 
— ¿Charlar?