Lali oía las voces procedentes del dormitorio, y estaba asustada.
Tenía doce años, casi trece, de modo que no se asustaba fácilmente. Su
atractiva y voluble madre se había casado con el igualmente voluble y
temperamental artista Mariano Lanzani, y, desde entonces, era frecuente
oír voces y ruidos en el dormitorio principal.
Pero aquella noche...
Algo había cambiado. No se trataba de la discusión apasionada de
costumbre. Se estaban lanzando acusaciones de infidelidad. Y había otra
voz en el cuarto, una voz atenuada...
Una voz amenazante y asexuada que provocaba escalofríos a Lali. La voz
era maligna, y Lali lo sabía. Se dijo que estaba siendo demasiado
fantasiosa, que podía incluso ser la voz de su madre, dado que Gimena
Esposito era una actriz aclamada y célebre por su extraordinaria
habilidad con los acentos.
Pero no era su madre. Lali estaba segura de ello. En el cuarto había algo o alguien maligno.
Se preguntó si Mariano estaría allí también. No lo sabía. Podía oír la
voz de su madre, alzándose, bajando, con una nota de histeria, de
súplica, en su tono. Luego
oyó la voz susurrante y asexuada otra vez. La voz diferente La voz maligna.
La voz que le ponía la carne de gallina.
Sin pensarlo, había salido de su dormitorio y ahora se hallaba de pie en
el pasillo. Temblando en el interior de su camiseta de algodón. Jamás
había sentido tanto miedo. Dios santo, estaba aterrorizada. El pánico le
atenazaba la garganta, de manera que no podía gritar, aunque sabía que
no debía hacerlo, pues eso alertaría a la voz de su presencia. Tenía que
moverse, avanzar hacia la puerta, ver a la persona
unida a la voz.
Deseaba huir, pero no podía, porque entonces sucedería algo terrible.
Salvo que ya estaba sucediendo algo terrible, y ella debía ser valiente.
Debía detener el mal.
El mal impregnaba el aire a su alrededor, oprimiéndola. Lo hacia espeso y
pesado, de forma que costaba trabajo caminar por el pasillo.
La puerta del dormitorio de su madre parecía pandearse y combarse contra
la jamba. Mientras la luz del interior emanaba en extraños tonos rojo
sangre.
Lali trató de ser racional.
Seguro que Mariano y su madre se estaban peleando, simplemente.
Tenía que calmarse, pensar con la cabeza, llamar a la puerta y
recordarle a su madre que necesitaba algunas horas de sueño
ininterrumpido. Claro que, si Gimena se estaba peleando Con Mariano, era
muy posible que hicieran las paces antes incluso de que Lali Llegara
hasta la puerta. Y. en ese caso, si entraba de sopetón, bueno...
Pero Lali sabia que su temor de sorprenderlos enredados en algún perverso juego sexual no era real.
Lo sabía, que Dios la ayudase. Lo sabía.
Podía sentir lo que su madre estaba sintiendo, y Gimena estaba asustada.
La estaban amenazando y ella intentaba defenderse. Hablaba
desesperadamente, en tono apaciguador. Intentaba...
Lali se quedó completamente inmóvil. temblando, empapada en un sudor
helado. Porque ya no estaba sintiendo lo que Gimena sentía.
¡Lo estaba viendo! Estaba viendo lo que Gimena veía.
Y Gimena veía un cuchillo.
Grande brillante afilado Un cuchillo de trinchar carne. Lali lo había
visto otras veces en la cocina. El cuchillo se alzó bajo la luz tenue
del dormitorio situándose por encima de Gimena
Gimena lo miró .. y, a través de sus ojos, Lali pudo verlo El cuchillo descendió con una fuerza brutal e implacable.
Gimena chilló pero Lali no oyó los gritos de su madre porque también
ella estaba gritando, doblando la cintura. Sintiendo. Sintiendo lo que
sentía su madre
El cuchillo
Perforándola atravesando la carne y los músculos Desgarrándola justo por debajo de las costillas
Lali se tambaleó y se apoyó en la pared para no caerse, sintiendo la
agonía de la carne desgarrada, el frío. el miedo Se aferró el vientre y
bajó la mirada, y vio sangre en sus manos...
Sin despegar la mano de la pared, luchó por seguir en píe, pero una
súbita negrura la engulló e hizo que se desplomara en el suelo.
-¡Lali, Lali!
La despertó el urgente sonido de su nombre.
Abrió los ojos. Estaba tendida en el sofá del cuarto de estar, y a su
lado se hallaba Peter, uno los hijos de Mariano. Tenía dieciocho años y
aparentaba muchos más con sus aires de superioridad. Con el pelo negro y
los ojos verdes, era quarterback de su equipo de fútbol. Lali lo odiaba
casi todo el tiempo, sobre todo cuando la llamaba «renacuajo» o «cabeza
de chorlito». No obstante, cuando sus amigos no estaban presentes, no
era un mal chico. En realidad, de no haber sido hermanastro suyo, Lali
podía haberse enamorado locamente de él. Pero, como lo era, ella ni
siquiera se permitió pensar en tal posibilidad.
Peter la estaba mirando fijamente, con los ojos brillantes por las lágrimas.
—¿Lali? ¿Te encuentras bien?
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