sábado, 29 de agosto de 2015






TERMINADA LA PRIMERA TEMPORADA PRONTO VOLVERE CON LA SEGUNDA


CAPITULO 62

El lunes, cuando llego al trabajo, me entero de que PETER, mi supuesto novio, se ha
marchado a Alemania. Se ha ido y no me ha dicho nada. Claudia, su secretaria,
está emocionada porque ha pedido que ella se reúna con él en las oficinas de
Múnich el miércoles. Eso me hunde. Saber que se ha marchado porque no quiere
verme ni hablar conmigo me destroza. Y cada vez que veo las cajas embaladas, el
llanto me coge a traición.
   Como puedo, paso la semana. No lo llamo. No le escribo. Directamente, no vivo.
Le dije que, si se marchaba, asumiera las consecuencias y soy una mujer de
palabra. Aunque tengo que hablar con él. Lo necesito.
   Escribo un correo electrónico a la tal PAU O PAULA, pero no me contesta.
Compro un móvil e instalo la tarjeta SIM del teléfono donde tengo el número de
esa sinvergüenza, pero no me lo coge. Llamo a Marisa y más de lo mismo. Me
encuentro atada de pies y manos y no sé qué hacer. Ni cómo demostrarle a PETER
que lo que piensa de mí es falso.
   Mi jefa en esos días es amable conmigo. Sigo siendo la novia del jefazo y me doy
cuenta de que ya no me carga de trabajo como meses atrás. Ahora, incluso me
aburro.
   A la semana siguiente, cuando llego el lunes a la oficina me sorprendo al ver que
PETER está en su despacho. El corazón me da un vuelco. Las manos me sudan y creo
que me va a dar un ataque. Me muevo por el departamento con la intención de que
me vea. Sé que me ha visto. Lo sé. Pero, al ver que no me llama ni hace nada por
hablar conmigo, soy yo la que da el paso.
   Cuando abro la puerta de su despacho, me mira con dureza.
   —¿Qué desea, señorita ESPOSITO?
  Cierro la puerta. Debo de tener la tensión a ochocientos. Me acerco hasta su mesa
y murmuro:
  —Me alegra saber que has regresado.
  Me mira... me mira... me mira y finalmente repite con gesto neutro:
  —¿Qué desea, señorita ESPOSITO?
  —PETER, tenemos que hablar. Por favor, tienes que escucharme.
  Con una mirada implacable, se recuesta sobre su sillón.
  —Le dejé muy claro que usted y yo ya no tenemos nada que hablar. Y ahora, si
es tan amable, regrese a su puesto de trabajo antes de que me saque de mis casillas
y la ponga de patitas en la calle, como se merece.
  Mi cuerpo se revela. Ah, no... por eso sí que no paso.
  Quiero gritar. Quiero patearle el culo y no quiero que me trate con esa frialdad.
Pero, como necesito que me escuche, me trago mi orgullo.
  —Señor LANZANI, aun así, me gustaría que pudiera usted escuchar lo que
tengo que decir.
  —Abandone mi despacho —dice sin cambiar su gesto— y cíñase a su cometido
que es trabajar para mí y para mi empresa.
  Se abre la puerta del despacho y entra Claudia con un café. Nos observa y,
cuando va a dejarnos solos, PETER dice:
  —Claudia, quédate para que podamos terminar lo que estábamos haciendo, la
señorita ESPOSITO ya se marcha.
  Me sublevo e insisto.
  —Por el amor de Dios, PETER, ¿quieres hacer el favor de darme unos minutos?
  Se levanta. Está imponente con aquel traje negro. Se apoya en la mesa y gruñe
delante de mi cara:
  —Salga de mi despacho inmediatamente.
  —No.
  —¿Pretende que la despida?
  La cara de circunstancias de Claudia es todo un poema. La miro y digo furiosa:
  —Por favor sal del despacho, ¡ya!
  Sin rechistar, lo hace. PETER blasfema y, cuando nos quedamos solos, sin
achicarme, saco el carácter que mi padre dice que es idéntico al de mi madre y
señalo:
   —Puedes echarme, puedes despedirme, pero no me puedes callar.
   —No quiero escucharte. He dicho que...
   Doy un puñetazo en la mesa con la mano que casi me la rompe y lo interrumpo,
furiosa.
   —Me vas a escuchar, maldita sea, aunque sea lo último que haga en mi vida.
   PETER se calla. Sigue enfadado, pero al menos me mira con curiosidad.
   —Esa tal PAU, junto con Marisa y una tal Lorena aparecieron en el gimnasio
donde voy. Marisa me las presentó y en ningún momento me indicó que ella era tu
ex. Simplemente me dijo que se llamaba PAYLA. ¿Cómo voy yo a saber que PAU
es PAULA? Cuando acabamos en el gimnasio, decidimos tomarnos unas Coca-
Colas en un bar. Intercambiamos teléfonos para llamarnos otro día y salir a cenar
con nuestras parejas. Luego, Lorena propuso ir al piso de una conocida a recoger
unas prendas y resultó ser una tienda de lencería. Me probé cosas pensando en ti.
¡Por eso estaba desnuda! Y allí fue donde la tal Rebeca intentó algo conmigo que
no consiguió. ¡Me negué! Ahora sé que todo estaba preparado por ella y lo único
que esa imbécil quería era provocar tu reacción.
   PETER me mira. Sus ojos me fulminan y pregunto:
   —¿Por qué la crees a ella y no a mí? ¿Acaso es ella más de fiar que yo?
   Agitada respiro. El alivio que siento tras explicar la verdad es tremendo.
   —¿Y por qué habría de creerte a ti?
   Me revuelvo. Su expresión no revela nada bueno y respondo:
   —Porque nos conoces a las dos y sabes perfectamente que yo no soy una
mentirosa. Puedo tener mil fallos, pero mentirosa contigo nunca he sido. Y antes
de que vuelvas a echarme de tu despacho, quiero que sepas que estoy dolida,
furiosa, enfadada y muerta de rabia por no haberme dado cuenta del sucio juego
de esas brujas. Pero la furia que siento por ellas no es comparable con la que siento
hacia ti. Yo iba a dejar mi vida, mi familia, mi trabajo y mi ciudad para ir detrás de
ti y resulta que tú, el hombre que se supone que me iba a cuidar y mimar,
desconfía de mí a la primera de cambio. Eso me duele y me ha destrozado el
corazón y quiero que sepas que esta vez tú sí que eres el culpable. Tú y sólo tú.
   PETER me mira. Yo lo miro y ninguno dice nada.
   Necesito que hable, que me entienda, que diga algo. Pero las palabras o el gesto
que yo necesito no llega. PETER sigue impasible tras la mesa, me taladra con la
mirada pero no reacciona. La mano me duele del puñetazo que he dado en la mesa
y, al tocármela, noto en el dedo el anillo que PETER me regaló. Cierro los ojos. No
quiero hacer lo que tengo que hacer, pero no me queda más remedio. Finalmente
me quito el anillo, lo dejo sobre la mesa y murmuro ante su duro gesto:
   —De acuerdo, señor LANZANI, lo que había entre usted y yo ha acabado.
Alégrese por PAULA, ella ha ganado.
   Me doy la vuelta y salgo. No quiero mirarlo. No quiero nada de él.
   Estoy tan enfadada que soy capaz de cualquier cosa. A medida que salgo,
Claudia entra en el despacho de PETER. No sé lo que hablan ni lo que dicen, pero
realmente no me importa. Me tiemblan las manos. Cuando llego a mi mesa y me
siento, mi jefa sale del despacho y dice:
   —LALI, por favor, localízame al delegado de Sevilla. Tengo que hablar con él.
   Como un robot, busco lo que mi jefa me pide. No quiero pensar. No puedo. En
ese instante, Claudia sale del despacho de PETER, me mira y entra en el despacho de
mi jefa. Cuando consigo el teléfono del delegado de Sevilla entro en el despacho de
mi jefa y Claudia sale, pero, cuando me voy a ir, oigo a la imbécil de mi jefa que
dice:
   —Me acabo de enterar que le has devuelto el anillo a PETER LANZANI.
   No contesto. Me niego a explicarle episodios de mi vida a esa atontada.
   —¿Ya se os acabó el amor?
   Ese comentario me aviva la sangre. Me hace sentir viva y respondo:
   —Si no le importa, eso es algo privado de lo que prefiero no hablar.
   Pero la prepotente que hay en ella no se puede callar.
   —Entonces, ¿ya no te vas a Alemania? —Al ver que no respondo, vuelve a la
carga—: ¿De verdad pensaste que un hombre como él podía querer algo serio
contigo?
   No respondo o me la como. La arrastro de los pelos. Pero ella insiste. Parece
disfrutar del momento.
   —Prepárate para lo que se te viene encima, LALI. Serás motivo de mofa durante
el tiempo que te quede en la empresa. Has pasado de ser la intocable novia del
jefazo a la repudiada y hazmerreír del de la empresa. Y, sinceramente, no me da
pena. Te estabas creyendo alguien últimamente y mereces que te pongan en tu
lugar.
   Mi sangre bulle... bulle... bulle y sé que ya no hay marcha atrás.
  Si algo he sido en esa puñetera empresa es discreta y trabajadora. Y si alguien no
quería revelar mi relación con PETER era yo, precisamente para evitar los cuchicheos.
Por ello y consciente de que lo que voy a hacer es motivo de despido, doy un
manotazo al portátil de mi jefa, le cierro con brusquedad la pantalla y replico con
fuerza:
  —Prefiero ser la repudiada del jefazo a la madurita cachonda y salida de tuercas
que se tira a todos los jovencitos de la empresa que se le ponen por delante. —Ella
abre la boca y yo prosigo—: Sí... sí. ¿Acaso te crees que no sé o que nadie sabe lo
que haces en ocasiones en este despacho?
  —No te consiento que...
  —No me consientes, ¿qué? —la interrumpo, y alzo la voz—. Mira, pedorra, he
sido una buena secretaria. Te he cubierto, defendido, he omitido hablar con todo el
mundo de lo que he visto y, aun así, te comportas conmigo como una mala arpía
por lo que me ha ocurrido con el señor LANZANI. Pues bien, ¡se acabó dejar de
ser una buena chica! Y a partir de este instante, como imagino que ya no
pertenezco a esta empresa y estamos en igualdad de condiciones, quiero que sepas
que si me insultas, yo te insulto. Si me faltas, yo te falto. Y si me buscas, me vas a
encontrar. Porque mira, reinona de pacotilla, seamos sinceros, aquí todos llevamos
colgando nuestro sambenito... yo seré la ex del jefe, pero tú eres y serás la guarrilla
de la empresa a la que le encanta que le quiten las bragas sobre la mesa y se la tiren
en cualquier lugar.
  —Por todos los santos, ¡quieres no gritar!
  Me río. Pero mi risa es nerviosa. Me conozco y, tras la risa nerviosa y la mala
leche, llegará el bajón y finalmente el llanto. Por eso, antes de que llegue la tercera
fase de mi rabieta, descuelgo el teléfono y se lo tiro encima de la mesa.
  —Y ahora, pedazo de imbécil, llama a personal y diles que me vayan preparando
el despido. Yo solita subo a firmarlo. Me he quedado tan contenta con lo que te
acabo de decir, que me importa una mierda todo lo que venga después.
  Dicho esto, me doy la vuelta y, como Juana de Arco, salgo del despacho.
  ¡Dios, qué bien me he quedado!
  Al salir, me encuentro con Claudia y con PETER. Han debido de escuchar los gritos.
La chica entra en el despacho de su hermana y oigo cómo habla con ella mientras
ésta pide a gritos mi despido inminente a personal.
  PETER me observa. No se mueve. Está bloqueado. No esperaba que yo reaccionara
así. Sin mirarlo, me dirijo a mi mesa y comienzo a recoger mis cuatro pertenencias.
  —Entra en mi despacho, LALI.
  —No. Ni lo sueñe. Y recuerde, señor, ahora para usted soy la señorita ESPOSITO,
¿entendido?
  —Entra en mi despacho —repite con furia.
  —He dicho que no —contesto.
  Noto que PETER se mueve nervioso a mi lado. Es el jefe de la empresa y debe
mantener la compostura. Si me agarra del brazo y me obliga a entrar, sabe que yo
reaccionaré y todos nos mirarán. Por ello, se agacha hasta mi cara y murmura:
  —LALI, cariño, soy un imbécil, un gilipollas, por favor, pasa al despacho. Tienes
razón. Tenemos que hablar.
  Al escuchar eso, sonrío. Pero mi risa es fría e impersonal. Lo miro y, tras pensar
durante unos segundos mi respuesta como suele hacer él, tuerzo el gesto y
respondo:
  —¿Sabe, señor LANZANI? Ahora la que no quiere saber nada de usted, soy yo,
señor. Se acabó Müller y se acabaron muchas otras cosas. No aguanto más.
Búsquese a otra a la que volver loca con sus continuos enfados y sus desconfianzas,
porque yo me he cansado.
  Reviso cajón por cajón. No veo lo que hay en su interior, pero de todos modos lo
hago mecánicamente. Los cierro con fuerza y, cuando acabo, cojo mi bolso y me
dirijo hacia la puerta.
  —¿Adónde vas, LALI?
  Con toda la chulería, madrileña, jerezana y catalana que tengo, lo miro de arriba
abajo y sonrío con frialdad.
  —A personal. Desde este instante causo baja en «su» empresa, señor
LANZANI.
  Mientras camino hacia el ascensor, siento las miradas de todos mis compañeros
posadas en mí y, en especial, la de mi ex. Mis compañeros no saben lo que pasa,
pero, conociéndolos, pronto sacarán sus propias conclusiones. Seré la comidilla los
próximos días, pero eso es algo que ya no me importa. No estaré allí para aguantar
sus malditos cotilleos.
  Cuando entro en el departamento de personal todos me miran. ¡Cómo corren las
noticias! Pero es Miguel el que se acerca a mí y, cogiéndome del brazo, me lleva
hasta su mesa y murmura:
  —¿Qué has hecho? Tu jefa...
  —Ex jefa —aclaro.
   —Vale. Tu ex jefa ha llamado hecha una furia para que te despidamos.
   Asiento. Sonrío y encojo los hombros.
   —Acabo de provocar mi despido. Le he dicho a esa mala bruja todo lo que
pienso de ella y, ¡Diossss, Miguel!, ¡me he quedado como nueva! Ha sido uno de
los mejores momentos de mi vida.
   En ese instante, Gerardo, el jefe de personal sale y me mira.
   —Miguel, que la señorita ESPOSITO espere un segundo. De momento, que no firme
la carta de despido que te había dado.
   Sorprendido, Miguel me mira y, cuando éste desaparece, cuchichea:
   —Tras llamar tu jefa, ha llamado Iceman. Menudo cabreo tiene.
   Resoplo. En ese momento me importa todo un pepino. Me siento y Miguel
pregunta:
   —Pero ¿qué ha pasado?
   —Iceman y yo hemos roto y la gilipichi de mi ex jefa ha tenido el valor de
mofarse de mí y de mis sentimientos.
   —¿Habéis roto Iceman y tú?
   —Sí.
   —Lo siento, preciosa. Y sabes que lo digo de corazón.
   —Lo sé. —Sonrío con tristeza—. Pero tenías razón. Con los jefes nunca hay que
tener una relación. Porque, tarde o temprano, lo pagas de una manera u otra.
   Mi aparente frialdad comienza a resquebrajarse. Hablar de PETER y de mi nueva
realidad duele. Tres minutos después, Gerardo, el jefe de personal sale y me mira.
   —Entra en mi despacho.
   Le hago caso y obligo a Miguel a entrar conmigo. Gerardo nos mira y finalmente
dice:
   —LALI, el señor LANZANI quiere que vayas a su despacho ahora mismo.
   Su insistencia me sorprende y contesto:
   —No. No voy a ir. Quiero firmar mi despido.
   Miguel y Gerardo se miran sorprendidos y éste insiste.
   —LALI, no sé lo que ha pasado, pero el señor LANZANI dice que...
   —Lo que diga el señor LANZANI, actualmente, me entra por un oído y me
sale por el otro. Por lo tanto, Gerardo, si quieres, puedes llamarlo y decirle de mi
parte que se vaya a la mierda o lo hago yo directamente. Pero no pienso ir a su
despacho ni a ningún otro. Sólo quiero firmar mi carta de despido.
  El hombre no sabe qué hacer. La situación se le escapa de las manos. Finalmente,
me pide un segundo, coge el teléfono que está descolgado y habla. Intuyo que PETER
me ha escuchado pero no me importa. Mejor. Así se dará cuenta de que cuando yo
digo algo lo cumplo. Que asuma las consecuencias.
  Miguel, que está nervioso por todo lo que ocurre, me aleja de la mesa de
Gerardo.
  —¡Qué huevos los tuyos, nena! Me tienes alucinado. Pero sé realista y piensa lo
que me dijiste a mí cuando no me iban a renovar. Hay mucho paro, mucha crisis y
necesitas el trabajo. No seas tonta, LALI.
  Y, cuando voy a contestar, Gerardo levanta su vista hacia nosotros.
  —El señor LANZANI me pide que no firmes ninguna carta de despido. Que te
vayas de vacaciones y...
  —¿Vacaciones?
  —Sí, eso ha dicho.
  Maldigo en voz alta. Observo que el teléfono sigue descolgado. Como una furia,
salgo del despacho, cojo el papel que Miguel tenía preparado para mí cuando
entré, vuelvo a entrar en el despacho y lo firmo sin leerlo. En cuanto lo hago, se lo
entrego a Gerardo y añado a sabiendas de que PETER escuchará lo que digo:
  —Toma, entréguele mi despido firmado al señor LANZANI, con todo mi
amor.
  Gerardo, patidifuso, coge el papel y yo salgo del despacho seguida por Miguel.
Una vez fuera, miro a mi descolocado e incrédulo amigo y compañero, le doy un
beso en la mejilla, le revuelvo el pelo y murmuro:
  —Llámame y nos tomamos algo algún día.
  Dicho esto, me doy la vuelta y me marcho. Abandono la empresa a toda leche.
Cuando me monto en mi coche y salgo del garaje no sé adónde ir ni qué hacer.
Acabo de cometer la mayor locura de mi vida y de pronto me doy cuenta de que
todo me da igual.

  Continuará...

CAPITULO 61

A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola y desnuda en la enorme
cama.
   Miro el traje que llevaba PETER la noche anterior tirado de mala manera en una
silla y mi vestido no muy lejos. Sonrío y suspiro. Durante un rato hago un repaso
mental de mis últimos meses con él y siento que estoy en una montaña rusa que
me gusta y que no quiero que ese viaje acabe nunca.
   Mi móvil suena. Un mensaje. Es mi padre para decirme que se va para Jerez. Lo
llamo para despedirme de él y sonrío al recordar su felicidad la noche anterior. PETER
y él hacen muy buenas migas y eso para mí es muy importante. Quedamos en
vernos en Navidad. Entonces me despediré de él y luego volaré junto a mi amor a
Alemania.
   Tras hablar con él, dejo el móvil sobre la mesilla. Cuando mis ojos ven el bote de
lubricante encima de ésta, se cierran. Todavía no me puedo creer que yo haga las
cosas que hago. En la vida me hubiera imaginado practicando con ningún otro
hombre el sexo lujurioso que practico con PETER. Cada vez entiendo más lo que un
día PETER me explicó sobre el morbo. El morbo te hace llegar a límites
insospechados. ¡Vaya que sí! Que me lo digan a mí.
   En los últimos meses he practicado sexo en toda la extensión de la palabra y PETER
me ha compartido con hombres y mujeres. Pensarlo me hace sonreír y desear más.
Si alguien me hubiera dicho un año antes que yo haría todo eso, hubiera pensado
que se le había ido la cabeza. Pero no. Allí estoy, desnuda en la cama de PETER
dispuesta a cumplir mis fantasías y las suyas.
   Me levanto y, al sentarme en la cama, arrugo el entrecejo al notar que me duele
el culo. Con cuidado, me levanto y me siento extraña al caminar. Voy directa a la
ducha y, cuando salgo de ella, PETER  está sentado sobre la cama. Ha puesto música y,
al verme, sonríe.
   —¿Qué te pasa?
   —Me duele el culo.
   Su gesto se contrae y murmura:
   —Cariño... te dije que no fueras tan bruta.
   —Dios, PETER... creo que me voy a tener que sentar sobre un flotador.
   PETER se ríe, pero en seguida ve que yo lo miro con el gesto serio.
   —Perdón... perdón.
   Con cuidado, me siento sobre la cama y, antes de que él diga nada, levanto un
dedo y aclaro:
   —No quiero ni una sola coña al respecto, ¿entendido?
   —Entendido —asiente.
   De pronto, suena una canción que hace que los dos nos riamos. PETER me tumba
en la cama y divertido comenta:
   —Como dice la canción, me muero por besarte.
   Me besa. Acepto su beso. Lo disfruto y cuando su mano baja por mi cintura,
suena el teléfono. PETER me suelta y lo coge. Tras hablar cuelga y dice:
   —Era mi madre. Nos espera a las doce y media en el restaurante del hotel.
   —¿Para comer?
   —Sí.
   —Este horario guiri vuestro me mata —resoplo—. Yo más bien desayunaría.
   PETER sonríe y replica:
   —Lo sé cariño, pero regresa a Múnich esta tarde y quiere comer con nosotros.
   —Vale —asiento—. Tienes un ibuprofeno o algo así.
   —Sí... en el neceser.
   PETER va a buscarlo, pero se para y dice mientras contiene la risa:
   —Tranquila, cariño, las sillas del restaurante son blanditas.
   Aquella coña me hace resoplar. Me vuelvo con ganas de decirle cuatro cositas
pero, al ver sus ojos risueños, me detengo y sonrío. Su felicidad es mi felicidad,
mientras la canción que me hace morirme por besarlo continúa sonando.
  Dolorida, me levanto, abro el armario. Allí tengo un vaquero y una camisa rosa,
pero al no encontrar lo que busco me quejo desesperada:
  —Joder, ¡no tengo ni unas puñeteras bragas!
  —No digas tacos, cariño —me reprende PETER abrazándome.
  —Lo siento pero los tengo que decir. Me rompes todas las bragas, todos los
tangas, mis provisiones están bajo mínimos y ahora no tengo un puñetero tanga
que ponerme. Y claro... no pensarás que voy a ir a comer con tu madre sin bragas,
¿verdad?
  Divertido sonríe, me entrega el ibuprofeno y contesta:
  —Ella no lo sabrá. ¿Dónde está el problema?
  Cojo un bóxer limpio de Calvin Klein y me lo pongo. Sorprendido PETER me mira.
  —¡Vaya! Hasta con calzoncillos me pones, cuchufleta. Ven aquí.
  —Ni lo pienses.
  —Ven aquí.
  —Que no... que tu madre nos espera para comer.
  —Vamos, nena, ¡nos da tiempo!
  En ese instante suena el portátil de PETER. Ha recibido un mensaje. Se lo advierto,
pero él ya tiene muy claro lo que quiere. Y lo que quiere soy yo.
  Corro por la habitación, me subo a la cama y él me engancha. Me tira en ella y yo
me río escandalosamente. Me besa con deleite mientras ríe y me quita los boxers.
Se desabrocha el pantalón y, sin quitarse los calzoncillos, me penetra y yo me
acoplo a él. Nos miramos a los ojos y, mientras bombea una y otra vez en mi
interior, me susurra cientos de palabras cariñosas en mi oído que me vuelven loca.
  Tras nuestro rápido encuentro, nos vestimos. Vuelvo a ponerme el boxer, los
vaqueros y la camisa rosa entre risas y besuqueos. Cuando cojo mi móvil, oigo de
nuevo el timbre de los mensajes de su portátil. Tras darme un sabroso beso en los
labios, se dirige hacia él y la sonrisa que segundos antes me llenaba el alma poco a
poco desaparece hasta que aflora la máscara de Iceman en su versión más siniestra.
Sus ojos se vuelven oscuros. Maldice. Veo que mueve el ratón del ordenador. Me
mira y, con la tensión en la mandíbula, gruñe.
  —Nunca esperé esto de ti.
  Cierra con fuerza la pantalla del ordenador y sale del dormitorio furioso. Sin
dilación me acerco al ordenador, abro la pantalla y leo un mensaje:
  De: PAULA RECCA
  Fecha: 8 de diciembre de 2012 08.24
  Para: PETER LANZANI
  Asunto: Tu novia
  Me encanta saber que seguimos compartiendo los mismos gustos.
  Te adjunto unas fotografías. Sé que te gusta mirar. Disfrútalas.
  Horrorizada, abro las fotos adjuntas y me quedo sin habla al ver lo que allí se
muestra. Son fotos mías con PAULA tomándonos una copa y riendo. No salen
Marisa ni Lorena. ¿Dónde están? Abro otro archivo y grito. En ella se ve cómo
Rebeca me toca los pechos y estoy desnuda. En otra foto yo estoy de pie y ella
agachada frente a mi monte de Venus con sus manos entre mis piernas. El aire me
falta... no entiendo. ¿Cómo nos han hecho esas fotos? Y, sobre todo, ¿cómo han
podido llegar esas fotos hasta PETER?
  Tiemblo. No sé por qué PAULA ha tenido que enviar esas fotos y salgo en busca
de PETER. Lo encuentro en el salón de la suite congestionado y dando vueltas como
un loco. Con las manos temblorosas me acerco hasta él. Suelto mi móvil sobre la
mesa y no sé qué decir. No sé cómo justificar esas fotos.
  —¿Me puedes decir qué significa eso? —grita descompuesto.
  —No... no lo sé. Yo...
  Enloquecido, me mira y grita:
  —Por el amor de Dios, LALI. ¿Qué narices haces con PAU?
  —¡¿PAU?!
  —No te hagas la inocente —gruñe descompuesto—. Sabes perfectamente que
Betta es Rebeca.
  Escuchar aquel nombre me termina de paralizar. ¿PAU es PAULA? ¿La mujer
que engañó a PETER con su padre, es la misma con la que yo salgo en las fotos? Las
piernas me tiemblan y me tengo que sentar. Busco una explicación para todo
aquello. Estoy totalmente convencida de que me han engañado con el claro
objetivo de hacer daño a nuestra relación.
  —PETER... escucha.
  Furioso se acerca a mí y sin tocarme berrea en mi cara:
   —¿Desde cuándo la conoces?
   —PETER no digas tonterías. Yo no sé quién es esa mujer. Ella y...
   —No te creo —grita—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo?
   Nerviosa, me levanto del sillón e intento acercarme a él, pero PETER está fuera de sí
y no para de moverse y gritar por la habitación. Es tan grande que intentar pararlo
es como chocarse contra un tren a gran velocidad
   —Por favor, PETER, escúchame. Ya sé que parece otra cosa, pero te juro que yo no
sabía que esa mujer era PAU, y mucho menos hice nada de lo que parece que hago
en las fotos. Por Dios, tienes que creerme...
   Mi móvil suena. Está sobre la mesa.
   PETER lo mira y yo también. De pronto mi respiración se interrumpe cuando veo
que en la pantalla pone «PAULA». PETER, furioso, lo coge y tras comprobar que es
ella y cruzar unas palabras más que desagradables con su ex, lo estrella contra el
suelo. Cierra los ojos. Su gesto se contrae durante unos segundos. Su gesto es
asolador. Temerario. Cuando abre los ojos, me mira durante unos instantes y
después dice alto y claro:
   —El juego se ha acabado, señorita ESPOSITO. Recoja sus cosas y márchese.
   El estómago se me contrae. Casi no puedo respirar.
   —PETER... cariño, tienes que escucharme. Esto es un error yo...
   —Un error imperdonable y tú lo sabes tan bien como yo. ¡Vete!
   —PETER, ¡no!...
   Con un desprecio total en su rostro me mira y dice:
   —Primero Marisa, ahora PAULA. ¿Qué más me ocultas?
   —Nada... si me dejas yo...
   —Ibas a vivir conmigo a Alemania, ¿pensabas continuar con la mentira?
   —Dios, PETER, ¡¿me quieres escuchar y...?!
   —¿Sabes? —me interrumpe—. Mujeres como tú, tengo todas las que quiero.
   Regresó el PETER prepotente.
   —¿No me digas? ¿Mujeres como yo? —grito malhumorada.
   —Sí. Mentirosas. Mentirosas sin escrúpulos dispuestas a hacer daño a quien sea
con tal de salirse con un fin poco claro —responde—. Mi fallo fue creer que tú eras
especial.
   —No digas tonterías, PETER, y escúchame, que me estoy agobiando.
   Con gesto cínico, el hombre que amo me mira y sonríe.
   —Si te agobias porque crees que PABLO o cualquiera de los hombres o mujeres a
los que te he ofrecido no te van a llamar, tranquila. Les proporcionaré tu teléfono.
Estoy seguro de que ellos me lo agradecerán.
   —¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes ser tan cruel? —Me mira con un
gesto duro, y yo grito descompuesta—: ¡Ni se te ocurra darle mi teléfono a nadie!
   Me mira desafiante, con los ojos entornados.
   —Tienes razón, ¿para qué? Tú solita te las apañas muy bien.
   Sin cambiar su duro gesto se da la vuelta y abre la puerta de la suite.
   —Cuando regrese de comer con mi madre, no quiero que estés aquí.
   No quiero que se marche. No quiero que lo nuestro acabe. Intento retenerlo por
todos los medios pero, al final, grito.
   —Si te marchas sin hablar conmigo, sin darme la oportunidad de explicarme,
asume las consecuencias.
   Mi grito lo detiene, se da la vuelta y me mira.
   —¿Consecuencias? ¿Te parece poca consecuencia saber que mi supuesta novia y
mi ex son algo más que amiguitas?
   —¡Eso es mentira!
   —Mentira o no, las fotos hablan por sí solas.
   Sin darme tiempo a decir o hacer nada más, se va y cierra la puerta. Dolorida y
sin respiración, observo cómo el hombre al que amo y adoro me echa de su lado
sin querer escucharme. Quiero correr hacia él pero sé que no voy conseguir nada.
Si algo sé de PETER es que cuando se enfada así, no razona. Es peor que yo.
   Me siento en el sofá. Estoy tan bloqueada que no sé ni qué hacer.
   Lloro y me desespero ¿Por qué no me quiere creer? ¿Por qué no me escucha? Mil
preguntas sin respuesta dan vueltas por mi cabeza, mientras intento buscar una
salida, una solución. Cuando consigo parar de llorar, me levanto y voy hasta el
dormitorio. Ver la cama revuelta me angustia y me tiro sobre ella. El olor a PETER, a
sexo y a los buenos momentos vividos horas antes me hacen maldecir furiosa.
   Miro la pantalla del ordenador y observo, fría, la foto de la ahora conocida PAU
junto a mí. ¿Cómo he podido ser tan tonta?
   Me levanto, cojo un bolígrafo de la mesa y, con toda la sangre fría que puedo, me
apunto su dirección de correo electrónico. Esa mujer me las va a pagar. Meto el
papel en el vaquero. Miro a mi alrededor y guardo el vestido de la noche anterior
en mi bolso y, sin más, salgo de la habitación, pero al pasar por el salón veo mi
móvil hecho trizas en el suelo. Me acerco a él, recojo los pedazos y, con los ojos
cargados de lágrimas, salgo de la suite, cierro la puerta y, con la poca dignidad que

me queda, me marcho del hotel.

CAPITULO 60

   A primeros de diciembre, la madre de PETER aparece por Madrid para ver con sus
propios ojos qué tal está su hijo. El pequeño Flyn, según me dijo, iba a venir con
ella, pero, al final, una de sus trastadas se lo impidió y lo dejó en Alemania con la
tata. Su felicidad al ver tan feliz a PETER es plena y más cuando habla de nuestro
próximo traslado a Alemania.
   Sonia se emociona. Saber que su hijo regresa a su hogar la llena de alegría y yo lo
veo en su mirada.
   Aquella noche, cuando llego al restaurante y veo a mi padre y a mi hermana con
mi cuñado AGUSTIN esperándonos, salto de felicidad. PETER lo ha organizado todo sin
decirme nada. Desea que nuestras familias se conozcan y que lo nuestro sea
totalmente oficial. Esa sorpresa me gusta y más cuando mi padre me da un beso y
me murmura:
   —Tú vales mucho, morenita, y él lo sabe.
   La felicidad que siento al escuchar a mi padre y ver su cara de orgullo es
indescriptible. Él quiere lo mejor para mí y sabe que PETER es mi felicidad. A la cena
se suman NICO y EUGE y, cuando creo que ya no va a llegar nadie más, aparece
Marta con un amigo.
   Todos brindan por nosotros, mientras PETER y yo nos miramos embobados.
Apenas puedo creer que todo esto me esté pasando a mí. He encontrado el amor
cuando menos lo buscaba y con la persona que menos esperaba. PETER es mi mundo
y mi vida y nada, absolutamente nada, puede empañar mi felicidad y mi alegría.
   Mi maravilloso novio está guapísimo con su traje oscuro y su camisa azul. Es tan
elegante vistiendo que a veces temo no estar a su altura. Su mirada me tiene loca.
Se lo que piensa. Lo que desea y acercándome a él murmuro:
   —Estoy deseando llegar al hotel.
   —Mmmm, te estás volviendo una depravada, cariño —cuchichea, mientras me
besa el hombro.
   Sonrío, mientras todos cenan tranquilamente a nuestro alrededor.
   —Tan depravada como tú. No hago más que pensar en...
   —¿Sexo?
   Asiento y él sonríe.
   —¿Qué te parece si esta noche jugamos?
   Clava sus impresionantes ojos claros en mí.
   —¿Quieres que juguemos esta noche?
   Abro los ojos y sonrío.
   —Sí.
   PETER se mete un trozo de carne en la boca y, tras masticarla, me pregunta al oído:
   —¿Algún juego en especial?
   Me rasco la mejilla y me encojo de hombros.
   —Algo que sea para los dos.
   PETER asiente.
   —De acuerdo. Haré una llamada.
   Saber eso me altera y, debe de ser tan escandalosa la cara que tengo, que
murmura entre risas.
   —Cambia ese gesto, viciosilla.
   Ambos sonreímos y ya no puedo dejar de pensar en qué nos esperará en el hotel.
   Cuando la cena se acaba, mi hermana y mi cuñado se llevan a mi padre a su casa
y Sonia regresa al hotel. NICO y EUGE se marchan a su casa, el pequeño Glen
tiene un poco de fiebre y ella está preocupada. Yo le pido a PETER regresar al hotel
pero él, divertido, me anima a ir a tomar una copa con su hermana y su amigo.
Acepto a regañadientes. Pero para incitarlo no paro de susurrarle al oído que estoy
lista para lo que él quiera. Y consigo mi propósito. Lo veo en su mirada, pero
decide hacerme sufrir un ratito más.
   Como yo soy la que vive en Madrid y conoce los locales de moda los llevo al
Toopsie, lejos de donde podría encontrarme con mis amigos. Si vieran a PETER se
quedarían de piedra. Vestido con su traje oscuro no tiene nada que ver con los
tatuajes y los piercings de mis amigos. Eso me divierte. Y creo que, en cierto modo,
eso, unido a su fuerte personalidad es lo que me enamoró de él.
   En el Toopsie, Marta y yo bailamos divertidas. Marta es una alocada como yo y
pronto me doy cuenta de que hacemos buena camarilla. Durante un par de horas,
los cuatro nos divertimos de lo lindo y, cuando ponen música más íntima y suena
Blanco y negro, PETER me mira y dice:
   —Señorita EUGE, ¿sería tan amable de bailar conmigo esta canción?
   —Por supuesto, señor LANZANI.
   Cuando llegamos a la pista, PETER me abraza y por primera vez bailo con él.
Nunca había hecho aquello y sentirme abrazada a él mientras suena nuestra
canción me parece lo más bonito que he hecho en mi vida.
   No hablamos. Sólo nos abrazamos mientras la voz de Malú canta:
   Te regalo mi amor, te regalo mi vida,
   Te regalaré el sol siempre que me lo pidas.
   No somos perfectos, sólo polos opuestos.
   Mientras sea junto a ti, siempre lo intentaría.
   ¿Y que no daría?
   PETER me mira y, cuando acaba la canción, murmura:
   —Creo que ya ha llegado el momento de llevarte al hotel.
   —¡Por fin! —susurro, haciéndolo reír.
   Mi felicidad es tan completa que creo que voy a explotar de un momento a otro.
PETER me lleva hasta donde está su hermana y su amigo y nos despedimos. Ellos se
ríen al ver nuestras prisas por marcharnos.
   Al salir del local, aparece Tomás. Una vez dentro del coche, PETER sube el cristal
que nos separa de él y dice, mientras se desabrocha los pantalones y deja a mi vista
su enorme erección:
   —LALI... móntate a horcajadas sobre mí. ¡Ya!
   Sorprendida por esa urgencia sonrío y lo hago encantada.
   —Dios, nena... voy a explotar.
   Me río y siento sus manos subir por mis muslos hasta llegar a mi bonito tanga.
Es nuevo. Pero de un tirón seco me lo arranca.
  —¡PETER!
  —Te compraré cientos de tangas... no te preocupes por eso. Ahora ábrete para
mí.
  —Muy bien, señor LANZANI —susurro, mientras él pone ante mí el tanga
roto—. Una vez roto mi tanga, ahora sólo espero que se comporte y me folle como
usted sabe.
  —Oh, sí... pequeña, no lo dudes.
  Mis palabras lo avivan y me penetra de un solo movimiento. Mi boca se abre,
sale un jadeo y escucho su bronco gemido. Sí... su posesión me aviva. Me aprieta
contra él, jadeo.
  —Así... ¿te gusta?
  La sensación que me provoca me hace gemir con fuerza mientras él se introduce
más y más en mí.
  —Vamos, señorita ESPOSITO —musita en mi oído—. Responda.
  —Me gusta... sssí... sigue.
  Jadeo. Mi cuerpo, electrizado y poseído por él, se mueve ante un nuevo embiste
más profundo. Más implacable. Mi respuesta le ha gustado, me sujeta con fuerza
las caderas y se hunde una y otra vez en mí hasta que yo grito. Agarrada a sus
hombros, me hace entrar y salir una y otra vez de él. Un... dos... tres... y me
aprieta con fuerza con su erección y yo grito otra vez. Una... dos... tres... y vuelve
a hacerlo hasta que finalmente nuestro baile me hace correrme y él eyacula dentro
de mí.
  Durante unos segundos, sigo a horcajadas sobre él. Siento sus besos en mi cuello
y murmura:
  —Esta noche vas a ser toda mía. Toda.
  —Lo estoy deseando.
  Sonríe. Su cara, su gesto, me demuestra su felicidad.
  —Levanta tu precioso cuerpo de mí con cuidado, pero no te apartes.
  Divertida, hago lo que pide. Aprieta una trampilla de la limusina y aparecen
pañuelos de papel. Coge uno y lo mete entre mis piernas, me limpia. Eso me excita
más y, cuando veo que su glande vuelve a latir, sonrío y él me advierte:
  —Señorita ESPOSITO... relájese y espere a llegar al hotel donde continuaremos el
juego.
   Se limpia, se abrocha el pantalón y murmuro, sentándome de nuevo sobre él:
   —Te deseo... deseo morbo... que me compartas... deseo lo que quieras.
   —Mmmmm... —Sonríe y, acercándose a mi boca, pregunta—: ¿Algún juego en
especial?
   —Tienes carta libre. Elige tú. Sólo deseo ser totalmente tuya.
   Se ríe y me besa. Dos minutos después el coche se detiene. Bajo sin tanga y sigo a
PETER hasta el ascensor. Cuando entramos en la suite nos quedamos en el salón. Allí
nos espera una cubitera fría con champán. Sabe lo que quiero y yo sé lo que él
quiere. Me mira de arriba abajo.
   —Despampanante.
   Con coquetería me doy una vuelta ante él. Voy con un vestido negro que me
llega hasta las rodillas, con un gran escote delantero y otro en la espalda.
   —Gracias —asiento divertida mientras miro a mi alrededor y veo que no hay
nadie.
   Abre una botella de champán rosado, me entrega una copa y le da un trago.
   —Ven... sígueme.
   Pasamos al dormitorio y, al entrar, veo que sobre la cama hay varios juguetes.
Calor. Mis pezones se ponen tiesos y mi vagina se contrae.
  PETER sube la música, después me abraza y me besa en los labios.
   —¿Preparada para jugar?
   Asiento, respondo a su caliente beso.
   Me agarra por la cintura, me eleva para ponerme a su altura y me besa de nuevo.
   —Precioso vestido... pero desnúdate.
   Me suelta en el suelo y se sienta en la cama a la espera de que cumpla lo que
pide. Sin dilación, me quito el ancho cinturón que marca mis caderas y después
suelto los corchetes que hay bajo mi pecho. El vestido cae a mis pies y quedo sólo
vestida con un bonito sujetador negro. No llevo tanga, él me lo arrancó en el coche.
   En ese momento, la puerta de la habitación se abre y veo que entra una mujer
pelirroja. No la conozco. No sé quién es, pero sé a lo que ha venido.
   Camina hacia nosotros y PETER me informa:
   —Se llama Helga. Es una colega de PABLO que curiosamente se aloja en el hotel y
está de paso en España.
  Helga y yo nos saludamos y PETER añade:
  —De entrada, quiero observaros, ¿te parece bien, cariño?
  Sé lo que disfruta él observándonos y sonrío.
  PETER se desnuda y se sienta al borde de la cama. La pelirroja pasea sus manos por
todo mi cuerpo. Sus dedos se paran en mi trasero y lo aprieta. PETER sonríe y yo hago
un mohín.
  De pronto se me ocurre algo:
  —¿Y si soy yo quien te ofrece?
  PETER me mira sorprendido. Yo levanto una ceja y camino hacia la cama. Saco un
preservativo de la caja, se lo doy y le doy un beso en los labios.
  —Póntelo.
  Vuelvo a mi sitio inicial y Helga vuelve a tocarme mientras PETER rasga con los
dientes el preservativo y se lo pone. Una vez está colocado, me desplazo hacia un
lado, cojo a Helga de las manos y le susurro al oído bajo la enloquecida mirada de
PETER.
  —Súbete a él y fóllatelo para que yo lo vea.
  Helga se sienta sobre PETER, coge su erección y poco a poco se clava en ella. Su
cara lo dice todo. Disfruta siendo penetrada. Me subo a la cama, me pongo detrás
de Eric y pido en su oído mientras le toco el cuello.
  —... chúpale los pezones.
  Sin un atisbo de celos, veo cómo el hombre que me vuelve loca hace lo que le
pido. Le lame los pezones, se los mete en la boca y los chupa mientras aquella
mujer mueve sus caderas y lo hace estremecer.
  La respiración de PETER se acelera y la coge de las caderas para penetrarla con más
profundidad. Eso me incita. Ver a PETER en acción me aviva y deseo ser yo la que
ocupe el lugar de Helga.
  Jadeos... calor...
  Helga gime, se echa hacia atrás y sus pechos regresan a la boca de PETER, mientras
él la penetra. Fuerza. Posesión. Me gusta sentirlo así. Mi vagina se contrae y le
reparto cientos de besos por los hombros.
  —Disfruta, cariño... —le murmuro de nuevo al oído—. Ahora quien te observa
soy yo.
   PETER echa la cabeza hacia atrás para que lo bese y yo lo poseo con la boca,
mientras el baile sexual de ellos continúa durante varios minutos más. Al final,
Helga se arquea y grita. PETER se deja ir mientras me besa. Abre la boca para soltar
un ronco gruñido y yo le muerdo los labios.
   A diferencia de cuando soy yo la que está entre sus brazos, PETER se quita de
encima a Helga en cuanto termina. La joven, sin decir nada, va al baño y escucho el
agua correr. La respiración de PETER comienza a serenarse, se tumba en la cama y yo
me pongo a su lado.
   —Nunca me había ofrecido una mujer.
   —Me alegra ser la primera y te aseguro que no será la última.
   PETER cuchichea.
   —Es usted muy peligrosa, señorita ESPOSITO. Nunca me deja de sorprender.
   —Me gusta serlo y hacerlo, señor LANZANI.
   Lo beso y me responde con ardor.
   Me abraza y, cuando Helga sale del baño, me suelta.
   —Voy a ducharme, cariño.
   PETER desaparece y Helga se acerca a mí y me acaricia la cintura.
   —Ahora te quiero a ti.
   Excitada, me acerco a ella. Me toca los pechos y, con delicadeza, se agacha para
metérselos en la boca. Me toca la cintura y yo cierro los ojos mientras me dejo
llevar por el placer de la lujuria.
   Vuelvo a estar parada en el centro de la habitación y ella se pone a mi espalda.
   Sigue su recorrido y sube lentamente por mi columna, cuando, de pronto, siento
que me está desabrochando el sujetador. Un corchete... otro... otro... y la fina tela
cae a mis pies. Sus hábiles dedos pasean ahora por mis costillas, hacen circulitos y,
cuando me cogen los pechos, jadeo al notar cómo me aprisiona los pezones.
   PETER sale del baño y nos observa mientras se sienta mojado en la cama. Helga me
hace andar hasta él y, agarrándome los dos pechos, se los ofrece. Gustoso, los
toma. Primero chupa uno. Después el otro y, cuando los pezones erectos están
duros como piedras, los mordisquea como sabe que me gusta.
   Calor... calor... mucho calor.
   Las manos de Helga vuelven a mi trasero y PETER, al ver aquello, me agarra de las
caderas y me atrae hacia él. Pone sus labios sobre mi monte de Venus y lo besa con
mimo.
   —Ah... —Sale de mi boca.
   PETER sonríe, se sienta al fondo de la cama y vuelve a mover la cabeza. Helga me
agarra de la mano y me hace subir a ella. Me lleva hasta la altura de PETER y me
indica que me ponga boca abajo. Quedo entre las piernas de PETER y ella se sienta
sobre mi trasero. Bambolea sus caderas sobre mí y percibo la humedad de su
entrepierna justo en el momento en que su aliento está en mi cuello. Pasea sus
manos por mi cabeza y enreda sus dedos en mi pelo.
   Tira de él y me hace subir la cabeza. La erección de PETER queda frente a mí. Me la
mete en la boca y yo la chupo. La succiono y la degusto. Lujuria. Tener su enorme
erección en mi boca me enloquece. Lo miro y veo sus ojos brillantes. Excitados.
Helga bambolea otra vez sus caderas sobre mí y hace como si me montara mientras
siento que con su mano libre me separa las piernas y me toca los labios mayores.
   Más calor... mucho...
   Me suelta el pelo y se escurre por mi espalda. PETER saca su pene de mi boca.
   —Tranquila, pequeña... hay tiempo.
   Helga me hace ponerme a cuatro patas sobre la cama. Me muerde las cachas del
culo y mete uno de sus dedos en mi interior. Curvo mi espalda en busca de más.
   Mete otro dedo y comienza a moverlos dentro de mí. Inconscientemente, gimo
mientras PETER murmura:
   —Así... déjate llevar.
   Durante varios minutos, aquella mujer toca mi cuerpo mientras PETER besa mi
boca. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando PETER me toma por las axilas y me da
la vuelta. Me apoya contra su pecho, me coge las piernas y me abre para Helga.
   Su boca me saquea mientras PETER me ofrece a ella y me susurra palabras
cariñosas al oído. Helga juega con mi sexo. Me chupa golosa... me succiona. Juega
con mi clítoris con mimo. Lo hincha. Lo endurece. Lo sopla. Lo degusta como a un
bombón en su boca experta. Yo jadeo y me abro para ella.
   De pronto, pasa una pierna por debajo de mi cuerpo. PETER me ladea y noto su
vagina contra la mía. Su calor me hace gemir mientras siento una especie de
corriente eléctrica al notar que me aprieta hacia ella. Su clítoris y el mío se
encuentran. Ambos están calientes y húmedos. Hinchados y juguetones. Mil
sensaciones atraviesan mi cuerpo mientras Helga se mueve y se restriega contra
mí. Quiero que siga. Quiero que no pare. Y cuando suelto un grito y noto la
humedad entre nosotras dos, se separa de mí, se pone de rodillas y coge un
vibrador rojo. Lo unta de lubricante y lo mete centímetro a centímetro en la vagina.
   Calor... gemidos... calor. PETER, en mi oído, me pide:
   —Córrete... dámelo... córrete.
   El vibrador de pronto se pone a rotar en mi interior. Chillo y me retuerzo. Helga
sonríe. Su perversa sonrisa me hace ver que disfruta con lo que hace, y murmura:
   —Ahora voy a por tu apretado culito.
   El vibrador sigue en el interior de mi vagina dando vueltas cuando coge otro
más pequeño y con forma de chupete. Lo impregna en lubricante, lo lleva hasta mi
ano y, animada por PETER, poco a poco lo introduce. Entra en su totalidad.
   —Así... cariño... así... quiero tu culo... lo necesito.
   PETER de pronto me suelta las piernas y me las junta.
   —No te muevas. No separes las piernas. No quiero que nada salga de ti a
excepción de jadeos y gemidos.
   El vibrador sigue girando en mi interior y oleadas de placer recorren mi cuerpo.
PETER y Helga me observan mientras cada uno me chupa un pezón y los vibradores
continúan con su función en mi interior. Arqueo la espalda y abro la boca. Grito de
placer. Voy a abrir las piernas y entonces Helga se sienta sobre ellas y no me puedo
mover.
   PETER se pone de pie sobre la cama y mete su hinchada erección en la boca de
Helga. Le coge la cabeza y comienza a entrar y salir de ella con rapidez mientras
ella lo agarra del culo para facilitarle la tarea. Extasiada, los miro mientras Helga se
mueve sobre mí por las embestidas de PETER y hace que los vibradores choquen en
mi interior el uno con el otro.
   Me excita ver lo que veo. Me excita ver la cara de PETER mientras le folla la boca y
me excita que Helga se mueva sobre mí. Ardo... grito y jadeo cuando siento que
me voy a correr. Calor... mucho calor. PETER me mira y se corre sobre la boca de
Helga mientras yo me dejo llevar por el increíble orgasmo que surge de mi interior.
   Pero Helga quiere más. Busca más.
   Y en cuanto se limpia la boca y se quita de encima de mí, me abre las piernas y
me saca primero el vibrador de la vagina y después el del ano. Sorprendida, veo
que se pone algo y PETER murmura:
   —Es un arnés con un consolador de dieciséis centímetros. Helga te va a follar.
   La miro sorprendida. Nunca había visto aquel aparato en vivo y en directo. Se
termina de ajustar el arnés a la cadera y PETER me tumba en la cama. Helga se pone
sobre mí y me mete la punta del consolador en la boca. Me hace chuparlo mientras
veo que mueve sus caderas dentro y fuera de mi boca.
   Excitada, me muevo y PETER me habla:
   —Ahora soy yo quien te ofrece a ella. Te va a follar, cariño, y después te vamos a
follar los dos.
   Estoy caliente. Muy caliente.
   Helga se tumba sobre mí. Me chupa los pechos y siento aquel consolador duro
entre las dos. Mi vagina se contrae. Mueve el consolador y lo restriega por la parte
interna de mis muslos y yo jadeo.
   —Ábrete para recibirla, LALI —susurra PETER.
   Centímetro a centímetro, Helga mete el consolador en mi vagina y, cuando lo
tiene totalmente dentro, lo saca. Disfruta con sus movimientos. Entra... sale...
entra... sale y finalmente me hunde el consolador de nuevo.
   Me agarra por la cintura y me folla como si fuera un hombre. Dios, ¡me gusta!
Me da un azote en el culo y vuelve a penetrarme. Un... dos... tres... cuatro... cinco
hasta seis penetraciones seguidas y yo grito. Me arqueo enloquecida y PETER me
besa.
   El orgasmo me llega cuando ella me sube las piernas, me coge del culo y me
aprieta contra el arnés. Me sacudo enardecida. Helga se queda quieta y deja el
consolador en mi interior mientras yo me relajo.
   Cierro los ojos, mientras mi resuello se normaliza.
   Helga se quita de encima de mí y PETER me besa con pasión. Busca mis labios y se
deleita con ellos.
   —Eres preciosa... perfecta...
   Sonrío. Estoy aún extasiada y PETER, al verme los labios resecos, se levanta y llena
varias copas de champán. Le da una Helga y me ofrece otra a mí.
   —Bebe... te refrescará.
   Sedienta, me siento en la cama, me bebo la copa entera de champán y mi
garganta agradece la frescura. Dejo la copa y voy al baño. Necesito refrescarme.
PETER me sigue, se mete conmigo en la enorme ducha y murmura mientras el agua
cae sobre nosotros:
   —Ahora te vamos a follar los dos.
   —¿Los dos?
   Me observa con su ardiente mirada desde su altura.
   —Sí
   —PETER...
   —Tranquila... pequeña... tu culito ya está preparado. Helga se pondrá un arnés
con un consolador más pequeño e ira dilatando poco a poco tu precioso trasero.
Ese consolador se irá agrandando si Helga bombea sobre ti. Ella me allanará el
camino. No te dolerá y yo tomaré luego su lugar.
   —PETER...
   —¿Tienes miedo?
   —Sí...
   —¿Confías en mí?
   El agua cae entre los dos y murmuro:
   —Siempre, ya lo sabes.
   Sonríe y me da un dulce beso en los labios.
   —Me gusta saberlo.
   Un espasmo me recorre el cuerpo. PETER cierra el agua y me seca con la toalla.
   —Todo irá bien. Te prometo que cuando te penetremos los dos lo disfrutarás.
   Asiento y regresamos a la habitación. Allí veo a Helga sentada en una silla con
una copa de champán en la mano. Miro su arnés. Esta vez es rojo y el consolador
que cuelga es mucho más fino y pequeño. No se acerca a nosotros. Sólo nos
observa.
   Nada más llegar a la cama, PETER se sube en ella y se sienta en el centro, me guiña
un ojo, me hace sonreír y dice mientras indica que me siente a horcajadas sobre él:
   —Vamos, señorita ESPOSITO. Acceda a mis caprichos. Móntese sobre mí.
   Excitada, hago lo que pide. En décimas de segundos da una vuelta sobre la cama
y se queda sobre mí. Me besa. Me acaricia. Dice maravillosas y dulces palabras de
amor y se ocupa de satisfacer todos y cada uno de mis deseos. Su boca reparte
cientos de besos en mi cuello, lame mis pechos, chupa mi ombligo y, cuando llega
a mi monte de Venus, lo besa y susurra:
   —Pídeme lo que quieras.
   Su voz. Su ronca voz junto a esas palabras me vuelven loca. Abro mis piernas y
él sabe lo que quiero. Me chupa, restriega su barbilla por mi vagina y finalmente
abre mis labios internos y busca mi clítoris. Lo rodea con su lengua, lo aviva, lo
revoluciona y, con sus maravillosos labios, tira de él. Mis jadeos no tardan en
llegar, mientras me dejo llevar por mil sensaciones.
   —PETER...
   Sus grandes manos recorren mi cuerpo y, mientras su boca juega entre mis
piernas llenándome de oleadas de placer, sus dedos me agarran los pezones. Los
estrujan y tiran de ellos para hincharlos. Enloquecida, subo mis piernas a sus
hombros y me aprieto contra él. Me agarra los muslos y aprieta mi sexo sobre su
boca. La posesión de PETER es total. Magnífica. Única.
   Saciado de mis jugos vaginales, vuelve a mi boca. Su sabor, que es mi sabor, es
dulzón. Nos besamos y su lengua viva y caprichosa recorre mi boca. Mientras me
besa noto su dura erección darme entre las piernas. La deseo y antes de que yo se
la pida me la da. Se yergue contra mí y me ensarta todo su pene como a mí me
gusta. Mi grito gustoso lo hace sonreír.
   —Mírame —le exijo.
   Una... dos... tres... cuatro veces bombea sobre mí y yo, encantada, me abro para
él. PETER es tan grande, ocupa tanto espacio dentro de mí que me incita a jadear y
gemir. De pronto, me agarra por las caderas y aparezco sentada sobre él a
horcajadas. Ahora soy yo la que marco el ritmo. Soy yo la que cimbreo mimosa mis
caderas sobre él, mientras me mira con los ojos llenos de amor.
   La cama se hunde, miro hacia atrás y Helga está detrás de mí. PETER me coge la
barbilla y, sin sacar su erección de mi interior, susurra:
   —Túmbate sobre mí, pequeña... y relájate.
   Lo hago y siento que Helga me restriega algo húmedo y caliente sobre el ano.
Lubricante. PETER me abre las cachas del culo para que ella lo haga mejor y, al ver mi
cara de susto, mueve sus caderas, me penetra y murmura.
   —Toda mía... hoy vas a ser toda mía.
   Noto que Helga pone el consolador en el agujero de mi ano y hace rotaciones con
él. Una y otra vez... una y otra vez hasta que me doy cuenta de que éste ha
comenzado a entrar en mí. PETER me besa. Me mordisquea los labios, la barbilla,
mientras un «¡Ah!» se me escapa al sentir cómo Helga me penetra.
   La intrusión que siento en mi trasero me hace moverme y eso aviva a PETER, que
continúa en mi interior. Su enorme pene bombea despacio y con cuidado mientras
Helga, centímetro a centímetro, se mete dentro de mí. De pronto, un movimiento
brusco de Helga me hace gritar. Dolor... siento dolor... pero el dolor desaparece
ante los movimientos de PETER y lo oigo decir:
   —Ya esta... ya pasó, cariño... así... entrégate... relájate y te dilatarás para
recibirme.
   En ese instante, noto el cuerpo de Helga totalmente pegado a mi trasero, ésta me
da un azote en el culo y murmura:
   —Estás totalmente penetrada, LALI. Muévete.
   Tengo los ojos tan abiertos que PETER sonríe.
   —Cariño... no me asustes, ¿estás bien?
   Asiento y respondo:
   —Sí... pero tengo tanto miedo a romperme que no me puedo mover.
   EPETER lo hace por mí. Se mueve y yo jadeo.
   La sensación que siento en ese instante siendo penetrada por el ano y la vagina
es alucinante. Helga, ante los movimientos de PETER, comienza a bombear dentro y
fuera de mí. Pronto siento que mi ano por dentro se llena más y más al crecer el
consolador por los bombeos. Estoy tan lubricada que oigo cómo el lubricante
chapotea mientras aquella mujer agarrada a mi cintura me penetra una y otra vez.
   PETER se mueve. No puede continuar parado.
   Cuatro manos me agarran por la cintura y me manejan a su antojo. Delante...
detrás... fuerte... flojo... suave... duro. Veo la cara de PETER y siento que va a
estallar. Pero, de pronto, ambos salen de mí. PETER se levanta, me da la vuelta y me
penetra lentamente por el mismo sitio por donde Helga acaba de salir. A cuatro
patas grito. La erección de PETER nada tiene que ver con el consolador, pero, lo que
en un principio me hizo gritar, de pronto se acopla a mi interior y jadeo mientras
oigo a PETER murmurar en mi oreja.
   —Ahora sí eres toda mía... toda mía...
   —Sí...
   —Oh, nena... estás tan prieta... tan cerrada...
   Aprieta de nuevo sus caderas contra mí y yo bufo de placer. Dios... me gusta lo
que hace, lo que me dice. Me turba que por fin me penetre el ano y me vuelve loca
sentir cómo tiembla mientras lo hace. Se contiene. Sé que contiene las ganas que
siente por darme un par de buenos empellones. Mi ano está dilatado. Lo noto
cuando todo su pene entra y sale de mí. Muevo mis caderas y me clavo en PETER.
Oigo cómo aprieta los dientes y pido:
   —Fuerte... penétrame fuerte.
   —No... no quiero hacerte daño.
   Pero mis ganas son salvajes y soy yo la que lanza el culo hacia atrás y grito al
sentir absolutamente toda su erección. Me quedo quieta. No me puedo mover.
Dolor. Resoplo y él musita:
   —No seas bruta, cariño... te vas a hacer daño.
   Sin sacar su erección de mi ano, sus manos bajan hasta mi vagina, la abre y en
cuanto me aprieta el clítoris me muevo... gimo... y busco más penetración. PETER me
la da. Cada vez entra y sale con más holgura de mí. Su dedo vuelve a apretarme el
clítoris y yo vuelvo a chillar. Los minutos pasan y ambos seguimos unidos por mi
ano. No quiero que termine. Sólo quiero que siga apretándose contra mí y ese
placer no acabe. Pero, al final, acelera las penetraciones y, aunque no son tan
fuertes ni profundas como las que me da en mi vagina, un salvaje orgasmo me
hace gritar mientras me aprieto contra él. PETER se corre también y, para no caer
sobre mí, saca su pene y rueda a un lado. En su camino, me agarra y mientras mis
convulsiones por lo que acaba de ocurrir siguen, me abraza y dice:

   —Te quiero, LALI, te quiero como nunca pensé que podría querer.