miércoles, 30 de noviembre de 2016

CAPITULO 20

A LALI todavía le temblaban las rodillas cuando llegaron a la casa. Para 
grandísimo alivio suyo, PETER la dejó ante su puerta y le dio las buenas noches. 
Dolorosamente excitado, PETER entró furioso en el salón y se bebió de un 
trago varios dedos de coñac del fuerte antes de calmarse lo suficiente para poder 
planear su siguiente movimiento. Cuando RIERA y MERY volvieron del Vengador,
PETER mandó a MERY a la cama, indicándole que quería hablar con su
contramaestre en privado. Cuando tuvo a RIERA sentado enfrente dándole
sorbitos a un coñac, PETER le dio instrucciones para que partiera en el Gloria de la
Reina al día siguiente, con la marea alta, y pusiera rumbo a La Habana. Quería saber
quién era en realidad LALI, y quería saberlo lo antes posible.
—Yo me ocuparé de que MERY esté preparada para salir a tiempo —añadió—.
En quince días puedes ir y volver. Cuba no está a mucha distancia. Esperemos que en
La Habana puedas encontrar la información que me interesa.
—Haré todo lo posible, mi capitán —le aseguró RIERA.
—Y, NICO —le previno PETER—, estoy seguro de que MERY va a estar muy a
gusto en La Habana. No hay ninguna necesidad de que la vuelvas a traer a Andros.
MERY le echó una mirada huraña a PETER. Estaba en su cuarto preparándose
para recogerse cuando PETER llamó a su puerta y entró sin esperar a que lo
invitara. Sin más preámbulo, él le dijo que tenía que irse en el Gloria de la Reina a la
mañana siguiente, con la marea alta.
—Así que es así como va a terminar esto. ¿Has conseguido seducir a la monja
esta noche? Nunca te había visto tan empeñado con una mujer. La quieres de verdad,
¿no?
PETER se pasó distraídamente la mano por el pelo.
—Esa no es la cuestión. Mucho antes de conocer a LALI... digo... a la hermana
LALI, ya había decidido que nuestra relación estaba tocando a su fin. Admitirás,
MERY, que no te da demasiada pena marcharte de Andros.
MERY sopesó el pesado saco de monedas de oro que PETER le había
entregado y sonrió.
—No es exactamente pena, mon amour. Más bien lo llamaría despecho. Tiene
que ser la mujer la que rompa la relación, no el hombre. Pero estoy resignada a
marcharme. Quizá volvamos a encontrarnos algún día. Además —añadió con una
sonrisa coqueta—, RIERA es un hombre atractivo, puede que resulte divertido
para unos días.
—Lo hemos pasado bien juntos, MERY, y aquí nos despedimos. —Y,
levantando la mano de MERY, se la besó.
A MERY le centellearon los ojos.
—Tampoco hay por qué terminar de una forma tan impersonal. Pasa esta noche
conmigo, mon amour, por los buenos tiempos. Te prometo que no te vas a arrepentir.
PETER se sintió casi tentado. Aquella noche LALI le había excitado más de lo
que era capaz de soportar, y clamaba por un alivio. Desafortunadamente, sólo había
una mujer a la que quisiera en su cama esa noche, y a ésa no podía tenerla, al menos
por el momento... "Muy pronto, monjita, muy pronto", se juró a sí mismo.
LALI estaba demasiado nerviosa para poder dormir. PETER la había tentado
hasta lo inconcebible. Tuvo que echar mano de toda su convicción religiosa para
resistirse a la atracción poderosa de su seducción. Se puso su recatado camisón
blanco y salió a la terraza. Deambuló por ella, pasando ante las habitaciones a
oscuras, intentando enfrentarse a las emociones que PETER había despertado en
ella.
Un sonido de voces la hizo detenerse delante de un dormitorio en particular. La
luz de las velas iluminaba el interior. La curiosidad la hizo acercarse sigilosamente
cuando reconoció la voz de PETER. Se quedó parada, cerniéndose entre las sombras,
escuchando, rezando por que no la descubrieran y la acusaran de estar espiando.
Sabía que debía dar media vuelta y alejarse de allí, pero su curiosidad fue más fuerte
y se asomó a escrutar el interior.
Vio a MERY, y comprendió que PETER estaba en su cuarto. Sólo había una
razón por la que un hombre visitaría el dormitorio de su amante. En lugar de alejarse
se acercó más, mirando directamente hacia el cuarto en penumbra y sus ocupantes.
MERY, dejándose envolver por los brazos de PETER, le agarraba con la mano los
abundantes cabellos para acercar los labios de él a los suyos. Lucía lo veía todo: el
beso abrasador, la intimidad de las caricias, la forma posesiva en que se abrazaban,
como si sus cuerpos estuvieran acostumbrados el uno al otro desde hacía mucho
tiempo.
El corazón le latía de forma frenética, y se enfadó consigo misma por el golpe de
celos que le estaba haciendo hervir la sangre. Ella no quería a PETER, y sin embargo
la horrorizaba la idea de que otra mujer pudiera estar con él. ¿Qué le estaba pasando?
Conteniendo el llanto, se dio la vuelta y huyó a refugiarse en su cuarto. Los
amantes necesitan intimidad, y ella era una intrusa a la que nadie había invitado a
presenciar aquel momento tan íntimo.
PETER se desprendió bruscamente del beso y se asomó a la terraza,
extrañamente indiferente a la que había sido su amante. Su instinto había acertado.
Ahora sabía que hacía bien en mandar a MERY de viaje.
—Buenas noches, MERY. Te deseo todo lo mejor.
Al mirarla a los ojos, descubrió que los tenía sospechosamente húmedos.
—Adiós, mon amour, te deseo suerte con esa monja tuya. Algo me dice que la
vas a necesitar —murmuró, mientras él se iba. EL ultimo de hoy si veo muchos mg y comentario sigo subiendo.

martes, 29 de noviembre de 2016

CAPITULO 19

—No hace falta, MERY. Considéralo parte de tu regalo de despedida. No tengas 
prisa, elige lo que más te guste. Yo, mientras tanto, llevaré a Lucía a dar un paseo por 
la playa. 
NICO le lanzó a PETER una mirada divertida. Sabía sin que se lo dijeran que 
PETER le estaba dando permiso para complacerse con la voluptuosa MERY si así lo
deseaba. A él tampoco le venía mal. Llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer,
y las veces que había estado antes con MERY la había encontrado deliciosamente
amena en la cama.
—Vamos, MERY, vas a ver el botín impresionante de verdad que tenemos en el
Vengador —le dijo, tirando hacia atrás de la silla de ella. Después de lanzarle una
mirada inquisitiva a PETER, MERY se colgó del brazo de NICO, y se fue con él por
entre los pinos. La mortificaba el seco rechazo de PETER, pero iba a ser ella quien
riera la última.
PETER se volvió a LAI con una sonrisa depredadora.
—¿Y nosotros, Hermana? Hace una noche cálida y apetecible. Apuesto a que
nunca has visto nada tan bonito como la luna cuando sale por detrás de las islas.
A LALI le temblaron las rodillas. La última cosa que necesitaba era quedarse a
solas con el apuesto pirata.
—En algún otro momento, Capitán. Ahora preferiría ir a mi cama.
La sonrisa de él se hizo aún más amplia.
—Yo también. Tu cama me servirá perfectamente —le ofreció el brazo—.
¿Vamos?
A LALI se le agolpaba la respiración en el pecho.
—Pensándolo mejor, un paseo me vendrá bien después de tanto tiempo
encerrada en vuestro camarote.
—Como tú prefieras. Cógeme el brazo, que de noche el camino puede ser un
poco traicionero, a menos que lo conozcas bien.
Llegaron a la playa desierta, y PETER la condujo lejos del lugar donde estaba
fondeado el Vengador. La luna pendía sobre el agua como un inmenso globo titilante.
El paisaje era impresionante, como él había dicho. LALI contuvo el aliento cuando se
detuvieron para admirar los destellos de un millón de rayos de luna bailando sobre
el agua.
—¡Oh, qué bonito! —dijo suspirando.
—Sí, lo sé. A veces pienso que estoy mejor aquí que en la Residencia de los
LANZANI, en West Sussex. La Residencia es la casa de mis antepasados, pero Andros es el
hogar de mi corazón. —Se quedó mirando a LALI, a sus luminosos ojos oscuros y
sus labios sensuales, y sintió un ansia que iba más allá de la mera lujuria.
Ella sintió el calor tórrido de su mirada y perdió la capacidad de pensar. Dijo lo
primero que le vino a la mente:
—Yo siento eso mismo hacia el convento. Es el hogar de mi corazón.
PETER levantó una ceja.
—¿Lo sigue siendo? —Estaba claro que no se lo creía.
—Los días tranquilos que pasé entre aquellos muros fueron los más felices De mi vida.
Él la cogió del brazo, y continuaron andando. De pronto, se detuvo y le arrancó
la mantilla de la cabeza.
—¿Pe... pero qué hacéis?
—Solamente quería ver la obra de Lani. Tiene mucha habilidad, ¿no le parece?
Estás preciosa, LALI, preciosa del todo. Si no fuera por ese vestido...
—Hermana LALI —le recordó LALI—. Creo que deberíamos irnos ya.
—No. —PETER se quitó la casaca y la extendió en la arena a los pies de una
cimbreante palmera—. Vamos a descansar un ratito aquí antes de que te lleve de
vuelta a casa.
Si LALI hubiera sabido cómo llegar a la casa, habría dado media vuelta y se
habría echado a correr. Todos sus instintos la advertían del peligro. De ese tipo de
peligro del que ella no sabía nada. PETER le había enseñado lo que eran los besos, y
mucho se temía que todavía quisiera enseñarle más cosas.
Se sentó con prevención, con un ojo desconfiado puesto en PETER, tirando
hacia un lado de su falda y recogiéndosela debajo del cuerpo.
—¿No os parece que MERY os va a echar de menos si nos quedamos tanto
tiempo aquí? —le preguntó en un intento de apagar el calor que emanaba de las
profundidades de metal fundido de los ojos azul grisáceos de PETER.
—NICO RIERA es más que capaz de mantenerla entretenida un par de horas.
Se van a marchar muy pronto en el Gloria de la Reina.
Se acercó un poco más. LALI se puso tensa. Él la rodeó con sus brazos,
atrayéndola hacia el calor abrasador de su propio cuerpo.
—Capitán, esto no está bien. Os lo he dicho, soy una...
—...Una monja, ya lo sé. Te prometo que no te voy a hacer nada que tú no
quieras que te haga. —Sus manos se deslizaron hacia arriba, por entre los
encrespados rizos negros que cubrían su cabeza—. Llevaba toda la noche con ganas
de hacer esto. Tienes el pelo como de seda. Estoy seguro de que era precioso cuando
lo llevabas largo, pero tal como está ahora resulta cautivador.
Maestro en el arte de la seducción, PETER sabía exactamente qué decir y
cuándo decirlo. Pretendía echarles un sortilegio a los sentidos de LALI para que
olvidase todo aquel sinsentido de ser monja; y si no, que le dijera la verdad.
—No tenéis derecho a decirme esas cosas.
—Y supongo que tampoco tengo derecho a hacer esto. —Para susto de LALI, él
fue acercándole la cara cada vez más, hasta que sintió sus labios acariciar los suyos.
Los notó ligeros y juguetones, y sintió que se derretía en lo más hondo de su ser. Un
escalofrío le recorrió la espalda cuando él deslizó la lengua por sus labios sellados,
pidiéndole paso. Como ella no se lo daba, se hundió directamente entre sus labios y
entre sus dientes, separándoselos a la tuerza hasta meterle la lengua dentro. LALI
suspiró mientras él, cogiéndole la cabeza entre sus grandes manos, profanaba su
boca.
Se sintió atravesada por el ansia acalorada de la espiral de su beso. La sintió
apretándole en lo más hondo, entre sus piernas. Los labios de él abandonaron los
suyos y se pegaron a su garganta, su lengua lamiéndole el acelerado pulso en la
clavícula. En un movimiento inconsciente, LALI echó la cabeza hacia atrás,
apoyándola en el brazo de él, facilitándole el acceso. Y de pronto la dulce piel de su
cuello ya no era suficiente. Con la mano que tenía libre, él le desabotonó por delante
el vestido y se lo abrió, dejando al desnudo la curva superior de sus pechos sobre el
corpiño para embriagarse en el placer de sus besos. Le pasó los labios por aquellas
carnes redondeadas, apetitosas, excitantes, húmedas, de un calor febril. La tocaba de
un modo apremiante, seductor, evocativo.
Liberó el pecho derecho de LALI de los confines del corpiño, y sus dedos se
curvaron sobre él, acariciando su plenitud. Hizo girar el dedo gordo alrededor del
pezón y ella gritó:
—¡No, oh, no!
Sentía el cuerpo duro de PETER apretándose contra el suyo. Luego él puso la
boca donde acababa de poner el pulgar, y ella en repuesta tembló. ¿Qué le estaba
haciendo?
PETER no había probado nunca nada tan dulce como la carne de LALI, ni
había tocado nada tan suave y sedoso. Su deseó se desbocó, descontrolado, caliente,
doloroso, hambriento. Dios, no quería parar, ni tampoco estaba seguro de poder.
Quería seguir con aquello hasta su culminación natural, quería que ella le abriera las
piernas en feliz bienvenida, quería alcanzar el paraíso.
La boca de LALI se abrió para esbozar una protesta; pero no le salió nada más
que la respiración atropellada. Las manos de PETER, cada vez más directas, le
levantaron el borde del vestido y treparon hacia arriba por la cara interior de su
pierna. Su tormento aumentó al encontrarse con la tentadora piel desnuda al final de
la media. Siguió adelante y sus dedos rozaron la suave e invitadora calidez del vello
púbico. Su mano no se detuvo en su busca de una recompensa más íntima, mientras
la cálida succión de sus labios seguía prendida de su pecho.
Una excitación frenética se agitaba en el cuerpo de LALI, haciéndola sentir frío
y calor al mismo tiempo. Sabía que aquello no podía continuar, que tendría que
pararlo o estaría maldita para siempre, una más entre las incontables mujeres
seducidas por el Diablo. Tenía la sospecha de que una vez que el hubiera hecho con
ella lo que quería la vida del convento ya no podría satisfacerla. Ese solo
pensamiento hizo que se rompiera el hechizo de los embriagadores besos de PETER
y le dio las fuerzas para zafarse de su abrazo.
PETER la contempló con la mirada vacía. LALI estaba jadeante, con los ojos
brillantes, su rostro un óvalo blanco a la luz de la luna.
—¡No! No os voy a dejar que me hagáis esto. Esta noche rezaré de rodillas por
la salvación de vuestra alma.
—¡Maldita sea! —PETER se había excitado tanto con la bruja española que
habría podido echarla de espaldas, abrirle las piernas y saciarse de ella. Que de hecho
no lo hiciera le sorprendió y le hizo enfadarse consigo mismo—. Si de verdad fueras
monja, LALI, yo respetaría tu vocación, por más que la considerara una forma
absurda de malgastar tu feminidad. Pero desde el principio he dudado de ti. Te

deseo, eso creo que lo sabes. No recuerdo haber deseado nunca tanto a una mujer.
»Voy a enterarme de la verdad sobre ti. Y cuando lo haga, te librarás o no de mí
averigüe lo que averigüe. ¿Me entiendes, LALI? —Cuando ella asintió, la ayudó a
levantarse y a abotonarse el vestido—. Te llevo de vuelta a casa.

lunes, 28 de noviembre de 2016

CAPITULO 18

—No he tenido elección en eso. Le supliqué que me liberara o me dejara en el 
barco que se hundía, pero él se negó. 
—¿Cómo? ¿Que él te raptó? No me lo creo. Nadie va a pagar tu rescate, y ¿qué 
otra cosa podría querer él de ti? —Entornó los ojos mientras especulaba—. PETER es 
un hombre apuesto. A cualquier mujer le gustaría.
—A mí no —negó LALI con vehemencia.
—Pues está claro que él te quiere. A mí me quiere mandar lejos.
—¡¿Qué?! ¡No! No es posible. No debéis marcharos dejándome sola con él.
MERY se encogió de hombros.
—No he sido yo quien ha tomado la decisión. Además, no me creo que seas tan
inocente como haces ver. Conozco a PETER LANZANI demasiado bien. Ninguna mujer
en sus cabales podría resistírsele durante tanto tiempo como lleváis juntos. ¿Fuiste tú
quien le dijo que me mandara lejos?
—¡No! Yo ni siquiera sabía que existíais hasta que llegamos a la isla.
—Mientes —la acusó fieramente MERY—. A mí no me engañas haciéndote la
inocente. Tú quieres a PETER para ti sólita, y por eso le has dicho que me obligue a
marcharme. Pues me iré, hermana LALI, pero ésta te la guardo. PETER nunca me
haría marcharme de no ser por ti.
—¿Qué estás haciendo aquí, MERY? —PETER estaba en el umbral de la puerta,
con un gesto ferozmente ceñudo.
—Sólo estaba hablando con la hermana LALI, mon amour —dijo melosamente
PETER—. No todos los días tengo ocasión de conversar con una religiosa.
—A lo mejor deberías cambiarte para la cena. Sé lo quisquillosa que eres en lo
tocante a tu aspecto.
A MERY no se le escapó su tono sutil.
—Oui, tienes razón, PETER. Te veré en la cena. Le he pedido antes a Lani que
nos ponga la mesa fuera en el patio. Será muy romántico.
—La hermana LALI y NICO RIERA van a cenar también con nosotros.
MERY le lanzó a PETER una mirada agria.
—Por supuesto. Lo que tú digas, mon amour.
Salió de allí enfurruñada, y PETER se volvió a mirar a Lucía.
—Esa bata es la prenda más favorecedora que te he visto puesta.
LALI se revolvió en su asiento, cohibida.
—No es mía.
—Qué gracia, pues cualquiera habría dicho que sí lo es.
—No voy a bajar a cenar esta noche. No creo que mi hábito se haya secado para
entonces.
—¿Hábito? ¿Qué hábito? —Fijó la mirada en ella con los ojos entornados como
un azor.
—Lo he lavado y lo he tendido a secar en la barandilla de la terraza.
PETER se acercó pausadamente al ventanal.
—Pues no lo veo.
—¿Qué? ¿Dónde se puede haber metido? —LALI corrió a la terraza y se inclinó
sobre la barandilla para escrutar frenética el jardín de abajo. PETER tenía razón, su
hábito no se veía por ninguna parte—. Bueno, pues entonces está claro. No puedo
salir de este dormitorio hasta que aparezca mi hábito.
—Tienes un baúl lleno de ropa. Ropa bonita, si no supongo mal. Ahora es tuya,
te la puedes poner.
—No puedo.
—Lo harás.
Antes de que LALI pudiera comprender lo que PETER pretendía, él le agarró
la toalla y de un tirón se la quitó de la cabeza. Se estremeció de la impresión. LALI
llevaba el pelo moreno, que probablemente había sido hermoso algún día, pegado a
la cabeza en rizados trasquilones que apenas alcanzaban a cubrirle las orejas.
—¿Quién demonios te ha hecho esto?
LALI se esforzó en no dejar que las lágrimas le resbalaran por las mejillas.
—Es la costumbre. Todas las monjas se rapan la cabeza.
—¿Y quién os la rapa, el carnicero? Por Dios, eso sí que es un sacrilegio. Voy a
decirle a Lani que suba y te ayude a vestirte. Esperemos que ella pueda hacer algo
con ese desastre que llevas en la cabeza. Nos vemos en la cena. Como no aparezcas,
subo a buscarte y te visto con mis propias manos. ¿Está claro?
LALI estaba que trinaba, convencida de pronto de que PETER había tenido
algo que ver con la desaparición de su hábito. Sin la protección de su vestimenta gris,
se sintió desnuda y vulnerable. Arrodillada ante el baúl, se puso a buscar algo menos
llamativo que los elaborados vestidos que su padre había encargado que le hicieran
para el ajuar. En el fondo del todo, debajo de capas y capas de sedas y satenes,
encontró la ropa de luto de la viuda Carlota. Recordaba que le había permitido usar
una parte del baúl para guardar sus escasas pertenencias.
"Perfecto", pensó, sacando un sobrio vestido y sacudiéndolo para quitarle las
arrugas. Localizó incluso una mantilla con la que cubrirse el pelo trasquilado. Para
cuando llegó Lani ya se había enfundado el corpiño, las medias y las enaguas, y se
esforzaba en meterse en el vestido.
—¿No tenéis otra cosa que poneros? —preguntó Lani, mirando con disgusto
aquel vestido—. Y con ese pelo... —se lamentó—. Pobrecita.
—Soy una religiosa —le dijo Lucía a modo de explicación—. Si mi hábito no
hubiera desaparecido misteriosamente, me lo habría puesto en lugar de esto.
—El capitán me ha dicho que necesitabais ayuda. Es un pecado cortar así un
pelo tan bonito como el vuestro. Voy a ver qué se puede hacer con él.
—No, si está bien, de verdad. No soy una de esas mujeres frívolas.
—Pues yo no me atrevo a desobedecer al capitán —dijo Lani, sentando a Lucía
en un banquillo ante un tocador bajo con espejo. Sacó unas tijeras de un cestillo que
llevaba y empezó a cortarle el pelo a Lucía, igualándole los trasquilones y tratando
de darle algo parecido a un aspecto ordenado. Lucía, hipnotizada, contempló cómo
Lani le hacía un casquete de lustrosos rizos negros en forma de pequeños
tirabuzones. El resultado era encantador. Lucía apenas se reconocía en el espejo.
Mientras Lani blandía las tijeras, Lucía no paró de hacerle preguntas.
—¿Lleváis mucho tiempo trabajando para el capitán PETER LANZANI?
—Desde que llegó a nuestra isla —respondió Lani—. Él nos cuida. Algunas de
nuestras mujeres se han casado con marineros suyos. Viven en ese grupo de chozas
que hay en el extremo norte de la playa. Él enseñó a nuestra gente a hablar inglés y a
tratar con los barcos que se acercan a nuestras orillas buscando agua potable y
esclavos.
LALI se quedó un instante rumiando aquello y luego preguntó:
—¿Y MERY? ¿Hace mucho tiempo que está con PETER?
Lani se lo pensó un momento antes de responder:
—Sí, mucho tiempo. Pero creo que se está empezando a cansar de la soledad.
No os preocupéis; ahora que vos estáis aquí, no creo que ella se quede.
A Lucía le ardieron las mejillas. Lani lo había dicho como si esperara que Lucía
fuera a ocupar el lugar de MERY en la cama de PETER. Pero eso no iba a ocurrir. Ni
ahora, ni nunca.
—Me importa muy poco que MERY se vaya o se quede. Si habéis terminado con
mi pelo, voy a bajar al patio a cenar con los demás.
LALIa fue la última en llegar. La conversación se detuvo cuando ella apareció en
aquel patio iluminado por cientos de candelas. El vestido negro no le quedaba bien,
porque Carlota era mucho más corpulenta que ella, y se había cubierto discretamente
el casquete de rizos con la mantilla, para que no se viera lo corto que tenía el pelo.
—¡Dios santo! —exclamó PETER con tono de disgusto—. Te has transformado
de ratita gris en cuervo negro. ¿Es que no había nada más favorecedor en ese baúl?
Me cuesta creer que la hija de un noble fuera al encuentro de su prometido vestida de
luto como una viuda.
—Esto es lo único del baúl que me sirve —dijo remilgada LALI.
—Desde luego —masculló PETER—. Tenía que haber pensado en eso.
Fuera como fuese, se le veía decepcionado. Estaba deseando ver a Lucía vestida
con algo que no fuera gris, ni negro. Algo que se ajustara a las curvas que él
sospechaba que ella tenía bajo el santo atuendo.
—¿Comemos? —preguntó, intentando distraerse.
PETER y NICO llevaron el peso de la conversación durante toda la cena. MERY
estaba huraña y LALI poco comunicativa. Cada vez que LALI miraba a MERY, se
imaginaba su llamativa belleza en brazos de PETER. La imagen no debería
molestarla, pero sí lo hacía. Vaya, que igual esa misma noche les daba por... en la
cama de él... ¡Dios! ¿Por qué se estaba torturando con aquellos pensamientos
pecaminosos?
—NICO, ¿por qué no llevas a MERY al barco para que elija lo que más le apetezca
del botín? No te olvides de enseñarle las joyas que cogimos del Santa Cruz.
"Mis joyas", pensó enfadada LALI. Eran parte de su dote.
—Oh, PETER, qué generoso —gorjeó MERY, dedicándole a PETER el batir de
sus largas pestañas—. Voy a tener que pensar la mejor forma de darte las gracias.

domingo, 27 de noviembre de 2016

CAPITULO 17

PETER miró con desagrado a MERY. Recordaba nítidamente todas las veces
que, a su regreso a Andros, había pasado días de amor y noches de erotismo con ella,
comiendo y durmiendo cuando podían. Los revolcones con aquella ramera francesa
habían sido divertidos y gratificantes, pero de pronto había dejado de atraerle. Entre 
ellos el tiempo había seguido su curso; se había cansado de ella, tan sencillo como
eso. Y por más que ella se empeñara en negarlo, él sabía que estaba preparada para
marcharse de la isla.
—Bueno, PETER, mon amour, responde a mi pregunta. ¿Has seducido ya a esa
mujer? ¡Pero si es una monja! Me cuesta creerlo de ti, aun sabiendo el odio que les
tienes a los españoles.
—Las apariencias casi siempre engañan —dijo PETER, sin admitir ni negar
nada. MERY era demasiado astuta para no darse cuenta de lo que de verdad
pretendía.
—¿Qué quieres decir con eso? Esa chica es monja, ¿no?
—Por lo que sé de momento —dijo desabridamente PETER—. Y, para tu
información, no la he seducido. No consigo que deje de estar de rodillas el tiempo
suficiente para levantarle las faldas.
MERY soltó una risa lasciva.
—Ah, mon amour, si de verdad la deseas acabarás encontrando la forma de
conseguirlo. Ven —dijo con acento ronco mientras le cogía la mano y tiraba de él
hacia la escalera—. Te he echado terriblemente de menos. Por mí podemos no salir
del dormitorio en una semana. Quiero saciarme de ti antes de que vuelvas a irte.
PETER se resistió.
—Tengo que atender a mis obligaciones.
MERY le lanzó una mirada encendida.
—Deja que RIERA se encargue.
—RIERA está ocupado. Tiene que marcharse muy pronto de la isla.
—¿Él solo?
—No. No necesariamente. He pensado que igual a ti te apetece acompañarlo a
Cuba. Estaré encantado de proporcionarte una suma de dinero que te permita vivir
con independencia el resto de tu vida. Si Cuba no es de tu gusto, puedes coger allí un
barco para Francia.
MERY retrocedió herida, entornando incrédula los ojos.
—¿Te estás deshaciendo de mí? ¡Dieu! ¿Me estás dando de lado por una zorra
española que dice ser monja? ¡Te has vuelto loco! Pero ¿qué te ha hecho?
—Piénsalo, MERY —dijo PETER en tono apaciguador—. ¿Crees que no me he
dado cuenta de lo inquieta que has estado estos últimos meses? Admítelo. La vida en
Andros es demasiado aburrida para ti.
—Salvo cuando tú estás aquí, mon amour. —La voz se le puso sensual, los ojos,
oscuros y luminosos. Le colocó las manos sobre el pecho, introduciéndoselas bajo la
camisa para juguetear con sus pezones—. Siempre te han gustado las cosas que yo te
hago.
—No lo puedo negar —admitió PETER—; pero nuestra asociación ha llegado a
su fin. Cuando te marches con el señor RIERA me ocuparé de que no te falte nada.
—¡Malnacido!
—¿Es que has olvidado nuestro acuerdo? Cada uno es libre de seguir su camino
en el momento en que más le apetezca.
Ella, disgustada, siseó:
—Esperaba más de ti. Esperaba que me llevaras a Inglaterra a conocer a tu
reina. Con el tiempo... quién sabe adonde podría haber llegado nuestra relación.
PETER se puso tenso.
—No habría llegado a ninguna parte. Cuando yo me case, si es que me caso
algún día, tendrá que ser con alguien... —con alguien de quien esté enamorado—. Es
igual.
—Si eso es lo que quieres, PETER —dijo MERY con acento amargo.
—Ya no tendrás que sufrir por nuestra relación. Te deseo buena suerte y que te
vayas de una vez con Dios. —Y dando media vuelta PETER salió de la habitación.
MERY tuvo ganas de gritar de pura frustración. Había sabido desde el principio
que de su relación con PETER LANZANI no iba a salir nada duradero, pero a pesar de
todo tenía altas expectativas. PETER era asquerosamente rico; ése era un rasgo suyo
que a ella le encantaba. Se entendían bien en la cama. Él nunca se lo había echado en
cara, pero sabía que ella en su tierra había sido prostituta hasta que se largó con un
capitán de barco que le había prometido una sustanciosa compensación por
calentarle la litera durante el viaje. Una tormenta hizo que el barco encallase en
Andros, y ella se quedó allí como amante de PETER.
De momento, seguía siendo joven y hermosa, y si PETER resultaba tan
generoso como había dado a entender, iba a ser rica, así que tampoco podía quejarse.
Había sido divertido mientras duró. Pero, a decir verdad, PETER tenía razón.
Andros estaba empezando a aburrirla. PETER no, PETER nunca, pero entre sus
idas y venidas ella se pasaba el tiempo vagando por la isla como un animal
enjaulado. Ni siquiera los piratas apetecibles que ocasionalmente fondeaban sus
barcos en la rada lograban calmar su inquietud. Aun así, le dolía verse rechazada tan
a la ligera. Comprendió instintivamente que la culpa la tenía LALI. Lo que no llegaba
a entender era qué podía querer el Diablo con una insípida monjita española.
LALI se sintió rara en el precioso dormitorio que le habían asignado. Todos los
muebles tenían que proceder de Inglaterra, pensó, posando con admiración la mirada
en la gran cama endoselada con su mosquitero y el resto del barroco mobiliario,
encerado y reluciente. Se acercó al ventanal, a la doble puerta que se abría a la terraza
corrida que rodeaba la casa. La brisa empujaba las cortinas hacia dentro, dejando
entrar el soplo fresco del océano. No recordaba nada tan lujoso desde que a los diez
años abandonara la casa de su padre.
El baúl de LALI lo habían traído hacía un rato, y estuvo rebuscando en él, pero
no encontró nada apropiado para una monja. Era todo ropa confeccionada para la
hija de don Eduardo. No había nada adecuado para la hermana LALI.
Después de un largo y voluptuoso baño, Lucía lavó su hábito y se puso una
bata que había sacado del baúl. Se envolvió la cabeza con una toalla y tendió el
hábito a secar en la barandilla de la terraza. Estaba más que deseosa de echarse una
siesta, y se desperezó en la cama mientras esperaba a que su ropa se secara al calor
del sol.
PETER llamó suavemente a la puerta de LALI Quería preguntarle si le había
gustado su dormitorio. Como ella no respondía, empezó a alarmarse. Temiendo que
hubiera cometido la tontería de intentar escaparse de la isla, apretó el picaporte y
entró en el cuarto. Al instante la vio, pacíficamente dormida en la cama. La tina de
agua usada estaba todavía en mitad de la habitación. Se preguntó qué habría hecho
con su ropa; una inspección visual de la habitación le permitió localizar el hábito gris
colgado en la barandilla de la terraza. Y a su lado, desplegada, la toca blanca.
Con una sonrisa picara, peter recogió sin hacer ruido aquellos ropajes y salió
del dormitorio tan silenciosamente como había entrado. Se llevó aquellas
desagradables prendas a la cocina, que estaba en la parte baja, y allí las echó al fogón.
Se quedó esperando a que ardieran en llamas antes de volver a sus propias
habitaciones y su propio baño.
Unos golpes fuertes en la puerta despertaron a Lali. Aún aturdida del sueño,
contempló el entorno poco familiar y de golpe recordó dónde estaba. En la isla de
PETER, en su casa, a su merced. Volvieron a llamar a la puerta.
—¿Quién es?
—Soy MERY. ¿Puedo entrar?
—Si queréis...
MERY entró, curvando sensualmente los labios.
—Está oscureciendo. ¿Cómo es que no has encendido una vela? —Sin esperar
respuesta, rascó una cerilla de azufre y encendió las velas de un candelabro que tenía
cerca.
—Gracias. ¿Queríais algo?
MERY la observó con curiosidad.
—¿Eres de verdad monja?
LALI no apartó la mirada.
—Sí, soy monja. —Esperaba que Dios pudiera perdonar esa pequeña mentira
suya.
—¿Y qué haces con un hombre como PETER LANZANI? Es probablemente uno de
los hombres menos piadosos que conozco. Odia a los españoles, ya sabes. ¿Te crees
que tu hábito de monja te va a mantener a salvo de él?

sábado, 26 de noviembre de 2016

CAPITULO 16

Ya os avisaré de cuándo tenéis que marcharos. Puede que tengáis que llevar 
un pasajero. 
RIERA le miró atónito. 
—¿La hermana LALI? ¿Queréis enviarla a La Habana? 
—¡Jamás! —negó con vehemencia PETER—. Por lo menos de momento —
añadió en tono más razonable—. Si LALI es quien yo creo que es, tengo planes
especiales para nuestra monjita. Y si no lo es... —sus palabras se interrumpieron. No
tenía ni idea de lo que iba a hacer si LALI resultaba ser una monja de verdad.
—Pues si no es LALI, ¿quién demonios va a ser mi pasajero?
—¡¡PETER!! Mon amour, mon cheri, cuánto he deseado que volvieras.
PETER y RIERA se volvieron como un solo hombre a mirar a una mujer de
voluptuosa melena color caoba que salió corriendo del bosquecillo en dirección a
ellos. RIERA miró a PETER, con una ceja levantada en gesto de interrogación.
—¿MERY? ¿Estáis pensando en mandar a MERY a Cuba?
—Tengo el presentimiento de que va a ser más feliz allí —dijo pausadamente
PETER.
—¡Dios mío! Esa bruja española os tiene de verdad obnubilado. Yo creía que
MERY os gustaba.
—Sí que me gustaba, pero las cosas siguen su curso, y tengo la sensación de que
MERY se está cansando de este paraíso isleño. Aquí no hay con qué mantenerla
ocupada durante mis largas ausencias. Además, tengo intención de regresar a
Inglaterra muy pronto para entregar a la reina su parte del botín, y no me apetece
llevarme a una ramera francesa conmigo. El acuerdo al que llegamos cuando se
convirtió en mi amante fue que cualquiera de los dos podía dejar al otro cuando
quisiera, sin ataduras de ningún tipo.
Dando grititos de alegría, MERY llegó hasta PETER. Los hombres que estaban
trabajando en la playa para descargar el botín del Vengador se quedaron mirando
divertidos cómo aquella libertina de llameante cabellera se lanzaba a los brazos de su
capitán. LALI contempló con desánimo aquella exhibición pública de afecto entre la
mujer y PETER. Le pareció que ella no terminaba nunca de besarle, con gran
sentimiento. En la boca, en las mejillas, en la garganta, en cualquier lugar al que
pudieran llegar sus labios. LALI sintió un martilleo amortiguado en las sienes, y
cerró con fuerza los ojos para evitar el dolor. ¿Por qué no le había dicho PETER que
tenía mujer?
—Tómatelo con calma, MERY —rió PETER, defendiéndose como podía de la
avalancha de amor de MERY—. Este no es lugar para exhibir tus sentimientos. Les
estás dando un espectáculo a mis hombres.
—Me da igual, mon amour —dijo MERY con un mohín. Lo devoró con aquellos
ojos sensuales—. Pero si eso te molesta, ven a casa conmigo. La cama resulta mucho
más cómoda que la arena caliente para tumbarse.
Notó a PETER distraído y siguió su mirada por la orilla del mar hasta el lugar
desde donde una mujer pertrechada en un informe vestido gris los contemplaba.
—Ven que os presente. —Y cogiéndola de la mano, tiró de ella por la playa.
LALI estaba hechizada por aquella belleza de llameantes cabellos. ¿Para qué iba
a querer él una insípida paloma gris, cuando podía tener en su cama a una mujer
como aquélla? La mujer la miró con hostilidad, y eso dejó a LALI perpleja. No se le
ocurría qué podía tener aquella mujer contra ella.
—¿Quién es esta bruja de ojos oscuros, PETER? —preguntó MERY—. Tiene
pinta de monja. No me digas que de pronto te has vuelto creyente.
—MERY, te presento a la hermana LALI, recién salida de un convento español.
Hermana LALI, ésta es MERY DEL CERRO, una... amiga mía.
—Una muy buena amiga tuya —ronroneó MERY—. Pero dime, mon amour, ¿qué
pinta una monja en tu isla? Dieu, una monja española, ni más ni menos.
—Es mi invitada. Y ahora, ¿podemos ir a casa todos? Estoy seguro de que la
hermana LALI se muere por un baño y una cama cómoda. —Le lanzó a LALI una
sonrisa desvergonzada—. Mi litera no es precisamente cómoda.
A MERY se le abrieron los ojos del enfado, pero antes de que pudiera darle
rienda suelta RIERA se la llevó de allí. LALI se vio conducida a través de la playa
por PETER, que la llevaba implacablemente agarrada del codo.
—La casa está a unos pocos cientos de yardas cruzando el bosque, en un claro
abierto por mis hombres. Contraté a los Arawaks para que me construyeran la casa,
importando de Inglaterra todo menos la madera —continuó explayándose PETER—
. No es que sea muy lujosa, pero te resultará cómoda.
LALI continuaba sin voz. La aparición de la bella MERY la había dejado sin
habla. Tendría que haberse dado cuenta de que una sola mujer no podía satisfacer a
PETER. Lo más probable era que tuviera toda una colección de amantes repartidas
por todos los puertos del mundo. En realidad, encontrarse con que había una mujer
viviendo en la casa de PETER tranquilizó a LALI. Con MERY por allí, era imposible
que a él le apeteciera carnalmente otra mujer, y eso para ella era perfecto. No quería
que PÉTER pensara de esa forma en ella.
Pero la posesiva forma en que PETER le sujetaba el brazo parecía desafiar a la
lógica. Nada resultaba claro ni sencillo con el capitán PETER LANZANI.
Cuando se internaron en el frescor del bosque, a LALI le habría gustado pararse
por el camino a examinar la variedad de flora y fauna, pero PETER no permitía que
se desviara del sendero de tierra batida por el que andaban. De golpe llegaron a un
claro, dominado por una gran casa enteramente construida de troncos de pino. Tenía
dos pisos y en cada uno de ellos, una terraza corrida que impedía que entrara la
lluvia y permitía dejar las ventanas abiertas para ventilar. Las ventanas en sí tenían
cristales, sin duda importados, y el tejado estaba cubierto de tejas. En conjunto, para
estar en mitad de aquel bosque resultaba una casa impresionante.
Subieron los escalones de la terraza y cruzaron la puerta de entrada. LALI se
detuvo en el vestíbulo, asombrada del frescor que los acogió. Salió a su encuentro
una agradable mujer madura de marcados rasgos indios. Iba descalza y vestida con
un colorido pareo.
—Bienvenido a casa, Capitán. —En su sonrisa había verdadero cariño.
—Me alegro de estar de vuelta, Lani. ¿Ha ido todo bien en mi ausencia?
—Todo lo bien que se puede esperar —dijo Lani, lanzándole una mirada un
tanto contrariada a MERY.
—¿Y tu familia?
—Prosperando, Capitán, gracias a vos.
—Traigo una invitada a la Arboleda de la Loma, Lani. Por favor, haz que la
hermana LALI se sienta bienvenida y mira que esté cómoda. Ponla en el dormitorio
que da al jardín. Creo que le gustará. Su equipaje llegará enseguida.
LALI le lanzó una mirada asombrada.
—No tengo equipaje.
—Me tomé la libertad de hacer que sacaran el baúl de la señorita ESPOSITO del
galeón que se hundía. Seguro que en él encuentras algo que puedas ponerte.
Cualquier cosa será mejor que esa ropa gris que traes.
—Esta ropa gris es el atuendo reglamentario de mi orden —dijo LALI con un
deje de reproche—. Me siento muy orgullosa de mi hábito de monja. Quien se dedica
a servir a Dios renuncia a la vanidad y a las trampas mundanas.
Durante este intercambio entre LALI y PETER, MERY había estado
escuchando atentamente, cada vez más recelosa de la rara ternura que había en la
voz de PETER y de la forma en que él miraba a aquella ratita gris. ¿Qué vería en
ella?
En cuanto Lani se llevó a LALI a su cuarto y NICO RIERA se retiró a su
propio refugio, MERY se volvió contra PETER.
—¿A qué demonios viene todo esto? Tú no eres más religioso que yo, y me
vienes dándote coba con esa monjita como si... como si planearas seducirla.
La mirada de PETER bastó para convencer a MERY de que estaba en lo cierto.
—¡Dieu! Eso es exactamente lo que planeas, ¿verdad, mon amour? ¿O acaso ya lo
has conseguido?

viernes, 25 de noviembre de 2016

CAPITULO 15

Oh, Dios, la seducción. Ella intentó mantener los labios firmemente sellados 
contra el asedio de su lengua, pero él burló con facilidad aquella exigua barrera. Le 
buscaba la lengua, desplazándose por dentro de su boca, robándole todo asomo de 
razón. Ella respiró su aroma, paladeó su sabor y su tacto, y se obligó a no responder. 
Entonces de pronto él la soltó, y ella cayó de espaldas sobre la litera. Esperaba que él
cayera sobre ella, pero no lo hizo. Para su sorpresa y su satisfacción, le lanzó una
mirada de hastiada indiferencia y empezó a ponerse los pantalones.
—¿Por qué me estáis haciendo esto? —preguntó ella, desquiciada—. ¿Es que
disfrutáis corrompiendo monjas?
Él sonrió torvamente.
—Pues no lo sé, nunca lo he intentado. Como ya he dicho antes, tú puedes
proporcionarme entretenimiento. Ya debes saber que no siento ningún amor por los
españoles. ¿Por qué iba a importarme lo que le ocurra a una monja española? O a una
mujer que dice ser monja... —Se colocó la espada en el cinto y se detuvo un instante
en la puerta—. Estate preparada para bajar hoy a tierra, un poco más tarde. Mi casa
te va a gustar mucho más que ese lóbrego convento del que vienes, si es que es
verdad que vienes de algún convento.
Isla de Andros
LALI estaba mirando por la escotilla cuando la isla de Andros apareció en el
horizonte. Contempló cómo maniobraba el Vengador pata meterse por un canal de
aguas profundas entre dos islas de vegetación profusa. Cuando viraban hacia
Andros, vislumbró un río que dividía el bosque hasta llegar al mar. En cierto punto
habría jurado que iban a chocar contra el acantilado, pero luego las rocas se abrieron
en un puerto natural, lo bastante ancho como para acoger tres o cuatro barcos al
mismo tiempo. A LALI el corazón le palpitó de esperanza cuando vio que había otro
barco anclado a poca distancia de la orilla. Allí no había atracadero de ningún tipo,
pero vio a hombres blancos y hombres de piel morena que se ocupaban de diversas
tareas en la orilla.
Al poco de que el Vengador echara el ancla, PETER fue a buscar a LALI. Se
subieron en uno de los botes, en compañía de varios miembros de la tripulación, que
se ocupaban de los remos, y otros cuantos marineros los descolgaron hasta el mar. El
agua estaba del azul más transparente que LALI había visto jamás, y cuando la rozó
con la mano la encontró cálida. Lanzó una exclamación admirativa al descubrir una
bandada de aves zancudas con las patas metidas en el agua a lo largo de la línea
costera. Su espléndido plumaje rosa contrastaba vividamente con el exuberante
follaje verde y las aguas azules. Una nube de pájaros silvestres de todas las especies
alzó el vuelo por encima de los mangroves que se extendían a lo largo de la orilla.
—Esos son flamencos —la informó PETER, señalando hacia los lustrosos
pájaros rosas—. Ponen los huevos en Andros y se alimentan de quisquillas. Aquí hay
cientos de especies de aves, pero ningún animal salvaje digno de mención. La
Arboleda de la Loma está subiendo esa cuesta.
—¿La Arboleda de la Loma?
—Ese es el nombre de mi plantación.
—¿Qué tipo de plantación es? ¿Qué se puede cultivar en esta tierra?
—Árboles, hermana LALI. Pino caribeño, para ser precisos. Talamos y
exportamos madera de pino a Inglaterra. Ya ves que crece en abundancia por todas
partes. Los indios además bucean para coger esponjas, de las que hay muchas por
estas islas. Se venden muy bien en Inglaterra y en Europa.
La levantó sin esfuerzo del bote y la depositó en la arena blanca cubierta de
cientos de conchas de colores de todos los tipos y tamaños. La mirada de Lucía fue a
posarse sobre el barco que estaba anclado al lado del Vengador.
—¿Qué barco es ése? —preguntó, tratando de esconder la emoción. Quizá su
capitán quisiera ayudarla a escaparse.
—Ese es uno de mis barcos. Transporta madera a Inglaterra y a la vuelta nos
trae artículos de primera necesidad. Tengo varios como ése en mi flota. El Vengador es
el único que uso en mis trabajos de corsario.
Ella sintió una aguda decepción. ¿Es que no había modo de escaparse del
Diablo?
—Quédate aquí mientras yo hablo con el señor RIERA —le ordenó PETER,
cuando vio a su contramaestre desembarcar de un segundo bote. Se apresuró a
alejarse, y LALI concentró de inmediato la atención en lo que la rodeaba. Con aquella
vegetación frondosa y aquellas aguas cristalinas, la isla habría sido un paraíso en
cualquier otra circunstancia.
PETER hizo señas a RIERA y lo alcanzó junto a la orilla a unas pocas yardas
de donde LALI se hallaba.
—¿Qué ordenáis, Capitán? —preguntó RIERA.
—Nos va a costar un buen par de meses dejar el Vengador en tan buenas
condiciones como estaba. Poned a los hombres al trabajo inmediatamente. Aquí
tienen madera más que suficiente para todas las reparaciones. Que cuando lo tengan
varado en la playa le carenen el casco. Entre tanto, tengo un encargo especial para
vos, amigo.
—¿Qué encargo puede ser ése, PETER? ¿No tendrá nada que ver con la
hermana LALI, verdad?
—Exactamente —dijo PETER, lanzando una mirada subrepticia hacia LALI,
que se había arrodillado en la arena para examinar las conchas—. Quiero que vayáis
en el Gloria de la Reina a Cuba y que averigüéis todo lo posible sobre el Santa Cruz y
sus pasajeros. Sin duda la tripulación superviviente ya habrá sido rescatada por
algún barco de los que pasan por allí, y ya habrán informado del hundimiento.
Quiero saber cómo ha reaccionado don MARIANO a la noticia de la muerte de su
prometida. Enteraos de todo lo posible y luego volved para informarme.
—¿Debo marcharme ahora mismo? —preguntó RIERA, deseoso de cumplir
las órdenes de su capitán

jueves, 24 de noviembre de 2016

CAPITULO 14

El ceño furiosamente fruncido de PETER impulsó a RIERA a hablar. 
—Así que la monja española sigue siendo virgen. 
PETER dio una vuelta alrededor de él. 
—¿Qué demonios estáis intentando decirme, señor RIERA? 
—Hasta la tripulación está comentando vuestro mal humor. No sería propio de
vos negarlo.
—A lo mejor no me apetece tomarme la molestia de desflorar a la muchacha. —
PETER se encogió expresivamente de hombros—. Las vírgenes son criaturas tirando
a ineptas, que no sé yo si compensan la molestia.
—¿Me estáis diciendo que no la queréis? Ni uno solo de vuestros marinos
dejaría pasar la ocasión de divertirse un rato con ella.
—¿Incluyéndoos a vos mismo, eh? —preguntó PETER con dureza—. Pues
olvidaos —añadió, sin esperar a que RIERA le respondiera—. No pienso
entregársela nunca a la tripulación. Ni siquiera si decido que no la quiero para mí.
RIERA lo midió con la mirada.
—Entonces entiendo que vais a desembarcar a la hermana LALI en alguna isla
española para que se vuelva por sus propios medios a España.
—¡No, por Dios! No seáis ridículo. ¿Pero es que no la habéis visto? Incluso
envuelta en esa vestimenta espantosa y con esa toca, transpira sensualidad. No
puede engañar a nadie escondiendo su extraordinaria belleza bajo un hábito de
monja.
—¿Es que no la creéis? Si creéis que está mintiendo, ¿por qué no la tomáis hasta
saciaros y luego prescindís de ella? No sería la primera vez que lo hacéis; de hecho,
lo habéis hecho muchas veces.
PETER paseó la mirada por entre las agitadas olas, reflexionando sobre el
consejo de RIERA. Dios sabía cuánto deseaba a la insolente española, fuera o no
monja. Pero por alguna razón se sentía incapaz de deshonrarla, por el improbable
caso de que fuera monja de verdad. Por el camino que fuera, estaba decidido a
averiguar la verdad sobre ella. En cuanto la tuviera a buen recaudo en su isla,
concentraría su ingenio en averiguar quién era exactamente la hermana Lucía y por
qué le había mentido acerca de su identidad. Si es que de hecho estaba mintiendo.
Entonces, la seduciría. Poco a poco, con mucha mano izquierda, hasta que ella ya no
pudiera seguir resistiéndosele. Esperaba con ansia ese día en que la hermana Lucía
tuviera que quitarse el hábito y confesar que había mentido.
Y ese día iba a llegar. Tan seguro como que el sol sale por levante y se pone por
poniente.
—Cuando me dé a mí por ahí, señor RIERA —sonrió PETER—, cuando me
dé a mí por ahí. Ahora mismo me complace hacerla enfadarse. Os aseguro que en
cuanto lleguemos a Andros voy a averiguar la verdad. Y entonces le enseñaré a la
hermana LALI en qué consiste ser mujer. Es cierto que no me gustan los españoles,
pero puede que encuentre en ella alguna cualidad que la redima. Ya lo dirá el
tiempo, señor RIERA, ya lo dirá el tiempo.
—¿Y qué pasa con MERY? No le va a gustar esa ampliación de la familia.
—MERY ni es mi dueña, ni tiene nada que opinar sobre a quién invito yo a mi
casa.
—Algo me dice que MERY no piensa lo mismo de vuestra relación. A ella le
gustaría hacerla permanente.
PETER soltó una risa chillona.
—Soy más rico que el rey Midas. Lo que MERY ama es el dinero. Hace tres
años, cuando se quedó varada en esta isla, me ofrecí a llevarla en mi barco a
Inglaterra. Ella prefirió quedarse en la isla y ser mi amante. Pero ¿te crees que soy el
único? Por lo menos sé de otros tres tipos, piratas todos ellos, que la atienden y le
mantienen la cama caliente durante mis largas ausencias. Y seguro que hay otros de
los que yo no estoy enterado. Cuando decida casarme, si algún día lo decido, no será
con una mujerzuela ambiciosa como MERY.
"No, desde luego que no", pensó en silencio PETER. Por increíble que pudiera
parecer, no le había dedicado un solo pensamiento a la pelirroja MERY desde que
conoció a la hermana LALI, una mujer cuya herencia española la convertía en
enemiga suya.
LALI daba interminables paseos por el camarote, deteniéndose ocasionalmente
a mirar por la escotilla. Más de una vez se llevó la mano a la cabeza, sintiendo
agudamente la pérdida de su pelo. Y todo por culpa de él. El Diablo. Era arrogante,
prepotente, y...
Bello como un pecado.
Se sentía tentada por él. La hacía tener pensamientos impuros. La tocaba en
formas y lugares pecaminosos. La obligaba a querer más.
Puede que su padre tuviera razón y ella no estuviera hecha para la vida en el
convento. Tendría que haber aceptado el matrimonio con don MARIANO si ésa era la
voluntad de Dios y haberse confortado con los niños que nacieran de su unión. Pero
cuando intentaba evocar el rostro de don MARIANO, lo único que veía era la diabólica
sonrisa de PETER. Dejó escapar un grito de sincera inquietud y se esforzó en borrar
de su mente esa imagen.
De hecho, LALI estaba deseando que llegaran a la fortaleza del pirata, pero sólo
por las oportunidades que ofrecía. Aunque apenas sabía nada de las Bahamas, se
imaginó que de cuando en cuando pasarían por allí barcos españoles, y con la ayuda
de Dios podría encontrar la forma de llegar al convento y hacer sus votos definitivos
antes de que su padre se enterara y la mandara de vuelta a La Habana con don
MARIANO. Lo que no estaba deseando era quedarse a solas con PETER LANZANI más de lo
necesario. Las oscuras y ardientes emociones que despertaba en ella estaban
completamente fuera de su esfera de conocimiento.
LALI se pasó el día entero maquinando y haciendo planes para su huida de
Andros. Desgraciadamente, no tenía ni idea de que las Bahamas estuvieran
deshabitadas. A pesar de que técnicamente eran propiedad española, se habría dicho
que no había ningún país interesado en sus más de setecientas islas y sus cayos.
Al mediodía le trajeron su bandeja de comida, y por la noche volvió a llevársela
el señor RIERA, que no insistió en darle conversación. En algún momento del día
apareció el pinche de cocina, un joven desaliñado que dijo que se llamaba Lester,
para arreglar el camarote y llevarse el odioso contenido del orinal. Por lo visto se
tomaba su tarea con calma, sin prestar mayor atención al rostro encendido de LALI.
Para inmenso alivio de ésta, PETER no había vuelto desde que la dejó de rodillas
rezando aquella mañana.
Cuando llegó la oscuridad y el barco se iba acomodando para pasar la noche,
los ojos de LALI no dejaban de mirar hacia la puerta, consciente de que PETER
estaría muy pronto de vuelta en el camarote y su tormento volvería a comenzar
desde el principio. Intentó prepararse mentalmente, pero aún no lo había logrado
cuando él irrumpió de golpe en el camarote. Arrogante, seguro de sí mismo,
autoritario; hasta el mismo aire vibró a su alrededor con la turbulencia de su
irrupción. Fue directo a su cara, y una vez más LALI se encontró demasiado rápido a
merced de su hechizo.
El hechizo de un hombre capaz de violarla, de un hombre que la odiaba por su
sangre española.
Le devolvió la mirada, asombrada de la tempestad que había en sus ojos.
Él sonrió, y sus ojos azules adquirieron un peculiar tono de plata, de un plata
fascinante. ¿Sería deseo lo que estaba viendo en ellos? Tenía demasiada poca
experiencia de esa sensación para saberlo. No le devolvió la sonrisa.
—Me sorprende encontrarte todavía despierta, hermana LALI. Sin duda estarás
acostumbrada a retirarte temprano y despertarte al amanecer para ir empezando a
rezar. —A ella la lengua no le obedecía, así que asintió—. Entonces te recomiendo
que te metas en la cama.
LALI a abrió mucho los ojos. La boca se le quedó seca. La voz le salió ronca
cuando logró recuperarla.
—Dormiré en el suelo.
PETER se desató la espada y la arrojó a la silla. Iba sin la chaqueta, porque
hacía un tiempo bastante agradable en aquellos mares sureños por los que ahora
navegaban. Con los brazos en jarras y las piernas abiertas, habría sido la respuesta a
las fantasías de cualquier jovencita. Pero en la imaginación de Lucía no había lugar
más que para la vida de santidad entre las monjas.
—Vas a dormir en la cama... conmigo —dijo él, acercándose mucho para
mirarla. Ella tenía los ojos puestos en la espada, y parecía dispuesta a intentar
escaparse. PETER reaccionó al instante. En dos zancadas estuvo junto a ella
rodeándole con las manos la cintura. La levantó sin esfuerzo y la tendió en la litera.
Ella intentó levantarse una vez, pero luego se quedó quieta.
Él no había podido evitar notar lo poco que ella pesaba, lo increíblemente fina
que tenía la cintura, lo delicada que era y lo indefensa que estaba. Habría podido
destrozarla con una sola mano si le hubiera dado la gana. Pero eran otras cosas, más
placenteras, las que quería hacerle.
Cuando él se tumbó a su vez en la litera, ella se apresuró a apartarse rodando
para ir ponerse de rodillas junto a la cama. Rezaba en voz alta y sincera.
—¡Maldita sea tu estampa! —maldijo él furioso—. ¿Tú te crees que esos rezos
tuyos te iban a salvar si de verdad te quisiera? Soy un pirata, ¿recuerdas?
—¿Cómo lo iba a olvidar?
Otra sarta de maldiciones siguió a esa respuesta.
—Hala, túmbate, que no te voy a molestar. Puedes dormir tranquila, que es lo
que pienso hacer yo.
—¿En la misma cama? —A LALI le temblaba la voz.
—En la misma cama —respondió PETER—. ¿Por qué no vamos a estar
cómodos los dos? Esta noche no tengo ganas de ti.
A PETER le supo mal negarla de aquel modo. Deseaba a LALI más de lo que
alcanzaba a admitir. No era capaz de decir si aquella española era una bruja o una
santa. Por fortuna él tampoco era ningún atolondrado jovencito incapaz de
controlarse. Hasta que averiguara el secreto de la hermana LALI, seguiría esperando
el momento. Y entre tanto utilizaría el sutil arte de la seducción para asaltar sus
sentidos y desgastar su resistencia. Una vez que estuvieran en su isla la tendría
totalmente en sus manos.
—A la cama, hermana —ordenó PETER, al tiempo que se empezaba a quitar la
ropa.
—No.
—Como no te metas tú misma voy a tener que amarrarte ahí mismo.
Ella se sentó con cautela al borde de la cama, y luego se tumbó. Con el cuerpo
rígido, se pegó todo lo que pudo al borde para no caerse. Cuando PETER apagó el
farol, ella suspiró de forma audible. Por el ruido del rozar de telas supo que él se
había despojado de su ropa; luego notó cómo el colchón se hundía hacia un lado bajo
su peso, y el se tendió a su lado. Se le escapó un gritito de alarma cuando él extendió
la sábana por encima de ellos dos.
—Tranquilízate —protestó él—. Como no me dejes dormir voy a tener que
encontrar alguna diversión para entretenerme hasta que me entre el sueño.
Ella se quedó inmóvil, deseando poder relajarse, temerosa de que no le fuera a
gustar el tipo de diversión en la que él estaba pensando. Cuando él la rodeó con el
brazo, contuvo la respiración, y luego fue dejando salir poco a poco el aire al ver que
él no hacía otra cosa que atraerla contra su cuerpo.
PETER sintió el palpitar desbocado del corazón de ella a través de su ropa, y
supo que estaba asustada. Pero no le quitó el brazo de encima. Tampoco hizo
ninguna otra cosa que pudiera asustarla, por más desesperado que fuera su deseo
físico de ella. Quería que ella se acostumbrara a su presencia, que se sintiera a gusto
con él durmiendo a su lado, que se familiarizara con su estampa vestida y con su
estampa desnuda. Luego, cuando ella menos se lo esperara, pondría a prueba su
inocencia con un asalto de los sentidos contra su castidad.
En el poco tiempo que llevaban juntos ella había demostrado ser una criatura
temperamental cuya sexualidad estaba aún por explorar; pero él sabía que estaba ahí
de igual modo, escondida bajo su vestimenta gris y su falsa devoción. Algún día
desenterraría la verdad y la obligaría a desvelarle su alma.
LALI se despertó sobresaltada y se desperezó, sorprendiéndose de lo
descansada que se sentía. La litera del capitán era mucho más cómoda que el suelo
de madera, o que el duro camastro al que se había acostumbrado en el convento.
Habría sido aún más agradable si el capitán no hubiera estado también en la litera.
Volvió muy despacio la cabeza y se lo encontró con la vista clavada en ella; esa
mañana brillaban en sus ojos luces plateadas.
—¿Era para tanto, santita? —preguntó. Había en su voz un tono extrañamente
ronco que atravesó a LALI en un escalofrío de consciencia—. ¿Soy el primer hombre
con el que has dormido? —Su brazo se ciñó en torno a ella.
—Dejadme levantarme —le respondió, intentando desprender el brazo de él de
su cintura—. ¿Qué hacéis todavía en la cama? Creí que os levantabais al alba.
—¿Estás intentando librarte de mí?
—Sí.
—Estoy demasiado cómodo para moverme.
—¡Pues yo no lo estoy!
Él soltó una risita ahogada cuando la vio levantarse de un salto de la litera, pero
no hizo nada para detenerla.
—Puede que tengas razón, es hora de levantarse. Las Bahamas se ven ya en el
horizonte. Llegaremos a puerto a mediodía.
Los ojos oscuros de LALI chispearon de emoción.
—¿De verdad? ¿Están habitadas las Bahamas? ¿Hay alguna ciudad? ¿Y un
puerto? ¿Recalan en él otros barcos?
—Esta mañana estás llena de preguntas, ¿eh, LALI? No veo motivo para no
contestártelas. Las Bahamas están deshabitadas, salvo por los indios Arawak, un
pueblo pacífico y amistoso. Son territorio español, pero todavía tienen que tomar
posesión de él. Los indios trabajan en mi plantación y cuidan de mi casa. En cuanto a
la ciudad, si se puede llamar así a una colección de chozas habitadas por nativos y
piratas entonces supongo que sí hay una especie de ciudad. Hay un puerto natural
de aguas profundas, pero sin muelle ni atracadero. Pocos barcos visitan Andros
excepto los barcos piratas que llegan a aprovisionarse de agua fresca y fruta. De
cuando en cuando algún barco inglés o español se acerca a nuestras orillas, pero se
marchan rápido. Una isla deshabitada tiene muy poco interés para cualquier país.
—¿No hay colonos en las Bahamas? ¿Ni muelle? ¿Ni atracadero? —repitió
LALI, descorazonada.
—Las Bahamas las componen más de setecientas islas y dos mil cayos —la
informó PETER—; en muy pocos de ellos hay suficiente agua dulce y vegetación
para poder mantenerse. Andros tiene ambas cosas en abundancia, pero tenemos
pocas visitas. Y pretendo que siga siendo así. Cuando el Diablo no anda por el
Atlántico, se queda en casa, sea en Andros o en la tierra de sus ancestros, Inglaterra.
Si estás pensando en escaparte, olvídate.
—Dejadme marchar, Capitán —le rogó LALI, con los ojos chispeantes de
lágrimas contenidas—. Desembarcadme en algún puerto español, y yo sola me
volveré al convento. Conozco bien el odio que sentís por mis compatriotas, y no
consigo imaginar para qué podríais quererme, cuando no tengo ningún valor
terrenal para vos.
—¿Ningún valor? —repitió él, incrédulo—. No te tengas en tan poco, santita. Es
cierto que no suelo tener más huéspedes que los que están en espera de que su
familia me pague el precio del rescate, pero si me he quedado contigo es para mi
propio entretenimiento. —Y entonces, con una despreocupación que la dejó
estupefacta, PETER se levantó de la cama tan gloriosamente desnudo como su
madre le trajo al mundo.
LALI explotó de rabia avergonzada:
—¡Esto que me hacéis no tiene ninguna gracia!, ¡arrogante, miserable, canalla!
—Se abalanzó sobre él, golpeándole el pecho con los puños como una poseída. Él la
agarró de las muñecas, sujetándoselas con una sola de sus grandes manos, mientras
con la otra tiraba de ella hacia sí.
—Estás poniendo a prueba mi buena naturaleza, Hermana —masculló. Sintió
que se le disparaba el calor en las ingles, colmándole hasta casi desbordarle. ¿Es que
ella no se daba cuenta de lo que le estaba haciendo?
Hasta que LALI sintió la dura protuberancia de su virilidad alzándose contra
su estómago, no se dio cuenta del peligro. Él tenía la cara tan cerca de la suya que le
veía las pupilas, oscuros círculos ribeteados de plata, y sentía el batir desenfrenado
de su corazón. Él la fue acorralando hacia la litera.
—Por favor, oh, por favor, no me hagáis esto. Lamento haberos hecho enfadar.
—LALI cerró los ojos y profirió una oración desesperada—. Dios de los cielos,
sálvame de este destino. No permitas que me deshonren de forma tan violenta.
—¡Que te deshonren! —bramó PETER—. Cuando yo te haga el amor, la
deshonra no va a tener nada que ver con ello. Será por el placer y por la mutua
satisfacción. Juro que, cuando ese día llegue, estarás deseosa y complaciente. Y te
preguntarás por qué habías tenido miedo de entregarte a mí.
—¡Antes me daré muerte!
—Morirás un poquito, igual que yo, pero no será una muerte permanente, eso
te lo prometo. Desearás hacerlo una y otra vez.
Entonces apretó su boca contra la de ella, enfebrecido, apremiado, robándole el aliento.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

CAPITULO 13

LALI lo siguió con la mirada mientras aquel aroma delicioso la empujaba hacia 
la bandeja de comida. Tenía que mantenerse fuerte, ¿no? Con ese pensamiento 
devoró rápidamente el contenido de la bandeja entera, encontrándolo 
sorprendentemente sabroso para ser rancho marinero. No bien hubo terminado, oyó 
que llamaban discretamente a la puerta. Contempló con el corazón desbocado cómo
la puerta se abría sin invitación y entraba el contramaestre, con un jarro de agua y
una pila de toallas limpias en las manos.
—El capitán ha pensado que te apetecería un poco de agua. Esto es lo más
parecido que hay por aquí a darse un baño. Para eso habrá que esperar hasta que
lleguemos a Andros.
RIERA dejó el jarro sobre la mesita del aguamanil y sopesó descaradamente
a LALI con la mirada. Se preguntó si PETER la habría tomado la noche anterior.
Concluyó que, a juzgar por el humor horrible del capitán, la virtuosa monjita se las
había apañado para mantener su virginidad intacta. No era propio de PETER perder
los papeles por una putilla española, por bella o deseable que fuera; y sin embargo
aquella palomita blanca lo tenía totalmente enganchado. Eso dejaba a RIERA
perplejo. Creía conocer a PETER mejor que nadie, y no parecía propio de él estar
privándose de algo que habría podido coger con sólo extender la mano, y menos aún
de algo que deseaba desesperadamente, como evidentemente le ocurría con aquella
monja española.
—¿Hay algún problema? —le preguntó LALI, picada por el intenso escrutinio
de RIERA.
RIERA le echó una sonrisa fanfarrona.
—¿Te das cuenta de lo que le estás haciendo al capitán LANZANI? ¿Por qué no te
rindes y te ahorras tiempo y problemas? Él va a acabar saliéndose con la suya.
LALI se encrespó, indignada.
—¿Rendirme? ¡No, jamás! Soy monja. Ofenderme a mí es ofender a Dios.
—Dios abandonó a PETER cuando él le necesitaba.
LALI soltó un gritito ahogado.
—¡Blasfemo! Así sois los paganos ingleses. Podéis decirle a vuestro capitán que
me pienso defender de él hasta mi último aliento.
RIERA sacudió la cabeza.
—Para qué va a morir nadie, Hermana. Sólo te estoy advirtiendo que PETER
no es un hombre paciente, y que la tripulación prefiere verle contento. Yo mismo
prefiero verle contento.
—Podéis iros al diablo, señor RIERA.
—¿Dónde has aprendido el inglés? Lo hablas estupendamente para ser una
monja —también él sospechaba, igual que PETER, que la vehemente española no
era lo que ella afirmaba ser.
—Tuve excelentes maestras en el convento. Empecé a estudiar a los diez años, y
me di cuenta de que tenía una inclinación natural hacia las lenguas extranjeras.
También hablo un poco de francés y alemán.
—No es de extrañar que tengas intrigado a PETER —entonó secamente
RIERA—. La belleza y la inteligencia no suelen darse cita en una mujer. ¿Y todas
las monjas son tan cultas como tú?
¿Estaba tratando de pillarla en un renuncio? Ella no podía reconocer que su
padre había exigido que la educaran bien para no avergonzar a su futuro marido.
Don MARIANO MARTINEZ era un hombre muy culto y poderoso que necesitaba una esposa
tan inteligente como bella. Don Eduardo había sido generoso con su única hija en lo
relativo a su educación.
—No puedo hablar más que por mí misma, señor RIERA. Gracias por el
agua.
RIERA sabía reconocer cuándo le estaban diciendo que se marchara, y se dio
la vuelta para irse.
—Ah, por cierto —añadió, antes de salir por la puerta—, hay un mea... ¡ups!,
un orinal debajo de la cama. Lo puedes usar. El pinche de cocina viene a vaciarlo una
vez al día.
A LALI le ardió la cara. A decir verdad necesitaba desesperadamente un orinal,
pero le daba demasiada vergüenza pedírselo al despreciable capitán PETER LANZANI.
Se preguntó si habría sido él quien le había indicado al señor RIERA que se lo
mencionara. Y, a pesar de todo, agradeció el agua, porque no se había lavado
decentemente desde que la raptaron del Santa Cruz.
Cuando se dio cuenta de que la puerta no tenía cerrojo, optó por la segunda
mejor solución: sujetar con el respaldo de la silla el picaporte. Luego se lavó deprisa,

quitándose por un instante la parte de arriba de la túnica y levantándose luego las
faldas para llegar a las piernas. Consideró la idea de quitarse la toca, y lo hizo con
muchas reservas, con un ojo puesto en la puerta no fuera a ser que el pirata reventara
su precaria barrera y descubriera su secreto. Lamentó no tener consigo su puñalito
para poder cortarse su gloriosa mata de pelo.
Cuando hubo terminado de lavarse contempló con interés el escritorio de
PETER. Una verdadera colección de tesoros, pensó, abriendo los cajones en rápida
sucesión. Lo mejor que pudo encontrar fue un abrecartas, pero si estaba lo
suficientemente afilado bastaría para cortar sus tirabuzones. La suerte estaba de su
parte. En el último cajón, LALI encontró unas pequeñas tijeras de tocador. Se
imaginó que PETER las usaba para recortarse el pelo. Pero cuando las acercó a su
propia cabeza le temblaron las manos. Su pelo era el único rasgo físico del que estaba
orgullosa. Sabía que tendría que cortárselo cuando hiciera los votos definitivos, pero
hasta entonces había cuidado celosamente y preservado sus largos y lustrosos rizos.
Ahora se enfrentaba a una dolorosa decisión: ¿qué prefería conservar, la castidad o el
pelo? No había elección posible. Tenía que proteger su castidad del varonil pirata y
del abrumador poder que ejercía sobre ella.
Puso manos a la obra rápidamente, con eficacia, quitándose grandes mechones
de pelo sin el beneficio de un espejo. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras
el montón de pelo trasquilado iba creciendo. No tenía ni idea de si se lo estaba
cortando uniformemente, y tampoco le importaba. Sólo sabía que tenía que terminar
y deshacerse de las pruebas antes de que volviera el capitán LANZANI.
Por fin concluyó su obra. Recogió cuidadosamente del suelo los negros rizos, se
acercó a la escotilla, que permanecía abierta para que corriera el aire, y arrojó al mar
hasta el último mechón de pelo. Contempló con indiferencia cómo sus rizos morenos
se alzaban sobre la cresta de una ola para desaparecer luego dentro del agua.
Entonces dio media vuelta y volvió a colocarse la toca. Y no le sobró un minuto.
El picaporte empezó a sacudirse ruidosamente, la silla salió volando de pronto y
PETER irrumpió por la puerta.
—¿De qué pensabas que te iba a servir esa silla? —El sesgo sardónico de su ceja
le reveló lo poco eficaz que le parecía aquella táctica para mantenerle a él fuera.
—Necesitaba un poco de intimidad para lavarme.
—Nadie que no sea yo va a entrar nunca en este camarote sin mi permiso.
—¿Y se supone que eso debería tranquilizarme?
PETER sonrió.
—Pronto, monjita mía. Pronto estarás suplicándome que te haga caso.
—¡Eso será cuando arda la luna y bailen las estrellas!
—Yo puedo hacer que eso ocurra —le prometió él. Bajó la voz hasta un susurro
ronco—. Cuando yo te haga llegar al placer, vas a ver cómo arde la luna y bailan las
estrellas.
Sus palabras seductoras levantaban un remolino en los sentidos de LALI. No
tenía ni idea de lo que le estaba contando, pero fuera como fuese tenía la sospecha de
que él habría sido capaz de hacerlo, si ella se lo hubiera permitido.
—Tenéis el ego gravemente hinchado, Capitán.
—¿Eso crees, pequeña bruja? ¿O quizá deberíamos probar mi teoría? —Se
acercó con pasos lentos a ella. Ella quiso darse la vuelta para evitarle, pero él era
demasiado rápido. Además, no había adonde ir. PETER la sujetó y la atrajo hacia él.
Ella notó su increíble calor a través de la ropa de ambos.
—¿Qué es lo que queréis de mí? —gritó—. ¡Miradme! Mi conducta no es
seductora ni lasciva. Voy cubierta de la cabeza a los pies de un discreto color gris, sin
enseñar más que el rostro. Seguro que hay mujeres mucho más atractivas que yo. Yo
soy una monja, una sierva del Señor. No sé nada de las cosas terrenales.
—Si te crees que esa ropa que llevas te hace menos atractiva, te equivocas de
medio a medio. Yo te voy enseñar lo que es la pasión, palomita.
La boca de él se apretó con fuerza contra la suya, exigiendo, separando sus
labios. Su lengua le recorrió cálidamente la boca, produciéndole un fuego que
amenazaba con consumirla. Sintió su calor contra ella, incendiándola. Gimió bajo el
furioso asalto de su beso, hechizada por su lacto y su sabor.
PETER tenía aguda conciencia del contacto físico entre LALI y él. Estaban
pegados el uno al otro, y a través de la barrera de aquellos ropajes pudo sentir la
longitud de sus torneadas piernas, la curva seductora de sus caderas y la suave
plenitud de sus pechos. Ella podía ser o no ser monja, pero no había duda de que era
una mujer.
Y estaba justo en su punto para tomarla. Para que la tomara él.
LALI se dio cuenta del peligro, lo sintió con todas las fibras de su ser y se sintió
impotente para detener lo que PETER LANZANI había comenzado. Si de verdad hubiera
querido aprender lo que es la pasión, estaba segura de que aquel pirata inglés habría
podido llevarla a contemplar ese paraíso prohibido. Pero ella tenía más fundamento
que todo eso. Ser seducida y desechada por aquel varonil bellaco habría sido aún
peor que casarse con un hombre al que no conocía. Ninguna de las opciones
resultaba deseable. Tenía que hacer lo que fuera para convencer al Diablo de que la
devolviera al convento. Y pronto, antes de que a él le diera por despojar de todo
sentido su fervor religioso.
Arrancándose de sus manos, Lucía volvió a usar el truco que mejor le venía
funcionando con el pirata: se puso a toda prisa de rodillas, antes de que él pudiera
agarrarla otra vez. Apretando entre las manos las cuentas de su rosario, alzó los ojos
al cielo y movió los labios en ferviente oración.
Su devoción volvió a tocarle alguna fibra sensible a PETER, que salió de allí
lanzando infames maldiciones. ¿Cómo iba a seducir a una mujer tan devota, tan
reverente?
"En realidad no es monja", argumentaba una voz en su interior.
Pero el ardor de PÉTER se había enfriado. No porque el catolicismo de ella le
inspirara la menor reverencia, sino porque ella le tocaba alguna fibra muy honda que
apelaba a su decencia.
"Encomiéndate a Dios, monjita", masculló PETER. "Pero al final no te va a
servir de nada. Tenerte te voy a tener, en cuanto a mí me dé la gana."

martes, 22 de noviembre de 2016

CAPITULO 12

Y que ella era monja. 
Eso él no se lo había creído ni por un instante. Quería tenerla. Habría sido tan 
sencillo hacer caso omiso de su devoción religiosa y tomar su cuerpo... Tan 
sencillo... ¿Sería de verdad una religiosa? 
Le echó una mirada a LALI, que estaba hecha un ovillo sobre el duro suelo,
asombrado del curso de sus propios pensamientos. Ya antes había capturado a un
par de mujeres españolas, y las devolvió de inmediato a cambio de un rescate. En
ningún momento le inspiraron el menor deseo, a pesar de que estaban ansiosas de
complacer al Diablo. Una de ellas en particular había dejado claro que él le gustaba.
Pero él no se sintió atraído por ella. No encontraba belleza alguna en sus facciones
oscuras y sus ojos negros, de modo que la rechazó.
PETER lanzó un suspiro entrecortado y se volvió de cara a la pared. ¿Por qué
iba a preocuparle a él que la bruja española estuviera o no cómoda? Ella misma había
elegido dormir en el suelo. Pues que así fuera.
LALI se despertó con el sol de la mañana que entraba sesgado por la escotilla
de babor abierta. Dio un respingo al darse cuenta de que estaba tumbada en la litera
de PETER y, levantándose de un brinco como si algo le quemara, miró con horror
las sábanas revueltas. ¿Cómo había llegado a la cama desde el suelo? No tenía el
menor recuerdo de haberse movido, ni de que la hubieran trasladado. ¿Dónde estaba
el pirata? ¿Qué le habría hecho?
Repasó su ropa. Aparentemente no le faltaba nada de lo que llevaba puesto el
día anterior. Se notó el cuerpo algo entumecido de haber dormido en el duro suelo,
pero aparte de eso no sentía dolor en ninguna zona desacostumbrada. No tuvo
tiempo de continuar con su inspección, porque la puerta se abrió y entró PETER,
cerrando con firmeza a su espalda. Traía una bandeja que emanaba un olor delicioso.
—Ah, estás despierta; ya veo. Te he traído algo de comer. Debes de estar
hambrienta después de haberte saltado anoche la cena. —Posó la bandeja en el
escritorio, empujando a un lado un mapa.
A LALI se le hizo la boca agua.
—No tengo hambre —mintió. Pero la traicionó su estómago, haciendo unos
ruidos tan fuertes que hasta PETER los oyó—. ¿Cómo he llegado hasta la litera?
—Te puse yo ahí —dijo PETER—. Me he despertado al amanecer. Tenías pinta
de estar tan incómoda que te trasladé a la litera. Cuando salí del camarote estabas
durmiendo como un tronco.
—No me habréis... —LALI se pasó la lengua por los labios, sin saber bien cómo
continuar—. No os habréis... aprovechado de mí, ¿verdad? ¿Sois acaso lo bastante
malvado como para ultrajar a una servidora de Dios?
PETER le echó una mirada tan ceñuda que ella volvió a pegar un brinco,
asustada.
—Cuando te tome quiero que estés despierta para que te des cuenta. Quiero
que en mis brazos estés receptiva, no inconsciente y ajena a lo que le haga. Puedo ser
un malnacido, pero hay ciertas cosas a las que ni yo misino me pienso rebajar. Ahora
come. Yo tengo que llevar el barco. —Y se dio la vuelta para irse.
—¡Esperad! —PETER se detuvo, pero no se volvió—. ¿Puedo... puedo salir a
cubierta?
—Mis hombres son leales, pero piratas a pesar de todo, hermana LALI. No te
voy a poder proteger de ellos una vez que hayas salido del camarote. Darán por
hecho que ya me he cansado de ti y que tienen permiso para satisfacer sus impulsos.
Puedes hacer lo que prefieras, pero si no quieres someterte a mi tropa, te sugiero que
te quedes prudentemente aquí dentro.
LALI sintió un escalofrío. Le pareció que él decía la verdad. ¿Por qué todos los
hombres eran tan ruines, tan reprobables? Cuando él salió por la puerta, ella decidió
no abandonar el camarote por nada del mundo. La dudosa protección del capitán era
preferible a ser violada por la tripulación entera.
PETER salió de allí riéndose entre dientes. No había sido del todo sincero con
LALI. Sus hombres podían desearla, pero obedecerían sus órdenes por miedo a
sufrir las consecuencias. Después de lo que les había dicho esa mañana, ni uno solo
de ellos se habría atrevido a ponerle la mano encima a la muchacha sin su permiso
expreso.

lunes, 21 de noviembre de 2016

CAPITULO 11

Fuego. Puro fuego. Al principio fue una sensación abrasadora en el lugar por 
donde se habían unido sus labios. Pero cuando la boca de él cubrió por completo la 
suya y su lengua se deslizó húmeda por entre sus labios sellados, el ardor se 
convirtió en un infierno de llamas que se precipitaba por sus venas hasta lugares 
innombrables. Cuando intentó apartarlo de un empujón él la sujetó por los brazos,
manteniéndola inmovilizada mientras seguía explorando su boca. En el momento en
que él intentaba meterle a la fuerza la lengua en la boca, a ella, de la impresión, se le
escapó un suspiro involuntario que facilitó a su lengua el libre acceso a la cálida
dulzura de su interior.
Jamás había sentido Lucía nada parecido al desbordante magnetismo del beso
de PETER. ¡Quería besarlo otra vez! Se moría de ganas de rodearle el cuello con los
brazos y pasarle las manos por la rubia maraña del pelo. Deseaba... Aquel beso le
hizo desear cosas que no tenían nombre. Aquello no estaba bien. No estaba pero que
nada bien. Ella no debería sentir eso. Aquel hombre era su enemigo. Era un pirata
degenerado que la había secuestrado y tenía intención de violarla. Ese pensamiento
proporcionó un ápice de cordura a sus dispersas emociones, por más que las manos
de PETER iban ganando en audacia, intentando descubrir lugares que ningún
hombre tenía derecho a tocar. Ella sabía que tenía que hacer algo, lo que fuera, para
romper el hechizo que aquel hombre ejercía sobre ella antes de quedar totalmente a
su merced.
¡El puñal!
Se llevó la mano al bolsillo, extrajo la pequeña arma y la blandió hacia arriba,
apretándola contra un punto vulnerable del cuello de PETER. Él dejó caer las
manos, interrumpiendo bruscamente el beso, y la miró con una especie de perversa
admiración. La pequeña beata se envolvía en su virtud como si de un sudario se
tratara.
—No me toquéis. No volváis a tocarme nunca.
Los labios de él se estiraron en una sonrisa.
—La cosa se pone complicada. ¿De dónde has sacado ese puñal?
—Es mío. Atrás, o no viviréis para ver otro día.
PETER hizo lo que pudo para no echarse a reír abiertamente. ¿Qué esperaba
ella conseguir con aquel puñal minúsculo? De un golpe de muñeca habría podido
desarmarla, hacerle daño incluso, si quisiera. No le habría costado especial esfuerzo
echarla encima de la litera, levantarle las faldas, abrirle las piernas y tomar lo que
quería. Él era enemigo de todos los españoles. ¿Por qué iba una bruja española que se
decía religiosa a ser distinta de los demás?
—Qué cruel eres, hermana LALI —se mofó de ella.
—Lo he dicho completamente en serio, Capitán.
—¿Ah, sí, de verdad? Muy bien, pues a ver qué es lo peor que eres capaz de
hacer. Córtame el cuello, si te atreves. —En los ojos de PETER había un brillo
peligroso. Cuando el puñal hizo brotar una gota de sangre, no reaccionó como ella
había esperado—. Antes de hacerlo —añadió siniestramente—, quizá deberías tener
en cuenta otra cosa: mi muerte mortificará a mis hombres hasta hacerles perder el
sentido. Querrán hacerte sufrir, y te aseguro que no será agradable.
La mano de LALI vaciló.
—¿No te resulta preferible entregarte a mí, en lugar de probar suerte con mis
marineros? Mira que son un hatajo de brutos. No creo que duraras ni una noche.
—¡Antes prefiero darme muerte!
Lo dijo con tanta saña que PETER no puso en duda ni por un instante que
tuviera valor para cumplir su amenaza. Era consciente de que había sido él el que
había dejado que el juego se les fuera de las manos. LALI no habría podido herirle
con aquella especie de palillo de dientes, pero por alguna razón inexplicable tampoco
quería que aquella pequeña beata peleona con más coraje que sentido común sufriera
ningún daño.
Un movimiento repentino, más rápido que el ojo, y LALI se encontró despojada
del puñal y encajonada en la prisión de los brazos de PETER. Las lágrimas le
escocieron en los ojos cuando se dio cuenta de lo que había pasado, pero no las dejó
derramarse.
—¿Y ahora qué, hermana LALI? ¿Dónde está ese coraje tuyo ahora?
—¡Despreciable y vil... pirata!
—Corsario, Hermana. Hay una diferencia. Yo sólo abordo y saqueo a españoles.
—¡Dejadme marchar!
—Con mucho gusto —la soltó al instante, y ella dio un traspiés antes de
rehacerse—. Vete a la cama. De pronto he perdido el interés. Pero me guardo este
juguetito tuyo, no vaya a ser que te dé por degollarme mientras estoy durmiendo.
LALI echó una mirada espantada a la litera. ¿Acaso el pirata pretendía que se
acostara junto a él? Cuando se volvió a mirarle buscando una aclaración, vio con
asombro que se había quitado la camisa de seda negra y no llevaba más que el
ajustado pantalón negro, que le ceñía los fuertes muslos y las pantorrillas, y las botas
de cuero. Palideció y apartó los ojos, pero no sin antes echar una mirada furtiva a su
pecho bronceado y a sus hombros, sobre los que se tensaban en gruesas bandas los
músculos. Y al extraño bulto que le abombaba por delante los pantalones.
—¿Piensas dormir con esa toca espantosa? —preguntó PETER, desdeñoso—.
Te aseguro que no me voy a asustar por verte la cabeza calva. Que me dé grima,
puede, pero asustarme, no.
—Prefiero no quitármela —se obstinó LALI. Si se la quitaba y desvelaba su
largo pelo, él se habría dado cuenta del engaño. Aunque las monjas normalmente no
se afeitaban la cabeza, sí que solían llevar el pelo muy corto debajo de la toca. Ella no
había hecho aún los votos definitivos, y hasta que lo hiciera le habían permitido
conservar su exuberante cascada de pelo de ébano.
—Métete en la cama —le ordenó secamente PETER. Se desató el cordón del
pantalón y se dobló para quitarse las botas.
—¿Qué vais a hacer? —en la voz de LALI vibraba una nota de pánico.
—Dormir —PETER la miró con ojos lascivos—. A menos que a ti se te ocurra
algo mejor.
—No pienso acostarme a vuestro lado —dijo ella, apretando los labios con
Él le echó una mirada feroz, y luego se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras. El suelo puede resultar algo duro después del primer par
de horas.
—Estoy acostumbrada a las penalidades. En el convento hay pocas
comodidades materiales. Llevamos una vida de austeridad y plegaria.
Él asintió, cortante.
—Por ahora puedes hacer lo que te dé la gana. Cuando requiera tu presencia en
mi lecho, ya te lo haré saber.
LALI intentaba no mirar su pecho desnudo, pero era difícil no hacerlo. Con lo
poco que ella sabía de anatomía masculina. Ajeno a su escandalizado escrutinio,
PETER se sentó al borde de la litera y se quitó los pantalones. El grito de
consternación que se le escapó a LALI le hizo volver a posar la vista en ella. Le
dedicó una sonrisa fanfarrona. Ella se dio la vuelta a toda prisa, ruborizándose hasta
la raíz del pelo. Oyó sus pasos detrás de ella, pero se negó a mirar.
Sintió un alivio enorme cuando él le tiró una manta y una almohada, que
cayeron en el suelo cerca de ella, y se volvió para atrás. Ella no quería mirarle el
cuerpo desnudo, pero cada vez que le oía moverse no podía evitar espiarle por
encima del hombro, manteniendo la vista a la altura de los pies. El se acercó
des preocupadamente a la silla y recuperó su espada.
—Esto va a estar más seguro conmigo —dijo, llevándose la espada consigo a la
litera. Se oyó un crujir de sábanas, y luego el silencio. De pronto todo se puso oscuro,
y LALI comprendió que PETER había apagado el farol que se balanceaba sobre sus
cabezas.
Continuó sin moverse, temiendo que él pudiera cambiar de opinión y requerir
su presencia en la cama. Se quedó inmóvil, atreviéndose apenas a respirar, hasta que
oyó la cadencia regular de la respiración de él y supo que estaba dormido. Sólo
entonces se envolvió en la manta y se tumbó en el duro suelo de madera.
A pesar de la almohada, con la toca puesta era casi imposible encontrar una
postura cómoda. Por debajo de la tela de hilo le picaba la cabeza, y echaba de menos
un peine para poder desenredarse el pelo. O mejor aún, unas tijeras, para cortárselo
lo más corto posible. La única concesión a la comodidad que hizo fue quitarse los
zapatos y las medias. Se quedó dormida casi de inmediato, agotada tras su encuentro
con el Diablo. Desafortunadamente, sus sueños se llenaron de imágenes del varonil
capitán, de su cuerpo desnudo exhibiéndose en toda su masculina belleza.
Sin pantalones.
Que Dios se apiadara de ella.
A PETER no le resultó fácil dormirse, a pesar de la regular cadencia de su
respiración. Permaneció despierto en la cama, fogosamente consciente de aquella
mujer que afirmaba ser monja. Ella le producía el efecto de hacerle sentirse
incómodo. Había habido muchas mujeres en su vida. El era un hombre viril, de los
que toman de las mujeres el placer sensual y el alivio sexual que ellas les
proporcionan. Había muchos puertos, y muchas mujeres. Pero ninguna era la
hermana LALI. ¿Qué era lo que tenía aquella monjita que le hacía quererla para sí?
No habría tenido más que tomarla como el cuerpo le pedía y luego olvidarse de ella
de una vez por todas. ¿Acaso no era española? No había habido español, hombre o
mujer, a quien no hubiera odiado con todas sus fuerzas.