—Hola, Mariano.
— Hola, Pablo. ¿También vienes a dar la enhorabuena?
—¿Qué? —Pablo frunció el ceño—. Oh... no, sí, sí, por supuesto. Felicidades, hermanita.
—Bueno, yo ya me iba —dijo Mariano—. Cuídate, Lali.
— Sí, Mariano. Y gracias —respondió ella.
Mariano se dirigió hacia su coche, y Lali se giró hacia Pablo.
— ¿Así que no venías a felicitarme?
Un rubor de culpabilidad tiñó las mejillas de Pablo.
—Lo siento. Me alegro por ti, aunque no estoy sorprendido. Es decir, en otro tiempo pensé que Peter y tú acabaríais juntos, pero luego él se casó con PAULA y... En fin, ya sabes.
Pero me alegro mucho por los dos, de verdad.
—¿Querías hablar de otra cosa...?
— ¡Lali! —exclamó Pablo, aferrando los brazos de ella.
—¿Qué? —Lali imité su gesto.
—He vendido mi primera novela. Sin la ayuda de papá. Ni siquiera firmé el manuscrito con mi propio nombre cuando lo envié. ¡Lali, me han ofrecido una cantidad de seis cifras por el libro y su secuela! Oh, Dios, Lali. Puedo dedicarme a escribir. ¡ Realmente puedo dedicarme a escribir! —Pablo empezó a dar saltos por el porche, y ella se echó a reír.
— ¡Me alegro mucho, Pablo! ¿Cómo se titula?
—El color de la muerte. Trata de asesinatos. —De... de asesinatos.
Pablo se ruborizó de nuevo.
—No se parece a los libros de Nicolas. El mío es mas... espeluznante. Más realista. Eh, tengo a una patóloga en la familia. Y, ahora, a un agente del FBI. — Sí, un agente del FBI — murmuré Lali.
Él sonrió.
— ¿Querrás hacerme el favor de leerlo para darme tu opinión? Tengo el manuscrito en el coche.
— Por supuesto, lo haré encantada. Pero ¿no dices que ya lo has vendido? —Aun así, quiero saber tu opinión.
— Claro.
Pablo sonrió y se acercó al coche. Luego regresó con el manuscrito.
— Sé muy bien que no es él tipo de novela que leerías normalmente. Además, soy consciente de que has tenido experiencias desagradables en tu vida. Pero necesito tu opinión. Dedicarme a escribir era mi sueño, Lali. Pero no quería aprovecharme del nombre de papá.
Lo entiendes, ¿verdad?
Ella asintió.
—Lo entiendo.
Pablo la abrazó y le posó un beso en la frente.
—Te quiero, hermanita. Muchas gracias. ¡Bueno, he de irme ya! —se giró y se apresuré hacia el coche—. ¡ Estoy deseando decírselo a papá!
—Ha salido para Cayo Hueso.
—Lo sé. Tendré que alcanzarlo. Sé dónde suele pararse a almorzar. En el restaurante Rusty Rumhouse, de Cayo Largo. Seguro que lo pillaré allí.
— ¡Conduce con cuidado!
— ¡Prometido!
Lali se despidió con la mano y volvió a entrar en la casa.
— ¡Lali! —la llamó Peggy en ese momento.
Lali solté el manuscrito en la encimera de la cocina y miró a Peggy. Tenía el auricular del teléfono en la mano.
— Hola, Pablo. ¿También vienes a dar la enhorabuena?
—¿Qué? —Pablo frunció el ceño—. Oh... no, sí, sí, por supuesto. Felicidades, hermanita.
—Bueno, yo ya me iba —dijo Mariano—. Cuídate, Lali.
— Sí, Mariano. Y gracias —respondió ella.
Mariano se dirigió hacia su coche, y Lali se giró hacia Pablo.
— ¿Así que no venías a felicitarme?
Un rubor de culpabilidad tiñó las mejillas de Pablo.
—Lo siento. Me alegro por ti, aunque no estoy sorprendido. Es decir, en otro tiempo pensé que Peter y tú acabaríais juntos, pero luego él se casó con PAULA y... En fin, ya sabes.
Pero me alegro mucho por los dos, de verdad.
—¿Querías hablar de otra cosa...?
— ¡Lali! —exclamó Pablo, aferrando los brazos de ella.
—¿Qué? —Lali imité su gesto.
—He vendido mi primera novela. Sin la ayuda de papá. Ni siquiera firmé el manuscrito con mi propio nombre cuando lo envié. ¡Lali, me han ofrecido una cantidad de seis cifras por el libro y su secuela! Oh, Dios, Lali. Puedo dedicarme a escribir. ¡ Realmente puedo dedicarme a escribir! —Pablo empezó a dar saltos por el porche, y ella se echó a reír.
— ¡Me alegro mucho, Pablo! ¿Cómo se titula?
—El color de la muerte. Trata de asesinatos. —De... de asesinatos.
Pablo se ruborizó de nuevo.
—No se parece a los libros de Nicolas. El mío es mas... espeluznante. Más realista. Eh, tengo a una patóloga en la familia. Y, ahora, a un agente del FBI. — Sí, un agente del FBI — murmuré Lali.
Él sonrió.
— ¿Querrás hacerme el favor de leerlo para darme tu opinión? Tengo el manuscrito en el coche.
— Por supuesto, lo haré encantada. Pero ¿no dices que ya lo has vendido? —Aun así, quiero saber tu opinión.
— Claro.
Pablo sonrió y se acercó al coche. Luego regresó con el manuscrito.
— Sé muy bien que no es él tipo de novela que leerías normalmente. Además, soy consciente de que has tenido experiencias desagradables en tu vida. Pero necesito tu opinión. Dedicarme a escribir era mi sueño, Lali. Pero no quería aprovecharme del nombre de papá.
Lo entiendes, ¿verdad?
Ella asintió.
—Lo entiendo.
Pablo la abrazó y le posó un beso en la frente.
—Te quiero, hermanita. Muchas gracias. ¡Bueno, he de irme ya! —se giró y se apresuré hacia el coche—. ¡ Estoy deseando decírselo a papá!
—Ha salido para Cayo Hueso.
—Lo sé. Tendré que alcanzarlo. Sé dónde suele pararse a almorzar. En el restaurante Rusty Rumhouse, de Cayo Largo. Seguro que lo pillaré allí.
— ¡Conduce con cuidado!
— ¡Prometido!
Lali se despidió con la mano y volvió a entrar en la casa.
— ¡Lali! —la llamó Peggy en ese momento.
Lali solté el manuscrito en la encimera de la cocina y miró a Peggy. Tenía el auricular del teléfono en la mano.
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