—~,Cómo? ¿Adónde iremos?
—Ya lo verás. Tú confía en mi.
—Ya no confío en nadie.
—Entonces, considéralo un secuestro y haz lo posible por disfrutarlo.
—¿Adónde nos dirigimos ahora?
—Al aeropuerto.
— ¡Al aeropuerto! Pero no puedes...
— ¡Haz el favor de callarte! Voy a llevarte a un sitio donde podrás hacer algo que siempre has deseado.
—¿Qué?
—Nadar con delfines.
— Sí, bueno, pero podríamos ir en coche hasta los Cayos, y...
— Los Cayos no están lo suficientemente lejos —dijo Peter con determinación—. Un amigo mío dirige un complejo turístico en una isla próxima a Martinica. Tardaremos un par de horas en llegar.
Una vez en el aeropuerto, Lali siguió a Peter a través de la terminal hasta una tienda, donde pudieron comprar unas camisetas, pantalones cortos, bañadores y sandalias.
— ¡Y eras tú el que insistía en que no fuera a ningún sitio sin decírselo a nadie! — le recordó Lali mientras hacían cola para pagar.
—Les he dicho a tu padre y a VICO lo que vamos a hacer.
—¿Cómo? ¿Le has dicho a mi padre que nos íbamos a pasar la noche a una isla del Caribe?
— Sí.
— ¿Cómo has podido?
—¿Y por qué no?
— ¡Pero... él no sabe nada de lo nuestro!
—Yo creo que sí. Además, da igual. Quiere que vivas, Lali. Ahí están los aseos de señoras. Ve a cambiarte, y date prisá. Nuestro vuelo saldrá pronto.
Peter ya se había cambiado cuando ella salió de los aseos. Casi sonrió al verlo con una camisa floreada de turista.
— Cállate — le advirtió él.
Subieron a bordo de un pequeño avión, y Peter se puso a leer una revista tranquilamente.
— ¡No puedo creer que me estés haciendo esto! —protestó Lali.
—Intentemos pasar una noche sin miedo ni pesadillas, ¿de acuerdo? Harry Nore vuelve a estar encerrado.
—Tú no crees que Harry haya cometido esos asesinatos.
—El hecho de que te atacara hace que parezca más probable, ¿no? Pudo haberte matado.
Lali se quedó callada. No podía olvidar los ojos de Nore mientras le gritaba, ni el brillo de la navaja mientras la amenazaba con ella.
—No podemos ausentamos durante mucho tiempo. Alegra... —murmuró Lali.
—No podemos ausentamos durante mucho tiempo o me despedirán. Aunque quizá lo preferiría — añadió Peter en tono pensativo.
—¿Qué quieres decir? Si te encanta tu trabajo.
— Sí, pero me siento cansado. Quemado. Me gustaría abrir una empresa de submarinismo. Y quizá ganar algún dinero extra haciendo investigaciones privadas.
— Después de los años que has pasado trabajando en casos increíblemente importantes, ¿quieres dedicarte a seguir a esposos infieles?
—Bueno, no exactamente. No sé, ya se verá. De momento, aún no tengo nada decidido.
El avión los llevé a Martinica, donde tomaron otro pequeño vuelo hasta el complejo turístico. Lali conoció a Gene Grant, amigo de Peter y propietario del complejo, un hombre
ya entrado en años, entrecano, que recordaba a Hemingway.
—Es un ex agente de la CIA —le murmuré Peter a Lali.
—Ya lo verás. Tú confía en mi.
—Ya no confío en nadie.
—Entonces, considéralo un secuestro y haz lo posible por disfrutarlo.
—¿Adónde nos dirigimos ahora?
—Al aeropuerto.
— ¡Al aeropuerto! Pero no puedes...
— ¡Haz el favor de callarte! Voy a llevarte a un sitio donde podrás hacer algo que siempre has deseado.
—¿Qué?
—Nadar con delfines.
— Sí, bueno, pero podríamos ir en coche hasta los Cayos, y...
— Los Cayos no están lo suficientemente lejos —dijo Peter con determinación—. Un amigo mío dirige un complejo turístico en una isla próxima a Martinica. Tardaremos un par de horas en llegar.
Una vez en el aeropuerto, Lali siguió a Peter a través de la terminal hasta una tienda, donde pudieron comprar unas camisetas, pantalones cortos, bañadores y sandalias.
— ¡Y eras tú el que insistía en que no fuera a ningún sitio sin decírselo a nadie! — le recordó Lali mientras hacían cola para pagar.
—Les he dicho a tu padre y a VICO lo que vamos a hacer.
—¿Cómo? ¿Le has dicho a mi padre que nos íbamos a pasar la noche a una isla del Caribe?
— Sí.
— ¿Cómo has podido?
—¿Y por qué no?
— ¡Pero... él no sabe nada de lo nuestro!
—Yo creo que sí. Además, da igual. Quiere que vivas, Lali. Ahí están los aseos de señoras. Ve a cambiarte, y date prisá. Nuestro vuelo saldrá pronto.
Peter ya se había cambiado cuando ella salió de los aseos. Casi sonrió al verlo con una camisa floreada de turista.
— Cállate — le advirtió él.
Subieron a bordo de un pequeño avión, y Peter se puso a leer una revista tranquilamente.
— ¡No puedo creer que me estés haciendo esto! —protestó Lali.
—Intentemos pasar una noche sin miedo ni pesadillas, ¿de acuerdo? Harry Nore vuelve a estar encerrado.
—Tú no crees que Harry haya cometido esos asesinatos.
—El hecho de que te atacara hace que parezca más probable, ¿no? Pudo haberte matado.
Lali se quedó callada. No podía olvidar los ojos de Nore mientras le gritaba, ni el brillo de la navaja mientras la amenazaba con ella.
—No podemos ausentamos durante mucho tiempo. Alegra... —murmuró Lali.
—No podemos ausentamos durante mucho tiempo o me despedirán. Aunque quizá lo preferiría — añadió Peter en tono pensativo.
—¿Qué quieres decir? Si te encanta tu trabajo.
— Sí, pero me siento cansado. Quemado. Me gustaría abrir una empresa de submarinismo. Y quizá ganar algún dinero extra haciendo investigaciones privadas.
— Después de los años que has pasado trabajando en casos increíblemente importantes, ¿quieres dedicarte a seguir a esposos infieles?
—Bueno, no exactamente. No sé, ya se verá. De momento, aún no tengo nada decidido.
El avión los llevé a Martinica, donde tomaron otro pequeño vuelo hasta el complejo turístico. Lali conoció a Gene Grant, amigo de Peter y propietario del complejo, un hombre
ya entrado en años, entrecano, que recordaba a Hemingway.
—Es un ex agente de la CIA —le murmuré Peter a Lali.
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