domingo, 3 de julio de 2016

CAPITULO 78

  Llegaron a la galería a eso de las doce. El trabajo de Lali consistió en mantener a los artistas locales, las verdaderas estrellas del evento, calmados. Algunos de ellos tuvieron que ingerir toneladas de cafeína; otros simplemente optaron por descorchar las botellas de champán antes de lo previsto. Mariano estaba encantado de que Lali hubiese llegado tan temprano con Peter. Tras zafarse de la multitud que lo rodeaba, le tomó ambas manos y se retiné un poco para contemplarla. 
— ¡Maravillosa! Te comparan con tu madre. Tonterías. ¡Tú eres diez veces más bella! —le besó la mejilla—. Gracias por tu ayuda. Tu padre está allí — volvió a mirarla apreciativamen-te—. Eres dinamita. 
Lali así lo esperaba. Se había puesto un vestido espectacular, de seda negra, que contrastaba con el color de su cabello. 
—Gracias —le dijo a Mariano. 
— ¡Tú también estás muy guapo, hijo! —dijo Mariano a Peter. 
No estaba simplemente guapo. Estaba impresionante, con su camisa negra, su chaqueta de raya diplomática y sus pantalones beige. 
— ¡Ah, papá! —murmuré. 
—Basta. ¡A trabajar! —les dijo Mariano. 
A las cinco, Lali se sentía exhausta, de modo que se derrumbé en uno de los sillones alineados contra la pared. VICO D ALESSANDRO estaba cerca, escuchando pacientemente mientras uno de los artistas explicaba el «surrealismo» de su obra. Nico y Rocio, por su parte, contemplaban un hermoso paisaje marítimo. Lali frunció el ceño. Estaba preocupada por su hermana. Rocio parecía nerviosa. Miraba continuamente por encima de su hombro, como si esperase ver... ¿qué? 
— ¡Con cuidado! ¡Con cuidado! —oyó Lali decir de repente. 
Se giró para ver cómo Gas, Pablo y Peter alzaban cuidadosamente una escultura metálica de una diosa en un jardín. El artista y el comprador les daban instrucciones preocupadamente, igual que Mariano. La escena, se dijo Lali, no tenía precio. 
Se levantó y caminó hasta la entrada de la galería para observar cómo cargaban la estatua en la furgoneta de su nuevo propietario. Luego se recosté en la puerta y cerró los ojos. La galería estaba situada cerca de Cocowalk y Mayfair, dos centros comerciales muy conocidos. Seguro que a Mariano le iría bien. 
— ¡ Tú! 
Al principio, Lali no presté atención a la voz; estaba distraída, disfrutando de la brisa primaveral. 
— ¡ Tú! 
Entonces, Lali se giró... y se quedé mirando, atónita e incrédula. 
Allí estaba Harry Nore. Con los ojos saltones, el pelo desgreñado y la cara cubierta de una desaliñada barba. Parecía igual de loco que años atrás, cuando habló jactanciosamente ante las cámaras tras la muerte de Lainie. A pesar del calor, llevaba puesta una vieja trinchera que había sido beige en otro tiempo. Y señalaba a Madison... con la hoja de una navaja de resorte. 
— ¡ Tú! ¡ Diablesa, furcia, engendro de Satanás, seductora de inocentes! ¡ Has vuelto de las mismísimas entrañas del infierno! ¡ Has vuelto de la tumba! ¡Pero Satanás te llevará de nuevo al infierno y arderás! ¡ Arderás! 
Aquello último fue un alarido y, mientras lo profería, Nore se precipité hacia Lali. Ella saltó hacia atrás, golpeándose con el marco de 
la puerta. Nore atacó de nuevo, y Lali se vio obligada a retroceder aún más. Oyó un crujido. Se había estrellado con el escaparate principal de la galería, estaba perdiendo pie e iba a caer al suelo.
No obstante, mientras alzaba los ojos hacia las facciones horriblemente retorcidas de Nore, tan cerca que podía incluso contar sus dientes podridos, oyó otro fuerte golpe.  

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