miércoles, 6 de julio de 2016

CAPITULO 87

  — Es tu hermana, Rocio. 
—Gracias —dijo Lali tomando el auricular—. Hola, Rocio. 
— ¡ Qué estupendo! Así que te escapaste para casarte con nuestro hermano mayor. 
—No es nuestro hermano, Rocio. 
Rocio solté una risita. 
—Pues claro que no, tonta. Te llamaba para decirte que estoy entusiasmada con la noticia. 
Sois perfectos el uno para el otro. 
—Gracias —respondió Lali. De pronto, el teléfono emitió la señal de llamada en espera—. Espera un momento, Rocio. Tengo otra llamada, no cuelgues — apreté la tecla correspondiente—. ¿Diga? 
— ¡Lali! 
— ¡Hola, Gas! —respondió Lali, meneando la cabeza sorprendida. 
— Solo llamaba para felicitaros a ti y a mi hermanito. ¿Dónde está, por cierto? 
—Trabajando. No tengo ni idea de dónde. 
—¡Qué tarugo! Se casa con la mujer del siglo y se larga a trabajar. Tendré que hablar con ese chico.
Ella sonrió. 
— No pasa nada, Gas. Ya recuperaremos el tiempo perdido. 
— Seguro que sí. Solo quería desearos lo mejor. 
—Gracias. Le diré que has llamado. Sé que lamentará no haber podido hablar contigo. — Seguro. Adiós, chica, cuídate. 
—Lo mismo digo —Lali recuperé la llamada de Rocio—. ¿Rocio? 
—Aquí estoy. 
—Era Gas. 
—Para desearos suerte. 
— Sí. 
—Bueno, pues igual que yo. ¡Dios, me alegro tanto por vosotros! Escucha, he de ir a recoger a Justin del colegio. ¿Quieres que, de camino, recoja a Alegra? Puedes venir a buscarla aquí y así podremos charlar tranquilamente. 
—Me parece una idea estupenda —respondió Lali. 
Billy Decker, el dibujante de la policía, era un hombre afable y con talento. Pero Bitsy lo estaba volviendo loco. 
—Lo siento, señorita. ¿Tenía la nariz recta o achatada? Ya la hemos dibujado de ambas maneras —dijo. 
—¡No lo sé, no lo sé! —exclamó Bitsy—. Hace un momento se parecia... 
—Quizá debería empezar desde el principio. 
—¿Sabe qué le digo? —Peter sonrió a Bitsy—. Tal vez debería intentarlo yo. Mi padre es pintor y dibujante, y he heredado algo de su talento. ¿Te parece, Bill? 
Bill alzó ambas manos, agradecido. 
—Pero quédate cerca y échame una mano, ¿de acuerdo? —le sugirió Peter. Luego empezó a dibujar, sonriendo a Bitsy—. Desde el principio. La forma de la cara, ¿qué tal voy? ¿Ovalada en esta parte, la frente más ancha? ¿Y la boca...? 
—Carnosa, labios muy sexys —dijo Bitsy—. Recuerdo que pensé que era un tipo muy guapo que trataba de llevar un ridículo disfraz... ¡ Sí, así, la boca está perfecta! Y la nariz.., recta. 
Bitsy siguió hablando. Y Peter continué dibujando, definiendo los contornos, puliendo detalles. 
En un momento determinado del proceso, empezó a experimentar una sensación de inquietud. Un súbito frío. El retrato que estaba dibujando era algo más que una cara. Era una 
personalidad que cobraba cuerpo poco a poco. No tenía sentido. 
—No —murmuré—. Dios mío, no. 
— ¡ Sí, sí, es idéntico! Absolutamente idéntico. 
Peter miró a Jake Ramone. 
—¿Dónde está VICO D ALESSANDRO? Necesito hablar con él ahora mismo. Déjalo, no importa — sacó su teléfono móvil y marcó el número de Lali. Respondió Peggy—. Ponme con Lali, Peggy. 
—Ha ido a casa de su hermana, señor Lanzani. 
—¿De qué hermana? 
—Oh, pues no estoy segura. Simplemente dijo que iba a casa de su hermana. 
— ¡ Si vuelve a casa, dígale que no se mueva de ahí! —Peter se levanté bruscamente, casi volcando la silla—. Jake, intenta localizar a VICO. Yo me voy en busca de mi esposa. Tienes que solicitar una orden de búsqueda y captura inmediatamente. Creo que empezará a desmoronarse muy pronto, a perder el control. Oh, Dios. 
—¿Quién es? —inquirió Jake, sorprendido por su vehemencia. 
Peter titubeé brevemente, sintiendo como si un cuchillo le perforase el corazón. 
Luego le dio a Jake el nombre. 

Rocio salió de la casa con Anthony en brazos y Shelley correteando a su lado. Acababa de instalar a los pequeños en los asientos de la minifurgoneta, cuando un coche se detuvo tras ella, cerrándole el paso. 
Con el corazón algo acelerado, vio cómo Darryl se apeaba de su Lincoln y se acercaba. —Hola, Rocio. ¿Has visto ya a los recién casados? 
Ella meneé la cabeza. 
—Lali vendrá dentro de un rato. Precisamente voy a recoger a Justin y a Alegra. —Pues me alegro de haber llegado á tiempo. Yo recogeré a Alegra. —Pero Lali ha quedado en venir aquí por ella. 
—La traeré después de invitarla a un helado. No te preocupes. 
— Pero... 
—¿Qué te pasa, Rocio? Es mi hija. Yo iré a recogerla y la traeré luego — molesto, Darryl regresó a su coche. Rocio se subió en la minifurgoneta, para ir a recoger a Justin, y se preguntó por qué sentía aquella extraña inquietud. 
Se estremeció. 
—¿Qué pasa, mami? —inquirió Shelley. 
—Nada, cariño, nada. 
Se puso en marcha. 
Ya en el colegio de Justin, Rocio dejó a los pequeños en sus asientos y se alejó unos metros del vehículo para esperar a Justin. El niño le dirigió una amplia sonrisa. Rocio se la devolvió. Dios, cuánto amaba a sus hijos. Tenía suerte, y había estado a punto de tirarlo todo por la borda. 
— ¡Hola, chaval! —saludó a Justin, revolviéndole el cabello—. ¿Cómo te ha ido hoy? 
— ¡ Bien! — respondió él mientras se acomodaba en el asiento de atrás. 
Rocio condujo de vuelta a su casa y se apeó del vehículo. 
—Justin, vigila un momento a tus hermanos mientras voy a abrir la puerta — pidió a su hijo 
mientras caminaba hacia la casa—. ¡ Maldición!—musitó entonces. Había olvidado comprar leche. Y tampoco tenía galletas para la merienda. Se dio media vuelta y regresó al coche. 
Justin se estaba riendo por lo bajo. 
—¿Qué ocurre? —le pregunté Rocio. 
— ¡Nada! 
—Bueno, vamos a acercarnos un momento al supermercado — mientras ella se deslizaba detrás del volante, los niños se echaron a reír otra vez—. ¿Por qué os reís? —inquirió poniendo el motor en marcha. 
Se giró y lo vio por sí misma. 
Al principio, no se asusté. Sintió solo perplejidad. 
Luego la embargó el pánico. 
Mientras se dirigía a casa de Rocio, una sensación de inquietud y de urgencia empezó a atormentar a Lali. Se dijo que no debía asustarse. Sacó el móvil del bolso y marcó el número de Rocio. El sonido del contestador automático la consterné. Y su consternación aumentó cuando oyó un súbito zumbido de advertencia. 
Miró de soslayo el teléfono y solté un taco. Se estaban agotando las pilas. 
Arrojó el teléfono en el asiento del pasajero, furiosa, cada vez más alarmada. 
Se hallaba, quizá, a dos manzanas de la casa de Rocio cuando oyó, o percibió, una voz burlona. 
«~,Qué puede ser peor que temer por tu propia vida? ¿Quizá temer por la vida de tus hijos?» 
La voz era tan real, tan nítida, que Lali se sobresaltó. Se detuvo en el arcén de la carretera, pisando el freno y mirando a su alrededor. 
Estaba sola. Completamente sola. 
Con una creciente sensación de pánico, volvió a ponerse en camino, pisando a fondo el acelerador mientras tomaba la curva hacia la casa de Rocio. 
Vio la minifurgoneta de su hermana delante de ella, a punto de desviarse por una carretera que llevaba a la entrada de la autopista. 
— ¡Rocio! —gritó Lali por la ventanilla. Sabía que era inútil. 
La minifurgoneta ni siquiera aminoré la velocidad. De hecho, Rocio conducía como una loca. Lali la siguió. Dejaron atrás el barrio residencial y no tardaron en enfilar la autopista. Lali zigzagueé por entre los coches para no perderla de vista, conduciendo más temerariameiite que nunca en su vida. No podía creer que Rocio se expusiera a tal peligro con los niños en el vehículo. 
Entonces, lo comprendió. Oyó la voz de nuevo. 
«~,Qué puede ser peor que temer por tu propia vida? ¿Quizá temer por la vida de tus hijos?» Lo había visto en sus sueños. 
Lali supo entonces que se dirigían hacia la carretera de Tamiami, al interior de los Everglades. 
Nico se hallaba de pie en el camino de entrada, rascándose el mentón, cuando Peter detuvo el coche bruscamente, con un chirriar de frenos. 
—¿Dónde están las chicas? 
—No lo sé. ¿No iba a venir Lali? Ni siquiera sé dónde está Rocio. Hoy he llegado más temprano. Creí que podríamos tomar algo con vosotros esta noche. Pero a saber dónde se habrá metido esta mujer. 
Peter se quedé mirándolo mientras marcaba el número de Cande. Le respondió el contestador. Maldiciendo, se recosté en el coche. 
—Eh, Peter, ¿qué te pasa, hombre? ¿Quieres una cerveza? ¿Puedo hacer algo? 
— Sí, sube en el coche conmigo.  

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