martes, 5 de julio de 2016

CAPITULO 84

  Asesino la observaba. 
Enfurecido. 
Allí estaba ella, sonriéndole a otro hombre. Riéndose. 
Se había apoyado en él, había hecho que la deseara, que la quisiera, pero tan solo se había estado burlando. 
Como la otra. La que había dicho tenerle afecto y, sin embargo, pretendió decir la verdad sobre él. La otra. Gimena. Con su cabello rubia y su radiante sonrisa. Su belleza ocultaba un corazón de hielo. ¡Dios, había sido bella como una rosa! Pero sus espinas eran peligrosas. 
Mortíferas. Podían perforar la carne, llegar hasta el corazón, arrancar sangre... Y ahora... 
Esta. 
Podían haber sido felices. Ella podía haber aplacado todo el dolor y la furia de su corazón. Él habría cuidado bien de sus hijos. Les caía bien a los niños, desde siempre. Ella podía haberlo amado, pero no era más que otra puta rubia en celo, como la otra. Había preferido no amarlo. Quizá le daría otra oportunidad. La obligaría a verlo, a estar con él, para que comprendiese todo lo que él podía darle. Quizá... 
Crispó los puños en los costados y se dio media vuelta. Después se subió en su coche y empezó a conducir. Sin rumbo. 
Se encontró en la calle setenta y nueve La «guarida de las rameras», como le gustaba decir. Se fijé en una chica en particular. La puta se había teñido el pelo de un extravagante color rubio platino. No era el cabello rubio que a él le gustaba, pero daba igual. Aquella noche, daba igual. 
Recogió a la chica y le pagó. 
En una habitación de un hotel barato del centro, le dio una paliza. 
Y le rebanó la garganta. 
Resultó que su cabello extravagante era una peluca. Él se echó a reír. Había cometido un error. 
No, ella había cometido un error. 
Decidió irse, sin más. No dejaría su firma en ella. Que la policía creyera que aquel asesinato había sido obra de un proxeneta avaricioso. 
Asesino se alejó en su coche, riéndose. 
Una peluca. Una puñetera peluca. Mala suerte, amiga. 
El sueño pareció deslizarse sigilosamente sobre Lali. Primero surgió una neblina, y luego la neblina empezó a aclararse y ella oyó voces. Una discusión. 
Al principio pensó que de nuevo era una niña y que se encontraba en la enorme casa de Mariano Lanzani, en el Grove, donde había muerto su madre. Parecía oír la voz de Gimena, discutiendo. Luego comprendió que aquella voz era muy distinta. Ronca. También se oía una voz masculina. Profunda. Gutural. Ella la conocía. 
No la conocía. 
—Amame. Hazlo, ámame. Lo prometiste, puta. Me sonreíste, dijiste que... —No, no, yo no... 
—Lo harás. Ahora quédate quieta. Quédate quieta y susúrrame que me amas, que me harás el amor. No querrás que los niños se disgusten, ¿verdad? 
Hubo un silencio. Un largo silencio. Luego un jadeo de angustia. 
—Haré lo que quieras. Pero no lastimes a los niños. Por favor... 
— ¡ Solo quiero que me ames! 
Lali se despertó sobresaltada. Estaba temblando. Aquel sueño no tenía ningún sentido para ella. Prorrumpió en lágrimas. 
— ¿Lali? 
Ella abrió los ojos. Peter había entrado en la habitación, en bata. 
— ¡ Oh, Peter! — gimió Lali, abrazándolo—. ¡Estoy tan harta de los sueños! No sé lo que significan, ni sé qué puedo hacer para ayudar. Percibo que alguien cercano corre un grave peligro, pero no sé cómo evitarlo... 
—Se acabará, Lali. Todo se acabara. Atraparemos a ese tipo —le prometió Peter. Luego la recosté sobre la almohada—. ¿Quieres que me quede contigo? —inquirió con voz ronca; los brazos de Lali aún lo rodeaban. Ella asintió. 
Peter le tomó la mano y le besó la palma. Luego la atrajo hacia su pecho y la arrastró lentamente hacia abajo, hacia su palpitante erección. Finalmente, se levantó para quitarse la bata. Sin dejar de mirarla a los ojos, la alzó ligeramente para poder quitarle el camisón, le separé los muslos y froté con su hinchado miembro el sexo de ella. A continuación, la poseyó, sin despegar los ojos de los suyos, besándola, hasta que ambos alcanzaron juntos el éxtasis. 
Lali permaneció tendida junto a Peter en silencio durante largo rato, abrumada por las sensaciones que podía hacerle sentir. Luego se dio cuenta de que él la estaba mirando en la oscuridad de la noche. 
—~,Qué sucedió entre Darryl y tú? ¿Darryl hizo... algo malo? —inquirió Peter quedamente. 
Ella se mordió el labio un momento. 
—Nada. No hizo nada malo. Yo te quería a ti, simplemente. 
Lali se acurrucó contra Peter y se quedó dormida. Cuando estaba con él, las pesadillas permanecían lejos. 
Al día siguiente, Peter permanecía sentado en un coche de policía camuflado, en el arcén de una carretera de Cayo Largo, repasando la lista de restaurantes que acababan de pasarle. 
Jake 
Ramone, el joven agente que lo acompañaba, se aclaré la garganta. 
—Lamento que haya tantos. 
—Qué se le va a hacer. Parece que el Rusty Rumhouse es el siguiente. Probemos allí. 
El joven arrancó el coche y se pusieron otra vez en marcha. 
¡Dios, estaba siendo una mañana tediosa! A pesar de que la policía había intentado averiguar con precisión qué restaurantes ofrecían el menú que Holly Tyler había tomado antes de morir, la lista resulté ser más larga de lo que nadie había previsto. Ya habían estado en diez restaurantes, haciendo preguntas, mostrando la fotografía de Holly. 
Peter podía haber enviado a media docena de agentes en su lugar. Pero ansiaba ponerse en acción, y no se le ocurría qué más hacer. 
Incluso había ido al club de tenis de Rocio para interrogar al camarero que le había llevado 
el paquete con la ropa interior comestible. El camarero afirmó haber encontrado el paquete en la bandeja, y supuso que lo había dejado allí el encargado.  

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