martes, 29 de diciembre de 2015

CAPITULO 9

Borrón y cuenta nueva.

Ella lo divisó arreglando uno de los autos. Él siempre estaba haciendo aquello. 
¿Por qué era tan complicado el amor? ¿Por qué cambiaban las cosas? ¿Por qué simplemente no lo dejaba y listo? Él no le convenía, claro que no. ...
Pero allí estaba buscándolo de nuevo. Y no tendría que ser así, claro que no. No era ella la que tendría que tratar de arreglar todo. Era él.
Pero como siempre se encontraba buscándolo, humillándose a si misma. ¿Así de enfermo era el amor que la hacía rebajarse a olvidar todo y listo?
Respiró profundamente e ingresó del todo al taller. PETER levantó la mirada y al instante se incorporó. ¿Qué hacía ella ahí? Aun no la esperaba.
Ella notó el nerviosismo que lo invadió. ¿Acaso era porque estaba contento de verla o porque no la esperaba? Miró a su alrededor, por suerte estaban solos, por suerte no estaba el imbécil de NICO. Volvió la mirada a PETER.
—Hola, ¿no? —le dijo.
PETER abrió la boca para decirle algo, pero nada le salió. Estaba realmente nervioso, y no se sentía listo para hacerle frente.
—MERY, ¿Cómo estás? —dijo y volvió la vista al motor del auto que estaba arreglando.
MEY bajó la mirada sintiendo decepcionada. Pero sabía que aquello iba a comenzar así. PETER no era alguien muy expresivo. Sabía que era ella la que tenía que pedirle que le dijera todo lo que pensaba.
—¿Es lo único que vas a decirme, MERY? —le preguntó.
Él suspiró y dejó de arreglar el motor. No podía simplemente hacer como si nada pasara. Era un completo imbécil si creía aquello. Apretó los labios y la miró.
—No quiero perderte, MERY —le dijo —Pero no sé si quiero volver a lo mismo de siempre. Estoy cansado de eso.
Ella apoyó su bolso sobre una de las mesas y se acercó un poco más a él. Se pararon frente a frente. Ella lo observó atentamente. Tenía la cara sudaba, olor a metal y el cuello y mejillas llenos de grasa de auto. Levantó la mano para limpiar la mancha que se encontraba en su cuello. Era la más grande y por ende la que menos le gustaba. Pero entonces PETER la detuvo. Ella lo miró extrañada.
—Solo quiero limpiarte esa mancha del cuello —le dijo.
PETER acomodó la garganta y se rascó la nuca. Si ella supiera que esa mancha estaba allí a propósito, para tapar una linda marca que había adquirido la noche anterior.
—No te preocupes, luego me la lavo —dijo y tomó su mano para depositar un pequeño beso en el dorso. Ella le sonrió levemente.
—Te extraño, MERY —murmuró. Él suspiró y le tocó el rostro. Pero dejó de hacerlo para limpiarse la grasa que tenía allí —Odio que estemos así.
—¿Admites que tenemos un problema? —quiso saber él.
—Sí, lo tenemos —asintió.
—Bien, aquello es un gran paso, bebe —aseguró y le entregó una galante sonrisa.
MERY lo siguió mirando detenidamente. A pesar de que él no era un empresario o tenía estudios universitarios, a pesar de que solo era un simple mecánico… lo amaba. No se sentía orgullosa de él, no toleraba a su familia. Los LANZANI eran una patada en el hígado, y según su madre jamás podría encajar en esa familia de locos. Pero aun así amaba a ese hombre.
—¿Crees que si lo intentamos una vez más podremos lograrlo? —le preguntó ella.
PETER le iba a contestar pero se detuvo. ¿Él estaba listo para volver a intentarlo? ¿Era correcto hacer borrón y cuenta nueva? Todo el mundo le decía que MERY no era la mujer para él. Que ella en realidad no lo amaba bien.
Haber estado libre durante dos meses completo le había hecho volver a adorar su soltería. Y el episodio vivido con la morena aun más. ¿Debía contarle aquello antes de empezar de nuevo?
Sacudió la cabeza y se enfocó en mirarla. Tenía que replantearse el por qué debían intentarlo otra vez. MERY había sido primero su mejor amiga y luego su novia. Lo conocía más que nadie. En cierto modo lo amaba, de eso estaba seguro. Y para agregar era el único sentimiento que él podía asociar al amor, por ahora. Aun no había conocido algo distinto a lo que tenía con la castaña. Así que sí, seguramente eso era amor. Verdaderamente no quería perder aquello.
Se acercó a ella y la abrazó. MERY se quejó ya que él estaba todo sudado y lleno de grasa. MERY rió levemente.
—Si vamos a volver a intentarlo tendrás que acostumbrarte a que tu novio casi siempre va a estar lleno de grasa para auto —le dijo sin soltarla.
—Sí, al parecer sí —asintió ella.
MERY se alejó un poco para mirarla divertido. Luego se inclinó y la besó cortamente en los labios.
—Sabes que a pesar de todo no puedes vivir sin mí.
Ella le sonrió y lo abrazó rodeando su cintura.
—Te amo, MERY —le dijo.
El moreno la miró con ternura. Y de repente lo invadió la culpa. En su consciencia estaba la maldita lucha de decirle o no decirle. No podía decidirse. Sacudió la cabeza. Si le decía iba a arruinar todo, y de verdad no quería arruinarlo. Mejor era guardárselo.
—Yo también, bebe.
MERY alzó la cabeza y lo besó. Le rodeó el cuello con los brazos y sonrió sobre sus labios. Había hecho muy bien en ir a buscarlo. Claro que sí.
PETER jamás iba a llegar a ser lo que ella siempre había soñado. Pero era capaz de dar su vida por aquellos ojos azules.
NICO entró al taller y se detuvo al verlos allí, besándose. Negó levemente con la cabeza. Su mejor amigo sí que era un idiota. ¿De cuantas maneras iba a tener que decírselo para que lo entendiera de una vez?
MERY no era la mujer para él, no era lo que PETER necesitaba. Ella ni siquiera estaba orgullosa de todo lo que el moreno había logrado. Ni siquiera quería a su familia. Y si pudiera sacaría a PETER de allí y se lo llevaría lejos en donde no tuviera contacto con nadie además de ella.
MARIA DEL CERRO era una mujer bastante fría con respecto a los sentimientos que otras personas albergaban por PETER. No quería compartir, nada. ¡Y él aun no lo entendía!
Ingresó del todo al taller, hizo un exagerado sonido con la garganta y los ‘tortolitos’ se separaron. MERY lo miró coléricamente y soltó completamente a PETER.
—Hola, MERY —la saludó lo más cínico posible —No te esperábamos.
—Claro que tú no me esperabas, NIQUITO —ella fue igual de sarcástica —¿Cómo estás? ¿No te piso ningún auto todavía?
—MARIA… —murmuró PETER.
—Déjala hermano —le aseguró él —Perro que ladra no muerde. Deja que saque las garras. A ver si de una vez ves que no es lo que necesitas…
—¡Claro que yo soy lo que necesita! —chilló ella.
—No estoy hablando contigo, malvada bruja —le dijo —Estoy hablando con el apuesto príncipe encantado…
—¡PETER! ¿Cómo puedes permitir que me trate así?
El moreno puso los ojos en blanco y resopló. Volvió la atención al motor del auto que tenía que terminar de arreglar.
—¿Cuándo va a ser el día que dejen de pelear como dos niños? —les preguntó sin dejar de arreglar.
—¡Nunca! —contestaron los dos al unísono.
PETER volvió la vista a su trabajo mientras aquellos dos volvían a la maldita guerra sin sentido.
Entonces en su mente se vislumbró la imagen de un par de profundos y cautivadores ojos marrones, que lo miraban con deseo, con pasión. Su cuerpo volvió a sufrir ese maldito erizamiento como la primera vez que la vio.
Cerró los ojos y respiró profundamente. La sensación de que su perfume le entraba por la nariz fue muy real.
Estuvo a punto de gruñir allí mismo al recordar sus palabras.
¿Qué diablos pasaba con él? Debía olvidarse de lo que había pasado con aquella secretaria sexy como el infierno. Debía olvidarse de ella, de su cuerpo, de su voz, de su mirada, de su sonrisa, de su perfume… completamente de todo.
—PITT , mi amor —lo llamó ella sacándolo de sus malos pensamientos. Abrió los ojos para mirarla —Me voy… no soporto a tu idiota amigo.
—Lo mismo digo, malvada bruja.
—Eres tan imbécil, NICO, tan imbécil —le aseguró. Se acercó a PETER y lo besó cortamente en los labios —Te llamo en la noche para que salgamos, ¿si?
—Claro —asintió él. Vio como ella desaparecía de allí. Se giró a ver a NICO —Podrías ser un poco más… maduro.
—Sí, el día que le des una patada en el trasero a esa insoportable…

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