viernes, 9 de junio de 2017

CAOITULO 8

El domingo por la mañana, tras levantarnos y dar
de desayunar a los niños, Peter me dice que ha
quedado con Pablo y que nos vamos a pasar el día
con ellos.
Eso me pone de buen humor. Adoro a Pablo y a
Rochi y estar con ellos siempre es divertido. Flyn
intenta escaquearse. Ya no le gusta venir con
nosotros a los sitios, pero Peter no se lo permite y,
al final, mi pequeño gruñón nos acompaña a
regañadientes.
Una vez conseguimos arreglar a los niños y
cargar en el coche todo lo necesario para pasar el
día fuera con ellos, nos dirigimos felices hacia el
centro de Múnich. A la una de la tarde, Peter y yo
llegamos con nuestra tropa, incluida Pipa, a la
casa de nuestros amigos.
Con tres niños que llevamos nosotros y Sami,
la niña de ellos, ¡la revolución está asegurada!
En cuanto nos ve llegar, Sami sonríe y corre
hacia nosotros. Nos adora tanto como nosotros la
adoramos a ella y, tirándose a los brazos de mi
amor, pregunta:
—¿Me has traído un regalo, tío Peter?
Me entra la risa. Sami es tan melosona...
Peter, que es un blando con ella y nuestros
niños, mete la mano en mi bolso y, como por arte
de magia, saca un huevo Kinder.
¡Nunca faltan!
Al verlo, la niña lo coge feliz y, después, corre
tras el pequeño Peter, que ya está trasteando con
sus juguetes, mientras que Flyn se sienta en un
sillón con cara de circunstancias por no tener su
móvil para wasapear.
Pablo , mi guapo amigo, se acerca a nosotros y,
quitándome a la ceporra de Hannah de los brazos,
pregunta:
—¿Cómo está mi monstruito?
¡«Monstruito»! Pablo la llama así por lo
llorona que es.
La niña lo mira. Se plantea si llorar o no por el
apelativo, pero finalmente sonríe. ¡Olé, mi niña! Si
es que cuando sonríe es para comerse esos
mofletes regordetes que tiene, pero oh..., oh..., de
pronto arruga el entrecejo, contrae la cara y
comienza a llorar.
¡Ea..., ya estamos!
Me río. ¡No lo puedo remediar! Y Pablo
rápidamente le entrega la niña a Peter, que, al
cogerla, le sonríe amoroso.
¡Qué paciencia tiene mi amor con Hannah!
Sin duda, la tiene porque es su pequeña
morenita, porque, si no fuera su hija, estoy segura
de que huiría de ella como de la peste.
Una vez veo que la niña deja de llorar, miro a
mi buen amigo Pablo y le pregunto:
—¿Has podido solucionar lo de tu página
web? Asiente, tuerce el cuello y afirma:
—Mañana volverá a estar operativa. Pero
cuando coja a ese tal Marvel, te aseguro que me
las va a pagar. Le voy a reventar la cabeza.
Rochi, que se acerca a nosotros, mira a Flyn y
pregunta:
—Cariño, ¿tu dedo está bien? Mamá me envió
un wasap para decirme lo que te había ocurrido.
¡Qué dolor!
Flyn me mira para saber si sólo le he contado
eso o algo más. Yo no muevo ni un músculo para
admitir o desmentir, y finalmente el niño dice
enseñándole la mano:
—Sí, estoy bien.
Pablo , que observa a Flyn, murmura entonces:
—Tú y yo tenemos que hablar, jovencito. Me
he enterado de algo que no me ha gustado nada de
nada en referencia a tus notas.
Flyn resopla, me mira con ojos acusadores, y
yo respondo:
—Yo no he sido. Habrá sido tu padre.
De pronto, Sami se acerca a Pablo y murmura
con gesto de tristeza:
—Papi, me duele la tripita.
Pablo centra entonces toda su atención en la
pequeña y, en cuanto le dice dos monerías, Sami
sonríe y se marcha corriendo. Eso me hace reír.
Todavía recuerdo lo mucho que le costó
pronunciar la erre. Rochi pone los ojos en blanco
ante la guasa de su hija, le quita a Peter a nuestra
niña de los brazos para besarla.
—Prínsipe..., prínsipe..., ¡creo que te engañan
como a un tonto! —murmuro yo divertida mirando
a mi amigo.
Pablo sonríe, coge al pequeño Peter, que
corretea con una de las muñecas de Sami mientras
le tira de la cabeza para arrancársela, y pregunta:
—¿Cómo está mi Superman?
Mi bonito niño rubio de ojos azules sonríe,
cuando Sami ofendida grita:
—¡Superman, eres tonto, dame mi prinsesa!
Mi amor se acerca rápidamente hasta nuestro
Superman destrozatodo y, tras quitarle la muñeca
de Sami antes de que le arranque la cabeza, se la
devuelve a la niña y ella lo abraza con una
encantadora sonrisa.
—Gracias, tío Peter . Te quiero mucho.
—¿Más que a papi? —pregunta Pablo
mirándola.
Bueno..., bueno, lo que me faltaba por oír. Será
celosón, el papi.
La niña, que es una preciosidad, y no sólo por
lo bonita que es, sonríe con picardía. ¡Menuda
elementa es la jodía! A continuación, mira a los
dos titanes que tiene delante y responde:
—Papi, a ti te quiero mucho, mucho, mucho, y
al tío lo quiero sólo un mucho.
—Ah, bueno... —Veo que sonríe el tontuso de
Pablo .
Rochi y yo nos miramos y también sonreímos.
Vaya tela con la prinsesa. Cuando crezca,
¡miedito nos da!
Peter y Pablo sonríen con cara de tontos, pero
¿qué efectos causan los niños en ellos?
Una vez ya nos hemos besado y saludado
todos, los hombres y los niños, acompañados por
Pipa, pasan a la sala de juegos guiados por Pablo.
Sin duda alguna, allí se divertirán, ¡hay de todo!
Cuando veo que se alejan, agarro a Rochi del
brazo y le pregunto:
—¿Qué tal la cenita de anoche con los
abogados?
—Un santo coñazo.
Ambas reímos. Sin duda, venimos de mundos
muy diferentes de aquel en el que están metidas
nuestras parejas, y en ocasiones codearte con
perfectas mujercitas a las que lo único que les
interesa es ser la más guapa o la que mejor lifting
se haya hecho no es lo nuestro.
Rochi tira entonces de mí y, al llegar junto a una
mesita, levanta un cojín y me entrega unos papeles.
Su gesto me hace saber que lo que me enseña no es
algo que a mi buen amigo Pablo lo haga saltar de
alegría.
Sonrío. ¡¿Qué será?!
Con los papeles en la mano, los miro y, cuando
estoy leyéndolos, Rochi apunta:
—Recuerdas que te lo comenté, ¿verdad? ¿Qué
te parece?
Leo y murmuro:
—¡Joder!
—Sabía que dirías eso —aplaude Rochi.
Madre mía..., madre mía...
—¿Pablo ha visto esto? —pregunto. Ella
asiente con la cabeza y yo añado—: ¿Y qué ha
dicho?
Mi amiga se acomoda en el bonito sillón de
color caramelo. Mira a Pablo , que en ese instante
sale con Peter de la sala de juegos con uno de sus
cómics en la mano, y sonríe.
Uy..., uy, esa expresión irónica no me deja
entrever nada bueno. Mientras los chicos están
preparándose algo de beber en el minibar del
salón, Rocio dice:
—Lógicamente, a Pablo no le hace ni pizca de
gracia.
—¡Lo sabía!
—Es un retrógrado —gruñe ella.
—También lo sé. Es del pelaje de Peter —
afirmo divertida.
Rochi vuelve a sonreír y, tras mirar a Pablo, que
habla con mi marido, cuchichea:
—No digas nada delante de él, ya he tenido
bastante esta mañana. Se me ocurrió enseñarle los
papeles y no veas la que montó James Bond. Así
pues, por favor, te pido que no lo comentes delante
de él.—
Vale.
Rochi suspira y prosigue:
—No le hace ni pizca de gracia la posibilidad
de que pueda trabajar como escolta para el
consulado de Estados Unidos en Múnich.
Ambas reímos. Luego Rochi se interrumpe y
dice:—
Ay, Lali, ¿qué hago? Dame tu opinión. Está
claro que como diseñadora gráfica no me fue mal,
pero... pero yo necesito algo más.
—¿Y yo qué quieres que te diga? Eso es algo
que debes decidir tú.
—Lo sé. Pero el pesadito de Pablo no quiere
hablar de ello.
De nuevo, me río. Sin duda, Peter y Pablo se
han enamorado del estilo de mujer que nunca
pensaron.
—¿Escolta? —cuchicheo divertida.
Rochi gesticula.
—Me encanta. Eso me permitirá ser una
chulita con traje de hombre y gafas de sol.
Vuelvo a reírme. No lo puede remediar.
Rochi lo ha dejado todo por Pablo como yo en su
momento lo dejé por Peter y, aunque sé que en su
vida es feliz como lo soy yo, pregunto:
—¿Te estás planteando regresar de nuevo al
ejército?
Mi pregunta la hace sonreír. ¡La madre que la
parió!
Rochi, la dura teniente Igarzabal del ejército de
Estados Unidos, me quita los papeles de las
manos, los dobla y, guardándolos al ver que los
chicos se acercan, me susurra:
—No voy a regresar al ejército. Eso no. Pero
podría ser escolta de...
—Rochi..., es peligroso.
—Escucha, La, más peligroso que mi antiguo
trabajo, ¡imposible! Viajaré de vez en cuando y
poco más.
—¿Poco más?
Luego Rochi añade bajando la voz:
—Mi padre ha movido algunos hilos para ello,
y creo que debería aprovecharlo.
—Pero ¿puedes ser escolta? —pregunto
sorprendida.
Ella, con su chulería característica, se retira el
flequillo de los ojos y afirma con gesto encantado:
—Soy la hija del mayor Cedric Igarzabal y
exteniente del ejército estadounidense; ¡pues claro
que puedo!
Ambas nos reímos cuando oímos a nuestra
espalda la voz de Pablo, que dice:
—No me lo digáis, ¿a que sé de lo que
habláis?
Su expresión me hace saber que no le agrada la
idea, y Rocio replica mirándolo:
—No hablábamos de ello, 007.
—Mentirosa..., eres una mentirosilla —se
mofa Pablo.
Peter se sienta a mi lado y, como siempre, en su
afán protector pasa la mano alrededor de mi
cintura y me acerca a él. Lo miro..., me mira y
sonreímos cuando Pablo suelta observando a su
chica:—
¿Qué letra de la palabra «¡No!» eres incapaz
de entender?
Rochi arquea las cejas. ¡Uissss, mal rollito! Y
con un gesto que me hace saber que eso no va a
acabar bien, responde:
—Mira, muñeco, a chula tú no me ganas ni
dando un cursillo acelerado; por tanto, tranqui,
tronco, no la vayas a cagar todavía más.
Pablo parpadea. Sin lugar a dudas, ha pasado
el tiempo, pero es evidente que todavía le cuesta
adaptarse a la manera de hablar de Rochi y, cuando
veo que va a responder, ella añade:
—¿Aún no te has dado cuenta de que tú no
decides por mí?
El gesto de Pablo se descompone por
momentos.
Bueno..., bueno..., que se va a armar la
marimorena y mi marido y yo estamos en fila
preferente.
Acto seguido, Pablo responde, después lo hace
Rochi, y comienzan a lanzarse pullitas. Entonces,
Peter acerca su boca a mi oído y pregunta:
—¿Qué les ocurre a James Bond y a la novia
de Thor?
Oír esos apodos me hace sonreír; aún recuerdo
cuando ellos mismos se los llamaban y, mirando a
los ojos de mi amor, esos ojos azules que tanto me
enamoran, respondo:
—El padre de Rochi ha movido algunos hilos
para que ella pueda trabajar en el consulado
estadounidense como escolta.
Veo sorpresa en la expresión de Peter, y no me
extraño cuando lo oigo decir:
—Pequeña, si fueras tú, la respuesta sería la
misma que la de Pablo: «¡No!».
A ver..., a ver...
Si alguien debería saber el mal resultado que
tiene es, Peter Lanzani , y
antes de que me dé tiempo a responder, él añade:
—Y sería un «¡No!» inamovible.
Uisss, ¡qué risa!
No puedo evitarlo.
Sin lugar a dudas, mi risita le hace saber a mi
alemán preferido lo que pienso y, tras retirarme un
mechón de pelo de la cara, insiste:
—No lo permitiría y lo sabes, ¿verdad?
Lo miro...
Me mira...
Sonrío...
Levanta las cejas...
Y finalmente, con ese arte español que corre
por mis venas, respondo:
—Mira, Iceman, si yo fuera ella, al final haría
lo que yo quisiera. Y lo sabes. Por tanto, alégrate
de que no soy ella, o tendrías un molesto problema
de esos que te sacan de tus casillas.
Peter sonríe.
Obviamente sabe que lo que digo es cierto, así
que acerca su boca a la mía y murmura
tentándome:
—Alégrate tú de no ser ella...
Sonrío con malicia y, sin apartar su mirada de
la mía, Peter me roza con su tentadora boca.
Madre mía..., ¡qué juego más sucio!
Me chupa el labio superior, después el
inferior, y termina con un mordisquito. ¡Sigue
jugando sucio! Y, antes de besarme como sólo él
sabe, murmura:
—Tú también, te guste o no, tendrías un
molesto problema de esos que te sacan de tus
casillas.
Me apresuro a besarlo. No puedo pensar en lo
que ha dicho. Bueno, sí puedo, pero ahora no
quiero hacerlo. Sólo quiero que me bese y que me
haga sentir tan especial como siempre lo hace.
Nuestras bocas se encuentran, igual que
docenas de veces al día, cuando oímos que Pablo
nos llama. Al levantar la vista, nos encontramos a
él y a Rochi de pie.
—Si nos disculpáis unos minutitos —dice él
con gesto serio—, Rochi y yo tenemos que pasar a
mi despacho a dialogar.
—No. Ahora no —replica ella.
Al oírla, él sonríe y, mirándola, dice:
—No soy militar, pero tengo mi artillería para
convencerte.
—¡¿Ahora?! —protesta Rochi.
Convencido de ello, Pablo mira a su novia e
insiste:
—Sí, Rochi, ¡ahora!
Me entra la risa mientras veo que mi amiga
disimula la suya. Ambas sabemos muy bien lo que
va a ocurrir en ese despacho.
—Pablo —continúa Rocio —. Están los niños,
Pipa, Peter y Lali; ¿no crees que ahora no es
momento?
Pero Pablo la coge entre sus brazos, nos mira y
dice:—
Enseguida volvemos.
Peter asiente...
Yo sonrío...
Rocio pone los ojos en blanco...
Y Pablo nos guiña un ojo mientras se van.
Dos segundos después, cuando nuestros amigos
desaparecen, Peter me mira y dice divertido:
—¿Qué te parece si vamos a ver cómo están
Pipa y los niños?
Asiento mimosa, lo beso y murmuro:
—Preferiría hacer otra cosa.
—Insaciable —cuchichea él sonriendo.
—Sólo de ti —matizo al entender sus palabras.
Encantado, mi loco amor me da un pequeño
azote en el trasero y, levantándose conmigo en
brazos, dice mientras camina en dirección a la sala
de juegos:
—De momento, comportémonos como unos
padres responsables que están de visita en casa de
sus amigos y, cuando estemos solos, te haré saber
lo insaciable que soy yo de ti.
Sonrío divertida. Sin lugar a dudas, ambos
somos insaciables.

1 comentario: