martes, 13 de junio de 2017

CAPITULO 10

Salir con los niños, y más con cuatro, es siempre
una aventura, pienso agotada.
Una vez acomodo a los críos en el coche, miro
a Pipa y le pregunto:
—¿Vas bien?
La pobre, que es más buena que el pan y tiene
pinta de monja, me mira y responde:
—Sí. Gracias, Lali.
Una vez que ve que todos estamos bien, Peter,
mi chicarrón, arranca el motor del coche.
—Rocio y Pablo ya salen del garaje —digo
entonces—. Síguelos.
—¿Vamos al restaurante de Klaus? —Asiento,
y mi amor responde tocándome la rodilla—:
Entonces, tranquila, pequeña, sé llegar.
Sonrío. Soy feliz y, cuando oigo el primer
lamento de mi preciosa pero llorona niña, me
vuelvo y comienzo a cantarle eso de «Soy una taza,
una tetera, una cuchara, un cucharón»,[9] y la niña
se calla. Le encanta que le tararee esa cancioncita,
como al pequeño Peter le gusta que le cante la del
tallarín.
He pasado de escuchar a los Aerosmith a
cantar canciones a cuál más tonta, pero que a mis
hijos les gustan. ¡Para lo que he quedado!
Flyn, que podría ayudarme, pasa. Se limita a
mirar por la ventana y a ignorarnos a mí y a los
niños.
Veinte minutos después, agotada de tanta
cuchara y cucharón, cuando llegamos al restaurante
Peter aparca y, entonces, la puñetera niña se ha
dormido.
¿Quién sería la madre que la parió?
Animados, salimos del vehículo. Ir a comer al
restaurante de Klaus nos encanta a todos. Con
cuidado, cojo a la pequeña Hannah y la meto en su
cochecito mientras protesto.
—Tela con la niña, ¡nos ha salido flamenca!
Veo que Peter sonríe.
Me mira..., mira a su niña y, cuando Flyn sale
del vehículo con su hermano y Pipa corre tras
ellos, el muy tunante me dice:
—¿Cómo era la canción?... Soy un cucharón...
Ambos nos partimos. Sin lugar a dudas, ¡la
cancioncita se las trae!
Al llegar junto a Pablo, Rochi y Sami, éstos se
fijan en la niña.
—Sí —digo—, el monstruito se ha quedado
dormido.
Peter sonríe, Pablo también, y Rochi murmura:
—Pues cuando se despierte, ¡nos come por los
pies!
Volvemos a reír. Todo lo que Hannah tiene de
guapa y dormilona lo tiene de tragona y llorona y,
sin duda, cuando se despierte, como dice Mel, ¡nos
come!
Al entrar en el restaurante, Klaus nos ve y
sonríe, y Sami, que adora a su abuelo, al que llama
lelo, corre hacia él.
—Lelo..., lelo..., ya estoy aquí.
El hombre se agacha feliz y mira a la niña.
—¿Cómo está mi princesa? —dice.
La pequeña, que adora que la llamen
«princesa», se toca la corona dorada y responde:
—Bien, pero quiero agua porque tengo mucha
sed y papi ha dicho que te pidiera agüita a ti. ¿Me
das agüita?
A Klaus se le cae la baba, y rápidamente se
mueve para darle a la niña lo que quiere. Una vez
la pequeña tiene su vaso de agua, veo que Klaus
mira a mi pequeño y pregunta de nuevo:
—¿Y cómo está Superman?
A diferencia de Sami, Peter jr es más parco en
palabras. Sin duda, es un Lanzani, y
simplemente asiente con la cabeza. Al ver el gesto
de Klaus, yo me agacho divertida y aclaro:
—Eso significa que está muy bien.
El hombre sonríe e, instantes después, nos
saluda a todos. Está feliz por tenernos allí, y noto
como siempre el amor que siente hacia su hijo
Pablo y hacia Rochi, que es su ojito derecho.
Instantes después, nos dirigimos hacia la mesa
que nos tiene reservada. Pablo acerca dos tronas
para Sami y para Peter y me pregunta:
—¿Quieres otra para Hannah?
Con dulzura, observo a mi Bella Durmiente y
respondo:
—De momento, no. Dejemos que el monstruito
siga durmiendo.
Entre risas, nos sentamos mientras Pablo y Rocio
se llevan aparte a Klaus para darle la buena
noticia sobre su boda. Con curiosidad, los observo
y me emociono cuando veo al hombre abrazar a su
hijo y después a Rochi. Sin duda, la noticia le ha
gustado.
Media hora después, Hannah se despierta y,
tras varias sonrisas a cuál más bonita, comienza
con su concierto de lloros. Rápidamente Klaus se
lleva a la cocina su potito para calentarlo y, en
cuanto lo trae, casi sin respirar, Hannah se lo
come, ante la expresión de bobo de su padre.
Pero en el momento en que la comida se acaba,
la niña decide montar uno de sus numeritos y, al
final, la buena de Pipa, que ha comido mientras yo
le daba de comer al monstruito, para que el resto
podamos tener un rato de paz, mete a la pequeña
en el cochecito y sale del restaurante a dar un
paseo. Flyn se va con ella. Nuestra compañía lo
aburre.
Cuando sale del restaurante, veo que Rochi mira
a Pablo y le pregunta:
—¿De verdad que la monstruito no te quita las
ganas de tener niños?
—Eh..., cuidadito con lo que dices de mi niña
—se mofa Peter.
Su chico responde entonces con una
encantadora sonrisa:
—Cielo... —y, señalando a mi pequeñín,
afirma—: Ellos tienen un Superman y yo quiero un
Spiderman. Un pequeño Peter Martinez Igarzabal.
Rochi pone los ojos en blanco y yo me río. No lo
puedo remediar.
De pronto, suenan sendos mensajes en los
móviles de Peter y de Pablo. Mi marido echa un
vistazo y luego comenta:
—Alfred y Maggie nos informan de que están
organizando una fiesta privada en el palacete de
campo que tienen cerca de Oberammergau.
—Sí —afirma Pablo dejando el móvil—. Yo
también lo acabo de recibir.
—¿Oberammergau es ese pueblo que parece
de cuento? — pregunto, y Peter asiente.
Al oírme, Rochi se interesa, y yo le explico que
Peter y yo estuvimos pasando un fin de semana en
ese increíble sitio. Mi amiga se sorprende cuando
le digo que allí vi la casa de Caperucita Roja y de
Hansel y Gretel.
Pablo sonríe entonces y murmura mirando a su
chica:—
Mmm..., de Caperucita Roja estarías
tentadora, teniente.
Los cuatro reímos cuando Rocio, que nunca ha
asistido a una de esas lujuriosas y privadas fiestas,
pregunta:
—¿Quiénes son Maggie y Alfred?
Yo sonrío. Todavía recuerdo la primera vez
que oí hablar de ellos. Estábamos en Zahara de los
Atunes, en la preciosa casa de Euge y Nico
Miro a mi amiga y respondo mientras toco el
anillo que Peter me regaló:
—Son una pareja muy simpática que cada
equis tiempo organizan fiestas temáticas muy
privadas.
—¿Temáticas? —pregunta curiosa Rochi.
Peter y Pablo sonríen.
—Llevaban casi dos años sin organizar nada
por una enfermedad de Alfred —explica mi amor
—, pero al parecer ya está repuesto y tienen ganas
de fiesta.
—Cuánto me alegro de que Alfred esté mejor
—asiento.
Rochi nos mira a la espera de que alguno cuente
algo más, y finalmente digo:
—Yo sólo he asistido a dos fiestas organizadas
por ellos. En la última, la temática era la
prehistoria, pero la primera vez que fui a una de
sus fiestas había que ir vestidos de los locos años
veinte. Fuimos con Euge y Nico. Ellos parecían
gánsteres, ¡y nosotras flappers!
Rochi sonríe, sabe lo que es una flapper, y Pablo
dice:—En esa fiesta fue cuando te conocí.
Peter asiente...
Pablo sonríe...
Recordar aquella primera vez y lo que ocurrió
con Peter y Pablo en aquel lugar aún me acalora y,
sonriendo, digo al ver que nadie puede oírnos:
—Sin lugar a dudas, esa fiesta marcó un antes
y un después en el sexo para mí; la recuerdo como
algo muy especial. Sólo pensarlo me excita.
Pablo sonríe.
Peter también. ¡Qué bribones! Y Rochi, al
entender sus sonrisitas, sin pizca de celos, me
pregunta:
—¿Antes de esa fiesta no habías hecho nada
de... nada?
Ahora la que sonríe soy yo.
—Días antes tuve mi primera experiencia con
Euge y Nico en su casa —respondo—, y
anteriormente a eso, Peter, este listillo rubio que
ahora ríe y mira al techo, me engañó en un hotel de
Madrid. Me tapó los ojos, puso una cámara a
grabar y me hizo creer que era él quien jugaba
conmigo, cuando quien lo hacía en realidad era
Euge.—
¡No me digas! —exclama Rochi.
Recordar aquellos momentos juntos me hace
reír, y añado:
—Ni te cuento lo furiosa que me puse cuando
vi lo grabado. ¡Quería matarlo!
De nuevo, Peter sonríe y, acercándose a mí,
dice:—
Pero cuéntalo bien, cariño. Antes de eso, yo
te pregunté si estabas preparada para jugar a lo
que yo quería y dijiste que sí. —Resoplo
divertida, ¡claro que lo recuerdo!—. Segundos
después, insistí en mi pregunta y volviste a
acceder con el único matiz de que no querías sado.
—¡Menudo tramposo! —ríe Rochi.
—No fue tramposo, él preguntó —afirma
Pablo.
Al oír eso, resoplo de nuevo. Pero para
hacerles entender de una vez por todas el enfado
que sentí en aquel instante, los miro y señalo:
—Vale, tenéis razón, él lo preguntó. Pero
imaginad que el día de mañana Hannah o Sami,
vuestras preciosas niñas, conocen a unos tipos y se
ven en mi misma situación. ¿Qué pensarías
vosotros?
—Lo mato —sentencia mi alemán.
—Le arranco la cabeza —afirma Poli.
Rocio y yo nos miramos y nos carcajeamos por
sus contestaciones primitivas, mientras ellos nos
observan muy serios. Mi ejemplo no les ha gustado
nada ,pero insisto:
—¿Y por qué los mataríais o les arrancaríais
la cabeza? Si ellos también les han preguntado a
ellas lo mismo que Peter me preguntó a mí... Ellos
podrían decir lo mismo que has alegado tú y...
—Bueno..., bueno... —me corta mi amor
cogiendo al pequeño Peter en brazos con seriedad
—. Cambiemos de tema.
—Sí, mejor —afirma Pablo colocándole la
coronita de nuevo a su niña.
—Qué diferente se ve todo cuando uno es el
papaíto, ¿verdad, machotes? —se mofaRocio,
haciéndome reír. Luego añade—: Pues, os guste o
no, el día de mañana vuestras niñas, que son
nuestras también, disfrutarán libremente del sexo
como hacemos nosotros, y espero que lo disfruten
mucho..., mucho..., mucho.
Ellos se miran. No hablan. Sin duda, no
quieren ni plantearse lo que Rochi está diciendo.
Sorprendida por sus reacciones, los miro y
sonrío sabiendo que ese ejemplo, al fin, les ha
hecho entender lo que en otros momentos nunca
entendieron. Sin lugar a dudas, Peter me preguntó,
pero no fue concreto en su pregunta y, aunque la
experiencia la repetiría mil veces, ver lo que había
grabado aquel día me dejó sin saber ni qué pensar.
Sin embargo, como no quiero machacar más
sus mentes de machotes posesivos, cambio de
tema:—
¿Habéis hablado con Dexter?
Pablo asiente y, tras beber de su cerveza, dice:
—Ayer justamente hablé con él y me confirmó
que el bautizo es dentro de dos semanas. Verás
cuando se entere de nuestra boda.
Todos sonreímos, y entonces Rochi murmura
para hacer rabiar a Pablo:
—¡México! Qué ganas de ir.
—¿México? ¿Y nuestra boda qué? —protesta
él, que, al verla sonreír, cuchichea—: Eres muy
traviesa, y lo vas a pagar.
Cada vez que recuerdo mi luna de miel allí, no
puedo dejar de sonreír. Riviera Maya. Hotel
Mezzanine. Peter y yo. Uf..., qué momentos y qué
bien lo pasé. Lo que daría por volver a estar allí.
Pero en esta ocasión el viaje será por otro
acontecimiento, y solos, lo que se dice solos, no
estaremos.
Dexter y Graciela han sido padres. Ante la
imposibilidad de él para tener hijos, buscaron un
banco de semen y, meses después, el resultado ha
sido la llegada de Gabriel y Nadia, unos preciosos
mellizos.
—No quiero ni imaginarme cómo estarán
Dexter y Graciela con los bebés.
—Te lo digo yo —responde riendo Pablo —.
¡Agotados!
Peter sonríe, yo le guiño un ojo con
complicidad y, sin dudarlo, me acerca a él y lo
beso. Nunca desaprovecho un momento feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario