miércoles, 21 de junio de 2017

Capítulo 14


He dicho que no quiero hablar de ello.
Rochi se desesperó al oír la contestación de
Pablo.
Desde que había regresado del consulado,
había intentado dialogar con él mil veces acerca
de lo que había hablado con el comandante
Lodwud, pero él no la había dejado y se había
cerrado en banda. Sin embargo, dispuesta a que lo
escuchara, insistió:
—Luego dices que la cabezota soy yo, pero
¡joder! Quiero decirte que vi a Lodwud en el
consulado y...
—No me hables de ese tipo, por favor —siseó
Pablo  furioso.
Recordar las cosas que Rochi  le había
comentado que practicaba con él no le hacía ni
pizca de gracia.
—Pero, vamos a ver —dijo ella entonces—,
¿desde cuándo no podemos hablar tú y yo?
—Desde que hablas de algo que no me interesa
y, si encima aparece el nombre de ese tipo, ya...
—Pablo ..., pero ¿qué estás diciendo? Lodwud
es pasado, como otras mujeres son pasado para ti.
—Mira, Rochi..., déjalo.
Enfadada por su cabezonería, ella lo miró e
insistió:
—De verdad, ¿tan difícil es escuchar lo que
tengo que contarte?
Pablo, que se arreglaba la corbata mirándose
al espejo, asintió.
—No es una cuestión de que sea fácil o difícil,
simplemente es que no quiero escucharte. No estoy
de acuerdo con ese maldito trabajo y no lo voy a
estar. Ahora bien, si quieres poner fecha para la
boda, estaré encantado de marcar ese día en mi
agenda.
Rochi  resopló y Pablo, al ver el gesto tosco de
ella, sentenció:
—Vale. No hablaremos de fechas ni de bodas,
y ahora, como sueles hacer siempre muy bien
solita, decide lo que quieres hacer, pero luego no
te quejes.
—¿Que no me queje de qué?
El abogado cerró los ojos. En ocasiones, Rochi
era peor que un mal sueño.
—De que las cosas puedan dejar de ir bien
entre tú y yo —siseó mirándola fijamente.
—Pero ¿de qué hablas?
—Mira, Rochi, ¡ya basta!
Esa respuesta era lo último que ella quería
escuchar.
Nunca, en todo el tiempo que llevaban juntos,
le había hablado de ese modo y, cuando se
disponía a replicar, Sami entró corriendo y se echó
en brazos de Pablo.
—Papi, ¿me llevas al cole?
Pablo, al que se le encogía de amor el corazón
cada vez que la niña lo llamaba «papi», sonrió y,
dulcificando su voz, dijo tras darle un beso:
—Hoy no puedo, princesa. Mamá te llevará.
—Pues te tocaba a ti hoy —gruñó Rocio.
Él la miró y replicó:
—Pues no puedo.
La cría los miró a uno y a otro. Pocas veces
los veía en aquella actitud. Luego, observando a
Pablo, preguntó:
—Papi, ¿estás enfadado?
El abogado sonrió y besó el cuello de la
pequeña.
—¿Y por qué iba a estar enfadado? —dijo.
Sami miró entonces a su madre, que le sonreía,
y respondió:
—Porque estás discutiendo con mamá; ¿ya no
la quieres?
—Sami... —murmuró Rocio.
Al ver el rostro de la mujer a la que amaba,
Pablo  se acercó a ella con la niña en brazos y,
abrazándola con su mano libre, dijo:
—A mamá la quiero con locura tanto como te
quiero a ti y, aunque discutamos, mi amor, no dejo
de quererla; ¿entendido, renacuajo?
La pequeña asintió y, tras ver juntos a sus
padres como ella quería, se bajó de los brazos de
él y corrió hacia su habitación al tiempo que
gritaba:
—¡Entonces daos un beso mientras yo voy a
por la diadema!
Una vez desapareció la niña, Pablo y Rocio, que
estaban el uno al lado de la otra, se miraron.
Tenían mil cosas que decirse y reprocharse, pero
él, cansado del malestar ocasionado, la abrazó, la
acercó a su cuerpo y susurró:
—Siento haberte hablado así.
—Yo también lo siento —afirmó Rochi.
Consciente de que ninguno de los dos quería
estar mal, Pablo  claudicó y, sin soltar a la morena
que lo volvía loco, murmuró con mimo:
—Sami quiere que te dé un beso y yo también
quiero dártelo; ¿tú quieres recibirlo?
Rochi  sonrió y, tras ponerse de puntillas, acercó
los labios a los de aquel hombre, al que quería con
todo su ser, y lo besó. El beso se fue intensificando
segundo a segundo, los últimos días habían estado
muy fríos el uno con el otro y, cuando pararon para
tomar aire, Pablo  murmuró:
—Anda, vete a llevar a la niña al colegio o, al
final, voy a ir a la despensa, voy a coger el bote de
Nutella y te voy a embadurnar entera, para luego
chuparte, comerte y follarte como me gusta.
—Qué tentador. ¿Puedo hacer yo lo mismo? —
dijo ella riendo.
Pablo  la miró de aquella manera que a ella la
volvía loca y, bajando la voz, musitó:
—Si te portas bien, esta noche lo pondremos
en práctica.
Con una sonrisa más luminosa que la de los
últimos días, Rochi  afirmó:
—Prometo ser una buena chica.
Una vez la niña y su madre salieron de la casa,
Pablo  fue de mejor humor a su despacho. Allí lo
esperaba la primera visita de la mañana, que no
eran otros que los abogados Heine y Dujson, junto
con otros colegas de su bufete.
Rocio  condujo hasta el colegio de Sami mientras
reía con la pequeña. Reír con ella y con sus
ocurrencias era algo maravilloso y divertido. Una
vez aparcó, caminó de la mano de su niña hasta la
entrada. Allí, como cada mañana, estuvo charlando
con algunas de las madres de otros niños durante
unos minutos y, cuando caminaba de regreso hacia
su coche, oyó que sonaba su teléfono. Un mensaje
de Pablo.
Recuerda. Pórtate bien.
Estaba mirando el mensaje cuando oyó una voz
que la llamaba. Al volverse se encontró con la
mujer de Gilbert Heine, Louise y otras dos mujeres
algo más jóvenes.
¿Qué hacían aquéllas allí?
Como no podía salir corriendo o quedaría muy
mal, se acercó a ellas y la más mayor dijo:
—Hola, querida, soy Heidi, la mujer de
Gilbert Heine; ¿me recuerdas?
Rochi  asintió, prefabricó una sonrisa y
respondió tras intercambiar una rápida mirada con
Louise:
—Por supuesto, claro que sí.
Heidi se acercó entonces a ella y, tras darle
dos besos de lo más falsos, la agarró del brazo y
murmuró:
—Mi marido, Gilbert, está con Pablo. Él nos
dijo que venías a dejar a Samantha y hemos
decidido esperarte. Venga..., vayamos a desayunar.
Rochi  las miró. ¿Que Pablo  les había dicho que
podían encontrarla allí?
Lo iba a matar cuando lo viera.
¿Por eso el mensaje con aquello de que se
portara bien?
Confusa, iba a moverse cuando una de las
mujeres más jóvenes afirmó:
—Nuestros esposos y tu futuro marido están en
este instante en una reunión y hemos venido a
raptarte para llevarte con nosotras y pasar una
mañana increíble mientras nos conocemos un
poquito más.
A Rochi se le pusieron los pelos como
escarpias. ¡Ni loca se iría con ellas!
—Lo siento —comenzó a decir—, pero yo...
—Ah, no, querida —insistió Heidi—. No sé
qué tendrás que hacer pero, sea lo que sea, queda
anulado porque te vienes con nosotras.
Louise sonreía en silencio al lado de aquélla.
Rochi  la miró. Tenía dos opciones: acompañarlas o
huir. Maldijo a Pablo por aquella encerrona pero,
como no deseaba ocasionarle problemas, cedió.
Tenía que ir.
Al primer sitio adonde fueron fue a una
cafetería del centro. Allí las esperaban otras dos
mujeres y, durante una hora, todas desayunaron
entre cuchicheos y habladurías.
Rochi  las escuchaba mientras observaba a
Louise participar del aquelarre como si fuera una
más. Aquella modosita era tan bruja como las
demás, y entonces pensó alucinada: «¿Dónde está
la Louise candorosa que conocía del colegio?».
Una vez acabaron el desayuno, se fueron al spa
más famoso y caro de Múnich. Al entrar en el
glamuroso establecimiento, una jovencita les pidió
los carnets de socias y, en cuanto llegó a Rochi, tras
un gesto de Heidi, quedó claro que ella entraba
también allí sí o sí.
Durante más de tres horas estuvieron en el
increíble spa, donde Rochi  hizo un circuito termal
acompañada de aquellas arpías, y soportó sus
miradas furtivas de sorpresa cuando vieron el
tatuaje que llevaba.
Cuando parte de las mujeres se movieron a
otra sala, Heidi agarró a Rochi  del brazo.
—Querida —le dijo—, quería hablarte de
Louise y de su marido Johan. El caso es que ha
llegado a mis oídos algo que ambas comentasteis
hace poco y...
—Heidi —la cortó Mel—. Lo que yo comento
con Louise es algo de ella y mío. De nadie más.
La mujer apretó la boca. Sin duda, el corte que
le había dado no le gustó, y contraatacó:
—Vale. No hablaremos de ellos, pero
permíteme recomendarte una estupenda clínica
donde podrían quitarte con láser eso que tienes en
el cuerpo.
Rochi  la miró boquiabierta.
—¿Te refieres a mi tatuaje? —preguntó. La
mujer asintió, y ella, conteniendo las ganas que
tenía de mandarla a paseo, replicó—: Gracias,
pero no. Mi tatuaje es parte de mí por muchos
motivos que no vienen a cuento.
Una vez dijo esto, alcanzaron a las demás
mujeres. A pesar de que eran una pandilla de
cargantes y fastidiosas arpías que no hacían más
que sacarla de sus casillas, Rochi estaba decidida a
disfrutar del maravilloso spa.
Después del circuito termal, se empeñaron en
pasar por la peluquería para que se hiciera un
peinado diferente del que llevaba: su pelo
despeinado era demasiado transgresor y moderno
para aquellas finolis. Finalmente, Rochi claudicó,
por Pablo  y por no querer soltarles un nuevo
borderío, mientras se acordaba de todos los
antepasados de su guapo novio.
Cuando terminaron en la peluquería, Rochi  se
miró al espejo. Parecía que una vaca le hubiera
lamido la cabeza. Sin duda, aquélla no era ella, y
tenía que escapar de allí como fuera. Miró su
reloj, le sonaban las tripas de hambre. Era la hora
de comer, y Heidi, al darse cuenta, se acercó a ella
y murmuró:
—No hay prisa, querida, Pablo  sabe que estás
con nosotras y está feliz de que así sea. Es más, he
hablado con él hace un rato y me ha dicho que no
te preocupes por Samantha, tu hija. Él se encarga
de que vuestra niñera la recoja y esté con ella
hasta que regreses a casa.
Rochi la escuchó incrédula. ¿Ahora Bea era su
niñera? ¿Y Sami era Samantha para Pablo? Pero,
como no quería decir nada que estuviera fuera de
lugar, asintió y dijo con la mejor de sus sonrisas:
—De acuerdo.
Heidi y el resto de las soporíferas mujeres
sonrieron.
—¿Qué os parece si vamos a comer a
O’Brian? —propuso una de ellas.
Las demás asintieron. Rochi no sabía dónde
estaba aquel lugar y, una vez se lo explicaron, dijo
mirándolas:
—Disculpadme, pero tengo que ir al baño.
Una vez pudo quitarse a aquéllas de encima,
entró en el lavabo, sacó de su albornoz blanco el
teléfono móvil y, tras marcar el teléfono de Pablo
siseó en voz baja:
—Ésta me la pagas.
Pablo, que estaba con los maridos de las
arpías en un club exclusivamente para hombres, se
retiró un poco del grupo para que no lo oyeran y
respondió:
—Escucha, cariño, si te lo hubiera dicho, no
habrías querido ir.
—Pero ¿eres imbécil o qué? —siseó ella—.
¿Cómo se te ocurre hacerme una encerrona así?
—Rocio ...
—¡Ni Rocio  ni leches! —gruñó mirándose al
espejo—. Te juro que estoy a punto de
estrangularlas a todas como una sola más me diga
que mi peinado es demasiado masculino y mi
manera de vestir también. Pero, ¡joder!, si hemos
tenido que pasar por una puñetera peluquería y no
parezco ni yo.
Pablo  sonrió al oírla y, mirando a los hombres
que hablaban con una copa de bourbon en las
manos, respondió:
—Cariño, estarás preciosa y seguro que no
será para tanto, pero ahora tengo que dejarte.
¡Pórtate bien!
Enfadada, Rochi  cortó la comunicación. Respiró
hasta que consiguió serenarse y luego llamó a
Lali. La necesitaba.
Su amiga, que acababa de llegar a casa tras
pasar la mañana en Müller, al ver el nombre de
Lali  en la pantalla de su iPhone 6, saludó:
—Buenasssssssssssssssss.
—lali, escúchame, necesito tu ayuda.
Asombrada, Lali  preguntó:
—¿Qué pasa?
Rápidamente Rochi  le contó lo ocurrido y, tras
saber adónde iban a ir a comer, su amiga dijo:
—No te preocupes. ¿A qué hora quieres que
esté allí?
—Cuanto antes, mejor, o juro que las mataré.
—Tranquila, que voy a rescatarte —dijo Lali
riendo.
—No tardes, por favor, y cuando me veas, te lo
ruego, ¡sé tú!
Lali  sonrió. Lo sentía por Pablo, pero
aquellas cacatúas iban a saber quién era ella.
Una vez Rochi  salió del baño con la mejor de
sus sonrisas, llegó a donde estaban las mujeres
vistiéndose con decoro y, tras ponerse su tanga
rojo, que todas miraron horrorizadas, sus vaqueros
y su camiseta, cuando fue a ponerse la cazadora de
cuero, la insoportable Heidi cuchicheó:
—Si quieres, el día que te venga bien,
Rocio, podemos quedar de nuevo contigo y
enseñarte tiendas exclusivas de ropa donde puedes
encontrar modelos increíblemente maravillosos.
El estómago de Rochi  se revolvió. Lo último que
quería era parecerse a aquellas lánguidas
vistiendo y, con menos paciencia de la que había
tenido horas antes, replicó:
—Te lo agradezco, Heidi, pero me gusta la
ropa que llevo.
—Querida, no debes olvidar que, si Pablo
finalmente pasa a ser uno de los asociados
mayoritarios como lo es mi marido, habrán de
cambiar ciertas cosas en ti, y no hablo sólo del
horrible tatuaje de tu espalda.
Rochi  apretó los dientes, pero le resultó
imposible contenerse durante un segundo más, así
que soltó delante de todas ellas:
—Heidi, creo que has olvidado que quien
quizá trabaje en el bufete será Pablo, y no yo. Por
tanto, permíteme decirte que a quien no le guste mi
tatuaje que no lo mire, porque ahí se va a quedar.
Su comentario no le cayó bien a la
«estupenda» Heidi, pero disimuló. Si estaba allí
era porque su marido así se lo había pedido y,
cogiendo su caro bolso, dijo:
—Venga, vayamos todas a comer a O’Brien.
Una vez allí, el maître, al ver a Heidi, les
indicó que esperaran unos minutos. Les estaban
preparando una de sus maravillosas mesas.
Nerviosa tras mirar su reloj, Rochi  resopló. Si se
metían dentro del local, Lali  lo tendría más
complicado para encontrarla, por lo que,
apoyándose en la pared, se hizo la remolona
cuando de pronto el sonido estridente de una moto
llamó la atención de todas.
Al mirar, Rochi  sonrió al reconocer la moto de
Peter, una impresionante BMW negra y gris
metalizado que en ocasiones utilizaba Lali.
Las mujeres miraron hacia la calle y
observaron cómo el motorista paraba la moto
frente a ellas y se bajaba. Sin embargo, se
quedaron boquiabiertas cuando, al quitarse el
casco, vieron que se trataba de una mujer, que
caminaba en su dirección y decía:
—Hombre, Rochi...
Con el cielo abierto por su aparición, la
aludida sonrió y, mirándola, dijo mientras se hacía
la encontradiza:
—Hola, Lali, ¿qué haces por aquí?
—Pasaba, te he visto y he decidido parar. —Y
entonces, con guasa, añadió—: ¿Qué te ha pasado
en el pelo?
Rocio  resopló y, ante la cara de burla de su
amiga, contestó:
—Peluquería..., ¿qué tal estoy?
Conteniendo las ganas de reír, lali firmó:
—No es tu estilo, reina.
Ahora la que sonrió fue Rochi  y, volviéndose
hacia las mujeres, que las observaban, dijo:
—Chicas, os presento a mi amiga Lali. La,
ellas son las mujeres del maravilloso bufete de
abogados al que Pablo  quiere acceder.
Acostumbrada a codearse por el trabajo de su
marido con mujeres como aquéllas, Lali las miró
una a una y respondió:
—Encantada de conocerlas, señoras.
Las demás asintieron pero no abrieron la boca.
Sorprendida por lo maleducadas que estaban
siendo, y para darles un buen golpe de efecto, Rochi
dijo al ver la cara de guasa de Louise:
—Lali  es la mujer de Peter Lanzani, el
propietario de la empresa Müller. ¿Sabéis de lo
que hablo?
De pronto, Heidi reaccionó y, acercándose a
ella, dijo:
—Oh, querida, qué placer conocerte. Claro
que sé quién es tu marido. —Y, mirándola como si
fuera un bicho raro, preguntó—: ¿Te apetece
comer con nosotras?
Rochi y Lali  se miraron. Estaba claro que, si
Lali  no hubiera sido la mujer de Lanzani, no la
habría invitado y, con el casco de la moto aún en
la mano, negó con la cabeza y repuso:
—Muchas gracias por la invitación, pero justo
había quedado con unos amigos para tomarnos
unas birras y quemar rueda. — Luego, clavando la
vista en Rocio, preguntó divertida—: ¿Te vienes?
Sin dudarlo ni un segundo, Rocio  asintió y,
mirando a las mujeres, que la observaban con unos
ojos como platos, dijo con una cálida sonrisa:
—Espero que me disculpéis. Muchas gracias
por la mañana que hemos pasado juntas, pero
ahora me muero por unas birras bien fresquitas.
La cara de aquéllas por el desplante era más
que evidente. Cuando Lali  abrió el baúl trasero
de la moto y le entregó a Rocio otro casco, oyeron
una voz que decía:
—Estropearás tu peinado, Rochi.
La aludida sonrió y, mirando a Louise, que
disimulaba una sonrisa, respondió:
—No importa.
Luego, ante la cara de sorpresa de las demás,
Rochi y Lali  montaron en la moto y se marcharon
quemando rueda.
Un rato después, cuando pararon frente al
restaurante de Klaus, Rochi  se quitó el casco, miró a
su amiga y la abrazó.
—Gracias por venir y salvarme —dijo.
Lali  sonrió y, tocándole el pelo, respondió:
—Sin duda, esas pedorras no son una buena
influencia para ti.
Diez minutos más tarde, después de que Rocio se
quedara a gusto despotricando de aquellas brujas,
entraron en el restaurante y Klaus, al verla,
preguntó:
—Pero, muchacha, ¿qué te ha ocurrido en la
cabeza?
Lali  soltó una carcajada y Rocio  respondió
dirigiéndose al baño:
—Nada que no solucione en cinco minutos.
Dicho esto, entró en el baño, metió la cabeza
bajo el grifo y, cuando salió de nuevo, Lali  la
observó divertida.
—Ésta sí —dijo al ver su despeinado y
divertido pelo—. Ésta eres tú.
Esa tarde, cuando Rochi  llegó a su casa, Sami
corrió a abrazarla. Pasó la tarde con ella y, en el
momento en que la acostó y llegó Pablo, lo miró y,
señalándolo con el dedo, siseó:
—Nunca más vuelvas a hacerme una encerrona
como la de hoy, ¿entendido?
El abogado sonrió y, cuando fue a abrazarla,
ella le hizo un quiebro.
—Ah, no, James Bond... —gruñó—. Esta
noche, ni se te ocurra rozarme o te juro que te voy
a meter el bote de Nutella por un sitio que no te va
a gustar.
Rocio  desapareció, y Pablo  maldijo. Estaba
claro que había metido la pata hasta el fondo.hh

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