sábado, 3 de junio de 2017

CAPITULO 6

Llega el viernes.
Peter se ajusta la corbata ante el espejo de
nuestra habitación y yo protesto desde la cama:
—Venga, va, Peter, el año pasado no fui a la
Feria de Jerez.
Él me observa a través del espejo con su gesto
serio y responde:
—Porque tú no quisiste, pequeña..., porque tú
no quisiste.
Valeeeee... Tiene razón. Él tenía un viaje a la
República Checa y preferí acompañarlo.
Sigue anudándose el nudo de la corbata cuando
añade:
—Cariño, ve tú a la feria y dale el gusto a tu
padre. Yo estoy muy ocupado. Sabes que voy a
tope de trabajo y...
—¿Por qué no delegas parte de tus tareas a
alguno de los directivos?
—La..., no comiences —murmura.
—Pero vamos a ver... —protesto
levantándome—. Antes delegabas una gran parte
del trabajo en ellos y podíamos estar más tiempo
juntos. ¿De qué sirve el dinero si no lo podemos
disfrutar?
El gesto de mi alemán se descompone, ¡faltaría
más! Ya estoy diciendo algo que lo incomoda y, sin
responder a lo que le he preguntado, replica:
—Mira, La, es mi empresa, tengo que
atenderla, y no puedo perder el tiempo en ir de
fiestecita a Jerez, ¡entiéndelo!
Eso me subleva. Por supuesto que Peter me
anima a que vaya a la Feria de Jerez, pero yo
quiero que me acompañe. Poder caminar del brazo
de mi espectacular marido, pasar tiempo con él y
hacerle saber a todo el mundo lo asquerosamente
feliz que soy. Si voy sola, comenzarán las
habladurías, y no me apetece que le pongan la
cabeza como un bombo a mi padre.
Pero ya me ha quedado claro que Peter no está
por la labor y, como no quiero discutir con él,
cuando comienza a sonar en nuestro equipo de
música la canción Me muero[5] de La Quinta
Estación, miro a mi chicarrón, me levanto, me
planto ante él y digo:
—Vamos. Baila conmigo.
Peter me mira, sigue con el ceño arrugado y
protesta.
—La, tengo prisa.
No desisto y, mientras mentalmente tarareo eso
de «me muero por besarte, dormirme en tu boca»,
[6] insisto:
—Vamos, Iceman, baila conmigo.
Pero nada, ¡ni Iceman ni leches! Al parecer,
hoy no es el día, y Peter vuelve a fulminarme
mientras protesta:
—Lali. Te he dicho que tengo prisa y no estoy
para tonterías.
Oír eso me molesta. ¿Por qué es incapaz de ver
mi detalle? ¿Por qué no se muere por bailar
conmigo?
—Pues vale —murmuro sentándome de nuevo
en la cama—. Tú te lo pierdes.
Durante unos segundos permanecemos los dos
callados mientras contemplo cómo mi amor se
pone la chaqueta. Dios, qué increíble está vestido
con traje.
Al ver que me observa a través del cristal para
comprobar si estoy enfadada por el desplante que
acaba de hacerme con el bailecito, digo dispuesta
a seguir con el tema de Jerez:
—Oye, Peter, yo te acompaño todos los años sí
o sí a la Oktoberfest y...
—Lali, ¡no es lo mismo!
Oírlo decir eso me hace reír, pero de maldad,
y achinando los ojos siseo:
—¿Cómo que no es lo mismo?
—Cariño, la Oktoberfest se celebra en Múnich
y no tengo que dejar nada de lado, pero para ir a
Jerez, he de aparcar las obligaciones y viajar a
otro país; ¿acaso eres incapaz de entender lo que
digo? No. No soy incapaz de entender lo que dice, lo
que me da rabia es que Iceman sea incapaz de
ponerse en mi lugar.
—Sólo quiero que entiendas que para mí
también es importante asistir a la feria de mi tierra
cogida de tu brazo para que a mi padre no le
pongan la cabeza como un bombo con los cotilleos
—replico—. Sólo eso.
Peter no contesta. Su gesto ceñudo lo dice todo
y, al final, decido callar o, sin duda, vamos a tener
una buena. Me siento rumbosa, y más tras el
desplante que me ha hecho con el puñetero baile.
Diez minutos después, ya en la cocina, como
no he dicho nada, mi alemán se acerca a mí, sabe
que lo ha hecho mal, y me abraza.
—Intentaré buscar días libres para ir a Jerez
—murmura—, pero no te prometo nada, ¿de
acuerdo, pequeña?
Que haga eso, que al menos lo piense, ya es un
triunfo, y afirmo:
—De acuerdo.
Peter me besa y, cuando separa sus labios de mí
con una maliciosa sonrisa, murmura sin que nadie
nos oiga:
—¿De verdad que mi disfraz para esta noche
es de policía?
Asiento. Olvido nuestro enfado y murmuro
sonriendo:
—Espero que me detengas.
Peter sonríe a su vez, mueve la cabeza y
pregunta curioso:
—Y el tuyo ¿de qué es?
Yo lo miro de esa manera que sé que le gusta y
lo enloquece, clavo mis pupilas en las suyas y
cuchicheo:
—Eso es sorpresa.
Cuando mi alemán se va a trabajar, lo observo
alejarse en el coche desde la ventana. Sé que me
quiere, sé que daría la vida por mí, pero ahora,
entre los niños y la empresa, me falta tiempo para
estar con él, y me siento algo abandonada. ¡Vaya
mierda!
Como puedo, paso el día. Me aburro como una
ostra. Amo a mis hijos, pero necesito hacer algo
más que cuidarlos, y cada día lo tengo más y más
claro.
Por la tarde, Rocio viene a casa para dejar a
Sami y, tras despedirnos de los niños, que se
quedan en casa con Simona, Norbert y Pipa, nos
vamos a casa de Rocio, donde Pablo y Peter nos
esperan ya vestidos, el primero de bombero y el
segundo de policía. Al verlos, no podemos parar
de reír.
Nos ponemos nuestros disfraces de ángel y
demonio, que son de zorrones total, y, cuando
salimos con ellos, los chicos silban. Están
encantados con lo que ven.
Peter me mira y susurra:
—Eres el angelito más tentador y precioso que
he visto en mi vida.
Sonrío. No lo puedo remediar.
Una vez nos ponemos los abrigos por encima,
para no escandalizar a nadie por nuestras pintas,
los cuatro nos montamos en el vehículo de Pablo y
nos dirigimos al Sensations.
Como era de esperar, la fiesta es divertida. Ver
los disfraces que la gente lleva me hace sonreír.
—Hola —oigo que dice alguien de pronto.
Al volverme veo a Félix vestido de
mosquetero. Divertidos, nos saludamos, Peter le
presenta a Pablo y a Rocio y, cuando terminan,
pregunto:
—¿Y Natalie ?
Félix sonríe y, tras pedir al camarero una
botella de champán, dice:
—La he dejado en el reservado número cinco
entretenida mientras yo venía a por champán. —
Luego se acerca y murmura—: Le he pedido a mi
mujer que deje bien satisfechos a tres amigos.
Asiento. Peter asiente también y, cuando aquél
se va, mi amor musita:
—Veo que siguen en su línea.
Su comentario me sorprende. Si hay alguien
permisivo en el sexo, ése es mi chico. Lo miro y
pregunto:
—¿Por qué dices eso?
Él me mira, pasa el dedo por mi barbilla y,
acercándose a mí, susurra:
—Porque te valoro y porque nunca te utilizaría
como moneda de cambio ni te dejaría sola con
otros hombres y sus exigencias. En nuestra
relación mandamos los dos, y juntos iremos a
todos lados.
Me besa. Lo beso. Adoro sus besos cargados
de amor.
Cinco minutos después, cuando Peter habla con
Pablo, Rocio se acerca y, señalando con el dedo,
pregunta de forma disimulada:
—Y ese cachitas guaperas que mueve las
caderas como Ricky Martin y va vestido de
vaquero ¿quién es?
Con disimulo, dirijo la vista a donde Rocio
indica en el momento en que el cachitas guaperas
me mira. Sonrío. Él sonríe y se acerca a nosotras.
—Hola, Dennis —lo saludo. Luego miro a mi
amiga y añado—: Rocio, te presento a Dennis.
En décimas de segundo, Peter y Pablo están a
nuestro lado. ¡Vaya dos! Con caballerosidad,
Dennis los saluda, después coge la mano de Rocio,
la besa y murmura con su particular acento:
—Obrigado.
—No me digas que eres brasileño... —oigo
que dice Rocio en alemán.
Él asiente y, sin saber por qué, yo salto:
—Bossa nova, samba, capoeira...
Y entonces, me paro.
¿Qué hago yo haciendo lo que la gente siempre
hace conmigo con eso de «Olé, torero, paella...»?
¿Acaso soy imbécil?
Peter me mira divertido. Me lee en la cara lo
que pienso y murmura juguetón en mi oído:
—Cariño, te ha faltado decir caipiriña.
Durante varios minutos, los cinco hablamos y
nos reímos. Dennis, además de estar como un tren,
en el que veo que muchas quieren montar, parece
una buena persona y, cuando poco después se aleja
de la mano de unas rubias, mi amor me besa en la
sien y pregunta:
—¿Quieres beber algo?
—Una coca-cola.
—¿Sola o con vodka?
Lo pienso. La noche es joven, y respondo:
—Mejor sola.
Cuando mi chico y Pablo se marchan a por las
bebidas, Rocio, que mira a la derecha, cuchichea:
—Joder..., pues sí que es madurito el marido
de Natalie.
—Treinta años más que ella —le explico—.
Tendrá unos setenta.
A continuación, me levanto del taburete.
—Ven, acompáñame —digo y, al ver que
nuestros maridos nos miran, hago una seña y les
aclaro—: Vamos al baño.
Peter y Pablo asienten y, cuando desaparecemos
tras la cortina y no me dirijo al lavabo, Rocio
pregunta:
—¿Adónde vamos?
—Quiero ver algo —afirmo sin soltarla
mientras seguimos a Félix.
En cuanto llego al reservado número cinco y
voy a abrir la cortina, Rocio me detiene.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Sólo quiero ver y no pone «Stop». Por tanto,
se puede mirar.
Rocio sonríe, asiente, y con curiosidad abrimos
la cortina tranquilamente para observar.
En la habitación, Natalie está atada a una silla
de una manera que me deja sin palabras.
Su espalda descansa en el asiento, su cabeza
cuelga hacia el suelo y sus piernas están sujetas a
lo alto del respaldo. Un hombre que se agarra a la
silla con fuerza se introduce en ella una y otra vez
mientras ella jadea y grita de placer.
roy yo observamos cuando de pronto el tipo
da un último alarido y se retira de ella. Instantes
después, otro hombre se arrodilla ante Natalie y,
con una facilidad que me deja sin palabras, le
introduce la mano en la vagina ante los gritos de
locura de ella.
—¿Disfrutas, mi amor? —oigo que pregunta
Félix.
—¡Sí..., sí...! —grita Natalie.
Sin descanso, el hombre saca y mete la mano
en el interior de la vagina de ella.
—Joder..., no me va nada el fisting —murmura
Rocio .—
A mí tampoco —susurro sin respiración.
En ese instante, Félix se agacha, le da de beber
de su copa de champán a Natalie y dice:
—Así me gusta, zorrita. Estos amigos quieren
cobrar lo que les prometí.
Ella sonríe. Félix acerca su boca a la de ella
mientras otro hombre le coloca unas pinzas en los
pezones y entonces Natalie grita, pero sé que grita
de placer.
Los hombres ríen al oírla. Félix se levanta de
donde está, se acerca al pene de otro y, tras
recorrerlo con la lengua, le echa sobre éste el
resto del champán de su copa.
—Métesela en la boca hasta el fondo —dice.
Acto seguido, el hombre coge la cabeza de
Natalie y, con exigencia, lo hace. Eso me vuelve a
incomodar, aunque sé que a ella le gusta. Ese tipo
de sexo no me va. Ver cómo aquel tipo obliga a
Natalie mientras el otro juguetea con la mano en
el interior de su vagina me deja sin palabras.
Entonces, Rocio tira de mí y dice:
—Regresemos con los chicos.
Asiento. Con lo que he visto, es suficiente, y
ahora entiendo por qué Natalie me dijo que a Peter
no le iba eso. Sin lugar a dudas, no le va, ni a mí
tampoco.
Sin más, regresamos junto a nuestros maridos,
que nos entregan las bebidas, y yo me siento en un
taburete.
En ese instante se acercan a nosotros Diana y
Olaf. Durante un rato charlamos hasta que me fijo
en que al fondo de la sala está Dennis con las
rubias. El brasileño nos mira, nos observa, y Peter,
que se da cuenta como yo, pega la boca a mi oído
y, moviendo el taburete, dice:
—Angelito..., separa los muslos para el
vaquero.
Extasiada por el morbo que me provoca
siempre esa acción, hago lo que me pide y lo que
me excita, mientras observo cómo Dennis nos
sigue mirando. Ese tipo de cosas son las que me
van y le van a mi chico.
Sin duda, mis piernas abiertas le ofrecen a
Dennis una visión bastante interesante de mí. Peter,
que lo sabe, que me conoce y que disfruta como yo
del momento, introduce un dedo en su whisky, lo
moja y, después, con complicidad, excitación y
alevosía, lo pasa por mi boca, por mis labios. Sin
apartar sus ojos de los míos, siento cómo su dedo
baja por mi barbilla, por mi cuello, mis pechos, mi
ombligo. Me besa mientras su dedo baja..., baja...
y baja, hasta que lo siento llegar al centro de mi
húmedo y latente deseo.
Uf..., ¡qué calor!
Mis labios vaginales se abren solos, mientras
Peter tiene los ojos clavados en mis pupilas y,
cuando su dedo toca mi ya hinchado clítoris, yo
jadeo, cierro los ojos por puro placer y oigo que
dice:—
Mírame, cariño..., mírame.
Obedezco. Sé lo mucho que le excita a Peter
que lo mire en esos instantes y, con una mirada
totalmente perversa, vuelvo a jadear. Él sonríe, me
besa el cuello y murmura:
—Tu mirada me hace saber que ya estás
preparada para jugar.
Asiento. Éste es el sexo que me gusta y, sin
cerrar las piernas, beso a mi amor. Lo deseo.
Deseo jugar con locura. Así estamos unos instantes
hasta que nuestras bocas se separan y Dennis, que
ya se ha deshecho de las rubias, como buen
jugador, en pocos segundos está a nuestro lado.
Peter lo mira, no hacen falta palabras, y segundos
después la mano de Dennis se posiciona en la cara
interna de mis muslos mientras susurra:
—Me apasiona que no lleves bragas.
Peter sonríe, y yo también.
Entonces Diana, que ha visto la jugada y va
vestida de troglodita, dice:
—Lali , reserva el primer baile para mí.
Eso me hace sonreír. Me está pidiendo ser la
primera en tomar mi cuerpo cuando Pablo, que está
junto a Rocio y Olaf, pregunta en tono morboso:
—¿Quién se viene a la sala del fondo?
Todos lo acompañamos. Todos tenemos ganas
de pasarlo bien.
La sala es grande, y hay más gente además de
nosotros. Distintas camas están ocupadas por
hombres y mujeres practicando sexo y, nada más
entrar, Pablo se lleva a Rocio a una libre y allí
comienzan su juego con Olaf. Todos los
observamos hasta que Diana, que es una loba
deseosa de sexo, se coloca junto a Peter y dice:
—¿Qué tal si comienzo yo con el angelito?
Él me mira, sonríe y, cuando ve mi gesto de
aprobación, asiente:
—Toda tuya.
Diana me da la mano y me lleva a otra cama
libre. Sin que me diga nada, sé lo que quiere ella,
lo que excita a mi amor y lo que yo deseo. Por eso,
me tumbo sobre el colchón. Mi corto vestido de
angelito se sube solo, dejando al descubierto mi
ausencia de bragas y mi bien depilado pubis.
Peter, Diana y Dennis me observan. Veo sus
miradas. Todos están deseosos de comerme, de
disfrutarme, de saborearme, y entonces Peter se
acerca a mí y, cogiéndome las manos, me las lleva
hasta los barrotes de la cabecera.
—Agárrate a ellos y no te sueltes por nada del
mundo —me dice.
Lo hago. Peter me besa, pasea las manos con
propiedad por mi cuerpo y pregunta:
—¿Estás caliente, mi amor?
Al oírlo, me estremezco y asiento.
—Sabes que sí —murmuro.
Mi marido me toca las piernas. Tiemblo. Con
seguridad, me separa los muslos dejando mi
vagina húmeda al descubierto y, pasando un dedo
por ella, musita mientras la abre:
—Adoro tu humedad.
Instantes después, la boca de Diana chupa con
deleite lo que Peter le ofrece. Su ansiedad no le ha
permitido esperar un segundo más. Noto cómo da
toques con la lengua sobre mi clítoris, y observo
que Peter y Dennis se sientan cada uno a un lado de
la cama.
—Eso es, mi amor, abre las piernas para
Diana.
Sin dudarlo, lo hago. Dios, ¡qué placer más
inconfesable!
Gustosa por lo que ella me hace, jadeo y me
retuerzo agarrada a los barrotes de la cabecera
mientras Peter y Dennis nos observan con ardor.
Cuando el placer y la lujuria toman mi cuerpo,
soy un juguete en manos de cualquiera, y Diana
sabe muy bien cómo manejarme a su antojo desde
la primera vez que me poseyó.
Sin descanso, chupa, lame, introduce los dedos
en mí y me masturba mientras juega con mi
clítoris, al tiempo que Peter y Dennis me bajan el
vestido para sacar mis pechos. Cada uno se
adueña de uno y los saborean a su manera mientras
yo pierdo la noción del tiempo y me entrego
dócilmente a ellos tres.
No sé cuánto rato estamos así; sólo sé que,
cuando vuelvo a ser consciente, estoy de rodillas
sobre la cama del todo desnuda, mientras Diana
me sujeta las caderas con una mano y con la otra
me masturba de forma rítmica al tiempo que se oye
el chapoteo de sus dedos en el interior de mi
vagina.
Peter y Dennis nos observan con sus duros
penes erectos preparados para mí, cuando ella
murmura cerca de mi boca:
—Eso es, angelito..., muévete... Eso es..., eso
es.
Loca..., loca de deseo, hago lo que Diana me
pide. Me muevo mientras siento cómo todo mi
cuerpo arde a punto de explotar y oigo los gemidos
placenteros de todos los presentes. Diana, como
mujer experimentada en dar placer, me hace gritar,
moverme, cabalgar sobre su mano húmeda de mis
fluidos, mientras yo observo a Peter.
Su gesto. Su mirada me vuelve más loca
todavía, hasta que me arqueo, el placer toma todo
mi cuerpo y, con un último gemido, les hago saber
que he llegado al clímax.
Pero Peter y Dennis están deseosos de sexo y,
cuando Diana se retira de mí, Dennis la agarra, la
pone a cuatro patas y la penetra. Diana grita de
placer en el momento en que Peter, levantándome,
me da la vuelta, me pone en la misma posición que
ella, me agarra del pelo y susurra en mi oído:
—Me vuelves loco, morenita..., loco.
Y, deseoso de mí, me empala hasta el fondo y,
como un salvaje, me hace suya mientras yo jadeo y
le pido más y más y me dejo llevar por la pasión
del momento. Como un animal, mi amor, mi
marido, mi todo, me hace suya, y yo me acoplo a él
y lo hago mío. Es nuestro baile. Es nuestra manera
de ver el sexo. Es nuestro delirio.
Sin descanso, los cuatro jadeamos mientras el
ruido seco de nuestros cuerpos al chocar suena con
fuerza en la sala. Una..., dos..., tres..., veinte veces
entra y sale de mí mi alemán y, cuando sabe que ya
no aguanto un segundo más, se deja ir al mismo
tiempo que yo y juntos disfrutamos de aquel
morboso y mágico momento.
Acabado ese asalto, Diana, que es infatigable,
vuelve a abrirme de piernas mientras Peter se
sienta en la cama y susurra cuando Dennis la deja:
—Dame tu jugo..., dame tu jugo.
Peter y Dennis nos observan. Diana, la
insaciable, no se cansa de saborearme, y yo
permito que lo haga en cuanto Peter se acerca a mí,
me besa en los labios y pregunta:
—¿Todo bien, pequeña?
Asiento..., asiento y jadeo entregada al placer
como sé que a él le gusta.
Ninguna mujer me saborea como Diana. Otras
me han tomado. Otras han disfrutado de mí, pero
Diana es la mujer que verdaderamente ha hecho
que me corra de puro placer.
Entregada a su exigente boca, cierro los ojos y
disfruto del momento. Cuando vuelvo a abrirlos,
veo a Natalie desnuda ante nosotros junto a otra
mujer. Ambas nos observan y, tan pronto como
Natalie ve que la miro, sonríe.
Extasiada por las cosas que me hace Diana, le
tiendo la mano sin saber por qué. Natalie me la da
y yo se la aprieto mientras me retuerzo gustosa.
Peter nos mira. Veo lascivia en su mirada y, con mi
otra mano libre, cojo uno de los preservativos que
hay sobre la cama y se lo entrego.
Mi amor no aparta los ojos de mí. Intenta leer
lo que le digo y, cuando me entiende, abre el
preservativo, se lo pone y, tras echar a Natalie a
un lado, agarra a la otra mujer, la sienta sobre sus
piernas y la empala con ferocidad.
De pronto soy consciente de lo que he
provocado, pero Peter no ha aceptado, y la dicha
por saberlo supera lo que Diana me hace mientras
me retuerzo de placer.
Cuando Diana se da por satisfecha y me suelta,
tras unos segundos en los que recupero el resuello,
me arrodillo en la cama, me abrazo a la espalda de
mi amor y comienzo a besarle el cuello mientras
sus caderas se clavan en la otra mujer.
Peter se estremece al sentirme. Mi contacto le
gusta tanto como lo que he provocado.
Oigo sus jadeos, los de Natalie, que está al
lado con otro hombre, y al enredar las manos en el
pelo de mi marido observo cómo Peter embiste a la
desconocida con fuerza.
Encantada con lo que veo, beso el ancho cuello
de mi amor. Entonces siento que Dennis, que está
detrás de mí, entra en el juego y, al notar que no lo
rechazo, murmura poniéndome el vello de punta:
—Tu cuerpo es samba.
Me excita su voz melosa y calentita. Uf..., qué
morbo tiene Dennis.
Acto seguido, con agua y una toalla limpia, me
lava para él. El frescor me encanta, cuando me
besa las costillas, el trasero, pasea sus suaves y
grandes manos por mi cuerpo desnudo, mientras yo
a través de mis oscuras pestañas observo lo que
hace Peter , lo que hace mi amor.
Así estamos varios minutos hasta que mi rubio
echa hacia atrás la cabeza en busca de mi boca y
lo beso. Lo devoro mientras soy consciente de que
Natalie nos observa.
—Te quiero —murmuro entre beso y beso.
Peter tiembla. Yo tiemblo con él. No puedo
quererlo más.
Dennis, al sentirme vibrar y notar la excesiva
humedad que tengo entre las piernas, me agarra
por la cintura y, tras ponerse un preservativo, sin
alejarme un ápice de mi amor, se introduce en mí y
murmura en portugués al percibir la oscilación de
mis caderas:
—Eu gosto do seo corpo.
Oírlo hablar en su lengua me excita más, y al
entender que le gusta mi cuerpo, muevo las
caderas y percibo cómo Dennis tiembla de lujuria.
Placer por placer.
Aquello que siento, que todos los presentes
sentimos, me hace cerrar los ojos y jadear como
una posesa. Dennis me mueve a su antojo y yo
permito que lo haga, mientras mis pechos se
restriegan por la espalda de Peter haciéndole saber
que yo también disfruto con lo que ocurre.
Abro los ojos y, desde mi posición, observo
que Ginebra, mientras está con el otro hombre,
toca con una mano el hombro de Peter y tiene la
boca cerca, demasiado cerca de la suya. Eso me
hace estar alerta.
Durante varios minutos, el placer se apodera
de todos los que estamos en la morbosa
habitación. Oigo los gemidos intensos de todo el
mundo y, por supuesto, los de Dennis y los míos,
que suben y suben y suben, pero mi concentración
se encuentra en otra cosa. En Peter.
Todos estamos allí porque queremos.
Todos estamos allí porque lo deseamos, hasta
que de nuevo veo que Natalie se halla demasiado
cerca de la boca de mi amor. Soy consciente de
cómo ella le toca el mentón, y entonces alargo la
mano y, separándola de él, murmuro:
—Su boca es sólo mía.
—Es sólo tuya, pequeña..., sólo tuya —jadea
Peter para que yo lo oiga.
Oír su voz en un momento así me vuelve loca.
Dennis se hunde totalmente en mí y, segundos
después, llegamos juntos al clímax mientras Peter y
Natalie, con sus respectivas parejas, tienen
convulsiones y se contraen de placer.
Esa noche, cuando llegamos a casa y nos
duchamos, al meternos en la cama, miro a Peter y le
pregunto:
—¿Habrías besado a Natalie si yo no llego a
prohibirlo?
Él me mira. Sabe de lo que hablo y, negando
con la cabeza, musita un escueto:
—No.
Pero, no contenta con la respuesta, insisto:
—¿Te habría gustado hacerlo con ella?
—La ...
—Responde —ataco.
Peter clava entonces sus ojazos en mí.
—Me lo permitiste y yo lo rechacé —contesta
—; ¿a qué viene esa pregunta ahora?
Asiento. No puedo reprochar algo que yo he
provocado, aunque él no lo aceptó.
—Peter —murmuro—, sólo quería demostrarte
que confío en ti, y si me mientes yo...
Rápidamente, mi amor se mueve, se sienta en
la cama y, cogiendo mi cara entre las manos, dice:
—No sé de lo que hablas, ni por qué habría de
mentirte yo, cariño. He rechazado algo que tú
misma me ofrecías. ¿Qué te ocurre ahora?
Sin saber aún por qué hice lo que hice,
pregunto:
—¿Por qué la rechazaste?
Peter maldice y responde mirándome:
—Te lo he dicho: no quiero nada con ella, Lali.
¡Nada!
—Entonces ¿por qué no la separaste de tu
boca?—
No lo sé, La. Quizá fuera porque estaba al
límite. Tú misma viste que, nada más decir lo que
dijiste, llegué al clímax con la otra mujer. Pero,
cariño, mi boca es sólo tuya, como la tuya es sólo
mía. No dudes de mí, por favor.
Sin ganas de seguir hablando, asiento, le doy
un beso en los labios y me recuesto sobre él.
Segundos después, Peter apaga la luz. A diferencia
de otras veces, esta vez no bromeamos sobre lo
ocurrido, y eso, aunque Peter no lo quiera ver, me
da que pensar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario