miércoles, 28 de junio de 2017

Capitulo 17


Tras una semanita que no se la deseo ni a mi peor
enemigo, estoy agotada.
Flyn nos lo pone muy difícil. Han llamado del
colegio para decir que no ha ido a clase, y soy
consciente de que mi niño está perdiendo los
papeles. Le he pedido en varias ocasiones que
solicite una entrevista con su tutor, pero hasta
ahora le ha resultado «imposible». Insistiré de
nuevo o al final acabaré pidiéndola yo misma.
Cuando Peter llega de trabajar, no me queda
otra que contarle lo ocurrido y, tan pronto como
éste se marcha a su despacho enfurecido, Flyn se
encara conmigo y me dice cosas como que ya no
soy alguien de fiar por habérselo contado a su
padre. Intento hacerlo razonar y, en especial,
hacerle ver que su comportamiento está dejando
mucho que desear, pero le da igual, sigue
rebatiendo todo lo que le digo hasta que Peter
regresa y el crío se calla y no habla más.
¿Qué está ocurriendo con Flyn?
Esa noche, en la intimidad de nuestra
habitación, Peter  intenta quitarle hierro al asunto.
Está molesto por el comportamiento del muchacho,
pero su visión del tema no es como la mía. Flyn no
se comporta de la misma forma delante de Peter
que delante de mí, y nosotros tampoco
reaccionamos igual. Conmigo se encara, se pone
chulo, dice cosas terribles que en ocasiones no le
cuento a Peter  para no liarla más, pero con él se
calla. Flyn ha pasado de ser un niño caprichoso a
un adolescente provocador e indisciplinado.
El martes, Peter  se va de viaje. Flyn se trae a
uno de sus amigotes a casa y, cuando los pillo
fumándose un porro en su habitación, echo al
amigo y tengo una buena con mi hijo. Él, ofendido
por lo que he hecho, me acusa de estar
amargándole la vida y yo tengo que respirar. O
respiro o le estampo una silla en la cabeza.
El miércoles, cuando Peter  regresa, decido
callar y no contarle nada de lo ocurrido. Sé que
hago mal, pero Peter  llega cansado, y lo último que
quiero es agobiarlo con más problemas.
El jueves, nada más levantarse, veo que mi
marido tiene mala cara. Eso me angustia pero, tras
tomarse su medicación, sonríe y me tranquiliza. Sé
que nuestra vida siempre será así. Tendré mil
sustos con los dolores de cabeza de Peter  a causa
de su vista, pero verlo sonreír poco después me
hace saber que el dolor ha remitido; si no fuera
así, lo sabría por el humor negro que lo suele
preceder.
Esa mañana, sobre las doce, cuando estoy
trabajando en Müller, recibo una llamada de mi
hermana Cande. Mi padre ha hablado con ella en
referencia a Flyn, y la pobre, que ya está en
México, me llama para apoyarme moralmente.
—¿Que ahora te llama Lali, el puñetero niño?
—Sí —asiento apenada omitiendo otras cosas.
—La madre que parió al chino.
—¡Cande!
Ambas reímos y finalmente ella dice:
—Vale..., vale..., ya sé que es coreano alemán,
pero si él te joroba, yo lo jorobo y lo llamo
¡«chino»!
—Mira que eres —digo riéndome.
Entonces, oigo a Cande  resoplar a través del
teléfono y decir:
—Ese niño te quiere y te quiere mucho, pero el
pavazo le ha venido de golpe. De pronto se ha
visto mayor, guapete y resultón y se cree el rey del
mambo. Pero, tranquila, como dice papá, regresará
al redil. Eso sí, mientras no regresa, átate los
machos, ¡que vienen curvas!
Vuelvo a sonreír cuando mi hermana añade:
—Mira, cuchufleta, estás en la misma situación
que yo con tu querida sobrina. Ni te imaginas lo
rebelde y contestona que está Luz. Eso sí, en los
estudios, la tía es una lumbreras, y sobre eso no
me puedo quejar, pero en cuanto a los chicos,
¡ofú!, qué tontería tiene encima. Ha pasado de
jugar al fútbol a querer comprarse sujetadores con
relleno de gel.
—¿Con relleno de gel? —pregunto
sorprendida.
—Sí, hija, sí. El otro día, la mocosa va y me
dice que quiere un sujetador Wonderbra push-up
para que su pecho aumente y tener un escote
perfecto. ¿Qué te parece?
—¿Te dijo eso?
—Sí, hija, sí. ¡Que las niñas de ahora son muy
espabiladas!
Me río, no puedo remediarlo. No me imagino a
Luz, mi chicarrona, diciendo eso y, de repente,
recordando algo, digo tras contarle que he visto a
Sebas en Múnich:
—Hablando de Luz, haz el favor de no ponerle
horquillas de Dora la Exploradora y calcetines con
puntillitas, que ya es mayor.
—Pero si está monísima con ello. —Ambas
reímos, y me doy cuenta de lo cabronceta que es
mi hermana cuando añade—: Lo hago para que
proteste, tonta. Ya sé que no tiene edad para
ponérselo.
—No sé quién es peor, si ella o tú.
Cande  ríe. Me encanta su risa. Oírla reír es
como oír a mi madre.
—Según tu sobrinita —prosigue—, ahora está
locamente enamorada de ese tal Héctor, pero hasta
el mes pasado lo estaba de un tal Quique y, claro,
yo he de mirar por su reputación, ya sabes lo larga
que es la gente y lo mucho que le gusta darle a la
lengua.
Asiento. Sé perfectamente cómo es la gente de
cotilla y metomentodo. Bajo la voz y murmuro:
—Acuérdate de cuando tú y yo teníamos su
edad, ¿o acaso has olvidado el veranito que te dio
por Roberto, el de los juegos recreativos, o por
Manuel, el de la tiend...?
—Ais, Roberto, qué guapo era. ¡Ay, madre,
cuchu! —grita de pronto—. ¿Te acuerdas de
Damián, el de la Montesa azul que tanto te gustaba
y por el que saltabas la verja de casa todas las
noches para verte con él?
—Sí. Claro que lo recuerdo.
Pensar en aquello me hace reír a carcajadas.
Sin duda, en nuestra adolescencia todos hacemos
más tonterías de las que luego queremos
reconocer, aunque recordarlas nos haga sonreír.
—Por cierto, papá está tristón porque dice que
no vendréis a la Feria de Jerez.
—No lo sé. Aún queda mucho.
—Pero, cuchu..., ya te la perdiste el año
pasado, ¿te la vas a perder también este año?
Me joroba pensar en ello. Desde que nací, sólo
me he perdido esa feria una vez en mi vida, por lo
que, dispuesta a dejarme las uñas para llevar a
Eric este año, afirmo:
—No. Claro que no. Haré todo lo posible para
ir.
Al final, cuando cuelgo, mi humor ha mejorado
considerablemente. Las locuras de mi hermana y
de mi sobrina me hacen reír. Entonces, oigo unos
golpecitos en la puerta de mi despacho y, al mirar,
veo a Natalie. ¿Qué está haciendo ella aquí?
—Hola, guapísima —me saluda dicharachera
—. Tengo una comida con Peter  y, como sé que
trabajas aquí, he pensado en pasar a saludarte
mientras él termina unos asuntillos.
Me quedo boquiabierta. ¿Peter  tiene una comida
con ella y no me lo ha dicho?
Natalie  entra en mi despacho como Pedro por
su casa, se sienta frente a mí y murmura:
—Qué bien lo pasamos el otro día...
—¿Cuándo?
Ella me mira y sonríe.
—En el Sensations —explica bajando la voz
—, aunque tu marido, el muy malote, me rechazó.
—No digo nada. No puedo, y ella prosigue—: Por
cierto, te vi mirando tras las cortinas cuando yo
estaba en el reservado con los amigos de Félix.
¿Te excitó lo que viste?
Lo recuerdo al instante y, con la misma
sinceridad con la que ella me pregunta, yo le
respondo a la vez que me maldigo por ser tan
curiosa:
—Si te soy sincera, ni me excitó mi me gustó.
Natalie  sonríe.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
Ella me observa. No aparta la mirada de mí y
responde:
—¿Que por qué no te excitó? Al fin y al cabo,
es sexo.
—Porque esa clase de sexo no me atrae —
replico.
Natalie  suelta una risotada y, bajando de
nuevo la voz, cuchichea:
—Lali, precisamente lo que a mí me excita
es que me traten así y que mi marido lo permita y
me use a su antojo. Pero, claro, tú prefieres...
—Prefiero lo que tú misma viste después —la
corto segura de mí misma—. Nunca disfrutaría con
lo que a ti te gusta, eso no va conmigo.
Su sonrisa se ensancha y asiente.
—¿Peter  y tú no os ofrecéis a otros?
—Sí.
—Pues eso es lo que hace Félix conmigo,
cielo.
Vale. Sé que puede parecer lo mismo, pero no
lo es, y añado:
—No. No es lo mismo. Y que conste que no
critico lo que vi; si a ti y a tu marido os gusta esa
clase de sexo, ¡adelante! Sólo digo que yo no me
prestaría a eso. Pero repito: si a ti te gusta, te
excita y estáis de acuerdo, ¡adelante y disfrutadlo!
Natalie  entiende muy bien lo que le digo, y a
continuación murmura:
—A mí me encanta que Félix me obligue y me
entregue a sus amigos para que me usen a su
antojo. Creo que es la parte más excitante de
nuestro caliente juego.
—Sobre gustos no hay nada escrito —afirmo
sonriendo.
—¡Tú lo has dicho! —conviene ella con un
gracioso gesto.
Con Natalie me pasa algo muy raro. Tan
pronto me cae bien como me cae mal. No llego a
cogerle bien el punto, pero reconozco que ella
siempre trata de ser amable y encantadora
conmigo.
Mirándola estoy cuando se levanta, se acerca a
la pared y comenta:
—No me digas que éstos son vuestros niños...
—Sí —digo al ver que señala las fotos de mis
hijos.—
Oh, Dios mío, son preciosos, Lali. Qué
monadaaaaa. Qué ricurasssssssssss.
—Lo son —afirmo orgullosa de ellos.
—¿Habéis adoptado un niño chinito?
Me dispongo a responder cuando de pronto
Peter  entra y lo hace por mí:
—Flyn no es chino, es coreano alemán. Era el
hijo de mi hermana Hannah, y ahora es nuestro.
—¿Era? —pregunta Natalie.
Peter  asiente penosamente y en ese instante
confirmo que llevan sin hablarse varios años.
—Hannah murió —explica él entonces.
—Oh, Dios mío, Peter..., lo siento. No sabía
nada. Mi amor asiente. Hablar de ello le duele, y sé
que le dolerá toda su vida cuando responde:
—Flyn se quedó conmigo y, desde que Lali
llegó a nuestras vidas, somos una familia.
Natalie  se lleva las manos a la boca. Veo que
siente lo ocurrido a Hannah y, emocionada, le coge
las manos.
—Sé cuánto la querías y lo unido que estabas a
ella.
Peter  asiente de nuevo. Yo paso la mano por su
espalda y Peter  lo suelta y dice reponiéndose:
—Sin duda, Lali  y tú habéis creado una
preciosa familia.
—Sí —afirma él con seguridad mientras me
guiña un ojo.
Natalie  vuelve a mirar la pared donde están
las fotos de los niños y pregunta:
—¿Cómo se llaman los otros dos?
—Peter  y Hannah —respondo.
Entonces, Natalie  enternece el gesto y
murmura:
—Son preciosos..., preciosos. —Y, mirando a
Peter, añade—: Aún recuerdo que tú no querías
tener hijos y yo sí. —Peter sonríe y ella finaliza—:
Qué curiosa que es la vida..., al final, tú los has
tenido y yo no. ¿Pensáis tener más?
—No —afirma Peter  antes de que yo responda.
Vaya. Eso me sorprende. Siempre he sido yo la
que decía rotundamente que no, y oír a Peter decir
eso en cierto modo me subleva. Pero tiene razón:
¡con tres vamos sobrados!
Al ver mi gesto, Peter se acerca a mí, me coge
por la cintura y, mirándome directamente a los
ojos, pregunta:
—Vamos a comer, ¿te vienes?
—¿Te encuentras mejor que esta mañana? —
pregunto interesada por él.
—Sólo era un pequeño dolor de cabeza, cariño
—replica sonriendo—. Venga, vente a comer.
Lo miro..., no sé qué hacer. Yo misma estoy
llena de contradicciones: ¿debería ir o no? Pero,
siendo consecuente con la confianza que tengo en
él, respondo:
—Mejor id vosotros.
—¿Seguro? —pregunta mi amor intentando
leer mi rostro.
Con una sonrisa que lo tranquiliza, asiento.
—Sí, cariño. Seguro. Id vosotros, tenéis
muchas cosas de las que hablar.
Dos segundos después, Natalie y Peter  salen de
mi despacho y yo me siento de nuevo en mi silla.
Confío en Peter  y, abriendo una carpeta, murmuro:
—Lali Esposito, deja de pensar tonterías.

Nota: si puedo vuelvo a subir en la noche si no mañana en la mañana.h

23 comentarios:

  1. Segui mas seguido plis

    ResponderEliminar
  2. Sigues sin volveeer ��

    ResponderEliminar
  3. Heeey q pasó regresa

    ResponderEliminar
  4. Nada d noticias d ti

    ResponderEliminar
  5. Ya va hacer un año :(

    ResponderEliminar
  6. Pronto sera un año q no vuelves :/

    ResponderEliminar
  7. Ya pasamos el año y no regresas :(

    ResponderEliminar
  8. Triste que no vuelves

    ResponderEliminar
  9. Pensé q ya volvías y nada

    ResponderEliminar