sábado, 3 de junio de 2017

CAPITULO 7

A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy e
sola en la cama. Miro el reloj: las diez y veinte.
Rápidamente me levanto.
¿Por qué Peter no me ha despertado antes?
Como una loca, me visto. Me pongo unos
vaqueros, una camiseta y unas zapatillas de
deporte y vuelo escaleras abajo.
Cuando llego a la cocina, Simona, Pipa y Peter
están con los niños, mientras que Flyn está
tecleando en su móvil. Como una exhalación, entro
y le pregunto a mi amor:
—¿Por qué no me has despertado?
Él se acerca a mí con una preciosa sonrisa y,
tras besarme en los labios, responde:
—Porque necesitabas dormir. Buenos días,
pequeña.
Que esté de humor me hace sonreír y, sin
querer pensar en lo que hablamos la noche
anterior, miro a mi alrededor y pregunto:
—¿Dónde está Sami?
Peter , que está haciéndole una pedorreta a
Hannah, no responde. Flyn me mira entonces con
cara de apuro y dice:
—Pablo ha venido esta mañana y se la ha
llevado.
De pronto, el teléfono móvil de Peter suena.
Echa un vistazo a la pantalla y, mientras le entrega
la niña a Pipa, dice:
—Es Weber, para unos temas de la oficina. Iré
al despacho a hablar con él.
—¿Otra vez trabajo?
Peter resopla y sale de la cocina sin contestar.
Cuando ya se ha ido, me acerco a Flyn.
—¿Qué te ocurre, cariño? —le pregunto.
Ahora que Peter no está, él me mira
directamente a los ojos.
¡Uy..., uy..., esa miradita de cordero
degollado...!
¿Qué habrá hecho, Dios mío? ¿Qué habrá
hecho?
Acostumbrada a su especial mirada coreana
alemana, levanto las cejas y finalmente él dice:
—¿Podemos ir a mi habitación?
¡Lo sabía!
¡Sabía que ocurría algo!
Convencida de que tiene algo que contarme,
asiento y los dos salimos de la cocina. Al salir,
veo que Flyn mira en dirección al despacho de
Peter y, cuando se asegura de que está la puerta
cerrada y no nos ve, me coge de la mano y, tirando
de mí a toda prisa, dice:
—Vamos.
Subimos la escalera de dos en dos y en
silencio. Al llegar a su cuarto, entramos, él cierra
la puerta y me mira.
—Mamá —dice—, tengo que contarte algo.
Asiento. Sin duda, la cosa va a traer miga. Me
siento en su cama tras quitar un par de camisetas
que como siempre ha dejado tiradas y pregunto
con un suspiro:
—Lo sé. Conozco tu mirada, así que ¡dispara!
Mi hijo se rasca el cuello.
Bueno..., bueno..., que a éste le van a salir
ronchones también.
Después se rasca la coronilla y finalmente va
hasta su mesilla, rebusca en el cajón y,
tendiéndome un sobre, dice:
—No te enfades, pero son las notas.
Ay, mi niño... Pobrecito, el apuro que tiene.
Si él supiera lo malísima estudiante que fui yo
a su edad y los disgustos que les daba a mis
padres, seguramente me miraría con otros ojos.
Pero no, no puedo decírselo, y sonrío.
Flyn es un buen estudiante, siempre ha sido un
niño de notables y sobresalientes y tremendamente
exigente consigo mismo. Cojo el sobre que me
tiende e intento quitarle hierro al asunto.
—Vamos, cariño, no pongas esa cara. Papá y
yo ya te hemos dicho muchas veces que no hace
falta que todo sean sobresalientes, mi amor.
Además, este año has cambiado de ciclo y de
centro y es todo mucho más difícil, por lo que es
normal que tus notas hayan bajado.
El pobre me mira con ojitos de ratoncillo
asustado y yo sonrío.
¡Cómo me camela mi coreano alemán!
Y entonces, sin abrir el sobre con las notas que
me ha dado, pregunto:
—¿Estás apurado porque te ha quedado alguna,
cuchufleto?
Él asiente. Pero si hasta pálido lo veo...
Yo sonrío y cuchicheo, aunque, a diferencia de
otras veces, cuando le digo aquel ridículo
«¡cuchufleto!» que tanto repite mi hermana Cande,
no sonríe, por lo que comienzo a preocuparme.
—¿Qué has suspendido? —pregunto.
Remolonea. Duda. Mira el techo.
Oh..., oh..., ¡esto no me gusta!
Después, sus ojos se dirigen al armario donde
están sus pósteres de los Imagine Dragons, su
grupo preferido.
¡Uf..., comienzo a asustarme!
Luego mira a sus pies y finalmente, cuando ve
que me muevo y me va a dar un ataque, susurra sin
mirarme:
—Me han quedado seis.
¡¿Seis?!
¡Ay, que me da un jamacuco!
¿He oído bien? ¡¿Ha dicho seis?!
¡La madre que lo parió!
—¡¿Seis?! —susurro antes de gritar—. ¡¿Te
han quedado seis?!
Flyn, al ver mi gesto y oír mi voz, pone cara de
«pobre de mí» y responde:
—Sí..., pero... es que...
—¡Joder, Flyn, seis! —repito sin creerlo
mientras el cuello me comienza a arder.
Pero ¿cómo ha podido pasar eso si siempre ha
sido un estudiante estupendo?
Madre mía. Madre mía, cuando se entere uno
que yo me sé, la que se va a armar.
El niño no sabe adónde mirar, ¡y yo tampoco!
Y, como una loca, abro el sobre de las notas y,
con un hilo de voz, murmuro:
—Has suspendido... historia, matemáticas,
filosofía, geografía, inglés y dibujo... Pero... pero
¿cómo puedes suspender hasta dibujo? Madre mía,
Flyn, cuando Peter vea esto, no querría encontrarme
en tu pellejo.
Mi hijo me mira, sabe que tengo razón.
—¿Cómo se llamaba tu tutor, que no lo
recuerdo? —pregunto enfadada.
—Alves. Señor Alves.
Asiento y repito acalorada:
—El lunes ya puedes decirle al señor Alves
que quiero una tutoría con él para que me explique
qué narices ha pasado, ¿entendido?
Flyn asiente, no le queda otra. Todavía
sorprendida por aquello, murmuro:
—¿Y cómo le contamos esto a tu padre?
En ese instante se abre la puerta de la
habitación. Al ver que es Peter, escondo
rápidamente las notas a mi espalda.
¡Qué tío, siempre nos pilla!
Nos ve a los dos desconcertados, así que entra,
cierra la puerta y pregunta:
—¿Qué planeáis a mis espaldas?
Como si nos hubiera comido la lengua un
hipopótamo, así estamos Flyn y yo. El niño no
sabe qué decir, y yo no sé ni qué responder.
Madre mía..., madre mía..., cuando vea las
puñeteras notas...
Nuestro mutismo y la rigidez de nuestros
cuerpos ponen en alerta a Peter. Nos conoce. Se
acerca a mí y dice:
—¿Qué ocurre, pequeña? —Al ver mi brazo
hacia atrás, mira por encima de mi cabeza y
pregunta—: ¿Qué es ese papel que escondes?
Ahora la que lo mira con ojos de ratoncillo
asustado soy yo, y entonces oigo a Flyn decir:
—Papá, son las notas.
Peter me mira...
Yo lo miro...
Peter sonríe...
Yo me rasco el cuello...
Las ronchas en mi cuello me delatan y eso le
hace presuponer que algo no va bien. Así pues, me
aparta la mano para que no me rasque, a
continuación me la suelta, extiende su mano y dice:
—¿Me enseñas las notas, Lali?
Vale. El momento ha llegado. Pero antes de
dárselas, digo intentando allanarle el camino a
Flyn:—
Cariño, piensa que este año ha cambiado de
ciclo y...
—Venga, La, eso ya lo sé. Enséñamelas.
Flyn y yo nos miramos.
—Me estáis asustando con vuestras miraditas
—dice Peter, aún con humor.
Oy..., oy..., oy..., la que se va a armar...
Y, sin poder retrasar más el terrible momento,
se las entrego.
¡A cubrirse toca!
Sin quitarle de encima la vista a mi amor, veo
cómo su boca pasa de la divertida sonrisa a la
sorpresa y, de ahí, al enfado en décimas de
segundo.
Ante nosotros acaba de aparecer el frío Iceman
que asusta a Flyn, y entonces lo oigo decir con voz
ronca y controlada:
—Flyn, ve a mi despacho y espérame allí.
En un abrir y cerrar de ojos, el chico
desaparece de la habitación, y Peter me mira y
sisea:—
¿Cuánto tiempo pensabas ocultármelo?
Su acusación me toca las narices, el pie
derecho y distintas partes de mi cuerpo. Me
levanto de la cama y pregunto con cautela:
—¿Cómo dices?
Con el gesto congestionado y las malditas
notas en la mano, Peter musita:
—Aquí pone que se las entregaron el día 18, y
hoy es 23. ¿Hasta cuándo pensabas ocultármelas?
Ya estamos. ¡Peter y sus conclusiones
precipitadas!
Clavo mis ojazos negros en él y protesto:
—Oye..., oye..., oye. Que yo las acabo de ver
por primera vez hace cinco minutos.
—¡¿Seguro?!
—¡Segurísimo!
—No me lo creo.
—Pues créetelo —insisto.
—La, me molesta cuando mientes para ocultar
algo de Flyn.
¡Ya estamos!
¿Por qué Peter siempre cree que estoy
compinchada con el niño para todo?
Tras acercarme a él sin ningún miedo, le clavo
el dedo índice en el pecho y siseo:
—Mira, bollito...
—¡Lali!
—¡¿Qué?!
—¡No vuelvas a llamarme así! —replica
furioso.
Su mirada me hace saber que eso no le hace
ninguna gracia, y no dispuesta a jorobar las cosas
más de lo que están, digo:
—Vale. Perdona. En cuanto al niño, entiendo tu
sorpresa y tu enfado, porque eso mismo me ha
pasado a mí cuando me las ha enseñado. Pero lo
que no entiendo es que rápidamente desconfíes de
mí porque yo...
—¿Cómo no voy a desconfiar de ti, si siempre
lo estás tapando?
—¡Pero ¿qué narices estás diciendo, gi...?!
Su dura mirada hace que me calle. Es mejor
que en un momento así no lo insulte o todo irá a
peor. Pero, vamos a ver, ¿qué es eso de desconfiar
de mí, cuando yo confío plenamente en él?
Peter se mueve nervioso. Para mi desgracia,
cuando las cosas se le escapan de las manos,
puede llegar a ser el hombre más desagradable del
mundo.
—¿Acaso crees que soy tonto y no me doy
cuenta de la infinidad de veces que me ocultas
algo para que no lo regañe? —insiste.
¡Joder, tiene razón!
Bueno..., bueno..., bueno... Si se entera de que
he comprado dos entradas para llevarlo al
concierto de los Imagine Dragons, ¡la que me
monta es fina!
Reconozco que soy demasiado protectora con
Flyn en ciertos momentos, pero también lo soy con
mis otros hijos, con mi familia, con mis amigos e
incluso con él. Sin embargo, cuando voy a
contestar, Peter se adelanta:
—Da igual lo que digas, La. Como siempre, a
ti todo te entra por un oído y te sale por el otro,
¿verdad? —A continuación, se dirige hacia la
puerta y añade—: Voy a hablar con Flyn a solas.
Necesito una explicación a este desastre de notas.
Y, sin mirarme, sale del cuarto dando un
portazo.
¡Ya la hemos liado!
Está visto que, cuando la mala rachita
comienza..., ¡a saber Dios cuándo acaba!
Una vez sola en la habitación, durante varios
segundos miro al suelo.
Sé que Peter tiene razones más que suficientes
para estar mosqueado pero, como siempre, ya me
ha echado la culpa a mí. La primera sorprendida
con lo ocurrido al ver las notas he sido yo, pero
estoy segura de que ese cambio de actitud en Flyn
tiene una explicación. Sin duda, la adolescencia,
los amigos y los amores lo están atontando.
Sin embargo, como madre que me considero de
Flyn, decido ir al despacho. Quiero estar delante
cuando explique el desastre. Así pues, salgo de la
habitación, bajo la escalera y me dirijo hacia el
despacho de mi incombustible amor enfadado.
Al llegar, está la puerta cerrada y oigo la voz
autoritaria de Peter.
¡Buenoooo..., la que le está cayendo a Flyn!
Ya conozco a Peter porque, si no, estaría
asustadita perdida pensando que está ladrando
como un perro furioso y rabioso. Sin esperar un
segundo más, abro la puerta y entro.
Peter y Flyn me miran, y veo en los ojos de mi
niño algo que nunca he visto en él y que mi padre
siempre ha llamado pasotismo. Eso no me gusta,
así que me dirijo a Peter , que tiene las notas en la
mano, y digo:
—Soy su madre y quiero estar presente en todo
lo que tengas que decirle.
Observo cómo su pecho se agita y sus ojos se
entornan..., ¡joder, parece chino!
En su mirada leo que le gustaría echarme del
despacho, pero sabe que lo que he dicho es
importante para el niño y para todos como familia
y, volviendo a mirar al crío, continúa con su
perorata.
Como siempre, Peter hace preguntas y, cuando
Flyn va a contestar, lo interrumpe y el niño se
encoge. Eso me saca de mis casillas. Peter no lo
deja contestar. Me callo y decido decirle a mi
marido lo que pienso cuando el crío no esté
presente.
—Estás castigado sin salir con tus amigos.
—Papáaaa...
—¡He dicho castigado! —insiste mi alemán.
—¡No soy un niño! —grita Flyn.
Al oír eso, Peter resopla, apoya las manos en la
mesa de su despacho y controlando la voz sisea:
—Eres mi hijo y con eso me vale para
castigarte.
Flyn se desespera, lo veo en sus ojos y,
mirándome, dice:
—El viernes tengo una fiesta importante.
—¿Qué fiesta? —pregunta Peter.
Sin amilanarse, el crío se dirige a mi amor y
responde:
—La fiesta del cumpleaños de mi novia.
—Pues dile a Dakota que no vas —suelta Peter.
—Dakota no es mi novia, papá; ahora lo es
Elke. Peter me mira y, tan sorprendido como yo
cuando me enteré, pregunta:
—¿Y quién narices es Elke?
Bueno..., bueno..., bueno..., la cosa se va
caldeando por segundos cuando Flyn, en busca del
apoyo que siempre le doy, me mira con ese gesto
que me descongela hasta el alma.
—Mamá, ayúdame —suplica—, tengo que ir a
la fiesta de Elke.
—Tu madre no te va a ayudar porque no irás,
¡estás castigado! —insiste Peter.
—Papáaaa...
Suspiro y me acaloro. No voy a llevarle la
contraria a Peter, esta vez no, porque sé que tiene
razón. Así pues, cojo fuerzas y digo:
—Lo siento, Flyn, pero como papá ha dicho,
¡estás castigado!
Mi niño me mira con gesto de incredulidad. No
entiende cómo esta vez no lo ayudo.
¡Ay, qué dolor siento en el alma!
Esto de ser madre de un adolescente, en plena
edad del pavo, es más duro de lo que creía.
Noto la mirada de conformidad de Peter ante lo
que he dicho y, cuando Flyn vuelve a quejarse otra
vez, le suelta:
—Y, por supuesto, ya puedes olvidarte del
ordenador, la tablet, las redes sociales y el móvil.
—¡No puedes hacer eso! —grita Flyn.
Peter se pone enfermo al oír su tono y,
acercándose a él, replica:
—Puedo y lo haré.
—¡Pero, papá...!
Bueno..., bueno..., bueno..., si le quita todo eso
al niño, se lo carga. ¡Pobrecito!
—Y como vuelvas a protestar o a levantarme
la voz —sisea Peter con gesto furioso—, te juro,
Flyn, que las consecuencias van a ser mucho más
graves.
El niño me mira. ¡Angelito! Y yo, con la
mirada, sin pestañear, le pido que no abra la boca
y no se le ocurra mencionar lo de las entradas del
concierto.
Por suerte, me entiende, hace caso y mira al
suelo. Uf..., ¡menos mal!
Cuando Peter se enfada, es el tío más
intransigente del mundo pero, en este instante, pese
a la pena que me da Flyn, mi amor tiene toda la
razón.
Durante un par de minutos, los tres
permanecemos callados, hasta que finalmente Peter
dice:—
Sal del despacho y tráeme tu portátil, la
tablet y el móvil. Te lo devolveré todo y podrás
volver a salir con tus amigos cuando recuperes las
seis que te han quedado, ¿entendido?
Abatido, mi coreano alemán agacha la cabeza.
Sabe que en este instante es mejor obedecer y, por
ello, sin mirarme, pasa por mi lado y sale del
despacho.
Una vez me quedo a solas con mi amor, Peter
me mira.
Ea..., ¡ahora me toca a mí!
—Siento haberme puesto así contigo —dice—.
Flyn me ha contado que acababas de ver las notas.
Lo siento, cariño. Perdóname.
No respondo, simplemente lo miro con gesto
de enfado y lo informo:
—Le he dicho a Flyn que le comente a su
profesor que quiero una tutoría con él.
—Iremos los dos —afirma Peter.
Dos segundos después, la puerta se abre y Flyn
entra con todo lo que Peter le ha pedido. Sin
mirarnos a ninguno de los dos, deja el ordenador,
la tablet y el móvil sobre la mesa del despacho y
se marcha.
Peter se pasa entonces la mano por la cabeza y
pregunta:
—¿Qué estamos haciendo mal, La?
Oír su tono de voz abatido me hace saber que a
él le ha dolido más hacer lo que ha hecho que a
nuestro hijo.
—No hemos hecho nada mal, Peter —murmuro
acercándome a él—. Seguimos siendo los mismos
que ayer, pero él cambia y ya no es el niño que se
contentaba aprendiendo a montar en monopatín o
jugando con nosotros a la PlayStation.
—Y, si no hemos hecho nada mal, ¿por qué de
pronto suspende seis?
Ésa es una pregunta difícil de responder.
—Yo no puedo meterme en la cabeza de Flyn
—digo—, pero he tenido su edad, como la has
tenido tú también, y...
—Yo siempre he sido muy responsable,
incluso con esa edad, La —me corta—. Siempre
he sabido que los estudios eran algo que debía
aprobar por mí y por mis padres, aunque estuviera
desfasado en ciertos momentos.
Sonrío. Sin duda, mi chicarrón siempre ha sido
un gran responsable. Me encojo de hombros y
respondo:
—Pues siento decirte que a mí, a su edad, lo
último que me importaba eran los estudios y lo que
mis padres pensaran, porque lo único que quería
era saltar con la bicicleta como una loca,
divertirme y, cuando iba a la discoteca con mis
amigas, ser una chica guapa a la que admiraran los
chicos.
Mi confesión hace que Peter me mire, y
entonces observo que las comisuras de sus labios
se relajan.
¡Bien..., vamos bien!
Acto seguido, pasa las manos alrededor de mi
cintura y murmura:
—Tus amigos debían de estar ciegos para no
admirarte.
Vuelvo a sonreír. ¡Qué mono es cuando quiere
el jodío!
—Era desgarbada, además de peleona con los
chicos —confieso—. Me gustaba demasiado el
deporte y me sentía fea ante otras chicas que, con
mi misma edad, estaban más desarrolladas y eran
más femeninas.
Mi Iceman sonríe, eso me tranquiliza y,
acercando su frente a la mía, murmura:
—¿Crees que he hecho bien con Flyn?
Lo miro y me pierdo en sus ojos.
—Has hecho lo que cualquier padre
preocupado haría por su hijo —afirmo—. Le has
hecho ver que toda causa tiene un efecto. Ahora es
él quien debe darse cuenta de lo que realmente
tiene que hacer para volver a disfrutar de todos los
privilegios que tenía. Y, si te quedas más tranquilo,
quiero que sepas que, en esta ocasión, yo habría
actuado exactamente igual que tú.
—Pues me siento fatal —insiste.
No puedo evitarlo y sonrío.
En mi niñez, recuerdo haber escuchado a mis
padres tener esa misma conversación cuando nos
castigaban a Cande y a mí por habernos portado
mal, lo que era de continuo.
—Entiendo tu malestar porque yo también me
siento así — digo—, y más cuando no lo he
ayudado para lo de la fiesta de Elke. —Peter
resopla al oír eso, pero prosigo—: Hasta este
momento, Flyn siempre había ido bien en los
estudios y no habíamos tenido que enfadarnos con
él por ello pero, ahora, creo que nos va a tocar
pasar una temporadita complicada hasta que
consigamos encauzarlo de nuevo.
—¿Quién es Elke, y cuándo dejó de estar con
Dakota?
—Ni idea, corazón —digo y, al ver la
confusión en sus ojos, afirmo—: Seguro que Elke
será una buena niña como Dakota. —Peter se toca
el pelo y prosigo—: Cariño, todo esto se deberá a
un conjunto de cosas. Su edad, la novia, los
amigos, el interés por todo menos por los estudios
y la rebeldía. Piensa que hemos pasado de ser los
padres perfectos al enemigo a abatir. Esto es así,
Peter. Es ley de vida, amor.
Peter resopla. Sin duda, sabe que tengo razón.
—Recuerdo que mi padre me prohibía salir o
me quitaba la bicicleta en Jerez —continúo—. Eso
me enfadaba, pero era lo único que hacía que yo
reaccionara. —Peter sonríe—. Pero, por favor, la
próxima vez que hables con él, permítele que
responda. No lo cortes todo el rato cada vez que
va a contestar o dejará de hablar contigo, y tú no
quieres eso, ¿verdad? —Él niega con la cabeza e
insisto—: Pues entonces hazme caso. No hay nada
más incómodo que querer responder y que no te lo
permitan.
Peter asiente. Sin duda, sé que la próxima vez
que hable con él lo hará. Me da un beso y
murmura:
—¿Perdonas a tu gilipollas por sacar
conclusiones erróneas de ti?
Eso me hace soltar una carcajada y, encantada,
poso las manos en sus hombros y digo tocándole
con cariño el cuello:
—Adoro que en ocasiones seas un gilipollas;
¿sabes por qué? —Él niega con la cabeza, y yo
aclaro divertida—. Porque me encanta
reconciliarme contigo.
Su sonrisa se ensancha.
¡Oh, Dios, qué maravillosa sonrisa tiene mi
alemán preferido!
Cuando va a besarme y sé que me va a dejar
sin respiración, nos interrumpen unos golpes en la
puerta del despacho.
—Adelante —dice Peter.
La puerta se abre. Es Simona que, con gesto
preocupado, explica:
—Siento interrumpir, pero Flyn se ha pillado
un dedo con la puerta y está dolorido en la cocina.
Peter y yo salimos a la carrera.
¡Ay, mi niño!
Cuando llegamos a la cocina, nuestro
adolescente nos mira. Peter se apresura a
arrodillarse delante de él, coge su mano, retira la
bolsa de hielo que Pipa le ha puesto y examina el
dedo aplastado y rojo.
—Lali , llama a Marta para ver si está en el
hospital —me pide a continuación con gesto
descompuesto.
Sin tiempo que perder, los tres nos dirigimos
al garaje. Allí, nos encontramos con Norbert, que,
al vernos llegar, aunque no sabe lo que ha pasado,
dice rápidamente:
—En cinco minutos llegamos a urgencias.
A Flyn por el dolor se le escapan unas
lágrimas, y Peter no puede ya ni respirar.
Madre mía, ¡pero qué nervioso se pone con
estos temas!
Hablo con Marta. Está en el hospital. Como
puedo, mientras llegamos tranquilizo al grandullón
y a mi niño a la vez. No sé quién es más
complicado. Cuando llegamos a urgencias, Marta,
la hermana de Peter, que trabaja allí, ya nos está
esperando.
Mi cuñada, que es un amor, se preocupa por
Flyn en cuanto lo ve.
—Tú quédate aquí —dice entonces mirando a
Peter.—
No. Yo voy con Flyn —insiste él.
Marta y yo nos miramos y, finalmente, para
relajarlo digo:
—Peter y yo nos quedaremos aquí. Flyn, ve con
la tía Marta.
Una vez ellos dos desaparecen por la puerta,
Peter me mira con gesto tenso y, antes de que abra
la boca, digo:
—Sabes que es mejor que no estemos nosotros
para que Flyn esté atento a lo que Marta y el
doctor le digan, así que ni se te ocurra protestar,
que la madre soy yo, estoy preocupada y no estoy
montando un numerito, ¿de acuerdo?
Peter asiente y no dice nada. Norbert, que ya ha
aparcado el coche, entra en urgencias. Al vernos,
se sienta a nuestro lado, y los tres esperamos con
impaciencia y en silencio.
Cuarenta minutos después, la puerta se abre y
salen Marta y Flyn. Miro a Peter y veo cómo su
gesto se suaviza al contemplarlo. Lo quiere con
locura. Lo sé, y sólo deseo que Flyn también lo
sepa. Cuando se acerca a él, observa su mano
vendada y luego lo mira a los ojos.
—¿Estás bien, colega? —le pregunta.
El crío, que ya no llora, esboza una sonrisa y
asiente.
—Me duele, papá, pero estoy bien.
Peter lo abraza y yo me emociono. ¡Soy así de
tonta! Marta nos dice que le han hecho una
radiografía y el dedo no está roto, pero tiene una
pequeña fisura. Le han puesto una férula para
inmovilizárselo y tiene que tomar
antiinflamatorios. Una vez acaba de explicárnoslo
todo, veo que tiene mala cara.
—¿Te encuentras bien, Marta? —pregunto.
Mi cuñada me mira, se recoge el pelo en una
coleta alta y responde:
—Sí. Es sólo que esta noche no he dormido
mucho.
Tan pronto como sabemos que todo está bien, a
pesar del susto, Marta mira a su sobrino, que está
tan alto como nosotras, y le dice:
—Todavía no me has contado cómo te has
pillado el dedo.
Él nos mira a Peter y a mí, que somos el
enemigo, y responde:
—Estaba enfadado, cerré la puerta con fuerza
y me pillé el dedo.
Con cariño, le toco el pelo y lo beso en el
hombro.
—¿Y por qué estabas enfadado? —insiste
Marta.
Flyn mira al suelo. Peter me mira a mí. Marta
mira a Peter y yo finalmente digo:
—Vamos, cielo, responde a lo que te han
preguntado.
Mi niño resopla, levanta la cara, mira a su tía y
contesta:
—Me dieron las notas y suspendí seis.
—¡¿Seis?! —grita Marta.
Peter asiente. Yo asiento. Flyn vuelve a mirar al
suelo y Marta le suelta, sorprendiéndonos a todos:
—Flyn Lanzani, espero que tus padres te
hayan castigado como mereces, jovencito. Tu
obligación es estudiar y aprobar, como la
obligación de tus padres es cuidarte, protegerte y
procurar que no te falte de nada.
Atónito, mi amor observa a su hermana. Estoy
segura de que esperaba cualquier otra cosa menos
eso, y sonrío cuando lo oigo decir:
—Gracias.
Marta le guiña el ojo con complicidad.
Cuando llegamos a casa, Simona y Pipa están
preocupadas pero, en cuanto ven a Flyn, la
preocupación se les pasa, y lo mismo ocurre con
Sonia, mi suegra y abuela del niño. Marta la llama
para decírselo y, cuando ella telefonea para
preguntar y habla con Flyn, también se tranquiliza.
Tras la comida, Peter habla con Pablo y
después nos sentamos con los niños en el salón.
Hannah y el pequeño Peter se quedan dormidos, y
comienza la película Los Vengadores en la
televisión. ¡Bien! Nos gusta a los tres.
Durante veinte minutos Peter, Flyn y yo la
vemos, hasta que la puerta del salón se abre y
Simona anuncia:
—Flyn, una tal Elke al teléfono.
El crío nos mira. Sabe que está castigado. Yo
no muevo ni una pestaña, y Peter, finalmente, al ver
que no voy a abrir la boca y el niño no le quita
ojo, dice:
—Ve a hablar con ella, pero hazlo desde tu
habitación.
Flyn da un salto y corre hacia el teléfono. Yo
sonrío y cuchicheo:
—Vaya..., vaya... ¿No quieres saber qué es lo
que habla con su nueva novieta?
Peter niega con la cabeza y responde con gesto
taciturno:
—La intimidad de Flyn en temas de amores es
sólo suya.
Sonrío. No puedo evitarlo y, sin decir nada
más, me acomodo junto a mi amor y seguimos
viendo la película mientras los pequeñines
continúan dormidos.
La peli está genial. Me encanta pero, como ya
la he visto y Peter también, tras reírnos por una
escena divertida, le pregunto:
—Por cierto, ¿qué te ha dicho Pablo?
Peter mueve la cabeza y explica:
—Le han vuelto a piratear la web.
—Pobre..., ¿ya es la tercera vez?
—La cuarta. Intentan localizar al tal Marvel,
pero no dan con él. Sin duda, debe de ser un
hacker profesional.
Resoplo. Es evidente que Pablo tiene un gran
problema.
Guardamos silencio durante unos segundos,
hasta que, mirándolo de nuevo, digo:
—Tenemos que hablar.
Noto que Peter se tensa, pero finalmente
responde:
—Cariño, si es sobre Natalie...
—No es sobre eso —lo corto, y añado—:
Confío en ti.
Peter asiente. Le gusta lo que he dicho y,
sonriendo, murmura:
—Entonces, tú dirás.
Cojo fuerzas y digo sin parpadear:
—Es en referencia a trabajar.
Su cara se descompone.
—Lali, por favor.
—Ah..., ah..., no me llames por mi nombre
completo, que eso sólo lo haces cuando te cabreas
—me quejo.
Suspira. Sabe que no puede seguir esquivando
el tema, por lo que cierra los ojos y replica:
—De acuerdo, ya sé que la niña ya tiene dos
años y...
—Peter —lo corto impasible—. Sabes que
adoro a los niños y te adoro a ti y que por vosotros
doy mi vida, pero necesito trabajar en algo que no
sea cuidar de los niños, dar de comer a los niños y
dormir a los niños o te juro que me voy a volver
loca como mi hermana Cande; ¿quieres eso?
—No —responde rápidamente—. Pero,
cariño, no te hace falta. Sabes que yo cubro todas
vuestras necesidades y...
—Lo sé, ¡claro que lo sé! Sé quién eres y con
quién me he casado —gruño—. Pero también sé
que o hago algo o al final me voy a convertir en un
ser insoportable.
Peter me mira, yo lo miro y le advierto:
—El que avisa no es traidor —y, como no me
apetece callármelo, añado—: Además, todavía no
he olvidado que le dijiste a Natalie que te
gustaban las mujeres que iban a por lo que querían,
y yo, amigo, siempre voy a por lo que quiero. Que
te quede claro.
Oigo su resoplido. ¡Peter y sus resoplidos!
Finalmente, cuando ve que no voy a ceder, dice:
—Sabes que, si trabajas, tu tiempo para los
niños y para mí se verá limitado, ¿verdad?
—Pues claro que lo sé, ¡lo sé todo! —
respondo consciente de ello—. Pero tú también
sabes que no soy mujer de quedarme en casa el
resto de mi vida a la espera de que mi maridito
regrese de su trabajo. —Su gesto se contrae. No le
gusta nada lo que he dicho, e insisto—: Vamos a
ver, Peter. Esta conversación la hemos tenido
muchas veces y no estoy dispuesta a volver a
discutir por ello. Convéncete de una vez por todas
de que yo soy lo que ves, ¡soy La! La mujer
independiente que conociste en Müller, España,
trabajando de secretaria y que, además, por las
tardes, daba clases de fútbol a niños. Si no quieres
que trabaje en tu maldita empresa porque soy tu
mujer, te juro que buscaré trabajo en otro sitio y...
Pero Peter no me deja acabar, pone un dedo
sobre mis labios para que me calle y replica:
—No trabajarás para otros. Bueno..., no
pensaba decirte nada de momento, pero hay una
vacante para un par de meses en el departamento
de marketing.
Parpadeo.
¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
¡¿Tengo trabajo?!
Mi cara debe de ser un poema. ¡¿Marketing?!
—Marguerite estará fuera un par de meses. Le
comenté a Mika la posibilidad de que tú trabajaras
con ella ese tiempo y le pareció bien.
—¡¿Marketing?! —Río divertida al pensar en
trabajar con Mika; ¡me encanta!
—Sí, cielo, pero hay una condición.
—¿Cuál? —pregunto deseosa.
—Trabajarás a media jornada y no viajarás.
Oír eso me hace sonreír. Me da igual la
condición. Voy a trabajar, ¡tengo un trabajo! Y
entonces digo rápidamente, sin pensar:
—Acepto. Acepto tu condición.
Mi amor sonríe también. Dios..., cómo me
gusta verlo así.
—Estoy seguro de que lo harás genial —dice
—. Si quieres, el lunes vienes conmigo a la oficina
y hablas con Mika.
—Sí... —afirmo con un hilo de voz.
—De acuerdo. Le enviaré un mensaje para que
el lunes espere tu visita.
¡Toma ya!
Menudo golazo que me ha metido el alemán.
Alemania, 1 - España, 0.
¡Me lo como..., me lo como..., me lo como!
Yo, que estaba dispuesta a discutir y a pelear
como una leona, me quedo sin palabras. Como
siempre, Peter me ha sorprendido.
Me siento a horcajadas sobre él y murmuro:
—Ahora es cuando tengo que decirte que no sé
qué decir.
Él sonríe. Adoro su sonrisa. No me quita ojo
de encima y, tras suspirar, musita:
—Pues dime algo bonito.
Ahora la que sonríe soy yo.
—Eres el mejor, te quiero..., te quiero y te
requetequiero.
Mi amor ríe satisfecho.
—Pequeña, sólo quiero que seas feliz. Eso sí,
recuerda nuestra condición, y que los niños y yo
existimos, que te necesitamos, y todo irá sobre
ruedas.
Su advertencia es cariñosa, y afirmo:
—Lo recordaré, tanto como lo recuerdas tú.
Su sonrisa se contrae un poco, sé que esa
pullita que he soltado le ha escocido, pero no
dispuesta a que el momento se jorobe por mi poco
acertado comentario, lo beso en la punta de la
nariz y añado:
—¿Sabes que estoy loca por ti, señor
Lanzani ?
Mi Iceman vuelve a ensanchar su sonrisa y me
clava con suavidad los dedos en la cintura.
—Me gusta que estés loca por mí..., señorita
Flores —murmura.
De reojo miramos a los niños, que siguen
durmiendo, y en décimas de segundos nuestras
bocas se encuentran.
Han pasado varios años desde que nos
besamos por primera vez, pero las mariposas y los
elefantes que siento en el estómago cuando Peter
me besa siguen tan vivos como el primer día, y
sólo espero que a él le suceda lo mismo. Lo deseo.
Nuestro beso se acrecienta y, enloquecido por
ello, Peter se levanta conmigo en brazos y me
tumba sobre el sillón; luego se echa sobre mí con
delicadeza para no aplastarme.
Sabemos que no es momento para eso.
Sabemos que los niños duermen a nuestro lado.
Sabemos que es una locura, pero también
sabemos que la locura es lo nuestro y que, cuando
comenzamos a besarnos, ¡olvidamos la palabra
«sabemos»!
Rápidamente siento la excitación de Peter
apretándose contra mí.
¡Oh, Diosssss! ¡Lo quiero ya!
Los besos suben y suben de intensidad. El
calor inunda nuestros cuerpos y, enloquecido, mi
alemán comienza a desabrocharme el botón de los
vaqueros y yo me arqueo para facilitárselo. Con su
mano libre, me suelta la coleta que llevo en lo alto
de la cabeza y, cuando me agarra del cuello para
ahondar en su beso, de pronto la puerta del salón
se abre y oímos:
—Mamáaaa..., papáaaaa...
El salto que damos Peter y yo para separarnos
hace que el sillón se tambalee, y Flyn, que es muy
cabrito, insiste mirándonos con gesto contrariado:
—Pero ¿qué hacéis?
Vaya pillada. ¡Vaya pillada!
Peter se sienta con rigidez en el sillón y se
dispone a ver la televisión.
¡Qué cabrito él también, cómo escurre el bulto!
Pero yo, al ver que el niño no me quita la vista
de encima a la espera de una explicación, me
retiro el descontrolado pelo de la cara y murmuro
mientras me cubro el pantalón desabrochado con
la camiseta:
—Pues, cariño, no te voy a mentir, nos
estábamos besando.
—¡Lali! —protesta Peter al oírme.
Me entra la risa. No lo puedo remediar y,
mirando a mi amor, que me observa sorprendido,
insisto:
—Por el amor de Dios, Peter, Flyn ya es mayor
y sabe perfectamente lo que estábamos haciendo.
¿Qué quieres que le diga?
Mi alemán me mira y resopla, sabe que llevo
razón. Luego se vuelve hacia el niño y afirma:
—Como ha dicho La, ¡nos besábamos!
Flyn asiente y sonríe con picardía.
¡Menudo sinvergüenza!
No pregunta más y se sienta en un sofá que hay
a la derecha de Peter. Durante varios minutos, los
tres volvemos a centrarnos en la película de la
televisión, hasta que de pronto mi marido
pregunta:
—¿Cuándo era la fiesta de cumpleaños de
Elke?
Yo lo miro...
Flyn lo mira y responde:
—El viernes que viene.
No sé de qué va todo esto, pero de pronto mi
alemán preferido del mundo mundial dice:
—Irás al cumpleaños de Elke pero, después,
estás castigado, ¿entendido?
Flyn sonríe y, tras ponerse en pie de un salto,
se abalanza literalmente sobre Peter olvidándose de
su dedo lesionado.
—Gracias..., gracias..., gracias, papá. Eres el
mejor.
¿Papá? ¿Y yo qué?
Sin embargo, me emociono como una mona y
sonrío feliz al entender que Peter se ha puesto en la
piel de Flyn y ha comprendido la necesidad de su
hijo por no fallarle a Elke.
Sin duda, mi alemán cambia, como cambia
Flyn y como, obviamente, también cambio yo.

2 comentarios:

  1. Ojala los problemas q siento que vendran no sean tan duros.
    Sube maraton por los dias q no subiste

    ResponderEliminar
  2. En estos momentos no podré subir maratón, no tengo tiempo el trabajo y la universidad no me deja adaptar. Y tampoco podré subir todos los día estaré subiendo un día sí dos día no. Espero que sepan entender.

    ResponderEliminar