jueves, 15 de junio de 2017

Capítulo 11


El lunes, cuando me despierto, estoy histérica.
¡Voy a Müller!
Al fin algo diferente de dar papillas, limpiar
moquetes y cantar lo del tenedor y el tallarín.
¡Viva la vida laboral!
Una vez me ducho, miro mi armario y al final
opto por ponerme un bonito traje de chaqueta gris
con una camisa negra. El resultado me gusta
cuando me miro al espejo, me pongo unos zapatos
de tacón grises y ¡estoy preparada!
Tan pronto como bajo a la cocina, Peter  y Flyn
están desayunando. Al entrar, Peter  me mira y no
dice nada, pero Flyn, al verme de esa guisa, y no
con los vaqueros o la bata de andar por casa, me
observa sorprendido y pregunta:
—¿Adónde vas, mamá?
Saludo a Simona, que sale de la cocina con
dos vasos de leche para llevárselos a Pipa y,
mientras me lleno una taza de café, respondo:
—A la oficina con papá. Tengo una entrevista.
Peter no dice nada, sino que sigue mirando el
periódico. Entonces Flyn, que no me quita la vista
de encima, pregunta sorprendido:
—¿Vas a trabajar en Müller?
Me siento a su lado.
—Sí, cariño —contesto emocionada.
—¿Y por qué?
Doy un trago a mi café, observo que Peter  me
mira por encima del periódico y digo:
—Porque soy una mujer a la que le gusta hacer
algo más que estar en casa todo el día y, si tengo la
suerte de conseguir un empleo, ¿por qué no
aceptarlo?
La boca de Flyn se abre como si hubiera dicho
algo terriblemente desagradable.
—¿Y quién va a cuidar de Peter y de Hannah?
—pregunta.
Resoplo. Otro con el que lidiar... Como puedo,
y sin alterarme, digo:
—Lo harán Pipa y Simona.
—¿Y quién me va a ayudar a hacer los
trabajos?
—Pues los tendrás que hacer tú, pero
tranquilo, tendré tiempo para ayudarte porque sólo
voy a trabajar a media jornada.
—Pero estarás cansada y los sábados por la
mañana no te apetecerá salir conmigo a saltar con
la moto.
No respondo: saltar con la moto siempre me
apetece.
—No veo bien que trabajes —insiste él.
Joder..., joder, qué difícil me lo está poniendo
el cabrito del niño. No voy a contestar. No voy a
entrar en su juego o terminaremos discutiendo
como hacemos últimamente. Pero Flyn es un
Lanzani y, cuando estoy dando un trago a mi
café, sentencia:
—No quiero que trabajes. Papá lo hace por
todos y se pasa media vida en la oficina. ¿Por qué
tienes que hacerlo tú?
Miro a Peter en busca de ayuda y veo que la
comisura de sus labios se curva. ¡Será capullo!
Anda que me echa una mano en la conversación...
—Flyn —empiezo a decir—, te aseguro que...
—Quiero que estés en casa como una madre —
insiste dando un manotazo en la mesa.
Bueno..., bueno..., bueno..., ¿en qué siglo se
está criando mi hijo?
Lo miro.
Él me mira con malicia.
Está siendo cruel conmigo. Al final, lo llamo
«chino», y discutimos mostrando ambos la misma
crueldad, por lo que murmuro para reivindicar mis
derechos:
—Flyn, las mujeres decidimos lo que
queremos hacer en esta vida, y te aseguro que me
vas a tener para todo lo que necesites. Sin
embargo, no me parece bien que pienses como un
viejo del siglo pasado al respecto de que las
madres tienen que estar en casa.
—Es lo que pienso.
—Pues está muy mal pensado —sentencio—.
Yo no te estoy educando para que pienses así. Las
mujeres y los hombres somos seres independientes
y con las mismas oportunidades, y aunque vivamos
en pareja deb...
—No quiero que trabajes. Tú no.
—¡Flyn, basta! —exclama Peter  y, dejando el
periódico que tiene en las manos, añade—: Lali  es
mayorcita para saber lo que quiere hacer o no. Se
acabó el pensar sólo en lo que tú quieres. Aplícate
en aprobar, ¡eso es lo que tienes que hacer! Y
olvídate de la moto y del resto de las cosas.
El niño resopla, nos mira y se calla.
Al final, terminamos los tres desayunando en
silencio.
¡Qué buen comienzo de día!
Veinte minutos después, le indicamos a
Norbert que no hace falta que lleve a Flyn:
nosotros lo dejaremos de camino a la oficina.
El silencio vuelve a estar presente en el coche,
y decido poner música. Busco los CD que lleva
Peter  en el vehículo y me decido por el último que
le regalé de Alejandro Sanz.
Cuando ve lo que cojo, mi marido me mira y
dice:—
Me gusta mucho esa canción que dice
aquello de «A que no me dejas».[10]
Me río. Sé a qué canción se refiere, pero
cuando voy a meter el CD, recuerdo que Flyn
viene con nosotros e, intentando hacerle una
gracia, busco el disco que Peter  lleva de los
Imagine Dragons, su grupo preferido, y lo pongo.
Cuando comienza a sonar Demons,[11] busco
su mirada cómplice, pero él me ignora. ¡Vaya telita
con el jodido coreano alemán!
Al llegar al instituto, Flyn sigue sin hablar.
Está enfadado.
Intento comprender su frustración, pero por una
vez quiero y necesito que él me entienda a mí.
Cuando me voy a dar la vuelta para sonreírle y
desearle buen día, él abre la puerta del coche, se
baja y, sin mirarme, la cierra.
Eso me rompe el corazón. Quiero a Flyn, costó
mucho que me aceptara y no quiero que me
rechace.
Me entristezco. Miro a mi niño, que ya es un
espigado adolescente más alto que yo, a través del
cristal del vehículo y no hago intento de salir.
¿Para qué? Si lo hago, sé que lo avergonzaré ante
sus amigos. Consciente de lo que siento, Peter
musita:
—Lali, es un adolescente. Dale tiempo.
—Le daré todo el tiempo que él quiera —digo
intentando sonreír.
Con una cariñosa mirada, Peter  sonríe y arranca
el coche mientras yo observo que Flyn se dirige
hacia un grupo de chicos y chicas que no conozco.
¿Ya no va con su amigo Josh? Su gesto cambia, sus
andares también y, cuando vamos a doblar la
esquina, sin saber por qué grito:
—¡Para!
Peter  da un frenazo.
—Aparca... —le exijo—, corre, aparca.
Él lleva el vehículo hasta la acera y,
rápidamente, abro la puerta y salgo. Peter  lo hace
también y, en cuanto llega a mi lado, pregunta
preocupado:
—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?
Al ver su gesto me doy cuenta del susto que le
he dado.
—Ay, cariño, perdona —murmuro mirándolo
—. Es que quería saber si Elke, la nueva novia de
Flyn, estaba en ese grupito.
Peter maldice. Sin duda, le he dado un buen
susto, cuando de pronto lo veo fruncir el entrecejo
y preguntar mientras señala:
—¿Es ésa?
Miro y me quedo sin palabras.
Flyn, mi niño, mi gruñoncete, se acerca a una
muchacha rubia con más pecho que yo, vestida con
un cortísimo vestido vaquero. La agarra, tira de
ella hacia él y la besa en la boca.
Pero... ¡pero buenooooooooo!
¿Qué guarrerías hace mi niño, y cuántos años
tiene esa muchacha?
El beso se prolonga, se prolonga y se prolonga
cuando la mano de Flyn se posa en el trasero de
ella y se lo aprieta. Entonces oigo que Peter
murmura divertido:
—Ése es mi machote.
Escandalizada por lo que acabo de ver, miro a
mi marido —¡se me va a salir el corazón del
pecho!— y pregunto asombrada:
—Pero ¿cuántos años tiene Elke? —Peter se
encoge de hombros y, cuando va a responder, digo
—: Por lo menos tiene dos más que Flyn.
—Le gustarán mayorcitas —se mofa el cabrito.
Su sonrisa me enerva. Por mucho cuerpo que
tenga, Flyn es un crío y, cuando observo que
vuelve a besar a aquella rubia de largas piernas y
grandes tetorras, gruño:
—Por Dios, ¿tú sabes la de enfermedades que
puede coger besando así?
Peter suelta una carcajada. Me coge de la mano,
me lleva hasta el coche y me sostiene la puerta
abierta.
—Venga, ¡vámonos! —dice.
—Me gustaba más Dakota —gruño sin
moverme.
Mi amor sonríe e insiste:
—Mamá pollo, haz el favor de entrar en el
coche de una vez.
Por última vez, miro a Flyn y compruebo que
sigue besando a la rubia; ¡la madre que lo trajo!
Subo al coche, cierro la puerta y, cuando Peter
entra y se sienta a mi lado, pregunta con gesto
guasón:
—Pero, cariño, ¿por qué pones esa cara?
—Joder,Peter , ¡¿tú has visto lo mismo que yo?!
—Flyn es un adolescente y comienza a
descubrir el placer de besar y tocar a una chica. —
Se ríe y añade—: Y, por lo que veo, ¡no tiene mal
gusto en asunto de mujeres!
¿Le digo «¡Gilipollas!» o no se lo digo?
No..., definitivamente no voy a decir nada. Es
lo mejor.
Pero, todavía confusa por lo que he visto,
reprocho:
—¡Ya estás hablando con él urgentemente de la
necesidad de las relaciones con gomita para evitar
futuros problemas y enfermedades, ¿entendido?!
Peter  suelta una carcajada. Se ríe en mi cara y,
cuando acerca su boca a la mía, murmura:
—Eres maravillosa, cariño..., tremendamente
maravillosa.
Tras un rápido beso, mi amor arranca el
vehículo, cambia el CD de música y suena mi
Alejandro mientras yo no salgo de mi asombro por
lo que acabo de ver.
Media hora después, llegamos a la oficina y
dejamos el coche en el parking de la empresa. A
partir de ese instante, Peter  instala en su rostro la
mirada de jefe y hombre frío que conocí en su
momento y, cuando me coge la mano para ir hacia
el ascensor, yo la aparto y cuchicheo:
—Seamos profesionales, cariño.
Eso lo sorprende y, parándose, replica
mientras frunce más el ceño:
—¿Me estás diciendo que no voy a poder
coger la mano de mi mujer?
Lo miro boquiabierta.
—Peter, estamos en la oficina; ¿pretendes
cogerme de la mano cada vez que me veas?
—No —responde él con sinceridad.
—Pues, entonces, entiende lo que digo.
Y, dicho esto, sigo andando hacia el ascensor.
El sonido de mis tacones retumba en el solitario
parking cuando lo oigo decir:
—Me encanta cómo te queda este traje. Estás
muy sexi.
Sonrío al oír eso y, mirándolo, suspiro
consciente de que he engordado cinco kilos en el
último año.
—Lo que estoy es reventona, por eso el traje
me queda así.
Peter sonríe, me da un rápido cachete en el
trasero y murmura:
—A mí me gustas.
Aisss, ¡que me lo como..., que me lo como!
Con lo traumatizada que estoy yo por estos
puñeteros kilos, que me diga eso ¡me encanta!
Cuando el ascensor se abre, montamos en él y
Peter  pulsa el botón de la sexta planta. Lo miro y
pregunto:
—¿No vas a tu despacho?
—Te acompañaré primero al despacho de
Mika.
Al oír eso, resoplo. Lo miro y siseo:
—Peter, ni se te ocurra acompañarme hasta el
despacho de Mika como si fueras mi padre porque
aquí sólo quiero ser Lali Esposito. Bastante tengo
ya con que todo el mundo sepa que soy tu mujer
como para que me vayas encima en plan
guardaespaldas. Seamos profesionales, ¡por favor!
—Y, tras coger aire, insisto—: Sé perfectamente
dónde está el despacho y no quiero que me
acompañes, ¿entendido?
Peter  resopla a su vez. Lo que le acabo de decir
le toca la moral y, con gesto tosco, veo que aprieta
el botón de la planta décima, la de su despacho.
Enseguida me siento fatal por mi reprimenda, así
que me acerco a él.
—Cariño —murmuro—, entiende que...
—Señorita Esposito, por favor —replica
alejándose de mí—, recuerde que aquí soy el
señor Lanzani. —Y, mirándome, añade, el muy
gilipollas—: Seamos profesionales.
Oy..., oy..., oy..., las ganas que tengo de darle
un pellizco doloroso. Pero en lugar de eso asiento
y, en silencio, llegamos a mi planta. ¡Para chula,
yo!
Instantes después, las puertas se abren, y me
dispongo a salir del ascensor cuando la mano de
Peter  me detiene.
—En cuanto acabe tu reunión con Mika, sube a
despedirte de mí; no te marches sin hacerlo —me
dice sin acercarse.
Dicho esto, me suelta, y las puertas del
ascensor se cierran privándome de mirar a mi
amor.
Cuando me quedo sola, me doy la vuelta, estiro
la chaqueta de mi traje y camino con seguridad
hacia el despacho de Mika. Al llegar, su
secretaria, que me conoce, se levanta rápidamente
y me dice:
—Señora Lanzani, Mika ha dado orden de
que entre en cuanto llegue.
Sonrío. Asiento y, cuando voy a entrar en el
despacho, me vuelvo y le pregunto a la chica:
—¿Cómo te llamas?
—Tania, señora Lanzani  —murmura ella
con cara de susto.
Asiento. He de ser rápida o a la chica le dará
un infarto, por lo que sonrío y digo:
—Tania, mi nombre es Lali. Te agradecería
que me llamaras por ese nombre, puesto que
vamos a trabajar juntas y será incómodo que me
estés llamando todo el rato por el apellido de mi
marido, ¿de acuerdo?
La joven asiente. Yo creo que ya no recuerda
ni cómo me llamo de lo nerviosa que está.
Doy media vuelta, golpeo con los nudillos la
puerta de Mika y, cuando oigo su voz, entro.
Ni que decir tiene que Mika me cae genial.
Hemos coincidido en varias fiestas de la empresa,
es una tía divertida y da gusto estar con ella. Es
unos diez años mayor que yo, pero se la ve una
mujer actual, no sólo por su forma de vestir, sino
también por su manera de pensar.
Durante un rato hablamos y Mika me explica
que, en Müller, marketing está dividido por áreas:
investigación comercial, imagen, compras, ventas,
diseño e innovación y, por último, comunicación,
que es el área en la que yo voy a trabajar.
Luego me entrega unos papeles en los que se
indica que ambas nos encargamos de esa área, y
me emociono al ver que dentro de nuestro
cometido está desarrollar campañas de
comunicación, eventos, ferias, redes sociales,
etcétera.
Sonrío feliz. Me siento capacitada para todo
ello, y eso me proporciona un subidón del quince.
¡Peter  me conoce muy bien!
Una vez sé el puesto que voy a ocupar,
pasamos al despacho que está junto al de Mika.
Ése será el mío, y lo miro con unos ojos como
platos. ¡Tengo despacho propio, y con ventana!
¡Olé y olé!
—Como ves —dice Mika—, Margerite está de
baja por un accidente doméstico y no regresará
hasta dentro de un par de meses.
—Vaya —murmuro.
—Lali, sobre la mesa hay una carta de
colores. Antes de marcharte hoy, por favor, dime
qué color prefieres para que te lo pinten, ¿de
acuerdo?
¿Van a pintar el despacho?
Mi cara debe de ser un poema, porque Mika
añade mirándome:
—Peter  ha pedido que el tiempo que ocupes
este despacho esté todo a tu gusto.
—Vale —consigo decir emocionada.
Cuando regresamos al despacho de ella, le
suena el teléfono, lo coge y, una vez cuelga, me
mira.—
Tengo una reunión. Estoy organizando
distintas ferias y...
—¿Puedo asistir a esa reunión? —pregunto
directamente.
Mika asiente encantada.
—Por supuesto que sí —dice sonriendo—.
Dame unos segundos, que recojo lo que necesito.
Mientras espero a que ella recoja unos papeles
de la mesa, mi móvil vibra. Un mensaje de Peter .
¿Sigues con Mika?
Sonrío y me apresuro a responder:
Sí. Y ahora voy a entrar en una reunión con ella. ¡Estoy
ilusionada!
Una vez le doy a «Enviar», espero rápidamente
su contestación, pero por extraño que parezca no
la recibo. Guardo el móvil y maldigo al pensar
que, con seguridad, Peter  aparecerá en esa reunión.
Cuando Mika lo tiene todo, camino a su lado
en dirección a la sala de reuniones, mientras
observo que quien me reconoce me mira con
curiosidad. Como puedo, sonrío. No quiero que
piensen que soy una tía borde y estirada.
Al entrar en la sala de reuniones, Mika me
presenta a los hombres que están allí como Lali Esposito, no como la señora Lanzani. Estoy por
darle mil besos por ese detallazo. Creo que ella lo
sabe y, sin más preámbulos, les explica que a
partir de ese instante ella y yo dirigiremos el
departamento de comunicación.
Una vez hechas las presentaciones, me entero
de que esos ejecutivos pertenecen a las
delegaciones de Müller en Suiza, Londres y
Francia y, sin más dilación, comienza la reunión, a
la que yo asisto calladita y atenta. Es lo mejor que
puedo hacer hasta que le coja el tino al asunto.
El tiempo pasa y mi móvil vibra después de
una hora.
¿Dónde estás?
Con disimulo, lo leo y comienzo a teclear:
Sigo en la reunión. Cuando acabe, te llamo.
Como no deseo que continúe interrumpiendo
mi atención, apago el móvil y me centro en lo que
va a ser mi nuevo trabajo.
Otra hora después, cuando la reunión termina,
decidimos subir todos a la cafetería, que está en la
planta novena. Al entrar, veo que algunos
trabajadores me miran; sin duda saben quién soy,
las noticias deben de haber volado por Müller, y
me pone mala ver cómo cuchichean.
Mika, que también se ha dado cuenta, se acerca
a mí y murmura:
—Tranquila. Muéstrate tal y como eres y
pronto te perderán el miedo.
Asiento. Sin duda, me va a tocar pasar por lo
mismo que me tocó aguantar en Madrid, cuando en
la oficina todo el mundo se enteró de que yo era la
novia del jefazo. La diferencia es que aquí ya no
soy su novia, sino ¡su mujer!
Cuando llegamos a la barra, pedimos unos
cafés. Paseo la mirada por la cafetería y entonces
veo entrar a una chica rubita con una cara preciosa
y un moñito encantador. La observo, se sienta lejos
de nosotros y veo que habla por teléfono, mientras
se toca con deleite un mechón de pelo que le cae
en la cara.
¡Qué mona!
La conversación que se traen los que están a
mi alrededor hace que deje de mirarla y me
incluya en ella, hasta que Harry, el inglés que ha
estado sentado a mi lado todo el tiempo, me
pregunta:
—¿Qué te ha parecido la reunión?
Sonrío, me toco la frente y respondo:
—Aunque estoy un poco descolocada, ha sido
interesante. Sólo espero ponerme al día
rápidamente en muchas cosas para estar a vuestra
altura.
Harry sonríe.
—Tranquila —dice—. No tengo la menor duda
de que lo harás muy bien.
—Gracias —murmuro agradecida por su
positividad.
De nuevo nos unimos a la conversación del
grupo cuando Teo, el francés, pregunta mirándome:
—¿Y cuándo te reincorporas totalmente,
Lali ?
Yo miro a Mika.
—Lali trabajará a media jornada durante dos
meses, mientras Margerite esté de baja —explica
ella.
Todos me miran por eso de la media jornada,
veo en sus expresiones que no entienden nada,
pero no voy a ser yo quien se lo explique. Me
niego.
La conversación se reanuda y me siento feliz.
Nadie habla de niños, nadie habla de papillas y,
sobre todo, ¡nadie canta el tallarín, ni llora!
Ahora que pienso en llorar, ¿cómo estarán mi
monstruita y mi Superman?
Rápidamente, me quito sus imágenes de la
cabeza, o me pondré ñoña, y me centro en la
conversación adulta que se desarrolla ante mí.
Minutos después, cuando alguien pregunta por mi
extraño acento y se enteran de que soy española,
espero lo de siempre pero, por increíble que
parezca, ninguno dice eso de «Olé..., toro...,
paella».
Aisss, madre, ¡no me lo puedo creer!
Por fin digo que soy española y nadie toca las
castañuelas con las manos.
Sonrío, y es tal mi sonrisa que Harry, el inglés,
se acerca a mí y pregunta:
—¿Por qué sonríes?
Sin poder evitar mi sonrisa, lo miro y
respondo:
—Porque hoy está siendo un día perfecto.
Ahora el que sonríe es él. Me mira y sugiere:
—¿Otro café?
Asiento. Lo pide y, cuando el camarero lo pone
ante nosotros y estoy echando el sobrecito de
azúcar, oigo que Harry dice al tiempo que señala
mi anillo:
—Por lo que veo, estás casada.
Con cariño, miro el dedo en el que
orgullosamente llevo el anillo que Peter me regaló
y que tanto significa para nosotros y digo:
—Sí.
Segundos después, los dos volvemos a mirar a
los demás, que hablan de trabajo. Así estamos
como veinte minutos cuando proponen que
vayamos a comer todos juntos. Sé que debería
regresar a casa, pero me apetece asistir a la
comida, por lo que decido llamar a Simona para
ver cómo están los niños.
Me separo un metro del grupo para hablar y
sonrío cuando ella me pone a mi Superman al
teléfono. Le hablo y me suelta un par de frases
divertidas. Tanto él como Hannah están bien, y
vuelvo a sonreír en el momento en que oigo los
lloriqueos de la niña de fondo. Mi monstruita está
perfectamente.
En cuanto cuelgo, me dispongo a llamar
también a Peter  para informarlo de que me voy a
comer fuera, pero de pronto lo veo entrar por la
puerta de la cafetería. ¡Lo sabía! Ya se ha enterado
de que estoy allí y ha bajado a cotillear.
Mal empezamos si ya comienza con ese
control.
Con cautela, no se acerca a nosotros, pero sé
que me observa tras sus rubias pestañas.
No es tonto, y sabe que, como se le ocurra
acercarse, me voy a enfadar, por lo que se
mantiene alejado del grupo. Sin embargo, cuando
Mika lo ve, rápidamente lo saluda y Peter,
aprovechando la oportunidad, se une a nosotros.
Con su típica cara de «aquí mando yo», les
estrecha la mano a los demás, que lo saludan con
formalidad —¡es el jefazo!— y, sin perder un
segundo, se coloca a mi lado, me agarra de forma
posesiva por la cintura y dice:
—Veo que ya conocéis a mi preciosa y
encantadora mujer.
Los otros tres hombres me miran
boquiabiertos.
Yo sonrío..., sonrío..., sonrío ¡o abofeteo a Peter
por eso!
Pero ¿qué es eso de «preciosa y encantadora
mujer» en el trabajo?
Sólo le ha faltado levantar la pata y mearme
como un perro para marcar su territorio. ¡Será
gilipollas!
Harry me mira, yo lo miro y vuelvo a sonreír.
Por suerte, él hace lo mismo que yo.
Durante varios minutos todos hablan, mientras
yo escucho con una prefabricada sonrisa en los
labios, hasta que Peter , mirándose el reloj, me
mira, después se dirige a Mika y pregunta:
—¿Habéis terminado con la reunión?
Ambas asentimos.
—Sí, Peter  —dice Mika—. Ahora estábamos
pensando en ir a comer todos juntos.
Sin mirarme, veo que mi alemán se apresura a
responder:
—Qué gran idea. Avisaré a mi secretaria para
que reserve en el restaurante de enfrente.
Los hombres y Mika aceptan encantados.
Comer con el jefazo es un lujo, pero yo creo que lo
mato..., creo que lo voy a matar.
¿Por qué se autoinvita a esa comida?
Sin soltarme, me observa y sonríe, y yo le
muestro con mi mirada lo que pienso. Peter me
conoce, sabe que lo que está haciendo no me está
gustando un pelo. Pero, sin cortarse, coge mi mano
y dice:
—Mika, adelantaos vosotros al restaurante.
Lali y yo iremos enseguida.
Ea..., ¡ya me ha separado del grupo!
Repito: ¡lo mato!
Camino a su lado hasta llegar al ascensor y,
cuando voy a decir algo, un empleado se para
junto a nosotros. Me callo.
En silencio, cogemos el ascensor junto a más
trabajadores, que me miran con curiosidad. Yo les
sonrío, no quiero que piensen que soy una estirada
por ser la señora Lanzani. En cuanto llegamos
a la planta décima, Peter, que todavía no ha abierto
la boca, tira de mi mano con delicadeza y
caminamos juntos hacia su despacho.
Al pasar veo a varias mujeres que me
observan con atención, y les sonrío.
¡Sonrío a todo bicho viviente!
Llegamos ante la puerta de su despacho, y me
sorprendo al ver a la chica rubia de carita
preciosa y moñito gracioso en la cabeza sentada en
la silla donde suele estar Dafne, la secretaria de
Peter. Nuestras miradas se encuentran cuando mi
marido dice con voz de ordeno y mando:
—Gerda, llama al restaurante de Floy y diles
que reserven una mesa para seis ¡ya!
La joven asiente, deja de mirarme, coge
rápidamente el teléfono y comienza a marcar
mientras Peter  y yo entramos en el despacho.
Una vez nos quedamos solos y él cierra la
puerta, me mira y sisea sin levantar la voz:
—Aceptaste trabajar media jornada y luego
regresar con los niños a casa, ¿lo has olvidado ya?
—Me dispongo a contestarle cuando vuelve a la
carga—: Te dije que me llamaras en cuanto
acabara la reunión.
Molesta por sus modales, me retiro de él y
respondo con sorna:
—¿Para qué? Ya me estabas vigilando con tus
informadores.
Peter  resopla. Se toca el pelo y, cuando va a
hablar, lo señalo con el dedo y murmuro:
—Muy mal, Peter , comenzamos muy mal. Si
voy a trabajar en esta empresa, necesito libertad
de movimientos; no quiero sentir tus ojos ni los de
nadie pegados a mi nuca. Pero ¿qué te ocurre?
¿Acaso ni trabajando en tu jodida empresa te vas a
fiar de mí?
Él no contesta. Su mirada me hace saber lo
furioso que está, y yo, que no estoy mucho mejor
que él, camino hacia los grandes ventanales. Me
está entrando un calor infernal, y no precisamente
por lo que me suele entrar siempre.
Una vez llego a los ventanales miro hacia la
calle y, segundos después, siento que Peter  camina
en mi dirección. Calentita como estoy, me vuelvo y
le suelto:
—No me extraña que Flyn tenga esos
retorcidos pensamientos referentes a que yo
trabaje, si tú, que me conoces, no te fías de mí. —
Peter  no contesta, y prosigo—: Yo sólo quiero
trabajar, sentirme bien conmigo misma pero, desde
luego, si eso va a suponer estar todo el día con
miedo a que tú te sientas molesto por con quién
hablo o con quién tomo un café, ¡apaga y vámonos!
En ese instante se oyen unos golpecitos en la
puerta, ésta se abre y aparece la rubia del moñito.
—Señor Lanzani —dice tocándose el pelo
con coquetería—, ya he reservado en el
restaurante.
—Muy bien, Gerta. Gracias —afirma Peter  con
rotundidad.
Mi mirada y la de ella chocan y, rápidamente,
deduzco que con quien hablaba la tipa en la
cafetería mientras se tocaba el pelo era con Peter.
Eso me enferma.
Estar con un hombre como él implica estar
alerta siempre en materia de mujeres, pero esa
fase ya la pasé, o me habría vuelto loca. Aun así,
la miradita de la del moño no me gusta un pelo, y
cuando, tras esbozar una sonrisita tontorrona, da
media vuelta y cierra la puerta, pregunto metiendo
tripa:—
¿Dónde está Dafne?
Peter  vuelve la mirada hacia mí y, entendiendo
lo que pienso, responde con borderío:
—Dafne está de baja por maternidad, ¿algo
más? Uiss..., uisss, es verdad, Dafne tuvo un niño.
Pero esa chulería tan Iceman me mata. Me cabrea.
¡Me pone a cien!
Tengo mucho más en la punta de la lengua por
soltar, ¡estoy que muerdo!, pero no le voy a dar ese
placer. Así pues, negando con la cabeza, vuelvo a
mirar por la cristalera y siseo:
—No estoy celosa, estoy enfadada. Quiero que
lo sepas.
Llevaba tiempo sin que Peter  me sacara tanto de
mis casillas. Los últimos meses en casa con los
niños han sido en ocasiones desquiciantes, pero en
lo que respecta a la pareja, maravillosos y
tranquilizadores. Sin embargo, ahora que quiero
comenzar a trabajar, la cosa cambia. Peter no me lo
va a poner fácil, y Flyn tampoco... ¡La que me
espera!
Peter  me mira. El reflejo del cristal me ayuda a
ver todo lo que él hace tras de mí, y resoplo. Veo
que se abre la americana, se lleva las manos a la
cintura y baja la cabeza. Sin duda, se está dando
cuenta de su error. Lo sé. Lo conozco.
—Escucha, Lali... —empieza a decir.
—No, escucha tú —siseo dándome la vuelta
como un purito toro miura—. Durante el tiempo
que he estado en casa cuidando de los niños me he
fiado de ti al cien por cien, a pesar de saber que
tienes un enorme imán para atraer a las mujeres y
trabajas rodeado de ellas. — Hablar sobre eso me
hace temblar, pero prosigo—: Ni una sola vez he
dicho una mala palabra por tus viajes o por tus
cenas de empresa, ni te he hecho sentir incómodo
insinuándote cosas desagradables. Me fío de ti al
cien por cien, y lo hago porque sé que me quieres,
sé lo importante que soy para ti, y también sé que
nadie te va a dar todo lo que yo te doy como mujer
y madre de tus hijos. ¿Acaso he de pensar que
hago mal fiándome de ti?
—No, Lali..., no —se apresura a responder.
—Pues entonces, deja de pensar que voy a
romper corazones allá por donde pise y...
—A mí me lo rompiste —dice mirándome, el
muy granuja.
Inconscientemente, su respuesta me hace
sonreír, pero contengo mi tonta risita y replico:
—Que sea la última vez que mandas a nadie a
vigilarme durante mis horas de trabajo en la
empresa, porque si me vuelvo a dar cuenta de ello,
te juro que lo vas a lamentar. —Peter me mira.
Sabe que hablo en serio, e insisto—: ¿Qué va a
pensar ahora Gerda de mí? ¿Acaso no te das
cuenta de que, con lo que has hecho, puede sacar
conclusiones equivocadas con respecto a nuestra
relación?
Peter  asiente. Sabe que lo ha hecho mal. Cierra
los ojos y, cuando los abre, responde:
—Te pido disculpas, Lali. Tienes razón en todo
lo que dices.
Resoplo...
Me mira...
Lo miro y, cuando veo esa mirada arrepentida
que tanto adoro y que conozco tan bien, suelto un
quejido.
—Peter...
No hace falta que diga más. Mi amor, mi chico,
mi todo, da un paso hacia mí y me abraza.
Ninguno habla durante unos segundos, hasta
que él finalmente dice:
—Prometo que no volverá a suceder.
—Eso espero —asiento, deseosa de que sea
así.
Como siempre, es mirarnos y, ¡zas!, nos
besamos.
A pesar de ser dos polos opuestos, nuestro
imán nos atrae y disfrutamos de nuestro
maravilloso beso. Pero, como siempre que lo
hacemos, el calor nos invade y, separándome de
él, murmuro:
—Cariño..., estamos en tu despacho.
Mi amor asiente, me mira a los ojos y replica:
—Creo que ahora que voy a tenerte de nuevo
cerca en el despacho tendré que hacer obras.
—¡¿Obras?!
Peter  sonríe y, sin soltarme, añade:
—Un archivo dentro de mi despacho..., ¿no
crees que nos vendría bien?
Me río al oír eso. Ninguno de los dos ha
olvidado nuestros encuentros locos e imprudentes
en el archivo que había en el despacho de Madrid.
—Qué buena idea, señor Lanzani —digo.
Entre risas, nos besuqueamos. Recordar
nuestros comienzos siempre es divertido, morboso
y caliente. Tras su último beso, Peter  pregunta:
—Ahora en serio, cielo, ¿quieres que vaya a
esa comida o estarás incómoda?
Lo miro... ¡Me lo como! Y finalmente,
agarrándolo de la mano, contesto:
—Claro que quiero que vengas, cariño. Eres el
jefazo; además, ¡así pagas tú!
Mi Iceman sonríe, se abrocha la chaqueta,
recupera la compostura y, de la mano, salimos del
despacho. Una vez fuera, Gerta nos mira,Peter
suelta mi mano, me agarra posesivamente por la
cintura y dice:
—Gerta, para cualquier cosa urgente, estaré
comiendo con mi preciosa mujer.
La del moñito asiente, yo sonrío y, feliz con mi
marido, nos vamos a comer.
Cuando llegamos al restaurante, los demás ya
están allí, y Mika sonríe al vernos. Floy, el dueño
del local, viene rápidamente hacia nosotros y nos
saluda. Complacida, le doy dos besos; no es la
primera vez que como allí con Peter.  A
continuación, nos reunimos con el resto del grupo
y Floy nos lleva con amabilidad a la mesa que
tenemos reservada.
Una vez allí, dejo que Peter elija sitio, yo me
coloco a su derecha, y Mika se apresura a ponerse
a mi izquierda. Harry, el inglés, se acerca a ella y
le retira la silla. ¡Qué galante! Peter, por supuesto,
hace lo mismo conmigo —¡faltaría más!— y, una
vez nos sentamos todos, el camarero reparte las
cartas y escogemos lo que queremos comer.
Cinco minutos después, tras hacer la comanda
con el camarero, éste se va y aparece otro que de
forma ordenada nos sirve vino en las copas. Una
vez acaba y se marcha, Teo, el francés, coge la
suya, la levanta y dice:
—Brindemos por la señora Lanzani  y por
su incorporación a la empresa.
Vale..., he pasado de ser Lali  a ser la señora
Lanzani. ¡Vaya mierda!
Eso en cierto modo me cabrea, porque sé que
ya nunca me tratarán como a una igual. Sin
embargo, todos levantan amigablemente sus copas
y brindan.
No miro a Peter. Sé lo que piensa, como sé que
él sabe lo que estoy pensando yo en ese instante.
Doy un sorbito al vino y, sin poder reprimirme,
aclaro:
—Teo, por favor, para mí sería mucho más
fácil si en el trabajo me llamaras por mi nombre
como yo te lo llamo a ti. Sin duda, soy la mujer de
Peter, eso ya lo sabemos, pero a nivel laboral
simplemente quiero ser Lali Esposito.
Veo que todos se miran con disimulo cuando
Harry, el inglés, levanta su copa y dice:
—¡Por Lali !
De nuevo todos, vuelven a brindar. Con el
rabillo del ojo, observo que Peter se tensa, pero
entonces dice, sorprendiéndome:
—Os agradeceré a todos que tratéis a mi mujer
como a una más en el trabajo y la llaméis por su
nombre. Sin duda, Lali  es una persona con
carácter y, si no lo hacéis, ¡a mí no me vengáis con
quejas!
El comentario los hace reír, y el ambiente se
relaja. Sin duda, Peter, como siempre, los tiene
acojonados.
Cuando acabamos de comer, Peter y yo nos
despedimos de todo el mundo. Luego, yo me dirijo
a Mika y susurro:
—Mañana elegiré el color del despacho.
Ella me guiña un ojo y nos vamos. Caminamos
hacia el edificio Müller, entramos en él y bajamos
al garaje a por nuestro coche. Cuando nos
montamos, miro a Peter  y pregunto:
—¿Por qué no trabajas esta tarde?
Él arranca el coche y, guiñándome el ojo,
murmura:
—Porque quiero estar contigo y, como soy elh
jefe, me lo puedo permitir.
Sonrío. Me encanta esa respuesta.

1 comentario:

  1. Espero todo siga de lindo y no joda la nueva secre. Mas capitulos

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