lunes, 26 de junio de 2017

Capítulo 16


Cuando Lali y Peter llegaron a la casa de sus
amigos, Sami se echó a los brazos de sus tíos.
Durante varios minutos, éstos le prestaron toda su
atención a la pequeña, que, como siempre, era un
torbellino de vida y luminosidad.
En el momento en que por fin Pablo, Peter  y
Sami se alejaron, Lali y Rocio  entraron en la
cocina y Lali  preguntó:
—¿Todo bien con Pablo?
Al comprender lo que su amiga le preguntaba,
Rocio  se apoyó en la nevera y sonrió.
—Todo perfecto. Creo que ya le ha quedado
clarito al guaperas que, si vuelve a jugármela con
esa pandilla de urracas, no voy a ser tan amable
como lo fui con ellas la última vez. No me gustan,
como tampoco yo les gusto a ellas, y esa tal Heidi
es una gran zorra.
—Heidi es una zorra —repitió canturreando
Sami al pasar por su lado.
Al oír a la niña, se miraron y rápidamente Rochi
preguntó:
—Sami, ¿por qué dices eso?
—Mami, lo has dicho tú.
—Sí, cariño, esa Heidi es muy zorra y muy
perra —afirmó La agachándose para quedar
frente a la pequeña—. Pero, Sami, esas palabras
son muy feas y no se dicen, ¿de acuerdo?
Agachándose a su vez, Rochi  le colocó a su hija
la coronita que tanto le gustaba llevar en la cabeza.
—Valeeeeeeeeee —dijo finalmente Sami—;
¿me dais una galleta de chocolate?
Sin ganas de darle más vueltas al tema, Lali
cogió una galleta de un tarro y, en cuanto se la dio
a la pequeña, ésta salió corriendo de la cocina.
En ese instante aparecieron Pablo y Peter, y el
abogado, mientras sacaba unas cervezas fresquitas
de la nevera, se mofó:
—Vaya..., pero si están aquí las dos macarras
motorizadas de las birras bien fresquitas... ¿Iréis
hoy también a quemar rueda?
Peter  sonrió. Lali  le había contado el
episodio, y soltó una carcajada cuando Rochi
respondió:
—Si me lo vuelves a recordar, quemaremos
rueda y Múnich entero, guapito.
Después de un rato en el que los cuatro
charlaron y rieron por lo ocurrido, sonó el teléfono
de Lali. Era un mensaje:
Estoy en una más que divina cervecería en la plaza
Marienplatz. ¿Tienes un rato para tu loca?
Lali  sonrió. ¡Sebas! Y, levántandose, y
guiñándole el ojo a Peter  dijo:
—Rochi, ha venido un amigo mío de España; ¿te
vienes conmigo a verlo un par de horas?
—¿Qué amigo? —preguntó Pablo.
Repanchingándose en una silla, Peter miró a su
casi hermano y, con gesto cómplice, murmuró:
—Tranquilo, Pablo. Sebas y las treinta y seis
las cuidarán mejor que tú y yo.
Divertida, Lali  le guiñó de nuevo el ojo a su
marido y, cuando salió con Rochi  por la puerta, oyó
que Pablo  preguntaba:
—¿Las treinta y seis?
Una vez en la calle, Rochi  miró a su amiga y le
soltó:—
Muy bien. Desembucha. ¿Quién es ese
amigo?
Lali  sonrió pero, como quería que se llevara
una sorpresa al conocerlo, simplemente abrió la
puerta de su coche y contestó:
—Monta y calla.
Mientras conducía, Lali  iba hablando de mil
cosas. Al llegar al parking público de Marienplatz,
dejaron el coche y caminaron encantadas hasta la
preciosa cervecería Hofbräuhaus. Sin lugar a
dudas Sebas estaba allí y, nada más abrir la puerta
y entrar, de pronto se oyó:
—¡Marichochooooooooooo!
Lali  sonrió. Sebas, su loco Sebas, tan guapo
como siempre, corría hacia ella para abrazarla y
besuquearla. Cuando el abrazo y el besuqueo
acabaron, Lali  le presentó a una alucinada Rochi, y
él, como si la conociera de toda la vida, la besó
con cariño.
A continuación, tras mirar a sus escandalosos
compañeros de viaje, dijo:
—Creo que es mejor que nos sentemos a
aquella mesa. Si nos ponemos con ellos, no
podremos cotillear a nuestras anchas.
Durante más de una hora, Rochi  observó
ojiplática cómo aquél y su amiga hablaban a la
velocidad de la luz poniéndose al día de todo,
hasta que él murmuró para terminar lo que estaba
contando:
—Y ahí terminó mi novelesca historia de amor,
lujuria y sexo con el potro sueco que me nubló la
razón. Por tanto, he decidido que a partir de ahora
zorrearé con muchos, pero sólo me enamoraré de
los caballos de Peralta de mi tierra.
Lali  se apenó. La última vez que había visto
a Sebas, éste estaba locamente enamorado de
aquel surfero sueco.
—Lo siento, Sebas —murmuró—. Sé lo mucho
que querías a Matías.
—Tranquila, chochete —afirmó él—. Ahora
me tomo la vida sin dramatismos, y he llegado a la
conclusión de que, cuando todo sube, lo único que
baja es la ropa interior. —Y, mirando a un alemán
que pasaba junto a ellos, dijo—: Geyperman de
miarma, con lo difícil que es encontrarme y tú
perdiéndome...
Rochi  soltó una carcajada. Aquel tipo era
increíble.
—¡Sebas! —gruñó Lali  divertida.
Él le guiñó un ojo con cara de pillo y
cuchicheó:
—Si no se ha enterado de lo que he dicho,
mujerrrrrrrrrrrrr, ¡déjame zorrear!
Los tres rieron y luego siguieron charlando.
Rochi  se inmiscuyó esta vez en la conversación, y
Sebas y ella terminaron entendiéndose a la
perfección. Al cabo de un rato, él vio que Lali
miraba el reloj y preguntó:
—Y tu Geyperman rubio y buenorro ¿por qué
no ha venido? Mira..., mira que me moría por
presentarlo a las treinta y seis locas que me
acompañan.
Rochi y Lali  se miraron, y esta última
respondió:
—Te manda muchos besos, pero...
—¿Con lengua?
—¡Sebas! —dijo Lali riendo justo en el
momento en que los treinta y seis se levantaban de
la mesa y, escandalosamente y con ganas de
cachondeo, se sentaban con ellos.
Lo que en un principio iban a ser sólo un par
de horas se convirtieron en cuatro y, cuando por
fin se despidieron de Sebas y los treinta y seis y
subieron al coche, Rochi  miró a su amiga.
—Prométeme que la próxima vez Peter y Pablo
vendrán con nosotras —le dijo muerta de la risa.
Estaban comentando lo bien que lo habían
pasado cuando a Rochi le sonó el móvil. Un
mensaje. Pablo.
Amor, compra cervezas. Con vuestra larga ausencia, Peter  y yo
nos hemos dado a la bebida.
Después de leerle el mensaje a Lali, pararon en
un supermercado.
Pero, como siempre ocurre cuando una mujer
entra a comprar, salieron con el carro cargado
hasta arriba y, en el momento en que estaban
metiendo las bolsas en el maletero del vehículo, un
adolescente de pelo oscuro y largo se plantó ante
ellas.—
¿Quieren que me encargue yo del carrito,
señoras? —dijo.
Lali  asintió con una sonrisa, y Rochi, mirando
al chico, preguntó mientras él las ayudaba con las
bolsas:
—Eh..., ¿dónde te he visto yo antes?
Al oír eso, el crío la miró y se apresuró a
responder sonriendo:
—Seguro que aquí mismo.
Rocio  parpadeó. ¿Dónde lo había visto antes? Y,
soltando el carrito, añadió:
—Todo tuyo, chavalote.
El muchacho sonrió y, sin decir nada más, se
alejó con el carro. El euro que iba dentro le
proporcionaría esa noche un bocadillo para la
cena.

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