lunes, 19 de junio de 2017

Capítulo 13


Durante el resto de la semana voy todas las
mañanas a Müller, y los niños, al ver que me
marcho, lloran. ¡Qué difícil es dejarlos así!
Peter  observa y no dice nada. Pero lo conozco y
sé que en su interior se muere por reprocharme el
llanto de los niños y los gritos del pequeño Peter
cuando dice aquello de «¡Mamá, no te vayas!».
Siempre que lo oigo, se me parte el corazón.
Mi pequeñín me quiere a su lado y yo quiero estar
con él, pero también necesito mi propio espacio o
me volveré loca.
Flyn sigue enfadado conmigo pero, a
diferencia del pequeño Peter, en vez de pegarse a
mí cuando regreso a casa, se aleja más y más.
Como es mayor, le doy espacio, ya se le pasará.
El martes elegí el color de las paredes de mi
despacho. Gris claro. Con los muebles oscuros
queda bien y profesional.
En la oficina, por las mañanas, me empapo
durante horas de todo lo que Mika me entrega, y el
viernes, cuando estoy en mi despacho sentada por
primera vez, llega una preciosa planta con una
notita que dice:
Yo sé lo mucho que vales.
Ahora demuéstrales a ellos lo mucho que vale
Lali Esposito.
T.Q. y, como dice nuestra canción, «Te llevo
en mi mente desesperadamente».[12]
Peter
Sonrío al leer lo que mi amor ha escrito y me
pongo tontorrona. Cinco años de amor con
nuestros altibajos, pero cinco años que volvería a
repetir con los ojos cerrados.
Al recordar nuestra canción mi corazón salta
de alegría mientras soy consciente de que Peter está
cumpliendo lo que me prometió. No ha vuelto a
molestarme ni a espiarme en la oficina.
Una vez elijo sitio para la bonita planta, estoy
contenta y, tras coger mi móvil, escribo:
Gracias por la preciosa planta; ¿comes conmigo? Invito yo.
Dos segundos después, suena mi teléfono.
Te espero en el parking dentro de dos horas.
Sonrío. Me agrada saber que no lo ha dudado.
Dejo el móvil sobre la mesa y comienzo a mirar
unos documentos mientras tarareo encantada
nuestra bonita canción.
Una vez termino el último papel, mis ojos se
posan de nuevo en el teléfono de la mesa.
Descuelgo, marco y, cuando oigo una voz, digo:
—Hola, papá.
—Morenita..., qué alegría hablar contigo,
cariño.
Mi padre, como siempre tan cariñoso. Qué
gusto hablar con él. Durante un buen rato
charlamos de todo un poco, hasta que dice:
—Por cierto, el otro día vi al escandaloso de
tu amigo Sebas y me contó que se marchaba a
hacer un viaje por Alemania. Me pidió que te
dijera que, si pasaba por Múnich, te llamaría para
verte.
Pensar en ello me hace feliz. Sebas es un
divertido amigo con el que no puedo parar de reír,
a pesar de que a Peter lo saque de sus casillas por
lo mucho que vacila y lo piropea. Como dice mi
padre, es escandaloso a más no poder.
—Ojalá pase por Múnich —digo—. Será
genial verlo.
—A ver, morenita, ¿al final venís este año a la
feria?
Oír eso me subleva, ya que sigo sin convencer
a Peter  para que me acompañe. Finalmente
respondo:
—No lo sé, papá. —Y, para culpabilizarme a
mí y no al tonto de mi marido, añado—: Recuerda
que he comenzado a trabajar, y ahora pedir unos
días es complicado.
—Pero, morenita, tu marido es el dueño de la
empresa. ¿Por qué va a ser complicado?
La sagacidad de mi padre me hace sonreír.
—Papá... —respondo—, no quiero que la
gente vea que tengo trato de favor y comiencen a
decir tonterías. Por favor..., por favor, entiéndelo.
Te prometo que si puedo iremos todos y, si no, lo
dejamos para el año que viene.
Durante varios minutos, mi padre protesta con
elegancia. Siempre le ha gustado que mi hermana y
yo estemos en la Feria de Jerez con él. Yo lo
escucho sin decir nada.
—¿Sabes que tu hermana se va a México? —
dice entonces.
—Sí —contesto—. Yo también. Es el bautizo
de los hijos de Dexter y Graciela. Recuerda que
Vico  es el primo de Dexter.
—Sí, hija, eso lo sé. Pero, al parecer, Victorio  tiene negocios que atender y quiere
aprovechar ese viaje para ello. Se irán una semana
antes con Lucía y Juanito. —Luego, bajando la
voz, murmura—: Eso sí, Luz no va. Es más, la
tengo aquí. Al parecer, tu hermana y ella han
discutido.
No me sorprende para nada oír eso. Cada vez
que Luz y mi hermana discuten, la niña se va con
mi padre. Pobrecito, la que le ha caído con las
mujeres de la familia.
—Mira, morenita —añade entonces—, si algo
he aprendido con todas vosotras es a no preguntar.
Tu hermana simplemente dijo que la niña se
quedaba conmigo, y Luz y ella casi no se hablan.
Y, como hombre juicioso que soy, esperaré
pacientemente a que alguna me cuente lo ocurrido.
Por cierto, Luz está aquí; ¿quieres hablar con ella?
Lo que ha dicho me hace sonreír. Anda que no
es listo mi padre y, acomodándome en la silla,
respondo:
—Sí, papá. Dile que se ponga.
Durante unos segundos oigo la voz de mi
padre, que llama a mi sobrina. Su voz, esa ronca y
dulce voz suya, que me encanta.
—Hola, tita —oigo entonces que dice Luz.
—Hola, cariño. ¿Qué tal?
—¡Super... superguay! Por cierto, dile al
puñetero Jackie Chan Lanzani  que...
—¡Luz!
—¿Qué paaasa?
—Pero ¿por qué lo llamas así?
La jodía suelta una risotada. Si es que es para
matarla...
—Tita... —cuchichea—, es su nuevo nick, ¿no
lo sabías?
No, no lo sabía. Siempre ha odiado que lo
relacionen con un chino. Le reprocho:
—Mira, Luz, ya sabes que a él le joroba que...
—Pero, oye, tita... A ver si ahora vas a ser
como mi madre, que se quedó en el siglo pasado.
—Pero ¿de qué hablas?
Oigo resoplar a mi sobrina. Me la imagino
mirando al techo como hago yo cuando pregunta:
—¿Acaso no has visto cómo se llama en su
nuevo perfil de Facebook?
Lo pienso..., claro que lo sé. En su perfil se
llama Flyn Lanzani, por lo que me sorprendo
cuando Luz dice:
—En su nuevo perfil se llama Jackie Chan
Lanzani, pero no digas nada si él no te lo ha
dicho o me bloqueará.
—¡¿Qué?!
Luz se parte. La oigo reír como una posesa
mientras me cuenta lo divertido y ocurrente que es
el nuevo Flyn por Facebook. Eso me sorprende, ya
que en casa tiene siempre una cara de amargado
que parece que haya mordido un limón.
Charlo con mi sobrina durante un buen rato, me
habla de sus amigas Chari y la Torrija, hasta que,
intentando cambiar de tema, le pregunto:
—¿Qué ha ocurrido para que no te hables con
tu madre?
—Nada.
—El que nada no se ahoga, Luz —replico, e
insisto—: Desembucha ¡ya!
Oigo su resoplido. Ésta es de resoplidos como
yo.
—Tita... —dice finalmente—, mi madre, que
es una agonías.
—¡Luz!
—Te lo digo en serio.
—Y yo te digo en serio que no me gusta que
hables así de tu madre. Es mi hermana y la quiero,
¿entendido?
—Ay, tita, yo también la quiero, pero es que a
veces parece que haya nacido en el siglo pasado.
¡Cómo puede ser tan agonías!
Asiento. La niña no me ve, y entiendo lo que
dice, pues a mí también me lo parece en ocasiones,
pero no le voy a dar la razón, ¡sólo le faltaba eso!
Me imagino a mi padre con la oreja puesta, así que
insisto:
—No te andes con rodeos y cuéntame. Ya sé
que tu madre en ciertas cosas es un poco...
—¡¿Un poco?! —gruñe ella—. Por favor, tita,
que tengo catorce años y todavía se empeña en
ponerme horquillitas de Dora la Exploradora en el
pelo, calcetines con puntillitas y en ir a buscarme
al instituto.
Me río. No lo puedo remediar. Cande  es
mucha Cande, y más con sus niñas.
—¿Y? —pregunto.
—Pues que me vino a buscar el otro día, llegó
antes de la hora y, bueno..., yo... yo estaba con...
con mi novio y...
Bueno..., bueno..., bueno... ¡¿Otra con novio?!
Me doy aire con la mano. Si mi hermana vio lo
que yo vi hace unos días con Flyn, entiendo que se
escandalizara. Pero como no quiero parecer del
siglo pasado como ella, pregunto:
—¿Tienes novio, Luz?
—Sí. Se llama Héctor, y ¡está para comértelo y
no dejar ni los huesecitos!
—¡Luz!
—Tita, no me seas tú también antigua. Sólo te
estoy diciendo la verdad. Héctor tiene un cuerpo
de escándalo y un culooo durooo increíbleee.
—¡Pero, Luz!
—Y antes de que sigas protestando —añade la
muy descarada—, no pienso dejarlo por mucho
que os empeñéis todos.
Uisss, ¡que me da...!
¿Desde cuándo mi sobrina ha dejado de ver a
niños para ver tíos buenísimos con cuerpos de
escándalo y culos duros increíbles?
Me acaloro. Me levanto de la silla.
Sin duda, las hormonas de Luz y Flyn están en
plena ebullición. Al final, consigo retener todo lo
que se me pasa por la cabeza y digo:
—Escucha, Luz, debes entender que tu madre...
—Lo que entiendo es que Héctor me tiene loca
y me gusta mucho.
¿Que la tiene loca? ¿Ha dicho que la tiene
loca? Vaya tela..., vaya tela...
—¡Luz!
—Sólo digo lo que siento, no te enfades por
ello, mujer.
Su voz ya no es la de una dulce y pícara niña.
Su voz se ha vuelto autoritaria y eso me molesta,
por lo que respondo:
—Mira, Luz, a mí no me hables así o...
—Adiós, tita.
Y, sin más, me deja colgada al otro lado del
teléfono con cara de tonta.
—Morenita, ¿sigues ahí? —oigo entonces que
dice mi padre.
—Sí, papá —gruño—. Ya le puedes decir a
esa sinvergüenza que, cuando la vea, se va a
enterar de lo que vale un peine. ¡Pues no va la
niñata y me deja colgada al teléfono!
De pronto, mi padre se ríe.
—Tranquila, hija. Son etapas. ¿Ya no te
acuerdas de cuando tú tenías su edad?
Resoplo. Claro que me acuerdo, y por eso no
quiero que ella cometa los errores que yo cometí.
—Pero ella...
—Lali, cariño, Luz está creciendo, y esto es
sólo el comienzo de su cambio a la madurez.
Vale. Entiendo eso, como estoy segura de que
lo entiende mi hermana, pero ella y Flyn son
nuestros niños.
—Pero, papá —insisto—, ¡que tiene novio!
—¿Cuántos novietes tuvisteis tú y tu hermana?
—Papá... —Sonrío.
—¿Cuántas veces me he enfadado yo por eso?
—Uf..., demasiadas.
—Y verdaderamente, hija mía, ¿sirvieron de
algo mis enfados?
Entiendo lo que quiere decir.
—En su momento —prosigue—, vosotras
hicisteis lo que quisisteis, nos gustara o no a
vuestra madre y a mí, y ahora hay que estar muy
pendiente de que Luz no haga excesivamente el
tonto. Pero, hija, tiene que equivocarse,
decepcionarse y sufrir para aprender a vivir. Así
es la vida, morenita..., así es la vida.
Sin lugar a dudas, mi sabio padre tiene toda la
razón del mundo.
Cuando yo tenía la edad de Luz, me creía la
más lista del mundo mundial, y cuanto más me
prohibían algo, más lo hacía. Al final, consciente
de que poco puede hacerse ante eso, afirmo:
—Tienes razón, papá. Como siempre, tienes
razón.—
Tranquila, hija. La adolescencia es un
momento difícil en la vida de toda persona, pero si
yo he superado la tuya y la de tu hermana, sin duda
Raquel superará la de Luz.
—¿Y si te digo que Flyn está igual?
La risotada de mi padre vuelve a sonar.
—Tú y Peter  también lo superaréis —dice—.
Os lo puedo asegurar.
Ahora la que me río soy yo. Sin duda, mi padre
tuvo que luchar mucho con nosotras.
A continuación, miro el reloj y digo:
—Papá, tengo que irme, pero te llamaré
mañana para ver cómo va todo.
—De acuerdo, cariño. Besos para ti, para los
niños y para Peter  y, por favor, haced un esfuercito
y ¡venid a la feria!
Una vez cuelgo, resoplo. Joder con lo de Jerez,
y vaya tela..., vaya tela... la que nos ha caído a mi
hermana y a mí con los jodidos adolescentes y sus
hormonas revolucionadas.
Sin perder un segundo más, cojo mi bolso,
salgo del despacho, me despido de Mika y de
Tania, la secretaria, y cojo el ascensor para ir al
parking.
Mientras bajo pienso en mi sobrina Luz y en
Flyn. Vaya dos. Pensar en la mala época que están
pasando me tensa y hace que me pique el cuello.
Me rasco inconscientemente mientras pienso en el
mundo complicado en el que están sumergidos a
causa de su edad, y vuelvo a resoplar.
Cuando llego a la planta menos uno y las
puertas del ascensor se abren, veo el coche de
Peter  aparcado al fondo y observo que está dentro.
Con paso seguro, llego hasta el vehículo, abro la
puerta y, cuando me siento, pregunta:
—¿Qué te ocurre?
Joder, ¡qué bien me conoce!
—La  —insiste—, tu cuello me dice que
ocurre algo. ¿Qué es?
Rápidamente bajo el parasol para mirarme en
el espejito y, cuando me veo los ronchones, me
cago en tó; ¡joder con los ronchones!
—Luz tiene novio —le suelto—. Dice que está
buenísimo, que tiene un cuerpo de escándalo y un
increíble culo duro, ¿te lo puedes creer?
Peter  me mira, veo que se le curvan las
comisuras de los labios y, antes de que pueda
responder, digo:
—Ni se te ocurra reírte o la vamos a tener.
—Cariño...
Levanto de nuevo el parasol y, sin querer
contarle lo de Jackie Chan Lanzani, insisto:
—No quiero hablar de ello. Vamos, ¿dónde
quieres que te invite a comer?
Mi amor pasea las manos por mi cabello,
suelta mi moño y, mirándome, pregunta:
—¿En serio me invitas a comer?
—Sí.
—¿A lo que quiera?
—Pues sí. —Sonrío.
Mi alemán asiente y, acercándose un poco más
a mí, murmura:
—¿Aunque sea un sitio terriblemente caro y
con raciones de esas tan pequeñas que te dejan con
hambre?
Eso me hace sonreír. Si algo le gusta a Peter
son los buenos restaurantes, y asiento.
—Por supuesto, ¡don selecto!
Él sonríe entonces también y me da un rápido
beso en los labios.
—Vámonos de aquí antes de que te desnude en
el parking de la empresa y pierda toda mi
reputación —dice apresurándose a soltarme.
Sonrío divertida cuando oigo la voz de la
solista de Silbermond, que canta Ja.[13]
Media hora después, Peter  y yo caminamos por
un parque en busca de un banco en el que sentarnos
para comer. Mi marido pone los ojos en blanco al
saber la posibilidad de que Sebas aparezca en
Múnich, y yo me troncho.
Para darme una sorpresa de las que me gustan,
Peter  ha parado en un McAuto y, entre risas, ha
pedido unas hamburguesas, coca-cola y patatas.
Como dice mi hermana, ¡me lo como con
tomate!
Cuando nos sentamos a una mesita del parque,
abrimos las bolsas donde llevamos las
hamburguesas y, metiéndome una patata en la boca,
dice:—
Me encantan estas increíbles comidas a
solas contigo, corazón.
Adoro que me llame corazón, y él lo sabe. Lo
dice de una manera, con su acento, que, uf..., ¡me
vuelve loca!
Sonrío. Mi alemán me acaba de meter otro
golazo con ese bonito detalle y, tragándome la
patata, sonrío y murmuro:
—Así nunca voy a adelgazar, pero te quiero.
Peter sonríe encantado, de nuevo me hace ver
cuánto me quiere con mis kilos de más y, entre
mimos y carantoñas, me zampo una hamburguesa
con queso y patatas fritas que me deja plena y
totalmente satisfecha.
Después de una estupenda comida donde mi
amor y yo hablamos de Flyn —omito de nuevo lo
de Jackie Chan Lanzani — y de Luz e
intentamos recordar nuestra adolescencia y
entenderlos, quedamos en que el diálogo es
esencial en esos momentos, y Peter  está conmigo en
que no podemos perder esa comunicación con
nuestro hijo.
Cuando estamos de acuerdo en todo lo
referente a nuestro adolescente cabroncete,
regresamos a casa.
Tras saludar a Susto y a Calamar que, como
siempre, se deshacen en cariños hacia nosotros,
nada más entrar en casa oímos llorar a Hannah. Yo
miro a Peter, él me mira a mí y sonreímos. Sin
duda, cuando crezca no la tendremos en casa
llorando siempre que regresemos de trabajar, o
eso espero, y, como dos amantes padres, vamos a
consolarla.

1 comentario:

  1. Ojals peter se haga el tiempo en el trabajo y vayan a jerez con lali

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