sábado, 17 de junio de 2017

Capítulo 12


El martes, cuando Rochi y Pablo  dejaron a Sami en
el colegio, el gesto del abogado era serio. Rochi,
que sabía por qué, exclamó antes de montarse de
nuevo en el coche:
—Basta ya, por Dios, Pablo, que sólo voy a
una entrevista en...
—Me hierve la sangre que lo hagas.
—Pablo, accedí a casarme contigo... —dijo
Rochi  sonriendo.
—Sí —siseó el abogado—, pero no me diste
fecha.
Ella sonrió de nuevo e, intentando que él lo
hiciera también, cuchicheó:
—Ésa será otra negociación. A ver si te crees
que sólo tú piensas lo que negocias.
Él la miró con el ceño fruncido. Era lista, muy
lista.—
No me hace ni pizca de gracia que vayas a
esa entrevista — gruñó.
—Pablo...
—Vale, Igarzabal. Sé que llegamos a un acuerdo.
Tú te casas conmigo y yo no pongo objeción a ese
trabajo, pero ¡joder, Rochi, ¿por qué?!
Ella lo miró, resopló y, cuando se disponía a
responder, él prosiguió gesticulando mucho con las
manos:
—No necesitamos el dinero. Con lo que yo
gano tenemos para vivir holgadamente Sami, tú y
yo.
—Mira que te pones feo cuando discutes.
—Estoy hablando en serio, Rochi —repuso él
mirándola.
—Y yo también —afirmó ella sonriendo.
Pablo  maldijo. En ocasiones, discutir con su
novia era desesperante y, sin dar su brazo a torcer,
insistió:
—Ya te he dicho que, si quieres un trabajo,
Peter  estará encantado de...
—¡Peter! —lo cortó ella perdiendo su humor—.
Pero ¿tú te crees que Peter  es una ONG? Joder,
Pablo, que Peter  tiene que mirar por su empresa.
Bastante ha hecho ya accediendo a la petición de
Lali  como para que encima...
—Rochi —protestó Pablo —. Sin que yo le
dijera nada, Peter  me comentó que si quieres
incorporarte al mundo laboral puede reubicarte en
su empresa. Pero, cariño, si hasta podrías trabajar
en mi despacho.
—¿De secretaria?
—Sí.
—Por Dios, ¡qué aburrimiento!
Él resopló.
—Estoy convencido de que serías una
excelente secretaria — aseguró.
—Mira, Pablo, no me jorobes —replicó Rochi
meneando la cabeza y, sin pensar lo que decía,
agregó—: Si quisiera un trabajo de oficina, sólo
tendría que decírselo a mi padre y lo conseguiría
en el consulado de Estados Unidos.
Nada más decir eso, cerró los ojos. Acababa
de meter la pata hasta el fondo.
—¿Qué has dicho? —preguntó él.
Rochi  se rascó la oreja. ¿Cómo podía ser tan
bocazas?
—¡Ah, genial, Superwoman! ¡Genial!
—Habló 007.
Pero el abogado, más furioso a cada instante
que pasaba, se alejó de ella y preguntó abriéndose
la chaqueta del traje:
—¿Me estás diciendo que no le has pedido un
trabajo de oficina a tu padre porque te aburre?
Rochi  no quería mentirle, así que dijo:
—Escucha, Pablo. Estar contigo y con Sami
todos los días me llena, y soy tremendamente feliz
de teneros y disfrutaros, pero... pero necesito algo
más. Estoy acostumbrada a un empleo con
actividad, acción y...
Sin querer escucharla, él accionó el mando a
distancia de su coche y las puertas se abrieron.
—¡Perfecto! —exclamó—. Ahora resulta que
Sami y yo somos poco para ti.
Rochi  abrió la boca y, cuando él fue a moverse,
lo empujó contra el vehículo, acercó su cara a la
de él y siseó:
—Yo no he dicho eso. Vosotros sois lo más
importante de mi vida. Simplemente estoy
diciendo que necesito un trabajo que me
proporcione algo de actividad. Yo no valgo para
estar sentada detrás de una mesa como lo estás tú.
¿Tan difícil es de entender?
Molesto por sus palabras y por el empujón que
le había dado, Pablo  la miró.
—No —gruñó—. A la que le resulta difícil de
entender que tanto Sami como yo te queremos y te
necesitamos a nuestro lado todos y cada uno de los
días es a ti. ¿De verdad no lo entiendes?
—Joder, Pablo, que no estoy hablando de
regresar a Afganistán ni a ningún punto caliente.
Sólo se trata de ser escolta y...
—Escolta —repitió Pablo  cortándola mientras
tecleaba en su móvil—. Según la Wikipedia, un
escolta es un profesional de la seguridad, pública
o privada, especializado en la protección de
personas (con poder político, económico o
mediático). Un escolta es un experto en combate
cuerpo a cuerpo, especialista en armas de fuego y
armas blancas, capacitado para minimizar
cualquier situación de riesgo. Y, una vez dicho
esto, ¿me estás diciendo que no tengo de qué
preocuparme? Joder..., Rochi ..., joder... ¿Por qué es
todo tan difícil contigo?
—Visto así, parece...
—Visto así no parece, Rochi, ¡es lo que es! Es
un trabajo arriesgado, y yo no quiero ese riesgo
para mi mujer. No lo quiero para ti y Sami
tampoco, ¿es que no lo entiendes?
Lo entendía.
¡Claro que lo entendía!
Pero, como no quería dar su brazo a torcer, dio
un paso atrás y replicó:
—Pablo, lo de hoy es sólo una entrevista en el
consulado. Una toma de contacto.
Incapaz de mantenerse un segundo más junto a
ella, que no quería comprender lo que decía, el
abogado se metió en su vehículo y, ante la cara de
sorpresa de Rochi, arrancó y se marchó. No tenía
ganas de seguir discutiendo.
Con la boca abierta porque la hubiera dejado
plantada, ella lo observó alejarse a todo gas.
Cuando lo perdió de vista, se disponía a parar un
taxi y entonces vio a Louise. Con una sonrisa,
levantó la mano para saludarla, pero ella no le
devolvió el saludo, sino que se metió directamente
en su vehículo y se marchó.
Sorprendida, al final Rochi  paró un taxi.
—Al Consulado General de Estados Unidos en
Múnich, en Königinstraße, 5 —le indicó al
conductor.
Media hora después, cuando llegó y pagó la
carrera, se quedó mirando el edificio. Sin duda, no
era una maravilla, pero era el consulado. En la
entrada, entregó su pasaporte estadounidense y le
indicaron adónde tenía que ir. Con paciencia,
esperó durante diez minutos cuando de pronto una
voz dijo a su derecha:
—Rocio Igarzabal.
Al oír aquella voz, Rochi  miró y se levantó
sonriendo.
—Comandante Lodwud —murmuró
sorprendida.
Durante unos segundos, ambos se miraron a los
ojos, hasta que el hombre, reaccionando, cogió una
carpeta que le tendía una muchacha que había tras
un mostrador.
—Dígale a Cheese Adams que yo entrevistaré
a la señorita Igarzabal  —indicó. Acto seguido, se
volvió hacia Rochi —: Acompáñeme, por favor.
Sin dudarlo, ella lo siguió hasta su despacho y,
cuando la puerta se cerró, se miraron fijamente a
los ojos y se fundieron en un abrazo. En otra época
se habían necesitado mutuamente y, aunque aquel
cariño habría sido poco comprensible para los
demás, ellos lo entendían y se respetaban.
Cuando se separaron, el comandante Lodwud
la miró y dijo:
—Estás preciosa. Si cabe, más bonita que
nunca, en especial porque no tienes ojeras.
Ambos rieron, y a continuación Rochi  preguntó:
—¿Qué haces aquí, James?
Él le señaló una silla y, una vez se hubo
sentado él también, explicó:
—Pedí el traslado al consulado hace cerca de
ocho meses, ¡después de casarme!
A cada instante más sorprendida, Rochi sonrió, y
él, cogiendo un marco de fotos que había sobre la
mesa, dijo con orgullo:
—Mi esposa, Franzesca.
Asombrada, Rochi observó el rostro sonriente
de la mujer y, una vez hubo encajado la estupenda
noticia, miró a su antiguo amigo y declaró:
—Enhorabuena, James. Me alegra saber que lo
superaste.
Él asintió.
—Cuando te marchaste y vi que tú habías sido
capaz de superar lo de Mike, supe que yo debía
hacer lo mismo en referencia a Daiana y, al no
tenerte a ti para jugar a lo que jugábamos,
reconozco que todo fue mucho más fácil.
Rochi  asintió. Inevitablemente, recordó entonces
aquellos instantes en los que, tras una misión, ella
acudía al despacho del comandante y, después de
cerrar la puerta con pestillo, se desnudaba para él
y, mientras lo llamaba Mike y él a ella Daiana,
disfrutaban de un juego oscuro que en cierto modo
no los dejaba ir hacia delante.
Muchas habían sido las madrugadas en que
aquellos dos habían escogido a un tercero, hombre
o mujer, les daba igual, para continuar con sus
calientes juegos. Infinidad de veces, Rochi se
sentaba sobre sus piernas, se tapaba los ojos con
un pañuelo y le exigía que la follara de forma
despiadada mientras pensaba que era Mike quien
lo hacía. Ése fue su juego. Un juego que pocos
conocieron pero que ellos disfrutaron sin
necesidad de implicar sentimientos, tan sólo
morbo y egoísmo. Con eso les sobraba.
—De verdad, James. ¡Enhorabuena! —
consiguió repetir.
Él sonrió y, tras dejar la foto de nuevo sobre la
mesa, miró su mano y preguntó:
—¿Cómo está Sami?
Rochi  sacó una foto de su cartera.
—Preciosa y mayor —dijo—. ¡Y por fin ya
pronuncia la erre!
El comandante miró la foto que le mostraba y
sonrió. La pequeña estaba increíblemente mayor y
bonita.
—¿Y los muchachos? ¿Ves a alguno de tus
excompañeros?
—Sí. Siempre que puedo y están en Múnich,
quedo con Fraser y Neill, ¿los recuerdas?
El militar asintió y murmuró sonriendo:
—Neill siempre me miraba con mala cara.
Nunca le gusté. No sé por qué me da que intuía lo
que tú y yo hacíamos en aquel despacho cuando
venías a entregarme los informes.
Rochi  sonrió. Neill nunca le había dicho nada.
—Lo dudo —contestó—. Me lo habría dicho.
Ambos asintieron, y a continuación él le soltó:
—No me digas que ya no estás con ese
abogado guaperas que te gustaba tanto...
—Sí. Sí estoy con él —replicó ella.
—¿Y por qué no te has casado? —dijo él
enseñándole su anillo de matrimonio.
Al oír eso, Rochi se encogió de hombros.
—Porque es algo que aún me queda por hacer
—respondió.
El comandante sonrió. La conocía muy bien y
sabía que aquella contestación significaba que no
quería hablar del tema. Así pues, abrió la carpeta
que había cogido de la secretaria, le echó un ojo y,
al ver la carta escrita por el padre de la joven,
preguntó:
—¿Quieres trabajar como escolta?
Aún confundida por habérselo encontrado allí
y por la discusión que había tenido con Pablo, Rochi
respondió:
—Me lo estoy planteando, James. De momento
quiero informarme del trabajo para valorar si me
siento capacitada para ello.
James asintió y comenzó a hablarle de los
requisitos necesarios para ser escolta en el
consulado. Afortunadamente, Rochi  los reunía todos.
Entonces, él le entregó un papel y prosiguió:
—El salario base es éste. A esto has de añadir
un plus de peligrosidad, transporte, vestuario,
viajes, etcétera. —Y, parándose para mirarla,
preguntó—: Ese abogado con el que vives... ¿está
de acuerdo con que trabajes en esto?
Rochi  sonrió. Sin lugar a dudas, James
comenzaba a hacerse preguntas en relación con
ella.
—Ese abogado se llama Pablo, y no, no está de
acuerdo con que trabaje en esto.
El comandante asintió y, dejando los papeles
sobre la mesa, se echó hacia atrás en su silla y
señaló:
—Si fueras mi mujer, yo tampoco estaría de
acuerdo.
Ella lo miró divertida.
—¿En serio me estás diciendo lo que he oído?
—musitó.
—Totalmente en serio —afirmó él.
—¿Y desde cuándo eres tan tradicional y
machista?
Lodwud soltó una risotada y contestó:
—Desde que Franzesca me enamoró. Si te soy
sincero, como hombre enamorado que soy, no me
gustaría que Franzesca estuviera de viaje
continuamente, sirviendo de cortafuegos de otra
persona. Y si ese abogado te quiere la mitad de lo
que yo quiero a Franzesca, te aseguro que no le
gustará.
—¡Hombres! —suspiró ella.
El comandante sonrió y Rochi, cogiendo los
papeles que él había extendido por la mesa,
preguntó:
—¿Para cuándo necesitáis cubrir la plaza de
escolta?
—Para julio. —Ella asintió y entonces él
añadió—: Si me dices que sí, el puesto es tuyo. El
oficial Cheese Adams y yo estamos entrevistando
a los aspirantes, pero te aseguro que, si tú lo
quieres, cerraremos las entrevistas.
El corazón de Rochi  aleteó con fuerza. Aquella
nueva aventura le gustaba, la atraía. Sin embargo,
decidida a no dejarse llevar por la efusividad, se
guardó los papeles en el bolso y se puso en pie.
—Prefiero pensarlo un poco más y hablar con
Pablo  —dijo.
El militar se levantó y asintió. Luego la abrazó
y murmuró:
—Decidas lo que decidas, llámame. Me
encantará presentarte a Franzesca.
—Lo haré —contestó ella sonriendo.
—Da un beso grande a Sami, saludos a Pablo
y, por supuesto, a Fraser y a Neill, ¿de acuerdo?
Encantada de haber vuelto a ver a su viejo
amigo, Rochi  asintió y, tras darle un último beso en
la mejilla, abrió la puerta y se marchó. Tenía que
pensar.y

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