jueves, 2 de febrero de 2017

CAPITULO 78

La pequeña villa de Lebrija disponía de una única posada. Nico Riera pidió
 tres habitaciones, ganándose una mirada suspicaz del posadero por su imperfecto 
español. Pero, dado que Stan ofrecía pagar en monedas contantes y sonantes, el 
posadero, de mala gana, le tendió las llaves al extraño. 
Euge se revolvía inquieta, preguntándose qué esperaría de ella aquel pirata
inglés a cambio de haberla ayudado a escapar del convento. Fuera cual fuera el
precio, lo habría pagado gustosa por tener la ocasión de experimentar la vida fuera
de los muros del convento. Y podría estar con Lali; ese solo hecho ya le infundía
valor. Y no porque Nico Riera no fuera plato de gusto. Además, estaba ya tan
lanzada al pecado que qué importaba uno más, si de eso se trataba. Rezó para que no
se tratara de eso. Ella no era una prostituta, y esperaba que el pirata se diera cuenta.
El hecho de que hubiera pagado tres habitaciones le daba esperanza.
—Os llevaré a vuestro cuarto; debéis estar agotada —dijo Nico, conduciendo a
Euge escaleras arriba—. Yo me quedaré en el salón a esperar a Peter y a Lali.
El suspiro de alivio de Euge fue tan sonoro que Nico estuvo a punto de soltar
una carcajada. Estaba claro que ella pensaba que tenía intención de acostarse con ella,
y estaba inquieta con eso. Y tampoco iban tan errados los tiros, admitió Nico con
cierto sentimiento de culpa, pero aquél no era todavía el momento. Antes quería que
ella confiara en él y se sintiera cómoda a su lado.
Nico le abrió la puerta a Euge y le tendió la llave.
—Echad la llave —le aconsejó—. Os despertaré por la mañana. Si todavía
deseáis venir con nosotros, os llevaremos a bordo del Vengador. Si cambiáis de
opinión tras consultar con la almohada, buscaré un coche para que os devuelva al
convento.
—No voy a cambiar de opinión —prometió Euge, decidida.
—Entonces os deseo buenas noches.
Nico esperó a oír la llave girar en la cerradura antes de alejarse. La mera
presencia de aquella gatita de ojos oscuros le producía una dolorosa erección. No
recordaba haber sentido antes semejante urgencia, semejante deseo desbordante de
hacer suya a una mujer. Los insondables ojos negros de Euge, su valor a la hora
de cambiar su situación, su predisposición a encomendarse al destino, le seducían y
le cautivaban. Ella le atraía de tal modo que le dio miedo. Tanto le habría gustado
llevársela a la cama que había tenido que darle la llave para que lo encerrara fuera de
su cuarto. Al margen de cuánto la deseara, en ese momento era demasiado
vulnerable para aprovecharse de ella. Sabía por aquellos ojos expresivos que Euge
 había sufrido mucho, y lo último que quería era aumentar esa aflicción.

1 comentario: