martes, 7 de febrero de 2017

CAPITULO 83

A Peter no le gustó el giro en su contra que estaban tomando las cosas. 
Detrás de don Mariano y don Eduardo venían dos secuaces armados. Peter le echó 
una mirada a Lali y volvió a maldecir entre dientes. Estaba pálida, y temblaba como 
una hoja. 
—Lamento que no hayamos llegado a tiempo de impedir que este pirata te haya
hecho daño otra vez, hijita —dijo don Eduardo, convencido de que de verdad estaba
salvando a su hija de las garras del Diablo—. El padre Pedro volvió de Roma hace
una semana. El Santo Padre nos ha concedido la anulación de tu matrimonio. Me
estaba preparando para desplazarme aquí a contarte la buena nueva cuando llegó
Mariano .
—Peter no me ha hecho daño, padre —protestó Lali—. Y ahora dejadnos,
por favor.
Peter mantenía la vista fija en Martinez, que tenía la mano derecha apoyada
en la empuñadura de la espada. Le parecía que la expresión airada del español no
presagiaba nada bueno. Echó una mirada nostálgica a su propia espada, sin ninguna
esperanza de recuperarla. Sin ella y sin su ropa se sentía tan indefenso como un bebé
recién nacido. Estaba en una desventaja más que evidente.
—Mariano ha venido desde La Habana para hacerte su esposa. Está deseoso de
olvidarse de tus pasadas indiscreciones con este inglés. Antes de que os vayáis de
España me encargaré de que te cases como Dios manda con Mariano .
Los ojos de Lali ardieron de indignación.
—¿Por qué está todo el mundo empeñado en acabar con mi matrimonio? Yo no
quiero la anulación. Don Mariano es un hombre sin escrúpulos. A mí no me quiere, lo
que codicia es mi dote. Haría cualquier cosa para quedarse con ella.
—Te equivocas conmigo, Lali —dijo don Mariano con aire contrito—. Me sentí
disgustado cuando vi que ya no eras la novia virgen que yo esperaba, pero habría
cumplido con mi deber contigo en cuanto mi ira se hubiera disipado. Me be
disculpado profusamente con tu padre, para eso es para lo que he venido a España.
Nos daremos el sí antes de embarcarnos para La Habana.
La cólera de Peter había ido encendiéndose a medida que don Mariano
desgranaba sus mentiras. No había documento que pudiera disolver así como así lo
que había entre Lali y él. Jamás permitiría que aquel canalla embustero le pusiera
una mano encima a su mujer, ni a su hijo. Sin hacer caso de su desnudez, Peter
salió de pronto de la cama y avanzó amenazadoramente hacia don Mariano .
—¡Fuera de aquí todo el mundo! Lali es mi mujer, y lo va a seguir siendo.
Mariano esbozó una sonrisa desagradable y se hizo a un lado para permitir que
sus esbirros entraran en la habitación. Peter, apretando la mandíbula, hizo una
finta a la desesperada para intentar coger su espada. Pero no lo quiso la suerte. Los
hombres de don Mariano se le echaron encima al instante. Aunque luchó
valientemente, se vio superado cuando don Mariano se sumó a la refriega propinándole
a Peter un terrible golpe en la cabeza con la empuñadura de la espada. Lali chilló
al ver que Peter se desplomaba en el suelo.
—¿Lo matamos, patrón? —preguntó uno de los esbirros, apretando la punta de
su espada contra la desprotegida garganta de Peter.
Don Eduardo miró a su desesperada hija, y concedió:
—Lali tiene razón, Mariano. No es cosa nuestra matar a este pirata. Llévatelo a
Cádiz y entrégalo a las autoridades. Ofrecen una generosa recompensa por su
captura. Lali y yo os seguiremos cuando se haya tranquilizado un poco. Ven a casa
mañana para que hagamos los planes para la boda.
Lali lloraba quedamente, deseosa de acercarse a Peter, pero incapacitada
por su desnudez para hacerlo.
—No le hagáis daño, por favor. Le hirieron hace poco y todavía no está
totalmente recuperado de sus heridas.
—Encontraremos un calabozo lo bastante cómodo para él —se burló don
Mariano —. Atadlo bien corto —ordenó. Para cuando sus hombres terminaron, Peter
estaba empezando a espabilarse—. Lleváoslo.
—Esperad, dadle su ropa —suplicó Lali—. Dejadle un poco de dignidad.
Don Mariano no le hizo el menor caso, pero don Eduardo recogió la ropa de
Peter y se la tendió a uno de los esbirros. —Sacadlo al pasillo y ayudadle a
vestirse.
—Bah, sois demasiado blando —le espetó don Mariano —. Las autoridades lo van
a poner ante el pelotón de fusilamiento en menos de veinticuatro horas.
Don Eduardo nunca se había considerado un hombre especialmente sensible,
pero al ver la consternación de Lali tuvo de pronto un sentimiento de culpa. ¿Y si
su hija de verdad amaba a aquel pirata? Recordó lo que era estar enamorado.
Cuando la encantadora madre de Lali murió, él perdió algo muy precioso. Aun así,
el Diablo llevaba demasiado tiempo siendo la peor cruz de los barcos españoles para
dejarlo libre. Además, si él no hubiera empezado por raptar a Lali, nada de aquello
habría ocurrido.
—Lo que hagan las autoridades con el Diablo no es cosa nuestra —dijo don
Eduardo—. No voy a echar su muerte sobre mi conciencia. Ahora vete, Mariano. Yo
llevaré a Lali a casa.
En el momento en que don Eduardo les volvió la espalda, don Mariano le lanzó a
Lali una mirada que hizo que se le erizara el pelo de la nuca. Era una mirada
cáustica que reflejaba el furioso desprecio que sentía hacia ella. Habría que estar
ciego para no darse cuenta de que estaba desnuda debajo de la sábana, y sólo un
inocente habría pensado que Peter y ella no habían hecho otra cosa que dormir.
Don Mariano no era lo uno ni lo otro. La habitación olía a sexo, y las sábanas revueltas
daban mudo testimonio de la actividad a la que se había estado entregando la pareja.

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