miércoles, 8 de febrero de 2017

CAPITULO 85

Padre, tenéis que hacer algo —le suplicó Lali—. Peter ha cambiado. Ha
abandonado su venganza; el Diablo ya no va a volver a saquear barcos españoles. Si
me queréis, ayudad a Peter.
Don Eduardo se encogió de hombros, impotente. 
—¿Y qué puedo hacer? La suerte de tu pirata está ahora en manos de Dios.
—¡No! Tiene que haber algo que podáis hacer. Peter me ama lo bastante
como para haber arriesgado su vida por mí. Ha venido a España sabiendo el peligro
que corría. ¿Queréis ver cómo el padre de vuestro nieto muere de una muerte
indigna? —Se abrazó la tripa con gesto protector—. Puede que éste sea vuestro único
nieto. Mis hermanos podrían no volver nunca de sus aventuras. Y si vuelven, no es
probable que se asienten durante el tiempo necesario para formar una familia.
Preferirán seguir navegando por el mundo en busca de oro y riquezas.
Don Eduardo era consciente de la verdad que había en las palabras de Lali. Y
con la sólida estirpe de la madre española y el coraje inglés de su padre, aquel nieto
suyo iba a ser fuerte, flexible y valiente. Pero de verdad no veía forma de ayudar al
marido de Lali, por más que quisiera.
—Lo siento, hija. Peter Lanzani es ahora prisionero de Mariano, y Mariano es un
hombre vengativo.
—Tenemos que impedir que entregue a Peter a las autoridades. Si nos damos
prisa, podemos alcanzarlos.
—Aunque lo hiciéramos, Mariano no lo dejaría marchar. Resígnate, hija. No hay
forma de liberar al Diablo. En cuanto Mariano se entere de que estás embarazada del
pirata, su ira se va a desbordar. Se va a sentir engañado, y se vengará con el culpable
de todo esto.
—Decidle que puede quedarse con mi dote por todas las molestias que le he
causado —sugirió Lali—. ¿Acaso mi felicidad no lo vale? A lo largo de los años, mi
bienestar no ha sido una preocupación para vos, hasta que llegó el momento de
organizar mi matrimonio con don Mariano. Os he pedido pocas cosas, y menos aún me
habéis dado.
Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Era verdad que don Eduardo se había
ocupado muy poco de su hija y mucho de sus hijos, pero siempre había querido
mucho a Lali, a pesar de sus fogosas salidas. Lo que nunca había sabido era cómo
tratarla, y tampoco había tenido tiempo de aprender. Él había creído sinceramente
que casarse con don Mariano era lo mejor para ella.
—Veré lo que puedo hacer —prometió, aunque no tenía muchas esperanzas de
poder salvarle la vida al pirata. Mariano Martinez era un hombre poderoso, con más
influencia política que la familia Esposito. Don Eduardo no se lo dejó traslucir a
Lali, pero en su opinión Peter Lanzani se podía dar por muerto.
Rudamente sacudido para que volviera en sí, Peter tomó conciencia de cada
uno de los insoportables dolores que aquejaban a su magullado cuerpo. Soltó un
gemido, tratando de cambiar de posición para estar menos incómodo. Lo único que
consiguió con ese esfuerzo fue que le dieran una patada en las costillas. Por encima
del borde de la carreta pudo ver a Martinez que cabalgaba ligeramente por delante
de ellos. Peter maldijo a aquel hombre con un odio crudo y acuciante.
—¿Qué le ha pasado a mi esposa? —le preguntó al brutal esbirro que parecía
hallar un gran placer en maltratarle.
El hombre soltó una risa desagradable.
—¿Te refieres a tu puta? Su padre se ha hecho cargo de ella. Es una lástima que
don Mariano tenga que casarse con esa zorra para quedarse con su dote.
Peter se debatió impotente contra sus ataduras, jurando que iba a obligar a
aquel hombre a tragarse sus palabras.
—¿Adonde me lleváis?
—Don Eduardo piensa que te vamos a entregar a las autoridades, pero no creo
que llegues allí con vida. —Soltó una risa desagradable como un ladrido y le lanzó a
Peter otra patada al estómago. Peter la vio venir y se hizo un ovillo para
protegerse las partes vulnerables. La bota del esbirro chocó con la pierna enferma de
Peter, y él tuvo que morderse los labios para no soltar un grito de dolor.
El dolor podía soportarlo, pero el pensamiento de la futura vida de Lali con
Martinez era para él un tormento aún peor. ¿Qué va a pasar cuando se entere de que
Lali está embarazada?, se preguntaba con desesperación. Tenía la esperanza de que
su padre fuera lo bastante fuerte como para protegerla de la violencia de Martinez.
Su propia muerte era capaz de aceptarla, pero no podía soportar el pensamiento de
que ni Lali ni su bebé sufrieran por su causa.
Después de años negando que existiera siquiera un Dios, Peter cerró los ojos
y se puso a rezar. Rezar era lo que daba fuerzas a Lali, y Peter intentó que se las
diera a él también. Pero otra patada cruel, esta vez en la cabeza, volvió a dejarlo
inconsciente.
—No estoy seguro de que esto sea acertado —dijo Pablo Martinez mientras iba
sentado junto a Nico Riera de camino a Lebrija—. Ninguno de nosotros habla
español lo suficientemente bien como para evitar meternos en líos. ¿Y qué pasa con
nuestros hombres? —preguntó, señalando a los cuatro marineros armados que
llevaban en la parte de atrás de la carreta alquilada—. No hay forma de pensar que
son nada más que lo que son, curtidos marineros. Y el ridículo que vamos a hacer
cuando nos crucemos por el camino con Peter, y él y Lady Lanzani estén tan felices y
tan campantes.
—Desde el momento en que los dejamos en la posada he tenido ese mal
presentimiento —dijo lentamente Nico—. Estaba intentando ignorarlo, pero esta
mañana me ha dado más fuerte que nunca. Más vale ir sobre seguro que tener que
lamentarlo. Si los encontramos y están bien, no se habrá perdido nada. Pero si les ha
ocurrido algún imprevisto, estaremos preparados. —Hizo una pausa para situarse—.
Si Peter y Lali han salido de allí esta mañana, deberíamos encontrárnoslos muy

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