Por favor, padre.
Con ostensible reticencia, don Eduardo extrajo de su bolsillo el documento y se
lo tendió a Lali. A ella le temblaba el pulso cuando lo desenrolló y leyó su
contenido. Estaba llegando casi al final cuando dejó escapar un grito ahogado pero
audible. La excitación la recorrió.
—¡Padre! ¿Habéis leído esto?
Don Eduardo frunció el ceño.
—Desde luego que sí. ¿Es que hay algo que no entiendas?
—Dice que si yo resultara estar embarazada de Peter Lanzani esta anulación
quedaría sin efecto. Y añade además que el hijo de ambos sería considerado legítimo,
puesto que la boda fue celebrada por un cura y por tanto es legal a los ojos de Dios.
¿Es verdad eso?
—Tengo entendido que se incluyeron esas precisiones por deseo del Santo
Padre. Pero, no habiendo ningún niño que venga a complicarnos las cosas, la
anulación es cosa hecha. —Le echó a Lali una sonrisa astuta—. Gracias a Dios, no
tengo nada que temer a ese respecto. Si ese bribón se las ha arreglado para
fecundarte en este último par de días, será imposible saber si el niño es suyo o de
Mariano , porque tu boda con el gobernador general de Cuba se va a celebrar de
inmediato.
Lali le devolvió la sonrisa, sólo que la de ella era más radiante que un
amanecer. Se puso torpemente de pie y se desabrochó despacio la capa que se había
puesto para disimular su estado. La dejó caer al suelo y se mantuvo con orgullo ante
su padre. No había confusión posible con la abultada redondez de su abdomen.
Don Eduardo pegó un respingo.
—¡Madre de Dios! Pero ¿quién te ha hecho eso?
Lali le sonrió gozosamente.
—Nadie del convento, padre. Yo ya sospechaba que estaba embarazada de
Peter cuando salí de Inglaterra.
Don Eduardo soltó una violenta maldición.
—Pero en el nombre de Dios, ¿por qué abandonaste al pirata si estabas
embarazada de él?
—Por un malentendido. Yo creí que Peter no quería a nuestro hijo. La reina
le estaba presionando para que anulara nuestro matrimonio, y yo no quería ser una
carga para él. Cuando se está enamorado, no siempre se ve con claridad ni se
distingue lo que está bien y lo que está mal. Yo tomé una decisión errónea, pero
gracias a Dios Peter me ha encontrado y ha puesto las cosas en su sitio. Estamos
enamorados. Y don Mariano y vos habéis acabado con todas nuestras posibilidades de
hallar la felicidad.
Don Eduardo no podía apartar la vista del abultado estómago de Lali. Con
mucho cuidado le quitó el certificado de anulación de la mano y lo rompió en
pedacitos. Ningún hombre en sus cabales querría casarse con una mujer en avanzado
estado de gestación de otro hombre. Sin duda, ningún hombre orgulloso como Mariano Martinez, sin importar la sustanciosa dote de Lali.
Con ostensible reticencia, don Eduardo extrajo de su bolsillo el documento y se
lo tendió a Lali. A ella le temblaba el pulso cuando lo desenrolló y leyó su
contenido. Estaba llegando casi al final cuando dejó escapar un grito ahogado pero
audible. La excitación la recorrió.
—¡Padre! ¿Habéis leído esto?
Don Eduardo frunció el ceño.
—Desde luego que sí. ¿Es que hay algo que no entiendas?
—Dice que si yo resultara estar embarazada de Peter Lanzani esta anulación
quedaría sin efecto. Y añade además que el hijo de ambos sería considerado legítimo,
puesto que la boda fue celebrada por un cura y por tanto es legal a los ojos de Dios.
¿Es verdad eso?
—Tengo entendido que se incluyeron esas precisiones por deseo del Santo
Padre. Pero, no habiendo ningún niño que venga a complicarnos las cosas, la
anulación es cosa hecha. —Le echó a Lali una sonrisa astuta—. Gracias a Dios, no
tengo nada que temer a ese respecto. Si ese bribón se las ha arreglado para
fecundarte en este último par de días, será imposible saber si el niño es suyo o de
Mariano , porque tu boda con el gobernador general de Cuba se va a celebrar de
inmediato.
Lali le devolvió la sonrisa, sólo que la de ella era más radiante que un
amanecer. Se puso torpemente de pie y se desabrochó despacio la capa que se había
puesto para disimular su estado. La dejó caer al suelo y se mantuvo con orgullo ante
su padre. No había confusión posible con la abultada redondez de su abdomen.
Don Eduardo pegó un respingo.
—¡Madre de Dios! Pero ¿quién te ha hecho eso?
Lali le sonrió gozosamente.
—Nadie del convento, padre. Yo ya sospechaba que estaba embarazada de
Peter cuando salí de Inglaterra.
Don Eduardo soltó una violenta maldición.
—Pero en el nombre de Dios, ¿por qué abandonaste al pirata si estabas
embarazada de él?
—Por un malentendido. Yo creí que Peter no quería a nuestro hijo. La reina
le estaba presionando para que anulara nuestro matrimonio, y yo no quería ser una
carga para él. Cuando se está enamorado, no siempre se ve con claridad ni se
distingue lo que está bien y lo que está mal. Yo tomé una decisión errónea, pero
gracias a Dios Peter me ha encontrado y ha puesto las cosas en su sitio. Estamos
enamorados. Y don Mariano y vos habéis acabado con todas nuestras posibilidades de
hallar la felicidad.
Don Eduardo no podía apartar la vista del abultado estómago de Lali. Con
mucho cuidado le quitó el certificado de anulación de la mano y lo rompió en
pedacitos. Ningún hombre en sus cabales querría casarse con una mujer en avanzado
estado de gestación de otro hombre. Sin duda, ningún hombre orgulloso como Mariano Martinez, sin importar la sustanciosa dote de Lali.
Que bueno fue esa parte de la anulación!!
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