Lali y su padre salieron de Lebrija en la calesa que Peter había alquilado en
Cádiz. Don Eduardo ató a la parte de atrás su caballo, metió dentro el hatillo de ropa
de Lali y la espada de Peter , que se había quedado allí, y arrancó a paso vivo por
el camino de Cádiz. Pero toda velocidad resultaba poca para Lali. Era la vida de
Peter lo que estaba en juego. Ella no confiaba lo más mínimo en don Mariano, y
temía que lo matara antes de llegar a su destino.
—Cálmate, hija —la apremió don Eduardo—. Ya te he dicho que voy a hacer
todo lo que pueda por tu pirata.
—Mi marido, padre. Peter es mi marido.
—Sí, Lali, por más que me resulte difícil hacerme a la idea de que tu marido
sea ese inglés.
Lali escrutó ansiosamente el horizonte. Don Mariano les llevaba su buen par de
horas de ventaja, pero ella sabía que la torpe carreta rústica en la que viajaba Peter
era mucho más lenta que su ligera calesa.
—¿No debería faltar ya poco para que los encontremos, padre? ¿No podéis ir un
poco más rápido?
—Estoy yendo con cuidado por lo delicado de tu estado, hija. No quiero que le
pase nada a tu niño.
Lali se revolvió impaciente.
—No creo que... —Las palabras se detuvieron en su boca cuando vislumbró
algo en el camino—. ¡Mirad, padre! ¿No es ésa la carreta? Sí, estoy segura de que lo
es. Y ése que está ahí pastando es el caballo de don Mariano. ¿Por qué se habrán
detenido? —Un horrible presentimiento le recorrió el espinazo—. ¡Padre, parad la
calesa!
Sin tener en cuenta su avanzado embarazo, Lali saltó de la calesa sin esperar a
que se detuviera y corrió torpemente hacia la carreta. El grito que se le escapó hizo
que don Eduardo corriera a su lado.
—¿Qué ha pasado, hija?
—¡Mirad! —musitó ella, señalando el cuerpo que yacía en la parte de atrás de la
carreta. El corazón se le encogió dolorosamente, hasta que se dio cuenta de que no
era Peter.
Don Eduardo trepó a la carreta y se agachó para examinar al hombre.
—Está muerto.
—Hay otro hombre ahí tirado en la hierba —exclamó Lali.
Don Eduardo descendió de la carreta y rápidamente constató que el segundo
individuo estaba más allá de toda intervención humana.
—Éste también está muerto. Me pregunto qué habrá sido de Mariano.
Lo encontraron tirado cerca de su caballo, a pocos metros de allí.
—¿Está muerto? —preguntó Lali.
—Parece que tiene una herida leve en la cabeza. La bala ha debido rozarle.
Sospecho que de un momento a otro volverá en sí y nos contará lo que ha pasado.
Quién habría pensado que ese pirata tuyo iba a poder con tres hombres en las
condiciones en las que estaba —murmuró pensativo.
—No ha podido ser él —replicó Lali—. Esto es cosa de otra persona, y creo
que tengo idea de quién ha sido. Rápido, padre, tenéis que llevarme a Cádiz sin más
demora.
—Muy bien, Lali, tan pronto como suba a Mariano a nuestra calesa. Necesita que
lo vea un médico.
Lali le agarró el brazo, alejándolo de don Mariano.
—No, padre, no podemos llevarlo con nosotros. ¿Es que no lo veis? Si lo
hiciéramos, iría a informar a las autoridades. Tenemos que dejarlo aquí hasta que
pase alguien y lo recoja o logre llegar por sus propias fuerzas a Cádiz. Es la única
posibilidad de que Peter se escape de España y de una muerte segura.
Don Eduardo se quedó mirando a su hija con consternación.
—Pero hija, Mariano es mi amigo. No puedo dejarlo aquí.
—Vos mismo habéis dicho que la herida que tiene no es grave. Si tenemos
suerte, llegaremos al Vengador antes de que haya vuelto en sí. Por favor, padre, haced
esto por mi hijo. Necesita un padre que lo quiera y que lo cuide hasta que se haga
adulto.
Don Eduardo se sentía dividido. Era verdad que don Mariano probablemente no
tenía nada peor que una leve contusión, pero su honor exigía que ayudara a su
compatriota. Aun así, Lali, que era su propia carne y su propia sangre, le suplicó
con tanto empeño que no tuvo corazón para decirle que no. Ya había ignorado una
vez sus deseos, y mira lo que había ocurrido. Ahora era la esposa de un pirata inglés
y esperaba un hijo suyo. Si la hubiera dejado hacerse monja, nada de aquello habría
sucedido.
—Está bien, Lali, voy a hacer lo que tú me pides. Pero tenemos que darnos
prisa si queremos llegar a Cádiz antes que Mariano. En cuanto vuelva en sí se pondrá a
perseguirnos. Su caballo es muy rápido, y nos alcanzaría en menos que canta un
gallo.
—Entonces tenemos que llevarnos su caballo —dijo Lali con firmeza—.
Tenemos que asegurarnos hasta la menor oportunidad de escapar. Rápido, atad el
caballo de don Mariano a la parte de atrás de la calesa.
—Pero Lali, eso no es lo que yo haría...
—Aun cuando habéis sido un padre severo e inflexible, yo siempre os he
querido —dijo Lali, cada vez más desesperada—. Y siempre he sabido que vos me
queríais. Ahora podéis demostrármelo. Dejad que don Mariano se quede aquí.
Tampoco es que lo estéis dejando abandonado. Puede ir conduciendo la carreta hasta
Cádiz, que tampoco está tan lejos.
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