miércoles, 1 de febrero de 2017

CAPITULO 77


Lali tragó saliva con esfuerzo. ¿Cómo podía Peter hacerle semejante
pregunta cuando la corte entera sabía que había estado persiguiendo a Lady Martina
como si fuera un hombre libre? La voz le salió amarga.
—¿Dónde has estado tú todo este tiempo, Peter ? ¿Todavía estamos casados? 
¿Has hecho ya a Lady Martina tu nueva esposa? La reina tiene que estar entusiasmada.
Lady Martina me dijo que querías anular nuestro matrimonio para poder casarte con
ella. ¿Qué haces aquí? Creía que te había hecho un favor al marcharme.
—¡Un favor! —estuvo a punto de gritar Peter —. Estaba enfermo de
preocupación por ti. Durante todas esas semanas que he tenido que pasarme
postrado en la cama me imaginaba todo tipo de cosas horribles que te podían haber
pasado.
—¿Has estado enfermo? ¿Te hirieron en el mar? Oh, Peter, cómo lo siento. —
Le pasó las manos por los hombros, por los brazos, por el pecho, buscando indicios
de alguna herida. No encontró más que firmes músculos, y dejó escapar un
conmovido suspiro. No habría podido soportar que estuviera herido de gravedad.
—Me alcanzó una bala de mosquete —dijo Peter sin entrar en detalles—. No
es nada, ya está curado... Bueno, casi —añadió, pensando en aquella cojera que a
saber si se le quitaría algún día.
—Oh, Peter , ¿para qué has venido? ¿Qué pasa con Lady Martina?
—Me importa un comino Lady Martina. Nunca la he querido. Tú eres la única
mujer a la que he querido jamás.
Lali deseaba creerle, lo deseaba de verdad, pero quedaban por resolver
demasiados asuntos que les impedían ser felices. Y estaba el niño que él no estaba
dispuesto a aceptar...
—Yo siempre seré española, Peter —le recordó.
—Eso ya no me importa. He cargado demasiado tiempo con ese odio, y ha
llegado el momento de dejar atrás el pasado y concentrarme en el futuro, en nuestro
futuro. Me has dado un placer increíble cada vez que hemos hecho el amor, Lali,
pero era un placer culpable. A causa de mi ansia de venganza contra los españoles,
amarte me hería en mi orgullo y me llenaba de angustia. Te deseaba
desesperadamente, pero sentía que estaba traicionando a mi familia, y a mí mismo.
Gracias a Dios, ya no tengo ese tipo de sentimientos. Ahora mi corazón es libre para
amarte como tú te mereces, Lali. Te quiero, vida mía. ¿Podrás perdonarme todas las
cosas terribles que te hice y que te dije?
Lali lo contempló estupefacta.
—¿Me quieres? ¿Me amas?
—Siempre te he querido. ¿Qué tengo que hacer o decir para demostrártelo? ¿Es
que no tienes confianza en mí? —En el momento en que esas palabras salieron de su
boca, Peter se tachó a sí mismo de idiota. ¿Qué confianza podía tener Lali en él,
que no había hecho nada para ganársela?
Lali decidió que la confianza era una carga tremenda. Especialmente cuando
afectaba a un niño inocente. ¿Qué sentiría Peter hacia un hijo o una hija suyos que
llevaran sangre española?
—Maldita sea, Lali, ¡te necesito! Déjame llevarte conmigo a Andros. Voy a
dejar el mar para siempre.
La necesidad de tener en sus brazos a Lali, de sentir su calidez fundiéndose
con su propia firmeza, se le convirtió en una hoguera que le abrasaba por dentro,
después de haberla reprimido hasta que se hizo incontenible. Sus brazos rodearon a
Lali y con sus labios encontró los suyos; la besó apasionadamente, ahondando
hasta lo más recóndito de su boca. Amoldando las manos a su redondo trasero, la
atrajo hacia sí, consciente de cada una de las sensuales curvas de su fértil cuerpo...
En ese momento Peter parpadeó, confuso. La memoria le debía estar
fallando, porque notó curvas que Lali antes no tenía, curvas que... Se le cortó la
respiración, y clavó en ella los ojos con expresión aturdida.
Deslizó las manos hacia abajo. Para cuando llegó al bulto inconfundible de su
tripa, las tenía temblorosas. Su garganta profirió un sonido de estrangulado deleite;
pero Lali lo confundió con disgusto y trató de desprenderse de sus manos.
—Por Dios santo, ¡estás esperando un hijo mío!
Lali logró por fin liberarse. Dio un paso hacia atrás y le miró, desafiante.
—Ya sé que no querías un hijo mío, Peter, pero no lo lamento. Yo quiero a
este niño, aunque tú no lo quieras. En estas circunstancias, lo mejor es que me quede
en el convento.
Peter exhaló con fuerza. Nadie más que él mismo tenía la culpa de que Lali
creyera, equivocadamente, que él no quería a su hijo. ¡Por los clavos de Cristo! Iba a
ser padre, y Lali ni siquiera pensaba decírselo. Si no hubiera venido a España
probablemente nunca se habría enterado. El mero pensamiento resultaba espantoso.
Rezó por que pudiera encontrar las palabras para convencer a Lali de que sí quería
a su hijo. De que lo iba a querer tanto como la quería a ella.
—Escúchame, Lali, es verdad que no quería dejarte embarazada antes de salir
con mi barco al encuentro de la armada. Pero era porque tenía miedo de que me
mataran y tú te quedases sola en una tierra extraña y con un niño que criar. Con eso
no quería decir que nunca fuera a querer tener hijos contigo. —Lali hizo un sonido
gutural para expresar su incredulidad. Peter añadió rápidamente—: No voy a
negar que hubo un tiempo en que sí sentía eso, pero ya no soy el mismo hombre que
cuando nos conocimos. De muchas de las cosas que dije entonces me he arrepentido
luego, amor mío.
Lali le tocó la cara, los ojos, la boca, pasando amorosamente las yemas de los
dedos por sus queridas facciones. Él le agarró la mano y se la llevó a la boca,
depositándole en la palma un beso y cerrándole los dedos alrededor de él.
—Lali, vente conmigo ahora. Eres mi mujer. Llevas dentro a mi hijo. Os
necesito desesperadamente a los dos. El Vengador nos espera en el puerto de Cádiz.
Cuanto más nos retrasemos, más peligroso será.
La besó otra vez, con labios delicadamente persuasivos. Ella saboreó su
desesperación, sintió su necesidad, y respondió con las suyas propias, ciñendo sus
labios a los de él con profundo anhelo. Cuando por fin él se desprendió del beso,
Lali tenía la respiración acelerada. ¡Le amaba! Dios, le amaba.
—Dime que te vienes ahora mismo conmigo, mi amor —suplicó Peter —.
Dime que me quieres. Tú y tu hijo sois lo único que me queda en el mundo y que aún
significa algo para mí.
Su sinceridad tocó un punto del corazón de Lali donde había sobrevivido una
magra esperanza. El brillo húmedo de los ojos de él y aquella declaración tan de
corazón la convencieron de que los milagros existen.
—Te amo, Peter. Hace ya mucho tiempo que te amo. Me fui porque no
quería hacerte cargar con un niño que tú no querías y que no podías aceptar. Pensé
que ibas a ser más feliz con Lady Martina.
—No puedo ser feliz con nadie más que contigo. Ahora, vístete, que Nico nos
está esperando en el pueblo.
—No me puedo ir sin decírselo a la Reverenda Madre —objetó Lali—. Se ha
portado muy bien conmigo. Y a Euge. Es una amiga mía. Le prometí que la
llevaría conmigo cuando me fuera de aquí. Quiero...
—A la Reverenda Madre déjale una nota —la interrumpió Peter —. En cuanto
a Euge, está con Nico. La vas a ver enseguida. Date prisa, porque como descubran
que estoy aquí se va a montar un buen follón. En España sigo siendo un hombre
buscado por la ley. —Y en Inglaterra también, pensó, pero no lo dijo.
Lali se le quedó mirando estupefacta.
—¿Nico ha raptado a Euge? ¿A santo de qué?
Peter le lanzó una sonrisa maliciosa:
—Sospecho que por la misma razón por la que yo te rapté a ti, sólo que Nico no
ha tenido que recurrir a la fuerza. Euge estaba deseando marcharse.
Lali sonrió.
—Nunca dejarás de sorprenderme, Peter Lanzani.

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