Convento de la Madre de Dios
Cuando Peter y Lali se deslizaron por el pasillo y salieron por la puerta
principal al jardín del convento, nadie se despertó para detenerlos. Lali había
dejado una nota para la Reverenda Madre, y luego había recogido su ropa, de la que
Peter con una sábana hizo un hatillo que llevaba debajo del brazo. El portón
permanecía ligeramente entornado, y Peter lo cerró a su paso sin hacer ruido.
Cuando andaban ya hacia la calesa, Lali de pronto se dio cuenta de que Peter iba
cojeando. Se paró en seco.
—¿Qué pasa? —preguntó Peter, alarmado, al ver que se detenía de golpe.
—Estás cojeando. La herida que te hicieron fue más grave de lo que has dado a
entender.
—La bala de mosquete me hizo añicos un hueso de la pierna. Ya lo tengo
curado, pero la cojera puede que me quede para siempre. ¿Te molesta?
—¿Que cojees? Lo único que me importa es que debió dolerte mucho y yo no
estaba allí para aliviar tu sufrimiento. ¿Cómo ocurrió?
Peter arrugó el ceño. No había llegado el momento de revelar el dato de que
le habían herido los propios ingleses cuando trataba de escapar de Inglaterra.
—Te lo contaré más tarde, mi amor. En este momento lo más importante es que
nos reunamos con Nico en el pueblo. Venga, yo te ayudo a subir a la calesa.
Al cabo de unos pocos minutos trotaban por el camino hacia la villa de Lebrija.
Lali no se arrepentía de haber dejado el convento.
Para ella había sido un paraíso de seguridad cuando creyó que Peter no la
quería, pero ahora que sabía que su esposo la amaba y quería a su hijo estaba
deseando seguirle adonde él quisiera llevarla.
Llegaron a la posada en mitad de la noche. Lali se había quedado dormida
con la cabeza apoyada en el hombro de Peter. Él, rodeándola con el brazo, la
sujetaba estrechamente; sentía su dulce aliento que le rozaba la mejilla, y su
estómago abultado que se apretaba contra él. Todavía no se había recuperado de la
impresión: ¡un niño! Lali llevaba dentro un hijo suyo. Se imaginó que iba a ser una
niña de pelo moreno y rizado y ojos vivos como su madre.
Peter detuvo la calesa en el patio de la posada. Un mozo de cuadras medio
dormido se levantó y salió dando traspiés a recibirlos, restregándose el sueño de los
ojos. Después de darle al chico instrucciones sobre el cuidado de su montura,
Peter cogió cuidadosamente en brazos a Lali y la llevó al interior de la posada. El
posadero ya se había retirado a su cama, dejando un rescoldo de fuego en el hogar y
a Nico Riera esperando en vela. En el momento en que se abrió la puerta, Nico se
despertó de una sacudida y se levantó para ir a saludar a Peter. Esbozó una
amplia sonrisa al ver a la mujer dormida que su amigo llevaba en brazos.
—Estaba empezando a pensar que habíais tenido alguna dificultad —dijo
Nico —. Hala, déjame que coja yo a Lali. La llevaré al piso de arriba. Por la cojera
que traes se nota que la pierna te está doliendo.
—La pierna la tengo bien —dijo parcamente Peter, aunque la verdad es que
la pierna le temblaba del esfuerzo—. A mi mujer la llevo yo. Tú sólo dime cuál es
nuestra habitación.
—Te acompaño hasta allí —dijo Nico, más que dispuesto a irse a su propia
cama—. Está entre la mía y la de Euge.
—Ah, sí, Euge —dijo Peter, acordándose de pronto de la mujer que Nico
había insistido en que llevaran con ellos—. ¿Todavía está decidida a abandonar el
convento?
—Sí, más decidida que nunca. Y yo estoy igual de decidido a llevarla con
nosotros; lo digo por si tienes algo en contra.
Peter no pudo responderle, porque en ese momento Lali, revolviéndose en
sus brazos, abrió los ojos.
—¿Dónde estamos?
—En la posada, mi amor. Nico está con nosotros, y Euge también está aquí.
La vas a ver muy pronto.
Lali, satisfecha, volvió a arrebujarse en sus brazos.
Nico le abrió a Peter la puerta de la habitación y le pasó la llave.
—No es gran cosa, pero está limpio. Cuida bien a tu mujer, Peter . Parece que
está agotada.
—Es lo que pienso hacer. No quiero que les pase nada a Lali y al niño.
Nico abrió mucho los ojos.
—¿Lali va a tener un hijo tuyo? Por todos los demonios, parece que hemos
llegado justo a tiempo, ¿eh? Eres un perro con suerte, Peter Lanzani . Algún día
espero tener yo también un hijo. Buenas noches, amigo. Que duermas bien.
Nico dio media vuelta. Por primera vez en lo que su memoria reciente
alcanzaba, tuvo envidia de Peter. Envidiaba su felicidad, el niño que había
concebido con Lali y el amor que evidentemente había entre ellos. Más tarde,
tumbado en su cama con la vista fija en el techo, la única mujer que logró imaginarse
como madre de sus hijos fue una belleza de cabellos de azabache con unos sensuales
ojos negros y la piel tan blanca como un pétalo de margarita.
Peter depositó cuidadosamente a Lali sobre la cama y se volvió para
encender una candela. La oyó suspirar, y al mirar hacia ella se sorprendió al
encontrarla mirándole, con los ojos refulgentes del amor que por él sentía.
—Estás despierta. Duérmete otra vez.
Lali le dedicó una sonrisa cautivadora.
—Ya no estoy cansada. He venido durmiendo todo el camino hasta aquí. —
Tendió los brazos hacia él—. Hazme el amor, Peter. Ha pasado tanto tiempo...
Sus palabras le produjeron una avalancha de calor instantáneo por las venas, y
sintió cómo se engrosaba y se endurecía. A pesar de la invitación de ella y de la
abultada necesidad cuya tensión y dureza le seguía creciendo entre las piernas, se
resistió a hacerla suya, temeroso de herirla, a ella o al niño.
Oh hasta juntos al fin, esperemos q los ingleses no vayan en busqueda d ellos
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