lunes, 13 de febrero de 2017

EPILOGO


Isla de Andros
1592
—¿No te parece espectacular, Peter? —suspiró Lali mientras contemplaban
cómo el sol se hundía lentamente bajo los destellos del agua. Lali tenía la cabeza 
apoyada en el hombro de Peter y el cielo iba pasando de un naranja vivo a un
dorado apagado y al malva, para desplegar luego un manto de deslumbrantes
diamantes sobre el plácido mar que se extendía ante ellos.
—Todos los atardeceres me parecen espectaculares cuando estoy contigo —
respondió Peter, abrazándola estrechamente—. ¿Te arrepientes de haberte venido
a Andros conmigo?
—Me encanta este sitio —le respondió Lali con aire soñador—. Es como
siempre me he imaginado que sería el paraíso. Y el pueblo está creciendo a pasos
agigantados. Noah tiene un montón de niños con los que jugar. La hija de Nico y
Euge sólo tiene un año menos que nuestro hijo, y Euge está embarazada otra
vez.
—¿Te ha molestado que Pablo Martinez se haya traído a Mery a Andros? —
quiso saber Peter —. Hombre, reconozco que fue una sorpresa enterarse de que la
había conocido en uno de sus viajes y había perdido la cabeza por ella. ¿Quieres que
la mande marcharse?
—Parece que están enamorados de verdad el uno del otro —concedió Lali—.
Mientras a Mery no se le ocurra ponerte la vista encima, que sea bienvenida.
Peter se rió.
—De eso no tienes que preocuparte. El que está enamorado de verdad soy yo, y
ella lo sabe. Pero creo que Mery ha encontrado el verdadero amor en Pablo.
Lali asintió con la cabeza, volviendo sus pensamientos hacia el otro amigo.
—Me alegro de que hayas hecho a Nico copropietario del negocio de la madera
—dijo, perdiendo rápidamente el interés por Mery y Pablo —. Euge y él han sido
unos amigos estupendos con nosotros durante estos años. ¿No te parece una ironía
que dos hombres que odiaban todo lo español hayan acabado casados con dos
españolas?
—Cosas más raras se han visto. Yo nunca pensé que pudiera estar feliz sin la
cubierta de un barco bajo los pies —arguyó Peter —. Noah y tú hacéis de cada
día una aventura; ya no me siento arrastrado a vagar por los mares. ¿Qué tal lo has
pasado con tu padre aquí de visita? Ayer me dio la impresión de que le costaba
marcharse.
—Mucho. Ya sé que tú todavía no te sientes cómodo con él, pero lo ha pasado
tan bien con su nieto que dice que piensa volver dentro de unos meses. La próxima
vez se traerá con él a Gaston y Vico. La última vez que pasaron por casa le
dijeron que tenían ganas de conocer a su sobrino.
—Tengo asumido el hecho de que tu padre y tus hermanos son parte de
nuestras vidas.
—¿Y no lamentas, Peter, que te hayan prohibido acercarte a las costas
inglesas?
—Ni lo más mínimo —dijo él con vehemencia—. Algún día las Bahamas
estarán mucho más pobladas de lo que podamos imaginar. Estas islas han sido más o
menos ignoradas desde que fueron descubiertas, pero estoy viendo que llegará un
día en que habrá empujones por venir a este paraíso particular nuestro.
»A Inglaterra quizá podamos volver algún día, de visita. La reina se está
ablandando. Mi abogado me ha informado de que mandó preguntar en su oficina si
yo estaba bien. Tengo la impresión de que nos daría la bienvenida a Inglaterra si
quisiéramos volver.
Lali arrugó la nariz.
—A mí no me gusta Inglaterra.
Peter soltó una carcajada.
—Y yo no soy bien recibido en España. Parece que tenemos lo mejor de los dos
mundos aquí en Andros. ¿Volvemos a casa y rescatamos a nuestro hijo de manos de
Lani? Lo mima demasiado.
Lali le lanzó una sonrisa provocativa.
—Todavía no.
Le cogió la mano y lo llevó por la playa hasta un apretado grupo de palmeras a
cuyos pies la hierba estaba espesa y mullida. Tiró de Peter para que se tumbara a
su lado.
—¿En qué estás pensando, esposa?
—En que hace mucho que no hacemos el amor bajo el mecerse de las palmeras
en una noche tan agradable como ésta. Hazme el amor, Peter.
En los ojos de Peter brilló un resplandor oscuro.
—A una invitación como ésa es difícil resistirse.
Sus labios buscaron los de Lali, satisfaciéndose con el hambre gozosa de su
respuesta. Había llovido mucho desde los tiempos en que era una niña asustada que
no aspiraba en la vida más que a ser monja. La apretó contra el musgo; fue
desvistiéndola despacio y luego se desvistió él. Se unieron en una pasión
esplendorosa, con los cuerpos desnudos como recipientes sagrados a los que rendían
culto con manos, labios y lenguas. Un grito ahogado de júbilo hizo que los dientes de
Lali se hundieran en el hombro de Peter mientras él la hacía suya
apasionadamente.
—Dios mío, qué locura —jadeó Peter, sintiendo cómo el fuego de ella lo
envolvía—. Te sigo deseando tanto como hace cinco años. Dulce monjita, me has
tenido hechizado desde el momento en que te puse la vista encima.
—No hables, Peter. Cuando te tengo dentro de mí no puedo pensar con
claridad. Sólo puedo sentir.
Él empujó con las caderas para meterse aún más adentro. Ella se arqueó hacia
arriba, deleitándose en el hambre, la pasión desbocada y el creciente engrosamiento
de Peter. Un arrebato profundo interrumpió la respiración y los pensamientos de
Lali, y la hizo gritar de placer.
Él le tapó la boca con la suya, sintiendo sus convulsiones alrededor de él. El
frenesí del clímax de Lali le hizo precipitarse hacia su propia tempestad, traspasado
de una satisfacción absoluta.
Con sus bocas todavía pegadas la una a la otra, Peter se tumbó junto a ella.
La envolvió en sus brazos mientras la última pulsación de placer lo recorría en un
escalofrío.
—Puede que esta noche hayamos hecho un niño —le susurró a Lali al oído.
Intentó no sonar demasiado esperanzado, pero su hijo tenía ya más de tres años, y en
su opinión ya era hora de darle a Noah un hermano o una hermana.
—Eso es imposible —le respondió Lali, bien segura de lo que decía.
Peter intentó disimular su decepción. ¿Es que Lali no quería tener otro hijo
con él? Euge ya estaba esperando su segundo hijo.
—¿Por qué dices eso? ¿Cómo puedes estar tan segura?
Lali le acarició la cara con una ternura exquisita. Luego le cogió la mano y se
la pasó por su estómago plano.
—Es imposible que hayamos hecho un niño hoy porque estoy embarazada de
tu segundo hijo.
Una lenta sonrisa curvó los labios de Peter.
—¿Estas segura?
—Todo lo segura que puedo estar.
—No recuerdo haber sido tan feliz nunca en mi vida.
—Ni yo tampoco —aseguró Lali—. Vámonos a casa, mi amor, que nuestro
hijo nos está esperando.
Fin

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