miércoles, 5 de agosto de 2015

CAPITULO 48

   El sábado, el sexo, los besos y las caricias priman en todo momento. Cada vez
que intentamos hablar para profundizar en nuestra relación acabamos desnudos y
jadeando. PETER es mi vicio y me doy cuenta de que yo soy el suyo. Estar juntos sin
tocarnos se nos hace imposible y, como los dos nos deseamos, nos dejamos llevar
por la lujuria y el desenfreno. El domingo, más de lo mismo, pero tras hacer entre
los dos la cama PETER dice:
   —LALI... Tengo una conversación pendiente contigo, ¿lo recuerdas?
   —Sí.
   El susto se apodera de mí. De pronto me asusta saber qué es aquello que me
tiene que explicar.
   —Es importante que lo hablemos, te lo debo.
   —¿Me lo debes? —pregunto sorprendida.
   —Sí, cariño...
   Me olvido totalmente del sexo y me centro en él. Su mirada vuelve a ser inquieta.
Sus ojos me esquivan y eso me perturba. PETER se sienta a mi lado, a los pies de la
cama.
   —Escucha, hay algo que debes saber y que no te he dicho hasta ahora. Pero
quiero que sepas que si no te lo he dicho es porque...
   —¡Dios mío! ¿No estarás casado?
   —No.
   —¿Te vas a casar con PAU? ¿Con Marta?
   Sorprendido por mis preguntas y por el tono chirriante de mi voz vuelve a
responder:
   —No, cariño. No es nada de eso.
   Suspiro aliviada. No hubiera podido soportar una noticia así.
   —¿Y quiénes son?
  PETER asiente y suspira resignado.
   —PAU es la mujer con la que compartí mi vida durante dos años y con la que
acabé la relación hace un tiempo —asiento y él continúa—: Nuestra relación se
acabó el día que la encontré en la cama con mi padre. Ese día decidí finalizar mi
relación con los dos. Espero que, sin necesidad de explicarte nada más, entiendas
por qué no quiero nunca hablar de mi maravilloso progenitor.
   Mi cara se descompone al escuchar eso. Nunca me hubiera esperado una historia
así.
   —Ella nunca ha querido aceptar esa ruptura e intenta acercarse a mí
continuamente. Me ha pedido perdón de todas las maneras que te puedas
imaginar y, aunque me ha costado, la he perdonado, pero no quiero nada más con
ella. De ahí el motivo de los mensajes y su insistencia. Aquel día en la playa,
cuando me enfadé y me volví al chalet sin dejar que me acompañaras, mi enfado
venía porque ella me dijo en un mensaje que estaba en la puerta del chalet de
NICO y EUGE. No quería que regresaras conmigo de la playa porque te quería
evitar la desagradable escena que ella me iba a montar. Sólo intenté que tú no lo
presenciaras. Pero tampoco fui sincero contigo y no te lo dije. Intenté evitarme un
problema pero, con mi reacción, lo agravé.
   —Me lo tenías que haber dicho. Yo...
   Durante unos segundos, PETER me observa, me pone un dedo en los labios para
que calle y pasa su mano por el óvalo de mi cara.
   —Eres preciosa, LALI... Sólo te quiero a ti.
   Me acerco a él y lo beso, pero él vuelve a colocarme donde estaba.
   —Marta es mi hermana.
   ¿Hermana? Eso me sorprende. Miguel me comentó que  PETER sólo tenía una
hermana, pero PETER prosigue:
   —¿Recuerdas que te comenté que mi hermana Hannah había muerto en un
accidente? —asiento—. Hannah tenía un hijo que está a mi cargo. Era madre
soltera. El pequeño se llama Flyn y tiene nueve años. Desde que ocurrió lo de
Hannah, se ha vuelto un niño difícil de tratar y sólo nos da disgustos. En julio,
cuando tuve que regresar a Alemania y suspender el viaje a las delegaciones, fue
por un problema con él. Mi hermana y mi madre no consiguen controlarlo y por
eso recibo tantas llamadas de Marta. Flyn sólo me respeta a mí y mi hermana
necesita que regrese a Alemania. —Escuchar eso me pone sobre alerta y él
prosigue—: Escucha, LALI, te quiero pero también quiero a Flyn y no lo puedo
abandonar. Puedo estar contigo aquí durante varios días, pero tarde o temprano
tendré que regresar a mi día a día en Alemania. No me puedo permitir cambiar mi
residencia. Los psicólogos no creen que otro cambio sea bueno para Flyn y, aunque
quizá es una locura demasiado precipitada, me gustaría que te trasladaras a vivir
conmigo a Alemania. —Mis ojos se abren escandalosamente y él añade—: Lo sé,
pequeña, lo sé. Sé que es una locura, pero te quiero, me quieres y me gustaría que
lo pensaras, ¿de acuerdo?
   Asiento, mientras intento procesar toda aquella información y, cuando voy a
decir algo, PETER pone uno de sus dedos en mi boca y susurra de nuevo:
   —Aún no he acabado, LALI. Tengo más cosas que explicarte. Si cuando acabe, aún
me quieres besar y continuar a mi lado, no seré yo el que te lo impida. —Sus
palabras me sorprenden, pero él prosigue—: ¿Recuerdas cuando te dije que no te
quería hacer daño?
   —Sí.
   —Pues siento decirte que, llegados a este punto, te lo voy a hacer sin querer y
nada tiene que ver con lo que te acabo de explicar.
   Frunzo el ceño. No entiendo de lo que habla. Me coge las manos.
   —LALI...tengo un problema y, aunque no quiero pensar en él, en un futuro sé que
se agravará.
   —¿Un problema? ¿Qué problema?
   —¿Recuerdas las medicinas que viste en mi neceser? —Muevo mi cabeza
afirmativamente, asustada—. Es algo relacionado con algo que te encanta de mí y
que en más de una ocasión te he dicho que yo odio. Son mis ojos y cuando te lo
explique seguro que entenderás muchas cosas.
   —Dios mío, PETER. ¿Qué te ocurre?
   —Tengo un problema en la vista. Padezco un glaucoma. Una enfermedad
heredada de mi maravilloso padre y, aunque me lo estoy tratando y de momento
estoy bien, la enfermedad con el tiempo avanzará y, para mi desgracia, es
irreversible. Quizá en un futuro me quede ciego.
   Pestañeo y pregunto en un hilo de voz:
   —¿Qué es un glaucoma?
   —Es una enfermedad crónica del ojo. Una enfermedad del nervio óptico que a
veces me produce visión borrosa, dolor de ojos y de cabeza o náuseas y vómitos.
Creo que ahora, al saberlo, entenderás muchas cosas de mí.
   Mi cuerpo se ha paralizado, excepto mis pestañas. El tema PAU me importa un
pepino. El problema de su sobrino y mi traslado de residencia es algo que
hablaremos. Pero PETER acaba de decirme que tiene un problema en la vista y yo no
puedo reaccionar. Mi corazón bombea muy fuerte y apenas puedo respirar. Sólo
puedo mirar a PETER, al hombre que quiero con toda mi alma sin ser capaz de decir
ni una palabra.
   Mi mundo se desmorona en décimas de segundo, mientras reconstruye, pedazo
a pedazo, todas las alarmas que en esos meses he visto de él pero que no he sabido
descifrar. De pronto, entiendo muchas cosas. Sus prisas en todo. Sus temores. Sus
viajes. Sus cambios de humor. Sus dolores de cabeza y, sobre todo, por qué
siempre me exige que lo mire cuando hacemos el amor. PETER  me observa. Quiere
que hable pero yo no puedo. Mi respiración se acelera, le suelto las manos y una va
a mi corazón y la otra, a mi cabeza.
   Me levanto. Me doy la vuelta y, cuando puedo despegar la lengua del paladar,
vuelvo a mirarlo.
   —¿Por qué no me lo habías contado antes?
   —¿El qué? ¿Lo de PAU, lo de Flyn o lo de mi enfermedad?
   —Lo de tu enfermedad.
   —LALI, es algo que no me gusta que la gente sepa.
   —Pero yo no soy la gente...
   —Lo sé, cariño. Pero...
   —Por eso siempre me pides que te mire cuando...
   PETER asiente y tras pasar su mano por mis labios susurra:
   —Quiero grabar tu cara, tus gestos en mi retina, para recordarlos el día que no
vea.
   El dolor en su mirada me hace reaccionar. ¿Qué estoy haciendo? Me siento de
nuevo junto a él y le tomo las manos.
   —Maldito cabezón, ¿cómo me has podido ocultar eso? Yo... yo me he enfadado
contigo. Te he reprochado tus ausencias, tus cambios de humor y... tú... tú no has
dicho nada. Oh, Dios, PETER... ¿por qué?
   Mis lágrimas se desbordan. Intento contenerlas pero, como si de una presa se
tratara, comienzan a salir con fuerza de mis ojos y apenas las puedo controlar.
   PETER me consuela. Me abraza y me mima, cuando soy yo la que debería estar
consolándolo a él. Pero mis fuerzas, mi seguridad y toda mi vida se acaban de
resquebrajar y no sé cuándo las voy a poder recuperar. Me habla de su
enfermedad. Algo que le descubrieron hace mucho y que cada año que pasa se
agrava más.
   No sé cuánto tiempo lloro entre sus brazos en busca de una solución con la que
no puedo dar. Habla conmigo y yo apenas puedo dejar de llorar.
   —No me mires así.
   —¿Cómo? —pregunto al escuchar su voz.
   —Noto que te doy pena.
   Conmovida por sus palabras, me agarro a él.
   —Cariño, no digas tonterías. Te miro así porque te quiero y sufro por...
   —¿Lo ves? Te estoy haciendo daño. No debí permitir que lo nuestro continuara.
   —No digas tonterías, PETER, por favor.
   Con un gesto que recordaré toda mi vida, me coge la cara entre sus manos.
   —Estar a mi lado te hará sufrir, cariño. Soy un hombre con demasiadas
responsabilidades. Una empresa que llevar, un niño problemático al que criar y,
por si fuera poco, un problema de salud. Creo que ha llegado el momento en que
tú decidas lo que quieres hacer. Asumiré tu decisión sea cual sea. Bastante culpable
me siento ya.
   Lo escucho, boquiabierta, y de pronto deseo cruzarle la cara de un manotazo.
¿Qué tonterías está diciendo? La seguridad aparece de nuevo en mi cuerpo. Clavo
mi mirada en sus martirizados ojos azules.
   —No estarás queriendo decir lo que estoy entendiendo, ¿verdad?
   —Sí, LALI.
   —Pero tú eres idiota, por no decir ¡gilipollas!
   PETER sonríe.
   —Eres una preciosa mujer joven y sana con toda la vida por delante y yo...
   —Y tú ¿qué? —Pero no lo dejo contestar y comienzo a gritar como una posesa—:
Y tú eres el hombre con responsabilidades, sobrino y enfermedad al que yo amo. Y
si antes tu cara de mala leche y tus malos modos no me daban miedo, ahora
menos, ¿y sabes por qué? —PETER niega con la cabeza—. Porque no te voy a dejar
por mucho que me lo pidas. Y no te voy a dejar porque te quiero... te quiero... te
quiero ¡métete eso en tu jodida y cuadriculada cabeza alemana! El futuro me da
igual. Sólo me importas tú... tú... tú, ¡maldito cabezón! Y sí, es precipitado dejarlo
todo e irme a vivir contigo a Alemania, pero, como te quiero, lo pensaré.
   —LALI...
   —Tú estás aquí, cariño. Tú eres mi presente. ¿Dónde voy a ir yo sin ti? Pero ¿te
has vuelto loco? Cómo se te ocurre ni siquiera pensar que yo te voy a dejar por tu
enfermedad.
   PETER, emocionado, niega con la cabeza y, por primera vez, lo veo llorar. Verlo
llorar me parte el corazón. Se tapa los ojos con sus manos y llora como un niño.
   —LALI, cuando mi enfermedad prosiga, mi calidad de vida será muy limitada.
Llegará un momento en que seré un estorbo para ti y...
   —¿Y?
   —¿No lo entiendes?
   —No. No lo entiendo —respondo sin aire en los pulmones—. Y no lo entiendo
porque tú seguirás a mi lado. Me podrás tocar, besar, me harás el amor y yo te lo
haré a ti. ¿Qué es lo que te hace dudar de mí?
   PETER murmura emocionado:
   —Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Lo mejor.
   Deseosa de llorar como una magdalena, le quito las manos de los ojos y le seco
las lágrimas.
   —Pues si soy lo mejor que has tenido nunca, no vuelvas a mencionar ni de
broma que te deje, ¿vale? Ahora dime que me quieres y dame un beso de esos que
tanto me gustan.
   Las lágrimas brotan de nuevo por mis ojos, pero sonrío. Él sonríe, me abraza y

me besa.

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