El sábado,
el sexo, los besos y las caricias priman en todo momento. Cada vez
que intentamos hablar para profundizar en nuestra
relación acabamos desnudos y
jadeando. PETER es mi vicio y me doy cuenta de que
yo soy el suyo. Estar juntos sin
tocarnos se nos hace imposible y, como los dos nos
deseamos, nos dejamos llevar
por la lujuria y el desenfreno. El domingo, más de
lo mismo, pero tras hacer entre
los dos la cama PETER dice:
—LALI...
Tengo una conversación pendiente contigo, ¿lo recuerdas?
—Sí.
El susto se
apodera de mí. De pronto me asusta saber qué es aquello que me
tiene que explicar.
—Es
importante que lo hablemos, te lo debo.
—¿Me lo
debes? —pregunto sorprendida.
—Sí,
cariño...
Me olvido
totalmente del sexo y me centro en él. Su mirada vuelve a ser inquieta.
Sus ojos me esquivan y eso me perturba. PETER se
sienta a mi lado, a los pies de la
cama.
—Escucha,
hay algo que debes saber y que no te he dicho hasta ahora. Pero
quiero que sepas que si no te lo he dicho es
porque...
—¡Dios mío!
¿No estarás casado?
—No.
—¿Te vas a
casar con PAU? ¿Con Marta?
Sorprendido
por mis preguntas y por el tono chirriante de mi voz vuelve a
responder:
—No,
cariño. No es nada de eso.
Suspiro
aliviada. No hubiera podido soportar una noticia así.
—¿Y quiénes
son?
PETER
asiente y suspira resignado.
—PAU es la
mujer con la que compartí mi vida durante dos años y con la que
acabé la relación hace un tiempo —asiento y él
continúa—: Nuestra relación se
acabó el día que la encontré en la cama con mi
padre. Ese día decidí finalizar mi
relación con los dos. Espero que, sin necesidad de
explicarte nada más, entiendas
por qué no quiero nunca hablar de mi maravilloso
progenitor.
Mi cara se
descompone al escuchar eso. Nunca me hubiera esperado una historia
así.
—Ella nunca
ha querido aceptar esa ruptura e intenta acercarse a mí
continuamente. Me ha pedido perdón de todas las
maneras que te puedas
imaginar y, aunque me ha costado, la he perdonado,
pero no quiero nada más con
ella. De ahí el motivo de los mensajes y su
insistencia. Aquel día en la playa,
cuando me enfadé y me volví al chalet sin dejar que
me acompañaras, mi enfado
venía porque ella me dijo en un mensaje que estaba
en la puerta del chalet de
NICO y EUGE. No quería que regresaras conmigo de la
playa porque te quería
evitar la desagradable escena que ella me iba a
montar. Sólo intenté que tú no lo
presenciaras. Pero tampoco fui sincero contigo y no
te lo dije. Intenté evitarme un
problema pero, con mi reacción, lo agravé.
—Me lo
tenías que haber dicho. Yo...
Durante
unos segundos, PETER me observa, me pone un dedo en los labios para
que calle y pasa su mano por el óvalo de mi cara.
—Eres
preciosa, LALI... Sólo te quiero a ti.
Me acerco a
él y lo beso, pero él vuelve a colocarme donde estaba.
—Marta es
mi hermana.
¿Hermana?
Eso me sorprende. Miguel me comentó que
PETER sólo tenía una
hermana, pero PETER prosigue:
—¿Recuerdas
que te comenté que mi hermana Hannah había muerto en un
accidente? —asiento—. Hannah tenía un hijo que está
a mi cargo. Era madre
soltera. El pequeño se llama Flyn y tiene nueve
años. Desde que ocurrió lo de
Hannah, se ha vuelto un niño difícil de tratar y
sólo nos da disgustos. En julio,
cuando tuve que regresar a Alemania y suspender el
viaje a las delegaciones, fue
por un problema con él. Mi hermana y mi madre no
consiguen controlarlo y por
eso recibo tantas llamadas de Marta. Flyn sólo me
respeta a mí y mi hermana
necesita que regrese a Alemania. —Escuchar eso me
pone sobre alerta y él
prosigue—: Escucha, LALI, te quiero pero también
quiero a Flyn y no lo puedo
abandonar. Puedo estar contigo aquí durante varios
días, pero tarde o temprano
tendré que regresar a mi día a día en Alemania. No
me puedo permitir cambiar mi
residencia. Los psicólogos no creen que otro cambio
sea bueno para Flyn y, aunque
quizá es una locura demasiado precipitada, me
gustaría que te trasladaras a vivir
conmigo a Alemania. —Mis ojos se abren
escandalosamente y él añade—: Lo sé,
pequeña, lo sé. Sé que es una locura, pero te
quiero, me quieres y me gustaría que
lo pensaras, ¿de acuerdo?
Asiento,
mientras intento procesar toda aquella información y, cuando voy a
decir algo, PETER pone uno de sus dedos en mi boca y
susurra de nuevo:
—Aún no he
acabado, LALI. Tengo más cosas que explicarte. Si cuando acabe, aún
me quieres besar y continuar a mi lado, no seré yo
el que te lo impida. —Sus
palabras me sorprenden, pero él prosigue—:
¿Recuerdas cuando te dije que no te
quería hacer daño?
—Sí.
—Pues
siento decirte que, llegados a este punto, te lo voy a hacer sin querer y
nada tiene que ver con lo que te acabo de explicar.
Frunzo el
ceño. No entiendo de lo que habla. Me coge las manos.
—LALI...tengo un problema y, aunque no quiero pensar en él, en un futuro
sé que
se agravará.
—¿Un
problema? ¿Qué problema?
—¿Recuerdas
las medicinas que viste en mi neceser? —Muevo mi cabeza
afirmativamente, asustada—. Es algo relacionado con
algo que te encanta de mí y
que en más de una ocasión te he dicho que yo odio.
Son mis ojos y cuando te lo
explique seguro que entenderás muchas cosas.
—Dios mío,
PETER. ¿Qué te ocurre?
—Tengo un
problema en la vista. Padezco un glaucoma. Una enfermedad
heredada de mi maravilloso padre y, aunque me lo
estoy tratando y de momento
estoy bien, la enfermedad con el tiempo avanzará y,
para mi desgracia, es
irreversible. Quizá en un futuro me quede ciego.
Pestañeo y
pregunto en un hilo de voz:
—¿Qué es un
glaucoma?
—Es una
enfermedad crónica del ojo. Una enfermedad del nervio óptico que a
veces me produce visión borrosa, dolor de ojos y de
cabeza o náuseas y vómitos.
Creo que ahora, al saberlo, entenderás muchas cosas
de mí.
Mi cuerpo se ha paralizado, excepto mis
pestañas. El tema PAU me importa un
pepino. El problema de su sobrino y mi traslado de
residencia es algo que
hablaremos. Pero PETER acaba de decirme que tiene un
problema en la vista y yo no
puedo reaccionar. Mi corazón bombea muy fuerte y
apenas puedo respirar. Sólo
puedo mirar a PETER, al hombre que quiero con toda
mi alma sin ser capaz de decir
ni una palabra.
Mi mundo se
desmorona en décimas de segundo, mientras reconstruye, pedazo
a pedazo, todas las alarmas que en esos meses he
visto de él pero que no he sabido
descifrar. De pronto, entiendo muchas cosas. Sus
prisas en todo. Sus temores. Sus
viajes. Sus cambios de humor. Sus dolores de cabeza
y, sobre todo, por qué
siempre me exige que lo mire cuando hacemos el amor.
PETER me observa. Quiere
que hable pero yo no puedo. Mi respiración se
acelera, le suelto las manos y una va
a mi corazón y la otra, a mi cabeza.
Me levanto.
Me doy la vuelta y, cuando puedo despegar la lengua del paladar,
vuelvo a mirarlo.
—¿Por qué no me lo habías contado antes?
—¿El qué?
¿Lo de PAU, lo de Flyn o lo de mi enfermedad?
—Lo de tu
enfermedad.
—LALI, es
algo que no me gusta que la gente sepa.
—Pero yo no
soy la gente...
—Lo sé,
cariño. Pero...
—Por eso
siempre me pides que te mire cuando...
PETER
asiente y tras pasar su mano por mis labios susurra:
—Quiero
grabar tu cara, tus gestos en mi retina, para recordarlos el día que no
vea.
El dolor en
su mirada me hace reaccionar. ¿Qué estoy haciendo? Me siento de
nuevo junto a él y le tomo las manos.
—Maldito
cabezón, ¿cómo me has podido ocultar eso? Yo... yo me he enfadado
contigo. Te he reprochado tus ausencias, tus cambios
de humor y... tú... tú no has
dicho nada. Oh, Dios, PETER... ¿por qué?
Mis lágrimas
se desbordan. Intento contenerlas pero, como si de una presa se
tratara, comienzan a salir con fuerza de mis ojos y
apenas las puedo controlar.
PETER me
consuela. Me abraza y me mima, cuando soy yo la que debería estar
consolándolo a él. Pero mis fuerzas, mi seguridad y
toda mi vida se acaban de
resquebrajar y no sé cuándo las voy a poder
recuperar. Me habla de su
enfermedad. Algo que le descubrieron hace mucho y
que cada año que pasa se
agrava más.
No sé
cuánto tiempo lloro entre sus brazos en busca de una solución con la que
no puedo dar. Habla conmigo y yo apenas puedo dejar
de llorar.
—No me
mires así.
—¿Cómo?
—pregunto al escuchar su voz.
—Noto que
te doy pena.
Conmovida
por sus palabras, me agarro a él.
—Cariño, no
digas tonterías. Te miro así porque te quiero y sufro por...
—¿Lo ves?
Te estoy haciendo daño. No debí permitir que lo nuestro continuara.
—No digas
tonterías, PETER, por favor.
Con un
gesto que recordaré toda mi vida, me coge la cara entre sus manos.
—Estar a mi
lado te hará sufrir, cariño. Soy un hombre con demasiadas
responsabilidades. Una empresa que llevar, un niño
problemático al que criar y,
por si fuera poco, un problema de salud. Creo que ha
llegado el momento en que
tú decidas lo que quieres hacer. Asumiré tu decisión
sea cual sea. Bastante culpable
me siento ya.
Lo escucho,
boquiabierta, y de pronto deseo cruzarle la cara de un manotazo.
¿Qué tonterías está diciendo? La seguridad aparece
de nuevo en mi cuerpo. Clavo
mi mirada en sus martirizados ojos azules.
—No estarás
queriendo decir lo que estoy entendiendo, ¿verdad?
—Sí, LALI.
—Pero tú
eres idiota, por no decir ¡gilipollas!
PETER
sonríe.
—Eres una
preciosa mujer joven y sana con toda la vida por delante y yo...
—Y tú ¿qué?
—Pero no lo dejo contestar y comienzo a gritar como una posesa—:
Y tú eres el hombre con responsabilidades, sobrino y
enfermedad al que yo amo. Y
si antes tu cara de mala leche y tus malos modos no
me daban miedo, ahora
menos, ¿y sabes por qué? —PETER niega con la
cabeza—. Porque no te voy a dejar
por mucho que me lo pidas. Y no te voy a dejar
porque te quiero... te quiero... te
quiero ¡métete eso en tu jodida y cuadriculada
cabeza alemana! El futuro me da
igual. Sólo me importas tú... tú... tú, ¡maldito
cabezón! Y sí, es precipitado dejarlo
todo e irme a vivir contigo a Alemania, pero, como
te quiero, lo pensaré.
—LALI...
—Tú estás
aquí, cariño. Tú eres mi presente. ¿Dónde voy a ir yo sin ti? Pero ¿te
has vuelto loco? Cómo se te ocurre ni siquiera
pensar que yo te voy a dejar por tu
enfermedad.
PETER,
emocionado, niega con la cabeza y, por primera vez, lo veo llorar. Verlo
llorar me parte el corazón. Se tapa los ojos con sus
manos y llora como un niño.
—LALI,
cuando mi enfermedad prosiga, mi calidad de vida será muy limitada.
Llegará un momento en que seré un estorbo para ti
y...
—¿Y?
—¿No lo
entiendes?
—No. No lo
entiendo —respondo sin aire en los pulmones—. Y no lo entiendo
porque tú seguirás a mi lado. Me podrás tocar, besar,
me harás el amor y yo te lo
haré a ti. ¿Qué es lo que te hace dudar de mí?
PETER
murmura emocionado:
—Eres lo
mejor que me ha pasado nunca. Lo mejor.
Deseosa de
llorar como una magdalena, le quito las manos de los ojos y le seco
las lágrimas.
—Pues si soy lo mejor que has tenido nunca, no
vuelvas a mencionar ni de
broma que te deje, ¿vale? Ahora dime que me quieres
y dame un beso de esos que
tanto me gustan.
Las
lágrimas brotan de nuevo por mis ojos, pero sonrío. Él sonríe, me abraza y
me besa.
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