sábado, 29 de agosto de 2015

CAPITULO 58

El viernes, PETER me invita a cenar a un restaurante maravilloso. Ponemos fecha a
nuestro cambio de residencia y decidimos que será para mediados de enero. Mi
pisito es mío, en propiedad. Cuando me mudé a Madrid, mi padre me ayudó a
comprarlo y, tras nuestra conversación, decido no venderlo, ni alquilarlo. Será un
piso que siempre tendré para cuando quiera regresar a Madrid de visita.
   Esa noche, a pesar de la felicidad que veo en la mirada de PETER, intuyo que le
duele algo la cabeza. Lo he visto tomarse dos pastillas. Pero no quiere hablar de
ello. Se niega. Sólo quiere hablar de nosotros y de nuestra próxima vida en
Alemania.
   Tras la cena, cuando nos vamos del restaurante, nos encontramos con unos
amigos suyos en la calle. Una pareja. Nos saludamos. Y en un momento dado PETER
me pregunta:
   —¿Te apetece que invite a Víctor al hotel para jugar los tres?
   Mi corazón bombea con fuerza y asiento. PETER sonríe.
   —Voy a hablar con él. Seguro que no dice que no.
   PETER y Víctor se alejan un metro de mí y de la chica que va con él. Se llama Loli y
es muy simpática. Las dos hablamos, mientras yo observo a los dos hombres. De
pronto, veo que a PETER le suena el móvil, atiende la llamada y deja de sonreír. Tras
eso, se acerca a mí y dice:
   —Nos vamos.
   Víctor y Loli se quedan donde estaban y observo que entran en el restaurante.
¿Qué habrá pasado?
   En el camino de vuelta está más callado de lo normal. Intento hablar con él,
bromear, pero no entra en el juego. Finalmente me callo. Cuando PETER se pone así,
mejor dejarlo.
  Cuando llegamos al hotel, PETER pide que nos traigan una botella de champán. Yo
me quito los zapatos y me siento al borde de la cama. Tengo ganas de jugar. La
proposición de PETER me ha excitado mucho.
  PETER se desprende de la chaqueta, la deja perfectamente colocada en el galán de
noche y me mira. Suena la puerta y mi corazón aletea. Pero el aleteo se relaja
cuando veo entrar al camarero con dos copas y la botella de champán.
  En cuanto nos quedamos solos, PETER descorcha la botella, sirve dos copas y
cuando me da una murmura en un tono frío y distante:
  —Presiento que mi proposición te ha alterado, ¿verdad?
  Pienso mi respuesta. Podría mentir, pero no quiero.
  —Sí...
  PETER asiente, da un trago a su copa y pregunta:
  —Te gusta mucho que te ofrezca a otros hombres, ¿verdad?
  —¡PETER!
  —Responde,LALI.
  Resoplo y murmuro:
  —Sí, me gusta.
  Se sienta a mi lado y toca con delicadeza mi rodilla.
  —Te aseguro que eso me gusta mucho a mí también y espero ofrecerte a otros.
  —¿Otros?
  —Sí... otros. Mis juegos son muchos y estoy seguro de que desearás seguir
jugando, ¿verdad?
  Calor... calor... y más calor... ¡ya comienza mi calor!
  PETER vuelve a llenarme la copa de champán y me saca de mi ensoñación.
  —¿Te gustaría volver a jugar con una mujer?
  Sorprendida, me encojo de hombros.
  —No.
  —¿Seguro? —insiste.
  Su insistencia me inquieta. Cuando voy a decir algo, él me agarra del brazo y me
mira profundamente.
   —¿Por qué no me dijiste que Marisa y tú os conocíais?
   Eso me pilla totalmente descolocada.
   —¿Cómo dices?
   —Quiero saber cuándo sueles ver a Marisa.
   —Yo no suelo verla.
   Con la mirada velada por la furia, murmura:
   —No me mientas, maldita sea.
   —No te miento. Ella va a mi gimnasio y nos hemos visto allí en un par de
ocasiones. Nada más.
   En ese instante creo que debo explicarle lo que llevo callando tanto tiempo
cuando PETER estalla.
   —¡Maldita sea, MARIANA! No soporto la mentira. ¿Por qué no me dijiste que ya os
conocíais cuando vino el otro día al hotel?
   —No... no lo sé... yo...
   Fuera de control, PETER se aleja de mí.
   —Será mejor que te vayas, MARIANA. Estoy terriblemente enfadado y no quiero
hablar.
   —Pero yo quiero hablar contigo y no quiero dejar las cosas a medias como
siempre hacemos cuando te enfadas.
   —LALI... —gruñe.
   —PETER, ¡tenemos que hablar! De nada sirve que las cosas se queden así. ¿No te
das cuenta?
   Se agarra la cabeza. Ese gesto me hace ver que no está bien. Veo que abre su
neceser y se toma otro par de pastillas. Eso me altera. No quiero verlo sufrir. Sale
del dormitorio y me quedo sola. Instintivamente, me siento en la cama, me pongo
los zapatos y sin decir nada más salgo yo también. Lo veo en la terraza, mirando al
horizonte. Me acerco a él.
   —¿Te duele la cabeza?
   —Sí.
   —¿De verdad quieres que me vaya?
   —Sí.
   —PETER, cariño, no sé qué te han explicado pero es una tontería, créeme.
  —Le diré a Tomás que te lleve a tu casa.
  —No.
  —Sí. Él te llevará a tu casa. Adiós, LALI. Hasta mañana.
  No me mira. No se mueve y, al final, me doy por vencida. Me vuelvo y, con el
corazón dolorido, me marcho.
  Suena un ruido. Me sobresalto. Es el teléfono.
  Salto de la cama. Miro el reloj. Las cinco y veintiocho.
  Asustada, corro a contestar. Si alguien llama a esas horas, no puede ser por nada
bueno.
  —¿Sí?
  —Cuchufleta... soy yo.
  ¿Mi hermana?
  La mato... ¡Yo la mato! Pero, al escucharla llorar, me asusto.
  —¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?
  —Estoy mal... muy mal. He discutido con AGUSTIN, se ha marchado de casa a las
nueve de la noche y mira qué horas son y no ha vuelto...
  Llora... y llora y llora e intento tranquilizarla.
  —¿Dónde está Luz?
  —Durmiendo en casa de una amiguita. Por favor, necesito que vengas.
  —De acuerdo... voy para allá.
  Cuelgo el teléfono y resoplo. Mi hermana y sus histerismos... Menos mal que es
sábado y no tengo que ir a trabajar. Pienso en PETER. ¿Lo llamo? Puede que esté
despierto, pero al final decido no molestarlo. Conociéndolo, seguirá enfadado por
lo que ocurrió el día anterior. Con rapidez me lavo los dientes, la cara, me pongo
unos vaqueros, una camiseta y una chaqueta. Hace fresquito.
  Bajo a la calle y me monto en mi coche. Arranco. Mi hermana no vive lejos, pero
a esas horas no me apetece ir caminando. Pongo la radio y tarareo mientras
conduzco. Veo un hueco para aparcar frente al portal de mi hermana, paro, meto la
marcha atrás y cuando miro por el espejo retrovisor me quedo sin respiración al
ver que un coche se abalanza y finalmente choca contra mí.
  Murmullos... murmullos... oigo murmullos.
  No puedo abrir los ojos, me pesan. No sé dónde estoy ni qué me pasa. Entonces
recuerdo el coche abalanzándose sobre mí y soy consciente de que he tenido un
accidente. Sirenas. El ruido de las sirenas me hace abrir de golpe los ojos y me
encuentro en una ambulancia con dos hombres mirándome y con gasas con sangre
en las manos.
  —¿Se encuentra bien, señorita?
  —Sí... no... no sé.
  —¿Cómo se llama?
  —LALI.
  —Muy bien, LALI, no se asuste. Unos chicos que iban bebidos le han dado un
golpe con su coche. La vamos a llevar al Clínico para que se hagan una revisión.
  —¿Esa sangre es mía?
  Uno de los jóvenes enfermeros que me atiende asiente.
  —No se asuste, pero sí.
  —Pero ¿es sangre? ¿De dónde es?
  —Del labio y de la nariz. No ha saltado el airbag de su coche y se ha golpeado
contra el volante, pero no se preocupe, no es nada grave.
  De pronto, escucho unos chillidos y los identifico rápidamente. ¡Mi hermana!
Intento incorporarme para que me vea y sepa que estoy bien pero no puedo. Me
duele horrores el cuello.
  —Por favor, la que chilla es mi hermana. ¿Pueden dejar que me vea para que se
tranquilice?
  El muchacho accede y sonríe.
  —Por supuesto. Si quiere, puede acompañarla en la ambulancia.
  Dos segundos después, veo aparecer a mi hermana con su batita azul de guata.
Está pálida. Me ve y sus gritos se convierten en gemidos de terror.
  —¡Ay, Dios mío...! ¡Ay, Dios mío! Cuchu... ¿qué te ha pasado? ¿Estás bien?
Todo por mi culpa, ¡mi culpa! Yo te he pedido que vinieras a casa. ¡Oh, Dios mío...!
¡Dios mío! Cuando he escuchado las sirenas y he visto el coche... ¡Oh, Dios! Como
te pase algo, yo me muero, ¡me muero!
   Uno de los jóvenes que nos atienden, al ver su estado de histerismo, se dirige a
ella.
   —Si no se tranquiliza, la vamos a tener que atender a usted, señora. Su hermana
está bien. Un coche la ha embestido por detrás, pero su estado es bueno,
tranquilícese.
   —Raquel —murmuro dolorida—. Tranquilízate, ¿vale?
   Hace un gesto con la cabeza, mientras unos enormes lagrimones le chorrean por
la cara. Me coge la mano y la ambulancia arranca. Cuando llegamos a Urgencias, la
miro y digo:
   —Quédate con mi bolso y no llames a papá. No lo asustes, ¿de acuerdo?
   Como una magdalena, me dice que sí y los enfermeros que llevan la camilla me
meten para adentro para atenderme. Me hacen varias radiografías del cuello y del
hombro porque les digo que me duele y cientos más de cosas. Estoy cansada,
dolorida y me quiero ir a mi casa. Pero allí todo es lento... muy lento.
   Cuando salgo tres horas después con un collarín en el cuello, un chichón en la
frente y los labios hinchados, me sorprendo al ver a mi hermana, a mi cuñado y a
PETER.
   El primero en llegar a mí es PETER. Su gesto me hace saber el susto que tiene por lo
ocurrido. Me abraza con delicadeza y no dice nada. Su manera de abrazarme y la
tensión que noto en su cuerpo hablan por sí solos. El abrazo es interminable, tanto,
que finalmente tengo que susurrar:
   —PETER, estoy bien, cariño, de verdad.
   Mi hermana nos observa y, cuando PETER me suelta, la veo llorar de nuevo.
   —Anda, ven aquí y deja de llorar, que no me ha pasado nada.
   CANDE me abraza y llora desconsoladamente, mientras mi cuñado se acerca.
   —¿Estás bien?
   Sonrío lo mejor que puedo.
   —Sí, y por favor... haced el favor de dejar de discutir. En una de éstas, me
matáis.
   —Lo siento. Ha sido todo culpa mía —se disculpa AGUSTIN.
   Me suelto de mi hermana y agarro a mi cuñado del brazo.
   —No digas tonterías. Estas cosas pasan porque sí y ya está. Por cierto, no habréis
llamado a papá, ¿verdad?
   Mi hermana niega con la cabeza y yo se lo agradezco.
   Cuando salimos del hospital, mi hermana y mi cuñado se empeñan en llevarme
a su casa. PETER, por su parte, insiste en que me vaya con él al hotel. Al final, me
planto.
   —Quiero irme a mi casa, por favor ¡entendedme!
   PETER mira a mi hermana.
   —Yo la llevaré a casa y me quedaré con ella.
   CANDE asiente pero, antes de marcharse, responde:
   —Descansa. Después de comer pasaré por tu casa para verte y llamaremos a
papá.
   Cuando mi hermana y su marido se van, veo aparecer el coche de PETER. Tomás, al
ver mi estado, se baja rápidamente.
   —¿Se encuentra bien, señorita?
   —Sí, no te preocupes, Tomás. No es tan malo como parece.
   En cuanto estoy en el interior del vehículo, cierro los ojos y me recuesto sobre el
respaldo. Estoy dolorida y cansada. PETER se acerca a mí, me da un beso en la frente.
Abro los ojos.
   —¿Estás mejor de tu dolor de cabeza?
   —Sí, cariño. No te preocupes por eso, ni por nada. Ahora sólo me importas tú.
Sólo tú.
   Sus palabras y la ternura con que las dice me indican que la discusión está
olvidada. Sonrío y le acaricio la cara con cariño.
   —¿Te ha llamado mi hermana?
   Me coge la mano y la besa.
   —Te mandé un mensaje y ella me llamó —acerca su frente a la mía y murmura—
: Jamás en mi vida lo he pasado peor, cariño. Cuando tu hermana me ha llamado,
llorando... y yo oía sus sollozos y sólo entendía... MARIANA... ambulancia...
accidente... he creído morir.
   —Exagerado.
   —No, exagerado no. Te quiero y no quiero que te pase absolutamente nada. El
rato que he pasado hasta que te he visto ha sido horrible. Desconcertante. No se lo
deseo ni a mi peor enemigo. Me siento culpable. Si no te hubiera echado de mi
lado, nada de esto hubiera pasado.
   —PETER, tú no tienes la culpa de nada.
   —No estoy de acuerdo con lo que dices. Me siento fatal. —Al ver que resoplo,
me da un delicado beso en la comisura de los labios—. ¿Te encuentras bien?
   —Sí... —E intentando que sonría añado—: Como verás, de ésta ¡no te libras de
mí!
   Los labios se le curvan pero está demasiado tenso.
   —De ahora en adelante, yo te cuidaré.
   Por la tarde, tras haber descansado toda la mañana, mi hermana y mi cuñado
llegan a mi casa con mi sobrina y mogollón de comida. Mi hermana la mete en el
frigorífico mientras observo que le da instrucciones a PETER que sólo dice que sí,
aunque sé que no se está enterando de nada.
   Tras llamar a mi padre y explicarle lo ocurrido, me relajo. Él, a pesar del susto
inicial, tras hablar conmigo, con mi hermana y con PETER sé que se ha quedado más
tranquilo. Mi hermana y AGUSTIN están en la cocina hablando. Tienen que hablar. PETER
está viendo un partido de baloncesto en la televisión, cosa que me sorprende, ya
que no sabía que le gustara el baloncesto. Mi sobrina Luz, que está sentada entre
los dos, pregunta:
   —¿Eres el novio de mi tita?
   Al escuchar aquello PETER la mira.
   —Sí.
   —¿Y te vas a casar con ella?
   —Pues no lo hemos hablado —responde sorprendido.
   —¿Y por qué no lo habéis hablado?
   —Porque no.
   —¿Y por qué no?
   —Algún día.
   —¿No te quieres casar con ella?
   PETER clava su mirada en ella.
   —Vale, Luz... lo hablaré con ella.
   —¿Cuándo?
   —No lo sé. Quizá cuando se recupere, ¿te parece?
   —¡Genial! ¿Tú quieres ser mi tito?
   —Sí.
   —¿Y por qué?
   PETER comienza a desesperarse. Mi sobrina puede llegar a ser exasperante, así que
decido acudir en su auxilio:.
   —Luz, ¿quieres irte a mi habitación a ver dibujos?
   A la pequeña le cambia la cara. Sonríe y sale escopeteada hacia allí. PETER me mira
a los ojos y sonríe.
   —Gracias, cariño.
   —De nada. —Curiosa, pregunto—: ¿Flyn no es así?
   —No. Es totalmente diferente. Ya lo verás.
   Aquella noche, cuando PETER y yo nos quedamos solos en mi casa, se ocupa
totalmente de mí. En un cuaderno se apunta la medicación que tengo que tomar y
los horarios, y me sorprendo al ver lo apañado que puede llegar a ser para atender
a un enfermo. Eso me hace recordar que está acostumbrado a cuidarse desde hace
tiempo. No hace referencia a nuestra discusión y se lo agradezco. Cuando nos
acostamos, me da un beso en los labios.
   —Descansa, cariño. Yo me ocuparé absolutamente de todo.
   El lunes, cuando PETER se va a trabajar, viene mi hermana para tomarle el relevo.
A las once, me llega un mensaje al móvil. Es Miguel que dice: «Acabo de enterarme
de que eres la novia de PETER LANZANI. Zorrona, ¡qué callado te lo tenías! Ya me
contarás. Un besito y recupérate».
   Cuando dejo el móvil sobre la mesa no sé si reír o llorar. Oficialmente ya soy su

novia.

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