A las once
obligo a Nacho a que me deje en casa. Seguro que PETER estará a punto
de ver la notita y la tarta y espero su reacción.
A las once
y media, camino por la casa aún con los tacones. Estoy convencida de
que eso lo hará reaccionar y llegará en cualquier
momento.
A las doce,
mi desesperación ya es latente. ¿Se habrán puesto a jugar y no habrán
pedido los postres?
A la una de
la madrugada, frustrada porque mi plan no ha funcionado, tiro los
tacones contra el sofá justo en el momento en el que
me suena el móvil. Me lanzo
en plancha a por él. Un mensaje. PETER. Las manos me
tiemblan cuando leo: «Gracias
por la felicitación, señora LANZANI».
Boquiabierta leo y vuelvo a leer el mensaje ¿Ya está? ¿No va a hacer ni
a decir
nada más?
Malhumorada, suelto el móvil y doy un trago a mi Coca-Cola. Deseo coger
el
móvil y llamarlo para ponerlo a caer de un burro.
Pero no. Ahora sí que doy el
cerrojazo definitivo al caso PETER.
Con
desgana, me quito el bonito vestido, el sofisticado moño y la sugerente ropa
interior que me he comprado esa tarde. Me planto mi
pijama de nubecitas azules y
me dirijo al baño para desmaquillarme. Saco una
toallita desmaquillante y me lío
con un ojo. No puedo ver lo que estoy haciendo, sólo
que paseo la toallita en
círculos mientras pienso en PETER.
De pronto,
oigo que alguien llama con los nudillos a la puerta de mi casa. Mi
corazón salta por la emoción. Suelto la toallita y
corro para mirar por la mirilla. Me
quedo sin palabras cuando veo a PETER al otro lado.
Sin pensar en mi aspecto, abro y
me encuentro frente a frente con él. ¡Con PETER!
—¿Señora
LANZANI?
Está
impresionante con su traje oscuro y la camisa blanca abierta. Su porte, como
siempre, es intimidatorio, varonil y su cara... ¡Oh,
su cara...! Esa cara de mala
leche me encanta y sin querer, ni poder, ni pensar
en remediarlo digo:
—Vale...
soy lo peor.
—¿Tú has
osado decir en el Moroccio que eras la señora LANZANI? —insiste.
Doy un paso
atrás. Él lo da hacia el frente.
—Sí...
perdón... perdón, pero necesitaba enfadarte.
—¿Enfadarme?
Da otro
paso adelante. Yo doy otro atrás.
—PETER,
escucha —me retiro rápidamente el pelo de la cara— ... Sé que no he
procedido bien. He abusado de tu generosidad y he
tomado el pelo a los del
restaurante. Te prometo que te reembolsaré mi cena y
la de mi amigo. Pero te juro
que sólo lo hice para que te cabrearas y vinieras
hasta mi casa y así...
—¿Y así
qué?
Su mirada
es intimidatoria. Feroz. Pero aun así prosigo. Es mi única
oportunidad. Él está ante mí y no la voy a
desaprovechar.
—Necesito
pedirte perdón por lo tonta que fui el día que me marché de Zahara
y... —resoplo y me encojo de hombros ante su
silencio—. Te echo de menos PETER.
Te quiero.
Su gesto
cambia. Se suaviza.
¡Oh, sí...!
¡Oh, sí!
Mi corazón
salta de felicidad, justo en el momento que él da un paso hacia mí
para abrazarme. Me aúpa y yo le echo los brazos al
cuello. Enredo mis piernas a su
cintura y así, sin hablar, cierro la puerta de mi
casa. Dispuesta a no soltarlo nunca
más en mi vida.
Durante
unos minutos, ninguno de los dos habla. Sólo nos abrazamos y
disfrutamos de nuestra cercanía hasta que PETER me
da un beso en el cuello y me
aprieta con fuerza.
—Te quiero,
y ante eso, pequeña, no puedo hacer nada.
¿He
escuchado bien?
¿Me está
diciendo que me quiere?
La
felicidad me hace reír, lo beso con posesión en los labios y, cuando me separo
de él, murmuro:
—Si es
cierto lo que dices, no vuelvas a alejarte de mí.
—Tú te
fuiste.
—Tú me echaste.
—Te dije
que te quedaras.
—¡Me
echaste!
¡Ya
empezamos!
Él asiente
y yo prosigo:
—Te he
pedido disculpas con mis e-mails todos los días y tú no te has dignado a
responder.
Sonríe con
dulzura y entonces hace eso que tan loca me vuelve. Acerca su boca a
la mía. Saca la lengua, la pasa por mi labio
superior, luego por el inferior y antes de
besarme murmura:
—Yo te
perdoné antes de que te hubieras marchado.
—¿Sí?
—Sí...
osito panda.
—¿Osito
panda? ¿Te parece poco pequeña, morenita o LA.. que ahora también
me llamas osito panda?
Divertido,
me lleva frente a uno de mis espejos y al ver el motivo de aquel apodo
me parto de risa. Tengo un ojo totalmente
emborronado y negro. Él ríe también.
—¿Qué
estabas haciendo para tener el ojo así?
—Desmaquillándome. Con lo mona que me había puesto para ti por ser tu
cumpleaños y vas tú y apareces en el momento menos
glamouroso.
PETER
sonríe.
—Para mí
siempre estás preciosa, cariño.
Entre sus
brazos, llego hasta mi habitación. Me suelta sobre la cama y se tumba
sobre mí.
—Dios,
nena, me encanta cómo hueles.
Con
cuidado, le quito la chaqueta y comienzo a desabrocharle la camisa blanca
mientras PETER recorre mi cuerpo con sus manos y me
da delicados besos en el
mentón y en el cuello. El roce de sus yemas al pasar
por mis costillas me hace tener
un escalofrío y sonrío de placer. Cuando termino de
desabrocharle la camisa, le
toco los abdominales. Duros y fuertes como siempre.
—Tengo un
regalo para ti.
—Mi mejor
regalo eres tú, pequeña.
Besos...
caricias... palabras de cariño y de pronto PETER murmura:
—Tengo que
hablar contigo, LALI.
—Luego...
luego...
En cuanto me
libro de su camisa y se queda vestido sólo con el pantalón, mis
manos vuelan al botón. Lo desabrocho y, con cuidado,
bajo la cremallera. La piel
de PETER arde y yo con ella. Y cuando meto mis manos
bajo los calzoncillos y tengo
en ellas lo que anhelo y ansío, jadeo.
PETER se
mueve. Su erección escapa de mis manos y vuelve a besarme.
—Si me sigues
tocando, no duraré ni dos segundos... ¿Sigues tomando la
píldora?
—Ajá...
—Biennnnn.
Eso me hace
reír, mientras él me quita el pantalón del pijama. Luego me levanta,
me pone frente a él y acerca su boca hasta mi monte
de Venus y lo mordisquea por
encima de mi tanga. Me quito la parte superior del
pijama y PETER me observa. Mete
sus dedos por la tirilla de mi tanga, me lo rompe y
murmura mientras lee:
—«Pídeme lo
que quieras.»
PETER me
acaricia y me coge uno de los pechos con calidez, con mimo se lo mete
en la boca y me chupa la areola. Después otorga el
mismo mimo al otro pecho y me
obliga a sentarme sobre sus rodillas. Durante un
rato se entretiene con mis pechos,
me los chupa, lame y succiona hasta que me arranca
un gemido de placer.
—Pequeña...
te he echado tanto de menos...
Se levanta
conmigo en brazos y vuelve a posarme sobre la cama. Me besa los
labios y comienza a bajar su lengua por mi cuerpo.
Va al cuello, de allí a los
pechos, sigue su recorrido por el ombligo y, cuando
llega al monte de Venus, quien
jadea es él.
Dispuesta a
disfrutar, me abro de piernas antes de que él me lo pida y su lengua
rápidamente entra en mí con exigencia. Con sus dedos
me separa los labios y su
húmeda lengua llega hasta mi clítoris. Salto de
excitación.
—Oh,
PETER... sí... así.
Se sube
sobre la cama para estar más cómodo y pone mis piernas sobre sus
hombros. El saqueo a mi clítoris se intensifica y
mis jadeos cada vez son más
seguidos, hasta que un intensísimo orgasmo toma mi
cuerpo, lo agarro de la
cabeza y lo aprieto contra mí.
Cuando me
quedo sin fuerzas por el maravilloso orgasmo que acabo de tener,
PETER se pone sobre mí, me besa. Su sabor a mi sexo
es salado y me estimula mucho.
—Te voy a
follar, cariño.
Asiento.
¡Lo estoy deseando!
Se quita los pantalones, después los
calzoncillos y, con una mirada lobuna que
me hace jadear, sonríe. Ensombrecido por el deseo,
se pone encima de mí y me
acomoda mejor en la cama. Coloca la punta de su pene
contra la entrada húmeda
de mi vagina y, a diferencia de otras veces, la
introduce poco a poco mientras me
muevo mimosa. Quiero más y le doy un azote en el
trasero.
—¿Eso a qué
se debe, pequeña?
—La
necesito dentro ya... la tuya es tan grande... tan placentera. Sigue...
PETER sonríe y me embiste abriéndome toda la vagina
de una sola estocada. Grito
y jadeo. Grito y jadeo, mientras él me embiste una y
otra vez y por fin me siento
llena y enloquecida. Se me acelera la respiración y
mi disfrute me vuelve loca.
Una... dos... tres... quince veces me penetra y yo
grito y me retuerzo de placer.
De pronto,
su ritmo disminuye.
—¿Alguien
te ha tocado durante estos días?
Su pregunta
me pilla tan de sorpresa que sólo puedo pestañear. No sé qué
decirle y PETER me da un empellón que me hace gritar
de nuevo.
—Dime la
verdad, ¿quién te ha follado estos días?
Su cara se
contrae y vuelve a penetrarme. Me da un azote en el trasero que me
escuece.
—¿Quién?
Me niego a
responder sin ser respondida, saco fuerzas de donde no las tengo y
pregunto:
—¿Y tú?
Me mira e
insisto.
—¿Tú has
jugado estos días?
—Sí.
—¿Con
NATALIE?
—Sí. ¿Y tú?
—Con
BENJAMIN.
Durante unos
segundos nos miramos. Los celos vuelan sobre nosotros y me
penetra con fuerza. Ambos gemimos. Me agarra por el
hombro y vuelve a
penetrarme. Veo la oscuridad en su mirada. La rabia
por lo que escucha y no
quiere oír.
—Te vi con
NATALIE entrar en tu hotel y decidí proseguir con mi vida. Busqué a
BENJAMIN, me masturbé para él y luego me ofrecí.
PETER me
mira. Está furioso. Tengo miedo de que se vaya, pero entonces me doy
cuenta de que él también tiene miedo de que yo
desaparezca. Me agarra por las
caderas y comienza a penetrarme a un ritmo infernal.
—Eres mía y
sólo te tocará quien yo quiera.
Me mira, a
la espera de una contestación, mientras, desmadejada por sus
penetraciones, me muevo debajo de él. Calor... tengo
mucho calor, pero soy
consciente de lo que me pide. Le pongo la mano en su
estómago y me echo para
atrás. Su pene sale de mí.
—Únicamente
seré tuya, si tú eres mío y sólo te toca quien yo quiera.
Su respuesta
es inmediata. Acerca su boca a la mía y me besa, mientras su pene
duro como una piedra golpea mis muslos volviéndome
loca. Con una de mis
manos lo cojo y lo meto de nuevo en mi interior y,
con su boca sobre mi boca,
murmura:
—Soy tuyo,
pequeña... tuyo.
PETER me
penetra con delicadeza y soy yo la que subo mis caderas para llenarme
de él. Mueve sus caderas a los lados y siento cómo
los músculos de mi vagina se
aferran a él.
—Cariño...
me voy a correr.
El tono de
su voz. Su cara. Su gesto y su mirada me hacen sonreír. Yo estoy cerca
del orgasmo.
—Más rápido,
cielo... lo necesito.
PETER me
embiste de nuevo una... dos... tres veces. Se muerde los labios para
darme lo que yo quiero hasta que de pronto los dos
nos arqueamos y sabemos que
hemos
llegado juntos hasta el placer.
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