Hoy, 21 de
setiembre, es su cumpleaños. PETER cumple treinta y dos años e
inexplicablemente estoy feliz por él. Soy así de
imbécil.
No ha vuelto
a aparecer por la oficina. Tras su viaje a las delegaciones regresó
directamente a Alemania y no ha vuelto a pisar
España.
Me encuentro
sumergida en mi burbuja cuando suena el teléfono interno. Mi
querida jefa me pide que pase a su despacho. Una vez
en su interior, me
sobrecarga de trabajo y me dice:
—Haz también
una reserva para esta noche a las nueve y media en el Moroccio
para diez personas a nombre del señor LANZANI. Debe
ser a ese nombre o no te
darán la reserva, ¿entendido? —asiento—. Después,
pídeme cita en la peluquería
para dentro de una hora.
Asiento e
intento no alterarme.
¿PETER en
España? ¿En Madrid?
¡LALI...,
relájate!
Cuando salgo
del despacho, mi corazón bombea.
Busco en
internet el teléfono del Moroccio y, cuando lo consigo, resoplo y llamo.
—Moroccio,
buenas días.
—Hola,
buenas días. Llamo para hacer una reserva para esta noche.
—Dígame a
qué nombre, por favor.
—Sería a las
nueve y media, para diez personas, a nombre del señor PETER LANZANI.
—Oh... sí,
el señor LANZANI —oigo que repite el camarero—. ¿Algo más?
El corazón
se me va a salir del pecho. De pronto, algo cruza mi mente. Es una
maldad y no me detengo a mirar las consecuencias.
—También
quería reservar otra mesa para dos personas, a las ocho, a nombre de
la señora LANZANI.
—¿La mujer
del señor PETER LANZANI? —pregunta el camarero.
—Exacto.
Para su mujer. Pero, por favor, no le comente nada, es una sorpresa de
cumpleaños.
—De
acuerdo.
En cuanto
cuelgo el teléfono me tapo la boca. Acabo de hacer una de las mías y
me río. Sin pensarlo, descuelgo el teléfono y llamo
a Nacho. Esta noche seré yo la
que lo invite a cenar.
Ataviada
con un precioso vestido negro con los hombros al aire que me ha
dejado mi hermana y un moño alto a lo Audrey
Hepburn, llego hasta el estudio de
tatuajes de Nacho. Éste silba sorprendido nada más
verme.
—¡Vaya,
estás fabulosa!
—Gracias.
Tú también —sonrío al verlo.
Nacho
sonríe y abre los brazos.
—Que
conste, que es el traje de la boda de mi hermano y me lo he puesto porque
me lo has pedido tú. A mí este rollo de etiqueta no
me va.
—Lo sé.
Pero donde vamos hay que ir así o no te dejan entrar.
Nacho
conoce mi plan.
—¿Estás
segura de lo que vas a hacer, LALI?
Asiento y
salimos del estudio.
—No lo sé,
ya te contaré si reacciona. Éste es mi último cartucho.
A las ocho
en punto entramos en el Moroccio.
El
camarero, tras comprobar nuestra reserva, me mira sorprendido y veo que
asiente complacido ante mi aspecto. Debe de verme
como la digna mujercita del
señor LANZANI. Con arte, le cuchicheo que no comente
mi presencia. Quiero
sorprender a mi marido porque es su cumpleaños y
después le pido que tenga
preparada una tarta de fresa y chocolate. Éste
asiente, complacido por mi simpatía,
y me dice que no me preocupe. Mi tarta estará
preparada. Como bien presupongo,
nos pasan a uno de los reservados y observo cómo
Nacho se queda sorprendido
por el lugar y mira a nuestro alrededor.
—¡Qué pasote
de sitio!
—Sí. Es el
glamur personificado. —Sonrío mientras espero que no se encienda
ninguna lucecita de colores y me pregunte qué
significa.
—Por cierto,
¿a qué venía eso de señora LANZANI? ¿Tu apellido no es ESPOSITO?
Suelto una
risotada.
—La señora
LANZANI es la mujer de la persona que va a pagar esta cena.
Su cara es
un poema. El camarero entra y deja un excelente vino ante nosotros
que degustamos, aunque luego me doy el lujo de pedir
una Coca-Cola. Nacho está
sorprendido con el precio de todo aquello y veo su
preocupación en la cara.
—LALI, creo
que nos vamos a meter en un buen lío con lo que estamos
haciendo.
—Tú
tranquilo. Pide lo que quieras. El señor LANZANI lo pagará.
—¿Ése es el
apellido de PETER?
—Ajá...
—¿Está
forrado, el tío?
—Digamos,
que se puede permitir muchas cosas.
—¿Está
casado?
—No. Pero la
gente del restaurante no lo sabe.
Nacho
asiente y sonríe. Después menea la cabeza.
—Pero qué
pérfidas que sois las mujeres.
Doy un trago
a mi Coca-Cola.
—No lo sabes
tú bien —susurro.
El camarero
entra y toma nota de los platos. Hemos pedido langosta y carpaccio
de buey a las finas hierbas y de segundo solomillos
al bourbon. Como es de
esperar, todo está exquisito. A las nueve y media,
miro el reloj y presupongo que
PETER, mi jefa y sus acompañantes ya han llegado.
PETER es muy puntual y eso me
pone nerviosa. Saber que lo tengo a tan escasos
metros de mí me altera, pero
procuro disfrutar de la cena junto a Nacho. De
postre pedimos fresas y una fondue
de chocolate. Nos la comemos entre risas y, a las
diez, damos por finalizada
nuestra cena.
Cuando entra
el camarero pregunto:
—¿Ha llegado
ya mi marido, el señor LANZANI?
El camarero
asiente y mi estómago salta, pero, convencida de lo que hago,
añado:
—¿Me trae
papel, un sobre y un bolígrafo, por favor?
El hombre
sale del reservado en busca de lo que le he pedido y Nacho cuchichea:
—¿Qué vas a
hacer ahora?
—Agradecerle
la cena.
—¿Estás
loca?
—Probablemente, pero estoy segura de que eso le gustará.
Cuando el
camarero entra, escribo sobre el papel:
Estimado
señor LANZANI:
Gracias por
enseñarme un sitio tan especial y por la cena para dos que nos hemos tomado
a su salud. Ha estado exquisita y el postre, como siempre,
soberbio. Por cierto, feliz
cumpleaños. ¡Gilipollas!
La chica de
los e-mails fantasmas
En cuanto
acabo de escribirlo, lo meto en el sobre, lo cierro, se lo entrego al
camarero y le indico:
—Por favor,
¿sería tan amable de entregarle esto a mi marido junto con la tarta
de fresas y chocolate cuando vayan a pedir el
postre?
Dicho esto,
Nacho se levanta, me coge del brazo y desaparecemos como alma
que lleva el diablo mientras sonrío y me fastidio
por no ver la cara que va a poner
PETER. ¡Me encantaría verla!
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