La semana
comienza con fuerza y yo intento procesar todo lo que me ha
explicado.
¿Sobre PAU?
No me interesa. No me importa. Sé que PETER no quiere nada con
ella y lo creo aunque no he querido profundizar en
lo que me explicó sobre su
padre. Ahora entiendo por qué nunca habla de él y lo
omite.
En cuanto a
su sobrino, lo entiendo pero me inquieta. Si a mi hermana y mi
cuñado les pasara algo, no me cabe la menor duda de
que Luz se quedaría
conmigo. Yo cuidaría de ella y por nada del mundo la
querría ver sufrir.
Vivir en
Alemania es algo que nunca me había planteado. Pero, por PETER, lo
haría. Prefiero vivir con él a vivir amargada sin
él. Lo tengo claro, aunque en
general tengo que pensarlo un poco más. Irme
supondría ver menos a mi padre, a
mi hermana a mi sobrina y eso me cuesta. Me cuesta
mucho.
Pero lo que
me desequilibra emocionalmente es su enfermedad.
Busco en
internet toda la información que puedo sobre el glaucoma y soy
consciente del miedo de PETER y de su inquietud.
Lloro en mi casa cuando él no me
ve. Sólo me permito llorar allí. Tengo que ser
fuerte. Con sus palabras me ha dado
a entender el miedo que tiene a su enfermedad aunque
no lo dice y no quiero que
él vea que yo también le tengo miedo.
Pensar en él
ciego me parte el corazón. PETER, un hombre tan fuerte, tan posesivo,
tan lleno de vida... ¿Cómo puede quedarse ciego?
Comienzo a
tener pesadillas. Ya son cuatro noches seguidas las que me despierto
sobresaltada entre sus brazos y él me acuna mientras
maldice por habérmelo
explicado. Mi apetito desaparece y, aunque intento
sonreír, la sonrisa se queda en
el camino. Ya apenas canto, ni bailo y sólo estoy
pendiente de él. Sólo necesito
saber que él está bien para yo estarlo. Pero una
noche, mientras los dos leemos
tirados en el sofá de mi piso veo en sus ojos la
furia y el dolor por la inseguridad
que me ha creado y decido que tengo que hacer algo.
Tengo que
cambiar el chip.
Necesito
que él vea que vuelvo a ser la LALI loca que conoció, así que decido
tragarme el miedo, la inseguridad y las lágrimas y
comienzo día a día a ser la que
era. Él respira y me lo agradece.
A partir de
ese momento, PETER comienza a viajar más a Alemania. Su sobrino lo
necesita y él me necesita a mí tanto como yo a él.
Dos semanas después, cuando
suena el despertador un lunes a las siete y media,
PETER ya está levantado. Se acerca
a mí, me besa con cariño y yo lo acepto gustosa. No
podemos ir juntos a la oficina.
Me niego. La gente cuchichearía y no quiero. Al
final, PETER llama a Tomás, éste lo
recoge en la puerta de mi casa y se va. Yo voy a por
mi coche y me dirijo al trabajo.
En la
cafetería de la planta nueve, tomo un café en compañía de Miguel cuando
veo aparecer a PETER junto a mi jefa y dos jefes
más. Una fugaz mirada de él me hace
saber que lo incomoda verme sentada con mi
compañero. Pero no me levanto.
Miguel es un amigo y él tiene que aceptarlo.
Cuando
regresamos a nuestro despacho, intuyo que me observa desde el suyo.
Cada vez que cruzo una mirada con él, siento mi
cuerpo arder y más cuando siento
que sus ojos me abrasan.
Sé lo que
piensa...
Sé lo que
quiere...
Sé lo que
desea...
Pero ambos
debemos mantener la compostura y esperar a la noche, a que llegue
nuestro momento de intimidad para disfrutarlo.
Aquella
mañana a las doce, PETER sale de su despacho. Su cara es indescriptible.
¿Qué le pasa? Lo sigo con la mirada,
disimuladamente, mientras camina por la
planta y de pronto veo que va directo a una joven
rubia que está junto a los
ascensores. Se dan dos besos en la mejilla y ella le
acaricia el rostro. ¿Será PAU?
Durante
unos minutos hablan y después se marchan. Una hora después, PETER
regresa con la misma cara con la que se fue y deseo
que me llame a su despacho.
Espero durante quince minutos y, al no hacerlo,
decido entrar. Cuando entro, PETER
habla por teléfono. Cuando me ve entrar, se despide
de su interlocutor antes de
colgar.
—Ahora no
puedo, mamá. Luego te llamo.
En cuanto
cuelga, me mira.
—¿Desea
algo, señorita ESPOSITO?
—No están ni mi jefa ni Miguel —aclaro—. ¿Qué
te ocurre?
—Nada. ¿Por
qué me tendría que ocurrir algo?
—PETER... te
he visto salir con una joven rubia y...
—¿Y qué?
Su voz es de
enfado.
Ese dichoso
tonito me molesta, así que, sin decir nada más, me doy la vuelta y
salgo del despacho. Antes de llegar a mi mesa, mi
teléfono interno suena y me pide
que regrese. Una vez en el despacho cierro la
puerta.
—LALI...,
¿qué es lo que has venido a preguntarme realmente?
—Creo que
quedamos en que habría sinceridad entre nosotros y me da la
sensación de que hoy no lo estás cumpliendo.
PETER hace
un gesto afirmativo. Entiende lo que le digo.
—Pasa al
archivo.
—¡Ya estamos
con el archivo!
—LALI.. es
el único sitio donde tenemos intimidad.
—Pero, bueno,
tú es que todo lo quieres arreglar en el archivo.
Sin dejarme
decir nada más, me agarra del brazo y cierra la puerta de acceso al
despacho de mi jefa.
—LALI... te
juro que no tienes que inquietarte por esa mujer.
—Vale...
Pero ¿quién es?
Sonríe y
susurra:
—Dame un
beso y te diré quién es.
—Ni lo
pienses. Dime tú quién es y después te daré el beso.
—LALI...
—PETER...
Sin perder
ni un segundo me agarra, me atrae hacia él y me besa. Entonces,
cuando parece que me va a aclarar lo que he ido a
preguntar, oigo a mi compañero
Miguel llamar a la puerta de su despacho.
Rápidamente, PETER me mira.
—No te
preocupes por nada. Hoy tengo mucho trabajo y no puedo
entretenerme, pero esta tarde en tu casa hablamos,
¿de acuerdo, cariño?
Asiento, me
da un rápido beso y sale hacia su despacho. Abro con cuidado las
puertas del archivo y salgo por el despacho de mi
jefa.
Tras la hora
de comer, regreso a mi puesto de trabajo y en el pasillo me cruzo
con PETER. Él va hablando con el jefe de
administración y al verme simplemente me
saluda con cordialidad. Sonrío acalorada cuando me
cruzo con él y me dirijo hacia
mi mesa. Cuando llego, cojo unos expedientes y me
meto en el archivo. Sin
embargo, me sorprende ver a mi jefa con varios
archivadores abiertos.
—Estoy buscando los datos del último trimestre
de Alicante y Valencia...
—¿Quiere que
se los busque yo?
—No... Yo
los buscaré.
Me doy la
vuelta para marcharme y veo a PETER parado en la puerta del archivo.
Me ha seguido hasta allí.
—Buenas
tardes, señor LANZANI —susurro, cuando paso por su lado.
Mi jefa, al
escucharme, levanta la vista y ve a PETER apoyado en la puerta.
—Dame un
segundo, PETER, y te entrego lo que me has pedido.
Él le hace
un gesto con la cabeza y, mientras yo dejo unos expedientes sobre la
mesa de mi jefa, me observa. Sonrío al verlo tan
nervioso y tenso. Entonces, antes
de salir del despacho, me detengo, pongo la mano en
el pomo de la puerta y me
subo la parte trasera de la falda para mostrarle mi
tanga. Eso me hace reír y, más
todavía, cuando me giro y veo su cara de sorpresa.
Divertida
por lo que acabo de hacer, salgo del despacho y me siento en mi mesa.
Mi móvil pita. Un mensaje de PETER: «Te haré pagar
muy caro lo que acabas de
hacer. ¡Depravada!».
Sin apenas
moverme, miro a través de mis pestañas y veo que Eric se ha sentado
en su mesa. Durante unos segundos, nos miramos y me
doy cuenta de que, desde
su posición, puede ver mis piernas. Miro a mi
alrededor y, al no ver a nadie, las
abro y tecleo en el móvil: «La depravada anhela tu
castigo».
Vuelvo a
mirar a PETER y veo que se mueve
nervioso en su asiento. Cuando mi jefa
sale del archivo, cierro en seguida las piernas. Y,
con una risita tonta en los labios,
sigo trabajando.
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