miércoles, 5 de agosto de 2015

CAPITULO 49

   La semana comienza con fuerza y yo intento procesar todo lo que me ha
explicado.
   ¿Sobre PAU? No me interesa. No me importa. Sé que PETER no quiere nada con
ella y lo creo aunque no he querido profundizar en lo que me explicó sobre su
padre. Ahora entiendo por qué nunca habla de él y lo omite.
   En cuanto a su sobrino, lo entiendo pero me inquieta. Si a mi hermana y mi
cuñado les pasara algo, no me cabe la menor duda de que Luz se quedaría
conmigo. Yo cuidaría de ella y por nada del mundo la querría ver sufrir.
   Vivir en Alemania es algo que nunca me había planteado. Pero, por PETER, lo
haría. Prefiero vivir con él a vivir amargada sin él. Lo tengo claro, aunque en
general tengo que pensarlo un poco más. Irme supondría ver menos a mi padre, a
mi hermana a mi sobrina y eso me cuesta. Me cuesta mucho.
   Pero lo que me desequilibra emocionalmente es su enfermedad.
   Busco en internet toda la información que puedo sobre el glaucoma y soy
consciente del miedo de PETER y de su inquietud. Lloro en mi casa cuando él no me
ve. Sólo me permito llorar allí. Tengo que ser fuerte. Con sus palabras me ha dado
a entender el miedo que tiene a su enfermedad aunque no lo dice y no quiero que
él vea que yo también le tengo miedo.
   Pensar en él ciego me parte el corazón. PETER, un hombre tan fuerte, tan posesivo,
tan lleno de vida... ¿Cómo puede quedarse ciego?
   Comienzo a tener pesadillas. Ya son cuatro noches seguidas las que me despierto
sobresaltada entre sus brazos y él me acuna mientras maldice por habérmelo
explicado. Mi apetito desaparece y, aunque intento sonreír, la sonrisa se queda en
el camino. Ya apenas canto, ni bailo y sólo estoy pendiente de él. Sólo necesito
saber que él está bien para yo estarlo. Pero una noche, mientras los dos leemos
tirados en el sofá de mi piso veo en sus ojos la furia y el dolor por la inseguridad
que me ha creado y decido que tengo que hacer algo.
   Tengo que cambiar el chip.
   Necesito que él vea que vuelvo a ser la LALI loca que conoció, así que decido
tragarme el miedo, la inseguridad y las lágrimas y comienzo día a día a ser la que
era. Él respira y me lo agradece.
   A partir de ese momento, PETER comienza a viajar más a Alemania. Su sobrino lo
necesita y él me necesita a mí tanto como yo a él. Dos semanas después, cuando
suena el despertador un lunes a las siete y media, PETER ya está levantado. Se acerca
a mí, me besa con cariño y yo lo acepto gustosa. No podemos ir juntos a la oficina.
Me niego. La gente cuchichearía y no quiero. Al final, PETER llama a Tomás, éste lo
recoge en la puerta de mi casa y se va. Yo voy a por mi coche y me dirijo al trabajo.
   En la cafetería de la planta nueve, tomo un café en compañía de Miguel cuando
veo aparecer a PETER junto a mi jefa y dos jefes más. Una fugaz mirada de él me hace
saber que lo incomoda verme sentada con mi compañero. Pero no me levanto.
Miguel es un amigo y él tiene que aceptarlo.
   Cuando regresamos a nuestro despacho, intuyo que me observa desde el suyo.
Cada vez que cruzo una mirada con él, siento mi cuerpo arder y más cuando siento
que sus ojos me abrasan.
   Sé lo que piensa...
   Sé lo que quiere...
   Sé lo que desea...
   Pero ambos debemos mantener la compostura y esperar a la noche, a que llegue
nuestro momento de intimidad para disfrutarlo.
   Aquella mañana a las doce, PETER sale de su despacho. Su cara es indescriptible.
¿Qué le pasa? Lo sigo con la mirada, disimuladamente, mientras camina por la
planta y de pronto veo que va directo a una joven rubia que está junto a los
ascensores. Se dan dos besos en la mejilla y ella le acaricia el rostro. ¿Será PAU?
   Durante unos minutos hablan y después se marchan. Una hora después, PETER
regresa con la misma cara con la que se fue y deseo que me llame a su despacho.
Espero durante quince minutos y, al no hacerlo, decido entrar. Cuando entro, PETER
habla por teléfono. Cuando me ve entrar, se despide de su interlocutor antes de
colgar.
   —Ahora no puedo, mamá. Luego te llamo.
  En cuanto cuelga, me mira.
  —¿Desea algo, señorita ESPOSITO?
  —No están ni mi jefa ni Miguel —aclaro—. ¿Qué te ocurre?
  —Nada. ¿Por qué me tendría que ocurrir algo?
  —PETER... te he visto salir con una joven rubia y...
  —¿Y qué?
  Su voz es de enfado.
  Ese dichoso tonito me molesta, así que, sin decir nada más, me doy la vuelta y
salgo del despacho. Antes de llegar a mi mesa, mi teléfono interno suena y me pide
que regrese. Una vez en el despacho cierro la puerta.
  —LALI..., ¿qué es lo que has venido a preguntarme realmente?
  —Creo que quedamos en que habría sinceridad entre nosotros y me da la
sensación de que hoy no lo estás cumpliendo.
  PETER hace un gesto afirmativo. Entiende lo que le digo.
  —Pasa al archivo.
  —¡Ya estamos con el archivo!
  —LALI.. es el único sitio donde tenemos intimidad.
  —Pero, bueno, tú es que todo lo quieres arreglar en el archivo.
  Sin dejarme decir nada más, me agarra del brazo y cierra la puerta de acceso al
despacho de mi jefa.
  —LALI... te juro que no tienes que inquietarte por esa mujer.
  —Vale... Pero ¿quién es?
  Sonríe y susurra:
  —Dame un beso y te diré quién es.
  —Ni lo pienses. Dime tú quién es y después te daré el beso.
  —LALI...
  —PETER...
  Sin perder ni un segundo me agarra, me atrae hacia él y me besa. Entonces,
cuando parece que me va a aclarar lo que he ido a preguntar, oigo a mi compañero
Miguel llamar a la puerta de su despacho. Rápidamente, PETER me mira.
  —No te preocupes por nada. Hoy tengo mucho trabajo y no puedo
entretenerme, pero esta tarde en tu casa hablamos, ¿de acuerdo, cariño?
  Asiento, me da un rápido beso y sale hacia su despacho. Abro con cuidado las
puertas del archivo y salgo por el despacho de mi jefa.
  Tras la hora de comer, regreso a mi puesto de trabajo y en el pasillo me cruzo
con PETER. Él va hablando con el jefe de administración y al verme simplemente me
saluda con cordialidad. Sonrío acalorada cuando me cruzo con él y me dirijo hacia
mi mesa. Cuando llego, cojo unos expedientes y me meto en el archivo. Sin
embargo, me sorprende ver a mi jefa con varios archivadores abiertos.
  —Estoy buscando los datos del último trimestre de Alicante y Valencia...
  —¿Quiere que se los busque yo?
  —No... Yo los buscaré.
  Me doy la vuelta para marcharme y veo a PETER parado en la puerta del archivo.
Me ha seguido hasta allí.
  —Buenas tardes, señor LANZANI —susurro, cuando paso por su lado.
  Mi jefa, al escucharme, levanta la vista y ve a PETER apoyado en la puerta.
  —Dame un segundo, PETER, y te entrego lo que me has pedido.
  Él le hace un gesto con la cabeza y, mientras yo dejo unos expedientes sobre la
mesa de mi jefa, me observa. Sonrío al verlo tan nervioso y tenso. Entonces, antes
de salir del despacho, me detengo, pongo la mano en el pomo de la puerta y me
subo la parte trasera de la falda para mostrarle mi tanga. Eso me hace reír y, más
todavía, cuando me giro y veo su cara de sorpresa.
  Divertida por lo que acabo de hacer, salgo del despacho y me siento en mi mesa.
Mi móvil pita. Un mensaje de PETER: «Te haré pagar muy caro lo que acabas de
hacer. ¡Depravada!».
  Sin apenas moverme, miro a través de mis pestañas y veo que Eric se ha sentado
en su mesa. Durante unos segundos, nos miramos y me doy cuenta de que, desde
su posición, puede ver mis piernas. Miro a mi alrededor y, al no ver a nadie, las
abro y tecleo en el móvil: «La depravada anhela tu castigo».
  Vuelvo a mirar a PETER  y veo que se mueve nervioso en su asiento. Cuando mi jefa
sale del archivo, cierro en seguida las piernas. Y, con una risita tonta en los labios,

sigo trabajando.

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