La baja dura tres semanas y la
aprovecho para hacer una última limpieza en casa
y comenzar a guardar en cajas las
cosas que me quiero llevar a Alemania. PETER
quiere comprarme un coche más
seguro y resistente pero yo me niego. Mi Seat
León me encanta. Mi seguro lo
arregla en un tiempo récord, y supongo que ha sido
PETER quien les ha metido caña.
Queda como nuevo.
PETER me cuida con mimo y me ayuda con las cajas. No me voy a llevar
muchas
cosas, excepto ropa, fotos, libros
y mi música. El resto quiero que se quede todo
aquí y, a medida que pase el
tiempo, me lo iré llevando poco a poco.
El día que aparezco en la oficina todos me miran. Me observan con
curiosidad.
Saben que soy la novia del jefazo y
hacen eso que tanto odio: ¡cuchichear!
Miguel se acerca a mí nada más verme.
—Ahora
que eres la novia del jefe, ¿desayunas conmigo? —pregunta con guasa.
Lo miro divertida.
—Anda, petardo... vamos.
En el camino se preocupa por mi estado de salud. Le explico mi accidente
y él
me escucha horrorizado. En la
cafetería, cuando voy a pagar, los empleados no me
dejan. Tienen orden del señor
LANZANI de no cobrar nada de lo que yo
consuma. Todo se pone a su cuenta.
Cuando regreso a mi puesto de trabajo, mi jefa sale a saludarme. Su tono
de voz
ahora es suave e incluso intenta
ser agradable conmigo. Menuda perraca es ésta.
Ahora que sabe que soy la novia de
PETER me lleva entre algodones.
A los diez minutos de llegar, veo que entra una chica al despacho y se
sienta a la
mesa que era de Miguel. Me mira y
pregunta:
—¿Eres LALI?
Asiento y añade.
—Soy Claudia, la nueva secretaria del señor LANZANI mientras esté en
España.
Sorprendida, la miro. PETER no me ha comentado nada en el tiempo que he
estado
de baja, pero no me extraña, PETER
no ha querido hablar absolutamente nada del
trabajo en mi convalecencia.
Incluso quería que el médico me ampliara la baja,
pero yo no lo permití. Eso lo hizo
enfadar, pero a mí me dio igual. Mi baja se
finaliza y yo comienzo a trabajar.
Cuando PETER entra por la puerta, me mira. Yo también lo miro.
—Buenos días, señor LANZANI.
Suelta el maletín sobre mi mesa, se acerca a mí y me da un beso en los
labios que
deja a mi jefa y a la nueva
secretaria tiesas. Tras aquel más que deseado beso,
murmura:
—Buenos días, LALI. ¿Te encuentras bien?
Aturdida por aquel recibimiento, no sé adónde mirar mientras veo que
PETER
retiene sus ganas de reír.
Finalmente sonrío.
—Buenos días, PETER. Me encuentro bien y dispuesta para trabajar.
Mi jefa, encantada de haberse conocido, dice:
—Pero qué bonita parejita hacéis los dos.
¡Falsa! La conozco y veo la falsedad en sus ojos y en cómo me mira.
—Gracias —responde PETER.
Mi jefa me repasa de arriba abajo. Sigue sin creer lo que ve.
—¡Oh, qué anillo más bonito llevas! ¿Es lo que imagino?
PETER
coge mi mano, me besa los nudillos y añade con posesión:
—Un diamante para mi precioso diamante.
Sus palabras me acaloran, sobre todo al ver cómo me miran esas dos.
Finalmente, tras un incómodo
silencio, mi jefa se vuelve hacia mí.
—LALI, ella es la nueva secretaria de PETER. Se llama Claudia DEL CERRO
y es mi
hermana pequeña. Ella ocupará tu
puesto cuando tú te traslades a Alemania.
Me quedo pasmada... ¿Por qué no me lo ha dicho ella al presentarse? Y,
especialmente, ¿por qué ya están haciendo
planes sin hablar antes conmigo?
—Una secretaria muy eficiente, por cierto —añade PETER.
Ese halago me molesta, pero disimulo.
—Gracias, señor LANZANI —responde la joven, encantada—. Para mí es un
placer oírlo decir eso. Estoy
encantada de que esté satisfecho con mi trabajo.
Esa sonrisita de zorra me la conozco. Es igualita a la de su hermana y
sé que no
va a deparar nada bueno. Con
disimulo, observo cómo se humedece los labios para
mirar a PETER y eso me molesta.
—Claudia es un cerebrito, además de listísima y monísima —dice mi jefa—.
Por
cierto, Claudia, dile a LALI los
idiomas que hablas.
La joven pestañea y se toca el cabello.
—Alemán, francés, inglés, ruso y algo de chino.
—Impresionante —comenta PETER.
¡Vaya! La tía es un portento... pero como siga humedeciéndose los
labios, se los
va a tragar de un puñetazo.
Durante un rato hablan delante de mis narices, mientras observo cómo ésa
sonríe. En sus ojos puedo ver que
le encanta su jefe y, en cierto modo, la entiendo.
¿A quién no le gusta PETER?
Finalmente, él da por finalizada la charla y se mete en su
despacho. Pero, cuando suena el
teléfono de Claudia y ésta entra en él, me inquieto
como nunca lo había hecho.
Apenas puedo mirar mi ordenador. Sólo puedo mirar con disimulo hacia el
despacho de PETER. Dos minutos
después, Claudia sale.
—Voy a por un café para mi jefe.
Cuando ésta se marcha, me levanto y entro como un miura en el despacho
de mi
novio. Él me mira y yo, con los
celos instalados en mi cara, pregunto:
—¿Qué es eso de ofrecerle a otra mi puesto sin contar conmigo? —Al ver
que no
contesta, insisto—: ¿Cuándo me ibas
a decir que tienes nueva secretaria?
PETER suelta el bolígrafo que tiene en las manos.
—¿Algún problema, LALI?
—No... yo no tengo ningún problema, pero por lo que veo tú sí lo has
tenido
para no explicármelo.
Divertido, PETER, frunce los ojos.
—¿Estás celosa de Claudia?
—No.
—¿Entonces?
Malhumorada, me retiro el flequillo de la cara.
—Deja de mirarme con esa sonrisita tonta o te juro que te abro la cabeza
con el
macetero.
PETER suelta una carcajada que retumba en el despacho. Se levanta, da la
vuelta a
su mesa y cuando llega a mi lado,
sin tocarme, cuchichea:
—Mmmm... sabes que ese carácter tuyo tan español me enloquece.
Al verlo tan cerca de mí, levanto el mentón y cierro los ojos con
fuerza.
—¡Diosssssssss...! ¿Por qué no me has dicho nada? Se supone que es mi
trabajo y
ya se lo has dado a otra.
—Cariño. Ella se ocupará de mis asuntos el tiempo que me queda en España
y al
mismo tiempo se va enterando de lo
que tú haces. Así, cuando no estés, todo
funcionará como hasta el momento.
Tengo que pensar en el buen funcionamiento
de la empresa.
Sin prestar atención a lo que me ha dicho, respondo enfadada:
—Pero ¿tú has visto cómo te mira? Sólo me han hecho falta cinco minutos
con
ella para saber que le gustas y...
—Pero a mí quien me gusta eres tú... cuchufleta —me corta—. Y el resto
de las
mujeres, incluida Claudia, no son
absolutamente nada para mí. Sólo tú. Métetelo
en esa preciosa cabecita, ¿vale? Y
si no te había dicho nada es por evitarte
quebraderos de cabeza, ¿y sabes por
qué? Porque en Alemania quiero que
descanses de horarios y vivas como
una reina. Quiero que seas feliz haciendo lo
que te gusta y te des todos los
caprichos del mundo. Pero si quieres trabajar, no te
preocupes. Te prometo que habrá un
puesto de trabajo allí para ti.
De pronto me doy cuenta de lo ridícula que debo de parecer y cierro los
ojos.
—¡Diossssssssssss, qué vergüenza! ¿Qué estoy haciendo?
PETER sonríe pero, cuando va a responder, la puerta se abre y aparece
Claudia con
el café. El teléfono suena, ella lo
coge y, tras decirle que es una llamada desde
Alemania, yo salgo y cada uno
continúa con su trabajo.
A la una, PETER sale de la oficina. Tiene una comida y yo decido ir al
Vips a comer.
Cuando regreso, al pasar por una
floristería, se me ocurre algo. Sonrío y me dejo
llevar por mi impulso. Encargo un
bonito ramo de rosas para PETER que me cuesta
un pastón y en la tarjeta escribo:
Yo no sé hablar, ni francés, ni ruso, ni chino ¿me renovarás el
contrato? TQ. Cuchufleta.
Dos horas después, cuando estoy tecleando en mi ordenador oigo que suena
el
teléfono de mi nueva compañera.
Segundos después, ella se levanta y veo entrar a
un muchacho con un bonito ramo de
rosas. Claudia se sorprende y se las lleva a
PETER. Con disimulo, observo cómo
ésta se las entrega y sale del despacho. Él,
sorprendido, las mira. ¿Rosas para
él? Pero cuando abre la tarjetita y lo veo sonreír
y mirarme, no lo puedo evitar y
sonrío. Instantes después, suena mi móvil. Un
mensaje de PETER: «Tu contrato está
renovado de por vida en mi corazón. Te quiero».
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