sábado, 29 de agosto de 2015

CAPITULO 61

A la mañana siguiente, cuando me despierto, estoy sola y desnuda en la enorme
cama.
   Miro el traje que llevaba PETER la noche anterior tirado de mala manera en una
silla y mi vestido no muy lejos. Sonrío y suspiro. Durante un rato hago un repaso
mental de mis últimos meses con él y siento que estoy en una montaña rusa que
me gusta y que no quiero que ese viaje acabe nunca.
   Mi móvil suena. Un mensaje. Es mi padre para decirme que se va para Jerez. Lo
llamo para despedirme de él y sonrío al recordar su felicidad la noche anterior. PETER
y él hacen muy buenas migas y eso para mí es muy importante. Quedamos en
vernos en Navidad. Entonces me despediré de él y luego volaré junto a mi amor a
Alemania.
   Tras hablar con él, dejo el móvil sobre la mesilla. Cuando mis ojos ven el bote de
lubricante encima de ésta, se cierran. Todavía no me puedo creer que yo haga las
cosas que hago. En la vida me hubiera imaginado practicando con ningún otro
hombre el sexo lujurioso que practico con PETER. Cada vez entiendo más lo que un
día PETER me explicó sobre el morbo. El morbo te hace llegar a límites
insospechados. ¡Vaya que sí! Que me lo digan a mí.
   En los últimos meses he practicado sexo en toda la extensión de la palabra y PETER
me ha compartido con hombres y mujeres. Pensarlo me hace sonreír y desear más.
Si alguien me hubiera dicho un año antes que yo haría todo eso, hubiera pensado
que se le había ido la cabeza. Pero no. Allí estoy, desnuda en la cama de PETER
dispuesta a cumplir mis fantasías y las suyas.
   Me levanto y, al sentarme en la cama, arrugo el entrecejo al notar que me duele
el culo. Con cuidado, me levanto y me siento extraña al caminar. Voy directa a la
ducha y, cuando salgo de ella, PETER  está sentado sobre la cama. Ha puesto música y,
al verme, sonríe.
   —¿Qué te pasa?
   —Me duele el culo.
   Su gesto se contrae y murmura:
   —Cariño... te dije que no fueras tan bruta.
   —Dios, PETER... creo que me voy a tener que sentar sobre un flotador.
   PETER se ríe, pero en seguida ve que yo lo miro con el gesto serio.
   —Perdón... perdón.
   Con cuidado, me siento sobre la cama y, antes de que él diga nada, levanto un
dedo y aclaro:
   —No quiero ni una sola coña al respecto, ¿entendido?
   —Entendido —asiente.
   De pronto, suena una canción que hace que los dos nos riamos. PETER me tumba
en la cama y divertido comenta:
   —Como dice la canción, me muero por besarte.
   Me besa. Acepto su beso. Lo disfruto y cuando su mano baja por mi cintura,
suena el teléfono. PETER me suelta y lo coge. Tras hablar cuelga y dice:
   —Era mi madre. Nos espera a las doce y media en el restaurante del hotel.
   —¿Para comer?
   —Sí.
   —Este horario guiri vuestro me mata —resoplo—. Yo más bien desayunaría.
   PETER sonríe y replica:
   —Lo sé cariño, pero regresa a Múnich esta tarde y quiere comer con nosotros.
   —Vale —asiento—. Tienes un ibuprofeno o algo así.
   —Sí... en el neceser.
   PETER va a buscarlo, pero se para y dice mientras contiene la risa:
   —Tranquila, cariño, las sillas del restaurante son blanditas.
   Aquella coña me hace resoplar. Me vuelvo con ganas de decirle cuatro cositas
pero, al ver sus ojos risueños, me detengo y sonrío. Su felicidad es mi felicidad,
mientras la canción que me hace morirme por besarlo continúa sonando.
  Dolorida, me levanto, abro el armario. Allí tengo un vaquero y una camisa rosa,
pero al no encontrar lo que busco me quejo desesperada:
  —Joder, ¡no tengo ni unas puñeteras bragas!
  —No digas tacos, cariño —me reprende PETER abrazándome.
  —Lo siento pero los tengo que decir. Me rompes todas las bragas, todos los
tangas, mis provisiones están bajo mínimos y ahora no tengo un puñetero tanga
que ponerme. Y claro... no pensarás que voy a ir a comer con tu madre sin bragas,
¿verdad?
  Divertido sonríe, me entrega el ibuprofeno y contesta:
  —Ella no lo sabrá. ¿Dónde está el problema?
  Cojo un bóxer limpio de Calvin Klein y me lo pongo. Sorprendido PETER me mira.
  —¡Vaya! Hasta con calzoncillos me pones, cuchufleta. Ven aquí.
  —Ni lo pienses.
  —Ven aquí.
  —Que no... que tu madre nos espera para comer.
  —Vamos, nena, ¡nos da tiempo!
  En ese instante suena el portátil de PETER. Ha recibido un mensaje. Se lo advierto,
pero él ya tiene muy claro lo que quiere. Y lo que quiere soy yo.
  Corro por la habitación, me subo a la cama y él me engancha. Me tira en ella y yo
me río escandalosamente. Me besa con deleite mientras ríe y me quita los boxers.
Se desabrocha el pantalón y, sin quitarse los calzoncillos, me penetra y yo me
acoplo a él. Nos miramos a los ojos y, mientras bombea una y otra vez en mi
interior, me susurra cientos de palabras cariñosas en mi oído que me vuelven loca.
  Tras nuestro rápido encuentro, nos vestimos. Vuelvo a ponerme el boxer, los
vaqueros y la camisa rosa entre risas y besuqueos. Cuando cojo mi móvil, oigo de
nuevo el timbre de los mensajes de su portátil. Tras darme un sabroso beso en los
labios, se dirige hacia él y la sonrisa que segundos antes me llenaba el alma poco a
poco desaparece hasta que aflora la máscara de Iceman en su versión más siniestra.
Sus ojos se vuelven oscuros. Maldice. Veo que mueve el ratón del ordenador. Me
mira y, con la tensión en la mandíbula, gruñe.
  —Nunca esperé esto de ti.
  Cierra con fuerza la pantalla del ordenador y sale del dormitorio furioso. Sin
dilación me acerco al ordenador, abro la pantalla y leo un mensaje:
  De: PAULA RECCA
  Fecha: 8 de diciembre de 2012 08.24
  Para: PETER LANZANI
  Asunto: Tu novia
  Me encanta saber que seguimos compartiendo los mismos gustos.
  Te adjunto unas fotografías. Sé que te gusta mirar. Disfrútalas.
  Horrorizada, abro las fotos adjuntas y me quedo sin habla al ver lo que allí se
muestra. Son fotos mías con PAULA tomándonos una copa y riendo. No salen
Marisa ni Lorena. ¿Dónde están? Abro otro archivo y grito. En ella se ve cómo
Rebeca me toca los pechos y estoy desnuda. En otra foto yo estoy de pie y ella
agachada frente a mi monte de Venus con sus manos entre mis piernas. El aire me
falta... no entiendo. ¿Cómo nos han hecho esas fotos? Y, sobre todo, ¿cómo han
podido llegar esas fotos hasta PETER?
  Tiemblo. No sé por qué PAULA ha tenido que enviar esas fotos y salgo en busca
de PETER. Lo encuentro en el salón de la suite congestionado y dando vueltas como
un loco. Con las manos temblorosas me acerco hasta él. Suelto mi móvil sobre la
mesa y no sé qué decir. No sé cómo justificar esas fotos.
  —¿Me puedes decir qué significa eso? —grita descompuesto.
  —No... no lo sé. Yo...
  Enloquecido, me mira y grita:
  —Por el amor de Dios, LALI. ¿Qué narices haces con PAU?
  —¡¿PAU?!
  —No te hagas la inocente —gruñe descompuesto—. Sabes perfectamente que
Betta es Rebeca.
  Escuchar aquel nombre me termina de paralizar. ¿PAU es PAULA? ¿La mujer
que engañó a PETER con su padre, es la misma con la que yo salgo en las fotos? Las
piernas me tiemblan y me tengo que sentar. Busco una explicación para todo
aquello. Estoy totalmente convencida de que me han engañado con el claro
objetivo de hacer daño a nuestra relación.
  —PETER... escucha.
  Furioso se acerca a mí y sin tocarme berrea en mi cara:
   —¿Desde cuándo la conoces?
   —PETER no digas tonterías. Yo no sé quién es esa mujer. Ella y...
   —No te creo —grita—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo?
   Nerviosa, me levanto del sillón e intento acercarme a él, pero PETER está fuera de sí
y no para de moverse y gritar por la habitación. Es tan grande que intentar pararlo
es como chocarse contra un tren a gran velocidad
   —Por favor, PETER, escúchame. Ya sé que parece otra cosa, pero te juro que yo no
sabía que esa mujer era PAU, y mucho menos hice nada de lo que parece que hago
en las fotos. Por Dios, tienes que creerme...
   Mi móvil suena. Está sobre la mesa.
   PETER lo mira y yo también. De pronto mi respiración se interrumpe cuando veo
que en la pantalla pone «PAULA». PETER, furioso, lo coge y tras comprobar que es
ella y cruzar unas palabras más que desagradables con su ex, lo estrella contra el
suelo. Cierra los ojos. Su gesto se contrae durante unos segundos. Su gesto es
asolador. Temerario. Cuando abre los ojos, me mira durante unos instantes y
después dice alto y claro:
   —El juego se ha acabado, señorita ESPOSITO. Recoja sus cosas y márchese.
   El estómago se me contrae. Casi no puedo respirar.
   —PETER... cariño, tienes que escucharme. Esto es un error yo...
   —Un error imperdonable y tú lo sabes tan bien como yo. ¡Vete!
   —PETER, ¡no!...
   Con un desprecio total en su rostro me mira y dice:
   —Primero Marisa, ahora PAULA. ¿Qué más me ocultas?
   —Nada... si me dejas yo...
   —Ibas a vivir conmigo a Alemania, ¿pensabas continuar con la mentira?
   —Dios, PETER, ¡¿me quieres escuchar y...?!
   —¿Sabes? —me interrumpe—. Mujeres como tú, tengo todas las que quiero.
   Regresó el PETER prepotente.
   —¿No me digas? ¿Mujeres como yo? —grito malhumorada.
   —Sí. Mentirosas. Mentirosas sin escrúpulos dispuestas a hacer daño a quien sea
con tal de salirse con un fin poco claro —responde—. Mi fallo fue creer que tú eras
especial.
   —No digas tonterías, PETER, y escúchame, que me estoy agobiando.
   Con gesto cínico, el hombre que amo me mira y sonríe.
   —Si te agobias porque crees que PABLO o cualquiera de los hombres o mujeres a
los que te he ofrecido no te van a llamar, tranquila. Les proporcionaré tu teléfono.
Estoy seguro de que ellos me lo agradecerán.
   —¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes ser tan cruel? —Me mira con un
gesto duro, y yo grito descompuesta—: ¡Ni se te ocurra darle mi teléfono a nadie!
   Me mira desafiante, con los ojos entornados.
   —Tienes razón, ¿para qué? Tú solita te las apañas muy bien.
   Sin cambiar su duro gesto se da la vuelta y abre la puerta de la suite.
   —Cuando regrese de comer con mi madre, no quiero que estés aquí.
   No quiero que se marche. No quiero que lo nuestro acabe. Intento retenerlo por
todos los medios pero, al final, grito.
   —Si te marchas sin hablar conmigo, sin darme la oportunidad de explicarme,
asume las consecuencias.
   Mi grito lo detiene, se da la vuelta y me mira.
   —¿Consecuencias? ¿Te parece poca consecuencia saber que mi supuesta novia y
mi ex son algo más que amiguitas?
   —¡Eso es mentira!
   —Mentira o no, las fotos hablan por sí solas.
   Sin darme tiempo a decir o hacer nada más, se va y cierra la puerta. Dolorida y
sin respiración, observo cómo el hombre al que amo y adoro me echa de su lado
sin querer escucharme. Quiero correr hacia él pero sé que no voy conseguir nada.
Si algo sé de PETER es que cuando se enfada así, no razona. Es peor que yo.
   Me siento en el sofá. Estoy tan bloqueada que no sé ni qué hacer.
   Lloro y me desespero ¿Por qué no me quiere creer? ¿Por qué no me escucha? Mil
preguntas sin respuesta dan vueltas por mi cabeza, mientras intento buscar una
salida, una solución. Cuando consigo parar de llorar, me levanto y voy hasta el
dormitorio. Ver la cama revuelta me angustia y me tiro sobre ella. El olor a PETER, a
sexo y a los buenos momentos vividos horas antes me hacen maldecir furiosa.
   Miro la pantalla del ordenador y observo, fría, la foto de la ahora conocida PAU
junto a mí. ¿Cómo he podido ser tan tonta?
   Me levanto, cojo un bolígrafo de la mesa y, con toda la sangre fría que puedo, me
apunto su dirección de correo electrónico. Esa mujer me las va a pagar. Meto el
papel en el vaquero. Miro a mi alrededor y guardo el vestido de la noche anterior
en mi bolso y, sin más, salgo de la habitación, pero al pasar por el salón veo mi
móvil hecho trizas en el suelo. Me acerco a él, recojo los pedazos y, con los ojos
cargados de lágrimas, salgo de la suite, cierro la puerta y, con la poca dignidad que

me queda, me marcho del hotel.

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