A la mañana siguiente cuando llego
a la oficina, no me sorprende encontrarme a
PETER trabajando. Con disimulo dejo
mis cosas sobre mi mesa y suena mi teléfono
interno. PETER. Quiere que pase.
—Buenos días, señorita ESPOSITO.
—Buenos días, señor LANZANI.
Entonces veo a Julio Merino, un chico de la empresa, sentado en la
mesita
redonda que hay en el despacho con
unos papeles.
—Señor Merino —dice PETER recostándose en la silla—, ¿podría traerme un
café
solo?
El joven se levanta.
—Sí, señor LANZANI... en seguida se lo traigo.
Cuando pasa por mi lado pone los ojos en blanco y yo intento contener la
risa.
Cuando PETER y yo nos quedamos
solos en el despacho, él suaviza su tono de voz:
—¿Qué tal has dormido?
—Fatal... te echaba de menos.
Noto la comisura de sus labios curvarse.
—Seguro que no tanto como yo a ti.
—Te equivocas... estoy segura que tanto o más.
Nos miramos. Duelo de miradas. He aprendido a aguantar sus retos.
—Esta noche duermes conmigo en mi hotel.
—Vale.
Esa proposición me encanta. Me enloquece y pienso que será un buen momento
de explicarle lo que me pasó el día
anterior.
—¿Te apetece que juguemos con compañía?
Mi estómago se contrae. ¿Jugar acompañados? Sé lo que eso significa y
llevo
mucho tiempo sin hacerlo. Trago el
nudo de emociones que se ha atascado en mi
garganta.
—Me parece bien si a ti te lo parece.
Sin levantarse de su asiento, mueve su cabeza.
—¿Excitada? —pregunta al notar mi nerviosismo.
Asiento. PETER sonríe y se levanta.
—Por favor, señorita ESPOSITO, pase al archivo.
Sin dilación, me dirijo hacia donde me pide y mi respiración se vuelve
irregular.
Una vez allí, Eric se acerca a mí,
mi trasero golpea los archivos y, apoyando su
cadera sobre la mía, siento que su
mano se mete por debajo de mi falda y me toca
el muslo derecho.
—Llevo sin entregarte mucho tiempo y no veo el momento de hacerlo.
—PETER...
—Sigo cabreado contigo y mereces un castigo.
—¿Un castigo?
—Sí... mi pequeña. Y esta tarde sabrás cuál es.
Regresa el duelo de miradas.
—Te recuerdo —murmuro—, que tu castigo en Barcelona fue calentarme en
aquel bar de intercambio de parejas
y luego dejarme a dos velas.
Sonríe y pasa su nariz por mi pelo.
—Nunca se sabe, LALI... nunca se sabe.
Su mano me hace separar las piernas. Toca la tirilla de mi ropa interior.
—Tu castigo te espera en mi hotel —murmura en mi oído—. Cuando salgas de
la
oficina, coge tu coche y ve directa
para allí.
PETER saca su mano de debajo de mi falda y se retira.
—Muy bien, ya puedes proseguir con tu trabajo.
Excitada y molesta por aquel trato tan frío me doy la vuelta para salir
cuando
siento que me da un azote. Yo me
vuelvo para reprenderlo y entonces me atrae
hacia él, me besa con pasión y
murmura con una inquietante sonrisa:
—Te quiero, pequeña...
Esas dulces palabras consiguen en mí el efecto LANZANI. Mi mosqueo se va
y
sonrío como una tonta mientras él
me abraza y toma mi boca con posesión.
A los pocos segundos, PETER me suelta.
—Señorita ESPOSITO, ¿quiere dejar de provocarme para que yo pueda
dirigir esta
empresa?
Eso me hace reír y, tras colocarme bien la falda, salgo del archivo,
después del
despacho y, con una tonta sonrisa
en mi cara, regreso a mi mesa. Definitivamente,
esa noche le explicaré lo que me
ocurrió.
Julio llega con el café y, cuando pasa por mi lado, murmura:
—Joder con el jefe... ¡hoy me tiene frito!
Sonrío e intento concentrarme en trabajar.
A las seis salgo del trabajo nerviosa y hago lo que me ha pedido. Recojo
mi coche
y voy hasta su hotel. Cuando llego,
Tomás está esperando en la puerta y, al verme,
me hace una seña con la mano. Paro
el coche, bajo la ventanilla y lo oigo decir:
—El señor LANZANI la espera en su suite. Yo me encargaré de su coche.
Encantada, me bajo y entro en el hotel mientras la excitación crece a
cada
segundo más en mí. Llevo sin jugar
a sus juegos desde que estuvimos en Zahara de
los Atunes y estoy inquieta. El
ascensorista sonríe y me saluda cuando me ve
entrar. En silencio subimos las
plantas y, cuando se abren las puertas del ascensor,
me sorprendo al encontrarme a PETER
esperándome en el vestíbulo.
—Hola, cariño.
—Hola —respondo feliz mientras paseo mis ojos por él y valoro lo
guapísimo
que está con ese pantalón negro y
la camisa celeste. Sin demora, me besa, me coge
por la cintura y me guía hasta la
suite. Al entrar, oigo música en el salón. Hay
alguien pero no puedo ver quién es.
PETER me mete directamente en su dormitorio y
cierra la puerta.
—Sobre la cama está lo que quiero que te pongas. Dúchate y, cuando estés
preparada, sal al salón.
Dicho esto, se da la vuelta y se marcha, dejándome sola.
Sorprendida, camino hacia la cama. Sábanas de seda negras. ¡Morboso!
Sobre las
sábanas veo un fino y corto camisón
de seda junto a unos zapatos negros de un
imponente tacón. No hay bragas,
pero sí un liguero lila. Eso me reseca la boca.
¡Sexo! Dos hombres me poseerán.
Sin poder quitar los ojos de aquella prenda, me desnudo y paso al baño.
Me
ducho y disfruto sintiendo el agua
correr por mi piel. Me seco y me pongo lo que
PETER me ha pedido.
Abro la puerta de la habitación. PETER me ve y me hace una seña para que
me
acerque a él. Cuando llego a su
altura, veo a una pareja. Ella va vestida como yo.
Sorprendida por ello miro a PETERen
busca de una explicación.
—LALI, ellos son Mario y su mujer Marisa. Unos amigos.
El hombre se acerca a mí y me da dos besos en las mejillas y, cuando la
luz se
refleja en la mujer, me doy cuenta
de que se trata de Marisa de la Rosa. ¿Por qué
hace como si no me conociera? Se
acerca a mí y me da dos besos.
—Hola, LALI, encantada de verte.
—Lo mismo digo —asiento confundida.
Ella no hace referencia a nuestros encuentros en el gimnasio, ni a lo
que pasó el
día anterior. Yo tampoco. Me siento
extraña al omitirlo pero, sin saber por qué, lo
hago.
PETER me coge por la cintura y me acerca más a él.
—Ellos estuvieron en la fiesta de los años veinte a la que asistimos en
Zahara.
Desde entonces, Marisa no ha parado
de enviarme e-mails para conocerte.
Me vuelvo hacia ella y la veo sonreír.
—Me muero por saborearte, LALI.
No respondo. No puedo. Sólo puedo ver cómo esa mujer pasea su lujuriosa
mirada sobre mi cuerpo y se detiene
en mis pechos. Me recuerda a Silvestre, el gato
de Piolín cuando se lo quiere
comer.
PETER hace un gesto pícaro. Le gusta lo que ve; le agrada y lo excita.
—Tengo una novia muy... muy deseable.
Lo miro y él me besa sin importarle que esos dos nos estén observando.
Cuando
me suelta, con el rabillo del ojo
veo que Marisa y su marido cuchichean, mientras
se sirven champán. PETER coge del
sofá un largo pañuelo de seda y lo enreda en su
mano.
—¿Lo recuerdas?
—Sí.
—Quizá te ate a la cama en algún momento para ofrecerte. ¿Alguna
objeción?
Atizada por lo que dice, murmuro:
—Confío en ti.
Sus ojos chispean. Están brillantes. PETER se acerca a mí.
—Marisa es una mujer muy activa y se muere por jugar contigo. Por
supuesto,
yo se lo consiento.
—¿Cómo?
PETER sonríe y me besa en el hombro.
—Ése es hoy mi castigo, cariño.
—PETER, no —susurro con la boca seca.
—¡¿No?!
Me acerco a su oído.
—Ya sabes que las mujeres no me van.
Él sonríe.
—Por eso es tu castigo. Pero, tranquila, yo te ofrezco para que juegue
contigo, tú
no tienes que hacer nada, excepto
disfrutar.
Me quedo estupefacta. Voy a replicarle, pero él me lo impide.
—Vamos, señorita ESPOSITO, sea consecuente con mis caprichos.
Con el estómago hecho trizas, miro a la mujer y, sólo de pensar lo que
PETER me
pide, deseo salir corriendo.
Mario se ha sentado en el sillón mientras Marisa nos mira. Mis nervios van
a
estallar de un momento a otro.
—PETER.
—Dime, LALI.
—No quiero hacerlo... no.
PETER me mira... me mira... me mira y finalmente dice con voz tranquila:
—De acuerdo, LALI. Ve a la habitación y vístete. Tomás te llevará a tu
casa.
Eso me desconcierta. No quiero irme. Cuando voy a darme la vuelta para
marcharme, cierro los ojos.
—PETER
—Dime, LALI.
—Si me quedo, mis besos serán sólo tuyos y los tuyos sólo míos.
El rostro imperturbable de PETER asiente.
—Eso siempre, cariño... siempre.
Lo beso ansiosa y él acepta mi boca. Cuando me separo de él, miro a
Marisa.
—De acuerdo.
PETER se sienta junto a Mario.
Aquella mujer y yo nos quedamos de pie ante nuestros hombres, vestidas
únicamente con los cortos camisones
mientras la música suena a nuestro alrededor.
La excitación comienza a crecer en
mí cuando siento que ella se me acerca por
detrás y pone sus manos en mi
cintura.
PETER coge la botella de champán y se sirve una copa. Cuando termina de
servirse,
deja la botella en la cubitera y
nos mira, repanchigándose en el sillón.
—Marisa, por fin tienes a mi novia para ti. ¿Por dónde quieres empezar?
Sus palabras me acaloran. PETER acaba de decir que soy toda para ella.
¡Toda! Pero,
antes de que pueda protestar, la
mujer se me adelanta:
—De momento, quiero tocarla.
Dicho esto, hunde su nariz en mi cuello mientras pasea sus manos por mi
cuerpo
ante los hombres. Me toca las
caderas, los pechos, el monte de Venus, todo ello por
encima del insinuante camisón de
seda negro. Oigo su excitada respiración en mi
oído mientras me quedo quieta y le
dejo invadir mi cuerpo ante la mirada de los
hombres.
—PETER... dame cinco minutos a solas con ella.
—¡Treinta segundos! —aclara.
Voy a protestar. A negarme, cuando siento que ella se aprieta contra mí.
—Vamos a la cama —susurra en mi oído.
Me coge de la mano y tira de mí. Yo miro a PETER y él levanta su copa y
sonríe
mientras continúa sentado en el
sillón. Camino de la mano de la mujer y llegamos
hasta la habitación. No puedo creer
que PETER no vaya a estar presente.
Marisa me sienta en la cama, me tumba y se pone a cuatro patas sobre mí.
—Escucha, LALI. No te asustes. No te haré daño, sólo te proporcionaré
placer y
espero que tú me lo des a mí
también. PETER te ha entregado a mí por algo que pasa
entre vosotros. Eso no me interesa.
Sólo me interesa saborearte y disfrutar de tu
cuerpo.
—¿Por qué no has dicho que nos hemos visto antes?
Ella sonríe y me mira con lujuria.
—Porque no es necesario explicarlo todo, ¿no crees?
Voy a protestar, pero ella me baja los tirantes del camisón y me saca
los pechos y
eso me deja sin habla. Mis pezones
se ponen duros y la veo sonreír. Los observa y,
finalmente, saca su lengua y me los
chupa. Yo me muevo. Me inquieto. No quiero
reconocerlo, pero la situación me
provoca. Su boca se cierne sobre mis pechos y los
succiona con avidez hasta que me
los suelta.
—¿Te ha gustado? —pregunta.
Yo asiento. No puedo hablar.
—En el gimnasio, cada vez que te veo desnuda en los vestuarios, deseo
chuparte
así. Por cierto, PAULA te manda
recuerdos.
Voy decir cuatro frescas de esa tía cuando ella se baja los tirantes de
su camisón
y deja sus tersos y magníficos
pechos operados ante mí. Me coge las manos y me
las coloca sobre ellos. Sus manos
cubren las mías y me hace aplastarlos.
Cuando quita sus manos de las mías, sigo haciéndolo. Le toco los pezones
como
sé que a mí me gusta y se los
estrujo. Ella me mira, se muerde los labios y jadea.
Acerca su cara a la mía. No me
muevo y, cuando creo que me va a besar y no
puedo retroceder, murmura:
—Ya me ha advertido PETER que no puedo probar esos labios tan tentadores
que
tienes, pero te voy a devorar los
otros labios y lo que esconden en su interior, igual
que deseo cada vez que te veo. Te
los voy a morder y a chupar de tal manera que
querrás hacerme lo mismo a mí.
—No... yo no... —susurro dispuesta a marcar un poco mi terreno.
—Tú no ¿qué?
Dispuesta a darle una patada si se pasa conmigo, aclaro:
—Yo nunca he complacido a una mujer. No es lo mío.
—¿Me quieres complacer a mí?
—No.
Se mueve sobre mí. Se da la vuelta hasta que su vagina está sobre mi
cara y la
mía bajo su boca. No me roza, sólo
la muestra y murmura mientras siento su
aliento.
—Hazlo sólo una vez. Si no te gusta, te prometo que me retiraré.
Nunca he visto una vagina tan cerca. Está limpia, depilada como la mía,
reluciente y tentadora.
Ensimismada, la observo cuando la escucho jadear.
—LALI... saca la lengua una vez... Sólo una vez. Mira así...
Noto su lengua pasar lentamente sobre mis labios exteriores. Tiemblo.
Abducida por el momento y por la excitación que siento, hago lo que me
pide.
Saco mi lengua y lo hago.
—Oh, sí... —la oigo decir.
La sensación me gusta y vuelvo a pasar mi lengua. Ella hace lo mismo y
la que
jadea ahora soy yo.
—Hagamos una cosa. Repite lo mismo que yo te haga.
Sin más, aquella mujer abre los labios exteriores de mi vagina y posa su
ardiente
boca en mí. Jadeo... pero hago lo
mismo. Abro mi boca y chupo su interior.
Durante unos segundos intento hacer
lo que ella hace pero no puedo... Yo quiero
mover mi lengua de otra manera y
mordisquearle los labios internos.
Me olvido de mis prejuicios y la mordisqueo. Noto que ella tiembla. Sus
labios se
abren ante mi contacto y vislumbro el
clítoris. Curiosa, llevo mi lengua hasta él y lo
rozo. Éste responde hinchándose en
décimas de segundo y yo me inquieto.
—Oh... LALI... me estás volviendo loca... ¿De verdad que nunca lo habías
hecho?
—Nunca.
Avivada por la visión de su clítoris, hago lo que PETER suele hacerme.
Lo toco con
la punta de la lengua, lo rodeo y,
cuando está hinchado, lo aprisiono entre mis
labios y estiro.
Marisa se contrae y jadea. Intenta retirarse pero le agarro los muslos y
me llevo
el clítoris a mi boca para avivarlo
más y más.
Pensé que aquello me daría asco, pero no. Paseo mi boca por su vagina
perfectamente depilada y mordisqueo
su clítoris y eso me hace sentir poderosa y
exigente. Marisa se restriega
contra mí y la oigo gemir. En ese momento yo deseo
más... mucho más, pero ella me
quiere poseer y me frena. Vuelve a su estado
inicial. A cuatro patas sobre mí.
—Ahora que ya sabes lo que yo quiero de ti, permíteme que disfrute de tu
cuerpo.
Agarra mis pechos, junta los pezones y se introduce los dos en la boca.
Los
endurece y con la lengua juega con
ellos. Cuando escucha mi jadeo, los deja.
—Te voy a quitar el camisón. Cierra los ojos y entrégate.
Asiento, excitada, pero antes veo que PETER y Mario entran en el
dormitorio. Se
sientan cada uno en un lado
diferente de la cama y nos observan.
Marisa me desnuda. Con sus suaves manos baja el camisón que esta
enrollado en
mi cintura y me lo saca por las
piernas. Me pone las manos en los tobillos y las
sube hasta llegar a mis muslos. A
mi liguero. Con mimo, me mordisquea la parte
interna de mis muslos y sube...
sube hasta que lo que me mordisquea son los
pechos.
—Me gusta lo que veo... —susurra PETER en mi oído.
Marisa prosigue su festín y, cuando los pezones no pueden estar más
duros y
estimulados, baja a mi cintura y se
entretiene en el ombligo. Me estremezco.
Su boca caliente llega hasta mi monte de Venus y se detiene. Recorre con
su
lengua mi tatuaje y murmura en voz
alta y sugerente:
—LALI, el tatuaje es muy tentador. Seguro que levanta pasiones.
Miro a PETER y él sonríe. Yo sé por qué dice eso, pero me callo. No digo
ni mu.
Marisa levanta la vista un instante y una cascada de emociones se
apoderan de
mí cuando siento sus manos
juguetear entre mis piernas. Estoy empapada.
Húmeda. Receptiva. Me toca por
encima y, sin esfuerzo, mete un dedo en mi
interior mientras con la palma de
la mano roza mi clítoris. Excitada, comienzo a
moverme en busca de mi placer sobre
su mano.
—Vamos chicos... —oigo que dice—. Participad en mi juego.
Mario me toca el pecho derecho y PETER lleva su boca hasta el izquierdo.
Cada uno
a su modo y a su manera, me
estimulan y me succionan hasta que Marisa me abre
las piernas y mete su cabeza entre
ellas.
—Ah... —jadeo mientras tres personas me tocan y me chupan.
Mi ardiente sexo abierto y expuesto a las exigencias de Marisa responde
y yo me
arqueo complacida. Me gusta lo que
me hacen. Me gusta ser su juguete. Su experta
lengua se mueve dentro y fuera de
mí y se detiene en mi clítoris para hacer lo que
yo le hice segundos antes. Lo
chupa. Lo rodea y tira de él. Me incorporo, extasiada.
Calor... calor... mucho calor.
PETER abandona mi pecho y busca mi boca, la encuentra y la besa. Su
lengua me
avasalla, excitada y posesiva,
mientras los gemidos que Marisa me arranca salen
una y otra vez de mis labios y lo
enloquecen. Besos... mimos... palabras
susurradas que deseo escuchar.
—Sí, pequeña... así... entrégate y disfruta para mí.
—Sólo para ti —repito entre jadeos.
Durante lo que me parece una eternidad, Marisa juega entre mis piernas
mientras Mario me mordisquea los
pezones y PETER me besa. Hasta que noto que
Mario me agarra un muslo y PETER
otro. Me sientan en la cama, me abren para
Marisa y me ofrecen a ella.
La mujer, enloquecida por haber conseguido lo que lleva tiempo ansiando,
me
succiona el clítoris con maestría.
Yo me retuerzo. Me agarra del culo y me aprieta
sobre su boca. Me saborea de mil
maneras posibles y yo me dejo hacer mientras
disfruto de todo ello. Oleadas de
placer intenso y caliente recorren mi cuerpo una y
otra vez... una y otra vez...
—Mojada y lista para mí —oigo que dice.
No sé a qué se refiere, pero su marido me suelta, se levanta y
desaparece de la
habitación
PETER no habla. Sólo me observa tremendamente excitado
mientras me sujeta para
Marisa. La mujer introduce dos de
sus dedos hasta el fondo en mi vagina, los
mueve en su interior y los saca. Yo
alzo mis caderas en busca de más. Vuelve a
meterlos y los saca y soy
consciente de que la humedad de sus dedos es mi
humedad. Su marido aparece, se
sienta en un lateral de la cama, y nos enseña un
consolador negro de dos cabezas.
—Estoy deseando ver cómo os folláis la una a la otra.
Miro a PETER y él aprovecha y me besa. Me muerde los labios y murmura
palabras
cariñosas. Los dedos de Marisa
prosiguen su saqueo mientras yo jadeo y disfruto
del momento. Instantes después,
detiene sus acometidas para llevar su juguetona
boca de nuevo al centro de mi
deseo. Me humedece más y más. Yo chillo una y
otra vez... una y otra vez... hasta
que ella pone el vibrador de dos cabezas entre
nosotras y dice:
—Estás muy caliente... Follémonos.
PETER se pone detrás de mí. No me abandona. Está todo el rato pendiente
de mí y
de mis acciones . Coge el
consolador y tras chuparlo lo pone en mi vagina y lo
hunde poco a poco. Centímetro a
centímetro mientras yo siento cómo aquel objeto
estriado me abre la carne y jadeo.
—Sí... así... —susurra PETER en mi oído.
Cuando PETER se detiene, Marisa abre sus piernas, coge la otra punta del
consolador y se ensarta en él. Se
muerde los labios y gime mientras lo hunde en su
cuerpo y con ello más en el mío.
—Cuidado, pequeña... —murmura PETER.
Me fijo en Marisa y en cómo, con una mirada lujuriosa, se mueve en busca
del
orgasmo. Mueve sus caderas. El
consolador entra en mí y en ella arrancándonos
oleadas de placer. Marisa lanza su
pelvis contra mí y yo grito, pero no me achico y
ahora soy yo la que lanza la pelvis
contra ella. Aquel juego nos introduce y nos
saca el consolador de nuestras vaginas
proporcionándonos un placer maravilloso.
Sentadas la una frente a la otra, Marisa me agarra de los brazos y
adelanta su
vagina. Me mira, aprieta los
dientes y jadea. Yo grito enloquecida pero, instantes
después, soy yo la que agarra sus
brazos y aprieta para que ella chille. Chillidos...
jadeos... todo ello, unido a las
palabras de PETER en mi oído, consigue que ambas
nos corramos y quedemos sentadas
sobre la cama y unidas por el vibrador.
Agotadas, nos dejamos caer para
atrás.
Cierro los ojos. El juego que acabo de tener me ha dejado exhausta hasta
que
siento que alguien me saca el
vibrador, abro los ojos y veo que es Marisa. Sonrío y
entonces le oigo decir a Mario
mientras se pone un preservativo:
—Vamos, chicas... ahora nos toca a nosotros.
Miro hacia PETER. Veo que rasga un preservativo y se lo pone. Nada más
hacerlo,
me coge la mano.
—Te voy a atar a la cama y te voy a ofrecer a Mario para que te folle.
Ponte boca
abajo.
Sin rechistar, hago lo que me pide y veo que Marisa hace lo mismo. Mario
y PETER
nos atan las muñecas con los
pañuelos de seda al cabecero de la cama. Instantes
después, la cama se hunde y siento
un azote en el trasero. Pica. Reconozco la mano
de PETER cuando me agarra y me hace
poner el culo en pompa.
—Abre las piernas para que él te pueda penetrar bien y yo lo pueda ver.
¿Entendido, cariño?
Muevo mi cabeza afirmativamente, mientras la excitación por lo que dice
me
recorre el cuerpo.
Instantes después, unas manos desconocidas para mí me cogen de las caderas
e
introducen su erección poco a poco
en mi vagina. Su pene está duro y es ancho,
pero no es tan largo como el de
PETER. No llega con profundidad. Yo quiero más.
Dejo que me penetre una y otra vez
y jadeo de placer en cada embestida mientras
escucho los gemidos de Marisa a mi
lado y sé que PETER me mira mientras le da
mucho... mucho placer.
Imaginar la escena me incita. Me exhorta. Me exalta. Las dos atadas a la
cama
con el culo en pompa y nuestros
hombres follándonos y exigiendo más.
Una... dos... tres... cuatro... cinco... seis penetraciones y seis
gritos placenteros,
a la séptima escucho a PETER que
suelta un ronco gruñido, miro y veo que se corre.
Mario me coge en vilo y me levanta,
bombea su gordo pene varias veces más
dentro y fuera de mí, me aprieta
con brusquedad y finalmente ambos nos
corremos. Agotada, respiro con la
boca sobre las sábanas hasta que siento que PETER
me toca y me desata las manos. Me
besa las muñecas y dice:
—Vamos... cariño. Necesitas un baño.
Me coge entre sus brazos y yo me acurruco contra él. Me besa la frente.
—Te quiero.
Yo sonrío.
—Yo también te quiero.
Lo vivido minutos antes me tiene exhausta, pero sus palabras hacen que
me lata
con más fuerza el corazón. Veo el
jacuzzi preparado, PETER me deja sobre él y dice:
—Agáchate y sujétate al borde.
Hago todo lo que me pide. Me agacho y el agua me llega hasta la cintura.
¡Qué
placer! Oigo que abre la ducha. Se
debe de estar duchando. Cuando cierra el grifo,
siento que se mete en el jacuzzi y
comienza a lavarme. Me enjabona el pelo, me da
un masaje en la cabeza y luego, con
mimo, me lo aclara. Después me pide que me
dé la vuelta. Sus ojos y los míos
se miran. Con sus manos, me enjabona el cuerpo y,
cuando me aclara, me da un beso en
el hombro.
—Ya está, cariño...
El pene de PETER está duro como una piedra y veo que todo él está
empapado. Sale
del jacuzzi y me tiende la mano. Se
la cojo y salgo yo también. Las piernas me
tiemblan y cuando estoy a su lado
le hago sentarse sobre la tapa del váter cerrado.
Acto seguido me siento a horcajadas
sobre él. Cojo su pene y lo hundo centímetro a
centímetro en mí.
—Dios, LALI...
—Ahora tú... —susurro ansiosa—. Ahora tú...
Cierro los ojos mientras noto que su pene llega hasta mi útero. Echo la
cabeza
hacia atrás y contraigo mi pelvis.
PETER jadea y yo con él. Sus manos húmedas me
agarran la cintura y me aprieta
contra él. Me gusta. Me enloquece cuando me hace
eso. Sentir toda su enorme erección
llegar a mi útero me altera y vuelvo a contraer
la pelvis. Ambos jadeamos.
—Así, nena... poséeme. Eres mía.
Sus órdenes son para mí el arrullo que necesito.
Restriego mi sexo contra él y vuelvo a contraerme. Mi vagina lo succiona
y cada
centímetro que le hago hundirse en
mí me hace sentir que me va a partir en dos.
Esa sensación es nuestra. La busco.
La necesito. Sólo él me da profundidad y
quiero más.
Me echo hacia atrás y PETER jadea ante la electricidad que sentimos, yo
abro la
boca en busca de aire. Cada
embestida mía es un jadeo de él. Cada jadeo de él es
una embestida mía. El movimiento de
mis caderas se vuelve más insistente, más
delirante. Sus penetraciones más
profundas, más seguidas y, cuando siento que me
voy a correr, lo miro y susurro:
—Mío. Eres sólo mío.
Un grito gutural sale de su garganta y otro de la mía cuando PETER se
empotra
totalmente en mí, mientras notamos
que nuestros fluidos resbalan por nuestras
piernas. Me abrazo a él y el ritmo
se detiene mientras me besa el pelo. Durante
varios minutos no nos movemos, sólo
nos abrazamos hasta que él coge una toalla
seca y me la echa por encima.
Tiemblo.
Con el pelo mojado sobre la cara, PETER comienza a repartirme un millón
de dulces
besos mientras me retira el
cabello. Sigo sentada sobre él y su erección disminuye
en mi interior cuando escucho
jadeos e imagino que los otros juegan en la
habitación.
—PETER.
—¿Sí, cariño?
—¿Te encuentras bien?
Sonríe al notar mi preocupación por él.
—Perfectamente, mi amor, ¿y tú?
—Extasiada.
—¿Mi castigo ha sido muy duro?
Sonrío y lo beso por el cuello.
—Tus castigos me vuelven loca.
Ambos reímos y PETER me mira a los ojos.
—Espero que no hayan sido muy duros para ti.
—Yo más bien diría placenteros.
—¿Incluso con Marisa y Mario?
Asiento como una niña pequeña.
—Incluso con ellos.
PETER me da un beso en la punta de la nariz y susurra:
—Me vuelve loco verte disfrutar, cariño. Ofrecerte es un placer para mí.
Me
provoca un morbo que no puedo
remediar y...
—¿Te estás disculpando por ello?
Veo que asiente y murmura:
—LALI... tengo que hacerlo. Estos juegos no entraban dentro de tu vida.
Sé que lo
haces por mí y...
—... y me gustan —lo interrumpo—. Me encanta que me ofrezcas mientras tú
miras. Eso, aunque no lo creas, me
produce el mismo placer que a ti. Y si a ti te
enloquece que PABLO, Marisa o quien
decidamos se meta entre mis piernas y juegue
conmigo, yo lo acepto. Lo acepto
gustosa porque disfruto tanto que un día voy a
explotar.
—¿Estás segura, cariño?
Abro los ojos y lo miro. Acerco mi nariz a la suya y siento la necesidad
de
preguntar:
—¿En Alemania seguiremos jugando?
Aquello lo pilla de sorpresa. Mi pregunta le afirma lo que él lleva
deseando
escuchar y me abraza encantado,
antes de devorarme la boca.
—En Alemania te prometo todo lo que quieras.
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