El lunes, PETER tiene que viajar a Alemania. Me pide que vaya con él,
pero me
niego. En un principio se enfada,
pero le hago entender que, por mucho que nos
apetezca estar las veinticuatro
horas del día juntos, debe comprender que a su
sobrino no le haría mucha gracia
compartirlo conmigo.
El mismo lunes por la noche me llama por teléfono y hablamos más de tres
horas. Me cuenta lo muchísimo que
me echa de menos y yo le cuento lo aburrida
que estoy sin él.
El martes, cuando salgo de trabajar, decido ir al gimnasio. Desde que
PETER está
conmigo, apenas tengo tiempo para
ir. Correr en la cinta y hacer una clase de
spinning consiguen que me relaje.
Cuando termino, estoy completamente sudada.
La marcha que mete la profesora de
spinning me encanta. Es justo lo que necesito.
Entro en el baño, me desnudo y me
voy directa a la ducha. ¡Oh, qué gustazo! En
cuanto me refresco, me asomo al
jacuzzi del gimnasio y, al no ver a nadie, decido
meterme unos minutos. Y cuando
estoy a punto de hacerlo oigo una voz detrás de
mí:
—¿LALI?
Miro a la persona que me llama. Es una mujer que se acerca a mí.
—Hola,
¿no me recuerdas?
La miro. Su cara me suena de algo pero no consigo saber de qué hasta que
ella
dice:
—Soy Marisa. Marisa de la Rosa. Nos conocimos este verano en Zahara de
los
Atunes, en una fiesta de los años
veinte. Nos presentó EUGE, ¿sabes de lo que
hablo?
Rápidamente sé quién es y de lo que habla.
—Oh, sí... ya te recuerdo. Eras de Huelva, ¿verdad?
—Exacto. —Sonríe, mientras se sujeta la toalla al cuerpo—. ¿Qué tal
estás?
—Agotada —contesto, señalándome—. Me acabo de machacar con una clase de
spinning y me he quedado como
nueva.
Marisa sigue sonriendo.
—Yo no puedo con el spinning. Me deja totalmente fuera de combate. ¿Vas
al
jacuzzi?
—A eso iba.
—Anda, pues genial, te acompaño.
Durante varios minutos, las dos charlamos mientras las burbujas explotan
a
nuestro alrededor. Estoy alerta.
Esa mujer ya me tiró los trastos en la fiesta de
Zahara, pero sorprendentemente esta
vez no me hace la más mínima insinuación.
Tras el jacuzzi, las dos nos
duchamos y antes de despedirnos nos pasamos los
teléfonos móviles.
El viernes a las doce de la mañana me llega un precioso ramo de rosas
rojas a la
oficina y, cuando abro la nota
adjunta, se me saltan las lágrimas al leer: «Me muero
por besarte, morenita».
A las cuatro, cuando regreso de comer, me sorprendo al ver a PETER
hablando con
varios jefes. Mi alegría se
convierte en júbilo y quiero saltar de felicidad. Él me ve
y, durante unos segundos me
observa, para luego darse la vuelta y continuar
hablando.
Diez minutos después, recibo un mensaje en mi móvil de él que dice: «Te
espero
en mi hotel. Ponte guapa. TQ».
Feliz como una perdiz, a las seis abandono la oficina. Llego a casa, me
ducho y
me arreglo. Hoy quiero estar guapa
para PETER y me pongo un vestido que me he
comprado en color burdeos que estoy
segura de que le encantará. A las ocho llego
al Villa Magna y, sin preguntar, me
dirijo directamente hacia el ascensor. El
ascensorista ya está advertido de
mi llegada y me lleva hasta la planta en la que se
aloja PETER.
Cuando entro en la suite, me extraña no verlo allí. Lo busco pero sólo
encuentro
su maletín, con su portátil sobre
la cama. Convencida de que no tardará, regreso al
salón y pongo música. La música es
buena para alegrar el ambiente. Localizo la
emisora que suelo poner y en ese
momento comienza a sonar September de Earth,
Wind and Fire. Me encanta esa
canción. Sin dudarlo me quito los zapatos y
comienzo a bailar mientras canto:.
Do you remember
the 21st night of september?
Love was changing the minds of pretenders
While chasing the clouds away
Our hearts were ringing
Ba de ya - say that you remember
Ba de ya - dancing in september
Ba de ya - never was a cloudy day.
Meneo las caderas al
compás de la música mientras canto y disfruto aquella
canción. Con los ojos cerrados, doy
vueltas al llegar al estribillo, levanto los brazos
y me dejo llevar por la melodía. De
pronto, la música se detiene, abro los ojos y me
encuentro ante PETER y una mujer de
mediana edad que me observan.
Con la lengua fuera por el bailecito que me he marcado, me avergüenzo de
pronto por el espectáculo que he
debido de ofrecer hasta que la mujer me sonríe y
se acerca hacia mí.
—Reconozco que cada vez que escucho esta canción me hace bailar... Hola,
soy
Sonia, la madre de PETER, ¿y tú
eres?
¿Su madre?
¿Qué hace su madre allí?
Me recompongo lo mejor que puedo y me retiro el pelo de la cara,
mientras me
acerco yo también a ella.
—Encantada de conocerla, señora. Yo soy LALI.
La mujer me da dos besos. Después mira a su hijo, que no ha abierto la
boca, y
pregunta mientras me pongo los
zapatos:
—¿Y LALI... es?
PETER la mira divertido.
—Mamá, ella es... LALI.
La señora a mirarme y grita:
—¡Oh... qué tonta soy, claro...! MARIANA es LALI... ¡Tú eres la novia de
PETER!
Yo, que estoy apoyada en una mesita para calzarme el zapato, me desplomo
en
el suelo al escuchar aquello.
¿Novia?
PETER y su madre se acercan corriendo hacia mí.
—¿Estás bien, hija?
—Sí... sí... no se preocupe. Me he resbalado.
—Por Dios, LALI... háblame de tú.
—Vale, Sonia. Estoy bien.
PETER me levanta del suelo y me acerca a él, mirándome.
—¿Estás bien, cariño?
Como un muñequito, muevo mi cabeza mientras pestañeo y me acaloro.
¿Su novia?
¿Acabo de conocer a su madre y ha dicho que soy la novia de su hijo?
Me siento como en una nube durante la siguiente media hora. Sonia, la
madre de
PETER, es encantadora y
dicharachera. Físicamente no se parece en nada a él, excepto
en lo clásica que es vistiendo. Es
morena de ojos negros, como yo, y se la ve una
mujer que cuida su aspecto. Cuando
se marcha a su habitación para cambiarse
para cenar, PETER me mira y
murmura:
—¿Estás bien?
—Vamos a ver, PETER, ¿tu madre ha dicho que soy tu novia?
—Sí.
—¿Y cómo es que lo sabe ella antes que yo?
PETER me mira. Piensa... piensa... y piensa y cuando ve que voy a
estallar dice:
—¿Tú no sabías que eras mi novia?
—No.
—¿No?
Alucinada por aquello, me separo de él.
—Pues no. No lo sabía.
PETER se acerca de nuevo a mí.
—¿Seguro, morenita? ¿De veras estás segura de ello?
—Y tan segura. Yo... yo pensaba que era tu... tu amiga... tu amante...
tu
rollito... tu chica, como me
presentaste ante algunos amigos en Zahara. Pero ¿tu
novia?
—Te recuerdo que en el Moroccio tú solita dijiste que eras la señora
LANZANI.
—Ya, pero...
—No hay peros... señorita ESPOSITO. Te he propuesto que te vengas a
vivir conmigo
a Alemania. Se lo he comentado a mi
madre y ella quería conocerte.
—¿¡Cómo!?
PETER sonríe y murmura acercándose a mí:
—Cariño, ante la insistencia de mi madre porque regrese a Alemania, no
me
quedó otro remedio que explicarle
que aquí hay una preciosa española que me
tiene loco y a la que estoy
convenciendo para que se venga a vivir conmigo. Al
saber eso, ha querido conocerte y
aquí está. Te quiero y eres mi novia. No hay más
que hablar.
—¿Cómo que no hay más que hablar?
PETER clava su inquietante mirada en mí y da un paso al frente.
—¿No quieres ser mi novia?
El corazón me aletea desenfrenado, yo sólo deseo todo, absolutamente
todo lo
que él quiera, pero decido jugar un
poco con él y murmuro mientras doy un paso
atrás:
—No sé, PETER... no sé si tú y yo...
—Tú y yo ¿qué? —insiste y se acerca de nuevo a mí.
—Pues eso... que tú y yo somos muy diferentes y...
Se da cuenta de mi juego y eso lo alegra, pero sigue acercándose a mí.
—¿Recuerdas nuestra canción?
Sonrío al recordar la canción Blanco y negro de Malú. Ésa es nuestra
canción.
—Sí.
—Si fueras tan rígida en muchas cosas como lo soy yo, te aseguro que
nunca me
habría fijado en ti. Me gusta quién
eres, cómo actúas, cómo me retas y, sobre todo,
cómo me haces ver la vida en
colores y no en blanco y negro.
Un gesto risueño se dibuja en mi boca por lo que escucho.
—Vaya... señor LANZANI, está usted muy romántico. ¿Qué le ocurre?
PETER se acerca de nuevo a mí, abre la mano y veo una cajita de
terciopelo rojo.
Pestañeo... pestañeo y pestañeo. Hasta que PETER murmura al ver mi
confusión.
—Ábrelo. Es para ti.
Con las manos temblorosas, abro la cajita y ante mí aparece un precioso
anillo de
brillantes. No puedo hablar.
—¿Te gusta?
—Pe... pe... pero esto es demasiado, PETER. Yo no necesito nada de esto.
Él sonríe, saca el anillo y me lo pone.
—Pero yo sí necesito regalártelo. Quiero darle caprichos a mi novia.
En cuanto me lo pone me miro la mano, embelesada. Es precioso. Un
solitario
brillante y elegante. Contenta por
ello, me agarro al cuello de PETER.
—Gracias, cariño. Es precioso.
—En este instante, oficialmente eres mi novia.
Lo beso con pasión. Con amor. Con morbo.
—Señorita ESPOSITO —murmura cuando me separo de él—, está usted muy
juguetona.
Eso me hace sonreír y me dejo llevar por mis apetencias.
—PETER... ¿Cuándo me vas a volver a ofrecer?
Sorprendido por mi pregunta, frunce el ceño.
—No lo sé. Me tiene tan atontado que sólo te quiero para mí. —Me río y
pregunta—: ¿Tiene ganas de que te
ofrezca?
—Sí... —respondo, roja como un tomate.
—Vaya... vaya... ¿Deseosa de jugar, señorita ESPOSITO?
—Sí... muy deseosa de cumplir sus caprichos, señor LANZANI.
Lo miro embelesada mientras me besa el cuello.
—Mmmm... no me diga eso, señorita ESPOSITO o tendré que azotarla
mientras le
ordeno a otro que se la folle.
—Me gusta ser mala.
—¿Mala, muy mala?
—Por usted... sí.
Divertido, me toca los pechos por encima del vestido.
—Estoy más que dispuesto a ello, señorita. Pero déjeme recordarle que
hemos
quedado con mi madre y esos
jueguecitos son entre usted y yo.
Me aprisiona contra la pared y eso me hace reír. Su boca busca la mía y
susurra
antes de besarme:
—Me vuelves loco... cuchufleta.
Me besa. Mete su lengua en mi boca y la saquea con fuerza. En sus manos,
como
siempre, me vuelvo de plastelina
mientras disfruto de su posesión. Sus manos
recorren mi cuerpo y, cuando jadeo,
él aprieta su dura erección sobre mí y vuelvo a
jadear. Estoy lista. Quiero que me
desnude. Que me arranque las bragas y haga
conmigo lo que quiera. Me chupa la
barbilla y, cuando un nuevo jadeo sale de mi
interior, él se aparta.
—Contrólese, señorita ESPOSITO. Su suegra podría pensar que es una
depravada
sexual. Vamos... nos espera en
recepción.
Eso me hace reír... ¡Suegra! Nunca he tenido suegra.
—Ésta me la pagas —le digo, mientras lo cojo de la mano—. Recuérdalo.
—Mmmmm... no veo el momento.
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