miércoles, 5 de agosto de 2015

CAPITULO 50

  Cuando salgo de la oficina a las seis de la tarde, cojo mi coche y me encamino a
mi casa. Nada más llegar, dejo el bolso sobre el sillón, me quito la chaqueta del
traje e inmediatamente suena el timbre. Abro y PETER se lanza sobre mí para
saquearme la boca. Me besa con deleite, me coge entre sus brazos y murmura tras
darme un azote:
  —Depravada. ¿Qué es eso de calentarme en la oficina?
  Río divertida mientras él juguetea con mi cuello.
  —Te voy a hacer pagar el calentón que llevo todo el día.
  Me sigo riendo mientras él me desabrocha la falda y ésta cae al suelo. En ese
momento, escapo de sus manos y corro por la casa. Él va detrás de mí y ambos nos
reímos a carcajadas. Llegamos a mi habitación y, de un salto, me subo a la cama
donde, nerviosa, comienzo a saltar como una niña. PETER me mira, sonríe y
murmura mientras se desabrocha la camisa y después los pantalones:
  —Salta... salta... que cuando te pille te vas a enterar...
  Feliz por el momento tan tonto que estamos viviendo, salto por encima de la
cama y corro de nuevo hacia el comedor. PETER me pilla en el pasillo. Me sujeta por
la cintura y me pone contra la pared. Su boca vuelve a estar contra la mía y su
lengua saquea mi boca con avidez.
  Me abre la camisa y cae al suelo. Me desabrocha el sujetador y cuando me tiene
sólo vestida con el tanga, me lo arranca de un tirón.
  —Dios... —me dice entre risas—. Llevaba todo el día deseando hacer esto.
  —¿En serio?
  —Sí, cariño... en serio.
   Lo beso... Yo también deseaba que lo hiciera y, al ver mi inminente respuesta,
deja escapar un gruñido de satisfacción, me alza entre sus brazos y se sumerge
lentamente en mí. Cierro los ojos, gimo, me arqueo y, cuando siento que no se
mueve, abro los ojos y murmuro cerca de su boca:
   —Vamos... vamos...
   PETER se ríe, se retira de mí y lentamente vuelve a penetrarme.
   —PETER...
   —¿Qué, cariño?
   —Más... quiero más.
   Vuelve a salir de mí.
   —Más ¿qué?
   La sangre bulle por mi cuerpo descontrolada y le araño en la espalda exigiéndole
que vuelva a penetrarme. Él ríe y lo hace. Incrementa su ritmo y me da lo que le
pido. Una y otra... y otra vez, mientras yo me deleito y él me muerde la barbilla
con pasión.
   Sus embestidas cada vez son más profundas y, cuando me llega el orgasmo y
chillo, él hace lo mismo y me aprieta contra él.
   —Sí, LALI.., sssí.
   Agotados, nos quedamos apoyados en la pared del pasillo, mientras yo le beso
en el hombro y él respira sobre mi cuello. De nuevo, acabamos de hacer lo que
mejor sabemos hacer y ambos estamos llenos y satisfechos.
   Me deja en el suelo y caminamos desnudos hacia la cocina. Necesitamos agua y,
cuando regresamos al salón, vuelve a cogerme entre sus brazos como segundos
antes.
   —Verte en la oficina y no poder tocarte es una tortura.
   —Sí... lo confieso... para mí también lo es.
   —Te vi esta mañana con Miguel, ¿qué hacías?
   —Desayunar, como cada mañana.
   —Ese tipo...
   —Escucha, guaperas —le corto—, Miguel y yo sólo somos compañeros. Nos
llevamos fantásticamente bien, pero nada más. Sí que es cierto que me tira los
trastos, pero él sabe que conmigo no tiene nada que hacer.
   —¿Lo ves? Me lo acabas de confesar. ¡Te tira los trastos!
   Su gesto serio me encanta. Sus celos tontos e infundados se me antojan
entrañables. Lo beso.
   —No hay peligro. No te comas la cabeza por algo que nunca será.
   —¿Nunca?
   —Nunca, PETER.. créeme, cielo. Yo sólo te quiero y te necesito a ti. —Cuando veo
cómo me mira, me asusto de lo que acabo de decir y añado—: En cambio, yo sí me
puedo comer la cabeza y preocuparme.
   —Tú, ¿por qué?
   Resoplo y pregunto:
   —¿Has jugado alguna vez con mi jefa?
   Clava sus ojazos azules en mí. Durante un rato, que se me hace eterno, madura
la respuesta.
   —He cenado con ella y reconozco que he tonteado verbalmente en esas cenas,
pero poco más. Nunca mezclo el trabajo con mis juegos.
   Su contestación me hace reír.
   —Vale... ¿Y yo qué soy? Te recuerdo que trabajo para tu empresa...
   —Tú has sido mi única excepción. Desde el momento en el que te vi en el
ascensor y me confesaste que podías convertirte en la niña de El exorcista, creo que
me enamoré de ti.
   —¿Ah, sí?
   —Sí... por eso no he parado de perseguirte hasta tenerte así como te tengo ahora.
Desnuda y entre mis brazos.
   —Me gusta saberlo —reconozco encantada.
   PETER me besa y me roba el aliento.
   —Más me gusta a mí saber que te tengo... morenita.
   Sonrío y esta vez soy yo la que lo besa.
   —A partir de ahora te prohíbo que tontees verbalmente con mi jefa, ¿entendido?
   Mi adonis particular mueve su cabeza en un gesto afirmativo y me devora los
labios como sólo él sabe hacer.
   —Yo sólo te quiero a ti, cariño. Sólo me haces falta tú.
   Su boca baja a mis pechos; me echo hacia atrás y se los retiro. Al moverme noto
el movimiento de su erección y ya anhelo que continúe el juego. PETER sonríe y me
da un azote en el trasero justo en el momento en el que se abre la puerta de la calle
y me quedo a cuadros al ver a mi hermana y a mi sobrina.
   —Por el amor de Dios, ¿qué hacéis? —grita mi hermana al vernos.
   Rápidamente tapa los ojos a mi sobrina y se dan la vuelta.
   PETER me mira divertido y yo lo miro a él. Me quiero reír pero al ver que mi
sobrina intenta darse la vuelta para mirarnos, le murmuro a PETER:
   —Vamos a vestirnos.
   Él asiente.
   —Raquel, danos un momento. En seguida regresamos.
   —Vale, cuchufleta.
   PETER me mira y me pregunta desconcertado:
   —¿Cuchufleta?
   Le pellizco en el brazo.
   —Ni se te ocurra llamarme así, ¿entendido?
   Entre risas, regresamos a la habitación. Nos vestimos en pocos minutos, y acto
seguido salimos al encuentro de mi hermana en el salón.
   Ésta, al vernos, mueve la cabeza en tono de reproche. La cojo del brazo y me la
llevo a la cocina.
   —Ven, CANDE... acompáñame.
   PETER y la pequeña se quedan en el salón. Cuando entro con mi hermana en la
cocina, susurro:
   —¿Quieres hacer el favor de llamar a la puerta antes de entrar?
   —Yo... yo... lo siento. Pero al veros desnudos... y estar con Luz...
   —Raquel... deja de balbucear. Y tranquila, Luz no ha visto nada que la vaya a
traumatizar. Pero te aseguro que si llegáis a aparecer cinco minutos antes, quizá sí,
por lo tanto, por favor, llama antes de entrar, ¿vale?
   —Vale... y... ¡Oh, LALI! Es PETER, verdad?
   —Sí.
   —Qué bien, cuchufleta. ¿Os habéis arreglado?
   —De momento parece que sí.
   —Oh, cuánto me alegro —salta mi hermana feliz por mí.
  —Y yo...
CANDE sonríe y se me acerca.
  —Qué contento se va a poner papá. Me habló de él y me dijo que le cayó muy
bien este chico. Por cierto... qué culo más bonito tiene.
  —¡¿CANDE?! —Río divertida.
  —¡Ay, hija...! ¿Qué quieres que te diga? No he podido remediar fijarme. Tiene
un culo precioso.
  —Sí. No lo niego.
  —Y qué pedazo de espalda... Y no te digo nada de lo otro que he visto, que...
¡Oh, Diossssssssss...!
  —Para... —Río—. Para... que te conozco.
  Mi hermana también está riéndose.
  —Que sepas que tienes mucha suerte de que él sea tan grande. Ya me gustaría a
mí que mi AGUSTIN me pudiera coger en brazos como él te tenía a ti. ¡Oh, Dios... que
me acaloro! Anda, toma. Venía a traerte unas croquetas y... perdona por haber
aparecido en un momento así.
  Dos minutos después, mi hermana y mi sobrina se van. PETER me mira.
  —¿Sabes lo que me ha dicho tu sobrina?
  Convencida de que esa pequeña bruja ha soltado alguna de sus lindezas, lo miro
y él comienza a desternillarse de risa.
  —Literalmente ha dicho: «Como vuelvas a darle otro azote a mi tita, te doy una
patada en las pelotas que te las dejo de corbata».
  Me tapo la boca y abro los ojos como platos antes de reír a carcajadas. PETER, al ver
mi gesto, ríe conmigo y deseoso de seguir jugando murmura:
  —Vamos a la ducha. Estoy deseando retomar lo que estábamos haciendo.
  —Te recuerdo que dijiste que teníamos que hablar muy seriamente.
  —Exacto... —Sonríe como un lobo—. Pero ahora tengo otras cosas más

importantes que hacer... cuchufleta.

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