A la mañana siguiente, PETER y yo llegamos a la oficina por separado.
Está
emocionado por mi próximo traslado
a Alemania y yo también. Por suerte tengo
algo de ropa en su hotel y me
cambio para no ir con lo mismo del día anterior. No
le he explicado el episodio vivido
con aquellas mujeres y decido callar. En
realidad, no pasó nada y, si se lo
cuento, se enfadará conmigo.
Miguel, como cada mañana, viene a buscarme. Nos vamos a tomar un café
antes
de comenzar a trabajar.
Acepto encantada y me siento frente a la puerta. Sé que PETER entrará de
un
momento a otro y me buscará con la
mirada. No falla. Diez minutos después, el
hombre del que estoy completamente
enamorada entra por la puerta y, tras ver
dónde estoy sentada se sienta
enfrente de mí.
Miguel y yo seguimos charlando y observo disimuladamente a PETER
desayunar.
Su elegancia para untar la
mantequilla en el cruasán me tiene totalmente
ensimismada. En un par de
ocasiones, nuestras miradas se cruzan, sé que está feliz
por mi decisión de irme con él a
Alemania y tengo que hacer grandes esfuerzos
para no reír como una tonta.
Cuando acabamos el desayuno, Miguel y yo nos levantamos y PETER hace lo
mismo. Lo veo salir y, cuando
llegamos al ascensor, está esperando con las manos
metidas en los bolsillos y su gesto
serio e inescrutable. Al vernos, nos mira.
—Buenos días, señorita ESPOSITO. Señor Morán.
—Buenos días, señor LANZANI —decimos al unísono.
Las puertas del ascensor se abren y los tres nos metemos en él. Damos a
la planta
diecisiete, pero, mientras sube, el
ascensor se para en otras plantas y coge a más
personas. De pronto, siento que
PETER roza mis nudillos con los suyos y sonrío. Cada
vez es más difícil estar juntos sin
tocarnos.
Cuando las puertas se abren en nuestra planta, los tres nos bajamos pero
PETER
toma un camino diferente al
nuestro.
—¿Tú crees que Iceman sonríe alguna vez? —cuchichea Miguel, al ver que
se
aleja.
—Pssss... no sé.
—A ese tío lo que le hace falta es un buen polvo. Verías cómo sonríe.
Eso me hace soltar una carcajada. Si Miguel supiera lo que yo sé, se
quedaría de
piedra, pero prefiero seguirle el
rollo.
—Estoy totalmente convencida.
Entonces aparece mi jefa, nos mira y con su voz chillona dice de malos
modos:
—LALI, sobre tu mesa he dejado varias carpetas. Necesito que fotocopies
lo que
hay en ella y después lo lleves a
mi mesa. Miguel, creo que te buscan en tu
departamento. Vamos, ¡a trabajar!
Prosigo mi camino sola hasta el despacho. Una vez allí, veo las carpetas
de mi
jefa y me encamino hacia la
fotocopiadora. Hago lo que ella me pide y después
contesto varios correos de las
delegaciones. Sobre las once, entro en el archivo.
Necesito varios papeles que me han
pedido los delegados. Me encuentro
ensimismada con ellos, cuando oigo
una voz a mi espalda.
—Mmmmm... reconozco que encontrarte en el archivo me sugiere mil
perversiones.
Sonrío. Es PETER, que me observa desde la puerta.
—Señor LANZANI, ¿desea algo?
Sus ojos pasean por mi cuerpo.
—¿Qué tal una vueltecita? Me encanta cómo te quedan esos pantalones.
Lo complazco y hago lo que me pide. Doy una vuelta sobre mí misma y,
cuando
la termino, pregunto:
—¿Contento?
—Sí... aunque lo estaría más si te desnudaras y...
—¡PETER!
Con las manos en los bolsillos, sonríe.
—Nena... —murmura sin acercarse a mí—. Pero si me provocas...
—¡Tendrás morro! —Río y, cuando veo que se acerca, levanto una mano y
murmuro—: ¡Stop!
PETER se para.
—Fuera de mi archivo. Estoy trabajando y no quiero que me despidan por
hacer
cosas en el trabajo que no debo,
¿entendido?
PETER da otro paso hacia mí.
—Mmmmm... estás tan guapa cuando trabajas. Ven aquí y dame un beso.
—No.
—Vamos... lo estás deseando tanto como yo.
—PETER, alguien nos puede ver...
Pone cara de bueno y hace un gesto con la mano.
—¿Uno chiquitito?
Resoplo... pero me acerco a él y le doy un beso en los labios.
Inmediatamente,
Eric me coge de la cintura, me
apoya contra los archivadores y me mete su lengua
en la boca. Me devora y yo me dejo
llevar.
—Dios... pequeña ¿Qué voy a hacer contigo?
—De momento, soltarme —me quejo—. Me estoy clavando el pomo de la puerta
del archivador en el culo.
Me suelta rápidamente.
—¿Te duele? —pregunta, preocupado—. ¿Te he hecho daño?
—Noooooooo... —Río—. Sólo lo he dicho para que me soltaras.
De nuevo veo la guasa en sus ojos. Se repasa los labios con la lengua y
da un
paso hacia atrás. Me mira, levanta
un dedo y antes de marcharse dice:
—Que sea la última vez, señorita ESPOSITO, que me incita a hacer algo
que yo no
quiero. Póngase a trabajar y deje
de insinuárseme.
Veo cómo sale del archivo y sonrío. La felicidad que PETER me provoca no
es
comparable a nada en el mundo.
Cuando salgo, lo veo hablando por teléfono.
Cuando cuelga, pasa por mi lado y,
aunque no me mira directamente, sé que me
ha mirado. Ambos regresamos a
nuestros trabajos.
A la una me avisan de recepción. Un mensajero trae un ramo de rosas.
Cuando el
mensajero aparece e indica que el
precioso ramo de rosas rojas de tallo largo es
para mí, me quedo sin palabras.
Cuando se va, saco la tarjetita y leo: «Como dice
nuestra canción: te llevo en mi
mente desesperadamente».
Me quedo boquiabierta mirando la tarjeta con el ramo en las manos. Leer
eso me
hace sonreír. PETER es tan
romántico en la intimidad que me encantaría que todo el
mundo lo supiera. Mi jefa, que en
ese momento pasa por mi lado, se queda
mirando el ramo de flores.
—Qué maravilla. ¿Quién me manda esta preciosidad?
—Me lo han enviado a mí.
Su cara se contrae al escuchar eso, se da la vuelta y se marcha. No le
ha hecho
gracia saber que yo puedo recibir
flores maravillosas. Emocionada, saco uno de los
jarrones que guardo para cuando
llegan flores, lo lleno de agua y lo pongo sobre
mi mesa.
PETER aparece en el despacho, me mira y sin cambiar su habitual gesto
serio dice:
—Bonitas flores.
—Gracias, señor LANZANI.
—¿Algún admirador secreto?
Sonrío como una boba.
—Mi novio, señor.
PETER asiente, se da la vuelta y se mete en su despacho. Esa tarde
cuando llego a
casa, PETER llega quince minutos
más tarde y, con posesión y deleite, me hace el
amor.
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