sábado, 29 de agosto de 2015

CAPITULO 57

  A la mañana siguiente, PETER y yo llegamos a la oficina por separado. Está
emocionado por mi próximo traslado a Alemania y yo también. Por suerte tengo
algo de ropa en su hotel y me cambio para no ir con lo mismo del día anterior. No
le he explicado el episodio vivido con aquellas mujeres y decido callar. En
realidad, no pasó nada y, si se lo cuento, se enfadará conmigo.
  Miguel, como cada mañana, viene a buscarme. Nos vamos a tomar un café antes
de comenzar a trabajar.
  Acepto encantada y me siento frente a la puerta. Sé que PETER entrará de un
momento a otro y me buscará con la mirada. No falla. Diez minutos después, el
hombre del que estoy completamente enamorada entra por la puerta y, tras ver
dónde estoy sentada se sienta enfrente de mí.
  Miguel y yo seguimos charlando y observo disimuladamente a PETER desayunar.
Su elegancia para untar la mantequilla en el cruasán me tiene totalmente
ensimismada. En un par de ocasiones, nuestras miradas se cruzan, sé que está feliz
por mi decisión de irme con él a Alemania y tengo que hacer grandes esfuerzos
para no reír como una tonta.
  Cuando acabamos el desayuno, Miguel y yo nos levantamos y PETER hace lo
mismo. Lo veo salir y, cuando llegamos al ascensor, está esperando con las manos
metidas en los bolsillos y su gesto serio e inescrutable. Al vernos, nos mira.
  —Buenos días, señorita ESPOSITO. Señor Morán.
  —Buenos días, señor LANZANI —decimos al unísono.
  Las puertas del ascensor se abren y los tres nos metemos en él. Damos a la planta
diecisiete, pero, mientras sube, el ascensor se para en otras plantas y coge a más
personas. De pronto, siento que PETER roza mis nudillos con los suyos y sonrío. Cada
vez es más difícil estar juntos sin tocarnos.
   Cuando las puertas se abren en nuestra planta, los tres nos bajamos pero PETER
toma un camino diferente al nuestro.
   —¿Tú crees que Iceman sonríe alguna vez? —cuchichea Miguel, al ver que se
aleja.
   —Pssss... no sé.
   —A ese tío lo que le hace falta es un buen polvo. Verías cómo sonríe.
   Eso me hace soltar una carcajada. Si Miguel supiera lo que yo sé, se quedaría de
piedra, pero prefiero seguirle el rollo.
   —Estoy totalmente convencida.
   Entonces aparece mi jefa, nos mira y con su voz chillona dice de malos modos:
   —LALI, sobre tu mesa he dejado varias carpetas. Necesito que fotocopies lo que
hay en ella y después lo lleves a mi mesa. Miguel, creo que te buscan en tu
departamento. Vamos, ¡a trabajar!
   Prosigo mi camino sola hasta el despacho. Una vez allí, veo las carpetas de mi
jefa y me encamino hacia la fotocopiadora. Hago lo que ella me pide y después
contesto varios correos de las delegaciones. Sobre las once, entro en el archivo.
Necesito varios papeles que me han pedido los delegados. Me encuentro
ensimismada con ellos, cuando oigo una voz a mi espalda.
   —Mmmmm... reconozco que encontrarte en el archivo me sugiere mil
perversiones.
   Sonrío. Es PETER, que me observa desde la puerta.
   —Señor LANZANI, ¿desea algo?
   Sus ojos pasean por mi cuerpo.
   —¿Qué tal una vueltecita? Me encanta cómo te quedan esos pantalones.
   Lo complazco y hago lo que me pide. Doy una vuelta sobre mí misma y, cuando
la termino, pregunto:
   —¿Contento?
   —Sí... aunque lo estaría más si te desnudaras y...
   —¡PETER!
   Con las manos en los bolsillos, sonríe.
   —Nena... —murmura sin acercarse a mí—. Pero si me provocas...
  —¡Tendrás morro! —Río y, cuando veo que se acerca, levanto una mano y
murmuro—: ¡Stop!
  PETER se para.
  —Fuera de mi archivo. Estoy trabajando y no quiero que me despidan por hacer
cosas en el trabajo que no debo, ¿entendido?
  PETER da otro paso hacia mí.
  —Mmmmm... estás tan guapa cuando trabajas. Ven aquí y dame un beso.
  —No.
  —Vamos... lo estás deseando tanto como yo.
  —PETER, alguien nos puede ver...
  Pone cara de bueno y hace un gesto con la mano.
  —¿Uno chiquitito?
  Resoplo... pero me acerco a él y le doy un beso en los labios. Inmediatamente,
Eric me coge de la cintura, me apoya contra los archivadores y me mete su lengua
en la boca. Me devora y yo me dejo llevar.
  —Dios... pequeña ¿Qué voy a hacer contigo?
  —De momento, soltarme —me quejo—. Me estoy clavando el pomo de la puerta
del archivador en el culo.
  Me suelta rápidamente.
  —¿Te duele? —pregunta, preocupado—. ¿Te he hecho daño?
  —Noooooooo... —Río—. Sólo lo he dicho para que me soltaras.
  De nuevo veo la guasa en sus ojos. Se repasa los labios con la lengua y da un
paso hacia atrás. Me mira, levanta un dedo y antes de marcharse dice:
  —Que sea la última vez, señorita ESPOSITO, que me incita a hacer algo que yo no
quiero. Póngase a trabajar y deje de insinuárseme.
  Veo cómo sale del archivo y sonrío. La felicidad que PETER me provoca no es
comparable a nada en el mundo. Cuando salgo, lo veo hablando por teléfono.
Cuando cuelga, pasa por mi lado y, aunque no me mira directamente, sé que me
ha mirado. Ambos regresamos a nuestros trabajos.
  A la una me avisan de recepción. Un mensajero trae un ramo de rosas. Cuando el
mensajero aparece e indica que el precioso ramo de rosas rojas de tallo largo es
para mí, me quedo sin palabras. Cuando se va, saco la tarjetita y leo: «Como dice
nuestra canción: te llevo en mi mente desesperadamente».
   Me quedo boquiabierta mirando la tarjeta con el ramo en las manos. Leer eso me
hace sonreír. PETER es tan romántico en la intimidad que me encantaría que todo el
mundo lo supiera. Mi jefa, que en ese momento pasa por mi lado, se queda
mirando el ramo de flores.
   —Qué maravilla. ¿Quién me manda esta preciosidad?
   —Me lo han enviado a mí.
   Su cara se contrae al escuchar eso, se da la vuelta y se marcha. No le ha hecho
gracia saber que yo puedo recibir flores maravillosas. Emocionada, saco uno de los
jarrones que guardo para cuando llegan flores, lo lleno de agua y lo pongo sobre
mi mesa.
   PETER aparece en el despacho, me mira y sin cambiar su habitual gesto serio dice:
   —Bonitas flores.
   —Gracias, señor  LANZANI.
   —¿Algún admirador secreto?
   Sonrío como una boba.
   —Mi novio, señor.
   PETER asiente, se da la vuelta y se mete en su despacho. Esa tarde cuando llego a
casa, PETER llega quince minutos más tarde y, con posesión y deleite, me hace el

amor.

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