jueves, 11 de mayo de 2017

CAPITULO 3

El lunes, cuando Peter se va a trabajar y Flyn al
instituto, mi semana comienza de nuevo.
Niños..., niños..., niños... ¡Me salen los niños
por las orejas!
Cualquiera que me escuche creerá que soy una
mala madre, pero se equivoca.
Cuido, mimo, beso y adoro a mis pequeños,
pero siento que necesito hacer algo más que eso o
me volveré loca.
Esa noche, como tengo ganas de estar con mi
rubio alemán, preparo una cenita especial. Lo
aviso para que no llegue tarde y me responde que
regresará pronto. Sin embargo, a las diez de la
noche, cansada de esperarlo, con la comida tiesa y
tras haberme bebido yo solita una botella de
champán de pegatinas rosa, me meto en la cama y
me duermo. Es mejor así porque, como vea a ese
gilipollas, lo mataré por el plantón.
Al día siguiente, cuando me levanto, Peter ya se
ha marchado y me ha dejado una nota sobre la
mesa que dice:
Perdóname, pequeña..., pero fue imposible
escaparme. Y estabas tan preciosa durmiendo
que fui incapaz de despertarte. Te quiero, mi
amor.
Tu gilipollas
Cuando la leo, sonrío. Cómo me conoce y sabe
que lo habré llamado eso.
Por suerte, tengo una increíble amiga que se
preocupa por mí tanto como yo por ella. Es Rocio, la
mujer de nuestro amigo Pablo. La llamo cuando me
levanto, quedamos y nos vamos de compras.
Ella se ha quedado en paro tras trabajar unos
meses en un estudio de diseño gráfico, y está tan
aburrida como yo de estar en casa. Estoy pensando
en Peter y en cómo me dejó colgada la noche
anterior con la cena encima de la mesa cuando Rocio
me muestra algo y pregunta:
—¿Qué te parece éste?
Su voz me hace regresar a la realidad y, al ver
lo que me enseña, pregunto:
—¿Enfermera?
Rocio, divertida y con picardía, baja la voz y
murmura:
—Sé que es muy típico, pero para lo que nos
van a durar puestos, ¿qué más da?
Sonrío. El disfraz es para una fiesta que
celebran en el Sensations dentro de unos días.
Cojo otros que llaman mi atención.
—Oye..., ¿y si vamos de ángel y demonio? —
propongo.
Rocio suelta una risotada y, dejando el de
enfermera, afirma:
—Me pido el de demonio. Me gusta ser
maligna e irreverente.
Entre risas nos los probamos. El vestido rojo y
negro, los guantes negros hasta el codo, los
cuernos y el tridente son para Rocio, y el vestido y
los guantes blancos, la aureola en la cabeza y la
varita blanca son para mí.
¡Pero qué monas estamos!
Divertidas, nos miramos al espejo y Rocio dice:
—Si a esto le sumamos unas botas altas, las
tuyas blancas y las mías rojas, ya somos la
perversión total.
—Parecemos dos zorrones —murmuro al
mirarnos.
—Pero con clase —dice Rocio riendo y
revolviéndose su corto pelo.
—Muuucha clase —afirmo yo divertida.
—Uf..., cuando me vea Rocio... Con lo que le
gusta que me disfrace...
Ambas reímos mientras imagino la cara de
Peter cuando me vea vestida de angelito. ¡Le va a
encantar!
Está mal decirlo, pero estoy tremendamente
morbosa y sexi con este trajecito corto. E incluso
los kilitos que me agobian en ocasiones y que se
han quedado en mi cintura parece que van muy
bien con este disfraz.
Tras escoger nuestros trajes, rápidamente
elegimos los de nuestros maridos. Ellos lo han
querido así, y decidimos disfrazarlos de bombero
y de policía.
¡Qué buenorros van a estar!
Cuando acabamos de comprar y salimos del
increíble sex-shop, cogemos mi coche.
—¿De verdad que Peter volvió a dejarte
colgada con la cena? —pregunta Rocio.
—Como lo oyes. Cada vez pasa más a menudo.
Y, ya para colmo, encima, cuando me he levantado
tenía una notita suya pidiéndome disculpas y ya se
había ido. Pero ¿es que ese hombre nunca
descansa?
Rocio resopla y se retira el flequillo de la cara.
—Mira, La —dice—, tanto Peter como Pablo
son dos hombres ambiciosos en sus empleos y, por
mucho que nos jorobe, son de los que se llevan el
trabajo a casa.
—Odio cuando hace eso —afirmo molesta.
—Y yo. Pero, como lo quiero, ¡lo soporto!
Oír eso me hace sonreír, a pesar de que en el
último año la empresa lo ha absorbido más que
nunca y, aunque yo le digo que el dinero nos sobra,
Peter no me escucha y sigue trabajando cada día
más.—
¿Sabes? —oigo decir a Rocio—. Yo tengo una
cenita no sé qué día con los muermos esos del
despacho de abogados al que Pablo quiere
pertenecer.
—¡Uf, qué pesadez! —murmuro
compadeciéndola.
—Creo que no hay nada más soporífero que
eso.
—Sí, mujer, sí —me mofo—. Las cenitas que
tengo yo de vez en cuando con los aburridos
hombres de negocios de Müller.
Ambas sonreímos. Sin duda, cenar con
desconocidos o con personas con las que no tienes
mucho feeling y mantener las formas es
pesadísimo y complicado.
De pronto, el teléfono móvil de Rocio suena. La
oigo hablar durante unos segundos y, cuando lo
apaga, dice:
—Peter y Pablo están juntos.
—¿Y eso? —pregunto sorprendida.
—Al parecer, Peter y él tenían que hablar de
temas legales de Müller y nos esperan para comer.
¿Qué te parece?
—¡Perfecto! —Sonrío feliz por saber que voy
a ver a mi guapo marido.
—Muy bien, pues he quedado con ellos a la
una y media en La Trattoria de Joe. Pero antes
tenemos que ir a recoger el vestido que me he
comprado para el bautizo de los bebés de Dexter.
Por tanto, pisa el acelerador, que no llegamos, y ya
sabes que a estos alemanes no les gusta comer tan
tarde. Mientras conduzco por las callejuelas de
Múnich, le comento a Rocio lo que me está
ocurriendo con Flyn.
—No me tomes a mal lo que te voy a decir —
contesta—, pero siempre he creído que tanto tú
como Peter tenéis demasiado sobreprotegido y
mimado a Flyn. Es un niño que, antes de decir lo
que quiere, ya se lo estáis dando. Se ha
acostumbrado a salirse siempre con la suya, y
ahora...
—Ahora se está pasando con nosotros. En
especial, conmigo —finalizo yo la frase consciente
de que mi amiga tiene razón.
—Seré bruta y chapada a la antigua, o quizá es
que en el ejército he aprendido disciplina, pero un
bofetón a tiempo evita muchas tonterías, ¿no
crees?
—No... ¿Cómo le voy a pegar?
Rocio suspira. Yo resoplo, y finalmente ella
dice:—
Mira, La, entiendo que darle un guantazo a
un muchacho que ya es más alto que tú no debe de
ser muy agradable, pero no puedes permitir que se
siga pasando contigo.
—Ni se me ocurriría pegarle.
—¿Peter sabe lo mal que te habla? —Niego con
la cabeza y ella pregunta—: ¿Y por qué?
—Porque Peter tiene mucho trabajo y no quiero
agobiarlo más de lo que está. Pero últimamente
estoy volviendo a ver en Flyn al niño tirano que
conocí hace años y que me lo hizo pasar tan mal, y
eso me asusta.
Rocio me toca la cabeza. Sabe que soy una mujer
fuerte, pero para los niños soy una sensiblona.
—Eres la mejor madre que Flyn podrá tener en
la vida —murmura—, y ese mocoso coreano
alemán algún día se dará cuenta. Eso nunca lo
dudes, ¿vale?
Asiento y sonrío.
Cuando llegamos a la tienda donde Rocio tiene
que recoger el vestido, se lo prueba enseguida.
—Te queda de infarto.
Rocio es un pibón de tía. Es más alta que yo, y su
cuerpo está perfectamente proporcionado.
—¡Qué envidia! —mascullo mientras observo
su cintura.
Ella me mira, levanta las cejas y pregunta:
—¿Envidia de qué?
Me pongo en pie junto a ella, me coloco de
perfil y, levantándome la camisa, murmuro:
—Tras la cesárea de Hannah, no me quito esta
morcillita. Los kilos se niegan a marcharse haga lo
que haga y, claro, luego veo esas fotos de famosas
que, recién paridas, parece que están de pasarela y
me pregunto cómo lo hacen.
—Mira que eres exagerada —replica ella,
pone la mano en mi hombro y añade—: Pues que
sepas que yo te veo estupenda y, en cuanto a esas
famosas, imagino que habrá de todo, las que se
operan y las que por gracia divina se recuperan en
un abrir y cerrar de ojos. Pero, asúmelo, las
humanas somos aquéllas a las que tras un
embarazo nos quedan estrías, tripita, etcétera,
etcétera.
Suspiro y sonrío.
—Tienes razón. Pero me da tanta envidia
contemplar esos posados recién paridas y verlas
tan estupendas...
—Fotoshop, querida... ¡Fotoshop!
Ambas nos partimos de risa por esa increíble
verdad y, tras mirarme al espejo, admito:
—Lo cierto es que a Peter le gusta mi
morcillita. Le encanta tocarla y mofarse de que él
y sólo él ha creado esa nueva curva en mi cuerpo.
—Pues si está encantado con ello, ¡no te
martirices!
Eso me hace sonreír. En ocasiones, las mujeres
nos preocupamos por verdaderas chorradas
cuando hay cosas más importantes y terribles en la
vida que por desgracia no tienen solución.
—Tienes razón —digo encogiéndome de
hombros—. ¡Viva mi morcillita!
Cuando Rocio paga el vestido, salimos de la
tienda y rápidamente cogemos mi coche. Con
soltura, conduzco hasta llegar al restaurante donde
están nuestros maridos.
Al entrar en la trattoria, los veo sentados al
fondo. Sin duda, son una delicia para la vista. Uno
rubio y otro moreno, a cuál más guapo y atractivo.
Al vernos, ellos se levantan y sonríen. Como
siempre, tanto Rocio como yo somos conscientes de
que las miradas de las mujeres se clavan en
nosotras y, como siempre también, disfrutamos de
las atenciones de nuestras parejas.
Peter me retira la silla para que me siente, me
besa en el cuello y pregunta:
—¿Sigues enfadada conmigo?
Yo lo fulmino con mi cara de «te voy a matar»
y, cuando se sienta, murmuro con una sonrisa:
—Gilipollas.
Al oírme, mi amor sonríe. Cada dos por tres
me dice que soy una malhablada, pero en
momentos como ése se lo toma tan a risa como yo.
Pobre hombre..., no le queda otra.
Cuando el camarero viene a tomar la comanda,
decido comenzar con una ensalada. Sorprendido,
pues lo verde no es lo mío, Peter me mira.
—Tienes crostini de mozzarella y tomates
secos —dice—; ¿no quieres? —Yo niego con la
cabeza y Peter insiste—: La, cariño, ¿por qué?
Sin necesidad de hablar, me señalo la
morcillita que indiscretamente se marca en mi
tripa, y él sonríe y mira al camarero.
—Por favor —dice—, cambie la ensalada de
mi mujer por unos crostini de mozzarella y tomates
secos.
Lo miro boquiabierta. Voy a protestar cuando
él me besa y murmura:
—Eres preciosa, pequeña. Eso nunca lo dudes.
Sonrío. Es que me lo comería a besos de lo
guapo que es y, sin importarme quién nos mire, me
acerco a él y lo beso. Amo, adoro, muero por mi
amor...
Eric se separa entonces de mí y añade:
—Por cierto, aun a riesgo de que me mates,
antes de que se me olvide, esta tarde tengo un par
de reuniones y no sé a qué hora voy a terminar. Por
tanto, no me esperes para cenar.
—¡¿Otra vez?!
—Lali, ¡es trabajo, no diversión! —responde
molesto.
¡Mierda! Cómo me joroba que me diga eso.
Vale..., ser el jefazo y dueño de una empresa
exitosa como Müller requiere muchas horas, pero
¿por qué no delega un poquito en otras personas
como hacía antes?
Yo quiero que Peter me preste la misma
atención que al principio de nuestra relación, soy
así de romántica y tonta, pero nada, ¡imposible! Y
ahora, con los niños, nuestro tiempo solos se
limita cada día más y más. Sin embargo, como no
tengo ganas de protestar como en otras ocasiones,
simplemente digo:
—De acuerdo.
Peter me vuelve a besar y yo, que no quiero
desaprovechar ese momento, lo disfruto y sonrío.
Durante la comida los cuatro bromeamos y
hablamos de nuestros hijos. Sin duda, es el tema
estrella entre nosotros. Pablo y Rocio hablan de
Sami, y nosotros, de Flyn, Peter jr y Hannah. Si
alguien nos grabara mientras lo hacemos, luego
nos partiríamos al ver las caras de tontos y las
risas que nos echamos a costa de ellos.
Acabados los primeros platos, el camarero se
los lleva, y de pronto oigo a mi espalda:
—Peter... Peter Lanzani, ¿eres tú?
Oír la voz de una mujer mencionando el
nombre de mi marido, me hace mirar cuando veo a
mi alemán volverse y, tras un segundo de sorpresa,
murmurar mientras se levanta:
—Natalie.
Se abrazan y yo los observo. ¿Quién es esa
mujer morena?
El abrazo es demasiado largo para mi gusto. Si
hago yo eso con un tío que Peter no conoce,
explota. Aun así, sin ganas de polemizar, sonrío
mientras su gesto me sorprende. Su sonrisa, a
excepción de conmigo, pocas veces es tan amplia,
y su manera de mirar a esa mujer me incomoda.
Pero ¿quién es ella?
La escaneo en profundidad: morena, de edad
parecida a la de Peter, pelo largo como yo, alta,
delgada, estilosa a la par que sexi, con unos ojos
verdes impresionantes y, por supuesto, sin
morcillita a la vista. Sin lugar a dudas, es una
mujer muy guapa, vamos, de esas que ves en los
anuncios de televisión, y me jode decir que sin
Fotoshop.
Estoy obcecada mirándola cuando oigo que mi
amor pregunta:
—Pero ¿qué haces en Múnich?
—Trabajo.
—Te hacía en Chicago.
¿Cómo que la hacía en Chicago? Pero, vamos a
ver, ¿qué es eso de que la hacía en Chicago?
La mujer levanta una mano y, tocándole la
mejilla a mi alemán, murmura:
—Ay, Peter..., qué bien te veo.
—Y yo a ti, Nati.
¡¿Nati?! ¡¿Nati?!
Uf..., comienza a picarme el cuello.
Los dos se miran..., se miran..., se miran y,
cuando estoy a punto de armar la marimorena, oigo
a la tal Natalie susurrar:
—Bollito...
Bueno..., bueno..., bueno... ¡¿«Bollito»?!
¿Lo ha llamado «bollito»?
¿Cómo que «bollito»?
Y, acto seguido, con demasiada familiaridad,
añade con voz seca:
—Cuánto me he acordado de ti, mi amor.
¡Me da!
Ay, que me da un jamacuco.
¿Qué es eso de que se ha acordado de él y de
llamarlo «mi amor»?
Observo a Peter. Su mirada intensa me enferma.
Él y sus miradas.
Vale... Vale... Vale...
Respira, Lali..., respira, que te conozco y
¡aquí arde Troya!
Mi nivel de tolerancia se resquebraja por
segundos y de pronto siento que esos dos me tocan
los ovarios, por no decir otra cosa más vulgar. Me
acaloro. Me pica el cuello.
El corazón me va a mil cuando noto la mano de
Rocio por debajo de la mesa.
Ella sabe lo que siento en ese instante, y con
los ojos me pide tranquilidad. Por eso, con una
más que falsa sonrisa, la miro para hacerle saber
que estoy bien, jodida pero bien.
Tras unos segundos en los que aquellos dos se
contemplan, se sonríen y se comunican con la
mirada, y que se me hacen terriblemente
interminables, Peter se vuelve hacia mí y dice:
—Natalie, quiero presentarte a mi mujer
Lali.
¡¿Cómo?!
¿Por qué no dice ahora aquello de «preciosa y
encantadora mujer» como hace siempre ante todo
el mundo, en especial con los hombres? Uf..., uf...
Mis ojos negros y los ojos verdes de la mujer
conectan, cuando de pronto ella cambia totalmente
su gesto y su actitud y, llevándose la mano a la
boca, dice, al tiempo que se aparta de Peter para
acercarse a mí:
—Ay, Dios mío, perdón... Perdón..., no sabía
que Peter estuviera casado —y, cogiéndome la
mano, insiste—: Por Dios, Lali, no he querido
incomodarte con mis desafortunados comentarios.
Mi corazón bombea con fuerza y, sin querer
recrear la matanza de Texas en ese restaurante,
intento esbozar una sonrisa.
—No, no pasa nada —murmuro.
—Claro que pasa —insiste ella—. Me siento
avergonzada.
La claridad de sus palabras me hace sonreír y,
bajando mi nivel de cabreo, afirmo:
—De verdad, Natalie, no pasa nada.
Acto seguido, Peter me agarra por la cintura y
me acerca a él.
—Natalie —dice—, Lali es todo lo que un
hombre querría para sí y, por suerte, yo la
encontré, la enamoré y la convencí para que se
casara conmigo.
Esa declaración de amor me hace sonreír de
nuevo.
Dios..., ¡qué tonta soy!
—Ellos son Pablo y Rocio, unos buenos amigos
—presenta Peter.
—Encantada —dice sonriendo la tal Natalie
y, a continuación, pregunta—: ¿También sois
pareja?
Tras agarrar la mano de Rocio, Pablo asiente y
afirma besándole los nudillos:
—Sin lugar a dudas.
Rocio sonríe. Yo también lo hago cuando
Natalie, volviéndose hacia una mujer rubia que
espera pacientemente tras ella, dice:
—Ella es Fabiola, me ayuda en la productora.
—¡¿Productora?! —exclama Peter.
—Sí..., sí..., ¡lo logré! —aplaude ella mirando
a mi amor—. Tengo mi propia productora.
—Siempre fuiste decidida y emprendedora —
murmura mi gilipollas particular. Ella asiente, saca
de su bolso una tarjeta, que le entrega, y Peter
afirma—: Tenías claro lo que querías y fuiste a por
ello. Eso siempre me gustó de ti, Nati.
¿Que eso siempre le gustó de ella?
Oy..., oy..., oy... ¿A que cojo la copa de vino
que tengo delante y se la estampo?
Pero, como no quiero volver a cabrearme,
sonrío cuando Peter pregunta:
—¿Ha venido Félix contigo?
—Por supuesto, pero ha ido a visitar a un
colega de una de sus clínicas veterinarias mientras
yo hacía unas compras —dice Natalie riendo e
indicando unas bolsas que lleva en las manos.
Todos sonreímosy entonces ella ve que un
hombre le hace señas y dice:
—Tengo que dejaros. He de cumplir un
encargo de mi marido. —Y, mirándome a mí
directamente, pregunta—: ¿Comemos otro día?
Yo asiento, y Peter le da una tarjeta de la
empresa.
—Llámame y comeremos —le dice.
Natalie coge la tarjeta y la mira.
—¿Presidente y director de Müller? —
pregunta. Peter asiente, y ella murmura a
continuación con una encantadora sonrisa—: Creo
que tenemos que contarnos muchas cosas.
—Sin duda —afirma Peter.
De nuevo sonrisitas tontas cuando la mujer me
mira y dice:
—Ha sido un placer, Lali.
—Lo mismo digo.
Instantes después, se marcha con la rubia
detrás de ella y, cuando veo que Peter la sigue con
la mirada, pregunto mientras me siento:
—¡¿«Bollito»?!
Pablo sonríe, Rocio también, pero Peter, que me
conoce, no lo hace.
—¿Quién es Natalie y por qué nunca me has
hablado de ella? —insisto.
—Uy..., uy..., uy..., que recojan los cuchillos,
que me conozco a esta española —se mofa Pablo.
—¡Cállate, tonto! —protesta Rocio , que imagino
que piensa lo mismo que yo.
Peter sonríe —¡¿a que le doy un sopapo?!—, y
Pablo pregunta entonces:
—¿Es la Natalie que creo?
Mi marido asiente y, al ver que lo miro a la
espera de que me aclare quién es, responde:
Natalie fue mi novia durante mis años de
estudiante en la universidad.
—Anda..., qué interesante —me mofo.
Al oír mi tono, Peter deja de sonreír y sisea:
—Creo que Benjamin fue tu novio durante unos
años. Eso me hace sonreír con malicia a mí, y
respondo:
—No fue mi novio, y siempre supiste de él.
Nunca te oculté nada.
—Ni yo a ti.
—¡Ja! Permíteme que me ría, ¡bollito!, pero
nunca había oído hablar de Nati —replico con
sorna.
Veo que Pablo y Rocio se miran. Están
empezando a sentirse incómodos, y ella dice:
—Haya paz. Todos tenemos ex en nuestras
vidas, ¿no?
—Sí, pero los míos, cuando me ven —añado
hiriente—, no me llaman ¡«bollito»!, ni me dicen
lo mucho que se han acordado de mí, y mucho
menos yo los miro con cara de atontada.
Peter, al que le estoy tocando las glándulas, y se
las sé tocar muy bien, me mira con gesto serio.
—Natalie fue la novia con la que hice mi
primer trío y conocí el mundo swinger —explica
—. Después de aquello, conoció a Félix, se
marchó a vivir a Estados Unidos con él y fin de la
historia hasta hace diez minutos, que nos hemos
visto por primera vez en muchos años. ¿Algo más?
Ese «¿Algo más?» me hace saber que, si sigo,
voy a arruinar la comida. Así pues, miro el plato
que tengo delante, sonrío y murmuro:
—Mmm..., qué buena pinta tiene esto.
—Sí. Tiene una pinta estupenda —afirma Rocio
para echarme un cable.
Y, sin más, empiezo a comer como si no
hubiera mañana.
La comida continúa y, por desgracia, la tensión
se queda en el ambiente. Si algo hacemos Peter y
yo, aparte del amor, es discutir; ¡qué bien se nos
da!
Con disimulo, lo observo y veo que él no mira
ni una sola vez hacia el lugar donde está la mujer.
Cuando acabamos de comer, nos levantamos,
nos despedimos y nos marchamos. Él regresa a
Müller para seguir con su trabajo, Pablo y Rocio se
van a por Sami al colegio, y yo vuelvo sola a casa.
Menudo rollo.
Nada más abrir la puerta, oigo gritos. Son
Simona y Flyn. Rápidamente dejo las bolsas que
llevo y corro a la cocina.
—He dicho que no quiero leche —está
diciendo Flyn cuando entro—. ¿En qué idioma te
lo digo para que lo entiendas?
—Pero, hijo, si yo sólo te lo decía por...
—Me importa una mierda lo que me digas.
—¡Flyn! —grito al ver cómo le habla a
Simona.
La mujer, al verme, suspira.
—Tranquila, Lali. No pasa nada.
Pero, oh, sí..., ¡sí que pasa! ¿A que le doy un
guantazo, como decía Rocio?
Ese mocoso se está pasando cada día más. Lo
miro y gruño:
—Pídele disculpas a Simona ahora mismo si
no quieres que te caiga un gran castigo por ser tan
desagradable con ella.
El crío me observa con su mirada de «¡te voy a
comer!», pero a mí no me impresiona. Durante
varios segundos me vuelve a retar hasta que
finalmente, cambiando el gesto, dice:
—Lo siento, Simona.
La mujer sonríe. ¡Qué buena es! Para ella, Flyn
y mis niños son sus nietos, y los quiere tanto o más
que mi padre.
Molesta por la actitud del chaval, siseo:
—Ahora vete a tu habitación, ¡ya!
Sin mirarme, Flyn sale de la cocina, y Simona
pregunta:
—Pero ¿qué le ocurre?
—La adolescencia y las hormonas
revolucionadas son muy malas, Simona —
murmuro sentándome a la mesa—, y sin lugar a
dudas Flyn lo está llevando fatal.
Ambas nos miramos y asentimos. Menuda nos
ha caído con el jovencito.
Una hora después, recibo un mensaje de Peter
para recordarme que llegará tarde. Eso me enfada
aún más de lo que ya estoy, pero lo asumo.
Sé todo el trabajo que tiene y no quiero pensar
en la mujer que lo ha llamado ¡«bollito»!
Dos horas después, y con la ayuda de Pipa
para dar de cenar a Peter y a Hannah y acostarlos,
voy a la habitación de Flyn. No ha aparecido en
toda la tarde y es la hora de cenar. Al acercarme a
su cuarto, oigo la música de los Imagine Dragons,
el grupo preferido de mi hijo, y, tras dar dos
golpecitos en la puerta, abro y lo veo tirado en la
cama mirando el techo.
Entro en la habitación y, al ver que no me mira,
comienzo a tararear la canción que suena, que no
es otra que Radioactive.[3] Aún recuerdo el día
que fuimos a comprar el CD Flyn y yo, cómo la
cantamos en el coche a pleno pulmón cuando
regresábamos.
En ello estoy cuando él se levanta de su cama,
para la música y me mira.
—¿Qué quieres? —pregunta.
Vale..., sigue enfadado. No tengo ganas de
discutir, así que digo:
—La cena está en la mesa. ¿Vienes?
—No tengo hambre.
Su tono cortante es igualito que el de Peter.
Cada día se parece más a él y, deseosa de un poco
de calor humano, digo acercándome a él:
—Venga, Flyn. Baja conmigo a cenar. Peter
llegará tarde y no quiero cenar sola. —Al ver que
me mira, pongo cara de perro pachón y murmuro
con voz de niña—: Porfi..., porfi..., porfi... No
quiero cenar solita.
Finalmente, el crío sonríe. Qué guapo está
cuando lo hace.
—De acuerdo —suspira.
Encantada, le doy un beso en la mejilla y,
cuando va a protestar por mi demostración de
afecto, lo miro y cuchicheo:
—Soy tu madre y quiero besarte.
De nuevo sonríe. Aisss, que me lo
comoooooooo.
La cena, a pesar del mal inicio con Flyn, es
amena. Por unos minutos, mi hijo vuelve a ser el
charlatán que disfruta conmigo hablando de
música. Se ha enterado de que los Imagine
Dragons van a actuar en Alemania e intenta
persuadirme para que lo lleve al concierto.
Durante varios minutos digo que no, pero
finalmente el chaval consigue el sí. Sin lugar a
dudas, Mel tiene razón: soy demasiado blandita
con él, y puede conmigo.
Una vez terminada la cena, nos sentamos los
dos en el sillón con mi portátil y, sin dudarlo,
compro dos entradas online para él y para mí. A
Peter, ni preguntarle; a él no le gustan los Imagine
Dragons. En cuanto Flyn por fin consigue su
propósito, me abraza, me besa y yo sonrío como
una tonta.
¡Anda que no sabe hacerme bien la rosca
cuando quiere!
Cuando se va a la cama porque al día siguiente
tiene instituto, me quedo viendo la televisión, pero
como me aburre, entro en Facebook y me pongo a
charlar con mis amigas las Guerreras Maxwell. Un
grupo divertido y ocurrente donde siempre
encuentro alegría y positividad.
A las once decido marcharme a mi habitación,
paso para ver a los niños y los tres duermen. Feliz
por ver a mis polluelos tan bonitos, me voy a la
cama. Sobre mi mesilla tengo un libro que habla
de un bombero y una fotógrafa que me ha
recomendado una madre del colegio de Sami y
decido leer mientras llega Peter.
A las once y veinte, la puerta de la habitación
se abre. Entra mi guapo marido y lo miro con
deleite. Él se acerca a mí y me da un beso, pero no
dice nada.
No me jorobes que encima viene enfadado...
A través del espejo observo cómo se desanuda
la corbata, se desabotona la camisa y, cuando se la
quita y la tira sobre la silla, dice mirándome:
—La..., hoy no me gustó tu comportamiento en
el restaurante tras aparecer Natalie.
Bueno..., bueno..., bueno..., mi amor tiene la
nochecita rumbosa, y lo malo es que yo soy
proclive a tenerla también. Así pues, cierro el
libro y lo miro.
—A mí tampoco me gustó ver lo que vi —
replico.
Ea..., ya le he dado la respuesta que quería. Me
ha buscado y me ha encontrado.
¡A discutir!
Peter frunce el ceño —malo..., malo...— y,
desabrochándose el cinturón, sisea:
—¿Y qué viste?
Consciente de lo que he dicho, dejo el libro
sobre la mesilla y respondo:
—Pues vi a Peter Lanzani reencontrarse con
un viejo amor que lo llamaba «bollito» y que lo
dejó atontado y babeando como un crío. Eso es lo
que vi. Y, sí, estoy celosa, ¡lo admito!
Su gesto no cambia. Eso me hace presuponer
que no ando muy desacertada, y me enveneno aún
más cuando dice:
—Te expliqué quién era Natalie. ¿A qué viene
esa tontería?
Con más ganas de discutir que él, sonrío con
malicia. Sé que esa sonrisita mía a Peter lo
enferma, pero dispuesta a enfermarlo como él me
enferma a mí, pregunto:
—¿Félix es su marido?
—Sí —dice, y con gesto contrariado pregunta
—: ¿A qué viene hablar de su marido?
—¿Te dejó por él?
Según digo eso, me doy cuenta de que me estoy
pasando no tres pueblos, sino veintitrés.
¡Madrecita, qué bocazas soy!
El pecho de Peter se hincha; sin duda me va a
soltar el mayor bufido de la historia, pero de
pronto, tal como se hincha se deshincha y,
mirándome, murmura:
—Sí.
Asiento... Me pica el cuello pero no me lo
rasco y, aunque mi parte de cotilla quiere saber,
hay otra parte de mí que me grita que no pregunte,
¡que cierre el pico!
Peter continúa desnudándose en silencio. La
incomodidad se palpa en el ambiente y eso me
enerva. ¿Por qué hablar de esa mujer nos está
originando semejante mal rollo?
Dos segundos después, se mete en la cama y
me abraza.
—Deja de pensar cosas raras, que te conozco,
La —susurra.
No me muevo. Decido no hablar, pero pasados
cinco segundos no puedo continuar callada, y
siseo:—
Pienso lo que tú me das que pensar.
Deberías haber visto tu cara de tonto al mirar a esa
mujer, a... a... Nati.
—La...
—Y ya cuando le dijiste eso de «Eso siempre
me gustó de ti» o eso otro de «decidida y
emprendedora» y os comíais con los ojos, te juro,
Peter , que... que...
Lo oigo reír. Su mal humor ya se ha esfumado
—¡lamadrequeloparió!—, e insiste:
—Basta, cariño..., no veas fantasmas donde no
los hay.
—Pero...
Mi amor me pone un dedo en la boca para
acallarme y, mirándome a los ojos, dice:
—Te quiero, Lali. No te envenenes con tus
pensamientos. Natalie es una mujer de mi pasado,
al igual que en tu vida hay hombres. Y ahora, creo
que es mejor que lo dejemos aquí.
No digo más. Dejo que Peter apague la luz y
decido no preguntar si la va a llamar para recordar
ese pasado. Mejor me callo.

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