Cuando Rocio fue a buscar a Sami al colegio, la
pequeña corrió hasta ella y, con un gesto precioso,
murmuró:
—Mami, ¿se puede venir Pablo al parque?
Tras darle un beso a su rubita, Rocio vio llegar
corriendo a Pablo. Miró a los niños y respondió:
—Primero tenemos que ver si la mamá de
Pablo no tiene que hacer otra cosa.
En ese instante llegó Louise, la madre del niño,
y tras oír eso respondió:
—Genial. ¡Todos al parque!
Diez minutos después, Rocio y la madre del
pequeño estaban sentadas en un banco viendo
jugar a sus hijos cuando a Louise le sonó el
teléfono móvil.
—Discúlpame un segundo —dijo.
Acto seguido, sin importarle que Rocio pudiera
oírla, comenzó a discutir y a decir cosas horribles.
Cuando terminó y cerró el móvil, miró a Rocio y
comentó:
—Mi marido y yo vamos de mal en peor.
—Vaya..., lo siento.
Rocio no quiso decir más. Cuanto menos se
metiera uno en los problemas de las parejas,
mejor. Pero Louise añadió:
—Tres años de novios, seis de casados y,
ahora que todo nos va bien y tenemos un hijo
precioso, le descubro en el ordenador unas fotos
de una fiestecita con sus colegas de bufete, con
unas prostitutas, que me han dejado sin habla.
Boquiabierta, Rocio le cogió las manos y
preguntó:
—¿Estás bien?
Louise negó con la cabeza y los ojos se le
llenaron de lágrimas.
—No —murmuró—. No estoy bien, pero tengo
que estarlo por Pablo. De pronto, siento que mi
vida tiene que dar un cambio brusco, pero... no sé
cómo hacerlo. Nunca imaginé que algo así me
pudiera pasar. Johan estaba tan enamorado de mí...
—Acto seguido, añadió con rabia—: Aún
recuerdo lo ilusionados que estábamos el día que
comenzó a trabajar en ese maldito bufete de
abogados.
Eso llamó la atención de Rocio, que preguntó:
—¿Tu marido es abogado?
Louise asintió y luego siseó con cierto retintín:
—Sí. Trabaja para Heine, Dujson y Asociados.
Un bufete lleno de demonios con cara de angelitos
que han conseguido que nos pase esto.
Sorprendida, Rocio la miró. Aquel bufete era al
que Poli intentaba acceder como socio
mayoritario.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
—Porque van de moralistas, de defensores de
la vida en familia y el matrimonio, pero luego no
predican con el ejemplo — contestó Louise con la
mirada perdida—. Esos malditos abogados tienen
una doble vida llena de vicios y corrupción; eso
sí, visto desde fuera son perfectos maridos y
padres, y sus mujeres acceden a todo con tal de
seguir viviendo como auténticas reinas.
Rocio la escuchaba incrédula. Si aquello era
verdad, Poli debería saberlo. Al ver que Louise
se limpiaba los ojos con un pañuelo, repitió:
—De verdad que lo siento.
Louise asintió mientras se secaba las lágrimas
y, tras coger fuerzas, afirmó:
—Yo también lo siento, pero estoy en ese
momento en el que no veo salida. Johan vive su
vida y pretende que yo sea la perfecta mujercita
que lo espere en casa rodeada de niños, como lo
son otras del bufete. Pero si hasta he tenido que
dejar de ver a mis amigas para salir con esas
mujeres.
—Pero ¿lo has hablado con él?
Louise asintió abatida.
—Sí. Aunque de nada sirve. Johan dice que
ésta es ahora nuestra vida y, si hablo de divorcio,
me amenaza con que se quedará con Pablo. Me lo
quitará.
Al oír eso,Rocio se sintió muy apenada y, sin
saber qué decir, la abrazó. Así estuvieron unos
segundos, hasta que se separaron. Rocio omitió que
Poli ansiaba pertenecer a aquel selecto bufete de
abogados y, en cambio, dijo:
—Escucha, Louise, no somos íntimas amigas,
pero quiero que sepas que me tienes para todo lo
que necesites.
La aludida sonrió.
—Gracias.
Estaban hablando de ello cuando Rocio oyó el
llanto de Sami y, al mirar, la vio caída en el suelo.
Rápidamente ambas se levantaron y corrieron
hacia ella, pero mientras llegaban un muchacho
con monopatín y un perro pequeño se agachó junto
a la niña para atenderla.
Cuando Rocio llegó hasta Sami y ya estaba
abriendo su bolso para ponerle una tirita de
princesas, la niña dejó de llorar y empezó a
acariciar al perro.
—Es muy suavecita —dijo—. ¿Cómo se
llama?
—Leya —respondió el muchacho—. Y está
encantada de que la toques; ¿ves cómo le gusta?
Pero si lloras, se asusta y llora ella también.
Sami sonrió y, mirando a su madre, que la
observaba sorprendida, dijo:
—Mami, quiero un perrito como Leya.
Agachándose para levantar a la pequeña del
suelo, tras ver que había sido una simple caída
mientras corría,Rocio respondió:
—Lo pensaremos, ¿vale?
La niña asintió, dio media vuelta y corrió para
alcanzar a Pablo, que se subía a un tobogán. Feliz
porque no hubiera sido nada, Rocio le dio las
gracias al muchacho por el detalle y se encaminó
de nuevo al banco del brazo de Louise. Los niños
tenían que jugar.
Esa noche, cuando Sami vio a su papi, le pidió
encarecidamente un perrito. Su mascota, un
hámster llamado Peggy Sue, había muerto meses
antes, y Poli, tras contarle un cuento y arroparla,
se lo prometió. Lo que no dijo fue ni cuándo, ni
cómo.
pequeña corrió hasta ella y, con un gesto precioso,
murmuró:
—Mami, ¿se puede venir Pablo al parque?
Tras darle un beso a su rubita, Rocio vio llegar
corriendo a Pablo. Miró a los niños y respondió:
—Primero tenemos que ver si la mamá de
Pablo no tiene que hacer otra cosa.
En ese instante llegó Louise, la madre del niño,
y tras oír eso respondió:
—Genial. ¡Todos al parque!
Diez minutos después, Rocio y la madre del
pequeño estaban sentadas en un banco viendo
jugar a sus hijos cuando a Louise le sonó el
teléfono móvil.
—Discúlpame un segundo —dijo.
Acto seguido, sin importarle que Rocio pudiera
oírla, comenzó a discutir y a decir cosas horribles.
Cuando terminó y cerró el móvil, miró a Rocio y
comentó:
—Mi marido y yo vamos de mal en peor.
—Vaya..., lo siento.
Rocio no quiso decir más. Cuanto menos se
metiera uno en los problemas de las parejas,
mejor. Pero Louise añadió:
—Tres años de novios, seis de casados y,
ahora que todo nos va bien y tenemos un hijo
precioso, le descubro en el ordenador unas fotos
de una fiestecita con sus colegas de bufete, con
unas prostitutas, que me han dejado sin habla.
Boquiabierta, Rocio le cogió las manos y
preguntó:
—¿Estás bien?
Louise negó con la cabeza y los ojos se le
llenaron de lágrimas.
—No —murmuró—. No estoy bien, pero tengo
que estarlo por Pablo. De pronto, siento que mi
vida tiene que dar un cambio brusco, pero... no sé
cómo hacerlo. Nunca imaginé que algo así me
pudiera pasar. Johan estaba tan enamorado de mí...
—Acto seguido, añadió con rabia—: Aún
recuerdo lo ilusionados que estábamos el día que
comenzó a trabajar en ese maldito bufete de
abogados.
Eso llamó la atención de Rocio, que preguntó:
—¿Tu marido es abogado?
Louise asintió y luego siseó con cierto retintín:
—Sí. Trabaja para Heine, Dujson y Asociados.
Un bufete lleno de demonios con cara de angelitos
que han conseguido que nos pase esto.
Sorprendida, Rocio la miró. Aquel bufete era al
que Poli intentaba acceder como socio
mayoritario.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
—Porque van de moralistas, de defensores de
la vida en familia y el matrimonio, pero luego no
predican con el ejemplo — contestó Louise con la
mirada perdida—. Esos malditos abogados tienen
una doble vida llena de vicios y corrupción; eso
sí, visto desde fuera son perfectos maridos y
padres, y sus mujeres acceden a todo con tal de
seguir viviendo como auténticas reinas.
Rocio la escuchaba incrédula. Si aquello era
verdad, Poli debería saberlo. Al ver que Louise
se limpiaba los ojos con un pañuelo, repitió:
—De verdad que lo siento.
Louise asintió mientras se secaba las lágrimas
y, tras coger fuerzas, afirmó:
—Yo también lo siento, pero estoy en ese
momento en el que no veo salida. Johan vive su
vida y pretende que yo sea la perfecta mujercita
que lo espere en casa rodeada de niños, como lo
son otras del bufete. Pero si hasta he tenido que
dejar de ver a mis amigas para salir con esas
mujeres.
—Pero ¿lo has hablado con él?
Louise asintió abatida.
—Sí. Aunque de nada sirve. Johan dice que
ésta es ahora nuestra vida y, si hablo de divorcio,
me amenaza con que se quedará con Pablo. Me lo
quitará.
Al oír eso,Rocio se sintió muy apenada y, sin
saber qué decir, la abrazó. Así estuvieron unos
segundos, hasta que se separaron. Rocio omitió que
Poli ansiaba pertenecer a aquel selecto bufete de
abogados y, en cambio, dijo:
—Escucha, Louise, no somos íntimas amigas,
pero quiero que sepas que me tienes para todo lo
que necesites.
La aludida sonrió.
—Gracias.
Estaban hablando de ello cuando Rocio oyó el
llanto de Sami y, al mirar, la vio caída en el suelo.
Rápidamente ambas se levantaron y corrieron
hacia ella, pero mientras llegaban un muchacho
con monopatín y un perro pequeño se agachó junto
a la niña para atenderla.
Cuando Rocio llegó hasta Sami y ya estaba
abriendo su bolso para ponerle una tirita de
princesas, la niña dejó de llorar y empezó a
acariciar al perro.
—Es muy suavecita —dijo—. ¿Cómo se
llama?
—Leya —respondió el muchacho—. Y está
encantada de que la toques; ¿ves cómo le gusta?
Pero si lloras, se asusta y llora ella también.
Sami sonrió y, mirando a su madre, que la
observaba sorprendida, dijo:
—Mami, quiero un perrito como Leya.
Agachándose para levantar a la pequeña del
suelo, tras ver que había sido una simple caída
mientras corría,Rocio respondió:
—Lo pensaremos, ¿vale?
La niña asintió, dio media vuelta y corrió para
alcanzar a Pablo, que se subía a un tobogán. Feliz
porque no hubiera sido nada, Rocio le dio las
gracias al muchacho por el detalle y se encaminó
de nuevo al banco del brazo de Louise. Los niños
tenían que jugar.
Esa noche, cuando Sami vio a su papi, le pidió
encarecidamente un perrito. Su mascota, un
hámster llamado Peggy Sue, había muerto meses
antes, y Poli, tras contarle un cuento y arroparla,
se lo prometió. Lo que no dijo fue ni cuándo, ni
cómo.
Ohh Ojalá ayuden a la louise
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