viernes, 20 de noviembre de 2015
EPILOGO
Igual
que mi hermana tuvo un divorcio exprés, organiza una
boda
exprés.
En
agosto, toda la familia nos reunimos en Villa Morenita y
celebramos
un buen bodorrio por todo lo alto, al que unimos el
bautizo
del pequeño PETER . Decidimos hacerlo todo junto. Volver
a
reunir a todos los asistentes no es fácil y no queríamos que faltara
nadie.
En
esta ocasión, unimos a México con España en una boda y
en
un bautizo Alemania con España. Los amigos de mi padre se
ríen
y dicen que nuestra familia es como la ONU.
La
madre de Dexter y éste cantaron rancheras y mi padre,
con
el Bicharrón, se arrancaron por bulerías. Ni qué decir tiene
que
cuando la Pachuca entró por rumbitas, allí se organizó la
marimorena
y bailó hasta el apuntador.
Pero
¡qué guasa tenemos los españoles!
Todos
lo pasamos de vicio y CANDE es locamente feliz. Se lo
merece.
De nuevo es una mujer casada, enamorada de un
hombre
que le corresponde como merece, y con perspectivas de
vivir
en España. Concretamente en Madrid. VICTORIO lo está
organizando
todo para su traslado. Lo primero son ella y su
bebé.
Nunca lo dudó.
Mi
padre no cabe en sí de gozo. Está orgulloso de sus niñas y
de
sus yernos. Según él, PETER y VICTORIO son dos verdaderos
hombres
que se visten por los pies, responsables y juiciosos.
¡Toma
ya!
Sólo
hay que verle la cara para saber que por fin es tremendamente
feliz.
Nos falta mamá, pero sabemos que desde el cielo
disfruta
de nuestra felicidad y es tan dichosa como nosotros.
EUGE
y NICO, junto con el pequeño Glen, acudieron desde
Suiza.
Están bien y felices y yo me río con EUGE cuando me
cuenta
que en Suiza ya han encontrado con quién jugar.
PABLO
vino solo. Pero solo, lo que se dice solo, estuvo cinco
minutos.
Las amigas de mi hermana y las mías babean ante el
dandy
alemán. Han caído todas bajo su influjo y él tiene para
todas.
¡Increíble lo de PABLO!
Sonia
se presentó con su nuevo ligue, un hombre más joven
que
ella. Está claro que quiere seguir disfrutando de la vida y del
amor
y que nada, ni las miradas en ocasiones reprobadoras de
su
hijo, la pararán. Como ella dice siempre: ¡Vive y deja vivir!
A
PETER le ha costado, pero por fin lo ha entendido.
¡La
vida sólo se vive una vez!
Marta
con su novio Arthur disfrutó de la juerga. Bailó hasta
quedar
agotada y en un par de ocasiones, juntas gritamos
aquello
de «¡Azúcar!».
Mientras
Susto y Calamar
correteaban por Villa Morenita.
Simona
y Norbert no daban crédito. México y España no tienen
nada
que ver con Alemania y en esa boda/bautizo quedó totalmente
manifiesto.
Dexter
y Graciela continúan su particular luna de miel. Ellos
pasan
de boda, pero estoy segura de que no tardará en llegar.
La
madre de Dexter, tras ver la boda exprés de
VICTORIO
con
mi hermana, ya sueña con la boda de su hijo. Sé que lo conseguirá
y
que allí estaremos nosotros, sus amigos, para
acompañarlos.
Flyn
y Luz siguen con su particular buen rollo. Lo que no se
le
ocurre a uno se le ocurre al otro y, a pesar de que se cargaron
la
tarta de boda al poner un petardo, se salvaron de ser castigados,
porque
explotó en la cocina y no en el salón. No quiero ni
imaginar
la que se hubiese liado si estalla ante mi hermana
CANDE
y su flamante marido. Sólo de imaginármelo me parto de
risa.
Mi niño, mi bebé precioso, mi pequeño PETER , durante la boda
fue
de mano en mano. Todos querían cogerlos a los hermosos
pequeñines
y ellos encantado. No lloraron, sino que disfrutaron, y yo más.
Así
pude gozar de la boda de mi hermana junto a mi amor. El
hombre
más maravilloso del mundo y que sé que me quiere con
locura.
Eso
sí, seguimos discutiendo. Seguimos siendo como la
noche
y el día y, continuamente, cuando uno dice blanco el otro
dice
negro. Pero como dice Malú en nuestra canción, nos
regalamos
amor y nos regalamos la vida. Sin él, mi vida ya no
tendría
sentido y sé que a él le ocurre lo mismo.
A
finales de agosto, tras pasar varios días en Jerez, PETER y yo,
junto
a Simona y Norbert, los pequeñajos y los perros regresamos
a
casa. Un poco de tranquilidad antes de comenzar el
curso
escolar y el trabajo nos vendrá bien.
Sorprendentemente
y sin que yo diga nada, PETER me pregunta
si
me he vuelto a plantear lo de trabajar para Müller.
Sinceramente,
lo he pensado, pero ahora, con mi pequeño, no
quiero.
Sé que lo haré dentro de un tiempo, cuando vaya a la
guardería,
pero de momento decido quedarme con él en casa y
disfrutarlo
antes de que crezca, salga con chicas, mire revistas
guarras
y fume porros, como dice mi hermana.
PETER
al saber mi decisión, sonríe y asiente. Eso lo hace feliz.
Una
mañana de septiembre, salimos con nuestros dos
chavalotes
a pasear por Múnich. Hace buen día y queremos
aprovecharlo.
Somos una familia y hemos planeado algo para
sorprender
a Flyn, a nuestro niño.
Desde
que el pequeño PETER llego a casa, siempre nos llama
mamá
y papá. Su felicidad es la nuestra y en más de una ocasión
nos
hemos tenido que esconder para que no nos vea emocionarnos
como
dos tontos.
Cuando
aparcamos el coche, los cinco paseamos y, con una
sonrisa
en los labios, llegamos hasta el puente de Kabelsteg,
donde
está puesto nuestro candado. Nuestro candado del amor.
PETER
y yo vamos de la mano, mientras Flyn guía el carrito con
sus
hermanos.
—Halaaaaaa,
¡cuántos candados! —dice sorprendido.
PETER
y yo nos miramos, sonreímos y, tras localizar dónde está
el
nuestro, nos paramos.
—Mira,
Flyn —le digo—. Mira qué nombres pone en ese de
arriba.
El
niño lo mira y, alucinado, pregunta:
—¿Sois
vosotros?
—Sí,
jovencito, somos nosotros —contesto, agachándome
para
estar a su altura—. Éste es uno de los puentes del amor de
Múnich
y PETER y yo hemos querido formar parte de ello.
Flyn
asiente y PETER pregunta:
—¿Qué
te parece la idea?
Él
se encoge de hombros y responde:
—Bien.
Si es un puente de enamorados, me parece bien que
estén
vuestros nombres. —Y fijándose en otros candados,
añade—:
¿Y por qué en esos candados hay otros más pequeños?
PETER,
agachándose junto a nosotros, explica:
—Esos
candados más pequeños son el fruto del amor de los
candados
grandes. Cuando las parejas han tenido hijos, los han
incluido
en ese amor.
Flyn
asiente y, mirándonos, pregunta:
—¿Hemos
venido a poner el candado de PETER?
Yo
niego con la cabeza y entonces, mi amor, sacando dos
candados
grabados más pequeñitos de su bolsillo, se los enseña
y
dice:
—Hemos
venido a colgar dos candados. Uno que pone Flyn y
otro
que pone PETER.
Él
parpadea y, emocionado, dice:
—¿Con
mi nombre también?
Yo
sonrío y, abrazándolo, contesto:
—Tú
eres nuestro hijo como lo es PETER, cariño. Si no
ponemos
los cuatros candados, nuestra familia no estará completa,
¿no
crees?
Él
asiente y murmura:
—Guayyyyy.
PETER
y yo sonreímos y, entregándole los candados, le
explicamos
cómo unirlos al nuestro. Después, tras besar todos
las
tres llaves, las tiramos al río.
Mi
rubio me mira y yo le guiño un ojo. Siempre hemos sido
una
familia, pero ahora lo somos más. Quince minutos más
tarde,
mientras Flyn corre delante de nosotros y yo guío el carrito
de
los bebés, pregunto:
—¿Eres
feliz, cariño?
PETER,
mi amor, mi Iceman, mi rubio, mi hombretón, mi vida,
me
aprieta más contra él y, besándome en la cabeza, responde:
—Como
no te puedes ni imaginar. Contigo y los niños a mi
lado
tengo todo lo que necesito en la vida.
Asiento.
Lo sé, me lo hace saber todos los días. Pero deseosa
de
intrigarlo, murmuro:
—Todo...
todo, no.
PETER
me mira.
Yo
me paro.
Echo
el freno al cochecito y, tras abrazarlo por el cuello, él
vuelve
a afirmar:
—Tengo
todo lo que quiero, pequeña, ¿a qué te refieres?
Juguetona,
lo miro y digo:
—Hay
una cosa que tú siempre has querido.
Sorprendido,
arruga el entrecejo y pregunta:
—¿El
qué?
Intentando
contener la risa, lo beso. PETER es delicioso, lo
adoro.
A escasos centímetros de su boca, susurro:
—Una
morenita.
Me
mira ojiplático.
Se
le corta la respiración.
Palidece.
Yo
me troncho de risa y, al entender mi guasa, pregunta
divertido:
—¿Tú
me quieres volver loco otra vez con las hormonas?
Le
doy un azote en el trasero y, besándolo, murmuro:
—Tranquilo,
Iceman, de momento estás a salvo, pero ¿quién
sabe?
Quizá algún día...
FIN
jueves, 19 de noviembre de 2015
CAPITULO 32
El pequeño PETER tiene casi dos meses.
Es un niño muy bueno, encantador y con unos ojazos azules y
cautivadores
como los de su padre. Nos tiene a todos como tontos
babeando
por el.
Tras
los primeros días en que todo es un caos, estamos aclimatados
a
los nuevos horarios. El pequeño es el
rey de la casa.
El manda y todos giramos a su alrededor.
Come
cada dos horas día y noche. Es agotador, porque
además
de tragon, no duermen mucho.
PETER
se ocupa de el. Quiere que yo descanse, pero veo que su
cansancio
es tremendo cuando un día, tras una nochecita jerezana
con
los gases del pequeño, se despierta sobre las once de la
mañana.
¡Hasta él se asusta!
Dos
noches más tarde, de pronto me despierto sobresaltada
y
me encuentro a PETER sentado en la cama, moviéndose solo. Lo
miro
sorprendida. No tiene al l bebé en brazos pero se acuna.
Miro
y el bebé esta dormidito en su cuna. Me río y, acercándome
a
PETER, murmuro:
—Cariño,
échate y duérmete.
Lo
hace. Está dormido y, cuando se acurruca entre mis
brazos,
me siento la mujer más dichosa del mundo por tenerlo a
mi
lado.
Flyn
es un hermano maravilloso. Nada de celos y está más
cariñoso
que nunca. Por la tarde, tras hacer los deberes, quiere
coger
al pequeñín. Está orgulloso de ser su hermano mayor y
eso
se le ve en la cara.
¡Todos
hablamos balleno!
¡Hasta
Norbert!
Vuelvo
a ser yo. Dejo de ser lalota para ser
LALI, aunque
cinco
kilos se resisten a abandonarme. Tanto helado y plum
cake
es lo que tiene. Pero no importa. Lo importante es que mi
pequeñín esté bien.
Las
hormonas se me han asentado y estoy feliz. Ya no lloro,
ya
no gruño y por no tener no tengo ni la tan conocida
depresión
posparto.
Mi
padre y mi hermana vienen un par de veces a vernos en
estos
dos meses. Él no cabe en sí de orgullo cada vez que ve a su nieto y CANDE también.
Aunque la noto algo decaída por
la
finalización de su rollito salvaje.
Intento
hablar con ella, pero no quiere. Al final desisto.
Cuando
quiera hablar, vendrá a mí. Lo sé.
El
pequeño PETER es lo más bonito y maravilloso que me ha
pasado
nunca y ahora, cuando los miro, estoy segura de que
volvería
a tener mil embarazos más sólo por tenerlo junto a mí.
Como
una boba, estoy mirándolo dormir en la cuna cuando
PETER
entra en la habitación, se acerca a mí y, tras ver que al bebé
duermen,
me besa y dice:
—Vamos,
pequeña, tenemos que irnos.
Ataviada
con un maravilloso vestido de noche y con unos
taconazos
de infarto, lo miro y murmuro:
—Ahora
me da penita dejarle.
PETER
sonríe, me besa en el cuello y dice:
—Es
nuestra primera noche para nosotros. Tú y yo solos.
Su
voz me reactiva. Llevamos planeando esta salida desde
que
la ginecóloga nos dijo que podíamos retomar nuestra vida
sexual.
Al final, tras convencerme de que la vida sigue y tengo
que
recuperar algo de normalidad, me levanto. Le doy un besito
a
mi precioso bebé y camino de la mano de mi amor.
Cuando
llegamos al salón, Sonia, que está con Flyn jugando
al
Monopoly de la Wii, nos mira y exclama:
—Pero
¡qué guapos estáis los dos!
—Hala,
LALIIIIIIIIIIIIIIIIIII, ¡qué guapaaaaaaaa! —grita Flyn.
Como
siempre, me encanta escucharlo. Es la primera vez
que
me arreglo desde que di a luz. Doy mi típica vueltecita ante
el
niño para que me vea, él sonríe y, cuando me abraza, le digo:
—Esta
noche tú mandas en la casa. Eres el hermano mayor.
Flyn
asiente y Sonia dice, guiñándome un ojo:
—Id
tranquilos. Yo cuido de los tres pequeñines.
Sonrío,
le doy un beso y pregunto:
—Tienes
nuestros números de móvil, ¿verdad?
Mi
suegra me mira, asiente y contesta:
—Sí,
cariño. Desde hace mucho. Anda..., marchaos y pasadlo
bien.
PETER
se acerca a ella y la besa.
—Gracias,
mamá. —Y, dándole un papelito, explica—:
Estaremos
en este hotel por si pasa cualquier cosa. Da igual la
hora
que sea, ¡llámanos!
Sonia
coge el papel y, empujándonos, responde:
—Por
el amor de Dios, ¿qué va a pasar? Marchaos de una
vez.
Entre
risas, salimos de la casa. Susto y
Calamar se acercan
rápidamente
al vernos y los saludamos. Después subimos al
coche
de PETER y nos vamos, dispuestos a pasarlo bien.
Cuando
llegamos al hotel y cerramos la puerta de nuestra
habitación,
nos miramos. Es nuestra noche. Hoy por fin vamos
a
poder hacer el amor como queremos y sin interrupciones. Veo
sobre
la mesa una cubitera con champán.
—Vaya...
pegatinas rosa —murmuro y PETER sonríe.
Nos
miramos...
Nos
acercamos...
Y
suelto el bolso, que cae en el suelo.
Acto
seguido mi amor me agarra por la cintura y hace eso
que
tanto me gusta. Me chupa el labio superior, luego el inferior
y,
tras darme un mordisquito, pregunta:
—¿Quieres
cenar?
Pero
yo sé ya lo que quiero y contesto:
—Vayamos
directos a los postres.
PETER
sonríe y murmura con voz ronca:
—Desnúdate.
Sonrío
mimosa. Me doy la vuelta para que me baje la
cremallera
del vestido y cuando éste cae al suelo, me coge en
brazos
y me lleva a la cama.
Cuando
me suelta sobre ella con una mirada que incita a
todo,
veo cómo mi chico se desnuda. Fuera camisa. Fuera pantalón.
Fuera
bóxer.
Oh,
sí..., qué maravillosas vistas me ofrece.
Madre
mía, mi Paul Walker particular. ¡Se me hace la boca
agua!
Tengo
delante al hombre más sexy del mundo, con una sonrisa
peligrosa
y provocativa. Se tumba sobre mí y me besa.
Degusto
sus labios, su sabor, su ardoroso beso. Es la primera
vez
que lo vamos a hacer tras el nacimiento de nuestro pequeño
y
sabemos que tenemos que ir con cuidado.
Pasea
sus dedos por mis muslos. Me chifla.
Susurra
palabras calientes en mi oído. Me perturba.
Y
cuando tira de mi tanga y éste salta hecho pedazos, me
vuelve
loca y me alegro de haberme traído otros de repuesto. La
noche
será larga.
—Quiero
entrar en ti.
—Hazlo
—susurro acalorada y añado—: Pero pídemelo de
otra
manera.
PETER
sonríe. Sabe lo que quiero y murmura con ardor:
—Quiero
follarte.
—Sí,
así... sí.
Con
cuidado, PETER pone la punta de su pene en mi húmeda
vagina.
Madre mía... lo que me hace sentir.
Me
tienta...
Me
enloquece...
Me
estimula...
Y,
mirándome a los ojos, murmura:
—Si
te hago daño, dime que pare, ¿vale?
Asiento.
Estoy excitada pero asustada.
¿Dolerá
el sexo tras tener un bebé?
PETER
se introduce en mí poco a poco. Sus ojos me taladran en
busca
del más mínimo gesto de dolor. Yo me arqueo, cierro los
ojos
y lo recibo.
—Mírame
—exige.
Lo
hago. Lo miro y me caliento más.
Nuestras
respiraciones se aceleran y con toda la contención
del
mundo, mi amor, mi PETER, mi marido prosigue su camino.
—¿Duele?
Oh,
no..., no duele. Me gusta la sensación y contesto tras
morderme
el labio inferior:
—No,
cariño... Sigue..., sigue.
Un
poquito más...
Más
profundidad...
Siento
que mi vagina se abre por completo, se humedece,
tiembla.
La
excitación me puede. No me duele nada. Sólo siento placer.
Un
placer intenso y, cuando no puedo más y el ansia viva
me
desborda, le agarro del trasero y me empalo totalmente en
él.
Los dos jadeamos y, cuando me mira, digo:
—Ya
no estoy embarazada. No me duele. Dame lo que
necesito,
LANZANI.
Los
ojos de PETER brillan. Sonríe. El vello del cuerpo se me
eriza
al saber qué significa eso.
Pasión
en estado puro.
Disfruto...
Disfruta...
Disfrutamos...
La
locura nos rodea, olvidamos la existencia del mundo y
sólo
sentimos el roce de nuestros cuerpos mientras nos besamos
enloquecidos
y hacemos el amor a nuestra manera.
Cansados
y sudados, cinco minutos después los dos
jadeamos
sobre la cama y susurro:
—Alucinante.
—Sí.
—¡Ha
sido alucinante!
PETER
tiene la respiración agitada y, posando una mano sobre
mi
vientre, ahora casi plano, murmura:
—Como
tú dices, pequeña, ¡flipante!
Nos
reímos y nos abrazamos y de los abrazos pasamos a los
besos.
Cuando ambos estamos dispuestos de nuevo, pregunto:
—¿Repetimos?
No
lo duda. Con fuerza, se levanta de la cama y me lleva consigo.
Me
coge en brazos y, con la sensualidad en todo lo alto,
susurra
mientras sonríe:
—No
voy a parar en toda la noche, pequeña, ¿estás
preparada?
Asiento
como un muñequito. Llevo preparada meses y, tras
morderme
el lóbulo de la oreja, murmura, poniéndome la carne
de
gallina:
—Voy
a hacer algo que ambos deseamos.
Divertida,
sonrío. Sé lo que va a hacer y cuando me lleva
contra
la pared y me aprisiona contra él, pregunta:
—¿Te
gusta así?
¿Contra
la pared? ¡Oh, sí! Cuánto he deseado este momento.
—Sí.
PETER
sonríe, aprieta las caderas contra las mías y dice:
—Ahora
sí, pequeña. Ahora sí.
Y,
sin preámbulos, introduce su enorme, erecto y duro pene
en
mi interior, mientras nos miramos a los ojos y yo abro la
boca
para gemir. Lo recibo y jadeo.
Una...
Dos...
Cien
veces entra y sale de mí, mientras nuestro instinto
animal
aparece en manada para tomarnos por completo. Lo
disfrutamos.
Sexo.
Fuerza. Ardor. Pasión.
Todo
ello entre nosotros es caliente, pasional. Le muerdo el
hombro.
Paladeo el sabor de su piel mientras me penetra. Pero
de
pronto se para y dice:
—Mírame.
Hago
lo que me pide. Su mirada es felina y, apretando las
caderas
contra mí para darme una mayor profundidad, pregunta
con
la voz entrecortada al sentir como mi vagina lo
succiona:
—¿Te
gusta así, pequeña?
Asiento
y, al ver que no contesto, me da una palmadita en el
trasero
y digo:
—Sí...
Oh, sí... No pares.
No
para. Me vuelve loca.
Mi
maravilloso y dulce amor me empala una y otra vez,
mientras
los dos disfrutamos hasta que el clímax nos puede y
tenemos
que parar.
Nuestras
respiraciones agitadas están desacompasadas y de
pronto
comienzo a reír.
—Cariño...,
cuánto te he echado de menos.
PETER
asiente y, acalorado por el esfuerzo, murmura:
—Seguramente
tanto como yo a ti.
Sin
separarme de él, llegamos a la ducha, donde volvemos a
hacer
el amor como dos salvajes. La noche es larga y queremos
disfrutar
de lo que más nos gusta. De nosotros.
A
las tres de la madrugada, agotados después de cinco
asaltos
de lo más fogosos, llamamos al servicio de habitaciones.
Estamos
hambrientos. Nos traen unos sándwiches y más bebida
con
pegatinas rosa. Mientras comemos desnudos sobre la cama,
PETER
me mira y pregunta:
—¿Todo
bien?
Yo
sonrío. Me encanta cuando me lo pregunta, y asiento.
Llenamos
nuestras copas, brindamos mirándonos a los ojos
y,
después, PETER dice:
—PABLO
me llamó ayer. Dice que dentro de dos fines de semana
habrá
una fiestecita en el Sensations. ¿Qué opinas?
Guauuu...
Definitivamente, nuestra vida se normaliza.
Levanto
una ceja, sonrío y contesto:
—Un
poco de complemento nunca viene mal, ¿no?
PETER
suelta una carcajada, deja el sándwich sobre la bandeja
y,
abrazándome, murmura:
—Pídeme
lo que quieras.
Emocionada
por esa frase que tanto significa para nosotros,
dejo
también mi sándwich y, mirándolo, murmuro, mientras
abro
las piernas para él:
—Dame
placer.
Nos
besamos. PETER comienza a bajar su boca por mi cuerpo.
Oh,
sí. Me besa el ombligo y yo jadeo, cuando de pronto un
sonido
nos interrumpe. ¡Mi móvil!
Nos
miramos. Son más de las tres de la madrugada. Que
suene
el móvil a esa hora no puede ser para nada bueno. Asustados,
pensamos
en nuestros bebés. Saltamos de la cama, PETER llega
antes
que yo hasta el teléfono y lo coge.
Veo
cómo, angustiado, habla con alguien. Lo tranquiliza. Yo
pregunto.
Me hace un gesto con la mano. Estoy histérica y,
antes
de que cuelgue, le oigo decir:
—No
te muevas de ahí, vamos en seguida.
Con
el corazón a punto de salírseme del pecho, lo miro e
inquiero:
—¿Qué
pasa? ¿PETER está bien? ¿Era tu madre?
Él
me sienta en la cama. Estoy a punto de llorar.
—Tranquila,
no era mi madre.
Saber
eso me hace respirar. Los niños está
bien. Pero de
pronto
el susto vuelve a mí y pregunto:
—¿Y
quién era entonces?
—Tu
hermana.
—¿Mi
hermana? —Mi corazón se acelera de nuevo y, agarrándome
a
la cama, pregunto, a punto del infarto—: ¿Qué ha
ocurrido?
¿Mi padre está bien?
PETER
asiente, sonríe y dice:
—Todos
están bien. Anda, vístete. Vamos a buscar a CANDE,
que
está en el aeropuerto de Múnich, esperándonos.
—¿Cómo?
—Vamos,
pequeña... —me apremia.
Bloqueada,
me reactivo y rápidamente nos vestimos. A las
cuatro
y cinco de la madrugada y vestidos de noche, aparecemos
los
dos en el aeropuerto. Estoy nerviosa. ¿Qué le ocurre a mi
hermana?
¿Por qué está a estas horas en el aeropuerto?
Al
vernos llegar, CANDE, sorprendida, nos mira y pregunta:
—¿Venís
de alguna fiesta?
PETER
y yo asentimos y, rápidamente, la bombardeo a
preguntas:
—¿Qué
ocurre? ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí?
Ella
se desmorona y murmura:
—Ay,
cuchu, creo que la he liado otra vez.
Sin
entender nada, la miro. Luego miro a PETER, que nos
observa,
y susurro:
—No
me asustes así, CANDE, que ya sabes que soy muy
impresionable.
Mi
hermana asiente y yo insisto:
—¿Papá
y las niñas están bien?
Ella
asiente.
—Papá
no sabe que estoy aquí.
—¿Y
las niñas? —pregunta PETER, preocupado.
—Con
su padre. Se las lleva hoy de vacaciones a Menorca
diez
días.
De
pronto lo entiendo. Y, posándole una mano en el hombro,
digo:
—No
me lo puedo creer.
—¿El
qué? —pregunta PETER.
CANDE
me mira. Yo la miro y siseo:
—No
me jorobes y me digas que te has acostado con AGUSTIN y
estás
otra vez colgada de... de... ese imbécil.
Ella
se echa a llorar y yo maldigo. ¡No me lo puedo creer!
Pero
¿a mi hermana le falta un tornillo?
PETER
me tranquiliza y, cuando por fin CANDE deja de llorar,
me
mira y aclara:
—Pues
no, cuchu. No me he acostado con AGUSTIN, ni estoy colgada
de
él. ¿Qué clase de mujer crees que soy?
Ahora
sí que me he perdido y, mientras la miro a la espera
de
una explicación, su cara se descompone y dice llorando:
—¡Estoy
embarazaaaaaaaada!
PETER
y yo nos miramos. ¿Embarazada?
CANDE
berrea en medio del aeropuerto de Múnich y yo no sé
qué
hacer. Miro a mi loco amor en busca de ayuda, pero PETER se
acerca
a mí y susurra:
—No
puedo con más hormonas lloronas, cariño, ¡no puedo!
A
mí me entra la risa. Pobrecito, menudo trauma le he
creado
durante mi embarazo.
Al
final reacciono.
Siento
a mi hermana en una silla y digo:
—Vamos
a ver, CANDE, si no te has acostado con AGUSTIN, ¿de
quién
es el bebé?
—¿Tú
qué crees?
Parpadeo
y respondo:
—Pero
¿y yo qué sé? Según tú, en este tiempo no has salido
con
nadie.
Las
lágrimas le salen a borbotones y de pronto dice:
—De
mi rollito salvajeeeeeee.
—¿De
VICTORIO? —pregunta PETER, alucinado.
—Sí.
—Pero
¿qué me estás contando, CANDE?
—Lo
que oyes, cuchufleta.
—¿Pero
vosotros no habíais roto? —insiste PETER.
La
embarazada de mi hermana se seca los ojos y responde:
—Sí,
pero nos hemos seguido viendo cada vez que él venía a
España.
Boquiabierta
y alucinada, la miro y digo:
—Pues
no me habías contado nada.
—Es
que no había nada que contar.
—Joder,
pues para no tener nada que contar, no veas lo que
vas
a tener que contarles ahora a papá, a tu hija y al mexicano
—me
mofo.
Al
oírme, mi hermana se levanta y, como una loca histérica,
chilla
en medio del aeropuerto:
—¡Al
mexicano no le tengo que contar nada! ¡Absolutamente
nada!
—Cálmate,
mujer, cálmate —pide PETER.
—¡No
me da la gana de calmarme!—grita ella.
PETER
me mira con ganas de asesinarla. Yo lo miro y
cuchicheo:
—No
se lo tengas en cuenta, cariño. Ya sabes, las hormonas.
—Joder
con las hormonas —protesta él.
Cojo
a CANDE de las manos. Tiembla, está histérica y, al ver
que
la miro, fuera de sí, dice:
—¡No
quiero volver a ver a ese güey en
su puñetera vida!
¡Me
niegoooooooooo!
La
gente nos mira. Los policías del aeropuerto se acercan a
nosotros.
Preguntan qué ocurre y PETER, como mejor puede, les
responde
que son problemas familiares. Ellos asienten y se
marchan.
Mi
chico y yo nos miramos. Estamos desconcertados.
Nuestra
bonita noche ha acabado en el aeropuerto, con mi hermana
llorando
como una histérica, con las hormonas revolucionadas
y
embarazada.
PETER
decide tomar las riendas de la situación y, agarrando a
CANDE
del brazo, dice:
—Venga,
vamos a casa. Debes descansar.
Los
tres caminamos hacia el coche. Mi hermana no lleva
equipaje
ni nada. En el camino, me cuenta que estaba en Madrid
para
llevar a las niñas con su padre y que la llamó
VICTORIO mientras ella estaba durmiendo a Lucía. Luz cogió el
móvil
y le dijo que estaban cenando en la casa de su padre y que
sus
padres estaban en la habitación. Cuando CANDE cogió el
teléfono,
él se puso como un loco y ella, como una hidra, lo
había
mandado a tomar por donde amargan los pepinos y le
había
colgado.
Cuando
llegamos, Sonia, que acaba de darle un biberones a mis
niños,
se sorprende al vernos. Pero tras ver a mi hermana y su
aspecto,
y después de hablar con su hijo, la mujer decide ver, oír
y
callar.
CANDE
y yo vamos a ver a mis pequeñines, que duerme como
un
angelito. Es precioso. Mi hermana llora y decido acompañarla
a
una habitación. Le dejo un pijama y hago que se
acueste.
Me tumbo con ella. No quiero dejarla sola y, en la
oscuridad
de la habitación, pregunto:
—¿Estás
mejor?
—No,
estoy fatal. Siento haberos jorobado la fiesta a peter y a
ti.
—Eso
no importa, CANDE, cariño.
Un
quejido lastimoso sale de su boca y me dice:
—Ya
he obtenido el divorcio exprés.
—¿Desde
cuándo lo sabes?
—Me
llegó la sentencia hace dos días. Legalmente vuelvo a
ser
una mujer soltera, cuchu. Y yo... yo... —No puede continuar,
pues
le vuelven las lágrimas.
Qué
mal rato está pasando, pobrecita, mi CANDE. Cuando
consigo
que deje de llorar, pregunto:
—¿Qué
vas a hacer?
—¿Con
qué?
—Con
el bebé. ¿Vas a decírselo a VICTORIO?
—Se
lo pensaba decir junto con lo del divorcio. Había comprado
un
billete para México y pensaba darle una sorpresa, pero
ahora
no quiero verlo. Ese güey me
acusó de ser una pendeja,
una
mala mujer. Ha debido de pensar que se la estaba pegando
con
queso, como hizo anteriormente su mujerrrrrrrrr.
La
forma de hablar de mi hermana me hace gracia. Pero no
es
momento de reír. Comienza a llorar de nuevo. Intento consolarla,
pero
es difícil. Sufrir por amor estando embarazada es una
mierda,
es lo peor de lo peor y, cuando se duerme, me levanto
con
sigilo y voy a mi cuarto. Allí está PETER con nuestros pequeñines
en
las cunas. Cuando me ve aparecer, me mira y pregunta:
—¿Cómo
está?
—Fatal,
pobrecita.
Ambos
nos callamos y PETER dice luego:
—¿Qué
hacemos? ¿Llamamos a VICTORIO o no?
No
sé qué hacer. Meterme en los problemas sentimentales
de
otros nunca me ha gustado y al final decido que no. Es problema
de
CANDE y es ella la que debe tomar la decisión. Me
abrazo
a PETER y, al notar sus labios en mi cuello, murmuro:
—Siento
lo que ha pasado, cariño. Está visto que no nos
dejan.
Él
sonríe.
—Lo
hemos pasado muy bien, eso es lo que cuenta. Ya lo
repetiremos.
A
la mañana siguiente, cuando mi hermana se levanta, su
aspecto
no ha mejorado. Tiene más ojeras si cabe. Simona, al
verla
allí, se sorprende, pero cuando le cuento lo que ocurre la
compadece.
¡Maldito
amor!
Sonia
se lleva a Flyn a su casa para quitarlo de en medio y
PETER
decide alejarse de las hormonas y se encierra en su despacho
con
los bebés. Aunque antes me dice que no me preocupe
de
nuestros pequeños, él se ocupará mientras yo atiendo a mi
hermana.
Llevo
días sin ver Locura Esmeralda y
Simona lo tiene grabado.
Tenemos
pendientes tres capítulos, incluido el último de
la
serie. Pero antes de ponérnoslos, me ocupo de mi hermana, la
convenzo
para que llame a mi padre y se tome una tila.
La
oigo hablar con papá mientras llora y le dice lo del
embarazo.
Acto seguido, cande llora sin parar y, cuando ya no
puedo
más, le quito el teléfono.
—Papá,
no sé qué le has dicho, pero ahora sí que no para de
llorar.
Oigo
un resoplido al otro lado de la línea.
—Ojú,
morenita. Sois dos, pero en ocasiones parecéis cien
—Eso
me hace sonreír y añade—: Le he dicho que no se preocupe
por
nada. Donde entran cuatro, entran cinco, y mi nuevo
nietecito
será bien recibido en su casa. Simplemente le he dicho
que
no se angustie por eso y que debería hablar con VICTORIO.
De
nuevo, mi padre demuestra lo buena persona que es, y a
pesar
de saber que el nuevo embarazo de mi hermana será el
nuevo
chisme de Jerez, él la apoya. Nos apoya, como siempre.
Después
de hablar con él un rato y decirle que no se preocupe
por
nada, que yo me ocupo de CANDE, le mando mil
besos
y cuelgo. Consigo llevar a mi hermana hasta la habitación
tras
darle otra tilita, cuando se duerme, yo respiro aliviada.
Una
vez salgo de la habitación, paso a ver a mis chicos.
Padre
e hijos están en el despacho. PETER trabajando con su ordenador
y
mis pequeñines dormidos como un ceporro. Después de
darles
mil besos a cada uno, busco a Simona y, como dos niñas
con
zapatos nuevos, nos vamos las dos al salón, a disfrutar de
nuestra
serie favorita.
Simona
le da a lo grabado y juntas, con nuestro paquete de
kleenex,
nos proponemos disfrutarla.
Cuando
comienza el último capítulo y aparece mi hermana,
lo
paramos y digo, consciente de que si ve eso llorara más:
—CANDE,
si quieres, date un bañito en la piscina. Quizá eso
te
relaje, cielo.
Pero
no, la señora sabe lo que vamos a hacer y, repachingándose
en
el sofá, responde:
—Quiero
ver Locura Esmeralda con
vosotras.
Madre...,
madre..., pronostico que esto va a ser un drama. Mi
hermana
embarazada, despechada por el amor de un mexicano
y
Locura Esmeralda.
Pinta mal. Muy mal.
Intento
convencerla. Le digo que ese culebrón le recordará
más
su problema. Pero nada, de allí no la mueve nadie. Al final
decido
poner la serie y, como dice mi padre, ¡que sea lo que Dios
quiera!
La
musiquita ya la hace llorar y, cuando aparece México y los
mexicanos,
lo que brota por sus ojos son las mismísimas cataratas
del
Niágara. Simona y yo intentamos calmarla, pero ella
nos
pide que le dejemos ver la novela. ¡Pa’ matarla!
Al
final nos concentramos y Simona y yo disfrutamos como
dos
enanas asistiendo a la boda de Esmeralda Mendoza y Luis
Alfredo
Quiñones. ¡Por fin!
Qué
guapos están. Qué relucientes. Se merecen esa felicidad
tan
maravillosa a ritmo de mariachis y los que hemos padecido
su
calvario nos lo merecemos también. Esmeralda y Luis
Alfredo
se juran amor eterno mirándose a los ojos y Simona y yo
lloramos.
Mi hermana berrea. Cuando aparece el pequeño hijo
de
ambos y le dice a su papá «Te quiero mucho, papito lindo»,
ya
no sólo berrea mi hermana, ahora berreamos las tres.
Y
cuando la telenovela acaba con ese precioso final, con los
tres
subidos en un caballo, encaminándose hacia el horizonte, la
caja
de kleenex se nos acaba y, como tres tontas, lloramos sin
pizca
de vergüenza.
Esa
noche, después de cenar, CANDE se va a dormir. No
puede
con su alma. Yo tampoco. Psicológicamente me tiene
agotada.
PETER
y yo nos vamos a nuestra habitación y, tras darle un
biberón
a los pequeñines, ellos nos dan una tregua y se duermen en su
cunas.
Ya lo vamos conociendo y sabemos que esa toma al menos
le
dura tres horas.
Agotada,
me tiro en la cama y cierro los ojos. Necesito mimitos.
Pero
de pronto comienzan a sonar muy bajito las notas de
una
canción y PETER, acercándose, dice:
—¿Bailas?
Sonrío.
Me levanto y me abrazo a él mientras se oye:
Si nos dejan,
nos vamos a querer toda la vida.
Si nos dejan,
nos vamos a vivir a un mundo nuevo.
Bailamos
en silencio. Ninguno de los dos habla, sólo bailamos,
escuchamos
la canción y nos abrazamos.
Del
abrazo pasamos a besarnos. Lo deseo, me desea y queremos
continuar
con lo que nos interrumpieron la noche anterior.
Pero
de pronto, suena el móvil de PETER. Yo pongo los ojos en
blanco
y protesto furiosa:
—Pero
¿quién llama ahora?
Él
sonríe. Entiende mi frustración. Me da un beso y coge el
teléfono.
Habla con alguien y sale de la habitación rápidamente.
Sin
entender nada, me pongo una bata y, cuando llego a la
planta
de abajo, veo que PETER abre la puerta de la casa y observo
que
las luces de un coche se acercan.
—¿Quién
viene?
Pero
antes de que pueda responder, un taxi llega hasta
nuestra
puerta y me quedo sin habla cuando veo quién sale de
él.
Madre
mía la que se va a liar cuando mi hermana vea al
mexicano
aquí.
Miro
a PETER, él me mira también y dice:
—Lo
siento, cariño, pero las hormonas de tu hermana que se
las
coma quien las ha originado.
Su
comentario me da risa. En vez de molestarme, ¡me parto!
VICTORIO,
con barba de varios días, pregunta al entrar:
—¿Dónde
está esa mujer?
Y
antes de que PETER o yo podamos responder, oímos:
—Como
se te ocurra acercarte a mí, te juro que te abro la
cabeza.
¡Mi
hermana!
Me
vuelvo y la veo en medio del vestíbulo, con un vaso de
agua
en las manos. Me muevo para ir a su lado, pero mi marido
me
sujeta. Protesto.
—PETER...
—No
te muevas, pequeña —susurra y le hago caso.
VICTORIO,
con la vista clavada en CANDE, sin temer por
su
integridad física, pasa por nuestro lado, se acerca a ella y, sin
tocarla,
dice:
—Ahorita
mismo me vas a besar y me vas a abrazar.
Ella,
ni corta ni perezosa, le lanza el agua a la cara.
¡Toma
ya!, empezamos bien.
Y
como no la pare, lo próximo que hace es estamparle el vaso
en
la frente.
Pero
el mexicano, en vez de enfadarse, da otro paso adelante
y
dice:
—Gracias,
sabrosa. El agua me aclaró más las ideas.
CANDE
levanta las cejas.
Uy...,
malo... malo...
—Ahorita
mismo te vas a ir por donde has venido, güey
—suelta
ella.
VICTORIO
deja la bolsa que sostiene y responde:
—¿Por
qué no me has cogido el celular? Me he vuelto loco
llamándote,
mi reina. Siento lo que te dije la última vez que hablamos.
Me
encelé como un burrote al imaginarme cosas que no
son,
pero yo te quiero, relinda. Te quiero y necesito estar a tu
lado
y que me quieras.
Joder...
esto parece Locura Esmeralda.
Mi
hermana se derrumba. A cada palabra bonita y dulce de
él,
se desmorona por segundos. Es una romántica empedernida
y
sé que eso que VICTORIO le está diciendo le está llegando
directamente
al corazón.
Pero
me desconcierta su pasividad ante el hombre que yo sé
que
quiere y entonces éste añade:
—Sé
que estás encinta y ese bebito que llevas en tu vientre es
mío.
Mi hijo. Nuestro hijo. Y le agradeceré todita mi vida a mi
buen
amigo PETER que me llamara para decírmelo. ¿Por qué no
me
lo has dicho tú, mi reina?
CANDE
mira a PETER fulminándolo con la mirada.
La
entiendo. En un momento así, yo haría lo mismo.
Mi
marido, al verla, se encoge de hombros y dice con
seguridad:
—Lo
siento, cuñada, pero alguien se lo tenía que decir al
padre.
La
tensión se corta con un cuchillo. Yo no hablo. Mi hermana
no
habla y VICTORIO, acercándose un poco más a ella,
susurra
con voz melosa:
—Dímelo,
relinda. Dime eso que tanto me gusta oír de tu
dulce
boca.
A
CANDE, la barbilla le vuelve a temblar. Se masca la tragedia.
Me
temo lo peor. Le estampa el vaso en la cabeza fijo...
Pero
de pronto, contra todo pronóstico, arruga el morrillo y
dice:
—Te...
Te como con tomate.
VICTORIO
la abraza, ella lo abraza a él y se besan.
Ojiplática,
parpadeo. Pero ¿qué ha pasado aquí?
PETER,
cogiéndome en brazos, me ordena callar y me lleva
derechito
a nuestra habitación. Cuando entramos en ella, sin
soltarme,
vuelve a poner la canción que estábamos bailando y,
mirándome
con deseo, murmura:
—Ahora
sí, pequeña. Ahora sí que nos dejan.
Sonrío.
Por fin todo, absolutamente todo está bien. Lo beso
y,
con sensualidad, digo:
—Desnúdate,
señor LANZANI.
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