domingo, 15 de noviembre de 2015

CAPITULO 26

—Sí.
—¿En serio?
—Que sí.
—¡¿Tú?!
CANDE me mira y, ordenándome que baje la voz, dice:
—Por supuesto que yo. ¿Acaso te crees que soy asexual como
una almeja? Oye, una tiene sus necesidades y VICTORIO es
un tipo que me gusta. Claro que me acosté con él. Pero no te lo
conté porque quería decírtelo en persona y asegurarte que no
soy ninguna zorrasca.
—Pero ¿desde cuándo haces tú esas cosas?
Mi hermana me mira, levanta las cejas y responde:
—Desde que me he vuelto moderna.
Nos reímos y continúo:
—Pero vamos a ver, ¿no dices que habíais discutido?
—Sí, pero cuando salió del coche y me arrinconó contra él,
oh, Dios... ¡Oh, Dios cuchu lo que me entró por el cuerpo!
Me lo imagino. Pienso en las reconciliaciones con PETER y
suspiro.
—Y cuando me besó y dijo con su acento «No me importaría
ser tu esclavo si tú fueras mi dueña», ya no pude más y fui yo
quien lo arrastró al interior del coche y se lanzó.
De nuevo me troncho de risa.
No puedo remediarlo.
Mi hermana me mata y repito patidifusa:
—¿Que te lanzaste?
—Oh, sí... Allí, en el callejón mismo, hice la locura del siglo.
Me desollé la pierna izquierda con la palanca de cambios, pero
¡¡¡madre míaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! Qué momentazo y qué bien
me sentó. Llevaba sin sexo desde el cuarto mes de embarazo de
Lucía y, cuchu..., fue alucinante.
Me parto. PETER me mira y sonríe. Le gusta verme feliz.
Mi hermana prosigue:
—Cuando terminamos, no me dejó bajarme del coche y condujo
como un loco hasta tu casa. Como te dije, papá le dejó las
llaves y, cuando entramos...
—Cuenta... cuenta...
Dios... me estoy volviendo loca. La falta de sexo me hace indagar
en el de mi hermana. Ella se sonroja, pero sin poder parar,
continúa:
—Hicimos el amor en todos los lados. Sobre la mesa del
comedor, en el porche, en la ducha, contra la pared de la despensa,
en el suelo...
—CANDE... —murmuro alucinada.
—Ah... y en la cama. —Y al ver mi cara de asombro y guasa,
añade—: Ay, cuchufleta, ese hombre me posee de una manera
que nunca pensé que yo probaría. Pero cuando estamos juntos y
lo hacemos, literalmente ¡me vuelvo una loba!
La sinceridad de mi hermana es aplastante y mi necesidad
de sexo, elocuente. Escucharla me sube la libido y susurro:
—Qué envidia me das.
—¿Por qué? —Y al entenderlo, confiesa—: Cuando me quedé
embarazada de Luz, AGUSTIN estuvo sin tocarme cuatro meses. Le
daba miedo dañar al bebé.
Eso me hace sonreír. Quizá lo que le pasa a PETER no es tan
raro y pregunto:
—Y cuando tenías relaciones embarazada, ¿todo bien?
—Alucinante. El deseo es devastador, pues las hormonas se
me revolucionaban a unos niveles que yo misma me asustaba.
Eso sí, cuando me quedé embarazada de Lucía, como me pilló el
divorcio por medio, me lo pasé pipa con Superman.
—¿Y quién es Superman?
—El consolador que el tonto de mi ex me regaló. Gracias a él,
conseguí no volverme tarumba.
Estoy cada vez más bloqueada por las cosas que mi hermana
dice. Ella me mira y suelta:
—Hija, ni que te hubiera dicho que me metí la bombona del
butano o que había participado en una orgía. Qué antigua eres.
Su comentario me hace reír a carcajadas. Si ella supiera.
Dos días después, llega el famoso momento de mi visita con
la ginecóloga. Todos quieren acompañarme, pero insisto en que
sólo quiero que venga PETER. Mi padre y mi hermana lo entienden
y se quedan con los niños en casa.
Le llevo a mi doctora todas las pruebas que me mandó la
primera vez que fui, incluida mi visita a las urgencias del hospital.
Estoy nerviosa, expectante. Con gesto profesional, ella lo
mira todo y, cuando me hace la ecografía, ante el semblante
serio de PETER, dice:
—El feto está bien. Su latido es perfecto y las medidas correctas.
Por lo tanto, ya sabes, sigue tu vida con normalidad,
tómate las vitaminas y te veo dentro de dos meses.
PETER y yo nos miramos y sonreímos.
¡Medusa está perfecta!
Cuando me limpio el gel de la barriga y regresamos al despacho,
donde la doctora escribe en el ordenador, digo:
—Quisiera preguntarle una cosa.
La mujer deja de teclear.
—Tú dirás.
—¿Los vómitos desaparecerán?
—Por norma, sí. Al acabar el primer trimestre, el feto se asienta
y supuestamente las náuseas desaparecerán.
Estoy por dar palmas con las orejas. PETER me mira, sonríe, y
yo vuelvo a preguntar:
—¿Puedo tener relaciones sexuales plenas?
La cara de mi marido es ahora un poema. Le da corte que
pregunte eso. La doctora sonríe, me mira y responde:
—Por supuesto que sí, pero durante un tiempo con cuidadito,
¿entendido?
Cuando salimos de la consulta, PETER está serio y, cuando nos
subimos al coche, no aguanto más la tensión y digo:
—Venga, va, ¡protesta!
Explota como una bomba y cuando acaba, lo miro y
respondo:
—Vale..., comprendo todo lo que dices. Pero entiende,
cariño, que una no es de piedra y que tú eres una tentación perpetua.
—Sonríe y, acercándome a él, añado—: Tus manos me
incitan a querer que me toques, tu boca a querer besarla y tu
pene, ¡oh, Diossssssssss! —digo, tocándoselo por encima del
pantalón—, me incita a querer que juegues conmigo.
—Para, LALI..., para.
Me entra la risa. Él sonríe también y, dándome un beso,
dice:
—Te aseguro que si a ti yo te incito a todo eso, ni te quiero
contar lo que tú me haces a mí.
—Hummmm, esto se pone interesante.
—Pero...
—Uy... los «peros» nunca me han gustado.
—Hay que ir con tranquilidad para que no nos volvamos a
asustar.
—Te doy toda la razón —asiento—. Pero...
—Vaya, tú también tienes un ¡pero! —se ríe PETER.
—... pero quiero jugar contigo.
Él no responde, pero sonríe. Eso es buena señal.
Al día siguiente estoy un poco mejor y decido salir de compras
por Múnich con mi hermana, EUGE y Marta. Las cuatro somos
tremendas y lo pasamos genial. Insisto en comer en un burger y,
cuando mojo mi patata en el kepchup, la miro y, entre risas,
digo:
—I love comida basura. Le encanta a Medusa.
Mi hermana frunce el cejo al oírme decir ese nombre, pero
antes de que diga nada, EUGE suelta:
—Yo a Glen, cuando lo tenía en la barriga lo llamaba
Eidechse.
Marta y yo nos reímos y CANDE pregunta:
—¿Y eso qué quiere decir?
Divertida, me meto otra grasienta patata en la boca y
respondo:
—Lagarto.
Cuando salimos del burger pensamos en ir a tomar café,
pero al pasar por la cervecería más antigua de Múnich, la Hofbräuhaus,
decidimos entrar para que mi hermana la conozca. Yo
bebo agua.
CANDE está flipada. Tiene la misma cara que yo el día en que
entre allí por primera vez, y la tía nos demuestra la capacidad de
beber cerveza que tiene. Eso me sorprende. No conocía esa
faceta de ella y, divertida, digo, al ver que Marta y EUGE encargan
la cuarta ronda:
—CANDE, si no paras, vas a llegar a rastras a casa.
Mi hermana me mira y replica:
—Como tú no puedes beber, beberé por las dos. —Y al ver
que nos reímos, añade—: Tú, ahora, estás en la deliciosa faceta
del embarazo. Ya sabes, acidez, tobillos hinchados, tetas doloridas
y maravillosas náuseas matinales.
—Qué graciosa eres, guapa —me mofo y ella contesta:
—Ah, y por lo que dijiste, la libido a tope. ¿Lo llevas mejor?
No contesto. ¡Será perraca! EUGE, al oírnos, cuenta
divertida:
—Durante mi embarazo, sólo os diré que el pobre NICO me
rehuía. Madre mía, qué pesadita me puse con el tema sexo.
Oír eso en cierto modo me tranquiliza. Veo que lo que me
pasa a mí les pasó a otras y no se volvieron locas.
Todas nos reímos cuando traen la siguiente ronda y Marta,
al ver a una amiga, llama:
—¡Tatianaaaaaaaaaaaa!
Una joven rubia nos mira y, tras saludar a mi cuñada, ésta
nos la presenta. La chica es encantadora y durante un rato se
sienta con nosotras para charlar. Cuando se va, mi hermana, a
la que ya veo algo perjudicá con tanta cerveza, me mira y dice:
—Cuchu... o estoy muy pedo o no he entendido nada.
Horrorizada, me doy cuenta de que hemos hablado todo el
rato en alemán y, abrazándola, contesto:
—Ay, CANDE, cariño, perdona. Es la costumbre.
Rápidamente le cuento que Tatiana es bombero y mi hermana
se sorprende. Pero cuando se parte de risa es cuando le
comento que le he pedido prestado el traje de bombero y ella ha
dicho que cuando quiera me lo deja.
Llega la última noche del año.
Sigo sin tener relaciones sexuales, pero no porque PETER no
quiera, sino más bien porque yo sigo estando hecha una mierda
y a la que no le apetecen ahora es a mí. Esta tarde, cuando
aparecen la madre y hermana de PETER, él desaparece. No me dice
adónde va y eso me enfada. Me estoy volviendo una gruñona.
Llega la hora de la cena y PETER no ha regresado todavía y,
cuando estamos en la cocina ultimando los detalles, digo:
—Simona, ahora entre todos llevaremos las cosas a la mesa y
te quiero junto a Norbert sentados a ella, ¿entendido?
La mujer se hace la remolona y, mirándola, añado:
—Te advierto que u os sentáis a la mesa y cenáis con todos o
aquí no cena nadie.
—Uy, uy, Simona —se mofa Marta—. ¿No nos dejarás sin
cenar?
—De eso nada —aclara Sonia—. Simona y Norbert cenarán
con todos.
Junto con Marta, salen de la cocina divertidas, con un par de
bandejas, y mi padre mira a Simona y dice:
—Ojú, Simona, mi hija es muy cabezota.
La mujer sonríe y, tras guiñarme un ojo, responde:
—Sí, Manuel, ya la voy conociendo. —Y al ver que arrugo la
nariz ante la ensalada de col, añade—: Me llevaré esto a la mesa.
Cuanto más lejos esté de ti, mejor.
—Gracias, Simona.
Cuando la mujer sale de la cocina, mi padre, acercándose a
mí, dice:
—Siéntate, cariño. Ya termino yo de organizar la bandeja de
las gambas.
Hago lo que me pide. Hoy no es mi mejor día y, sentándose a
mi lado, me retira el pelo de la cara y añade:
—¿Por qué no te vas a la cama, mi vida? Allí estarás mejor
que zascandileando por aquí.
Resoplo y, poniendo los ojos en blanco, contesto:
—No, papá. Es Nochevieja y quiero estar con vosotros.
—Pero, hija, si se te ve la carita de pachucha. —Sonrío y pregunta—:
Estás fatal, ¿verdad?
Asiento. Es mi peor día con diferencia y, con una triste sonrisa,
él dice:
—Creo que ver y oler toda esta comida no te favorece, ¿a que
no?
Clavo la vista en las ricas gambas, en el adobo frito, en el
cordero churruscadito y el jamoncito que mi padre ha traído de
España, preparado con todo su amor, y respondo:
—Ay, papá, con lo que me gusta el adobo frito, el corderito
churruscadito que tú haces y las gambas, y la fatiguita que me
dan ahora.
El hombre sonríe y, dándome un beso cariñoso en la mejilla,
dice:
—Hasta en eso eres igualita a tu madre. A ella también le
daba mucho asco el adobo durante vuestros embarazos. Eso sí,
cuando se le pasó, se lo comía a puñaos.
La puerta de la cocina se abre y entra PETER. ¡Hombre, el desaparecido!
Al verme con mi padre se acerca y, poniéndose de cuclillas
ante mí, dice preocupado:
—Cariño, ¿por qué no te vas a la cama?
—Eso mismito le estoy diciendo yo, PETER, pero ya sabes cómo
es mi morenita. ¡Una cabezota!
Sin hacerles caso, miro a mi rubio y pregunto:
—¿Dónde estabas?
PETER sonríe y responde:
—He recibido una llamada urgente y he tenido que
atenderla.
De pronto oigo un grito. Sobresaltada, me levanto en el
momento en que la puerta de la cocina se abre de par en par y
mi hermana, con la cara totalmente desencajada, exclama:
—Cuchuuuuuuuuuu, ¡¡mira quién ha venido!!
Veo a VICTORIO con la pequeña Lucía en brazos, miro a
PETER y sonrío. Ésa era la urgencia.
El mexicano saluda a mi padre, que le da la mano encantado
de la vida, y luego, acercándose a mí, me da dos besos y
pregunta:
—¿Cómo está mi mamita preciosa?
—Jorobada, pero contenta de tenerte aquí —respondo, feliz
por mi hermana.
—Dexter y Graciela os mandan muchos besos y esperan
poder viajar para conocer al bebecito.
En ese momento mi sobrina entra corriendo como un vendaval
y grita:
—Hey, güey, ¿cómo tú por aquí?
El mexicano la mira y, divertido, contesta:
—Vine a ver a mi damita linda y a retarla al Mario Bros.
Luz se tira a sus brazos y todos sonreímos. Está claro que
este mexicano sabe ganarse a mi familia.
Una vez Luz se va corriendo, él mira a mi hermana, que lo
contempla embobada, y acercándose a ella la besa en los labios
y pregunta melosón delante de mi padre:
—¿Cómo está mi reina?
Sin cortarse un pelo, CANDE le devuelve el beso y responde:
—Muy contenta de verte.
¡Qué fuerte!
Lo de mi hermana es tremendo.
Miro a mi padre y veo que sonríe. Me guiña un ojo y sé que le
encanta lo que ve. Yo flipo con la descarada de CANDE, cuando
oigo que el mexicano dice:
—Sabrosa, dímelo.
Mi hermana, totalmente desatada, le pone un dedo en la
boca y murmura sin cortarse un pelo, delante de todos:
—Yo te como con tomate.
Alucinada, parpadeo.
¿Ha dicho que se lo come con tomate?
PETER, divertido, se ríe. Está claro que VICTORIO le gusta.
Mi padre, con mi hermana y conmigo, está visto que ya está
curado de espantos. ¡Qué bueno es!
Cuando el bullicio sale de la cocina, los dos hombres más
importantes de mi vida me miran.
Vuelven a estar preocupados por mí y, sosteniéndoles la
mirada, declaro convencida:
—Quiero vivir con vosotros esta noche tan especial y no me
la perderé por nada del mundo, ¿entendido?
Media hora más tarde, todos estamos sentados alrededor de
la mesa y la felicidad ha inundado mi hogar a pesar de encontrarme
yo para el arrastre.
Qué diferente esta Navidad de la del año pasado, cuando
sólo estábamos PETER, Flyn, Simona, Norbert y yo. Ahora está
aquí toda mi familia, la familia de PETER, Susto, Calamar y VICTORIO. ¡Qué maravilla!
Cuando Sonia ofrece las lentejas a mi sobrina y a Flyn, los
niños arrugan la nariz. Eso me hace sonreír. Pero más me río
cuando mi padre le ofrece a Flyn salmorejo. Es verlo y al crío los
ojos le hacen chiribitas.
Como puedo aguanto la cena. Ver tanta comida y, en especial,
olerla me angustia. Pero la felicidad que me dan todos los
que están a mi lado hace que merezca la pena no perdérmela.
Los olores fuertes me retuercen, pero como una campeona,
resisto en la mesa sin apenas comer, mientras todos se ponen
morados. Los primeros, mi marido y el mexicano. Mira que les
gusta el jamoncito rico.
Una vez acabada la opípara cena, nos sentamos en los sillones
y sofás ante el televisor y le explico a mi familia que vamos
a ver un número cómico que es tradición en Alemania.
Cuando comienza el Dinner for One, todos se ríen y mi hermana,
que está sentada sobre las piernas de su rollito salvaje,
sin entender esa extraña tradición, me mira y cuchichea:
—Ay, cuchu, ¡qué raros son los alemanes!
—Oye, ¿qué es eso de que te lo comes con tomate?
CANDE  se ríe y, con disimulo, susurra:
—Le gusta que le diga esa frase. Dice que lo excita cómo se la
digo.
Alucinada, cuchicheo yo también:
—¿Y tú dices que los alemanes son raros?
Acomodada entre los brazos de mi amor, igual que el año
anterior, me río. Una vez acaba el número, mi padre, Simona y
Sonia van a la cocina a por los vasitos con las uvas y PETER hace lo
mismo que hizo el año pasado: pone el canal internacional y
conecta con la Puerta del Sol.
¡¡Ay, mi España!!
Pero a diferencia del año anterior no lloro. Tengo en el salón
a mi familia y me siento completamente feliz. Cuando el reloj
comienza a sonar, todos hablamos y pedimos silencio a la vez
(ésa es una tradición española) y cuando comienzan las campanadas,
miro a PETER, que me observa, y uva tras uva las mastico
sin apartar la vista de mi amor. Quiero que él sea lo último que
vea en el año que se va y lo primero del año que comienza.
—¡Feliz 2014! —gritan Flyn y Luz al acabarse las uvas.
Esta vez nadie se interpone entre nosotros y PETER, abrazándome,
me besa y murmura cerca de mi boca, totalmente
enamorado:
—Feliz Año Nuevo, mi amor

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