—Sí.
—¿En
serio?
—Que
sí.
—¡¿Tú?!
CANDE
me mira y, ordenándome que baje la voz, dice:
—Por
supuesto que yo. ¿Acaso te crees que soy asexual como
una
almeja? Oye, una tiene sus necesidades y VICTORIO
es
un
tipo que me gusta. Claro que me acosté con él. Pero no te lo
conté
porque quería decírtelo en persona y asegurarte que no
soy
ninguna zorrasca.
—Pero
¿desde cuándo haces tú esas cosas?
Mi
hermana me mira, levanta las cejas y responde:
—Desde
que me he vuelto moderna.
Nos
reímos y continúo:
—Pero
vamos a ver, ¿no dices que habíais discutido?
—Sí,
pero cuando salió del coche y me arrinconó contra él,
oh,
Dios... ¡Oh, Dios cuchu lo que me entró por el cuerpo!
Me
lo imagino. Pienso en las reconciliaciones con PETER y
suspiro.
—Y
cuando me besó y dijo con su acento «No me importaría
ser
tu esclavo si tú fueras mi dueña», ya no pude más y fui yo
quien
lo arrastró al interior del coche y se lanzó.
De
nuevo me troncho de risa.
No
puedo remediarlo.
Mi
hermana me mata y repito patidifusa:
—¿Que
te lanzaste?
—Oh,
sí... Allí, en el callejón mismo, hice la locura del siglo.
Me
desollé la pierna izquierda con la palanca de cambios, pero
¡¡¡madre
míaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! Qué momentazo y qué bien
me
sentó. Llevaba sin sexo desde el cuarto mes de embarazo de
Lucía
y, cuchu..., fue alucinante.
Me
parto. PETER me mira y sonríe. Le gusta verme feliz.
Mi
hermana prosigue:
—Cuando
terminamos, no me dejó bajarme del coche y condujo
como
un loco hasta tu casa. Como te dije, papá le dejó las
llaves
y, cuando entramos...
—Cuenta...
cuenta...
Dios...
me estoy volviendo loca. La falta de sexo me hace indagar
en
el de mi hermana. Ella se sonroja, pero sin poder parar,
continúa:
—Hicimos
el amor en todos los lados. Sobre la mesa del
comedor,
en el porche, en la ducha, contra la pared de la despensa,
en
el suelo...
—CANDE...
—murmuro alucinada.
—Ah...
y en la cama. —Y al ver mi cara de asombro y guasa,
añade—:
Ay, cuchufleta, ese hombre me posee de una manera
que
nunca pensé que yo probaría. Pero cuando estamos juntos y
lo
hacemos, literalmente ¡me vuelvo una loba!
La
sinceridad de mi hermana es aplastante y mi necesidad
de
sexo, elocuente. Escucharla me sube la libido y susurro:
—Qué
envidia me das.
—¿Por
qué? —Y al entenderlo, confiesa—: Cuando me quedé
embarazada
de Luz, AGUSTIN estuvo sin tocarme cuatro meses. Le
daba
miedo dañar al bebé.
Eso
me hace sonreír. Quizá lo que le pasa a PETER no es tan
raro
y pregunto:
—Y
cuando tenías relaciones embarazada, ¿todo bien?
—Alucinante.
El deseo es devastador, pues las hormonas se
me
revolucionaban a unos niveles que yo misma me asustaba.
Eso
sí, cuando me quedé embarazada de Lucía, como me pilló el
divorcio
por medio, me lo pasé pipa con Superman.
—¿Y
quién es Superman?
—El
consolador que el tonto de mi ex me regaló. Gracias a él,
conseguí
no volverme tarumba.
Estoy
cada vez más bloqueada por las cosas que mi hermana
dice.
Ella me mira y suelta:
—Hija,
ni que te hubiera dicho que me metí la bombona del
butano
o que había participado en una orgía. Qué antigua eres.
Su
comentario me hace reír a carcajadas. Si ella supiera.
Dos
días después, llega el famoso momento de mi visita con
la
ginecóloga. Todos quieren acompañarme, pero insisto en que
sólo
quiero que venga PETER. Mi padre y mi hermana lo entienden
y
se quedan con los niños en casa.
Le
llevo a mi doctora todas las pruebas que me mandó la
primera
vez que fui, incluida mi visita a las urgencias del hospital.
Estoy
nerviosa, expectante. Con gesto profesional, ella lo
mira
todo y, cuando me hace la ecografía, ante el semblante
serio
de PETER, dice:
—El
feto está bien. Su latido es perfecto y las medidas correctas.
Por
lo tanto, ya sabes, sigue tu vida con normalidad,
tómate
las vitaminas y te veo dentro de dos meses.
PETER
y yo nos miramos y sonreímos.
¡Medusa
está perfecta!
Cuando
me limpio el gel de la barriga y regresamos al despacho,
donde
la doctora escribe en el ordenador, digo:
—Quisiera
preguntarle una cosa.
La
mujer deja de teclear.
—Tú
dirás.
—¿Los
vómitos desaparecerán?
—Por
norma, sí. Al acabar el primer trimestre, el feto se asienta
y
supuestamente las náuseas desaparecerán.
Estoy
por dar palmas con las orejas. PETER me mira, sonríe, y
yo
vuelvo a preguntar:
—¿Puedo
tener relaciones sexuales plenas?
La
cara de mi marido es ahora un poema. Le da corte que
pregunte
eso. La doctora sonríe, me mira y responde:
—Por
supuesto que sí, pero durante un tiempo con cuidadito,
¿entendido?
Cuando
salimos de la consulta, PETER está serio y, cuando nos
subimos
al coche, no aguanto más la tensión y digo:
—Venga,
va, ¡protesta!
Explota
como una bomba y cuando acaba, lo miro y
respondo:
—Vale...,
comprendo todo lo que dices. Pero entiende,
cariño,
que una no es de piedra y que tú eres una tentación perpetua.
—Sonríe
y, acercándome a él, añado—: Tus manos me
incitan
a querer que me toques, tu boca a querer besarla y tu
pene,
¡oh, Diossssssssss! —digo, tocándoselo por encima del
pantalón—,
me incita a querer que juegues conmigo.
—Para,
LALI..., para.
Me
entra la risa. Él sonríe también y, dándome un beso,
dice:
—Te
aseguro que si a ti yo te incito a todo eso, ni te quiero
contar
lo que tú me haces a mí.
—Hummmm,
esto se pone interesante.
—Pero...
—Uy...
los «peros» nunca me han gustado.
—Hay
que ir con tranquilidad para que no nos volvamos a
asustar.
—Te
doy toda la razón —asiento—. Pero...
—Vaya,
tú también tienes un ¡pero! —se ríe PETER.
—...
pero quiero jugar contigo.
Él
no responde, pero sonríe. Eso es buena señal.
Al
día siguiente estoy un poco mejor y decido salir de compras
por
Múnich con mi hermana, EUGE y Marta. Las cuatro somos
tremendas
y lo pasamos genial. Insisto en comer en un burger y,
cuando
mojo mi patata en el kepchup, la miro y, entre risas,
digo:
—I
love comida basura. Le encanta a Medusa.
Mi
hermana frunce el cejo al oírme decir ese nombre, pero
antes
de que diga nada, EUGE suelta:
—Yo
a Glen, cuando lo tenía en la barriga lo llamaba
Eidechse.
Marta
y yo nos reímos y CANDE pregunta:
—¿Y
eso qué quiere decir?
Divertida,
me meto otra grasienta patata en la boca y
respondo:
—Lagarto.
Cuando
salimos del burger pensamos en ir a tomar café,
pero
al pasar por la cervecería más antigua de Múnich, la Hofbräuhaus,
decidimos
entrar para que mi hermana la conozca. Yo
bebo
agua.
CANDE
está flipada. Tiene la misma cara que yo el día en que
entre
allí por primera vez, y la tía nos demuestra la capacidad de
beber
cerveza que tiene. Eso me sorprende. No conocía esa
faceta
de ella y, divertida, digo, al ver que Marta y EUGE encargan
la
cuarta ronda:
—CANDE,
si no paras, vas a llegar a rastras a casa.
Mi
hermana me mira y replica:
—Como
tú no puedes beber, beberé por las dos. —Y al ver
que
nos reímos, añade—: Tú, ahora, estás en la deliciosa faceta
del
embarazo. Ya sabes, acidez, tobillos hinchados, tetas doloridas
y
maravillosas náuseas matinales.
—Qué
graciosa eres, guapa —me mofo y ella contesta:
—Ah,
y por lo que dijiste, la libido a tope. ¿Lo llevas mejor?
No
contesto. ¡Será perraca! EUGE, al oírnos, cuenta
divertida:
—Durante
mi embarazo, sólo os diré que el pobre NICO me
rehuía.
Madre mía, qué pesadita me puse con el tema sexo.
Oír
eso en cierto modo me tranquiliza. Veo que lo que me
pasa
a mí les pasó a otras y no se volvieron locas.
Todas
nos reímos cuando traen la siguiente ronda y Marta,
al
ver a una amiga, llama:
—¡Tatianaaaaaaaaaaaa!
Una
joven rubia nos mira y, tras saludar a mi cuñada, ésta
nos
la presenta. La chica es encantadora y durante un rato se
sienta
con nosotras para charlar. Cuando se va, mi hermana, a
la
que ya veo algo perjudicá con tanta cerveza, me mira y dice:
—Cuchu...
o estoy muy pedo o no he entendido nada.
Horrorizada,
me doy cuenta de que hemos hablado todo el
rato
en alemán y, abrazándola, contesto:
—Ay,
CANDE, cariño, perdona. Es la costumbre.
Rápidamente
le cuento que Tatiana es bombero y mi hermana
se
sorprende. Pero cuando se parte de risa es cuando le
comento
que le he pedido prestado el traje de bombero y ella ha
dicho
que cuando quiera me lo deja.
Llega
la última noche del año.
Sigo
sin tener relaciones sexuales, pero no porque PETER no
quiera,
sino más bien porque yo sigo estando hecha una mierda
y
a la que no le apetecen ahora es a mí. Esta tarde, cuando
aparecen
la madre y hermana de PETER, él desaparece. No me dice
adónde
va y eso me enfada. Me estoy volviendo una gruñona.
Llega
la hora de la cena y PETER no ha regresado todavía y,
cuando
estamos en la cocina ultimando los detalles, digo:
—Simona,
ahora entre todos llevaremos las cosas a la mesa y
te
quiero junto a Norbert sentados a ella, ¿entendido?
La
mujer se hace la remolona y, mirándola, añado:
—Te
advierto que u os sentáis a la mesa y cenáis con todos o
aquí
no cena nadie.
—Uy,
uy, Simona —se mofa Marta—. ¿No nos dejarás sin
cenar?
—De
eso nada —aclara Sonia—. Simona y Norbert cenarán
con
todos.
Junto
con Marta, salen de la cocina divertidas, con un par de
bandejas,
y mi padre mira a Simona y dice:
—Ojú,
Simona, mi hija es muy cabezota.
La
mujer sonríe y, tras guiñarme un ojo, responde:
—Sí,
Manuel, ya la voy conociendo. —Y al ver que arrugo la
nariz
ante la ensalada de col, añade—: Me llevaré esto a la mesa.
Cuanto
más lejos esté de ti, mejor.
—Gracias,
Simona.
Cuando
la mujer sale de la cocina, mi padre, acercándose a
mí,
dice:
—Siéntate,
cariño. Ya termino yo de organizar la bandeja de
las
gambas.
Hago
lo que me pide. Hoy no es mi mejor día y, sentándose a
mi
lado, me retira el pelo de la cara y añade:
—¿Por
qué no te vas a la cama, mi vida? Allí estarás mejor
que
zascandileando por aquí.
Resoplo
y, poniendo los ojos en blanco, contesto:
—No,
papá. Es Nochevieja y quiero estar con vosotros.
—Pero,
hija, si se te ve la carita de pachucha. —Sonrío y pregunta—:
Estás
fatal, ¿verdad?
Asiento.
Es mi peor día con diferencia y, con una triste sonrisa,
él
dice:
—Creo
que ver y oler toda esta comida no te favorece, ¿a que
no?
Clavo
la vista en las ricas gambas, en el adobo frito, en el
cordero
churruscadito y el jamoncito que mi padre ha traído de
España,
preparado con todo su amor, y respondo:
—Ay,
papá, con lo que me gusta el adobo frito, el corderito
churruscadito
que tú haces y las gambas, y la fatiguita que me
dan
ahora.
El
hombre sonríe y, dándome un beso cariñoso en la mejilla,
dice:
—Hasta
en eso eres igualita a tu madre. A ella también le
daba
mucho asco el adobo durante vuestros embarazos. Eso sí,
cuando
se le pasó, se lo comía a puñaos.
La
puerta de la cocina se abre y entra PETER. ¡Hombre, el desaparecido!
Al
verme con mi padre se acerca y, poniéndose de cuclillas
ante
mí, dice preocupado:
—Cariño,
¿por qué no te vas a la cama?
—Eso
mismito le estoy diciendo yo, PETER, pero ya sabes cómo
es
mi morenita. ¡Una cabezota!
Sin
hacerles caso, miro a mi rubio y pregunto:
—¿Dónde
estabas?
PETER
sonríe y responde:
—He
recibido una llamada urgente y he tenido que
atenderla.
De
pronto oigo un grito. Sobresaltada, me levanto en el
momento
en que la puerta de la cocina se abre de par en par y
mi
hermana, con la cara totalmente desencajada, exclama:
—Cuchuuuuuuuuuu,
¡¡mira quién ha venido!!
Veo
a VICTORIO con la pequeña Lucía en brazos, miro a
PETER
y sonrío. Ésa era la urgencia.
El
mexicano saluda a mi padre, que le da la mano encantado
de
la vida, y luego, acercándose a mí, me da dos besos y
pregunta:
—¿Cómo
está mi mamita preciosa?
—Jorobada,
pero contenta de tenerte aquí —respondo, feliz
por
mi hermana.
—Dexter
y Graciela os mandan muchos besos y esperan
poder
viajar para conocer al bebecito.
En
ese momento mi sobrina entra corriendo como un vendaval
y
grita:
—Hey,
güey, ¿cómo tú por aquí?
El
mexicano la mira y, divertido, contesta:
—Vine
a ver a mi damita linda y a retarla al Mario Bros.
Luz
se tira a sus brazos y todos sonreímos. Está claro que
este
mexicano sabe ganarse a mi familia.
Una
vez Luz se va corriendo, él mira a mi hermana, que lo
contempla
embobada, y acercándose a ella la besa en los labios
y
pregunta melosón delante de mi padre:
—¿Cómo
está mi reina?
Sin
cortarse un pelo, CANDE le devuelve el beso y responde:
—Muy
contenta de verte.
¡Qué
fuerte!
Lo
de mi hermana es tremendo.
Miro
a mi padre y veo que sonríe. Me guiña un ojo y sé que le
encanta
lo que ve. Yo flipo con la descarada de CANDE, cuando
oigo
que el mexicano dice:
—Sabrosa,
dímelo.
Mi
hermana, totalmente desatada, le pone un dedo en la
boca
y murmura sin cortarse un pelo, delante de todos:
—Yo
te como con tomate.
Alucinada,
parpadeo.
¿Ha
dicho que se lo come con tomate?
PETER,
divertido, se ríe. Está claro que VICTORIO le gusta.
Mi
padre, con mi hermana y conmigo, está visto que ya está
curado
de espantos. ¡Qué bueno es!
Cuando
el bullicio sale de la cocina, los dos hombres más
importantes
de mi vida me miran.
Vuelven
a estar preocupados por mí y, sosteniéndoles la
mirada,
declaro convencida:
—Quiero
vivir con vosotros esta noche tan especial y no me
la
perderé por nada del mundo, ¿entendido?
Media
hora más tarde, todos estamos sentados alrededor de
la
mesa y la felicidad ha inundado mi hogar a pesar de encontrarme
yo
para el arrastre.
Qué
diferente esta Navidad de la del año pasado, cuando
sólo
estábamos PETER, Flyn, Simona, Norbert y yo. Ahora está
aquí
toda mi familia, la familia de PETER, Susto,
Calamar y VICTORIO. ¡Qué
maravilla!
Cuando
Sonia ofrece las lentejas a mi sobrina y a Flyn, los
niños
arrugan la nariz. Eso me hace sonreír. Pero más me río
cuando
mi padre le ofrece a Flyn salmorejo. Es verlo y al crío los
ojos
le hacen chiribitas.
Como
puedo aguanto la cena. Ver tanta comida y, en especial,
olerla
me angustia. Pero la felicidad que me dan todos los
que
están a mi lado hace que merezca la pena no perdérmela.
Los
olores fuertes me retuercen, pero como una campeona,
resisto
en la mesa sin apenas comer, mientras todos se ponen
morados.
Los primeros, mi marido y el mexicano. Mira que les
gusta
el jamoncito rico.
Una
vez acabada la opípara cena, nos sentamos en los sillones
y
sofás ante el televisor y le explico a mi familia que vamos
a
ver un número cómico que es tradición en Alemania.
Cuando
comienza el Dinner for One,
todos se ríen y mi hermana,
que
está sentada sobre las piernas de su rollito salvaje,
sin
entender esa extraña tradición, me mira y cuchichea:
—Ay,
cuchu, ¡qué raros son los alemanes!
—Oye,
¿qué es eso de que te lo comes con tomate?
CANDE se ríe y, con disimulo, susurra:
—Le
gusta que le diga esa frase. Dice que lo excita cómo se la
digo.
Alucinada,
cuchicheo yo también:
—¿Y
tú dices que los alemanes son raros?
Acomodada
entre los brazos de mi amor, igual que el año
anterior,
me río. Una vez acaba el número, mi padre, Simona y
Sonia
van a la cocina a por los vasitos con las uvas y PETER hace lo
mismo
que hizo el año pasado: pone el canal internacional y
conecta
con la Puerta del Sol.
¡¡Ay,
mi España!!
Pero
a diferencia del año anterior no lloro. Tengo en el salón
a
mi familia y me siento completamente feliz. Cuando el reloj
comienza
a sonar, todos hablamos y pedimos silencio a la vez
(ésa
es una tradición española) y cuando comienzan las campanadas,
miro
a PETER, que me observa, y uva tras uva las mastico
sin
apartar la vista de mi amor. Quiero que él sea lo último que
vea
en el año que se va y lo primero del año que comienza.
—¡Feliz
2014! —gritan Flyn y Luz al acabarse las uvas.
Esta
vez nadie se interpone entre nosotros y PETER, abrazándome,
me
besa y murmura cerca de mi boca, totalmente
enamorado:
—Feliz Año Nuevo, mi amor
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