martes, 3 de noviembre de 2015

CAPITULO 13

Dos días después me encuentro algo revuelta.
Me duele el estomago y supongo que me va a venir la regla.
Odio que me duela tanto. ¿Por qué me tiene que pasar a mí
esto cuando tengo amigas que ni se enteran?
Voy al baño y, ¡zas!, ya me ha bajado. Cuando salgo, me
tomo un calmante. Eso y escuchar mi música me relajará. Cojo
mi iPod, me pongo los casos y escucho.
Me llaman loco
por no ver lo poco que me dicen que me das.
Me llaman loco
por rogarle a luna detrás del cristal.
Cierro los ojos y la voz de Pablo Alborán me relaja como
siempre y finalmente me duermo.
Suaves y dulces besos me despiertan y, al abrir los ojos, veo
que es PETER. Me quito los cascos y dice:
—Hola, pequeña, ¿cómo estás?
—Jorobada... muy jorobada —susurro.
Rápidamente se alerta y le aclaro al ver su gesto:
—Me ha venido la regla y el dolor me está matando.
PETER asiente. Lo sabe de otros meses y dice:
—Hay un remedio alemán muy bueno para que no te duela.
—¿Cuál? —pregunto esperanzada.
Lo que sea con tal de no tener este dolor tan asqueroso.
—Quédate embarazada y durante casi un año te olvidarás de
ella.
Su gracia no me hace gracia.
Él se ríe. Yo no.
Tengo ganas de darle un puñetazo ¿Se lo doy? ¿No se lo doy?
Al final contengo mis impulsos más trogloditas y, dolorida,
digo:
—Me parto y me mondo.
—¿No crees que es un buen remedio?
—No.
—Una morenita con tus ojitos... tu naricita... tu boquita...
—Lo llevas claro —gruño.
PETER ríe y, besándome, añade:
—Sería preciosa. Lo sé.
—Tenlo tú... so listo.
—Sí pudiera, lo haría.
Lo miro y me rasco.
—Mira cómo se me está poniendo el cuello. ¿Quieres parar?
Lo oigo reír. Maldito risitas. Cojo un cojín y se lo estampo en
la cabeza con todas mis fuerzas.
Oh... oh... me conozco y, como siga riéndose, soy capaz de
estrangularlo.
Su risa sube de decibelios. Lo miro y, con cara de destroyer
total, siseo:
—¿Serías tan amable de irte y dejarme sola para que el dolor
se me pase?
—Cariño, no te enfades.
Pero mi nivel de tolerancia en ocasiones como ésta es nulo y,
sin mirarlo, digo:
—Pues vete y cierra el pico.
Claudica. Sabe que la regla hay meses que me ennegrece el
humor y, tras darme un beso en la coronilla, se va. Cierro los
ojos, me vuelvo a poner los cascos e intento relajarme, esta vez
con la voz rota de Alejandro Sanz. Necesito que el dolor se me
pase.
El viernes,VICTORIO, el primo de Dexter, aparece en
Múnich.
Cuando lo veo me sorprendo. Nadie me ha advertido de su
llegada y a la primera ocasión le pregunto:
—¿Cómo se ha quedado mi hermana?
El mexicano sonríe y, tocándose el pelo, responde:
—Tan linda como siempre.
Pero esa contestación no me vale e insisto:
—Quiero saber si se ha quedado bien o mal con tu marcha.
—Bien, mujercita..., bien. Le prometí pasarme por Jerez
antes de regresar a México. Por cierto, me dio esto para ti.
Saca un sobre cerrado. Lo cojo y me lo guardo en el bolsillo
del pantalón. Diez minutos después y deseosa de leer lo que mi
hermana dice en esa carta, me escabullo a mi habitación y, sentándome
en la cama, abro el sobre y leo.
Hola, cuchufleta:
Por aquí todo bien. Papá estupendo, Luz feliz en su colegio y
Lucía engordando y creciendo.
Te escribo para decirte que estoy bien a pesar de que ya imaginarás
que la marcha de mi mexicano me deja espachurrada.
Ya me advertiste tú. Pero yo he querido ser una mujer moderna
y, a pesar de lo mal que me siento ahora, estoy feliz por
haberlo sido.
Por cierto, ¡no me he acostado con él! No soy tan moderna,
aunque entre nosotros ha habido más que dulces y tiernecitos
besos.
Con él, he conocido a un hombre maravilloso, cariñoso y
encantador. Y por fin he conseguido quitarme el mal sabor de
boca que me dejó el empanado de AGUSTIN. Por tanto, cuando lo
veas trátalo con cariño, que te conozco, y él se lo merece,
¿entendido?
Te quiero, cuchu, y prometo llamarte un día de éstos.
CANDE
Lágrimas como puños brotan de mis ojos.
Pobrecita, mi hermana, lo mal que lo debe de estar pasando
y el miedito que tiene a que yo le abra la cabeza a VICTORIO.
Joder, que tan bruta no soy.
Sin más, cojo el teléfono y marco el número de Jerez. Quiero
hablar con ella.
Un timbrazo...
Dos timbrazos...
Y al tercero oigo su voz.
—¿Estás bien, CANDE?
Al reconocerme, la oigo que suelta uno de sus suspiritos lastimosos
y murmura:
—Sí. Estoy bien a pesar de los pesares.
—Te lo dije, CANDE, te dije que él regresaría a México.
—Lo sé, cuchu... Lo sé.
Tras un silencio más que significativo, dice, dejándome
totalmente sorprendida:
—¿Sabes?, lo volvería a hacer. Ha merecido la pena disfrutar
el tiempo con él. VICTORIO no tiene nada que ver con JAGUSTIN
y, aunque ahora lloriqueo por las esquinas, reconozco que me
ha subido mi autoestima como mujer y ahora me valoro más.
¿Él está bien?
—Sí, lo acabo de ver. Está en el salón con PETER y Dexter y...
—Dale un beso de mi parte, ¿vale?
—Vale.
Hablamos unos minutos más y al final nos despedimos
cuando Lucía se pone a llorar. Mi hermana tiene que atenderla.
Cuando regreso al salón, veo sólo a Graciela, leyendo una
revista.
—Los hombres están en el despacho —me informa.
Asiento y voy a la cocina.
Tengo sed. Hablar con mi hermana me deja triste, pero
saber de su propia boca que se valora más como mujer me hace
feliz. Al final, no hay mal que por bien no venga.
Abro el frigorífico, cojo una Coca-Cola y, cuando me la estoy
bebiendo apoyada en la encimera, oigo la voz de Simona, que
cuchichea en el lavadero:
—¿Por qué tiene que venir aquí?
—MARTINA viene a Alemania por temas laborales.
—¿Acaso no sabe que su presencia nos incomoda?
—Mujer, escucha —le oigo decir a Norbert—. Lo que ocurrió
pasado está. Es mi sobrina.
—Exacto, tu sobrina. Una estúpida que...
—Simona...
—¿Cuándo te ha dicho que llega?
—Mañana.
—¡Maldita sea!
—Simona, ¡esa lengua por favor! —la regaña Norbert.
Sonrío sin poderlo remediar, cuando oigo la voz terriblemente
enfadada de mi Simona:
—Y, claro, como tu sobrina es una señorita muy fina, llama
antes al señor LANZANI que a ti y se queda a dormir en esta
casa en vez de en la nuestra, ¿verdad? ¿Acaso no recuerdas lo
que podría haber pasado de no ser por PABLO?
—Lo recuerdo y, tranquila, no volverá a suceder.
Oigo entonces que la puerta del lavadero se abre y, por el
ventanal de la cocina, veo a Simona caminar muy enfadada
hacia su casa y a Norbert detrás.
¿Qué ocurre?
Sorprendida, los sigo con la mirada. Es la primera vez que
veo que esa cándida pareja no está de acuerdo en algo y me preocupa.
Pero más me preocupa saber quién es MARTINA, por qué
llama a PETER en vez de a su tío y qué pasó esa última vez.
Debo hablar con Simona en cuanto pueda.
Esa noche, cuando PETER y yo estamos en nuestra habitación,
digo, enseñándole mi móvil:
—¿A que no sabes qué tono de llamada me he puesto para
cuando me llames?
Él me mira. Coge su móvil, llama al mío y sonríe al reconocer
la música de la ranchera Si nos dejan.
Enamorados, nos abrazamos y sonreímos. Cinco minutos
después, tras varios besos, cuando PETER me suelta, digo:
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cariño. Puedes preguntarme lo que quieras.
—¿Tú me darías trabajo?
PETER me mira. Sonríe y, abrazándome, dice, acercándose a mi
boca:
—Te dije hace mucho que tu contrato está renovado de por
vida, pequeña.
Me río. Recuerdo que me dijo eso el día que le mandé las
flores al despacho e insisto:
—Me refiero a trabajar en las oficinas de Müller.
—¿Trabajar? —Y, soltándome, añade—: ¿Por qué?
—Porque cuando se vayan Dexter y Graciela me aburriré.
Estoy acostumbrada a trabajar y la vida ociosa no me va nada.
—Cariño, ya trabajo yo por los dos.
—Pero yo quiero cooperar. Ya sé que tienes mucho dinero
y...
—Tenemos, pequeña —me corta—. Tenemos. Y antes de que
continúes, no necesitas trabajar porque yo te puedo mantener
con holgura. No estoy dispuesto a que mi mujer esté sujeta a
unos horarios que no son los míos y a privarme de ti porque tengas
obligaciones que cumplir. Por tanto, tema zanjado.
—Y una leche, tema zanjado.
Mi tono de voz no le ha gustado.
A mí no me ha gustado su contestación y, señalándolo con el
dedo, digo sin muchas ganas de discutir:
—Por hoy dejamos el tema, pero que te quede muy clarito,
guapito de cara, que volveremos a hablar de ello, ¿entendido?
PETER resopla, asiente y se mete en el cuarto de baño. Cuando
sale, sin darle descanso, digo:
—Necesito preguntarte otra cosa.
Mirándome con gesto incómodo, responde, sentándose en la
cama:
—Tú dirás.
Me muevo por la habitación. Deseo preguntarle por MARTINA,
pero no sé cómo hacerlo. Saber que esa mujer lo ha llamado por
teléfono y él no me ha dicho nada me molesta y, finalmente,
dejando los paños calientes a un lado, suelto:
—¿Quién es MARTINA, por qué no me has dicho que te ha llamado
y por qué se va a alojar en nuestra casa?
Sorprendido al oír ese nombre en mi boca, pregunta:
—¿Cómo sabes tú eso?
Mi cara cambia.
Toc... toc... los celos vienen en tromba.
Achino los ojos y, con ese no sé qué que me entra cuando
desconfío, insisto:
—Aquí la pregunta más bien es, ¿por qué no me has dicho
que una desconocida para mí te ha llamado y se va a alojar
desde mañana en nuestra casa? Y ahora, enfádate, pero que
sepas que más enfadada estoy yo de no haberme enterado por ti.
—¡¿Llega mañana?! —pregunta sorprendido.
Por su expresión, intuyo que es sincero. No lo recordaba y
respondo:
—Sí. Un poco más y me entero cuando esté sentada a la
mesa.
PETER me entiende. Me lo grita su mirada y, acercándose a mí,
dice desde su gran altura:
—Cariño, estoy tan liado últimamente que se me había olvidado
contártelo. Perdóname. —Y al ver que no respondo,
añade—: Es la sobrina de Norbert y Simona y era la mejor amiga
de mi hermana Hannah. Me llamó y, al saber que venía a Alemania
por trabajo, la invité a alojarse en nuestra casa.
—¿Por qué?
—Hannah le tenía mucho cariño.
—¿Has tenido algo con ella?
Mi pregunta lo sorprende y, dando un paso hacia atrás,
responde:
—Por supuesto que no. MARTINA es una mujer encantadora, pero
nunca hemos tenido nada, LALI. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Y PABLO?
Boquiabierto, me mira y dice molesto:
—Que yo sepa, tampoco. Pero vamos, si lo han tenido no me
interesa y creo que a ti tampoco te ha de interesar. ¿O debo
pensar que te preocupa si tuvo un rollo con PABLO?
Al ver por dónde va su pregunta, lo miro ofuscada y
murmuro:
—Por Dios, PETER, ¡no digas tonterías!
—Pues no hagas esas preguntas.
Me callo. No quiero comentar lo que le he oído decir a
Simona, pero estoy dispuesta a averiguar a qué se refería con
eso de «¿No recuerdas lo que pasó la última vez?».
—¿Estás celosa de MARTINA?
Su pregunta directa me hace dar una respuesta directa:
—En lo referente a ti, sí. Y te perdono el olvido de no
contármelo.
Él sonríe, yo no.
Da un paso hacia mí, pero yo no me muevo.
Me abraza, pero yo no lo abrazo.
Sin tacones y descalza sobre la alfombra me siento pequeña.
Me coge la barbilla y con delicadeza me hace mirarlo.
—¿Todavía no te has convencido de que la única mujer que
necesito, adoro y quiero en mi cama y en mi vida eres tú?
—pregunta—. Te dije y te repetiré mil veces que te voy a querer
toda la vida.
Ea... ya me ha ganado.
Ha vuelvo a derribar mis defensas con eso de «Te voy a
querer toda la vida».
¡Ya me ha hecho sonreír!
—Sé que me quieres tanto como yo te quiero a ti, porque el
ahora y siempre que llevamos en nuestros anillos es sincero
—digo, enseñándole mi dedo con el anillo—. Pero me molesta
que no me contases lo de la llamada y más cuando una mujer
que no conozco va a dormir en nuestra casa.
PETER me levanta del suelo y, cuando me tiene delante de su
cara, acerca su boca a la mía. Me lame el labio superior, después
el inferior y, finalmente, me muerde con cariño y susurra:
—Tontita celosa, dame un beso.
Estoy por hacerle la cobra, pero al final no le doy un beso, le
doy veintiuno y terminamos haciendo el amor a nuestro modo,
contra la pared.
Al día siguiente, cuando me levanto y bajo al salón, VICTORIO se ha marchado para Bélgica. Anoche, antes de dormir,
le di el beso que mi hermana me pidió y él lo recibió con cariño.
Menudo rollito más raro se traen estos dos.
Intento hablar con Simona, pero no está. Se ha ido a
comprar.
Dexter y PETER van a pasar la mañana fuera, solucionando
temas empresariales, y Graciela y yo nos vamos de compras. La
semana siguiente regresan a México y quiere llevarse muchos
recuerdos.
Por la tarde, cuando llegamos, entro en la cocina y veo a
Simona, que me sonríe. Me acerco a ella y la abrazo. Necesito
ese contacto cuando PETER no está. Ella lo sabe y me abraza
también.
Cuando me siento a la mesita de la cocina, la mujer sigue con
sus tareas y comento:
—Estás muy seria. ¿Qué te ocurre?
—Nada.
—¿Seguro, Simona?
—Sí, LALI.
Asiento. Durante unos minutos permanecemos calladas y,
cuando voy a decir algo, de pronto me mira y me apremia:
—Vamos, es la hora. Comienza Locura Esmeralda.
Doy un salto y corro junto a ella. Entramos en el salón donde
Graciela está leyendo y, tras saludarla, nos acomodamos en el
sofá y encendemos el televisor.
—Comienza Locura Esmeralda —cuchicheo emocionada,
mirando a Graciela.
Ella sonríe y no dice nada.
Mejor... ya sé que me estoy volviendo una hortera.
Cuando comienza a sonar la melodía de la serie, Simona y yo
nos miramos y, rápidamente, canturreamos:
Ámame, en nuestro loco amanecer.
Bésame, en nuestra cama en la aurora.
Cuídame, porque soy tuya y no de otro.
Mímame, soy tu Locura Esmeralda.
Graciela suelta una carcajada y Simona y yo también.
La madre que nos parió, la pinta que tenemos que tener las
dos cantando la cancioncita de marras en alemán. Me estoy
volviendo una friki. ¡Qué vergüenza!
Con el corazón en un puño, volvemos a ver cómo a nuestro
amado Luis Alfredo le disparan. Esmeralda Mendoza corre a
auxiliarlo y de la nada sale un hombre que está de muy buen ver
y los ayuda. Termina el primer capítulo con Esmeralda llorando
en el hospital. Teme por la vida de su amado Luis Alfredo. Lo
malo no es que ella llore, sino que lloramos, ella, Simona, Graciela
y yo.
¡Vaya tres patas para un banco!
Cuando se termina la serie, nos miramos con gesto compungido
y terminamos riendo. Divertidas, nos vamos a la cocina;
necesitamos beber algo para reponer las lágrimas que hemos
perdido.
En ese instante, se abre la puerta, entra Norbert y, tras él,
una mujer bastante mona, de pelo claro, que dice de pronto:
—Hola, tía Simona.
Sin parpadear, observo cómo la desconocida se echa a los
brazos de mi querida Simona y ésta, por no querer dejarla en
evidencia, sonríe.
—MARTINA, qué alegría.
Norbert, que está detrás de ellas, se da media vuelta y se
marcha. Anda que no es listo. Se quita de en medio.
Una vez la joven se separa de Simona, ésta, mirándome,
dice:
—MARTINA, te presento a la señora LANZANI.
La joven me mira con una grata sonrisa y yo, tendiéndole la
mano, digo:
—Puedes llamarme LALI.
—Encantada, JLALI.
Entonces me acerco a Graciela y añado:
—Ella es Graciela, una buena amiga.
—Encantada, Graciela.
—Lo mismo digo, MARTINA.
Hechas las presentaciones, Simona me mira y pregunta:
—¿Dónde quieres que se aloje, LALI?
—Donde tú quieras, Simona.
LALI nos observa alucinada y, mirando a su tía, exclama:
—Llamas a tu señora por su nombre.
Y antes de que yo pueda responder, Simona dice:
—Sí. Y ahora, sígueme.
Simona, que espera con la pesada maleta en la mano, echa a
andar cuando la joven MARTINA le dice en un tono que a mí particularmente
no me gusta mucho:
—Tía, lleva la maleta a donde corresponda y luego me dices
en qué habitación me alojo. Ya conozco la casa. —Y luego,
mirándome con una enorme sonrisa, añade—: Muchas gracias
por permitir que me quede en tu nuevo hogar.
Punto uno, tendría que ser ella quien llevara la maleta a la
habitación y no Simona.
Punto dos, eso de «me conozco la casa», me ha tocado la
moral.
Punto tres, se acaba de pasar de lista.
Estoy a punto de decirle algo, cuando PETER entra en la cocina
y la recién llegada exclama al verlo.
—¡PETER!
—Hola, MARTINA.
—Enhorabuena por tu boda. Los tíos me acaban de presentar
a tu mujer y es encantadora.
Él le da dos besos y, mirándome, dice:
—Gracias por la felicitación. Se puede decir que estoy en el
mejor momento de mi vida.
Todos sonreímos. Dexter entra y los dos hombres se
marchan al despacho. La chica me guiña un ojo y dice:
—Espero que seas muy feliz, LALI.
Con gesto incómodo, Simona se marcha y  MARTINA se sienta
conmigo y Graciela a la mesa de la cocina, donde yo la someto a
un tercer grado.
Joder... cada día me parezco más a mi hermana CANDE.
Cuando Flyn vuelve del colegio, MARTINA se levanta para abrazarlo.
El niño se alegra al verla. En sus recuerdos está grabado
que era amiga de su mamá.
Esa noche, una hora más tarde de lo normal, todos cenamos
en el salón. Invito a Simona y Norbert a que se unan a nosotros,
pero Simona se niega. No insisto. Veo con claridad lo mucho
que la incomoda MARTINA y decido hablar con ella mañana sábado
por la mañana.
Cuando me despierto, como siempre, estoy sola en la cama.
Me desperezo y de pronto me doy cuenta de algo tremendamente
importante: ¡es el cumpleaños de PETER!
Encantada de la vida, corro al baño, me lavo los dientes, me
doy una ducha rápida y me visto. A toda prisa, cojo el regalo que
tengo para él y bajo los escalones de cuatro en cuatro para
felicitarlo.
Oigo voces en el salón y, al entrar, veo a PETER sentado allí con
Dexter. Dispuesta a sorprenderlo, corro como una loca hacia el
sillón y me tiro por encima del respaldo para caer en sus brazos.
Pero la mala suerte hace que coja demasiado impulso y termine
despanzurrada en un lateral del salón y el regalo ruede por los
suelos.
Menudo golpazo me he dado. Creo que me he abierto la
muñeca.
PETER se levanta rápidamente y me auxilia, seguido por Dexter.
Los dos me miran sorprendidos, sin saber aún qué ha pasado
y yo no sé si estoy más dolorida física o moralmente.
¡Qué bochorno!
PETER me lleva en brazos hasta el sillón y, tras dejarme allí,
pregunta, mirándome:
—¿Dónde te has hecho daño, cariño?
Le enseño la mano izquierda y, al moverla, suelto un
quejido.
—Ay, qué dolor... qué dolor. Creo que me he abierto la
muñeca.
PETER se paraliza, se queda blanco. No entiende qué es abrirse
la muñeca y, al darme cuenta, aclaro para que me entienda:
—Cariño, me he torcido la mano. —Y, moviéndola ante él,
añado—: No te preocupes, con una venda se soluciona.
Respira y el color vuelve a su cara. En ese momento aparecen
Graciela y MARTINA, que al vernos preguntan:
—¿Qué ha ocurrido?
Dexter mira a su chica y responde:
—Amorcito, no lo sé. Sólo sé que he visto a LALI volar por
encima del sillón y darse un fuerte golpe contra el suelo.
Graciela, que es enfermera, rápidamente se acerca a nosotros
y, mirándola, digo:
—Estoy bien, pero me duele la muñeca.
PETER, levantándose, dice rápidamente:
—Vamos, te llevaré al hospital para que te hagan unas
placas.
Lo miro, me río y respondo:
—No digas tonterías. Esto me lo arregla Graciela con una
venda, ¿verdad?
Ella, tras revisar mi mano y moverla, asiente.
—No hay rotura. Tranquilo, PETER.
Pero claro, ¡PETER es PETER! e insiste:
—Me quedaré más tranquilo si le hacen una radiografía.
—Estoy de acuerdo contigo —afirma MARTINA—. Lo mejor es
asegurarse de que todo está bien.
Sonrío. Miro a mi rubio preferido y, levantándome, razono:
—Escucha, cariño, mi mano está bien. Sólo le hace falta una
venda y tema solucionado.
—¿Segura?
—Segurísima.
—Iré a la cocina a buscar el botiquín —dice MARTINA.
Graciela va tras ella y Dexter la sigue. Cuando nos quedamos
solos, miro a mi amor y, sonriendo, susurro:
—Feliz cumpleaños, señor LANZANI.
PETER sonríe. ¡Por fin sonríe!
—Gracias, cariño.
Nos besamos con ternura y, cuando se separa de mí, digo:
—Hoy hace un año que cené gratis con mi amigo Nacho en el
Moroccio haciéndome pasar por tu mujer y luego tú viniste a mi
casa con cara de malas pulgas y me dijiste con tu vozarrón de
enfado: «¡¿Señora LANZANI?!».
Él suelta una carcajada al recordarlo y yo pregunto:
—¿Lo recuerdas?
—Sí..., osito panda —responde.
Ay, ¡qué mono!
Suelto una carcajada. Me hace gracia que recuerde mi ojo
aquel día. Madre mía, sucedió hace un año. ¡Cómo pasa el
tiempo!
Encantada de recordar esos momentos tan bonitos, miro a
mi alrededor en busca del regalo y lo localizo bajo la mesa. Voy
hacia allá, me agacho y lo recojo. Regreso hacia PETER y, poniéndole
mi carita de niña buena, le digo:
—Espero que te guste y, sobre todo, que funcione tras el
golpazo que se ha metido.
Abre el paquete y, al ver el reloj, me mira y, sacándolo de la
caja, se lo pone y pregunta:
—¿Cómo sabías que me gustaba este reloj?
—Tengo ojos en la cara, cariño, y he visto cómo lo mirabas
en esa revista tan cara que recibes mensualmente de cierta joyería.
Por cierto, que sepas que los dueños me han abierto
cuenta, aunque yo les dije que no.
—Normal, cariño, eres mi mujer. Cuando quieras algo bonito
y original, Sven, el joyero, te lo puede hacer.
Sonrío. Yo soy más de bisutería y mercadillo. En ese
momento entra Graciela sentada sobre las piernas de Dexter y,
enseñándome las vendas, dice:
—Vamos, LALI, ven, que te vendo la muñeca.
De pronto soy consciente de que no he visto a alguien y
pregunto:
—¿Dónde está Flyn?
PETER responde cuando MARTINA entra en el salón:
—Marta ha pasado a buscarlo hace un rato. Luego lo
veremos en la cena.
—¿No cenáis aquí? —pregunta MARTINA.
—No. Hoy los invito a cenar por mi cumpleaños —responde
PETER, mientras observa lo que hace Graciela.
—Oh... entonces cenaré sola —murmura.
La miro. Veo su expresión triste y, como siempre, me da
pena.
Mis ojos se encuentran con los de PETER. Nos comunicamos en
silencio y, cuando él asiente, miro a MARTINA y pregunto:
—¿Quieres venir con nosotros? —La joven parpadea y, sonriendo,
responde:
—Me encantaría.
Cuando todos se tranquilizan después de mi tremendo testarazo,
busco a Norbert. Está en el garaje con mi Ducati. Al verla,
tengo un subidón de adrenalina y sonrío. Me acerco hasta él y
pregunto:
—¿Necesitas ayuda?
El hombre sonríe.
—No, señora. No se preocupe. La moto está perfecta y el
domingo de la competición funcionará de maravilla, ya lo verá.
¿Quiere probarla?
Sin dudarlo, asiento.
¿Cómo resistirse a una vueltecita en mi Ducati?
Me monto, la arranco y grito al escuchar su bronco sonido.
Norbert sonríe y salgo del garaje con ella.
Sin protecciones ni casco, me doy una vueltecita por la parcela.
Susto y Calamar corren detrás. La moto funciona como
siempre, ¡genial! Pedazo de maquina me compró mi padre.
Al pasar frente a uno de los ventanales del salón, veo que
PETER me observa. Con chulería, hago un caballito y, al ver su
gesto tenso, me río y dejo de hacerlo. Al bajar, la muñeca se me
resiente.
Diez minutos más tarde, regreso al garaje, donde Norbert me
espera, y le dejo la moto.
—¿Qué le parece, señora? ¿La encuentra bien?
Asiento y me toco la muñeca. Me duele, pero no me preocupo.
Estoy segura de que en una semana estará mejor.
PETER nos lleva a cenar a un maravilloso restaurante. Allí ha
quedado con su madre, su primo Jurgen, Marta, el novio de ésta
y Flyn. Cuando nosotros llegamos con Dexter, Graciela y Laila,
ya nos esperan. Flyn, al vernos, corre a abrazarnos y cuando
PETER llega junto a su madre, ésta, con un afecto que me pone la
carne de gallina, lo besa y dice:
—Felicidades, cariño mío.
Entre risas y buen rollo esperamos a los que faltan. Jurgen
se sienta entre MARTINA y yo y hablamos sobre la carrera. Estoy
emocionada. No veo el momento de dar saltos con mi moto y
disfrutarlos. PETER nos escucha. No dice nada, sólo nos escucha y
cuando apunto en un papel el lugar donde se celebra el evento,
sonríe.
Aparecen EUGE, NICO y PABLO, que viene sin acompañante.
Me fijo en su cara cuando ve a MARTINA y le veo una cierta incomodidad,
pero cuando se acerca a nosotros la saluda como a una
más. Eso sí, se sienta lo más lejos que puede de ella. Eso me da
que pensar. MARTINA es una joven muy mona y es raro que PABLO, el
gran depredador, se aleje de ella. Algo pasa y tengo que
descubrirlo.
Uno a uno, le van dando a PETER sus regalos y él sonríe
agradecido. Qué feliz que está mi chico en su treinta y tres
cumpleaños.
Cuando pongo unas velas en la tarta que el camarero trae y
le hago soplar, ¡sé que me quiere matar! Yo me río y le canto el
cumpleaños feliz. Finalmente, sonríe... sonríe y sonríe.
—Creo que tienes algo que contarme, ¿verdad? —murmura
EUGE, acercándose a mí.
Al ver su cara, sé de lo que habla y, divertida, cuchicheo:
—Si te refieres a dónde terminamos la noche del Oktoberfest,
sólo te diré, ¡caliente!
EUGE sonríe y asiente.
—Me comentó PABLO que lo pasasteis muy bien.
Afirmo con la cabeza y ella añade:
—Diana es tremenda, ¿verdad? —Vuelvo a asentir y EUGE
dice, mirando a Graciela—: ¿Y esos dos cómo van? ¿Habéis
jugado ya con ellos?
—A tu primera pregunta, por lo que intuyo van bien. Y en
referencia a tu segunda pregunta, no, no hemos jugado con
ellos.
Media hora después, Sonia recibe una llamada. Su actual
novio la llama. Marta y Arthur se ofrecen a llevarla y se
marchan. MARTINA habla con Jurgen y, mirando a EUGE, pregunto:
—¿Qué te parece MARTINA?
—Es muy maja. Era la mejor amiga de Hannah. —Y al ver
que frunzo el cejo, pregunta—: ¿Qué es lo que realmente te preocupa
de ella?
Sin querer desvelar lo que le oí decir a Simona y la percepción
que me da ver que PABLO no cruza palabra con ella, digo:
—¿Ha jugado alguna vez con PETER o con vosotros?
—No, nunca. Creo que nuestro rollo no es el suyo. ¿Por qué
lo preguntas?
Sonrío al ver que PETER no me ha mentido. Eso me tranquiliza
y respondo:

—Simplemente por saberlo.

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