Dos
días después me encuentro algo revuelta.
Me
duele el estomago y supongo que me va a venir la regla.
Odio
que me duela tanto. ¿Por qué me tiene que pasar a mí
esto
cuando tengo amigas que ni se enteran?
Voy
al baño y, ¡zas!, ya me ha bajado. Cuando salgo, me
tomo
un calmante. Eso y escuchar mi música me relajará. Cojo
mi
iPod, me pongo los casos y escucho.
Me llaman loco
por no ver lo poco que me dicen que me das.
Me llaman loco
por rogarle a luna detrás del cristal.
Cierro
los ojos y la voz de Pablo Alborán me relaja como
siempre
y finalmente me duermo.
Suaves
y dulces besos me despiertan y, al abrir los ojos, veo
que
es PETER. Me quito los cascos y dice:
—Hola,
pequeña, ¿cómo estás?
—Jorobada...
muy jorobada —susurro.
Rápidamente
se alerta y le aclaro al ver su gesto:
—Me
ha venido la regla y el dolor me está matando.
PETER
asiente. Lo sabe de otros meses y dice:
—Hay
un remedio alemán muy bueno para que no te duela.
—¿Cuál?
—pregunto esperanzada.
Lo
que sea con tal de no tener este dolor tan asqueroso.
—Quédate
embarazada y durante casi un año te olvidarás de
ella.
Su
gracia no me hace gracia.
Él
se ríe. Yo no.
Tengo
ganas de darle un puñetazo ¿Se lo doy? ¿No se lo doy?
Al
final contengo mis impulsos más trogloditas y, dolorida,
digo:
—Me
parto y me mondo.
—¿No
crees que es un buen remedio?
—No.
—Una
morenita con tus ojitos... tu naricita... tu boquita...
—Lo
llevas claro —gruño.
PETER
ríe y, besándome, añade:
—Sería
preciosa. Lo sé.
—Tenlo
tú... so listo.
—Sí
pudiera, lo haría.
Lo
miro y me rasco.
—Mira
cómo se me está poniendo el cuello. ¿Quieres parar?
Lo
oigo reír. Maldito risitas. Cojo un cojín y se lo estampo en
la
cabeza con todas mis fuerzas.
Oh...
oh... me conozco y, como siga riéndose, soy capaz de
estrangularlo.
Su
risa sube de decibelios. Lo miro y, con cara de destroyer
total,
siseo:
—¿Serías
tan amable de irte y dejarme sola para que el dolor
se
me pase?
—Cariño,
no te enfades.
Pero
mi nivel de tolerancia en ocasiones como ésta es nulo y,
sin
mirarlo, digo:
—Pues
vete y cierra el pico.
Claudica.
Sabe que la regla hay meses que me ennegrece el
humor
y, tras darme un beso en la coronilla, se va. Cierro los
ojos,
me vuelvo a poner los cascos e intento relajarme, esta vez
con
la voz rota de Alejandro Sanz. Necesito que el dolor se me
pase.
El
viernes,VICTORIO, el primo de Dexter, aparece en
Múnich.
Cuando
lo veo me sorprendo. Nadie me ha advertido de su
llegada
y a la primera ocasión le pregunto:
—¿Cómo
se ha quedado mi hermana?
El
mexicano sonríe y, tocándose el pelo, responde:
—Tan
linda como siempre.
Pero
esa contestación no me vale e insisto:
—Quiero
saber si se ha quedado bien o mal con tu marcha.
—Bien,
mujercita..., bien. Le prometí pasarme por Jerez
antes
de regresar a México. Por cierto, me dio esto para ti.
Saca
un sobre cerrado. Lo cojo y me lo guardo en el bolsillo
del
pantalón. Diez minutos después y deseosa de leer lo que mi
hermana
dice en esa carta, me escabullo a mi habitación y, sentándome
en
la cama, abro el sobre y leo.
Hola, cuchufleta:
Por aquí todo bien. Papá estupendo, Luz feliz en su colegio y
Lucía engordando y creciendo.
Te escribo para decirte que estoy bien a pesar de que ya
imaginarás
que la marcha de mi mexicano me deja espachurrada.
Ya me advertiste tú. Pero yo he querido ser una mujer moderna
y, a pesar de lo mal que me siento ahora, estoy feliz por
haberlo sido.
Por cierto, ¡no me he acostado con él! No soy tan moderna,
aunque entre nosotros ha habido más que dulces y tiernecitos
besos.
Con él, he conocido a un hombre maravilloso, cariñoso y
encantador. Y por fin he conseguido quitarme el mal sabor de
boca que me dejó el empanado de AGUSTIN. Por tanto, cuando lo
veas trátalo con cariño, que te conozco, y él se lo merece,
¿entendido?
Te quiero, cuchu, y prometo llamarte un día de éstos.
CANDE
Lágrimas
como puños brotan de mis ojos.
Pobrecita,
mi hermana, lo mal que lo debe de estar pasando
y
el miedito que tiene a que yo le abra la cabeza a VICTORIO.
Joder,
que tan bruta no soy.
Sin
más, cojo el teléfono y marco el número de Jerez. Quiero
hablar
con ella.
Un
timbrazo...
Dos
timbrazos...
Y
al tercero oigo su voz.
—¿Estás
bien, CANDE?
Al
reconocerme, la oigo que suelta uno de sus suspiritos lastimosos
y
murmura:
—Sí.
Estoy bien a pesar de los pesares.
—Te
lo dije, CANDE, te dije que él regresaría a México.
—Lo
sé, cuchu... Lo sé.
Tras
un silencio más que significativo, dice, dejándome
totalmente
sorprendida:
—¿Sabes?,
lo volvería a hacer. Ha merecido la pena disfrutar
el
tiempo con él. VICTORIO no tiene nada
que ver con JAGUSTIN
y,
aunque ahora lloriqueo por las esquinas, reconozco que me
ha
subido mi autoestima como mujer y ahora me valoro más.
¿Él
está bien?
—Sí,
lo acabo de ver. Está en el salón con PETER y Dexter y...
—Dale
un beso de mi parte, ¿vale?
—Vale.
Hablamos
unos minutos más y al final nos despedimos
cuando
Lucía se pone a llorar. Mi hermana tiene que atenderla.
Cuando
regreso al salón, veo sólo a Graciela, leyendo una
revista.
—Los
hombres están en el despacho —me informa.
Asiento
y voy a la cocina.
Tengo
sed. Hablar con mi hermana me deja triste, pero
saber
de su propia boca que se valora más como mujer me hace
feliz.
Al final, no hay mal que por bien no venga.
Abro
el frigorífico, cojo una Coca-Cola y, cuando me la estoy
bebiendo
apoyada en la encimera, oigo la voz de Simona, que
cuchichea
en el lavadero:
—¿Por
qué tiene que venir aquí?
—MARTINA
viene a Alemania por temas laborales.
—¿Acaso
no sabe que su presencia nos incomoda?
—Mujer,
escucha —le oigo decir a Norbert—. Lo que ocurrió
pasado
está. Es mi sobrina.
—Exacto,
tu sobrina. Una estúpida que...
—Simona...
—¿Cuándo
te ha dicho que llega?
—Mañana.
—¡Maldita
sea!
—Simona,
¡esa lengua por favor! —la regaña Norbert.
Sonrío
sin poderlo remediar, cuando oigo la voz terriblemente
enfadada
de mi Simona:
—Y,
claro, como tu sobrina es una señorita muy fina, llama
antes
al señor LANZANI que a ti y se queda a dormir en esta
casa
en vez de en la nuestra, ¿verdad? ¿Acaso no recuerdas lo
que
podría haber pasado de no ser por PABLO?
—Lo
recuerdo y, tranquila, no volverá a suceder.
Oigo
entonces que la puerta del lavadero se abre y, por el
ventanal
de la cocina, veo a Simona caminar muy enfadada
hacia
su casa y a Norbert detrás.
¿Qué
ocurre?
Sorprendida,
los sigo con la mirada. Es la primera vez que
veo
que esa cándida pareja no está de acuerdo en algo y me preocupa.
Pero
más me preocupa saber quién es MARTINA, por qué
llama
a PETER en vez de a su tío y qué pasó esa última vez.
Debo
hablar con Simona en cuanto pueda.
Esa
noche, cuando PETER y yo estamos en nuestra habitación,
digo,
enseñándole mi móvil:
—¿A
que no sabes qué tono de llamada me he puesto para
cuando
me llames?
Él
me mira. Coge su móvil, llama al mío y sonríe al reconocer
la
música de la ranchera Si nos dejan.
Enamorados,
nos abrazamos y sonreímos. Cinco minutos
después,
tras varios besos, cuando PETER me suelta, digo:
—¿Puedo
preguntarte una cosa?
—Claro,
cariño. Puedes preguntarme lo que quieras.
—¿Tú
me darías trabajo?
PETER
me mira. Sonríe y, abrazándome, dice, acercándose a mi
boca:
—Te
dije hace mucho que tu contrato está renovado de por
vida,
pequeña.
Me
río. Recuerdo que me dijo eso el día que le mandé las
flores
al despacho e insisto:
—Me
refiero a trabajar en las oficinas de Müller.
—¿Trabajar?
—Y, soltándome, añade—: ¿Por qué?
—Porque
cuando se vayan Dexter y Graciela me aburriré.
Estoy
acostumbrada a trabajar y la vida ociosa no me va nada.
—Cariño,
ya trabajo yo por los dos.
—Pero
yo quiero cooperar. Ya sé que tienes mucho dinero
y...
—Tenemos,
pequeña —me corta—. Tenemos. Y antes de que
continúes,
no necesitas trabajar porque yo te puedo mantener
con
holgura. No estoy dispuesto a que mi mujer esté sujeta a
unos
horarios que no son los míos y a privarme de ti porque tengas
obligaciones
que cumplir. Por tanto, tema zanjado.
—Y
una leche, tema zanjado.
Mi
tono de voz no le ha gustado.
A
mí no me ha gustado su contestación y, señalándolo con el
dedo,
digo sin muchas ganas de discutir:
—Por
hoy dejamos el tema, pero que te quede muy clarito,
guapito
de cara, que volveremos a hablar de ello, ¿entendido?
PETER
resopla, asiente y se mete en el cuarto de baño. Cuando
sale,
sin darle descanso, digo:
—Necesito
preguntarte otra cosa.
Mirándome
con gesto incómodo, responde, sentándose en la
cama:
—Tú
dirás.
Me
muevo por la habitación. Deseo preguntarle por MARTINA,
pero
no sé cómo hacerlo. Saber que esa mujer lo ha llamado por
teléfono
y él no me ha dicho nada me molesta y, finalmente,
dejando
los paños calientes a un lado, suelto:
—¿Quién
es MARTINA, por qué no me has dicho que te ha llamado
y
por qué se va a alojar en nuestra casa?
Sorprendido
al oír ese nombre en mi boca, pregunta:
—¿Cómo
sabes tú eso?
Mi
cara cambia.
Toc...
toc... los celos vienen en tromba.
Achino
los ojos y, con ese no sé qué que me entra cuando
desconfío,
insisto:
—Aquí
la pregunta más bien es, ¿por qué no me has dicho
que
una desconocida para mí te ha llamado y se va a alojar
desde
mañana en nuestra casa? Y ahora, enfádate, pero que
sepas
que más enfadada estoy yo de no haberme enterado por ti.
—¡¿Llega
mañana?! —pregunta sorprendido.
Por
su expresión, intuyo que es sincero. No lo recordaba y
respondo:
—Sí.
Un poco más y me entero cuando esté sentada a la
mesa.
PETER
me entiende. Me lo grita su mirada y, acercándose a mí,
dice
desde su gran altura:
—Cariño,
estoy tan liado últimamente que se me había olvidado
contártelo.
Perdóname. —Y al ver que no respondo,
añade—:
Es la sobrina de Norbert y Simona y era la mejor amiga
de
mi hermana Hannah. Me llamó y, al saber que venía a Alemania
por
trabajo, la invité a alojarse en nuestra casa.
—¿Por
qué?
—Hannah
le tenía mucho cariño.
—¿Has
tenido algo con ella?
Mi
pregunta lo sorprende y, dando un paso hacia atrás,
responde:
—Por
supuesto que no. MARTINA es una mujer encantadora, pero
nunca
hemos tenido nada, LALI. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Y
PABLO?
Boquiabierto,
me mira y dice molesto:
—Que
yo sepa, tampoco. Pero vamos, si lo han tenido no me
interesa
y creo que a ti tampoco te ha de interesar. ¿O debo
pensar
que te preocupa si tuvo un rollo con PABLO?
Al
ver por dónde va su pregunta, lo miro ofuscada y
murmuro:
—Por
Dios, PETER, ¡no digas tonterías!
—Pues
no hagas esas preguntas.
Me
callo. No quiero comentar lo que le he oído decir a
Simona,
pero estoy dispuesta a averiguar a qué se refería con
eso
de «¿No recuerdas lo que pasó la última vez?».
—¿Estás
celosa de MARTINA?
Su
pregunta directa me hace dar una respuesta directa:
—En
lo referente a ti, sí. Y te perdono el olvido de no
contármelo.
Él
sonríe, yo no.
Da
un paso hacia mí, pero yo no me muevo.
Me
abraza, pero yo no lo abrazo.
Sin
tacones y descalza sobre la alfombra me siento pequeña.
Me
coge la barbilla y con delicadeza me hace mirarlo.
—¿Todavía
no te has convencido de que la única mujer que
necesito,
adoro y quiero en mi cama y en mi vida eres tú?
—pregunta—.
Te dije y te repetiré mil veces que te voy a querer
toda
la vida.
Ea...
ya me ha ganado.
Ha
vuelvo a derribar mis defensas con eso de «Te voy a
querer
toda la vida».
¡Ya
me ha hecho sonreír!
—Sé
que me quieres tanto como yo te quiero a ti, porque el
ahora
y siempre que llevamos en nuestros anillos es sincero
—digo,
enseñándole mi dedo con el anillo—. Pero me molesta
que
no me contases lo de la llamada y más cuando una mujer
que
no conozco va a dormir en nuestra casa.
PETER
me levanta del suelo y, cuando me tiene delante de su
cara,
acerca su boca a la mía. Me lame el labio superior, después
el
inferior y, finalmente, me muerde con cariño y susurra:
—Tontita
celosa, dame un beso.
Estoy
por hacerle la cobra, pero al final no le doy un beso, le
doy
veintiuno y terminamos haciendo el amor a nuestro modo,
contra
la pared.
Al
día siguiente, cuando me levanto y bajo al salón, VICTORIO se ha marchado para
Bélgica. Anoche, antes de dormir,
le
di el beso que mi hermana me pidió y él lo recibió con cariño.
Menudo
rollito más raro se traen estos dos.
Intento
hablar con Simona, pero no está. Se ha ido a
comprar.
Dexter
y PETER van a pasar la mañana fuera, solucionando
temas
empresariales, y Graciela y yo nos vamos de compras. La
semana
siguiente regresan a México y quiere llevarse muchos
recuerdos.
Por
la tarde, cuando llegamos, entro en la cocina y veo a
Simona,
que me sonríe. Me acerco a ella y la abrazo. Necesito
ese
contacto cuando PETER no está. Ella lo sabe y me abraza
también.
Cuando
me siento a la mesita de la cocina, la mujer sigue con
sus
tareas y comento:
—Estás
muy seria. ¿Qué te ocurre?
—Nada.
—¿Seguro,
Simona?
—Sí,
LALI.
Asiento.
Durante unos minutos permanecemos calladas y,
cuando
voy a decir algo, de pronto me mira y me apremia:
—Vamos,
es la hora. Comienza Locura Esmeralda.
Doy
un salto y corro junto a ella. Entramos en el salón donde
Graciela
está leyendo y, tras saludarla, nos acomodamos en el
sofá
y encendemos el televisor.
—Comienza
Locura Esmeralda —cuchicheo
emocionada,
mirando
a Graciela.
Ella
sonríe y no dice nada.
Mejor...
ya sé que me estoy volviendo una hortera.
Cuando
comienza a sonar la melodía de la serie, Simona y yo
nos
miramos y, rápidamente, canturreamos:
Ámame, en nuestro loco amanecer.
Bésame, en nuestra cama en la aurora.
Cuídame, porque soy tuya y no de otro.
Mímame, soy tu Locura Esmeralda.
Graciela
suelta una carcajada y Simona y yo también.
La
madre que nos parió, la pinta que tenemos que tener las
dos
cantando la cancioncita de marras en alemán. Me estoy
volviendo
una friki. ¡Qué vergüenza!
Con
el corazón en un puño, volvemos a ver cómo a nuestro
amado
Luis Alfredo le disparan. Esmeralda Mendoza corre a
auxiliarlo
y de la nada sale un hombre que está de muy buen ver
y
los ayuda. Termina el primer capítulo con Esmeralda llorando
en
el hospital. Teme por la vida de su amado Luis Alfredo. Lo
malo
no es que ella llore, sino que lloramos, ella, Simona, Graciela
y
yo.
¡Vaya
tres patas para un banco!
Cuando
se termina la serie, nos miramos con gesto compungido
y
terminamos riendo. Divertidas, nos vamos a la cocina;
necesitamos
beber algo para reponer las lágrimas que hemos
perdido.
En
ese instante, se abre la puerta, entra Norbert y, tras él,
una
mujer bastante mona, de pelo claro, que dice de pronto:
—Hola,
tía Simona.
Sin
parpadear, observo cómo la desconocida se echa a los
brazos
de mi querida Simona y ésta, por no querer dejarla en
evidencia,
sonríe.
—MARTINA,
qué alegría.
Norbert,
que está detrás de ellas, se da media vuelta y se
marcha.
Anda que no es listo. Se quita de en medio.
Una
vez la joven se separa de Simona, ésta, mirándome,
dice:
—MARTINA,
te presento a la señora LANZANI.
La
joven me mira con una grata sonrisa y yo, tendiéndole la
mano,
digo:
—Puedes
llamarme LALI.
—Encantada,
JLALI.
Entonces
me acerco a Graciela y añado:
—Ella
es Graciela, una buena amiga.
—Encantada,
Graciela.
—Lo
mismo digo, MARTINA.
Hechas
las presentaciones, Simona me mira y pregunta:
—¿Dónde
quieres que se aloje, LALI?
—Donde
tú quieras, Simona.
LALI
nos observa alucinada y, mirando a su tía, exclama:
—Llamas
a tu señora por su nombre.
Y
antes de que yo pueda responder, Simona dice:
—Sí.
Y ahora, sígueme.
Simona,
que espera con la pesada maleta en la mano, echa a
andar
cuando la joven MARTINA le dice en un tono que a mí particularmente
no
me gusta mucho:
—Tía,
lleva la maleta a donde corresponda y luego me dices
en
qué habitación me alojo. Ya conozco la casa. —Y luego,
mirándome
con una enorme sonrisa, añade—: Muchas gracias
por
permitir que me quede en tu nuevo hogar.
Punto
uno, tendría que ser ella quien llevara la maleta a la
habitación
y no Simona.
Punto
dos, eso de «me conozco la casa», me ha tocado la
moral.
Punto
tres, se acaba de pasar de lista.
Estoy
a punto de decirle algo, cuando PETER entra en la cocina
y
la recién llegada exclama al verlo.
—¡PETER!
—Hola,
MARTINA.
—Enhorabuena
por tu boda. Los tíos me acaban de presentar
a
tu mujer y es encantadora.
Él
le da dos besos y, mirándome, dice:
—Gracias
por la felicitación. Se puede decir que estoy en el
mejor
momento de mi vida.
Todos
sonreímos. Dexter entra y los dos hombres se
marchan
al despacho. La chica me guiña un ojo y dice:
—Espero
que seas muy feliz, LALI.
Con
gesto incómodo, Simona se marcha y
MARTINA se sienta
conmigo
y Graciela a la mesa de la cocina, donde yo la someto a
un
tercer grado.
Joder...
cada día me parezco más a mi hermana CANDE.
Cuando
Flyn vuelve del colegio, MARTINA se levanta para abrazarlo.
El
niño se alegra al verla. En sus recuerdos está grabado
que
era amiga de su mamá.
Esa
noche, una hora más tarde de lo normal, todos cenamos
en
el salón. Invito a Simona y Norbert a que se unan a nosotros,
pero
Simona se niega. No insisto. Veo con claridad lo mucho
que
la incomoda MARTINA y decido hablar con ella mañana sábado
por
la mañana.
Cuando
me despierto, como siempre, estoy sola en la cama.
Me
desperezo y de pronto me doy cuenta de algo tremendamente
importante:
¡es el cumpleaños de PETER!
Encantada
de la vida, corro al baño, me lavo los dientes, me
doy
una ducha rápida y me visto. A toda prisa, cojo el regalo que
tengo
para él y bajo los escalones de cuatro en cuatro para
felicitarlo.
Oigo
voces en el salón y, al entrar, veo a PETER sentado allí con
Dexter.
Dispuesta a sorprenderlo, corro como una loca hacia el
sillón
y me tiro por encima del respaldo para caer en sus brazos.
Pero
la mala suerte hace que coja demasiado impulso y termine
despanzurrada
en un lateral del salón y el regalo ruede por los
suelos.
Menudo
golpazo me he dado. Creo que me he abierto la
muñeca.
PETER
se levanta rápidamente y me auxilia, seguido por Dexter.
Los
dos me miran sorprendidos, sin saber aún qué ha pasado
y
yo no sé si estoy más dolorida física o moralmente.
¡Qué
bochorno!
PETER
me lleva en brazos hasta el sillón y, tras dejarme allí,
pregunta,
mirándome:
—¿Dónde
te has hecho daño, cariño?
Le
enseño la mano izquierda y, al moverla, suelto un
quejido.
—Ay,
qué dolor... qué dolor. Creo que me he abierto la
muñeca.
PETER
se paraliza, se queda blanco. No entiende qué es abrirse
la
muñeca y, al darme cuenta, aclaro para que me entienda:
—Cariño,
me he torcido la mano. —Y, moviéndola ante él,
añado—:
No te preocupes, con una venda se soluciona.
Respira
y el color vuelve a su cara. En ese momento aparecen
Graciela
y MARTINA, que al vernos preguntan:
—¿Qué
ha ocurrido?
Dexter
mira a su chica y responde:
—Amorcito,
no lo sé. Sólo sé que he visto a LALI volar por
encima
del sillón y darse un fuerte golpe contra el suelo.
Graciela,
que es enfermera, rápidamente se acerca a nosotros
y,
mirándola, digo:
—Estoy
bien, pero me duele la muñeca.
PETER,
levantándose, dice rápidamente:
—Vamos,
te llevaré al hospital para que te hagan unas
placas.
Lo
miro, me río y respondo:
—No
digas tonterías. Esto me lo arregla Graciela con una
venda,
¿verdad?
Ella,
tras revisar mi mano y moverla, asiente.
—No
hay rotura. Tranquilo, PETER.
Pero
claro, ¡PETER es PETER! e insiste:
—Me
quedaré más tranquilo si le hacen una radiografía.
—Estoy
de acuerdo contigo —afirma MARTINA—. Lo mejor es
asegurarse
de que todo está bien.
Sonrío.
Miro a mi rubio preferido y, levantándome, razono:
—Escucha,
cariño, mi mano está bien. Sólo le hace falta una
venda
y tema solucionado.
—¿Segura?
—Segurísima.
—Iré
a la cocina a buscar el botiquín —dice MARTINA.
Graciela
va tras ella y Dexter la sigue. Cuando nos quedamos
solos,
miro a mi amor y, sonriendo, susurro:
—Feliz
cumpleaños, señor LANZANI.
PETER
sonríe. ¡Por fin sonríe!
—Gracias,
cariño.
Nos
besamos con ternura y, cuando se separa de mí, digo:
—Hoy
hace un año que cené gratis con mi amigo Nacho en el
Moroccio
haciéndome pasar por tu mujer y luego tú viniste a mi
casa
con cara de malas pulgas y me dijiste con tu vozarrón de
enfado:
«¡¿Señora LANZANI?!».
Él
suelta una carcajada al recordarlo y yo pregunto:
—¿Lo
recuerdas?
—Sí...,
osito panda —responde.
Ay,
¡qué mono!
Suelto
una carcajada. Me hace gracia que recuerde mi ojo
aquel
día. Madre mía, sucedió hace un año. ¡Cómo pasa el
tiempo!
Encantada
de recordar esos momentos tan bonitos, miro a
mi
alrededor en busca del regalo y lo localizo bajo la mesa. Voy
hacia
allá, me agacho y lo recojo. Regreso hacia PETER y, poniéndole
mi
carita de niña buena, le digo:
—Espero
que te guste y, sobre todo, que funcione tras el
golpazo
que se ha metido.
Abre
el paquete y, al ver el reloj, me mira y, sacándolo de la
caja,
se lo pone y pregunta:
—¿Cómo
sabías que me gustaba este reloj?
—Tengo
ojos en la cara, cariño, y he visto cómo lo mirabas
en
esa revista tan cara que recibes mensualmente de cierta joyería.
Por
cierto, que sepas que los dueños me han abierto
cuenta,
aunque yo les dije que no.
—Normal,
cariño, eres mi mujer. Cuando quieras algo bonito
y
original, Sven, el joyero, te lo puede hacer.
Sonrío.
Yo soy más de bisutería y mercadillo. En ese
momento
entra Graciela sentada sobre las piernas de Dexter y,
enseñándome
las vendas, dice:
—Vamos,
LALI, ven, que te vendo la muñeca.
De
pronto soy consciente de que no he visto a alguien y
pregunto:
—¿Dónde
está Flyn?
PETER
responde cuando MARTINA entra en el salón:
—Marta
ha pasado a buscarlo hace un rato. Luego lo
veremos
en la cena.
—¿No
cenáis aquí? —pregunta MARTINA.
—No.
Hoy los invito a cenar por mi cumpleaños —responde
PETER,
mientras observa lo que hace Graciela.
—Oh...
entonces cenaré sola —murmura.
La
miro. Veo su expresión triste y, como siempre, me da
pena.
Mis
ojos se encuentran con los de PETER. Nos comunicamos en
silencio
y, cuando él asiente, miro a MARTINA y pregunto:
—¿Quieres
venir con nosotros? —La joven parpadea y, sonriendo,
responde:
—Me
encantaría.
Cuando
todos se tranquilizan después de mi tremendo testarazo,
busco
a Norbert. Está en el garaje con mi Ducati. Al verla,
tengo
un subidón de adrenalina y sonrío. Me acerco hasta él y
pregunto:
—¿Necesitas
ayuda?
El
hombre sonríe.
—No,
señora. No se preocupe. La moto está perfecta y el
domingo
de la competición funcionará de maravilla, ya lo verá.
¿Quiere
probarla?
Sin
dudarlo, asiento.
¿Cómo
resistirse a una vueltecita en mi Ducati?
Me
monto, la arranco y grito al escuchar su bronco sonido.
Norbert
sonríe y salgo del garaje con ella.
Sin
protecciones ni casco, me doy una vueltecita por la parcela.
Susto y Calamar
corren detrás. La moto funciona como
siempre,
¡genial! Pedazo de maquina me compró mi padre.
Al
pasar frente a uno de los ventanales del salón, veo que
PETER
me observa. Con chulería, hago un caballito y, al ver su
gesto
tenso, me río y dejo de hacerlo. Al bajar, la muñeca se me
resiente.
Diez
minutos más tarde, regreso al garaje, donde Norbert me
espera,
y le dejo la moto.
—¿Qué
le parece, señora? ¿La encuentra bien?
Asiento
y me toco la muñeca. Me duele, pero no me preocupo.
Estoy
segura de que en una semana estará mejor.
PETER
nos lleva a cenar a un maravilloso restaurante. Allí ha
quedado
con su madre, su primo Jurgen, Marta, el novio de ésta
y
Flyn. Cuando nosotros llegamos con Dexter, Graciela y Laila,
ya
nos esperan. Flyn, al vernos, corre a abrazarnos y cuando
PETER
llega junto a su madre, ésta, con un afecto que me pone la
carne
de gallina, lo besa y dice:
—Felicidades,
cariño mío.
Entre
risas y buen rollo esperamos a los que faltan. Jurgen
se
sienta entre MARTINA y yo y hablamos sobre la carrera. Estoy
emocionada.
No veo el momento de dar saltos con mi moto y
disfrutarlos.
PETER nos escucha. No dice nada, sólo nos escucha y
cuando
apunto en un papel el lugar donde se celebra el evento,
sonríe.
Aparecen
EUGE, NICO y PABLO, que viene sin acompañante.
Me
fijo en su cara cuando ve a MARTINA y le veo una cierta incomodidad,
pero
cuando se acerca a nosotros la saluda como a una
más.
Eso sí, se sienta lo más lejos que puede de ella. Eso me da
que
pensar. MARTINA es una joven muy mona y es raro que PABLO, el
gran
depredador, se aleje de ella. Algo pasa y tengo que
descubrirlo.
Uno
a uno, le van dando a PETER sus regalos y él sonríe
agradecido.
Qué feliz que está mi chico en su treinta y tres
cumpleaños.
Cuando
pongo unas velas en la tarta que el camarero trae y
le
hago soplar, ¡sé que me quiere matar! Yo me río y le canto el
cumpleaños
feliz. Finalmente, sonríe... sonríe y sonríe.
—Creo
que tienes algo que contarme, ¿verdad? —murmura
EUGE,
acercándose a mí.
Al
ver su cara, sé de lo que habla y, divertida, cuchicheo:
—Si
te refieres a dónde terminamos la noche del Oktoberfest,
sólo
te diré, ¡caliente!
EUGE
sonríe y asiente.
—Me
comentó PABLO que lo pasasteis muy bien.
Afirmo
con la cabeza y ella añade:
—Diana
es tremenda, ¿verdad? —Vuelvo a asentir y EUGE
dice,
mirando a Graciela—: ¿Y esos dos cómo van? ¿Habéis
jugado
ya con ellos?
—A
tu primera pregunta, por lo que intuyo van bien. Y en
referencia
a tu segunda pregunta, no, no hemos jugado con
ellos.
Media
hora después, Sonia recibe una llamada. Su actual
novio
la llama. Marta y Arthur se ofrecen a llevarla y se
marchan.
MARTINA habla con Jurgen y, mirando a EUGE, pregunto:
—¿Qué
te parece MARTINA?
—Es
muy maja. Era la mejor amiga de Hannah. —Y al ver
que
frunzo el cejo, pregunta—: ¿Qué es lo que realmente te preocupa
de
ella?
Sin
querer desvelar lo que le oí decir a Simona y la percepción
que
me da ver que PABLO no cruza palabra con ella, digo:
—¿Ha
jugado alguna vez con PETER o con vosotros?
—No,
nunca. Creo que nuestro rollo no es el suyo. ¿Por qué
lo
preguntas?
Sonrío
al ver que PETER no me ha mentido. Eso me tranquiliza
y
respondo:
—Simplemente
por saberlo.
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