Me
despierto a las siete de la mañana. Hoy es domingo y
compito
en motocross. Salto de la cama y me voy derechita a la
ducha.
Cuando salgo, me pongo unos vaqueros y bajo a desayunar.
Al
entrar en la cocina, sólo está Dexter.
—Buenos
días, mi reina.
Sonrío.
Cojo una taza, me sirvo un café y me siento a la mesa
con
él. Dexter me acerca una magdalena, yo la cojo y le doy un
mordisco.
Durante varios minutos, devoro todo lo que hay ante
mi
vista, hasta que le oigo decir:
—PETER
está nervioso. Que participes en esa carrera apenas le
dejó
dormir.
—¿Y
tú cómo sabes eso?
—Porque
a las cuatro de la madrugada, cuando vine a tomar
un
vaso de agua fresca, estaba sentado en la mismita silla donde
ahorita
estás tú.
Eso
me sorprende. ¿Por qué PETER se preocupa tanto? Pero sin
querer
darle más vueltas, pregunto:
—¿Y
tú qué hacías despierto a las cuatro de la mañana?
Dexter
sonríe.
—No
podía dormir. Demasiados quebraderos de cabeza.
Bebo
un sorbo de café y pregunto:
—¿Esos
quebraderos de cabeza empiezan por Gra y
terminan
por
Ciela?
El
mexicano sonríe y, echándose hacia atrás en su silla,
responde:
—Estoy
confuso. No creo que sea justo lo que estoy haciendo
con
ella.
—Por
lo que sé, ella está encantada, Dexter.
Asiente,
pero con semblante serio, apunta:
—Cuando
ocurrió mi accidente, mi vida dio un giro de ciento
ochenta
grados. Pasé de ser un hombre deseado al que el celular
siempre
le sonaba, a un hombre que deseaba y cuyo celular no
sonaba.
Hubo un tiempo en que sufrí para aceptar lo que me
había
ocurrido y conseguí superarlo cuando dejé de tener sentimientos
románticos
hacia las mujeres. Todo estaba controlado,
pero
Graciela...
—Graciela
te gusta, ¿verdad?
—Sí.
Y mucho, además.
—Y
te ha sorprendido en especial por lo que tú y yo sabemos,
¿no
es así?
Dexter
asiente y, mirándome a los ojos, dice:
—Temo
hacerle daño y que ella me lo haga a mí. Soy consciente
de
mis limitaciones y...
—Eso
ella lo sabe y me consta que no le importa —lo corto—.
Quizá
si fuerais la típica pareja sería importante y preocupante
para
ti, pero precisamente no lo sois y creo que los dos camináis
en
la misma dirección sexual. Por lo tanto, no has de
preocuparte.
—¿Y
el tema hijos? ¿Eso tampoco me debe preocupar? Ella
es
una mujer y tarde o temprano querrá tener un bebecito y yo
eso
no se lo puedo dar.
Uf...
hablar de hijos no es lo que más me gusta, pero
pregunto:
—¿Cómo
que no?
Dexter
me mira con cara de alucine. Debe de pensar que me
he
vuelto loca y aclaro:
—Hay
muchos niños en el mundo en busca de una familia.
No
creo que haga falta que un bebé nazca de ti para quererlo,
cuidarlo
y protegerlo. Estoy segura de que, llegado el momento,
Graciela
y tú podréis tener vuestro propio hijo si ambos lo
deseáis.
Sólo tenéis que hablarlo. Ya lo verás. Pero ahora, disfruta,
Dexter,
disfruta de Graciela y deja que ella disfrute de ti.
Ahora
es vuestro momento de quereros, de pasarlo bien, de
conoceros
y de no permitir que nada ni nadie os amargue.
Él
sonríe, toma un sorbo de su café y contesta:
—Cada
día entiendo más al pobre de mi compadre. Eres una
relinda
mujercita, no sólo por fuera, sino también por dentro.
Que
Dios te guarde muchos años, mi querida LALI.
—Gracias,
relindo —le contesto.
En
ese momento, se abre la puerta de la cocina y oigo que
PETER
dice divertido:
—Maldito
mexicano chingón, ¿ligando con mi mujer a
escondidas?
—Güey, desde que sé que los morenos le
gustan, ¡no pierdo
las
esperanzas!
Los
tres nos reímos. Nadie entendería nuestra particular
amistad.
Pero nosotros sí y eso es lo único que nos importa.
Cuando
terminamos de desayunar, llega la hora de
marcharse.
Veo a Simona y me acerco a ella. Estos días, con
tanta
gente en casa y actividad, apenas hablamos y le pregunto:
—¿Todo
bien, Simona?
Ella
asiente. Pero yo sé que no está bien y, aprovechando
este
momento entre las dos, le digo:
—Sé
que pasa algo con MARTINA. —Y, cuando ella me mira sorprendida,
añado—:
Cuando regrese esta tarde tenemos que hablar,
¿entendido?
Simona
contesta que sí. La abrazo y, dándole un beso, murmuro
antes
de alejarme:
—Luego
nos vemos.
—¡Suerte!
—responde con una sonrisa.
A
las diez y media, llegamos a la dirección que Jurgen me
dio.
Dexter, Graciela, MARTINA, Norbert y Flyn nos acompañan y yo
estoy
inquieta y deseosa de trotar en mi moto. PETER está atacado.
Allí
nos esperan Marta y Arthur. Sonia al final no ha podido
venir.
Llevo
sin saltar en moto desde días antes de mi boda y,
aunque
en la luna de miel conduje varias motos de agua, no es
lo
mismo y no veo el momento de montarme en mi Ducati.
Tras
aparcar el coche, voy a apuntarme junto a Norbert,
mientras
PETER baja la moto del remolque. Cuando me dan el
dorsal,
sonrío. Me acerco a PETER y, enseñándoselo, digo
divertida:
—Dorsal
sesenta y nueve, ¿a que es sexy?
Mi
loco amor sonríe.
Pero
su sonrisa no es amplia. Sé que está tenso, pero se tiene
que
relajar y eso sólo lo puede conseguir él. Cuando aparece
Jurgen
nos abrazamos. Está tan emocionado como yo por la
competición.
Me entrega un mapa del circuito y, como hace mi
padre
en Jerez, me explica un poco cómo son los saltos y en qué
curvas
he de tener cuidado para no caerme.
PETER
nos escucha. Memoriza todo lo que Jurgen dice y
cuando
éste se marcha junto a MARTINA, dice, señalándome el
papel:
—Recuerda,
ten cuidado en la curva diez e intenta tomar la
quince
abierta.
—Vale,
jefe —asiento divertida y él sonríe.
Flyn
está nervioso y alucinado con tanta moto alrededor.
Marta
y él me acompañan hasta los vestuarios y se encargan
de
ayudarme a ponerme el mono. Cuando por fin estoy
equipada
con mi traje de motocross, el crío me mira y murmura
con
gesto de flipe total:
—Cómo
molaaaaaaaaaa.
Sonrío.
Marta coge de la mano a su sobrino, me guiña un ojo
y
dice:
—LALI
es nuestra súper heroína particular.
Juntos
regresamos hasta donde el grupo nos espera y MARTINA
dice
al verme:
—Estás
increíble.
—Gracias.
—Sonrío.
Graciela,
con gesto de susto, murmura, sentada sobre las
piernas
de Dexter:
—LALI,
¿estás segura de hacerlo?
Con
mi casco bajo el brazo, asiento.
—Segurísima.
PETER
me mira. Yo lo miro.
Le
sonrío, pero él no me devuelve la sonrisa.
Tiene
miedo. Yo no.
Las
carreras están divididas por sexos. Hombres y mujeres.
Lo
acepto, pero me gustan más cuando son mixtas. Me
informan
de que salgo en la tercera manga. Cuando comienzan
las
anteriores, observo concentrada, mientras en mi iPod
escucho
a los Guns N’ Roses.
La
música heavy siempre me sube la adrenalina. Y para competir
y
ganar la preciso revolucionada. Nunca he corrido en este
circuito
y necesito ver cómo actúan mis contrincantes para
saber
gestionar mi carrera.
Eric,
a mi lado, observa y no dice nada. Deja que me concentre,
pero
su cara cada vez que ve una caída me hace saber lo
que
piensa. ¡Está horrorizado!
Cuando
avisan por megafonía que se preparen los de la tercera
manga,
le doy un rápido beso y, poniéndome el casco, digo
sin
demorar la despedida:
—En
seguida vuelvo. ¡Espérame!
Arranco
y me voy.
Sé
que lo he dejado hecho polvo, pero no puedo ponerme a
despedirme
como si me fuera a la guerra. Sólo voy a correr una
carrera
que dura apenas siete minutos.
Cuando
me coloco en la parrilla de salida, junto a las otras
corredoras,
busco a mi chico con la mirada y rápidamente lo veo
junto
a Flyn y Marta. Me ajusto el casco y me pongo las gafas de
protección.
El ruido de los motores alimenta mi adrenalina y
acelero
mi moto.
¡Guauuu,
cómo suena!
Me
concentro en la pista. Visualizo el circuito que he repasado
con
Jurgen y pienso en llegar arrimada a la derecha para
tomar
la primera curva, que es a la izquierda.
Aceleramos
los motores. Los nervios están a tope cuando se
oye
un ruido y los enganches que frenan las motos en el suelo se
bajan
y salgo como una bala.
Acelero
y sonrío al ver que puedo coger la primera curva por
donde
yo quiero. Cuando dejo atrás la curva, derrapo y salto con
la
moto, pero al tocar el suelo noto que mi muñeca se resiente y
me
quejo. Pero no pienso dejar la carrera por ese tonto dolor.
La
zona bacheada me hace polvo la muñeca, grito y doy gas
para
salir cuanto antes de allí, pero al llegar a la siguiente curva
casi
me la como. No puedo ir tan rápido o terminaré
cayéndome.
Como
puedo, me mantengo en los primeros puestos y,
cuando
la carrera termina y entro la tercera, sonrío y respiro
feliz.
Estoy clasificada para otra ronda.
Cuando
salgo de la pista y me encamino hacia donde me
espera
mi gente, todos aplauden encantados y Flyn da saltos de
contento.
Al
quitarme las gafas y el casco, sonrío y, guiñándole un ojo a
mi
guapo LANZANI, digo alto y claro:
—Ya
estoy aquí, cariño.
Él
me abraza y me besa sin importarle el polvo y la suciedad.
Gustosa,
yo también lo abrazo y beso.
Las
dos siguientes carreras se me hacen cuesta arriba por el
puñetero
dolor de la muñeca, pero me niego a darme por vencida
y
consigo clasificarme para la ronda final.
Me
duele horrores, pero mejor me callo o mi maridín me
sacará
de aquí. Aguanto como puedo y, cuando quedan diez
minutos
para correr la final femenina, miro a Graciela y digo:
—Necesito
que me cambies la venda y me la pongas lo más
tensa
que puedas.
—Pero
eso no es bueno, LALI. Te cortará la circulación.
—No
importa. Hazlo.
Ella
me mira. Intuye que me duele más de lo que digo y
murmura:
—LALI...,
si te duele no deberías...
—Hazlo.
Lo necesito.
Sin
decir nada, lo hace y, cuando me pongo el guante, tengo
la
mano casi rígida. Eso me evita el dolor, pero también me limita
los
movimientos y es muy incómodo.
PETER
se acerca a mí y, sonriendo, digo:
—Alegra
esa cara, cariño. Es la última carrera. —Él asiente y,
divertida,
añado—: Ya puedes ir comprando una estantería bien
grande
para mis premios. Me pienso llevar el primero de aquí.
Sonríe.
Mi seguridad lo relaja y, dándome un beso,
murmura:
—Vamos,
campeona. Sal y demuéstrales quién es mi mujer.
Su
positividad me motiva. ¡Bien, LANZANI!
De
nuevo vuelvo a estar en la parrilla.
Es
la última carrera de chicas y de ella saldrán las tres
ganadoras.
Jurgen, junto a Marta, PETER y todo mi grupo gritan y
me
animan. Sonrío. Miro a mi alrededor. Las otras corredoras
son
muy buenas, pero quiero ganar. Lo deseo.
La
carrera comienza y, como siempre, mi adrenalina sube
hasta
el infinito y más allá.
Corro,
acelero, salto, derrapo y vuelvo a acelerar. Disfruto.
¡Esto
es el motocross!
Con
el rabillo del ojo, veo que una de las chicas me adelanta.
La
tía es buena, muy buena, pero yo confío en mí y quiero ser
mejor.
Al llegar a la curva quince, la tomo abierta, pero eso me
hace
perder tiempo y otra corredora me adelanta. Eso me encoleriza.
No
me gusta perder ni al parchís. Quedan dos vueltas,
todavía
tengo tiempo para adelantar. Lo consigo. Remonto. Me
pongo
primera. ¡Toma ya! Pero en la zona bacheada mi mano se
resiente,
pierdo fuerza y me vuelven a adelantar.
¡Mierda!
Voy la cuarta.
Queda
sólo una vuelta para finalizar y decido arriesgar y
olvidar
el dolor de mi mano. Cuando voy a llegar de nuevo a la
curva
quince, intuyo que si la tomo por dentro en vez de por
fuera
ganaré unos segundos. El problema puede ser que al salir
de
ella la muñeca me falle y no controle la moto. Pero oye...,
cosas
más difíciles he hecho en mi vida y decido intentarlo.
Aprieto
los dientes y me acerco a la curva. Las chicas se
abren,
yo reduzco y me la juego. Tomo la curva como he
planeado
y... ¡bien! La muñeca ha respondido y puedo controlar
la
moto. Acelero. Tres curvas más y me llevo un premio para
casa.
Sí... sí...
De
pronto, una de las moteras salta y, al hacerlo, veo cómo la
rueda
trasera le rebota, pierde el control y su moto toca mi
rueda
delantera. Sin poder evitarlo, salgo disparada hacia
delante
por encima de mi moto.
Todo
se oscurece.
Ay pobre lali espero que no le pase nada grave
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